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ArribaAbajoChistes de N

[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785. Tomo VI. Páginas 330-353]

§. I

1. El deseo de agradar en las conversaciones es una golosina casi común a todos los hombres; y esta golosina es raíz fecunda de innumerables mentiras. Todo lo exquisito es cebo de los oyentes, y como lo exquisito no se encuentra a cada paso, a cada paso se finge. De aquí vienen tanta copia de milagros, tantas apariciones de difuntos, tantas fantasmas o duendes, tantos portentos de la mágica, tantas maravillas de la Naturaleza. En fin, todo lo extraordinario se ha hecho ordinarísimo en la creencia del vulgo, por el hipo que tienen los hombres de hacerse espectables vertiendo en los corrillos cosas prodigiosas.

2. Pero no sólo la producción de infinitas fábulas viene de esta raíz viciosa, mas también la alteración de infinitas verdades añadiéndoles circunstancias fabulosas. La que más ordinariamente se practica es la translación de dichos y hechos de una persona a otra, de una región a   —331→   otra y de un tiempo a otro. Como los afectos humanos se interesan siempre algo en todo lo que miran de cerca, y tanto más cuanto más de cerca lo miran, no es tanto el deleite que se recibe oyendo un mote agudo, un suceso gracioso, una novedad extravagante (pues también éstas son sainete grande de las conversaciones), cuando se refieren o de otro siglo o de otra región distante, como cuando se atribuyen a nuestro tiempo y a nuestra patria, creciendo el placer a proporción que el chiste se acerca más a nosotros; de modo que sube al más alto grado, cuando se coloca en cabeza de persona conocida. De aquí nace el alterarse frecuentemente en las conversaciones las circunstancias de tiempo, lugar y persona; de modo que lo que se leyó en un libro, como sucedió en siglo o región distante, se trae al siglo y provincia propia para dar más sal a la relación. Propondré de esto varios ejemplos, según el orden que me fueren ocurriendo a la memoria. Con este motivo hallará el lector algo de gracejo en este teatro que es razón, que como universal, tenga algo de todo.

§. II

3. Vivía poco ha en España un eclesiástico de alto carácter, pero de poco entendimiento, por lo cual dio lugar a que el vulgo creyese de él algunas notables simplicidades. Había estado en Francia, y se le imputó que, para ponderar la agudeza de los franceses, decía acá que estaba pasmado de ver que en aquel reino los niños de tres y cuatro años sabían hablar la lengua francesa, cuando en España apenas se encuentra alguno que a los doce la sepa. ¡Rara alucinación! ¿Qué han de hablar los niños en Francia sino la lengua nativa, que es la francesa, como los de España la española? Pero este chiste fue tomado del primer tomo de los Cuentos del Señor d´Ouville, y falsamente atribuido al eclesiástico mencionado. El señor d´Ouville, digo, pone este chiste en la boca de un criado tontísimo de un caballero francés, que de   —332→   París pasaba a Roma, y habiendo llegado al primer pueblo del Piamonte salió el criado a buscar algunas cosas que había menester; pero viendo que nadie le entendía (porque los del país hablan la lengua italiana) volvió sumamente admirado al amo, y le dijo: Monsieur, no he visto en mi vida gente igualmente tonta que la de esta tierra. En París los niños de tres y cuatro años me entienden lo que les hablo, y aquí (apenas lo creeréis) hombres llenos de barbas no me entienden más que si fueran unas bestias.

4. Del mismo eclesiástico se refiere (a fin de persuadir su total ignorancia de latinidad) que al tiempo que estuvo en Roma, habiéndole hablado no sé quién en latín, juzgó que le hablaba en idioma italiano, y volviendose a los que le acompañaban, dijo: Como no sé la lengua italiana, no puedo responderle; que si me hablara en latín, le había de confundir. Aun cuando sucediese así, no es prueba legítima de ignorancia de latinidad en aquel personaje, pues en la misma equivocación incurrió mucho tiempo ha otro, que sin duda era gran latino. Enrico Christiano Henninio refiere que Escalígero, siendo cumplimentado por un irlandés en latín, juzgó que le hablaba en el idioma irlandés, y le dijo, como para prevenirle que le hablase en latín: Domine, non intelligo hibernice. Esta equivocación pende de que cada nación pronuncia el latín con aquella misma articulación que el idioma patrio, y hay tanta diversidad en la articulación de unas naciones a otras, que, a veces, pronunciando tales letras del alfabeto, representan a los de otra nación pronunciar otras diferentes. Pongo por ejemplo: los alemanes pronuncian la v como nosotros los españoles la f; la t como nosotros la d; la j como nosotros la g blanda; la g como nosotros la c; la b como nosotros la p; la u vocal como nosotros la ou; el diptongo eu como nosotros oi. En las demás naciones hay, a proporción, la misma diversidad. De aquí es que cuando el de una nación pronuncia rigurosamente el latín según la afección del propio idioma, y el de otra no presta especial atención o no está prevenido   —333→   de la diferencia expresada, es fácil juzgar que le hablan el idioma patrio. Erasmo, en el Diálogo de recta Latini graecique sermonis pronuntiatione, dice que se halló presente a una asamblea en que el embajador de Francia arengó al emperador Maximiliano, y que, aunque el latín era muy bueno, algunos doctos italianos que asistían allí juzgaron que había arengado en francés.

