Una de las más frías aberraciones que las historias literarias registran, son las menciones enigmáticas o kenningar de la poesía de Islandia. Cundieron a principios del 1200: tiempo en que los thulir o rapsodas repetidores anónimos fueron desposeídos por los escaldos, poetas de intención personal. Es común atribuirlas a decadencia; pero ese depresivo dictamen, válido o no, corresponde a la solución del problema, no a su planteo. Bástenos reconocer por ahora que fueron el primer deliberado goce verbal de una literatura instintiva.
Empiezo por el más insidioso de los ejemplos: un verso de los muchos interpolados en la Saga de Grettir.
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En tan ilustre línea, la buena contraposición de las dos metáforas -tumultuosa la una, cruel y detenida la otra- engaña ventajosamente al —203→ lector, permitiéndole suponer que se trata de una sola fuerte intuición de un combate y su resto. Otra es la desairada verdad. Alimento de cuervos -confesémoslo de una vez- es uno de los prefijados sinónimos de cadáver, así como tempestad de espadas lo es de batalla. Esas equivalencias eran precisamente los kenningar. Retenerlas y aplicarlas sin repetirse, era el ansioso ideal de esos primitivos hombres de letras. Su empleo disponible, incoherente, puede verificarse en esta canción:
El aniquilador de las crías de los gigantes es el rojizo Thor. El guardián de la campana es un ministro de la nueva fe, según su atributo. El bisonte del prado de la gaviota, el halcón de la ribera y el caballo que corre por arrecifes no son tres animales irregulares, sino una sola nave maltrecha. De esas penosas ecuaciones sintácticas la primera es de segundo grado, puesto que la pradera de la gaviota ya es un kenning del mar... Desatados esos nudos parciales, dejo al lector la clarificación total de las líneas, un poco décevante por cierto. La precelente Saga de Njal las pone en la abominable boca plutónica de Steinvora, madre de Ref el Escaldo, que narra acto continuo en lúcida prosa cómo el tremendo Thor lo quiso pelear a Jesús, y éste no se animó.
Predomina el carácter funcional en los kenningar. Definen los objetos por su figura menos que por su empleo. Suelen animar lo que tocan, sin perjuicio de invertir el procedimiento cuando su tema es vivo. Fueron legión y están suficientemente olvidados: hecho que me ha inducido a compilar un índice parcial de sus desfallecidas flores retóricas. Entre los libros que más serviciales me fueron, están la ya mencionada Saga de Njal (en la versión inglesa de Webbe Dasent, de 1861) y el manual —204→ Eddalieder de Wilhelm Ranisch. A la generosa erudición de Raimundo Lida, debo una veintena de ejemplos. En el índice, no excluyo los kenningar que ya registré.
gansos de la batalla | las flechas |
árbol de asiento | el banco |
fuego del mar | el oro |
fuego de las olas del mar | |
fuego del Rhin | |
tesoro del dragón | |
bronce de las discordias | |
bosque de la quijada | la barba |
peñasco de los hombros | la cabeza |
castillo del cuerpo | |
caballo del pirata | la nave |
ciervo de mar | |
patín de viking | |
patín de agua | |
padrillo de la ola | |
halcón de la ribera | |
baño del cisne | el mar |
camino de las velas | |
ruta de la ballena | |
campo del viking | |
prado de la gaviota | |
sacudidor del freno | el caballo |
—205→ | |
joyas de la cabeza | los ojos |
teñidor de espadas | el guerrero |
árbol del yelmo | |
señor de la pelea | |
tesoro del pecho | el pensamiento |
señor de anillos | el príncipe |
distribuidor de los tesoros | |
distribuidor de las espadas | |
custodia de las joyas | |
viaje de las olas | la inundación |
fragua del canto | la cabeza del skald |
yelmo del aire | la neblina |
yelmo de la noche | la sombra |
querido alimentador de los lobos | el hacha |
ogra de la batalla | |
encuentro de las fuentes | la batalla |
juego de los filos | |
borrachera de las espadas | |
tempestad de espadas | |
riacho de los lobos | la sangre |
marea de la matanza | |
rocío del muerto | |
sudor de la guerra | |
agua de la espada | |
—206→ | |
espina de la batalla | la espada |
pescado de la batalla | |
roedor de yelmos | |
perro de cadáveres | |
lobo de las heridas | |
rama de las heridas |
Omito los de segundo grado, los obtenidos por combinación de los anteriores -verbigracia, el agua de la vara de las heridas, la sangre; el árbol del encuentro de las fuentes, el valeroso- y los ocasionales: el sostén del fuego del mar, una mujer con un dije de oro cualquiera. (Esa identificación del oro y la llama -peligro y resplandor- no deja de ser eficaz, como tampoco los cinco kenningar de la sangre).
