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Tiempo de jugar


Antonio Rodríguez Almodóvar





Con las vacaciones, la libertad. Con la libertad, la calle. Con la calle, los juegos. Eran los de antaño marcadamente masculinos o femeninos. Éstos comúnmente apoyados en el ritmo, la melopea, el vaivén, la comba... En cambio, la parte supuestamente más fuerte de la especie pareciera jactarse de un dinamismo con cierta inclinación a la brutalidad, a la pendencia, sin cánticos ni nada por el estilo. Todo lo más, se enunciaba una ruda perorata para repartir suertes, y a uno le tocaba hacer de burro, pongamos por caso, y a los demás subírsele encima hasta deslomarlo, o él mismo desplomarse cuando le apetecía ver rodando por el suelo a sus apelotonados jinetes. A menudo los jugadores se escindían en dos bandos, uno para debajo y otro para encima, con lo que la algazara final adquiría verdaderas proporciones de batalla.

¿Pero ocurrió siempre así? Creo que no. Hay datos para pensar que todos los juegos infantiles tuvieron un desarrollo más elaborado desde tiempos remotos, y que su discurso participaba de una ritualidad iniciática, de una educación simbólica muy potente. Todavía a mediados del siglo XX el juego que se llamaba «Horca, justicia y caridad» escenificaba una historia de reos y verdugos, reyes crueles y bruscamente destronados, azotainas y ajustes de cuentas, que no parecía sino preparación para la vida. El gran Rodrigo Caro, como siempre, aporta en sus «Días geniales y lúdicros» (1626) preciosos datos de los juegos infantiles de su tiempo, en Sevilla, todavía entroncados con los de la más lejana antigüedad. Julio Pólux, un sofista griego, del siglo II (cuando la humanidad se fue quedando sin dioses y a punto estuvo de ser feliz), da esta noticia: «cuando dos muchachos arrojan la pelota a la pared, contando los saltos que da, al vencido le llaman "asno", y está obligado a hacer todo lo que le mande el vencedor, a quien por esto llaman "rey". También Platón, en el "Teecteto", y Horacio, registran fórmulas parecidas.» ¿No sienten ustedes como escalofrío?

La cultura globalizada, ese invento del Diablo, está dejando a nuestros niños de hoy, entre otras cosas, sin juegos de calle. Tal vez por eso algunas editoriales se apresuran a ocupar ese espantoso vacío en que el verano puede naufragar. Y los padres, los educadores, los monitores de tiempo libre, necesitan acudir a esas publicaciones.

La editorial Akal viene publicando hace años unos cuadernos de actividades y juegos, de fácil manejo, clasificados por diferentes maneras de entender el uso lúdico de este tiempo: juegos de playa, juegos de exterior, juegos tranquilos, para viajes largos, etcétera. En cualquiera de ellos encontrarán qué hacer con los niños, ahora que los maestros los han soltado.

Casi unos clásicos de estos entretenimientos son los libros de Ana Serna, como unos «Juegos al aire libre» (SM), que también ofrece una gran variedad de pasatiempos, entre ellos algunos tradicionales, como la rayuela, las canicas, las chapas, la comba, las cuatro esquinas. Todo un compendio para darle facilidades a la memoria y cauce a la recuperación de los juegos perdidos.

De muy reciente aparición son «Juegos del mundo» (Timun Mas), de Joseph M. Allué e Irida Llucià. 92 actividades infantiles recogidas de numerosos países, clasificadas por continentes, donde hallarán sorprendentes y habilidosas maneras de hacer que los niños se relacionen entre sí. Libro muy enriquecedor, con mensajes de mucho calado para combatir la xenofobia o el racismo, desde pequeñitos. Como debe ser.

Feliz verano.








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