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En el citado artículo, Lejeune cuenta minuciosamente en primicia al lector español el origen de sus investigaciones en el campo del diario, tras varias décadas de dedicación exclusiva a la autobiografía. Lo que empezó como simple curiosidad en una charla con una colega también profesora, acabó convirtiéndose en un riguroso método de investigación que desveló con las oportunas encuestas entre estudiantes de diversos ciclos y sondeos, a través de anuncios en prensa, cómo el diario no sólo no era una escritura en desuso sino que seguía más viva que nunca, sobre todo entre los adolescentes por adaptarse su forma de expresión a las características de esta fase de la vida: «Mucha gente se imagina que llevar un diario es una costumbre pasada de moda, que ha caído en desuso. Yo sostengo la hipótesis inversa: la práctica del diario está ligada a la escolarización de los adolescentes. La escuela obligatoria para todos, y la prolongación de los estudios no han podido sino desarrollarla» (Lejeune, 1996: 61).

 

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Caballé (1995: 55) se expresa del siguiente modo: «Si en teoría el diario íntimo debería reflejar la subversión expresiva de los vaivenes del alma, en la práctica, las cosas cambiaron mucho para el auténtico diario cuando éste pasó de un estatus privado, connatural, a un estatus público; supuso un acontecimiento importante, tanto desde el punto de vista de la historia de las formas literarias como desde una perspectiva ontológica de la literatura».

 

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En ese sentido Caballé da cuenta de la importancia de todo ese material acumulado por muchos escritores cuando en algún momento de su vida sirve como material de base para la consecución de sus propias obras: «es muy frecuente que tanto la literatura de ficción como la de no ficción se apoye en un material de trabajo recogido en diarios que ayuden a la reconstrucción de lo que se pretende» (Caballé, 1995: 57).

 

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Una maleabilidad expresada por Muñoz Millanes (1996: 137) en los siguientes términos: «así efectúa una lectura fetichista de la realidad, es decir, arbitrariamente parcial».

 

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Un saco sin fondo de la escritura: «Desde el momento en que el diario deja de encerrarse en el discurso introspectivo únicamente, se vuelve el receptáculo de todos los tipos de escritura, prácticamente sin límite» (Didier, 1996: 39).

 

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Muy agudamente reconoce Didier (1996) que el diario tal y como fuera conocido en el XIX y en la primera mitad del XX no parece ya posible por cuanto la noción de individuo ha cambiado radicalmente, pero reconoce muchas posibilidades en la modalidad literaria del diario al incorporar en su lecho técnicas narrativas de lo que supone una apropiación.

 

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Ésta dice de él: «Entre 1897 y 1902 Unamuno apunta en un cuaderno algunas meditaciones doloridas: publicadas en 1970 bajo el título -escogido por los editores- Diario íntimo, nos ofrecen un ejemplo opuesto a los anteriores: es un texto íntimo, pero no es un diario» (Freixas, 1996: 6-7).

 

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«Pues en tanto que fetichista, el escritor de diarios se aferra a los detalles como un mecanismo de defensa: retira la atención hasta su periferia a fin de amortiguar el impacto de un drama histórico», aclara Muñoz Millanes (1996: 146).

 

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Esta desorganicidad textual expandida en sus diversos niveles lleva a Pope a cifrar las características más importantes del diario en los siguientes términos: «El escritor de un diario, a pesar de que anota hechos de su vida, no puede visualizar la importancia que ellos adquirirán en el transcurso de su existencia y carece de la posibilidad de estructurarlos para presentar una imagen coherente de su persona. Se ocupa, generalmente, de sólo un período, en el cual el ocio o el interés incitan a su autor a que deje constancia de las acciones del día para más tarde abandonar la empresa acaso cuando sus actividades se toman más urgentes e interesantes. Repetición, falta de equilibro, una ausencia de relación entre el detalle con que se trata un asunto y la importancia de él, son elementos frecuentes del diario» (Pope, 1974: 3).

 

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Bou refiere las características más destacadas de esta discursividad: «...quien escribe un diario se interesa por anotar los hechos de cada día, personales, familiares, literarios, político-sociales. Necesita el diario de unas mínimas condiciones: anotaciones periódicas, atención hacia lo inmediato, entidad literaria. Se caracteriza también por la monotonía, la repetición de días, con sus gestos y acciones, visitas, conversaciones, lecturas. Tres elementos son fundamentales: el narrador escribe en primera persona, acerca de sí mismo; escribe sobre la realidad diaria, con un dominio claro del presente en que se produce la escritura, sin acceso al futuro; produce un informe escrito que, evidentemente, decide publicar. Este paso es fundamental, puesto que la publicación afecta de manera precisa a la condición íntima y privada del diario. Del lector único, de la sinceridad «auténtica», pasamos a la sinceridad «manipulada», de cara a un público. Nunca sabremos cuánto de ese diario ha sido suprimido, reescrito» (Bou, 1996: 124-5).