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ArribaAbajo5 -Las colonias escolares y cuidados especiales por quienes las dirigen

Existe otra hermosa y bienhechora institución pedagógico-caritativa, la colonia escolar, en que el niño endeble, de menguado crecimiento, de ojo hundido, de faz pálida y descarnada, sin otro achaque, sin más causa que la pobreza de sus padres, el insuficiente y nada apropiado alimento, la habitación y la atmósfera malsanas, secuelas obligadas de la falta de recursos, es conducido, con otros más, con él identificados en desgracia y necesidades, al pueblo de la costa o de la montaña, donde permanece por cierta temporada veraniega y de donde, merced a otros aires, a otros manjares, otros ejercicios, vuelve alegre, colorada la fisonomía, más alto y con más peso, regenerado el cuerpo y enriquecida el alma.

Hermosa y bienhechora institución, repetimos; pero que la mencionamos en este lugar, porque puede ocasionar accidentes de la índole de los reseñados, al subir al tren, al asomarse por las ventanillas del coche, al descender del mismo, al subir, bajar y trepar por la montaña, al bañarse en el mar; porque la calidad y la confección de los alimentos, el vestirse, el desnudarse, el lavarse, el dormir, pueden motivar alteraciones en la salud de los nada fuertes colonos; porque, en fin, hay que ser en todo momento, en todo lugar, su atentísimo custodio, y quienes aceptan este noble, pero difícil y grave cometido, han de tener a priori clara conciencia y decidida voluntad en pro de su satisfactorio cumplimiento; nunca solicitarlo ni recibirlo como oportuna, magnífica ocasión de viaje, de recreo, de esparcimiento, de ver lo desconocido, de placenteras sensaciones.






ArribaAbajoCapítulo XIII

Educación del alma.



ArribaAbajo1 -Educación anímica

La educación del alma, el favorecer y guiar su desarrollo, prever y evitar en lo posible sus desarmonías y procurar destruirlas cuando se las advierte, sólo cabe en el curso de su actividad, mientras el despliegue de sus energías; y como ella es simple o indivisa y las últimas de simultánea y coinfluyente acción, la obra educadora ha de realizarse acorde con este principio fundamental.

Imposible actuar sobre el aspecto cognoscitivo, sin que el yo experimente grata atracción o desagradable repulsión, sin que el querer coincida o disienta; no lo es menos elaborar sobre la sensibilidad, sin razón y conciencia de lo que se persigue y realiza, sin la intervención resolutiva de la voluntad; así como tampoco la modelación se referirá a la última, desentendiéndose de la modalidad anímica que delibera, y de la emocional, que impulsa o tiende al retroceso.

El educador ha de tener en cuenta esta triple e inevitable conjunción, por más que en el proceso de su práctico cometido, cual nosotros en el nuestro, al objeto de proceder con orden, método, claridad y éxito, funcione ahora con cierta especialidad de referencia a un aspecto psíquico, luego a otro: siempre promoviendo, guiando el movimiento del indivisible organismo espiritual.




ArribaAbajo2 -Ídem intelectual

Educación de la inteligencia o intelectual -Supuesta la abstracción que acabamos de señalar, y como todas, convencional, pero grandemente beneficiosa, nos ponemos cabe la educación de la inteligencia, cual si esta fuere entidad total, íntegra, independiente, absoluta, e incontinenti, surge otro ente ideal, otra suposición, la de considerar distintas maneras de ser y de actuar en aquella inteligencia, para referirse bien a un concepto, ya a otro, para prescindir de nuevo de lo imprescindible, subdividiendo la abstracción o constituyendo gradual serie de lo abstracto.

Pero es ello tan supositivo y convencional, tan existe sólo en la mente, en la marcha y en el procedimiento de quien educa o discurre sobre educación, mas no en el hecho, en la concreta realidad, que ésta implica de por fuerza atender a las distintas modalidades o aspectos de la inteligencia, promoverlas, dirigirlas, llevarlas en acompasado y armónico movimiento; concierto y simultaneidad de acción, que al referirnos a cualquier fase intelectual, nos pondrá más de una vez en lo respectivo a otra, inadvertida o deliberadamente; concierto y simultaneidad que han de resultar en la labor educadora, para que resulte acertada y satisfactoria.

