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Sobre el códice salmantino de la «Exposición del Libro de Job», de fray Luis de León: problemas textuales y resultados estilísticos

Javier San José Lera



Al pensar en un trabajo que presentar en este Seminario Internacional no he querido prescindir del hecho de que el mismo se plantee como homenaje a José Manuel Blecua. La labor crítica que el profesor está realizando sobre textos de fray Luis de León, me animó a plantear en esta ponencia la experiencia de mi trabajo crítico sobre uno de los textos más complejos de fray Luis.

No quiero hacer una erudita y aburrida disertación ecdótica, como podría desprenderse del título de mi intervención, entre otras cosas porque no me considero capacitado para ella. Simplemente pretendo compartir con Uds. algunos de los problemas con que me he encontrado a la hora de editar el códice. Para ello, comenzaré ocupándome del problema que considero central: el de la autografía; a continuación plantearé los condicionamientos textuales que impone la naturaleza del manuscrito; por último expondré los resultados obtenidos.






I

El manuscrito, conservado con el número 219 en la Biblioteca Universitaria de Salamanca, contiene la obra más extensa en prosa castellana de fray Luis de León, la Exposición del Libro de Job. Se trata de un tomo en 4.º que la crítica tradicionalmente y casi sin discusión ha aceptado como autógrafo de fray Luis1, debido fundamentalmente al gran número de correcciones con que están castigados sus 518 folios, y que le dotan de un valor crítico incalculable. Sin embargo, en esta consideración autógrafa estriba el primer problema textual del manuscrito, problema puramente material, pero de cuya solución depende la posibilidad de acercamiento eficaz al códice y el planteamiento del estudio textual. Ese problema material consiste en que a simple vista se aprecian en el códice al menos tres letras diferentes responsables del traslado del texto al papel y sin considerar algunas anotaciones marginales cuya letra no coincide en absoluto con ninguna de las tres del cuerpo del texto.

Este primer acercamiento visual nos obliga a considerar la autografía como un mero punto de partida, una hipótesis de trabajo que, como señala Armando Balduino, debe ser puntillosamente verificada mediante un cotejo con páginas de segura autografía, como pueden ser cartas u otros escritos privados2.

En este sentido, he realizado la comprobación con dos textos cuyo carácter autógrafo es indudable, puesto que aparecen firmados por fray Luis y avalados por sendos documentos notariales. Se trata de dos escritos de fray Luis de León recogidos en el manuscrito 391 (fols. 5rº y 14vº) de la Biblioteca Universitaria de Salamanca3.

Se trata de un álbum donde se recopilan diversos documentos sobre la vida del agustino «para honrar su memoria». En el «Índice de las cosas contenidas en este tomo» (fol. 3vº), en el punto 4.º leemos:

«Proceso original seguido ante el Maestrescuela en 1560 por Fr. Luis de León sobre el derecho de asistir a grados, en el cual hay varios papeles escritos de su puño y letra, igual a la del Libro de Job».



En estos documentos se comprueba que la letra coincide plenamente con la de parte del manuscrito 219, como indica el copista, y contrasta por su claridad con la cortesana de los notarios y de las actas de los claustros que se incluyen como pruebas del proceso. Los documentos, firmados y rubricados ambos por fray Luis, aparecen avalados por la firma y rúbrica de los notarios Bartholomé Sánchez y Andrés de Guadalajara, respectivamente. Por otra parte, dentro del proceso encontramos otro documento de fray Luis, en este caso no autógrafo, y que contiene una fórmula inicial que especifica la no autografía: «El fray Luis de León por psona de pror ...», contrastando así con los auténticamente autógrafos.

La claridad que comprobamos de la letra de fray Luis coincide con el testimonio que de ella nos ha dejado el Padre Manuel Vidal:

«Gran copia de libros de una y otra lengua [griego y hebreo] vi i registré en la librería (que nos consumió el incendio del año 1744), firmados i anotados de su mano (que por que nada le faltasse, su letra era clara i bien formada, i mui conocida entre las demás antiguas) i ahun por esto se nos hizo más sensible el daño»4.



No obstante, he dicho que efectivamente la letra coincide con la del ms. 219, pero sólo en parte. ¿Qué quiere esto decir? La letra de fray Luis no es en ningún caso tan personal que no pueda confundirse con la de sus contemporáneos. Así lo expresa Karl Vossler:

«sigue de una manera tan regular el tipo de la letra cursiva española usual entonces que, al contemplar los manuscritos de sus poesías y sus muchas correcciones y apéndices, no se sabe -o se duda- si se trata de autógrafos del poeta o de copias de los contemporáneos con modificaciones, correcciones o amplificaciones de sus amigos y admiradores»5.