5. Pudo, pues, suceder a nuestro prelado español lo que se ha referido, sin que de aquí se deba inferir que ignoraba la lengua latina; pero es lo más verosímil que el suceso sea fingido por alguno que había leído de Escalígero, y maliciosamente lo puso en la cabeza de este otro.

§. III

6. De don Francisco de Quevedo se cuenta generalmente el chiste de que estando enfermo, y habiéndole ordenado el médico una purga, luego que ésta se trajo de la botica, la echó en el vaso que tenía debajo de la cama. Volvió el médico a tiempo que la purga, si se hubiese tomado, ya habría hecho su efecto, y reconociendo el vaso para examinar, según se practica, la calidad del humor purgado, luego que percibió el mal olor del licor que había en el vaso, exclamó (como para ponderar la utilidad de su receta): ¡Oh, qué humor tan pestífero! ¿Qué había de hacer éste dentro de un cuerpo humano? A lo que Quevedo replicó: Y aun por ser él tal, no quise yo meterle en mi cuerpo.

7. Poggio Florentino, que murió más de cien años antes que Quevedo naciese, refiere, cuanto a la substancia, el mismo chiste, colocado en la persona de Angelo, obispo de Arezzo. Despreciaba o aborrecía este prelado todas las drogas de botica. Sucedió que cayendo en una grave dolencia, los médicos llamados convinieron en que moría infaliblemente si no se dejaba socorrer de la farmacopea. Después de mucha resistencia se rindió, o simuló rendirse a sus exhortaciones. Recetáronle, pues, una purga. Traída de la botica, la echó en el vaso excretorio.   —334→   Viniendo los médicos el día siguiente, le hallaron limpio de calentura, y no dudando que la mejoría se debía al uso del decretado fármaco, tomaron de aquí ocasión para insultar al enfermo, reprendiendo como totalmente irracional el desprecio que hacía de las drogas boticales.

-Sí, por cierto -dijo el buen obispo- señores doctores, vuesas mercedes tienen razón: ahora conozco cuán eficaz es su purga, pues habiéndola echado en ese vaso que está debajo de la cama, tal es su actividad, que desde allí me ha causado la mejoría: ¿cuánto mejor lo hiciera (ya se ve) si la hubiera metido en el estómago?

8. Del mismo Quevedo se cuenta que motejándosele en un corrillo el exorbitante tamaño del pie, dijo que otro había mayor que él en el corrillo. Mirándose los circunstantes los pies unos a otros, y viendo que todos eran menores que el de Quevedo, le dieron en rostro con la falsedad de lo que decía. Lo dicho dicho -insistió él-; otro hay mayor en el corrillo. Instalándose a que lo señalase, sacó el otro pie, que tenía retirado, y, en efecto, era mayor; y mostrándole: Vean vuesas mercedes -les dijo- si éste no es mayor que el otro. El portugués Franciso Rodríguez Lobo, en su Corte en la Aldea, diálogo II, atribuye este propio gracejo a un estudiante; y don Antonio de Solís en su romance: Hoy en un piélago entro, a una dama.

9. Chiste es también atribuido a Quevedo el que encontrándose en la calle con ciertas damiselas achuladas, y diciéndole éstas que embarazaba el paso con su nariz (suponiéndola muy grande), él, doblando con la mano la nariz a un lado, pasen -les dijo- ustedes, señoras. P. Cuspiniano hace autor de este gracejo al emperador Rodulfo. Encontrose con él un decidor en calle estrecha. Advirtiéndole los ministros que se apartase, él, motejando de muy grande la nariz del emperador, les replicó: ¿Por dónde he de pasar, si la nariz del emperador llena la calle? A lo que Rodulfo, doblando la nariz, como acaba de referirse de Quevedo, le dijo con rara moderación y humanidad en tan soberano personaje: Pasa, hijo.

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10. Antes de salir de Quevedo, noto que aquel excelente hipérbole suyo, pintando una nariz muy grande: Érase un hombre a una nariz pegado, es copia de original muy antiguo. Léntulo, marido de Tulia, hija de Cicerón, era de muy corta estatura. Viendo en una ocasión su suegro que traía ceñida una espada grande, preguntó festivamente: Quis huic gladio generum meum alligavit? La materia es en parte diferente; la agudeza, la misma.

§. IV

11. Como cosa muy reciente oí que uno muy preciado de matón se llegó en Madrid a un gran señor ofreciéndose a servirle como valiente suyo para matar a diestro y siniestro cuantos se le antojase. Éste había recibido muchas heridas en algunas pendencias, y presentaba por testimonio de su valentía las cicatrices. El señor le despidió con irrisión, diciéndole: Tráigame V. md. para valientes míos a los que le dieron todos esos golpes, que a ésos me atengo en todo caso. En un anónimo francés leí el mismo dicho atribuido a Agesilao, rey de Lacedemonia, en ocasión que se le presentaron para servirle en la guerra cuatro hombres muy cicatrizados, y que, por tanto, ostentaban mucho su valentía.