Proponiéndose, verbigracia, la cultura de la atención, hay que enderezarla, que fijar la mirada intelectiva en un objeto en que fundamentar o a que referir el ejercicio; hay que recurrir, de tratarse, por ejemplo, de entidad exterior al yo en acto de educación, a tal o cual órgano general o especial del sentir; hay que percibir, ver mentalmente y cada vez con mayor claridad, latitud y profundidad; hay que comparar, juzgar, raciocinar, inducir, deducir; ha de desempeñar la razón del educando su cometido investigador; ha de comprenderse, entenderse, penetrar, conocer; ha el conocimiento de pasar a la conciencia, ha esta de distinguirle determinativa, fiel, intuitivamente; ha de verificarse el hermoso y complejo proceso de la investigación, recepción y representación de la verdad, en el que se vigoriza y adiestra la faz intelectiva; se asocia, agranda y perfecciona la sensitiva; se empeña, avanza y avalora la prasológica; se educa toda el alma, se nutre con lo aprendido y depositado en la conciencia; se acondiciona para funcionar delicada, penetrante, pronto apercibida, acertada y beneficiosa, en cualquier momento o lugar, sobre cualquier objeto, en el transcurso de la vida.

Volvamos la hoja: encarémonos con el reverso de la medalla, con la amanerada, torpe y atrofiadora obra de la rutina, de quien para desenvolver la atención y demás aptitudes intelectuales, se reduce a poner un libro ante los ojos del educando, en el propósito de que se aprenda de memoria lo que no ha de traducir ni asimilarse, o lo coloca frente a la pizarra para ver a otro escribir números abstractos, resolver operaciones, charlar lo que no se le entiende, y le veremos dejar inactiva la inteligencia del discípulo, mortificar su sensibilidad, poner a prueba su voluntad; hacer algo peor que condenar a la inercia la almas infantiles que debe revivificar; entorpecerlas, embotarlas, caminar a la antítesis del ministerio educador, que implica despliegue y perfeccionamiento, no contraer y entumecer, en fuerza de inacción espiritual.

Al primer tipo del anterior contraste ha de aspirarse en las tareas del aula y en las exposiciones del libro; el intento de obtenerlo y difundirlo informa cuanto dejaremos consignado acerca de tan trascendental asunto, advirtiendo previamente que no vamos a emprender colección indefinida e interminable de particularidades, recursos concretos, casos o medios aislados, sino a marcar el derrotero, a establecer bases y fórmulas generales sobre las que el educador ilustrado, atento y solícito, procederá utilizando los recursos de su reflexión, así que los que en manera constante, inagotable, le ofrecerán el estado, las circunstancias y los hechos de sus educandos.

El comienzo de esta labor bienhechora y decisiva no ha de reservarse al maestro y a la escuela; debe tener lugar en la familia, cuando el niño inicia su habla, y por ende, entró en marcha y ejercicio de sus actividades anímicas, atiende, observa, reflexiona, compara, juzga, raciocina, busca y halla ya ciertas causas, siente, quiere, se presenta en rudimentaria pero íntegra vida; revela bien las marcadas diferencias existentes y patentes desde muy temprano entre el vástago de padres cultos y el de los ignorantes, ásperos y rudos.

La educación tiene su propio centro, de donde parten educador, educando y el radio trazador de la superficie en que los primeros han de moverse y actuar: la solución acertada del problema se encuentra en el feliz trazado de los indefinidos y progresivos perímetros; en que se avance cíclicamente, de una zona a su sucesiva e inmediata, sin exceder de lo correspondiente a la edad y aun a las condiciones del individuo en cultura; que por reducida que parezca esta o la otra de aquellas zonas, espacio y materia ofrecerá de sobra al objeto que se persigue y se conseguirá tanto más llana y satisfactoriamente, cuanto mejor se cumpla la condición fundamental de no ocupar al educando sino en lo que no exceda a sus energías del momento, de moverle siempre dentro del círculo correspondiente.