Sin embargo, ya en 1919, el P. Gregorio de Santiago había apuntado la teoría de que existe más de una mano responsable del códice salmantino:

«Comienza el texto de letra del autor bastante clara y limpia, con pocos borrones ni enmiendas hasta concluir el capítulo XVI [...] El XVII comienza ya con otra letra, más clara y mejor formada que la de fray Luis, en que no hay tachaduras ni enmiendas, y de este modo sigue el texto hasta el versillo 19 del XXXIII [...] De aquí hasta el fin vuelve la letra de fray Luis»6.



Esta opinión del estudioso agustino es tanto más valiosa cuanto él mismo señala su familiaridad con la letra de fray Luis, y es capaz de reconocer incluso las pequeñas variaciones de la letra personal producidas por el paso del tiempo. Dice a propósito de un códice de las poesías:

«Las composiciones restantes [...] también están escritas por Fr. Luis, aunque no lo parezca a primera vista, por haberlo sido en otro tiempo y tener algo más pequeño el tipo de letra [...] No obstante ser para nosotros tan conocida la letra de Fr. Luis, no hemos confiado en la experiencia propia, consultando sobre el particular a personas más inteligentes, quienes han confirmado nuestro parecer»7.



Resulta sorprendente el poco o ningún caso que se ha hecho a esta apreciación de Gregorio de Santiago Vela, cuando además resulta casi exacta. Y digo casi porque, desde mi punto de vista, el cambio de letra no se produce en el capítulo XVII (fol. 225r), sino un poco antes, concretamente en el folio 222r. Y no sólo cambia la letra, como puede apreciar a primera vista, insisto, cualquiera que vea el códice, sino que además cambian notablemente los hábitos ortográficos: grandeza, llaneza, fortaleza, alzar, ensalzar, frente a las formas anteriores con «ç» grandeça, llaneça, etc.; corazón frente a coraçón; venze frente a vençe; dice, diçe, diciendo, deçíamos, frente a las formas sistemáticas dize, diziendo, dezíamos de la parte anterior; conmigo frente a comigo; pecado frente a peccado; autor frente a author e incluso aucthor; tan frente a tam, etc.

Cambian también algunos usos gráficos, fundamentalmente la escritura de «que» no abreviado en un porcentaje mucho más alto que en la primera parte del ms. o en la parte final del mismo (a partir del folio 380) y la escritura de -ss- como beta [ß], frecuente en esta parte central e inexistente en las partes inicial y final.

Cambia además el sistema de anotación de los versículos, no integrando el número en el texto como hasta entonces, sino anotándolo al margen. Además, sistemáticamente se incluye el reclamo al final de todos los folios, rectos y vueltos, hasta el folio 379r inclusive, cuando anteriormente sólo se hacía al final de cada cuadernillo.

Un criterio exclusivamente cuantitativo puede servir de apoyo para plantear la hipótesis de la no autografía de la parte central del códice salmantino: los 157 folios comprendidos entre el 222 y el 379, contienen tan sólo 200 correcciones, cifra realmente escasa si consideramos que el mismo número de folios, 157, pero al principio del códice (original autógrafo), contienen más de 650 variantes, y los últimos 138 folios -desde el 380 hasta el 518- contienen casi 1600 variantes.

Estos indicios avalan la hipótesis de la no autografía de todo el códice salmantino y nos muestran tres partes claramente diferenciadas, autógrafas la primera (ff. 1-222) y la última (ff. 380-518) apógrafa la del medio (ff. 222-379), a las que habrá que dar diferente tratamiento textual. Así pues, siguiendo la tipología establecida por Alberto Blecua8, encontramos que el manuscrito 219 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca presenta la forma de tres de las variantes posibles: contiene un original autógrafo, un apógrafo y un borrador autógrafo.

Como hipótesis general del proceso de escritura, creo que fray Luis terminó en marzo de 1591, como él mismo escribe9, la elaboración inicial de la obra; desde ese momento hasta su muerte en agosto del mismo año, copió en limpio los primeros 222 folios, quedando el resto en el borrador original. La labor de traslación a limpio fue continuada por un copista, que se interrumpió, quizá por urgencia del editor, quizá por cansancio personal.