12. También viene de Agesilao el gracejo, harto vulgarizado en España, de un sacerdote que celebrando el Santo Sacrificio de la Misa se sintió morder de un piojo, y asiéndole le estrujó entre la uña y la patena, diciendo: Al traidor matarle, aunque sea sobre el altar. Plutarco, en el libro de los Apotegmas Lacónicos, pone el mismo suceso y el mismo dicho, sin discrepancia alguna, en la persona de Agesilao, estando sacrificando un buey en el altar de Minerva. Per deos lubenter, vel in ara insidiatorem, es la expresión que atribuye Plutarco a Agesilao al matar el piojo.

§. V

13. En este Principado de Asturias corre como hecho de reciente data, acaecido en el mismo país, que hallándose un religioso de tránsito en una aldea,   —336→   y queriendo reconciliarse para decir misa, acudió al excusador del cura del lugar, a quien, hecha la confesión, halló tan ignorante que ni aun la forma de la absolución sabía o sólo la sabía deformada con unos cuantos solecismos. Fuese el religioso al cura y le dijo cómo en conciencia no podía tener por excusador aquel clérigo, por ser tan incapaz que aun la forma de la absolución ignoraba. El cura, que no era más capaz que el excusador, le respondió: Padre, ya sé que ese hombre es un jumento, pero no puedo remediarlo, porque no quiere sujetarse a lo que yo le digo. Mil veces le tengo dicho que no se meta en absolver a nadie, sino que les oiga los pecados y después me los envíe a mí para que los absuelva; pero no hay modo de reducirle a eso. El doctor José Boneta, en su librito Gracias de la gracia de los santos, refiere este chiste, y dice que el que hizo la casual experiencia de la profunda ignorancia de los dos sacerdotes fue el eximio doctor en uno de sus viajes; lo cual, siendo así, el chiste, sobre ser más antiguo que acá se piensa, sucedió en diverso país, pues el padre Suárez nunca estuvo ni viajó en Asturias.

14. A un pintor moderno, y que pintaba bellos niños y tenía unos hijos muy feos, se atribuye una bella respuesta a la pregunta que le hizo de que cómo hacía unos niños tan feos sabiendo dibujarlos tan hermosos. Es el caso, respondió, que los hago a oscuras y los pinto a la luz del día. El mismo dicho oí atribuir a un escultor que alcancé en Galicia; pero la verdad es que precedió muchos siglos, así el pintor como al escultor expresados. Macrobio hace autor de esta agudeza a Lucio Mallo, pintor romano. Con el motivo de que este pintor hacía bellas imágenes, pero en sus hijos muy feos originales, le echó Servilio Hemino esta pulla: Non similitur Malli fingis, et pingis. Respondió Mallo: Tenebris enim fingo, luce pingo.

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§. VI

15. De un rey de España y otro de Inglaterra se refiere una misma sentencia, pronunciada con la ocasión de habérsele quejado un señor principal de que parecía estimaba más que a él a un pintor insigne que tenía. Yo puedo, dijo el rey, hacer duques y condes cuantos quisiere; pero artífices como N. solo Dios puede hacerlos. Esta sentencia es copia bastantemente puntual de la que Dion (in Adrian.) refiere de Dionisio Sofista en ocasión que el emperador había hecho secretario a Heliodoro, siendo incapaz: Caesar potest honorem, ac pecunis largiri: rhetorem facere non potest.

§. VII

16. En nuestras historias se celebra el valor de una señora, la cual, viéndose sitiada y amenazándola los enemigos que matarían a un hijo suyo que tenían prisionero si no se rendía, con desenfado más que varonil, señalando con cierto ademán la oficina de la generación, les dijo que allí tenía con que hacer otros hijos si le matasen aquél. Herodoto, en el libro segundo, cuenta de unos a quienes se quería reducir fulminando amenaza contra sus hijos y mujeres, que mostrando uno de ellos el instrumento de la procreación, respondió: Ubicumque id esset, sibi et uxores et liberos fore. La bravata y el motivo son los mismos, con la diferencia sola de colocarse en diferente sexo.

§. VIII

17. Oí celebrar como chiste poco ha sucedido en cierta mesa uno muy gracioso, que Ateneo refiere como antiquísimo. Estaba Filojeno Poeta, comedor insigne, cenando con Dionisio. Pusieron a éste un pez grande, que Ateneo, con voz griega, llama Trigla, y es lo que nosotros llamamos barbo de mar. A Filojeno   —338→   pusieron otro pez de la misma especie, pero muy pequeño. Luego que Filojeno notó la gran desigualdad de los dos peces, arrimó la boca a la oreja del suyo en ademán de decirle algo. Preguntole Dionisio, qué hacía. Respondió Filojeno: Tengo empezada una obrilla cuyo asunto es Galatea; y como de esta ninfa del mar, los que mejor pueden saber la historia son los peces, le preguntaba a éste sobre algunas cosas que le habían acaecido en el tiempo de su padre Nereo; pero él me responde que cómo puede saber cosa alguna de esas antigüedades, siendo un pececillo nuevo que nació ayer: que le pregunte esas cosas a esotro barbo que tenéis ahí, que es muy anciano y alcanzaría sin duda los tiempos de Nereo. Agradole a Dionisio el donaire con que Filojeno se quejaba de que le hubiesen puesto un barbo tan pequeño y le dio el grande.