Entremos ya de lleno en la indicación del modo general de educar, con referencia predominante, aunque nunca exclusiva e independiente, a tal o cual de las modalidades intelectuales.




ArribaAbajo3 -Ídem de la atención

Puesta la atención sobre un objeto, fija el alma en éste, no tardará en dejarle fría y disgustosamente, si en lugar de presentársele cada vez más perceptible y acondicionado para lograr su conocimiento, parece como que va perdiendose en el vacío o en impenetrable obscuridad; cual acontece al niño con ciertos estudios sobre libro que no entiende o explicaciones profesionales a que cuadraría perfectamente aquello de ¿De qué te sirve tu charla sempiterna, -si tienes apagada la linterna?

Imaginémonos al maestro junto a un grupo de niños y frente a la pizarra, definiendo, por ejemplo, la resta, el minuendo, el sustraendo..., exactamente lo mismo que se hace en el libro de texto, procediendo a la operación en abstracto, escribiendo de por sí los términos de ella, diciendo que de ocho a cinco no puede ser, pero sí de ocho a quince, y luego que lleva una: el niño quedará en obscuro limbo, lo mismo acerca del no o sí puede ser, que sobre el llevar una, que sobre cuanto ha oído en desconocimiento de significado, para confusión y mareo de su inteligencia, para disgusto de su sensibilidad, para resistencia de su voluntad, para fuga de la atención, para embotamiento, que no educativo desarrollo -Mas supongamos ahora que no se procede así, sino que se parte de un caso concreto, de 654 pesetas reunidas y de las que se gastaron 328, deseando conocer cuántas quedan; que, al efecto, se guía al tierno alumno, se le allana el camino, se le retiran las dificultades, se le enseña; pero se le deja discurrir, instruirse, y se fijará, atenderá, pondrá en función sus psíquicas energías y con interés, persistencia y deleite, irá comprendiendo que se trata de determinar la diferencia entre dos cantidades homogéneas, que a la una se la llama minuendo, en cuanto es de la que se ha gastado o disminuido, así que a la otra o sustraída, sustraendo; que la cosa equivale a rebajar la segunda de la primera, que ello puede verificarse y conviene verificarlo no de una vez, sino parte por parte; lo cual tendrá lugar con más facilidad y menor exposición a error, escribiendo ambos datos uno debajo del otro; que de cuatro unidades no cabe separar ocho, pero sí convertir en ellas una decena, equivalente a diez de las primeras, que con las cuatro suman catorce, de las que diminuidas las ocho, quedarán seis, cifra que en el lugar del resultado se escribe frente y por bajo del primer orden; que aquello de llevo una significa quitada de las decenas y convertida en unidades, por lo que habrá que considerarla sustraída de las cinco decenas del minuendo o adicionada a las dos del sustraendo, y así hasta finalizar la operación, el caso concreto, al que sucediéndose otros semejantes, por la vía analítica y el procedimiento inductivo, se llegará al concepto y a la regla general de la resta y su resolución.

Hagase lo propio en lo demás de la materia aritmética, como en la gramatical, como en las otras que figuran en el programa de las escuelas primarias; guíese, auxiliese al discípulo, pero él observe, reflexione, piense..., se instruya, e insensible, gradual, placentera, voluntaria, provechosa, educativamente, irá realizandose el desenvolvimiento del espíritu o lo que suele llamarse su cultura formal, así que su nutrición o la cultura positiva, la instrucción.

Tan luminosa y bienhechora marcha, tan racional y fructífero procedimiento, no son en modo alguno exclusivos para el tratado de las asignaturas, para mientras el curso de cada cual de las clases generales escolares; son extensivos y han de extenderse a todo momento, a todo lugar, a toda ocasión oportuna, en el estudio como en el descanso y el recreo; en la escuela como en el patio, en la plaza, en el paseo.