II

A partir de esta peculiaridad del manuscrito de la Exposición del Libro de Job, y del hecho de encontrarnos ante una tradición determinada por un códice único debemos establecer un método textual apropiado al caso. Las dificultades no consisten en este caso en la confrontación de los testimonios para elegir entre lecturas diversas, como puede ocurrir en el caso de la conservación de varios manuscritos10. En este caso el interés del manuscrito consiste en permitirnos asistir a las diferentes fases redaccionales, al texto en construcción11.

Sin embargo, deberemos conceder distinto valor a las diferentes variantes según aparezcan en una u otra parte del códice. Así, estableceremos una clara diferenciación entre lo que son correcciones del copista, que subsana errores propios del acto de copiar cuando los percibe al volver al original, y auténticas variantes de autor, entendiendo como tal las modificaciones que el propio autor va incorporando al texto en el propio proceso de creación y que señalan varias fases de redacción12.

Según esto, y a partir de los datos externos e internos aportados anteriormente, que nos permiten apuntar la hipótesis de que la parte central del códice es un apógrafo, aquellas variantes que aparecen entre los folios 222 y 379 serán correcciones, en el sentido específico que he establecido, y el resto auténticas variantes de autor.

Con este método crítico ad hoc, impuesto por las especiales características del caso, puede afrontarse el examen de las variantes, que ofrece resultados significativos.




III

En efecto, aquellas variantes que aparecen en la parte apógrafa del códice pueden explicarse sin dificultad como errores de copia subsanados: se añaden entre líneas palabras, normalmente de escasa entidad fónica (preposiciones, pronombres átonos, otros monosílabos), que se habían olvidado en la memorización del texto; se sustituyen palabras confundidas inicialmente por su parecido o por su proximidad en el contexto; se subsanan trivializaciones iniciales. En ningún caso, estas correcciones muestran una motivación estilística determinada, a diferencia de las variantes de autor de las partes autógrafas del manuscrito.

El resultado del análisis de estas variantes nos muestra no un proceso de creación, sino un proceso de copia sobre un original previo, conclusión que se ve avalada por otros datos, como son la existencia de lagunas, de repeticiones, etc.

Son muy escasas y difícilmente analizables las intervenciones del copista sobre el texto, como auténtico autor, para modificar su forma original13. Sin embargo, cuando se producen afectan o bien a la disposición de los elementos de la frase, simplificando la estructura original o reordenando sus elementos para una más clara comprensión, o bien a elementos léxicos que son sustituidos por otros más normales (manida/morada, amatará/apagará).

Muy significativa resulta la sustitución que encontramos en el folio 355r. Conviene en este caso reproducir el contexto en el que se inserta la corrección:

«como el hincar de rodillas, y el juntar las manos, y el herir los pechos son figuras y meneos exteriores religiosos, ordenados para demostrar el culto interior»14.



La disparidad semántica entre uno y otro adjetivo es evidente, pero la sustitución no mejora la capacidad significativa de la frase. Además, el funcionamiento estructural de la redacción inicial parece superior a la definitiva, al crear la pareja «meneos exteriores / culto interior». ¿Por qué entonces esta sustitución? La autocensura o incluso la prudencia para evitar opiniones conflictivas me parece un hábito ajeno a fray Luis de León. Creo que este caso se puede explicar como un ejemplo de censura impuesta por el copista con la finalidad de evitar en el texto del agustino las connotaciones pietistas que podrían deducir los censores de la contraposición de las dos formas de oración. Con la sustitución no sólo se evita la sospecha, sino que además se confirma la religiosidad de esas formas de exteriorización de la oración tan denostadas por los erasmistas. Este esfuerzo por resguardar de sospecha el pensamiento de fray Luis, podría corresponder a una época en la que se trata de vencer las dificultades inquisitoriales para la edición de la obra. Este periodo podría ser en torno a 1776, fecha en que se tramitó la censura para la impresión de la obra.

Puesto que las variantes de autor, tal como las concibe Alberto Blecua15, son correcciones realizadas dentro del proceso creador, parece lógico pensar que se encuentren encaminadas a introducir mejoras en el texto, dentro de la tendencia estilística del autor. Por lo tanto, un estudio de las variantes de autor debe plantearse desde aquellos criterios estilísticos que las originan. Al iniciar el análisis de las variantes de autor se me planteaba el problema de la subjetividad de los resultados, ya que no se trataba de la confrontación mecánica de testimonios, sino de la valoración interna de las variantes, que queda sometida siempre al juicio del editor.