§. IX

18. Una de las famosas sentencias del rey don Alonso el V de Aragón, llamado el Sabio y el Magnánimo, es que preguntado por un áulico suyo sobre cierto designio que tenía oculto, respondió que a su propia camisa quemaría si fuese sabidora de algún secreto suyo. Plutarco escribe el propio dicho de Cecilio Metelo, respondiendo a un Centurión que tuvo la llaneza de inquirir de él un secreto: Se tunicam suam, si sui eam sibi consciam consilii putaret, exuturum, et crematurum.

§. X

19. En algunas historias españolas se lee que hallándose don Ramiro, llamado el Monje, rey de Aragón, poco estimado y obedecido de los grandes de su reino, envió un mensajero al abad del monasterio de Tomer, donde había recibido el hábito monástico, preguntándole qué deliberación tomaría, y que el abad no dio otra respuesta al mensajero que cortar en presencia suya   —339→   con una hoz las cabezas de las berzas que se descollaban sobre las demás en una huerta que tenía, significando con esta acción al rey que lo que le convenía era quitar la vida a aquellos señores principales que le despreciaban; lo que el rey ejecutó luego. A este mismo consejo, con la misma expresión y aun la misma ejecución, le da Tito Livio más de mil y quinientos años más de antigüedad. Habiendo, según este autor, Sexto, hijo de Tarquino el Soberbio, de concierto con él, huido a los Gabios, simulándose aborrecido, y perseguido de su padre, vino a lograr entre ellos la suprema autoridad. En este estado envió a su padre un mensajero, preguntándole, qué haría. Y Tarquino, bajando a un huerto seguido del mensajero, a vista de él se puso a cortar con un cuchillo las cabezas de unas dormideras más altas que las demás que había en el huerto; lo que entendido por Sexto, con varias criminaciones falsas hizo quitar la vida a los principales de los Gabios; con que, debilitada aquella nación, se rindió su resistencia a los romanos. Siendo tan antigua esta tiránica agudeza en la persona de Tarquino, aun le da otra mayor Plutarco, colocándola en la de Trasíbulo, tirano de Mileto, consultado de Periandro, tirano de Corinto, sin otra diferencia en estas tres representaciones de una misma cosa más que el que el abad de Tomer cortó berzas, Tarquino dormideras y Trasíbulo espigas.

§. XI

20. La decantada respuesta de Filipo, rey de Macedonia, al médico Menecrates, el cual había llegado a tal extremo de jactancia por los felices sucesos de sus curas que ya quería le tuviesen por Deidad, y a ese fin, escribiendo una carta a Filipo, ponía por salutación o principio de ella: Menecrates Jupiter Philippo salutem; pero Filipo castigó su locura discretamente poniendo en la frente de la respuesta: Philippus Menecrati sanitatem; la atribuye Plutarco a Agesilao, rey de Lacedemonia.

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§. XII

21. En la ciudad de Santigao se refiere que un portugués, yendo a ver nuestro gran monasterio de San Martín, que hay en aquella ciudad, y notando la desproporción de la puerta principal, que es muy pequeña respectivamente a la escalera inmediata, obra majestuosa, de grande magnitud y hermosura, dijo con donaire: Estos padres, como estiman tanto la escalera, y ella, sin duda, lo merece, hicieron la puerta tan pequeña porque no se les escapase por ella. Este dicho viene a ser el mismo, aunque invertida la materia, de Diógenes a los Mindianos, cuya ciudad era pequeña, pero las puertas de ella muy grandes. Advirtioles Diógenes que las cerrasen porque la ciudad no se escapase por ellas.

§. XIII

22. Escribe Mr. Menage que habiendo pasado a Inglaterra Juan Bodin, célebre jurisconsulto francés, entre la comitiva del duque de Alenson, cuando este príncipe fue a pretender su casamiento con la reina Isabela, hablando Bodin con un inglés sobre esta pretensión, el inglés, que no debía de gustar que se lograse, le dijo que aquel matrimonio no podía efectuarse a causa de que por ley del reino todo príncipe extranjero estaba excluido de aspirar a la corona de Inglaterra. Bodin, todo metido en cólera, le replicó que tal ley no había, y que la mostrase o dijese dónde se hallaba escrita. Pero el inglés le respondió con gran socarronería que en el mismo pergamino donde estaba escrita la ley Sálica, a las espaldas de ella hallaría aquella ley del reino de Inglaterra. Los que saben de dudas que hay sobre la ley Sálica, que excluye las hembras de heredar la corona de Francia, ya entienden en qué consiste el chiste de la respuesta del inglés. Esta insultatoria retorsión se encuentra en varias relaciones aplicada a diferentes personas y materias. Pongo por ejemplo: se dice que en ocasión de estar poco acordes   —341→   Roma y Venecia, le dijo el Papa al embajador de aquella República que deseaba ver el instrumento o escritura por donde los venecianos se habían hecho dueños del mar Adriático. Esto era declarar que tenían aquel dominio por mera usurpación. El embajador respondió que su Santidad hallaría dicha escritura a las espaldas del original de la donación que Constantino hizo a la Iglesia romana. Los eruditos no ignoran las contestaciones que hay y ha habido sobre la donación de Constantino y que el cardenal Baronio y el padre Pagi la niegan; aunque no otros justos títulos por donde la Iglesia romana posee lo que le atribuye aquella donación.

