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  —49→  


ArribaAbajoQuímica del rechazo


ArribaAbajo El viento de la noche entró en mi pecho,
así que te diré: la sed me abrasa,
la sed del mundo de la cual no hay Dios,
ni amor, ni mortandad que me liberen.
Errando voy, me fui de puerta en puerta,  5
de noche, al mediodía, bien vestida,
y no, que no es aquí, responde siempre
guardada por pilastras una voz.
El culto a la humedad de las iglesias
y a las barrocas formas de las fuentes  10
-en Ganges las hallé de mármol rojo-,
no han hecho a veces más que corromperme.
—50→
Salada, estoy volviéndome salada,
aquello que yo amé mudó de sombra;
por tanto no es extraño que sospeches  15
del código imperfecto de mis manos.
Yo supe del terror de algunos hombres
que dándome palmadas se alejaban.
-Extraña lengua -a veces repetían
y se perdían tras polleras frescas.  20

  —51→  


ArribaAbajoPoeta de altillo


a Mario Casartelli



ArribaAbajo Poeta de anteojos obscurísimos,
ceñido a la ventana del altillo,
sorprendes la caída circular
de una amarilla flor al pavimento.
Reúnes el azar en once sílabas,  5
y escribes en penumbras: una brasa
de aroma fresca vino hasta mi puerta
llenándome los ojos de virtud.
Acabas de inventar la poesía,
y luego añades: ¿qué piedad extrema  10
es esta que me lleva a sostenerla;
mejor, a acariciarla con mis manos?
—52→
No obstante es sólo el sobrio desenlace
de aquel vahído lo que te entretiene.
El aire está impregnado de accidente:  15
cayó la rosa tanto en tu memoria.

  —53→  


ArribaAbajoOjos


ArribaAbajo Y me atreví a mirar el firmamento
en el principio exacto del ocaso
(no volvería a hacerlo, me contenta
el rápido recuerdo de un azul).
Y me atreví a mirar la llama súmmum  5
de un gajo de mangal sin culpa alguna,
y presumí que aquello no era todo,
y amé unos ojos e intenté vencerlos
haciéndolos caer en parpadeo,
la voz azucarada de rosquillas.  10
Y me atreví a seguir el vivo vuelo
de un par de mariposas domingueras,
—54→
-la luz del día hacía que sus trajes
lucieran casi blancos en el aire-.
Admito haber creído en lo que he visto.  15
No importa cuán obscuros son mis ojos.

  —55→  


ArribaAbajoCoraje


ArribaAbajo De ahora en más
nos quedan sólo el aire y un hilo de secreta rebeldía
soplando en la razón, obscuro hermano,
así es que
racionemos nuestras fuerzas.  5
Yo voy primero,
luego tú me sigues,
yo voy robusta
porque en mí prendieron
raíces como dientes  10
y he sorbido
de un golpe todo el zumo de la tierra.
—56→
El viento de la noche nos reclama,
escucha
cómo sopla rebosante  15
de sauce
en sauce,
cómo está que silba
por la quijada abierta de la patria.
Había que llegar  20
al absoluto dolor
y golpearnos el coraje.
¡Y ya no somos pocos,
yo presiento
que el aire está impregnándose de filas!  25

  —57→  


ArribaAbajoTiempo


ArribaAbajo El hecho es que es domingo y es preciso
abrir de azul a azul los ventanales
a un sueño en el que todo es diferente:
tablones de quebracho bajo el cielo,
y en rededor, sentados el hachero,  5
el padre de diez hijos y otro al paso,
el pescador, el vendedor de santos,
el ambulante de correcto lustre,
el jornalero a fardo y a destajo,
el pobre pordiosero de la esquina,  10
el albañil sin casa, el inquilino
de cuatro postes que empeñó una lámpara,
—58→
en fin, cualquier criatura obscura y viva,
y haciendo sitio, vino en abundancia,
mandioca, buena carne y condimento,  15
lo que se dice un vasto refrigerio.
Yo sé que es tiempo de tomar el hambre
de los demás, y hacerlo fuerza propia.
Y es tiempo que el poeta cante al mundo
su sueño de cebolla redimida.  20

