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El propio Ortega (1993: 177-178) se ocupará del concepto de ironía en el arte moderno oponiendo racionalismo/espontaneidad: la ironía tradicional socrática (que ha sustentado una fe ciega en el racionalismo) se entiende como un alejamiento racional y abstracto de la vida, la cual tiene, sin embargo, un componente irracional ilimitado: «El hombre del presente desconfía de la razón y la juzga al través de la espontaneidad. No niega la razón, pero reprime y burla sus intenciones [...] Tal es la ironía irrespetuosa de Don Juan.» Estas ideas se repiten en otros escritos de La deshumanización del arte (Ortega, 1993: 382).

 

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El tratamiento crítico que hace La Rubia Prado de San Manuel Bueno, mártir entra de lleno en la praxis deconstructora y denota una precisión de términos y un conocimiento de la producción literaria de Unamuno muy superior al ostentado en el fallido intento de Gonzalo Navajas (1992) en Unamuno desde la posmodernidad. Antinomia y síntesis ontológica.

 

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De forma semejante a como la sonoridad pertenece a la historia, frente al silencio intrahistórico, podría afirmarse que las connotaciones de cambio temporal afectarían a aquel nivel, mientras que la paz eterna sería característica de la intrahistoria.

 

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La identificación sentida por Ángela respecto a la personalidad de don Manuel conlleva que el proceso de ocultamiento enmascarador se trasmita de un personaje a otro. Dicho de forma más explícita, lo que el párroco oculta a sus feligreses tampoco lo comunica Ángela al obispo interesado en promover el proceso de beatificación de don Manuel.

 

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El clima de tolerancia que evidencia la población de Valverde de Lucerna se encuentra en plena consonancia con la caracterización que del nivel intrahistórico   —237→   aparece a lo largo de la producción literaria de José Jiménez Lozano. Este escritor, al estudiar la intransigencia que ha afectado a la historia de España, se ha referido una y otra vez al sedimento respetuoso de la convivencia intrahistórica que existía en un pueblo al que se le impuso una belicosidad agresiva, ajena a sus propias formas de vida. En Meditación española sobre la libertad religiosa (1966), Los cementerios civiles y la heterodoxia española (1978) y Sobre judíos, moriscos y conversos (1982) de Jiménez Lozano se encuentran ejemplos más que suficientes que evidencian los orígenes espúreos de exclusividades interesadas, sobre las que se irá construyendo el progreso moderno.

 

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La obra ensayística de Julián Marías es muy desigual y, en muchos aspectos, tal vez se encuentre superada desde hace tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta gran parte del pensamiento filosófico actual, con el que este escritor no demuestra estar familiarizado. Sin embargo, Miguel de Unamuno constituye una de sus aportaciones más sobresalientes y valiosas. Tal dato crítico conviene ser resaltado, en contraste con el silencioso desdén con que Ortega y Gasset trató a los escritos de Unamuno. Marías, considerado discípulo de aquél, sabe reconocer con generosidad y amplitud de miras lo que su maestro tendenciosamente ignoró. Harold Raley (1997), en A Watch over Mortality. The Philosophical Story of Julián Marías, ha advertido la elegancia de un ensayista que agradece lo recibido intelectualmente por sus predecesores en el terreno del pensamiento español.

 

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La imposición de categorías ideológicas sobre los escritos de Unamuno incapacita a Elías Díaz para encontrarse en condiciones de advertir y reconocer tanto la riqueza textual como el inconformismo profundo que caracteriza al ámbito intrahistórico de San Manuel Bueno, mártir.

 

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Las últimas palabras que escribe Ángela, a saber: «pero aquí queda esto, y sea de su suerte lo que fuere» (Unamuno, 1971b: 79), implican una espontaneidad en su tarea de biógrafa de don Manuel completamente alejada de los planes calculadores de quien, creyendo en el triunfo histórico, se siente obligado a dejarlo todo bien atado, subordinándose a finalidades ajenas a la existencia genuina y real.

 

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Numerosos críticos, al referirse al párroco de San Manuel Bueno, mártir, afirman contundentemente que ese personaje no tenía fe. Tal categorización caracterizadora es completamente ajena al ser agónico de don Manuel, en lucha continua consigo mismo para creer de una forma que a él le resultara satisfactoria. Ahora bien, quizás la evidencia buscada y no encontrada por este párroco sea incompatible con la vivencia de la fe a la que se refiere el propio Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida (1971c) y La agonía del cristianismo (1966). Precisamente, la falta de evidencia de don Manuel para creer lo que profesa y la dedicación completa a su ministerio pastoral ya son indicios más que suficientes para caracterizar a la fe de este personaje como agónica, es decir, en pugna con un universo racionalista, del que se abomina, con frecuencia, en los escritos de Unamuno. Eugenio G. de Nora (1979), en La novela española contemporánea (1898-1927), sabe reconocer la fe de don Manuel, al advertir que este personaje no sólo actuaba de santo ante sus feligreses, sino que objetivamente era lo que representaba.

 

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Aunque los conceptos de historia e intrahistoria también resultan básicos para comprender adecuadamente la producción ensayística de Américo Castro, considerados en su ejecutividad textual no son completamente equivalentes a los que aparecen con el mismo nombre en los escritos de Unamuno. En éstos, la intrahistoria se caracteriza por una paz eterna. Sin embargo, en los de Américo Castro, los conflictos de la historia logran penetrar la vivencia intrahistórica.