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ArribaAbajo Noticia de los Kenningar

Jorge Luis Borges


Una de las más frías aberraciones que las historias literarias registran, son las menciones enigmáticas o kenningar de la poesía de Islandia. Cundieron a principios del 1200: tiempo en que los thulir o rapsodas repetidores anónimos fueron desposeídos por los escaldos, poetas de intención personal. Es común atribuirlas a decadencia; pero ese depresivo dictamen, válido o no, corresponde a la solución del problema, no a su planteo. Bástenos reconocer por ahora que fueron el primer deliberado goce verbal de una literatura instintiva.

Empiezo por el más insidioso de los ejemplos: un verso de los muchos interpolados en la Saga de Grettir.


El héroe mató al hijo de Mak;
hubo tempestad de espadas y alimento de cuervos.



En tan ilustre línea, la buena contraposición de las dos metáforas -tumultuosa la una, cruel y detenida la otra- engaña ventajosamente al   —203→   lector, permitiéndole suponer que se trata de una sola fuerte intuición de un combate y su resto. Otra es la desairada verdad. Alimento de cuervos -confesémoslo de una vez- es uno de los prefijados sinónimos de cadáver, así como tempestad de espadas lo es de batalla. Esas equivalencias eran precisamente los kenningar. Retenerlas y aplicarlas sin repetirse, era el ansioso ideal de esos primitivos hombres de letras. Su empleo disponible, incoherente, puede verificarse en esta canción:


El aniquilador de la prole de los gigantes
quebró al fuerte bisonte de la pradera de la gaviota.
Así los dioses, mientras el guardián de la campana se lamentaba,
destrozaron el halcón de la ribera.
Al caballo que corre por arrecifes
de poco le valió Jesucristo.



El aniquilador de las crías de los gigantes es el rojizo Thor. El guardián de la campana es un ministro de la nueva fe, según su atributo. El bisonte del prado de la gaviota, el halcón de la ribera y el caballo que corre por arrecifes no son tres animales irregulares, sino una sola nave maltrecha. De esas penosas ecuaciones sintácticas la primera es de segundo grado, puesto que la pradera de la gaviota ya es un kenning del mar... Desatados esos nudos parciales, dejo al lector la clarificación total de las líneas, un poco décevante por cierto. La precelente Saga de Njal las pone en la abominable boca plutónica de Steinvora, madre de Ref el Escaldo, que narra acto continuo en lúcida prosa cómo el tremendo Thor lo quiso pelear a Jesús, y éste no se animó.

Predomina el carácter funcional en los kenningar. Definen los objetos por su figura menos que por su empleo. Suelen animar lo que tocan, sin perjuicio de invertir el procedimiento cuando su tema es vivo. Fueron legión y están suficientemente olvidados: hecho que me ha inducido a compilar un índice parcial de sus desfallecidas flores retóricas. Entre los libros que más serviciales me fueron, están la ya mencionada Saga de Njal (en la versión inglesa de Webbe Dasent, de 1861) y el manual   —204→   Eddalieder de Wilhelm Ranisch. A la generosa erudición de Raimundo Lida, debo una veintena de ejemplos. En el índice, no excluyo los kenningar que ya registré.

gansos de la batalla las flechas
árbol de asientoel banco
fuego del marel oro
fuego de las olas del mar
fuego del Rhin
tesoro del dragón
bronce de las discordias
bosque de la quijadala barba
peñasco de los hombrosla cabeza
castillo del cuerpo
caballo del piratala nave
ciervo de mar
patín de viking
patín de agua
padrillo de la ola
halcón de la ribera
baño del cisne el mar
camino de las velas
ruta de la ballena
campo del viking
prado de la gaviota
sacudidor del freno el caballo
  —205→  
joyas de la cabezalos ojos
teñidor de espadasel guerrero
árbol del yelmo
señor de la pelea
tesoro del pechoel pensamiento
señor de anillosel príncipe
distribuidor de los tesoros
distribuidor de las espadas
custodia de las joyas
viaje de las olasla inundación
fragua del cantola cabeza del skald
yelmo del airela neblina
yelmo de la nochela sombra
querido alimentador de los lobosel hacha
ogra de la batalla
encuentro de las fuentesla batalla
juego de los filos
borrachera de las espadas
tempestad de espadas
riacho de los lobosla sangre
marea de la matanza
rocío del muerto
sudor de la guerra
agua de la espada
  —206→  
espina de la batallala espada
pescado de la batalla
roedor de yelmos
perro de cadáveres
lobo de las heridas
rama de las heridas