  —59→  


ArribaAbajoDe mi mano


ArribaAbajo De mi mano derecha,
que golpea clavos y enciende estrellas,
de mi mano tardía, revoltosa
-puro germen del día en donde se conjugan saludos y pésames-,
de aquí salió volando hacia el oeste un lepidóptero rosado  5
sin más sed que una gota de rocío sobre el pasto.
Y vinieron los vecinos a mirarme a los ojos,
vinieron abogados, dentistas,
geómetras vinieron,
y todos hallaron razón para encender  10
una vela celeste en mi costado
y rezar algún misterio en dirección al viento.
—60→
También los indios del Chaco llegaron
ataviados con aros y densa cabellera,
y gravemente dignos, singulares,  15
giraron en burbujas de luceros
y se fueron al alba, fastidiados por un perro.
(Loor a los guerreros de la enhiesta raza guaraní)
Pero, ¿por qué en mi mano derecha
la incubación imprevista de aquella mariposa?  20
¿En qué glóbulo, célula o hematíe,
comenzó a circular con suavidad?
Inclemente, me dice la gente por las calles:
Buenos días. ¿Cómo está su mariposa?
—61→
Tardía, yo contesto:  25
Bien.

  —62→  


ArribaAbajoMuelle


ArribaAbajo No pidas más que el rápido recuerdo
de un verso de Neruda (¿barcarola?)
o el eco de estribillos que los niños
entonan en su marcha al santuario,
no gires ya tu rostro a la derecha,  5
silbando a ras del sol se fue el remero,
quedó en su sitio, a cambio, un redoblado
silencio revestido de cocuyos.
Acepta el platerío irregular
del agua golpeando las canoas;  10
es más, apúrate en creer que has sido
afortunado por mirarlo todo
—63→
(canoa, ocaso y hombre configuran
la cima de un fugaz imperio de oro),
no sea que al abrir mejor los ojos  15
descubras que tan sólo te has dormido.

  —64→  


ArribaAbajoCeniza


ArribaAbajo Y aseguras que allá
son las rosas extrañas
y que un ave de fuego desde un cerro de nitro,
tarde a tarde las cuida.
¡Niño raro, qué dices!  5
Como quien se ha quedado dormitando en el fresco,
levemente te escucho:
casi endulzas ¿lo sabes?
mi perfecta y lacrada
convicción de ceniza.  10
Si tan sólo sintiera cierto frío en los huesos,
si creyera que el alma se soleva a formol
—65→
y el presagio del polvo
fuera sólo un mal sueño:
¡cuánto arrullo escucharte!  15

  —66→  


ArribaAbajoElectra duda


ArribaAbajo Acaso esa mujer -creo haberla visto siempre-,
que me mira al modo mío
desde aquel inmenso espejo,
que viste mi traje azul
y lleva este pañuelo  5
de color dándole vueltas
en olas a los hombros
-parecía más contenta hace un instante-,
no soy yo.
¿Es posible dudar de los espejos?  10
¿Qué de la catóptrica1 y sus leyes?
¿Qué de las imágenes sensatas?
—67→
Años que llevo mirándome en sus rostros,
dudando seriamente de su fidelidad.
Anteayer el busto de Ifigenia, hija de Agamenón,  15
rey de Micenas y de Argos,
esta mañana Juana, abanderada y resuelta,
Virginia Woolf a la tarde, aterida de mar,
amamantando crustáceos.
Ahora, ¿quién se atreverá a decirme  20
que esa mujer de enfrente
y sentada frente al espejo,
soy yo, setenta veces yo,
sin mirarse antes en él?