Por otra parte, no quería caer en la tentación, inherente al trabajo de análisis, de forzar los resultados para hacerlos encajar en un esquema formado previamente16.

Para evitar estos problemas consideré imprescindible asentar el análisis sobre la base de la retórica humanística del siglo XVI. Es indudable que este es el marco dentro del cual se desarrolla la prosa castellana de fray Luis de León y fuera del cual es imposible entenderla. El desenfoque que se produce al considerarla fuera de este marco es, según Cristóbal Cuevas, «la clave de tantas incomprensiones y de tantas seudocomprensiones del valor artístico de De los nombres...»17; esta consideración puede extenderse, creo, al resto de su obra en prosa.

La presencia de la normativa retórica como modelo en los escritores del siglo XVI es constante e intensa. La retórica jugó un papel esencial en la formación del nuevo hombre18. Cualquier autor que acudiera a la Universidad se familiarizó, por una parte, con una instrucción teórica de la retórica, centrada en el tratado general de la disciplina y en el uso y comentario de textos preparados, y, por otra, con una enseñanza práctica, cuyo centro eran los ejercicios escritos de estilo (progymnasmas), la memorización de pasajes y los ejercicios orales (declamationes y orationes)19. No es extraño, pues, que con esta formación procurasen imitar los modelos clásicos que habían aprendido y practicado desde la escuela20.

Junto a esta presencia de la formación retórica desde las primeras fases del programa de estudios y como consecuencia de ella, surge la utilización del estilo retórico como rasgo distintivo del hombre culto. En los escritores cristianos, estos elementos se combinan con la utilización de la retórica al servicio de la Teología. Es un concepto ancilar de la retórica que busca la elocuencia eficaz, la eloquentia christiana, que a fray Luis de León llega por la doble vía de San Agustín y de la escuela teológica salmantina, básicamente por su maestro Melchor Cano. En este contexto de importancia radical de la retórica se debe encuadrar la ya tópica, por repetida, afirmación de la dedicatoria del libro III de De los nombres...: «que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juyzio»21.

La aplicación de los principios retóricos clásicos al análisis de las variantes de autor de la Exposición del Libro de Job ha resultado especialmente fecundo y ha puesto de manifiesto las tendencias básicas de escritura de fray Luis, enunciadas de forma teórica en De los nombres de Cristo22:

1) El orden en la composición:

«...porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar».



2) La claridad en la expresión:

«...para que no solamente digan con claridad lo que se pretende dezir...».



3) La belleza fónica y rítmica de la prosa:

«...de las palabras que todos hablan, elige las que convienen, y mira el sonido dellas, y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa, y las mide y las compone...».



Los tres podemos remitirlos a la elaboración de la frase elegante según la preceptiva retórica clásica:

«Quinam igitur dicendi est modus melior [...] quam ut latine, ut plane, ut ornate, ut ad id, quodcumque agetur, apte congruenterque dicamus?» [sub. mío]23.

Los tres términos que he subrayado, latine, plane, ornate, se corresponden básicamente con las tres tendencias esenciales de corrección estilística que muestran las variantes de La exposición del libro de Job: la búsqueda de la claridad (plane), la búsqueda de la precisión (latine) y la búsqueda de la elegancia a través del ritmo (ornate). He denominado a esas variantes estructurales semánticas y rítmicas.

En primer lugar, LAS VARIANTES ESTRUCTURALES, que se corresponden con el principio de la concinnitas. Buscan la claridad expositiva, evitando anacolutos, repeticiones no rítmicas, amfibologías, etc. Tienden a la naturalidad expresiva, como reflejo de un ideal de época, pero sin olvidar el principio de selección, que potencia las conexiones entre las palabras mediante antítesis, paralelismos -anáforas, quiasmos- isocolon, etc., hasta hacer de la sintaxis un elemento básico para la configuración del ritmo.

En segundo lugar, LAS VARIANTES SEMÁNTICAS, que corresponderían a una aplicación de la latinitas. Buscan la precisión de la palabra en los contextos donde prevalece el rigor expositivo, recurriendo en no pocas ocasiones al tecnicismo exegético en sustitución de un término no marcado. Buscan la expresividad, atento siempre fray Luis al mínimo matiz significativo o a la riqueza connotativa, para preferir una palabra a otra. Este mecanismo de creación afecta a un rasgo considerado básico en la prosa del XVI, las parejas de sinónimos24.

