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Torre, Guillermo de: «Cuadernos de cultura española. Menéndez Pelayo y las dos Españas». Buenos Aires, [Imp. Ferrari Hnos.], Patronato Hispano-Argentino de Cultura, [1943]. 94 págs.

Ricardo Gullón





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Desde Buenos Aires ha llegado hasta nosotros el librito de G. de T., Menéndez Pelayo y las dos Españas. Es necesario destacar a su propósito la actualidad del tema Menéndez Pelayo, cuya figura crece incesantemente atrayendo la atención de las mejores plumas españolas. Bien reciente afín la obra de Laín Entralgo, ésta de G. de T. que ahora reseñamos, responde a un muy distinto modo de entender la personalidad del gran polígrafo, sobre cuya eminencia hállanse de acuerdo críticos de las más opuestas mentalidades, formación y tendencias.

G. de T. divide en dos partes su estudio: en la primera -El Titán- analiza la obra literaria de Don Marcelino y apunta con trazo rápido algunos datos biográficos; en la segunda -El banderizo- aplícase en tono polémico, a discriminar si Menéndez Pelayo supone en nuestra historia una tentativa de integración, o si, por el contrario, su obra acentúa la dramática y constante pugna entre los dos Españas.

Las aficiones bibliofílicas de Don Marcelino se convierten en la pasión de su vida. Los libros, las adquisiciones de volúmenes singulares, curiosos, jalonan y distinguen sus días. G. de T. anota con acierto que cuando Menéndez Pelayo viaja, no los paisajes, ni las ciudades, ni las obras de arte, recaban su atención: las bibliotecas, las librerías, los códices y los catálogos son objeto absorbente de su interés: En rigor dice no viaja de cuidad a ciudad, sino de biblioteca a biblioteca; el hallazgo de un libro raro interesa al entonces joven crítico mucho más que los cuadros o las estatuas.

Apunta también T., muy brevemente, la relativa indiferencia de Menéndez Pelayo por la efusión amorosa. Punto controvertible, pero que, de no darse el caso de algún inesperado hallazgo de documentos, tememos resulte cada día más difícil de aclarar. Por lo demás, es perspicaz la consideración de T. de que Don Marcelino estaba llamado por el destino a perpetuo celibato.

Fíjase luego una instantánea de sus días y sus obras, síntesis feliz de la imagen de Menéndez Pelayo recogida por Leopoldo Alas en uno de sus folletos literarios: comida apresurada, en tanto leía un libro cuyas hojas eran abiertas a medida que adelantaba la lectura; y la obligada cuestión ¿cómo y cuándo podía leer tanto y tan bien? G. de T. responde atribuyéndole dotes especiales de rastreador, inclusive don adivinatorio, gracias a las cuales hallaba derecha y rápidamente los pasajes esenciales de cada obra; piensa T. que todo su organismo (facultades físicas, además de anímicas) estaba organizado para   —390→   la lectura y el trabajo, predestinado a la erudición, como acaso nadie lo haya estado nunca.

Pero no es lo vasto de su cultura, ni su, literalmente, pasmosa erudición lo más digno de asombro. Lo en verdad extraordinario es cómo todo ello se transfigura y engrandece por la pasión creadora cristalizada en admirable empuje polémico. Creo, aceptable la tesis de G. de T. cuando afirma que el interés actual de sus diatribas no viene del tema sino del hechizo de su arte expositivo, del contagio de aquella vehemencia cuyo roce nos revela la pasión del hombre vivo y nos permite entender y sentir como actual el brío puesto eco aquel anejo debate.

Pondera T. el estilo de Menéndez Pelayo, a quien tiene por artista, portador del fuego sagrado, y destaca dos sustanciales características: su humanismo (el amador de la belleza, intransigente mucho tiempo con la jerga alemanesca, que decía su amigo Pereda) y su poesía. Pues, en verdad, la pasión creadora antes ponderada no es sino expresión de un temperamento poético que en la Historia de las Ideas Estéticas, en la Antología de poetas líricos, en la Historia de la poesía hispanoamericana y en muchedumbre de estudios aislados halla cauce adecuado para alzarse desembarazadamente con noble y anchuroso vuelo.

La crítica elevada a categoría de arte, tal es, según T., la más importante de sus conquistas menéndezpelayistas. Y hemos de asentir cuando señala al Maestro santanderino como el primero en dar, dentro de España, jerarquía estética a la crítica literaria, o cuando (en oposición a una tesis azoriniana) sostiene que tal crítica en manos de Don Marcelino no se limitó a ser erudita, sino también, y al mismo tiempo, interna, interpretativa, psicológica.

Y después de ponderar hasta tal merecido extremo al titán, G. de T. contempla al hombre de partido. Su afirmación fundamental sobre las dos Españas, sobre la existencia de dos Españas difícilmente conciliables, es tristemente verdadera, como lo es también la de que la pugna entre ellas debe necesariamente superarse, fundiéndolas en esa comunidad de ideales, esfuerzos que pensadores perspicaces, como Fidelino de Figueiredo (citado varias veces por T.) han reputado única solución posible. Está bien observada la mala fortuna póstuma inmediata de quienes son quizá los dos mayores genios hispánicos finiseculares: Galdós y Menéndez Pelayo, y no es menos certera la apreciación del monopolio ejercido sobre ambas grandes figuras por sendos grupos de grises segundones y discípulos de tendencia acaparadora y exclusivista. Pero sólo en pretérito puede hablarse de este fenómeno; al presente, tanto el autor de Fortunata y Jacinta como el de los Heterodoxos, aparecen como valores nacionales, a quienes cualquier hombre de buena fe se aproxima con fervor y sin prejuicios.

Entiendo que G. de T. yerra al tachar la obra -o gran parte de la obra- de Don Marcelino como incursa en pecado de escisionismo: no sería difícil junto a los textos que cita T. alinear nutrida falange de frases menéndezpelayistas, donde de modo categórico sostiene contraria actitud. Ocurre que los supuestos ideológicos de Menéndez Pelayo coincidían hasta cierto punto con los de una fracción de españoles, y discrepaban -también hasta cierto punto- de los   —391→   de otro sector; pero su pretensión fundamental residía en hallar un punto de concordia, una zona de unión desde la cual iniciar aquel programa de restauración y renovación cuyas excelencias proclamaba.

El librito de G. de T. representa una aportación interesantísima a la bibliografía menéndezpelayista comúnmente en exceso ditirámbica, apologética y poco original. Es lástima que el agudo crítico no desarrollara con latitud sus ideas y sus aportaciones, merecedoras de más amplia exposición, justificación y debate.





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