  —68→  


ArribaAbajoLas cuatro lunas


ArribaAbajo Mirarme en ellos todas las mañanas.
Hallar distintos rostros en sus placas
y un caracol de obscura gelatina
temblándome en el pecho al respirar.
Reconocer que la mujer de rojo  5
que ríe en la instantánea frescamente
(le sienta tan mundano el obelisco)
ya no se me parece como entonces.
Y no. No soy la misma de anteayer,
la mariposa azul de la neurosis,  10
el viento sur y el rastro de los hombres,
semblante de mi madre me pintaron.
—69→
Anchísimo camino de la sangre:
¡Qué lejos la ha llevado el hijo mío!
Menguante luna de mis rostros todos:  15
¡De veras van cambiando los espejos!

  —70→  


ArribaAbajoEnredadera


ArribaAbajo Te duermes, y la noche te depara
un sueño prodigioso: se hallan juntos.
No intentas convencerla de tu apremio,
ahora quien dispone todo es ella:
el ángel cara al raso, el hielo al agua  5
y el celofán cubriendo el velador,
-la obscuridad no es causa universal
de sus azules párpados cerrados-.
Te duermes, y el aroma de las uvas
arrasa tus cortinas entreabiertas,  10
haciéndose a la pausa de tu aliento,
-estás en fin, feliz, aunque invadido-.
—71→
La muerte puede ahora arrebatarte.
Irán los dos al frente: enredadera,
rosados de alegría y ataviados  15
de colchas confundidas, lecho a cuestas.

  —72→  


ArribaAbajoGrito


ArribaAbajo Mujer: alforja de tesoro obrizo,
certero escote, dentadura fresca
de buena voluntad a medianoche,
y sobria estampa de aerosol al viento;
y sin embargo, obscuro corredor  5
por el que corren rápidos tus hijos,
arremetida leche que prospera
al ritmo circular de otro apetito,
a veces estridencias de falsete
que nadie entiende, o bronca disparada  10
en negación del cuerpo, y es así
que estallas en la costa del abismo.
—73→
Hermana, aprende que si aún te amo
es porque sé que todos te cegamos;
no obstante, aguardo tu correcto grito  15
al frente de tu sangre aprisionada.

  —74→  


ArribaAbajoExactitud


ArribaAbajo Allí el torrente de la luz bañando
los líquenes
dispuestos en coraza,
la cornucopia
y el armario aquí,  5
también la estampa obscura de Gabriela,
y la mirada trágica y lluviosa
de quien se sabe puesta
sobre un risco
mohoso  10
de Alfonsina
en el retrato;
—75→
(el académico, castizo cuchicheo de las dos)
encima del penúltimo anaquel
la bailarina negra  15
eternizando
su vértigo,
mejor: su desamparo,
dispuesta de puntillas sobre un pie.
Las cinco de la tarde.  20
Fresco y blanco
de sacarina en gotas sube el verso.
Vapor de té. Salud. El trino exacto
de un pájaro equilibra el firmamento.

  —76→  


ArribaAbajoDogo


ArribaAbajo Certero fue el disparo de la honda,
y el niño celebrando el escarmiento,
cruzó de nuevo a la vereda opuesta
a contemplar al perro malherido.
(Vendrían luego, el tiro de revólver  5
preciso en su piedad, librando a Dogo
de la ceguera súbita, y los pájaros
que huían alarmados de los cítricos.)
Aún parece que lo veo haciendo
vertiginosa guardia tras las rejas  10
de aquel jardín, en tanto raudos niños
pasábanse las blendas aromadas.
—77→
Cuidado, yo me digo, está impregnada
su muerte de peligro, todavía.
La bestia puede desde obscuro ángulo  15
tensar aullidos por sus rosas blancas.

  —78→  


ArribaAbajoMomento


ArribaAbajo Aquella pálida mujer de gafas
que está sentada junto al hombre y mira
con precaución la lenta caravana
de hormigas que desplazan fibra dulce,
que está también pendiente del posible  5
ardor de las cigarras limoneras,
y el consiguiente apremio de la tarde,
con su penacho vivo de cocuyos;
aquella dama de ligera blusa
y sólido reloj, que el hombre a ratos  10
observa sin saber a fin de cuentas,
si no sería bueno despedirse,
—79→
advierte que al hablar el caro hechizo
de tanto atardecer se va perdiendo
No importa cuán honesta suene entonces  15
la frase que de amor se torna ronca.

