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ArribaAbajoFelipe Benítez Reyes: Humo

Felipe Benítez Reyes


(Barcelona: Planeta, 1995)

[Palabras pronunciadas en el acto de presentación de la novela]

HUMO es una novela realista en la medida en que la realidad es caótica y un poco incomprensible. Imperceptiblemente misteriosa también, como un tablero de ajedrez en el que los jugadores moviesen las piezas sin conocer demasiado bien las reglas del juego, dando pie a jugadas imprevistas, a eliminaciones fortuitas de piezas y a derrotas o triunfos inesperados.

Mi intención ha sido la de reflejar una realidad incoherente pero misteriosamente ordenada, como si fuese una partida de ajedrez jugada por alguien que no conociera del todo las reglas.

He querido instalar a los personajes en un marco de ficción verosímil pero inquietante, rozando siempre el límite en el que la realidad se convierte en un minucioso absurdo. A mí me gustan las novelas con clima -incluso con un clima poco soportable-, tal vez porque tengo el prejuicio de que los personajes se convierten en marionetas y en   —424→   simples charlatanes si no están envueltos en esa cosa imprecisa que es el clima, el ambiente; si el clima, el ambiente, no es, en definitiva, el protagonista esencial de una novela.

HUMO es una novela sobre el fracaso. Pero no un fracaso sublime y heroico, de esos fracasos tan distinguidos que hay en tantísimas novelas, sino un fracaso cotidiano y sin relieve. El protagonista es un tipo sin importancia para nadie que no sea él mismo, lo cual es una de las formas más ridículas de la soledad. Un tipo que confía en el futuro más que en el presente y al que el futuro no le llega nunca, que es lo que suele ocurrir con los futuros... salvo que sea para mal.

A mí me gustan mucho las películas en las que se cuida especialmente la galería de personajes secundarios, y en esta novela hay muchos secundarios que tienen una función decisiva en ella, tanto o más que el protagonista central. Mi propósito ha sido el de acotar una pequeña parcela de la realidad y mirarla con lupa. Y ya se sabe que cuando la realidad se mira con lupa lo que allí aparece son monstruos ocultos y objetos deformados.

Nabokov siempre avisó de la importancia literaria de los detalles, y yo, para no llevar la contraria a mis mayores, he procurado llenar esta novela de detalles. Detalles que he intentado que cumplan una función de referentes elípticos y a la vez de símbolos recurrentes dentro de la trama, y no sé si me explico.

Una novela recién publicada es algo muy parecido a un acto involuntario: hasta que uno no tiene tiempo de pasar ese acto por el filtro de la conciencia no sabe si lo que ha hecho está bien o está mal.

Yo me conformaría con haber escrito una novela digna que encerrase alguna que otra sorpresa estilística, alguna peripecia amena y alguna reflexión sobre la extraña y maravillosa condición humana.

Porque si para algo sirve escribir no creo que sea para conocer mejor el mundo y sus protagonistas, nosotros, sino para convencernos de que no hay apenas nada que conozcamos de verdad, aunque la literatura, ese fascinante artificio, nos ponga ante los ojos del espejismo ordenado de la realidad, ese espejismo que necesitamos más o menos desesperadamente para no tener siempre ante nosotros el vacío.