Una y cien veces mirarán muchos niños segovianos el portentoso y secular acueducto, sin pasar apenas del mero fenómeno visual; porque la indicación, el estímulo, el auxilio del educador no ha logrado, ni siquiera intentado, que la infantil alma se fije, atienda al inmenso conjunto de sillares que constituyen el monumento, al trabajo que supone su labrado, acarreo y colocación, piedra sobre piedra, sin argamasa ni otro medio de extraña y artificial adherencia, establecida y conservada, sin embargo, de tal suerte, que subsiste al través de los siglos y paso de generaciones; hechos, verdades de llano alcance, y que considerados, llevarán hasta la admiración al tierno observador.

Éste, que abandonado a su inatención, destruye lo que habría de advertir, respetar y estudiar; bien dirigido y auxiliado, se detendrá, por ejemplo, en el paseo escolar ante perfecto y laboriosísimo trabajo de diminutos y numerosos operarios, ante truncado cono de menuda tierra, y dentro del mismo, otro con la cúspide en el fondo y en éste un agujerito, por el que entra y sale la población del hormiguero, extrayendo los restos del caudal alimenticio consumido en el período de clausura, limpiando el granero y la morada para nueva provisión y ulterior alojamiento; realizando obra prolongada y penosísima, dándonos ejemplo de laboriosidad, de orden, de previsión; proporcionando sobrados motivos para fijar y sostener la atención, para desplegar la actividad anímica, para experimentar placer, y a más, deseo de apercibirse de lo que interiormente es en sí aquel hormiguero, cuyo infantil observador cuidará de no destruir ya inadvertido o juguetón, con pisada o puntapié -Asimismo puede ser dirigida, concentrada y sostenida la atención ante la tela de araña, fina y delicada cual la que más de entre las que salen de nuestros telares; o ante el regularísimo, primoroso y blando nido, hecho pedazos por la misma manita que coge los huevecitos en seguida rotos, o los pajarillos, inmediatamente atormentados y muertos; o ante otros ejemplares de la rica serie que, al objeto, presenta la Naturaleza.

Esto, sin acudir a más que a nuestros órganos; que si se recurre a la mediación de ciertos inventos humanos, el campo se agranda, los detalles se multiplican hasta lo sumo. Hagase que el niño vea, con el auxilio del microscopio, a la pulga, agrandado visualmente su propio tamaño, lo bastante a percibir los múltiples y puntiagudos dardos de sus patas y la especie de trompa en que termina su cabeza; observe al insecto seis o más veces más pequeño que el antedicho, y sin embargo, con sus extremidades, sus alas, su organismo complicado, perfecto, de superior belleza; y aquel niño, no sólo atenderá viva, penetrante y persistentemente, sino que incontinenti experimentará sorpresa, pasando en breve a la admiración y al asombro.

Y no se diga que tal recurso artificial no es barata adquisición, ni de fácil transporte y manejo; porque le poseemos al precio de una peseta y cincuenta céntimos ejemplar y es tan llevable y usual, como que consiste en un cilindro hueco de seis centímetros de altura por dos de diámetro en sus bases, una de las que tiene lente en su centro y la otra, de quitaipón, dos; dentro del cilindro existe un alambrito en espiral; sobre él, un disco de vidrio en cuyo medio se coloca el objeto a observar; cierrase el aparato con la movible base; tomale el niño, colocale frente a un ojo y hételo en ejercicio de atención, de sorpresa, de admiración, de asombro -Lo que hay es inmensa materia por explotar en la inagotable mina de la educación.

Tampoco cabe objetar, en firme, que los recursos extraordinarios lo son también en su aplicación, difícil, excepcional, en cuanto se verifica por encima de nivel común: sobre todas las asignaturas, sobre cualquiera de sus lecciones, sobre lo más sencillo y familiar será dado ejercitar, desenvolver y guiar la atención, si al aplicarla sucede muy luego el comienzo y el curso del percibir, del pensar..., de la concertada o íntegra actividad del alma. Y aquella atención irá creciendo en intensidad y persistencia; marchará progresiva e incesantemente a convertirse en hábito y surtirá sus incontables y variadísimos beneficios en todo momento, lugar y ocupación, por el transcurso de la vida; lo contrario de lo predispuesto en daño de quien, petrificado el mirar de su espíritu por labor inconsciente, mecánica y rutinaria, a todas horas da en la escuela el no me he fijado, por única explicación de sus dislates caligráficos, ortográficos, aritméticos..., y sin fijarse proseguirá, en gran parte de los casos, cosas y personas, hasta el postrer aliento de su terrenal existencia.