  —80→  


ArribaAbajoFuga


ArribaAbajo Ya sube al muro raudamente el gato,
lo sorprendió en el techo nuestro susto
ardiendo por la luz de sus candelas.
(Muy tarde vino el faro de neón.)
Ya trepa largas gradas de azulejos  5
arremetiendo viento de follaje,
ropaje transparente y pañoletas
que sudan sobre el cerco lavandina.
Con qué cuidado anduvo entre las sombras
en tanto que jugábamos a ciegos:  10
oladas proveyendo de salitre
el uno al otro sobre las baldosas.
—81→
La noche nos redime con el sueño
y nuestra falta ahora es su pudor.
Mordiendo brasa el gato rasga el cielo.  15
¡Coraje de tejado, yo diría!

  —82→  


ArribaAbajoPetición


ArribaAbajo Entonces yo le hablaba quedamente
y puestos en sus ojos mis pupilas.
Exaltación de anillos y rosarios,
la rústica escarcela me entregaba,
y no faltó ese trino todo quiebro  5
que al santiguarme honró a mi ventanal.
Silencio de crisálida en la casa.
Conversación extraña. Entrega pura.
Aquello parecía tan dispuesto
a oírme cuantas veces lo quisiera;  10
el rostro herido de piedad extrema
que en franca palidez se reanimaba;
—83→
y sin embargo, vuelta toda puños
llevaba ya de hablarle largamente
aventurando petición, y el Cristo  15
de su bondad de mármol no volvía.

  —84→  


ArribaAbajoRiesgos del arte


a Moncho Azuaga



ArribaAbajo Dar todas las mañanas el alpiste
a los obscuros pájaros,
y luego,
el rito concluido,
suponer que soy un ave más del pabellón,  5
y en fin, no es cosa fácil sujetarme
al brevísimo tallo del ciruelo,
ni es cosa fácil
desgranar un trino
que pese lo que el aire en melodía,  10
¿a quién no le incomoda la capciosa
observación de un niño todo gafas?
—85→
Difíciles auroras las del ave.
Honesto circo
y exigente público.  15
¡Un tiro de honda es lo que cuesta a veces
magnífica acrobacia
y canto puro!

  —86→  


ArribaAbajoSalitre


ArribaAbajo Me cuentan de unas olas que levantan
embarcaciones frágiles,
y ciertas
lianas vegetales aferradas
a rocas deslumbrantes  5
de oseína.
Pregunto qué universo singular
es ese que no he visto
y qué poderes
encierran sus murallas  10
si entrecierro
mis ojos
—87→
cuando escucho datos suyos.
Me cuentan de unas aves bulliciosas
que hiriéndose las unas a las otras,  15
se roban los cangrejos malheridos
-los largavistas ya no las alarman-.
Me cuentan,
pero acaso he visitado
en sueños esos sitios, y no he vuelto:  20
me fui añadiendo al borde del paisaje,
volviéndome de sal,
ducado y junco.
FEBRERO. VEINTICINCO. MAR DEL PLATA,
—88→
expresa en letra imprenta la postal,  25
y entonces todo un mundo de salitre
asoma por mis ojos vivamente.

  —89→  


ArribaAbajoAnálisis del rayo


ArribaAbajo ¿A quién le importa ya tu verde rayo
que lanzas sobre un páramo ofendido?
Tampoco tiene caso que tu oruga
se siga desvistiendo: nadie aplaude.
La vida pasa como un muro, Dios,  5
y el hombre no lo alcanza y se fatiga.
No hay modo de entender por qué la luz
y de improviso el corredor a obscuras.
Es cierto, nos ha sido concedida
la gracia de observar el firmamento,  10
y en él alguna estrella fortuita
el tiempo que duró una petición.
—90→
Aquello ha sido todo. Luego sólo
la lucidez hurgando en el metano,
previendo en los llamados a morir  15
un porvenir universal de mosca.

