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VI. Del aparejo y disposición que se requiere para la Sagrada Comunión

     Pues dejando a estos miserables que por fuerza van a la comunión, tratemos de los que no están en mal estado como los pasados y procuran su salvación. Y pues habemos ya declarado la virtud y eficacia de este sacramento, para exhortarnos a frecuentarlo conviene que tratemos de esta frecuencia y, lo que hace más al caso, del aparejo que se requiere para ella.

     Pues para esto la primera cosa y más esencial es limpieza de todo pecado mortal. Porque aunque otros sacramentos hay que se pueden administrar a los que están espiritualmente muertos, mas éste es sacramento de vivos, porque comer es obra de vivos, y este sacramento es manjar espiritual que se come; y por esto quien le recibe con consciencia de pecado mortal, come y bebe juicio y condenación para su ánima, como dice el Apóstol. Y por esto San Crisóstomo llamó a esta Mesa terrible, y que está llena de fuego para quemar a los que indignamente se llegan a ella; y así lo que es vida para unos, es ocasión de muerte para otros. Conforme a lo que dice un doctor que como el sol, el agua y el aire crían y hacen crecer las plantas que tienen sus raíces vivas en la tierra; y por el contrario se secan, corrompen y pudren las que están muertas y fuera de ella, así este sacramento sustenta y acrecienta la gracia a las ánimas que viven en Dios; mas las que están muertas, con Él se endurecen y se ciegan, y se apartan más de Dios. Lo cual vimos claramente en el malvado Judas; de quien se escribe que acabando de recibir la Sagrada Comunión, entró en él Satanás. Ya había entrado cuando trató con los sacerdotes de la venta de Cristo; mas entonces entró en él poderosamente; y así no se pudo contener que no fuese luego a efectuar la prisión del Salvador. Y por esto le dijo Él: Lo que haces, hazlo presto, mostrando en estas palabras que no recelaba la batalla de la Pasión, mas antes la quería apresurar. Esta misma comparación se pone en el mantenimiento corporal, el cual como da vida y sustenta a los sanos, así suele dañar a los cuerpos de los enfermos y lo mismo hace este manjar celestial.

     Esta es, pues, la primera cosa que se requiere para comulgar dignamente. La segunda es, como dice Santo Tomás, actual devoción: que es llegarnos con amor y temor a este Pan de vida. Ca del amor nace el deseo y la hambre de él, y del temor, la reverencia y acatamiento que se le debe; y los unos y los otros honran a Dios, allegándose por amor y abstiniéndose por temor. De esta manera honraron al Salvador Zaqueo, el publicano, recibiéndole en su casa, y el Centurión confesándose por indigno de esta honra. «Pero regularmente hablando (como dice el santo doctor) más agradan a este Señor los que se llegan por amor, que los que se abstienen por reverencia y temor; porque más alabado es en las Santas Escripturas el amor que el temor.»

     Y como son diferentes los afectos, así conviene que lo sean los avisos y consejos que acerca de esto se han de dar a los unos y a los otros; ca los unos han menester freno, y los otros espuelas.

     Pues a los que han menester espuelas, que son los temerosos, se debe dar el aviso que en esta materia da San Cirilo diciendo: «Sepan todos los hombres baptizados y hechos participantes de la gracia de los sacramentos, que si por un temor o religión fingida están mucho tiempo sin comulgar, que se alejan del remedio de sus ánimas. Porque esta recusación parece que nace de algún temor y religión, es materia de escándalo y es lazo para las ánimas. Y por esto conviene trabajar con todas las fuerzas por limpiar el ánima de pecado; y asentado el fundamento de la buena vida, allegarse con grande confianza a recibir verdadera vida, que es el mismo Cristo.»

     A éstos también, cuando están muy medrosos de comulgar, por no ver en sí la devoción y fervor que desean, se les debe decir lo que el Salvador respondió a los que le calumniaban porque comía con publicanos y pecadores, diciendo que no tienen necesidad los sanos de médico, sino los enfermos; y que no vino a este mundo a buscar los justos (porque ninguno había) sino a los pecadores. Y a éstos llama Él con entrañas de caridad y con palabras suavísimas, diciendo: Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados con el peso de vuestra mortalidad y de vuestros pecados; porque yo os daré alivio y refrigerio.

     Otra cosa se debe decir a los tales, de grandísimo esfuerzo y consolación. Y ésta es que los que no tienen consciencia de pecado mortal, que es por haberse enteramente confesado y no sienten en sí propósito de cometer pecado mortal; no teniendo contrición verdadera, sino sola atrición, llegándose con esta disposición a la Sagrada Comunión, se hacen de atritos contritos. De donde se infiere una cosa de grande consolación y esfuerzo y de grande admiración de la divina Bondad, que por tantas vías encamina nuestro remedio; y ésta es, que puede un hombre llegarse a comulgar en tal disposición, que si entonces muriese, sin la comunión, se condenaría; y comulgando, se salvaría; porque con sola atrición nadie se puede salvar; mas, si con atrición se junta el sacramento, hácese el hombre atrito contrito, y así se pone en estado de salvación; tanto puede la virtud de este sacramento. Más no por eso deje el hombre de hacer todo lo posible para llegarse dignamente a este divino Misterio.Todo esto procede de la virtud inestimable del Sacratísimo Cuerpo de Cristo, Nuestro Salvador; «el cual, como dice San Cirilo, da esta vida a los que dignamente lo reciben y los hace incorruptibles y inmortales, como Él lo es. Ca no es este Cuerpo de quienquiera, sino de la misma vida, y así participa la virtud del Verbo Encarnado, y está lleno de la virtud de aquél por quien todas las cosas viven y son. Porque como el hierro encendido en el fuego, quema también como si fuese fuego, por participar el calor y naturaleza de él; así, porque el cuerpo de Nuestro Salvador está unido con el Verbo Divino, participa la virtud de él y así da vida como El» Esta es, pues, una de las causas que deben mover a todos los fieles a frecuentar este Sacramento, para recibir esta vida, pues con esto se pueden animar los demasiadamente temorosos, representándose a Nuestro Señor como enfermos y pecadores, para cuyo remedio dice Él que vino. Y también se pueden excusar con decir que Él con su acostumbrada piedad los convida y llama, prometiéndoles refección y alibio de sus trabajos. Esto baste para esfuerzo de los temerosos, que han menester espuelas.

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