§. XIV

23. En el tomo III, discurso II, número 39, tenemos escrito que oyendo el caballero Borri que su estatua tal día había sido quemada en Roma, y haciendo reflexión sobre que el mismo día había hecho tránsito por una montaña nevada, como despreciando aquella ignominiosa ceremonia que dejaba ilesa su persona, dijo que bien lejos de sentir aquel fuego en toda su vida no había padecido frío igual al de aquel día. En el mismo lugar apuntamos que este mismo dicho se cuenta del calvinista Enrico Stefano y del apóstata Marco Antonio de Dominis, los cuales mucho antes que el Borri padecieron la misma afrenta de quemarles las estatuas. Y acá, en España se atribuye el propio dicho a un español fugitivo de Roma por ciertas doctrinas legales poco conformes a las máximas de aquella Corte.

§. XV

24. El anónimo francés, autor de las Reflexiones morales, refiere que quejándose un joven de que la espada que le habían dado era corta, su madre, mujer de espíritu pronto y varonil, le dijo: «Cuando te halles en el combate, con dar un paso adelante hacia el enemigo la harás bastantemente larga». El autor árabe (verdadero o supuesto)   —342→   de la Historia de la pérdida de España, pone este dicho en la boca de Almansor, emperador de los árabes, siendo muchacho, con la ocasión de notar su padre de corto un rico espadín que le habían presentado.

§. XVI

25. El siguiente chiste se refirió en un corrillo donde me hallé, como sucedido estos años pasados en Zaragoza. Llegó a aquella ciudad un tunante, publicando que sabía raros arcanos de medicina, entre otros el de remozar las viejas. La prosa del bribón era tan persuasiva que las más del pueblo le creyeron. Llegaron, pues, muchísimas a pedirle que les hiciese tan precioso beneficio. Él les dijo que cada una pusiese en una cedulilla su nombre y la edad que tenía, como circunstancia precisa para la ejecución del arcano. Había entre ellas septuagenarias, octogenarias, nonagenarias. Hiciéronlo así puntualmente, sin disimular alguna ni un día de edad por no perder la dicha de remozarse, y fueron citadas por el tunante para venir a su posada el día siguiente: vinieron, y él, al verlas, empezó a lamentarse de que una bruja le había robado todas las cedulillas aquella noche, envidiosa del bien que las esperaba; así que era preciso volver a escribir cada una su nombre y edad de nuevo; y por no retardarlas más el conocimiento, porque era precisa aquella circunstancia, les declaró que toda la operación se reducía a que a la que fuese más vieja entre todas habían de quemar viva, y tomando las demás por la boca una porción de sus cenizas, todas se remozarían. Pasmáronse al oír esto las viejas; pero crédulas siempre a la promesa, tratan de hacer nuevas cédulas. Hiciéronlas en efecto, pero no con la legalidad que la vez primera, porque medrosa cada una de que a ella, por más vieja, le tocase ser sacrificada a las llamas, ninguna hubo que no se quitase muchos años. La que tenía noventa, pongo por ejemplo, se ponía cincuenta; la que sesenta, treinta y cinco, etc. Recibió el picarón las nuevas cédulas, y sacando entonces las que le   —343→   habían dado el día antecedente, hecho el cotejo de unas con otras, les dijo: Ahora bien, señoras mías, ya vuesas mercedes lograron lo que les prometí: ya todas se remozaron. V. md. tenía ayer noventa años, ahora ya no tiene más de cincuenta. V. md. ayer sesenta, hoy treinta y cinco; y discurriendo así por todas, las despachó tan corridas como se deja conocer. Digo que oí esta graciosa aventura como sucedida poco ha en Zaragoza, pero ya antes la había leído en el padre Zahn, el cual (III part. Mundi mirabilis, página 75) señala por teatro de ella a Hailbron, ciudad imperial en el Ducado de Witemberg.

§. XVII

26. La vulgarizada necedad de un vizcaíno, que admirado de los reglados movimientos con que un mono imitaba las acciones humanas, dijo que por picardía suya no hablaba, a fin de que no le hiciesen trabajar, sin discrepancia alguna se la oyó a un doctor mahometano el señor La Brue, director de la Compañía Francesa del Senegal. En el discurso VIII de este tomo, número 65, referimos a otro propósito la extravagante imaginación de aquel ignorantísimo doctor.

