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11

Siempre la naturaleza, si la fortuna le es adversa, fracasa, como cualquier otra semilla fuera de su terreno. Y si allí bajo el mundo observara el fundamento que la naturaleza da y se conformase a él, serían buenas las gentes. Pero vosotros torcéis hacia la religión a aquel que nació para ceñir la espada... (Paradiso. Canto VIII).

 

12

Los versos que Madame Cier declama en este relato, y que había leído en una vieja revista, pertenecen a M. Jean Cocteau.

 

13

Así el mismo Lugones. Copio su rápida eliminación de Ascasubi (El Payador, página 156): «Véase, por ejemplo, cómo describen la mañana campestre el poeta verdadero y el falso. Hernández lo hará fácilmente en media estrofa de las suyas, treinta y dos sílabas por todo:


Apenas la madrugada
Empezaba a coloriar,
Los pájaros a cantar
Y las gallinas a apiarse...



Los dos verbos metafóricos, coloriar, que es propiamente enrojecer como la sangre, y apiarse, condensan toda la impresión buscada. Ascasubi divaga en términos triviales para expresar lo primero:


Venía clariando el cielo
la luz de la madrugada,



dice; y allí donde el otro empleó cuatro palabras, él necesita tres versos, un ripio y un pleonasmo:


y las gallinas, ‘al vuelo’.
se dejaban cair al suelo
‘de encima’ de la ramada».



Dejo de transcribir. Admitido el argumento sintáctico de nuestro primer escritor, es incontestable, primero, que la brusca estrofa de Hernández, con su descarga de episodios de la mañana, parece menos apta que la del otro para sugerir un proceso lento, gradual; segundo, que las representaciones o imágenes elegidas para significar la hora son idénticas en los dos, hecho que no perjudica al mayor; tercero, que son bastante prescindibles las dos estrofas.

 

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Otra de tantas injusticias sentimentales: la agricultura virgiliana y sin culpa origina chacareros ávidos y deplorables; la ganadería sangrienta -mera proveeduría de los corrales, mera preparación- hombres que se bastan y dignos. El motivo tiene que ser esa dignidad del peligro, que reconocía nietzscheanamente el hombre perfecto de letras, el ponderoso lexicógrafo Samuel Johnson.

 

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Caso parecido el de Mr. Valiant-for-truth, en la novela puritana de Bunyan. La sola declaración: «Pelié, señor, hasta que se me pegó a la mano la espada; y cuando estuvieron unidas, pelié como si una espada me creciera del brazo; y cuando la sangre me corrió por los dedos, pelié con más coraje que nunca», lo significa con mejor precisión que las cristianerías bobas del texto.

 

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Es sabido que era federal José Hernández, y que militó de muchacho bajo las órdenes de don Prudencio Rosas. Dos menciones directas de la tiranía registra el Martín Fierro, ambas para dar a entender que antes o después de Caseros la pobre suerte del soldado es igual. Copio una de ellas:


Porque todo era jugarles
Por los lomos, con la espada,
Y aunque usté no hiciera nada,
Lo mesmito que en Palermo
Le daban cada cepiada
Que lo dejaban enfermo.



La otra:


Supo todo el Comendante
Y me llamó al otro día,
Diciéndome que quería
Averiguar bien las cosas:
Que no era el tiempo de Rosas,
Que aura a naides se debía.



 

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Queda su condición de verso. Por ella ha trascendido a las guitarras y a los hombres de la distancia; a ella se debe enteramente su difusión oral. Tiene además otra recelada virtud, que se refiere a la economía interna del libro, no a la mecánica de su éxito. El verso -como el coturno, la veneración y la máscara, en la tragedia esquílea- concede al Martín Fierro ese grado mínimo de irrealidad, que es condición del arte. Una directa narración -recuérdese el problema de Güiraldes, en Don Segundo Sombra- demandaría un interlocutor, un motivo. El verso, en cambio, se presenta y está.

 

18

En el momento de releer esta página me detiene esta expresión que apunté al principio siguiendo el curso de mi memoria y sin temor a que nadie dudara. Ahora espero que se creerá en su realidad. Aunque no me queda espacio para introducir aquí estos aspectos de su carácter, Russell tenía a veces verdadera penetración así como el don de la frase violenta.

 

19

[Jorge Luis Borges. (N. del E.)]

 

20

[Victoria Ocampo. (N. del E.)]