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Trágame tierra

Sergio Ramírez





La primera virtud reconocible en Trágame tierra, la novela de Lizandro Chávez Alfaro, nacido en Bluefields en 1929, es que nos acerca a lo nicaragüense por dos vertientes: por una, nos sitúa en el contexto de lo latinoamericano universal; y por otra, nos integra culturalmente como país, estableciendo hacia lo nacional nicaragüense la trasmutación de elementos de un territorio que confesamente nos es ajeno: la costa atlántica, donde la novela se sustenta, y revive a una ciudad: Bluefields.

Fuera ya de esos factores de integración, Chávez Alfaro descubre para nosotros y para los de afuera, un testimonio visceral de la realidad nicaragüense contemporánea y hace un enjuiciamiento de la historia nacional -nuestra historia del siglo XX y la triste herencia de los pasados- reviviéndola en un deslumbrante lenguaje literario.

Esta realidad y esta historia que son la de todo el país, la de nuestra vergüenza y nuestras guerras, se hilvana en la existencia de personajes simples, cuyo papel en la historia que enseñan los textos es de segunda, pero que como testigos y a veces cómplices de tramoya, cargan con el peso de las culpas propias y de las ajenas para vivificarlas en la carne de sus hijos, obligados a enfrentar un país agónico y sepultado por los vicios, piedra sobre piedra. De este conflicto de generaciones, surge el mundo dividido en que el autor coloca a sus personajes, que aunque habitando el mismo espacio, los desquiciamientos producidos en el tiempo les imposibilitan un acercamiento.

Y en ese mundo, donde las fuerzas del bien y del mal sitúan a cada una con sus perfiles bien definidos, toca sobrevivir o sucumbir; «llegar a ser», por un lado, no en un sentido existencial sino utilitario, o perecer una madrugada víctima de una descarga al querer escapar de la cárcel, después de haber sido protagonista de una lucha estéril. Los caminos son pues, uno y el mismo: del dolor ciego del pasado, a la desesperanza de lo por venir.

En el relato, los viejos, que pelearon en las guerras civiles entre liberales y conservadores, sobreviven a los hijos, el uno muerto en la cárcel, el otro en una cantina; pero ambos tratando de reivindicar algo, de resucitar algo, (lo que uno de los personajes califica de muertes por amor y así es en verdad, sólo la muerte o el amor pueden purificar sus existencias). Así, la visión de conflicto que aflora en el libro es total: conflicto de la historia; conflicto del yo íntimo de cada quien y de su concepción del mundo cuando le teco enfrentarlos a los demás; conflicto de una generación representada en Plutarco Pineda, al que sus años y su pobreza no rinden de la evidencia de que algún día se construirá en Nicaragua el canal y entonces se hará rico porque posee una manzana de terreno en las márgenes del río San Juan, con otra generación a la que representa su hijo Luciano para quien el canal es el oprobio, la mancha para siempre. Para aquel, la salvación para éste la condena.

Esta será pues otra de las virtudes del libro: explicar al país, ser una lección del país, no decir nada que al final no tenga alguna razón de validez, porque en los personajes, que se nos presentan con destellos de odio y desamparo, de conmiseración o de abandono, trasciende el ser nicaragüense, son los de ellos nuestros rostros marcados para siempre por un destino, y somos nosotros quienes nos sumergimos en su desesperanza. Pues en sus historias, que juntas son la historia nacional, la palabra tragedia está marcada.

Trágame tierra logra lo nicaragüense de manera total, no sólo por un paisaje, o por la descripción de unas costumbres, sino por la inmersión en la génesis del país, en su caos, en sus enfrentamientos, sus maneras de ser y sus maneras de agonía.

Chávez Alfaro, Lizandro, Trágame tierra, Editorial Diógenes, S. A., México, Colección escritores de lenguas españolas, 1969, 268 pp.

San José de Costa Rica, junio de 1969.





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