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Tierra y hombres de Asturias

Pilar Altamira





Desde el momento en el cual tuve en mis manos «Tierras y hombres de Asturias», una de las últimas obras escritas por mi abuelo, editada por primera vez en México, año 1949, sentí un irrefrenable deseo de escribir algo sobre ella. Daba vueltas y vueltas al volumen admirando los detalles de la exquisita edición que ha llevado a cabo KRK Ediciones, mientras daba gracias íntimamente a las Universidades de Alicante y de Oviedo, a David Ruiz, al infatigable Xuan Cándano y a todos lo que han resucitado de nuevo este escrito entrañable, sin decidirme a abrir el libro. Cuando lo hice, no pude dejarlo; su manera de abordar el tema de la observación del paisaje en general y del asturiano en particular y las espléndidas descripciones, dignas del mejor naturalista, de los fondos marinos en esas bajamares que tantas veces contempló en los alrededores de la playa de Aguilar. En definitiva, su colorear con las palabras rezumaba poesía, admiración, sensibilidad estética, el encanto del espíritu y un profundo amor a la tierrina. Me sentí tan identificada con su pensamiento que sonreí recordando una cita de Dario Fo: Se conoce a un hombre por sus siete primeros años y por su abuelo. Efectivamente, en ese primer septenio se establecen los fundamentos de nuestra personalidad futura y, respecto a la relación con los abuelos, sólo puedo decir que antes de sumergirme en las páginas de «Tierras y hombres de Asturias», título ya bien representativo, tenía pensado comenzar este escrito expresando que, para mí, la mejor manera de profundizar en el alma de un pueblo parte de la contemplación de su paisaje, de su orografía, de sus ríos, su luz o sus aromas, para luego detenerse en la consideración de sus gentes. Exactamente, lo que mi abuelo decía. Más adelante, continué emocionándome al encontrar otras coincidencias más, como en el capítulo «Paisajes pequeños», en el cual mi abuelo recomienda al lector practicar ciertas experiencias como tumbarse en la hierba y escuchar, los sonidos de la tierra, contemplar ese maravilloso rayo verde que aparece en el horizonte cuando el sol comienza a ocultarse, y otras más que yo venía practicando desde la infancia. Volví a pensar en Dario Fo.

Disculpen que les haya hecho partícipes de confidencias tan personales, pero en ningún momento he perdido la conciencia de que lo importante aquí es «Tierras y hombres de Asturias». No dejen de leerlo, es un libro enternecedor, dedicado ya desde su prólogo a todos los asturianos y a las personas que aman a esta tierra. Verdaderamente, merece leerse con la atención y el respeto con los que fuera escrito, porque Rafael Altamira predicó con el ejemplo, profundizó en el alma de Asturias a la manera que recomendaba, empapándose de sus características físicas, tan minuciosamente descritas, para llegar en la segunda parte a ensalzar la hondura, los nobles valores del perfil de sus gentes, la raza asturiana como él decía y, en especial, los de esos personajes que destaca, el irrepetible Grupo de Oviedo, con los cuales tuvo la suerte de coincidir y que tan honda huella imprimieron en su vida intelectual y humana. Dicen que en el último tramo de nuestra vida retornamos a los orígenes y se recuerda, con la mayor claridad, aquellos hechos del pasado que nos impresionaron fuertemente y que nuestra memoria ha conservado. Este sabio levantino, que repartió su corazón entre la tierrina y su terreta natal, antes de morir en el exilio revivió su paso por Asturias y quiso dedicarle sus últimos pensamientos. Aquí está el resultado, en este libro. No duden en emocionarse con su lectura, imaginándolo mientras escribía, plenamente lúcido, con el corazón dolorido y la pluma temblorosa de sus ochenta y dos años, con el pensamiento puesto en su amada patria, sabiendo que, en la bajamar de su vida, nunca más volvería a pisar sus playas, ni a contemplar sus plomizos cielos, ni a conversar ante un vaso de sidrina con sus amigos de la colonia de Muros o de San Esteban.





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