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La inclusión de la escritura como parte significativa dentro del proceso hermenéutico se justifica por el sentido que adquiere el gesto constructivo de la significación en la etapa de materialización del texto justo antes de la lectura, verdadera fase interpretativa plena del texto. Desde este punto de vista resulta pertinente la inclusión del estudio de Lledó (1985) en la compilación de José Domínguez Caparrós (1997).

 

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Todas las traducciones del francés original, tanto de Saussure como de Rousseau, son mías.

 

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Aquí el término «representación» puede no significar lo que entendemos normalmente por transcripción de una lengua por su escritura, ya que las escrituras antiguas podían no representar una lengua determinada y constituir sistemas de significación autónomos y desligados de la lengua hablada.

 

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La decisión al parecer vendría no tanto de la escritura (la ortografía) sino de la ausencia de reconocimiento del lingüista que, en opinión de Saussure, «no tiene voto» en esta cuestión (1972: 47).

 

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Sobre la relación pintura/escritura y la teoría de los «gramas», véase Camarero (1998).

 

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En el último decenio del siglo XX, investigaciones avanzadas en Neurología han demostrado que algunas de las intuiciones de Rousseau han resultado ser proféticas. En el Essai sur l’origine des langues (1995: 380) Rousseau dice que «en el principio no fue la razón sino el sentimiento», aseveración que, a la luz de los últimos descubrimientos de Goleman («inteligencia emocional») y LeDoux («cerebro emocional»), adquiere una dimensión de revolución copernicana. En efecto, se ha demostrado que la razón se aloja en el córtex, en un grupo de células que forman la parte externa del cerebro, y que la emoción se aloja en la amígdala, una estructura que forma parte del sistema límbico en el interior del cerebro. Hay por tanto dos «inteligencias», dos «mentes» en nuestro ser. Y además hay otro dato que confirma plenamente la tesis de Rousseau: la razón, alojada en el córtex, se ve determinada por una mayor cantidad de conexiones neuronales que provienen de la amígdala, donde se aloja la emoción (mientras que el córtex tiene tres conexiones en dirección a la amígdala, esta tiene nada menos que nueve conexiones en dirección al córtex).

 

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Las cuales despiden un «brillantísimo, maravilloso resplandor» y son «azules como el cielo, encanto de las mujeres, tormento de los zapateros y asombro de los sabios» (Castro, 1973: 114).

 

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Las mujeres pertenecen a distintas clases sociales, desde la jovencita de barrio pobre (Dorotea), las mujeres «de alta sociedad» (como la señora Vinca-Rúa o la duquesa de Pampa) hasta la singular Casimira, la «mujer fuerte», de la que hablaremos más adelante.

 

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Entendemos por intertexto un texto A (anterior) presente en un texto B, de tal modo que se hallen en una relación de evocación consciente o inconsciente, más o menos explícita, parcial o total, con renovación o transformación creativa del texto A en el texto B (definición establecida con ayuda del Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin).

 

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Otras alusiones a la amistad pueden verse en las pp. 168, 171, 172, 174, 175 y 177 de la edición que hemos seguido.