Débil la atención, como todas las aptitudes en la infancia, impulsada al frecuente cambio de objetivo, hasta por natural tendencia de quien desconoce mucho, a enterarse, aunque al vuelo y por encima, de lo más posible, vasela conteniendo y deteniendo poco a poco, si se la para con anímico ejercicio y fruto intelectivo; mientras que la enseñanza memoriosa entorpece con respecto a lo presente y a lo por venir.

La cultura y el aprendizaje escolar no demandan, ni con mucho, la tensión, la duración y la concentración que las formales especulaciones científicas o el resolver intrincados y abstrusos problemas; por lo que no es empresa magna el dotarla, pasito a pasito, de las discretas y necesarias condiciones relativas en punto a tiempo, campo que ha de abarcar y hasta donde, de ordinario, habrá de internarse.

Existen niños remarcadamente distraídos; muchos en las escuelas en que la educación e instrucción, bastardeadas, en aridez y esterilidad, producen el fastidio y llevan la vista mental hacia cuanto supone variedad, sea lo que quiera; pocos donde el alma se detiene para actuar con perceptible resultado; pero ante lo excepcional, la distracción característica, el atolondramiento o el ensimismamiento, han de acentuarse la acción y los medios del educador, no olvidando que el segundo suele provenir de deficiencia en la deliberación y que el último, raro en los niños, en la mayoría de los casos denuncia pobreza o anormalidad en la razón.

Reconocemos desde luego que el interés, la novedad y el placer son eficaces estimulantes para la modalidad anímica que nos ocupa; pero añadimos que tal trinidad de alicientes no exige gran cantidad ni esfuerzo de ingenio para dar con ella, que se la hallará hasta en el objeto, al parecer, más común o insignificante, si se logra que el discípulo le mire atento, le vea a fondo y en detalle, le abrace, le penetre, encontrando en lo de que irá apercibiendose, particularidades nuevas a que atender y por las que interesarse, motivos placenteros para la sensibilidad y apropiados para sostener propicia la voluntad.




ArribaAbajo4 -Ídem de la percepción

Tan correlativas son la atención y la percepción, que coinciden, mejor que se suceden: fijase la mente en el objeto desde el momento en que lo nota, para dominarlo a medida que le aplica su actividad.

Si aquel objeto es exterior al yo, si se trata de percepción de lo externo -no externa, que ella implica acto de la interioridad anímica-; precisa instrumento natural, corpóreo, el aparato general o cualquiera de los especiales de los sentidos, por el que el espíritu se encamine y llegue a lo que va a observar y pretende conocer.

El instrumento no pasa de medio, de recurso material, aunque imprescindible, de esencialidad: sólo el alma aprecia, distingue, percibe, con éxito tanto más acabado cuanto más redobla su energía, su empeño, su atención y su interés en alcanzarlo. Por esto, el vendedor por peso llega a seccionar el en rigor preciso, o si algo menos, el que le conviene para la mediocre añadidura, y si por longitudes, sin la oportuna medida, a señalar la vara o el metro, con ligera o ninguna discrepancia; el escucha se pone al tanto de sonidos o ruidos procedentes de extraordinarias distancias o profundidades; el pintor, aun con cansada vista, señalará más bien que quien no lo es y tiene perfecto y vigoroso su aparato visual, las pequeñas desproporciones, antisimetrías o necesidad de retoque en determinada pintura; el músico, cuyo oído ya le deja bastante que desear, aventaja al profano en armonías y melodías, en punto a apercibirse de la desafinación ligera; el ciego llega a lo notable y aun a lo prodigioso con el tacto y el oído, así como el sordo se orienta del asunto o del objeto personal de la conversación ante su vista sostenida por otros, atendiendo al movimiento de los labios, a la sonrisa, a la mirada, a los cambiantes de la fisonomía.