  —91→  


ArribaAbajoConclusiones


ArribaAbajo Poner el mundo en orden a la siesta
con píldoras rosadas y celestes,
después hacer acopio de razón
y concluir que todo está encendido.
Buscar aplomo respirando a ratos  5
el agua de jazmín de mis axilas.
Prever que no hay amor que me perdure,
no obstante permitirme un sentimiento
legal de frustración si un caballero
se escurre de mi magia a la mañana.  10
Obrar en manifiesta oposición
a todo cuanto afirme o contradiga.
—92→
Tejer y destejer la misma fiebre.
Reconocer mirando el grave salto
de un pétalo de lirio al pavimento  15
que el cielo, por de pronto, está invertido.

  —93→  


ArribaAbajoPíldoras


ArribaAbajo Verás, mis precauciones son severas:
ración de hormonas cada anochecer.
Me ocurre tantas veces sin embargo,
que el viejo susto toca mis entrañas.
Aquel varón me perjudica, pero,  5
¿no son sus blancos dientes impecables,
no luce grácil arrojando al río
la vara con la cual adiestra al perro?
Me quiere ver alegre: yo sonrío,
y digo hidrografía, luz y piedras  10
(por cierto no me entiende), y es entonces
que en paz estamos como amantes verdes.
—94→
Verás, mis precauciones son severas:
a cambio me abandono alegremente
a dulce muerte de una sola noche  15
¡migraña atroz por suerte al otro día!

  —95→  


ArribaAbajoResoluta Marta Lynch


ArribaAbajo ¿Qué te traes luciérnaga?
¿Qué te traes que embistes
mis espejos, sin pausa?
No es de ti ciertamente esta torpe acrobacia,
yo te sé destinada para un rumbo más hábil  5
sobre un verde espacioso en la margen del río;
mas,
si acaso decides
dando giros mortales
perecer ante tanta resistencia dorada,  10
mira qué desconcierto:
¡Una luz virtuosa anhelando la sombra!

  —96→  


ArribaAbajoNacimiento


ArribaAbajo Sin advertirme que hay un franco límite
ciñendo la extensión del albedrío,
y que es la muerte, el reino mineral,
a ráfagas de cloro me trajeron.
Sin advertirme que debí crecer  5
-entonces era cofia sonrosada-,
en rápida obediencia a los mayores,
asimilando faltas y torpezas,
y que debí sacar algún provecho
de mi temor a Dios, balanceando  10
de mi cerviz un breve crucifijo
bañado en delicado platerío.
—97→
Sin advertirme del sopor que implica
besarse el uno al otro en las mejillas,
y confirmar que todo es academia  15
a punto de estallar en el adiós.
Sin advertirme que nacer mujer
es irrumpir de bruces en la vida,
a obscuras y en el límite del sueño
obraron dos amantes por mi suerte.  20

  —98→  


Arriba


Arriba Quién diría que estoy descontentísima
con las cosas, los hombres, el neutrón
(también las religiones),
vestida toda así, de azul discreto,
sorbiendo suavemente,  5
con pausas y maneras,
tibio té.
Pero alerta,
que puedo rebelarme,
que puedo levantar mi fino dedo  10
contra todos ustedes y el resto de la gente,
y embriagada de histeria
—99→
arrebatarles
las doradas pelucas de las frentes obscuras.
Alerta: estoy cansada.  15
Ya he vivido diez décadas.
No merezco este rostro de mujer aún lozana;
ya he mirado el revés
de las criptas salvajes,
y he probado que han sido  20
estafados los muertos,
y es estafa el respeto,
y es estafa la luz que engalana la vida
con sus siete colores:
nadie ha visto las rosas.  25