§. XVIII

27. El señor d´Ouville trae entre sus cuentos el que un hombre, que quería apartarse de su mujer, con quien tenía poca paz; pareció a este fin ante el provisor. Extrañó éste la propuesta, porque conocía la mujer y era de buenas calidades. -¿Por qué queréis dejar a vuestra mujer?, le preguntó el provisor; ¿no es virtuosa? -Sí, señor, respondió el hombre. -¿No es rica? -Sí, señor. -¿No es fecunda? -Sí, señor. En fin, a todas las partidas sobre que era preguntado respondía en abono suyo. Con que le dijo el provisor: -Pues si vuestra mujer tiene tantas cosas buenas, ¿por qué queréis apartaros de ella? A esto el hombre, descalzando un zapato, preguntó al provisor:   —344→   -Señor, ¿este zapato no es nuevo? -Sí, respondió el provisor. Añadió: -¿No está bien hecho? -Sí, a lo que parece, respondió el provisor. -¿No es de buen cordobán y buena suela? Respondió del mismo modo que sí. -Pues ve V. md. con todo eso, dijo el descontento marido, que yo quiero quitarme este zapato y ponerme otro, porque yo sé muy bien dónde me aprieta y manca, y V. md. no lo sabe. Este cuento es traslado manifiesto de lo que Plutarco cuenta de un romano, y se puede ver en nuestro tomo IV, discurso I, número 20.

§. XIX

28. El mismo Señor d´Ouville refiere de una paisanita francesa un agudo pique, que en cierta conversación oí atribuir a una labradora castellana. Según Ouville pasó el caso de este modo. Iba una mozuela su camino, y llevando delante de sí una burra cargada de no sé qué, encontró en el camino un caballero, el cual, advirtiendo que la paisana era de agraciado rostro, sintió movido el apetito a sellarle con sus labios. Para este efecto, deteniéndose a conversar con ella, le preguntó adónde iba. Respondió que volvía a su lugar. ¿Y cual es vuestro lugar? repreguntó el caballero, paisana hermosa? Ville Juif, señor, respondió ella. Era Ville Juif lugar cercano, donde el caballero había estado muchas veces. Prosiguió, pues, diciéndola: ¿De Ville Juif? ¿Conoceréis, según eso, a la hija de Nicolás Guillot? Sí, conozco, y muy bien, respondió la paisana. Pues llévale, dijo el caballero, este beso de mi parte, y al mismo tiempo hizo movimiento a ejecutarle en ella; pero ella, apartándose con denuedo, le replicó: Monsieur, si tenéis tanta prisa en enviar vuestro beso, dádsele a mi burra, que va delante de mí y llegará al lugar primero que yo, y dando luego con la vara a la burra, acompañando el golpe con un arre, pasó adelante, dejando al caballero hecho un estafermo.

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§. XX

29. Escribe el padre Manuel Bernárdez, lusitano, en su segundo tomo de Apotegmas, que habiendo ido dos comisarios de cierta comunidad a pedir al rey Felipe II no sé qué merced, el más antiguo, a quien por tal tocaba hablar, y que era un viejo inconsiderado y moledor, estuvo sumamente prolijo en la oración. Habiendo acabado, preguntó el rey al otro si tenía algo que añadir. Éste, que estaba tan enfadado de la imprudencia de su compañero, como el rey cansado de su pesadez: Si, Señor, respondió, nuestra comunidad nos ha encargado que si V. md. no nos concede al punto lo que le pedimos, que mi compañero vuelva a repetir todo lo que ha dicho desde la primera letra hasta la última. Gustó el rey de la graciosidad, y sin dilación dio el despacho que se le pedía. Tengo leído (no puedo asegurar si fue en la segunda parte de la Floresta española) que esto mismo sucedió en la legacía de dos diputados de una república de Italia a un Papa muy anterior a Felipe II3.

§. XXI

30. El señor d´Ouville cuenta que transitando Luis XIV por una pequeña villa en su reino, y entrando en ella a la hora de comer, fueron a arengarle unos   —346→   diputados de la villa. El rey tenía más gana de comer que de oír arengar; mas al fin se dejó vencer por los señores de su comitiva, y trató de oír a los diputados. Empezó el más antiguo de este modo: Sire, Alejandro el Grande. No bien lo pronunció cuando le faltó la memoria, de todo lo que se seguía, con que volvió a repetir segunda y tercera vez: Sire, Alejandro el Grande. Visto esto, el rey le dijo: Amigo, Alejandro el Grande había comido y yo no: vamos a comer y guárdese la arenga para otra ocasión. El autor de las Observaciones selectas literarias coloca este suceso en el abuelo de Luis XIV, Enrico el Grande, en ocasión que querían arengarle unos diputados de Marsella, y empezaba la oración: Saliendo Aníbal de Cartago. Enrico, ya porque era hora de comer, ya porque no gustaba de arengones, cortó al arengista, diciendo: Cuando salió Aníbal de Cartago ya había comido: yo voy a hacerlo ahora.

