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Gracias a la nota aclaratoria -n.º 20- de la editora Graciela Palau de Nemes (Camprubí, 1995: 236) sabemos que Zenobia y Juan Ramón estuvieron en la Universidad de Duke, de mayo a julio; en agosto, en Washington, ciudad en la que se asentaron definitivamente en noviembre de 1942.

 

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Aquí recordamos lo que Amiel (1996: 79) incluye en su Diario: «Falsedad del diario íntimo. No dice toda la verdad; refleja los desánimos, desfallecimientos, repugnancias, debilidades, más que los momentos de felicidad [...] Es confidente del sufrimiento y no de la felicidad [...]». Y, en realidad, el de Zenobia recoge más momentos amargos que felices -pensamos que su vida fue así-.

 

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Cuando abandonaron España lo hicieron con pasaporte diplomático y Juan Ramón fue nombrado agregado cultural honorario de la Embajada de España en Washington (Camprubí, 1995: 142, nota 193).

 

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El detalle no es privativo de Zenobia; Amiel (1996: 115) reconoce estar perdido en él.

 

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Tal y como indica la editora, Zenobia suele leer libros acabados de publicar (Camprubí, 1995: 30, 34, 38, 42, 89, 191, 213, 234, 244, 272, etc.), aunque con alguna excepción (Camprubí, 1995: 19). La lectura la transporta a tiempos pasados, como ocurre con This is my Story, de Eleanor Roosevelt (Camprubí, 1995: 37). Podemos afirmar que, en general, los autores que lee son extranjeros, sobre todo americanos; por señalar alguno de los más conocidos: Hemingway, Malraux, Maurois, etc.

 

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Hoteles de Miami como el Albion, el Nautilus y el Sevilla (Camprubí, 1995: 170-72). Restaurantes de esta misma ciudad: Alkazar, San Sebastián y Green Candle (Camprubí, 1995: 12, 144, 172). Clubs y restaurantes de Nueva York y Washington: Butler Hall, Art's Club, Sulgrave, Congressional Club, Garfinkel, Trois Lions, Meridian Hill, Schraffs, Pierre, etc. (Camprubí, 1995: 130, 288, 340, 258, 271, 280, 285, 294, etc.).

 

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Ya hemos hecho referencia a los viajes que realizan los dos en su coche cuando Juan Ramón da conferencias en la Universidad de Duke. Cuando ya viven en Washington Zenobia viaja para visitar a sus familiares (Camprubí, 1995: 282-86); en algunas ocasiones van los dos juntos a Nueva York, conduciendo Zenobia (Camprubí, 1995: 307-309).

 

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Mi cuarto, Malgrat, Barcelona, Sarriá, Tarragona, Valencia, Newburgh, Flushing, Amity St., [Paseo de la] Castellana, [Calle] Conde de Aranda, [Calle] Velázquez, [Calle] Padilla, Cuba, Coral Gables, Washington, Riverdale y [Buenos Aires] (Camprubí, 1995: 318-31).

 

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De la casa de Malgrat recuerda lo grande que era su cuarto y la «seguridad de la gran cama hospitalaria» de su madre (Camprubí, 1995: 319). Su segunda habitación fue compartida con la abuela, en el hermoso piso del Paseo de Gracia; de ella guarda más y más precisos recuerdos: su primera biblioteca -antes de los ocho años-, sus primeros vestidos y el primer recuerdo triste: la muerte de la abuela (Camprubí, 1995: 321). El primer cuarto para ella sola es el de la casa de Sarriá: pequeño, daba al jardín y se completaba con una salita contigua, exclusiva para Zenobia -aquí vivió de los nueve a los doce años-. En este cuarto Zenobia comenzó a sentir responsabilidad e independencia: «la estancia en esta casa no era del todo feliz por la sombra de papá y porque Raimundito se empezó a 'descarriar'» (Camprubí, 1995: 323). Desde su cuarto de Tarragona veía el mar y, durante su estancia en esta casa, despertaron en ella nuevos sentimientos: ya se iba haciendo una señorita.

La vida en Valencia fue gris y aburrida; sentimiento fuerte que hasta borró el recuerdo de su cuarto: «¡Parecía que la vida se había secado!» (Camprubí, 1995: 325). De la habitación que ocupó en Newburgh -cerca de Nueva York- lo mejor era la vista: el río, helado en invierno y azul en verano. Instalada en Nueva York, en el área residencial de Flushing, fue completamente feliz; no era sólo su pequeño cuarto, dando sobre árboles y praderas, era también el ambiente y la cantidad de amistades que tenía. Con ello nos anticipa la faceta de su carácter que después mostrará tantas veces. Viviendo en la casa de Amity St., Zenobia se da cuenta de la realidad de su familia, de las estrecheces económicas, si se compara con la familia de su madre. De regreso a Madrid, ocupa un dormitorio, el último antes de su boda, cuyo balcón da a la Castellana. No fue   —135→   feliz en él; allí tuvo que abandonar la idea de regresar con toda la familia a EE.UU., para establecerse en ese país, y aceptar la de organizar su vida en España.

El primer dormitorio de casada fue el de la calle Conde de Aranda: triste pero cómodo, con vistas a un patio. En la siguiente casa, de nuevo, tuvo dormitorio propio. Muerto su padre, la madre fue a vivir con ellos y cambiaron de piso, ahora en la calle Velázquez; el dormitorio del matrimonio daba al Guadarrama, «unas veces nevado y otras azul» (Camprubí, 1995: 329). Es la casa que más gustó a Zenobia. Nuevamente cuartos separados en la calle Padilla.

A partir de aquí sus restantes dormitorios estuvieron en el extranjero. En La Habana, en un hotel con vistas al Caribe; en Coral Gables, los dormitorios eran «confortables y americanísimos» (Camprubí, 1995: 330). En Washington, el cuarto de Zenobia daba, por un lado, «sobre chopos» y, por el otro, a «horizontes lejanos» (Camprubí, 1995: 330). El último dormitorio que recoge, en el que escribe estos textos, es el de su casa de Riverdale, que es claro y da al jardín, a la frondosidad de los robles. Pero a Zenobia no le gusta la casa: «este ambiente espantosamente limitado y pequeño burgués que me asfixia» (Camprubí, 1995: 331).

 

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«El género debe entenderse como agrupación de obras literarias, basada tanto en la forma exterior (metro o estructura específicos) como en la interior (actitud, tono, propósito; dicho más toscamente: tema y público)» (Wellek y Warren, 19592: 278).