En tercer lugar, LAS VARIANTES RÍTMICAS, que se ajustan al concepto clásico de numerus25. Buscan la elegancia de la prosa a través del ritmo. No se puede hablar en sentido estricto de cursus, aunque alguno de los modelos medievales tenga repercusión en la construcción de algún pasaje concreto26, sino de una «consciente y continua atención» a los valores fundamentalmente fónicos, en general, y prosódicos, en particular, de las palabras. El resultado más llamativo del análisis en el aspecto rítmico, es la marcadísima tendencia a la supresión de los finales agudos, fundamentalmente como cierre de un periodo, pero también dentro del periodo como conclusión de un miembro. Sabemos, Cicerón nos lo recuerda, que el ritmo de la prosa se consigue por los mismos mecanismos que el de la poesía27. Y no podemos olvidar que desde la mitad del siglo XVI, existe una tendencia a la supresión de las rimas agudas en el endecasílabo28. «La concepción artística de la prosa de fray Luis -recuerda Pedro Sainz Rodríguez- está inspirada en parecidos principios que la de su poesía»29. Y la poesía de fray Luis de León carece de rimas agudas30. No puede extrañar, por lo tanto, la tendencia que muestran gran parte de las variantes rítmicas del códice salmantino.

En términos generales, las variantes rítmicas que encontramos afectan a la disposición acentual, que se manifiesta como una de las grandes preocupaciones estilísticas del agustino. La combinación de grupos dactílicos (-'- -) y troqueos (-'-) en disposición armoniosa dentro de cada periodo, la utilización frecuente del espondeo o doble troqueo (-'- -'-) como cláusula final, la cláusula que Cicerón consideraba más frecuente en el periodo latino, son quizá los aspectos más llamativos del esfuerzo de fray Luis por organizar rítmicamente la frase castellana.

A veces, las variantes rítmicas buscan un efecto contrario, pero igualmente importante, como es evitar el excesivo efecto rítmico. Cicerón recomendaba que la prosa fuese nec dissoluta nec tota numerosa31. En el medio se encontraba la virtud, y en el exceso el defecto.

Además de la cuidada disposición acentual, el ritmo de la prosa de fray Luis se genera por un control riguroso del orden de los elementos dentro de la frase, siguiendo la preceptiva ciceroniana32. Trata de evitar la confluencia de sonidos en hiato o en cacofonía. Fray Luis de León recurre con frecuencia a la dimensión similar de los miembros, lo que Cicerón llama isocolon, y juega en algunas ocasiones a provocar el mismo final entre esos miembros, lo que la retórica clásica llama homoioteleuton, sin caer nunca en el exceso. Curiosamente, isocolon y homoioteleuton son los dos rasgos que para E. R. Curtius definen el estilo retórico de San Agustín33.

Me he detenido en estas variantes rítmicas por ser, en gran medida, responsables de la sensación de armonía y de equilibrio que transmite la prosa del agustino y porque él mismo consideraba el ritmo como su aportación a la prosa literaria:

«yo confiesso que es nuevo y camino no usado por los que escriven en esta lengua poner en ella número, levantándola del descaymiento ordinario»34.



El análisis estilístico de las variantes de la Exposición del Libro de Job nos permite reconstruir los procedimientos de que se sirvió fray Luis para dotar a su prosa de ritmo y aportar así una solución al problema que Lázaro Carreter consideraba arduo35.

Mención aparte merecen las VARIANTES DE TRADUCCIÓN, que son variantes de autor que afectan al texto traducido y que responden a principios estilísticos diferentes de los de la prosa de la declaración. En la Exposición del Libro de Job, dedicatoria, fol. 2rº, declara:

«Traslado el texto del libro por sus palabras, conservando quanto es posible en ellas el sentido latino y el ayre hebreo, que tiene su cierta magestad»,



Esta voluntad de literalidad determina el estilo de la traducción, donde fray Luis aplica el programa del traductor de la Sagrada Escritura que, siguiendo el De optimo genere interpretandi de San Jerónimo, ha expuesto en el Prólogo de la Exposición del Cantar de los Cantares:

«el que traslada ha de ser fiel y cabal, y si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que las originales tienen»36.