Omito los de segundo grado, los obtenidos por combinación de los anteriores -verbigracia, el agua de la vara de las heridas, la sangre; el árbol del encuentro de las fuentes, el valeroso- y los ocasionales: el sostén del fuego del mar, una mujer con un dije de oro cualquiera. (Esa identificación del oro y la llama -peligro y resplandor- no deja de ser eficaz, como tampoco los cinco kenningar de la sangre).

Recorrer el índice total de los kenningar es exponerse a la incómoda sensación de que muy raras veces ha estado menos ocurrente el misterio -y más inadecuado y verboso-. Antes de condenarlos, conviene recordar que su trasposición a un idioma que ignora las palabras compuestas tiene que agravar su inhabilidad. Espina de la batalla o aun espina de batalla o espina bélica es una desairada perífrasis; Kampfdorn o battle-thorn lo son menos. Así también, hasta que las exhortaciones gramaticales de nuestro Xul-Solar no encuentren obediencia, versos como el de Rudyard Kipling:


In the desert where the dung-fed camp-smoke curled



o aquel otro de:


To our five-meal, meat-fed men



serán inimitables e impensables en español...

Otras apologías no faltan. Una evidente es que esas inexactas menciones eran estudiadas en fila por los aprendices de skald, pero no eran   —207→   propuestas al auditorio de ese modo esquemático, sino entre la agitación de los versos. (La descarnada fórmula

agua de la espada = sangre

es acaso ya una traición). Ignoramos sus leyes: desconocemos los precisos reparos que un juez de kenningar opondría a una buena metáfora de Lugones. Apenas si unas palabras nos quedan. Imposible saber con qué inflexión de voz eran dichas, desde qué caras, individuales como una música, con qué admirable decisión o modestia. Lo cierto es que ejercieron algún día su profesión de asombro y que su gigantesca ineptitud maravilló a los rojos varones de los desiertos volcánicos y los fjords, igual que la profunda cerveza y que los combates de caballos encabritados. No es imposible que una misteriosa alegría los engendró. Su misma bastedad -peces de la batalla: espadas- puede responder a un antiguo humour, a chascos de hiperbóreos hombrones. Así, en esa metáfora salvaje que he vuelto a destacar, los guerreros y la batalla se funden en un plano invisible, donde se agitan las espadas orgánicas y muerden y aborrecen. Esa imaginación figura también en la Saga de Njal, en una de cuyas páginas está escrito: Las espadas saltaron de las vainas, y hachas y lanzas volaron por el aire y pelearon. Las armas los persiguieron con tal ardor que debieron atajarse con los escudos, pero de nuevo muchos fueron heridos y un hombre murió en cada nave. Este signo se vio en las embarcaciones del apóstata Brodir, antes de la batalla que lo deshizo.

Posdata.- Morris, el delicado y fuerte poeta inglés, intercaló muchos kenningar en su última epopeya, Sigurd the Volsung. Transcribo algunos, ignoro si adaptados o personales o de los dos. Llama de la guerra, la bandera; marea de la matanza, viento de la guerra, el ataque; mundo de peñascos, la montaña; bosque de la guerra, bosque de picas, bosque de la batalla, el ejército; tejido de la espada, la muerte; perdición de Fafnir, tizón de la pelea, ira de Sigfrido, su espada.

Es sabido que los primitivos nombres del tanque fueron landship,   —208→   landcruiser, barco de tierra, acorazado de tierra. Más tarde le pusieron tanque para despistar. El kenning original era demasiado evidente.

El ultraísta muerto cuyo fantasma sigue siempre habitándome, goza con estos juegos. Los dedico a una clara compañera de los heroicos días. A Norah Lange, cuya sangre los reconocerá por ventura.