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El desafío de los seres anamnéticos, insertos en el ámbito de la intrahistoria, a los poderes históricos, aun siendo una constante ineludible en el conjunto de la producción literaria de Jiménez Lozano, cobra una relevancia sobresaliente en lo narrado teológicamente en El mudejarillo (1992a) y La boda de Angela (1993d).

 

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De la misma forma que podría hacerse todo un estudio deconstructor del poder en el conjunto de la producción literaria de Jiménez Lozano, también es posible elaborar un análisis crítico de los textos de este escritor en función de la apariencia enmascaradora que está amenazando la realidad numénica de lo acontecido. Sin embargo, aquí no se está implicando la defensa de una aproximación hermenéutica basada en la oposición binaria apariencia-realidad. En los escritos de Jiménez Lozano hay elementos textuales más que suficientes que deconstruirían todo tipo de estructura jerarquizante de dominación, fundamentada en cualquier oposición binaria.

 

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El título y gran parte del contenido temático de «Desde mi Port-Royal» (1983) está en correspondencia intertextual directa con la experiencia teológica y literaria del jansenismo, novelada en amplios discursos narrativos que se extienden desde Historia de un otoño (1971) hasta Teorema de Pitágoras (1995a) de Jiménez Lozano.

 

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«A fuerza de leer, y comentar en clase, se me ha metido en la cabeza que hay cierto factor esencial en nuestras letras, y que cabría explicarlo desde mi punto de vista» (A. Soria Olmedo, 1992. 444).

 

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Ya lo había dicho en unas palabras acerca de su poética a la cabeza de los poemas colectados para la Antología de Gerardo Diego en 1932: «Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma» (G. Diego, 1991: 379).

 

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Desde los 18 versos con que se presenta el poema típico de este libro inicial, las composiciones de Salinas se irán dilatando progresivamente hasta llegar a El Contemplado. Sólo Confianza retrocede en esta tendencia (I. Prat, 1983: 102).

 

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Alguno de ellos recordado aún en el «Prefacio» de Todo más claro.

 

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«Creo... que he encontrado mi forma. Es, sí, verso libre. Hasta ahora en España no se han hecho apenas intentos de esa forma. Yo creo que es la que más conviene a mi espíritu y al mismo tiempo la que más se necesita cultivar en castellano» (Salinas, 1984: 134).

 

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Vid. ahora Díez-Canedo y Fortún (1994).

 

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Más tarde valora así el alcance de lo que supuso medio siglo (1900-1935) de literatura en lengua castellana señalada por «el signo del lirismo»: «Una transformación del lenguaje poético, no conocida en la poesía española desde el gongorismo, y de mucho más empuje y alcance, ya que afecta a todos los conceptos hereditarios y admitidos sobre limitaciones estéticas, moldes métricos y convenciones idiomáticas» (Salinas, 1983: III, 228).