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No obstante continuó con esta lengua cuando ya estaban en Washington, aunque el total de páginas escritas, setenta y siete (Camprubí, 1995: 227-304), no es demasiado elevado.

 

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Palau de Nemes (Camprubí, 1991: XVI-XIX) incluye también razones psicológicas: el reencuentro con la tierra norteamericana le hace revivir su parte americana; mientras que, cuando está en Washington, es la cultura y la lengua hispánicas lo que añora.

 

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Éste es un tema recurrente, muy frecuente a lo largo de todo el Diario. Sólo indicamos algunas páginas a título de ejemplo (Camprubí, 1995: 34, 46, 48, 140, 142, 143, 153, 171, 182, 200, 221-22, 244-46, 339, 342, etc.).

 

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Son varios los puntos coincidentes entre Zenobia y Amiel. Éste piensa que el Diario es «un desahogo psicológico, un solaz, una golosina, una actividad perezosa, una falsa apariencia de trabajo» (Amiel, 1996: 108).

 

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Aunque debemos reconocer que de este estado anímico también es responsable el no encontrarse bien físicamente.

 

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Afirmación que se ve reforzada por el hecho de que en ninguno de los dos volúmenes haga referencia a la historia, o al menos a la figura, de Marga Gil Roëssert, de reciente aparición en la prensa (Berasátegui, 1997), y que tanto perturbó a la pareja. La misma reserva se da en sus cartas (Cortés Ibáñez, 1996). Observamos alguna excepción en esta reserva (Camprubí, 1995: 198, 327, etc.).

 

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En una ocasión, al igual que ocurre varias veces en el volumen primero (Cortés Ibáñez, 1994: 198), la interrupción se produce por motivos ajenos a la voluntad de Zenobia y poco después continúa en el punto en que se quedó (Camprubí, 1995: 84-5). No recuerda qué iba a decir, pero «probablemente», tal y como indica, se refiera a Juan Ramón, eje principal de todos sus pensamientos.

 

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Existe alguna otra digresión (Camprubí, 1995: 103) pero nunca de esta extensión.

 

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Hay que señalar que, al hacer recapitulación de acontecimientos, no se limita a recoger lo ocurrido en 1941-1943, sino que retrocede más en el tiempo, llega, incluso, a 1939. Por ello se aprecia más que estamos fuera del texto del Diario propiamente dicho.

 

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Dos años más tarde, en 1945, el Diario lo escribe en una agenda para ese año (Camprubí, 1995: 253-304).