Este programa genera un estilo propio en el texto traducido, en el cual se minan las bases del castellano normal, para generar un castellano bíblico, basado en la alteración de la sintaxis mediante elipsis, hipérbatos, supresión de conectores, etc., y en la incorporación de determinadas parcelas del léxico, en concreto, hebraísmos, arcaísmos, cultismos y neologismos creados a partir de términos tradicionales. Estos procedimientos vinculan a fray Luis con la tradición de romanceamientos bíblicos medievales judeo-españoles:

«procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo [...] y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire dellas, imitando sus figuras y maneras de hablar, quanto es posible a nuestra lengua»37.



Fray Luis es consciente de la extrañeza que causará un estilo tan peculiar:

«De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo y que no hace corra el hilo del decir»38.



El análisis de las variantes de traducción me ha permitido, por otra parte, establecer las fuentes básicas de la traducción luisiana: la Biblia del dominico Santes Pagnino, citada por el propio fray Luis en su comentario39; la Biblia de Vatablo, tan íntimamente ligada a la peripecia vital del agustino, y, por último, la versión Vulgata, como texto canónico, imprescindible después de las disposiciones de Trento.

De las tres, la de Pagnino, traducción interlineal latina y palabra a palabra del original hebreo, es la que constituye la base de la traducción literal de fray Luis, y es por lo tanto la fuente principal de que se sirve. Pagnino aporta la mayor parte de las palabras no desechadas en las variantes de traducción y justifica casi siempre la sustitución de una palabra o expresión por otra, cuando responde a un afán de subrayar la literalidad.

La del biblista francés Francisco Vatablo supone una fase intermedia entre la estricta literalidad de Pagnino y la Vulgata, e interesa sobre todo por sus escolios, que aprovecha fray Luis en ocasiones para su declaración.

La versión Vulgata es por último seguida en numerosas ocasiones, con mayor frecuencia en la copia en limpio que en el borrador, donde interviene con mayor intensidad la versión de Pagnino, cuyas palabras literales se anotan con frecuencia al margen de los folios.

A estos resultados lleva el análisis de las variantes de la Exposición del Libro de Job.

He querido poner de manifiesto cómo en este caso las herramientas de la ecdótica pueden ponerse al servicio de la estilística más que convertirse en un fin en sí mismas. Determinar la naturaleza del códice y establecer un método de estudio textual adecuado son las fases preliminares. El dotarse de las armas de la retórica y el apoyar el estudio en la propia teoría poética de fray Luis, expresada básicamente en De los nombres de Cristo, permite superar el escollo de la subjetividad de los resultados. Se trataba en definitiva de sorprender a fray Luis de León en su taller de escritura y apresar los principios estilísticos que daban lugar a las correcciones.

La prosa de fray Luis de León, tal y como se nos muestra a través del análisis de las variantes se urde en una rica trama de modelos expresivos, que van desde la literatura paremiológica a la predicación, pasando por la argumentación escolástica o el análisis filológico. Cada uno de estos modelos impone sus condiciones expresivas concretas, de forma que no se puede reducir la prosa de fray Luis a «dulces armonías» o «periodos rotundos», grave error de simplificación del que se resienten no pocos juicios acerca del estilo del agustino.

La prosa de fray Luis se enriquece con todos estos modelos expresivos, pero no será sólo por un deseo de «levantar la lengua de su decaimiento ordinario»40, sino por algo mucho más importante y más enraizado en el concepto de retórica: persuadir. Es la elocuencia eficaz de que habla Víctor García de la Concha a propósito de Santa Teresa41.

La retórica, planteada en términos de eficacia expresiva, como método en el que se entreteje la doctrina, cuaja en una expresión literaria concreta que a través del manuscrito de la Exposición del Libro de Job vemos hacerse casi paso a paso.

El estilo de fray Luis de León, basado en la perfecta integración de ritmos y estructuras, es el punto de llegada de un proceso de esfuerzo continuado que nada tiene que ver con la espontaneidad o con la facilidad. «Nada más torturado y trabajoso, nada menos espontáneo en nuestra literatura que el estilo de Fray Luis de León, tan límpido y tan sereno», escribía en 1914 Federico de Onís42. La imagen de la armonía de fray Luis es sin duda acertada, pero, como señala Ciriaco Morón Arroyo, «no fue un regalo, sino una conquista»43, la conquista de la elocuencia eficaz, la eloquentia cristiana, que en fray Luis se hace arte literario.





 
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