§. XXII

31. Un amigo mío, hombre de entera verdad, me refirió que el año de 706 al corregidor de Calatayud, que lo era entonces don Juan Ramiro, pusieron en aquella ciudad un pasquín bastantemente picante, por lo cual él comenzó a hacer vivísimas diligencias para averiguar el autor; pero el picarón, que estaba bien asegurado de no ser descubierto, porque ni tenía cómplice en el insulto   —347→   ni a nadie se lo había confiado, de nuevo insultó al pobre corregidor, fijando en el mismo sitio donde había puesto el pasquín este irrisorio desengaño:


No lo sabrás, bobo,
porque yo soy solo.

Pero este propio entremés muchos años antes se había representado en el Gran Teatro de París. A Luis XIV, siendo aún mozo, le pusieron en su propia mesa la siguiente copla, notándole de codicioso, con alusión a la moneda francesa que llaman luis:


Tu es issù de race Auguste:
Ton Ayeul fut Henri le Grand,
Ton Pere fut Louis le Juste;
Mais tu n'es q'un Louis d´argent.

Leyó Luis XIV la copla y la celebró diciendo que valía más que mil aduladores. No sólo esto: ofreció al autor quinientos luises si se descubría él mismo, empeñando su Real palabra de no hacerle mal alguno. Pero el autor, o porque sospechaba cautelosa la promesa, o porque temiese que no siempre el rey estaría de buen humor y en cualquiera tiempo que contemplase en la sátira más la osadía que la agudeza le podría hacer mucho daño con otro pretexto, no tuvo por conveniente descubrirse; antes bien, para desengañar al rey de que por ningún camino averiguaría el autor de la copla, en el mismo sitio puso o hizo poner estotra:


Tu ne le sauras pas Louis,
Car j'etois seul quand je le fis.

que viene a ser lo mismo de arriba. El Espion Turco, (tomo V, Epíst. 45), refiere todo lo dicho, como también que no se pudo saber el autor aunque se hicieron sobre ello varias conjeturas, y que algunos atribuyeron el pasquín a la famosa Ana María Schurman (de quien damos   —348→   amplia noticia, tomo I, Discurso XVI, núm. 134), que se hallaba a la sazón en París.

32. He dicho que el sujeto que me refirió este chiste como sucedido el año de 1706 en Calatayud es hombre de toda verdad, porque a él no se atribuya la ficción de otro tiempo, otro lugar y otras personas; él, sin duda, lo oyó, como lo refirió a otro alguno que habría leído El Espión Turco, y quiso, para darle más sal, colocar en su tierra el caso, y quizá hoy estará, debajo de esta circunstancia supuesta, muy extendido en España. Posible es también que así este chiste, como otros algunos de los que hemos referido, realmente se repitiesen en diferentes tiempos y lugares.

§. XXIII

33. Estudié, siendo muchacho, las artes en nuestro Colegio de San Salvador de Lerez, que dista sólo un cuarto de legua de la villa de Pontevedra. Residían entonces en aquella villa algunos caballeros de familias muy ilustres sin duda, pero notados de que ostentaban con alguna demasía su nobleza, por lo cual los llamaban los Caballeros de la Sangre. Era consiguiente a esto que aunque no hubiese título en qué fundarlo, afectasen el tratamiento de señoría. Para demostración de que esta afectación llegaba al más alto grado que puede imaginarse, se refirió como proferida entonces una necedad graciosísima. Malparió la mujer de uno de aquellos caballeros con tanta anticipación, que apenas daba señas de animado el feto. Luego que sucedió el aborto salió del aposento de la Señora una de las criadas asistentes, y algunos de la familia que estaban en la cuadra inmediata, en la inteligencia que el parto había sido legítimo, le preguntaron si era varón o hembra, a lo que ella prontamente respondió: No se sabe, porque aún no tiene alma su señoría. Es cuanto se puede apurar la materia, tratar de señoría a una masa inanimada (o juzgada tal) sólo por ser producción de un caballero y de una señora de la sangre. Como he dicho, este chiste corrió entonces en aquel país   —349→   como efectivamente sucedido. Pero después leí el mismo en el librito Gracias de la Gracia, del doctor José Boneta, que parece lo refiere a distinto tiempo y lugar.

§. XXIV

34. En mi tierna edad había en la villa de Allariz un alférez de milicias que afectaba traer siempre grandes bigotes, aunque era hombre de muy pequeña cara. Encontrándole una vez mi padre, le dijo: Alférez, o comprar cara o vender bigotes. Celebrose el donaire, pero realmente esto no era más que copia de lo que se cuenta de un vizcaíno que, viendo sobre un pequeño río un gran puente, dijo a los del lugar: o vender puente o comprar río. El padre Bouhours, en sus Pensamientos ingeniosos, varía algo el dicho. Refiere que un español, pasando el Manzanares en el estío a pie enjuto y mirando el mismo tiempo el puente de Segovia, dijo que fuera bueno vender el puente para comprar agua.