Recorrer el índice total de los kenningar es exponerse a la incómoda sensación de que muy raras veces ha estado menos ocurrente el misterio -y más inadecuado y verboso-. Antes de condenarlos, conviene recordar que su trasposición a un idioma que ignora las palabras compuestas tiene que agravar su inhabilidad. Espina de la batalla o aun espina de batalla o espina bélica es una desairada perífrasis; Kampfdorn o battle-thorn lo son menos. Así también, hasta que las exhortaciones gramaticales de nuestro Xul-Solar no encuentren obediencia, versos como el de Rudyard Kipling:
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o aquel otro de:
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serán inimitables e impensables en español...
Otras apologías no faltan. Una evidente es que esas inexactas menciones eran estudiadas en fila por los aprendices de skald, pero no eran —207→ propuestas al auditorio de ese modo esquemático, sino entre la agitación de los versos. (La descarnada fórmula
agua de la espada = sangre
es acaso ya una traición). Ignoramos
sus leyes: desconocemos los precisos reparos que un juez de
kenningar opondría a una buena
metáfora de Lugones. Apenas si unas palabras nos quedan. Imposible saber
con qué inflexión de voz eran dichas, desde qué caras,
individuales como una música, con qué admirable decisión o
modestia. Lo cierto es que ejercieron algún día su
profesión de asombro y que su gigantesca ineptitud maravilló a
los rojos varones de los desiertos volcánicos y los
fjords, igual que la profunda cerveza
y que los combates de caballos encabritados. No es imposible que una misteriosa
alegría los engendró. Su misma bastedad -peces de la batalla:
espadas- puede responder a un antiguo
humour, a chascos de
hiperbóreos hombrones. Así, en esa metáfora salvaje que he
vuelto a destacar, los guerreros y la batalla se funden en un plano invisible,
donde se agitan las espadas orgánicas y muerden y aborrecen. Esa
imaginación figura también en la Saga de Njal, en una de cuyas
páginas está escrito: Las espadas saltaron de
las vainas, y hachas y lanzas volaron por el aire y pelearon. Las armas los
persiguieron con tal ardor que debieron atajarse con los escudos, pero de nuevo
muchos fueron heridos y un hombre murió en cada nave
. Este
signo se vio en las embarcaciones del apóstata Brodir, antes de la
batalla que lo deshizo.
Posdata.- Morris, el delicado y fuerte poeta inglés, intercaló muchos kenningar en su última epopeya, Sigurd the Volsung. Transcribo algunos, ignoro si adaptados o personales o de los dos. Llama de la guerra, la bandera; marea de la matanza, viento de la guerra, el ataque; mundo de peñascos, la montaña; bosque de la guerra, bosque de picas, bosque de la batalla, el ejército; tejido de la espada, la muerte; perdición de Fafnir, tizón de la pelea, ira de Sigfrido, su espada.
Es sabido que los primitivos nombres del tanque fueron landship, —208→ landcruiser, barco de tierra, acorazado de tierra. Más tarde le pusieron tanque para despistar. El kenning original era demasiado evidente.
El ultraísta muerto cuyo fantasma sigue siempre habitándome, goza con estos juegos. Los dedico a una clara compañera de los heroicos días. A Norah Lange, cuya sangre los reconocerá por ventura.