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En el Romance XIX de Meléndez, «El Colorín de Filis» (a. 1785), ésta despide a su jilguero, al tiempo de darle la libertad: «'¡Ay!', dijo la bella Filis, / y suspiró dulcemente, / '¡qué mal, jilguerillo, pagas / lo mucho que a mi amor debes!...'» (vs. 29-32).

 

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En «La Despedida» (1898) de Cienfuegos -imitación de la canzonetta «La Partenza» (1746) del Metastasio-, cada octavilla remata, a manera de ritornello, con una pregunta del yo a punto de partir: «¿me olvidará mi amor?, ¿...habrá una ingrata / que olvide tanto amor?,... ¿si, alevosa, / olvidará mi amor?», etc.; excepto las tres últimas, no están dirigidas a Nais -tu amada-, sino a un generalizado vosotros, los conocedores de la ausencia de amor, a los que apostrofa al comienzo de la composición: «Venid, venid, piadosos, / y consolad mi pena, / los que el amor condena / a mi crüel dolor. / Oh vos, que habéis probado / la ausencia un solo instante. / Yo parto y soy amante, / ¿me olvidará mi amor?...» (vs. 1-8).

 

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Así en «A la Ausencia» de Moratín: «Prófugo, triste, en mi destino incierto, / dejé mi choza y mis alegres campos / y los muros de Mantua generosa, / y al bienhadado Coridón y Aminta, / y al constante en amor Alfesibeo; / todo lo abandoné. Por ignorada / senda me aparto con errante huella, / y atrás volviendo alguna vez los ojos / adiós, mi patria, sollozando dije; / adiós, praderas verdes...» (vs. 10-19).

 

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Es el caso de las tres primeras estrofas de «¡No hay nada más triste que el último adiós!» (1843) de Coronado. El yo se dirige a un vosotros (tú generalizado) a los que comunica su experiencia de dolor en la separación: «Si dos con el alma se amaron en vida / y al fin se separan en vida los dos, / ¿sabéis que es tan grande la pena sentida / que nada hay más triste que el último adiós?...» (vs. 1-12).

 

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En el romance «Mi Despedida» (1793) de Mor de Fuentes, el yo que se despide de las tópicas ninfas de nombre bucólico -sobre todo, de Clori-, es identificable con   —156→   el propio autor, pues hace alusión a su marcha a Madrid para labrarse un futuro profesional, y a su autor preferido, Meléndez, al que llama «tierno zagal del Tormes»: «Quedad adiós, dulces ninfas, / a cuyo halago amigable / se inflamó mi escaso numen / desde los mismos umbrales / de la vida... / ¿No fuera aun mejor holgarse / con Filis, Laura o Dorila / en estrechez entrañable, / que lejos de su presencia / ir por siempre a desterrarse?... / Y en tanto, adiós, Clori mía...» (vs. 5-9, 32-36 y 61).

 

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Por ej., en «La Partida» (1831) de Estébanez Calderón, la convencional voz femenina de la pastora que lamenta la marcha de su pastor amante y le promete fidelidad: «Ayer, ¡cruda pena!, / mi Tirsis se fue, / llevando a otros prados / su hato a pacer...» (vs. 1-4).

 

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«Y decirme: «¡Ah, cruel! ¿Así te alejas / del tesoro de gracias y de amores / que en ella te ofrecí, y a los dolores / abandonada y sin piedad la dejas?...» (vs. 14-17) y «¿Y nos dejas, infiel? ¿Y así abandonas / tantas horas de afán? ¿Y así al olvido / la flor darás de tus primeros días, / que tantos lauros a tu sien prometen?...» (vs. 1-4).

 

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«¡Ay!, ¡adiós, patria!, ¡adiós, gloria!, / ¡pasado que se derrumba...! / ¡adiós todo!... / Cantemos entre ruinas...» (vs. 1-3 y 7).

 

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Ejs.: a) «El Suspiro» (a. 1814) de Meléndez; b) «A él» (h. 1845) de Gómez de Avellaneda; c) «Adiós, España, adiós» (1847) de Coronado; d) «A González de Candamo» (1786 ó 1787) de Meléndez y e) «A la Reina Cristina...» (1840) de Campoamor

 

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Ejs.: a) «La Partida» (1777 ó 1779) de Meléndez; h) «Letrilla III» (1818) de Rivas y c) «El Paje Español Pedro Fajardo», I (1842) de Arolas.