§. XXV

35. Concluyamos este discurso con dos chistes de hecho. Está extremamente vulgarizado que un Papa, advirtiendo los muchos dientes (supuestos) que había de la virgen y mártir Santa Apolonia, expidió un edicto por toda la cristiandad, ordenando que cuantos se hallasen fuesen remitidos a Roma, y que ejecutado fielmente el orden del Papa, entró en aquella ciudad tanta cantidad de dientes de Santa Apolonia, que cargaban un carro. Yo tengo esto por cuento, y juzgo que jamás hubo tal edicto pontificio. Lo que discurro es que esta fama tuvo su origen en Martín Kemnicio, autor luterano, el cual, en un tratado que escribió de las reliquias, a fin de hacer odiosa y vana la adoración que les da la Iglesia Católica, refiere que un rey de Inglaterra expidió el orden que la voz común hoy atribuye al Papa, y que sólo en el ámbito de la Gran Bretaña se hallaron tantos dientes de Santa Apolonia que hubo con que llenar muchos toneles.   —350→   No por eso asiento a que sea verdadera la relación del Kemnicio, antes es, sin comparación, más inverosímil que la que corre en el pueblo. Mucho es que de toda la cristiandad se juntase un carro de dientes de Santa Apolonia, pero que en sola la isla de Inglaterra hubiese dientes para llenar muchos toneles, es totalmente increíble. Sin embargo, es verosímil que aquella fábula se derivó de ésta, mudando la circunstancia de lugar y la persona.

§. XXVI

36. Es fama corriente en este Principado de Asturias que habiéndose padecido en el territorio de Oviedo y sus vecindades, cosa de dos siglos ha, una perniciosísima plaga de ratones que cruelmente devoraban todos los frutos, después de usar inútilmente del remedio de los exorcismos que la práctica de la Iglesia ha autorizado, recurrieron a una providencia muy extraordinaria. Redújose la materia a juicio legal en el Tribunal eclesiástico, a fin de fulminar, después de formado el proceso, sentencia contra aquellas sabandijas. Señalóseles abogado y procurador que defendiesen su causa; éstos representaron que aquéllas eran criaturas de Dios, por tanto a su providencia pertenecía la conservación de ellas; que Dios, que las había criado en aquella tierra, por consiguiente los frutos de ella había destinado a su sustento. Sin embargo, en virtud de lo alegado por la parte opuesta, dio el provisor sentencia contra los ratones, mandándoles con censuras que, abandonando aquella tierra, se fuesen a las montañas de las Babias (dentro del mismo principado). No obedecieron los ratones, y de aquí tomaron motivo su procurador y abogado para alegar de nuevo que la ejecución de la sentencia era imposible por haber arroyos en medio, los cuales no podían pasar los ratones, a menos que se atravesasen pontones por donte transitasen. Pareció justa la demanda: pusiéronse los pontones. El juez eclesiástico de nuevo fulminó sus censuras, y entonces los ratones obedecieron, observándose con admiración,   —351→   que por muchos días estuvieron pasando ejércitos de ratones por los maderos colocados sobre los arroyos, transfiriéndose a las montañas de las Babias.

37. Confieso que la tradición del país no me hiciera fuerza para asentir a un suceso tan extravagante, a no verla autorizada por el maestro Gil González Davila, el cual dice vio el proceso de este pleito en poder de don Fulano Posada, canónigo de Salamanca y pariente del señor don Pedro Junco Posada, obispo a las sazón de aquella ciudad. Y aun supuesto este testimonio, queda lugar a la duda, siendo posible que el proceso que dice vio el citado cronista fuese alguna pieza burlesca compuesta por un ingenio festivo a imitación de la Batrachomyomachia (guerra de ratones y ranas), de Homero, o de la Gatomachia, de Burguillos. Es cierto que los ratones, como todos los demás brutos, son sujetos incapaces de censuras, pues siendo la censura pena eclesiástica que priva de algunos bienes espirituales, ¿cómo puede imponerse a los que esencialmente son incapaces de todo bien espiritual? ¿Y cómo es creíble que el provisor de esta diócesis ingnorase esto? Posible es que no fuese censura, sino alguna maldición imprecatoria que por abuso se llamase censura. Pero resta siempre la dificultad de usar de sentencia jurídica contra aquellos irracionales, los cuales no están sujetos al tribunal eclesiástico ni son capaces de obedecer sus preceptos. Por consiguiente, esta práctica, en caso de no ser dictada por especial inspiración, siempre se debe tener por supersticiosa.

38. Como quiera que sea este caso, o verdadero o fingido, es copia de otros semejantes que cuentan de otras tierras. El padre Le Brun, del Oratorio, en su Historia crítica de las prácticas supersticiosas, refiere que en algunos obispados de Francia se practicó esto mismo en el siglo decimoquinto, y copia a la letra la sentencia que el juez eclesiástico del obispado de Troyes fulminó contra las sabandijas que infestaban aquel país declarándolas malditas y anatematizadas si no salían luego de él,   —352→   aunque no expresa si obedecieron o no. El padre Manuel Bernárdez, de la Congregación del Oratorio de Lisboa, escribe haberse usado del mismo arbitrio en el Marañón, procediendo legalmente y dando sentencia contra una multitud prodigiosa de hormigas que infestaban un convento de San Francisco4.