Por el contrario, cuando nos conviene el desapercibimiento de lo molesto o que se opone al descanso, al sueño, el alma se empeña en sustraerse, cerrarse a las incómodas o perjudiciales transmisiones nerviosas, y acaba por lograrlo hasta el punto de dormir en la ruidosa fábrica o cerca de donde circulan múltiples y estrepitosos carruajes.

Deducese de los asertos precedentes, informados en el realismo de la experiencia, que la percepción de lo externo, como psíquica modalidad, está directamente relacionada con el empeño, el interés, lo vivo de la atención; y que, repetida y sostenida tan valiosa manera de observar, pasará a la categoría de hábito y será raro el desapercibimiento de lo que proceda no pase por alto -Infieran, pues, los educadores el punto de partida y la base fundamental de su acción, al objeto de favorecer el desarrollo y el perfeccionamiento de los aspectos perceptivos de las entidades abstractas a que se da el nombre de sentidos, y acerca de los que vamos a formular algunas ampliativas consideraciones, bajo el punto de vista de la percepción y no del de la sensación, que nos ocupará después.

Los sentidos del olfato y del gusto tienen más de sensacionales que de intelectivos; pero ni ellos ni ningún otro pueden carecer del último carácter, de esencial y aun previa intervención, si ha de conocerse lo que se siente, si el hecho no ha de quedar reducido a mera impresión orgánica de la vida vegetativa.

El olfato, de por sí, prescindiendo del concurso de los demás, permite distinguir el pan, el queso, el tocino, la fresa, el melón...; el vino, el ron, el aguardiente, el vinagre..., el aceite, la manteca, la canela...; gran diversidad de alimentos, bebidas y condimentos; denuncia también el estado favorable o perjudicial a la nutrición, a la salud; los miasmas y otras extrañas y nocivas ingerencias en el ambiente o en las habitaciones, así que la existencia del incendio antes que el humo o la llama le ofrezcan a la vista -La indicación que antecede permite vislumbrar larga serie de recursos prácticos, utilizables en el hogar doméstico con principalidad, bastante en la escuela de párvulos y algo en la elemental o superior, al objeto de educar la fase olfativa de la percepción, recursos que en varias obras pedagógicas se exponen concreta, detallada, minuciosamente; mas no en las que, cual la nuestra, trazan líneas. y procedimientos generales.

Bajo el aspecto del gusto se obtiene el apercibimiento intelectivo de las substancias sápidas, de la pureza o adulteración, bueno o mal estado de alimentos y bebidas, de si los primeros no llegaron o sobrepujaron al punto conveniente de su guiso, frito o cocción, de si pecan por exceso o por defecto de sal, de azúcar, de pimienta, de ajo u otro condimento y de múltiples particularidades influyentes en la digestión, en la nutrición, en la salud, y que, por tanto, el educador tendrá en cuenta al modelar a su educando; éste debe predisponerse y acostumbrarse para apercibirse bien de cuanto coma o beba; ninguno hemos de echar en saco roto, sino verificar atentos ambos actos, sin entregarnos a la charla con los compañeros de mesa, sin realizar aquéllos, preocupados, abstraídos en cavilaciones; que por algo se formularon y subsisten los aforismos populares de En la mesa como en misa y Para comer cerrar la puerta al pensamiento.

El tacto tiene más de perceptivo que los dos sentidos que ya nos han ocupado, y por lo mismo, funciona muy frecuentemente en tal aspecto; verificalo así en la escuela y es más amplio y socorrido el campo de su cultura. En oportuna abstracción de otros sentidos o relativamente a lo percibido y juzgado mediante los últimos, cabe determinar y comparar pesos, temperaturas, volúmenes, superficies, longitudes, figuras, grados de dureza, de fragilidad, de consistencia, etc., y recordando lo que expusimos acerca de los trabajos manuales, se vendrá a la persuasión de que los educadores domésticos y escolares disponen de magno, variado y precioso caudal que utilizar con destino al desarrollo y a la delicadeza táctil de sus educandos.

El oído es de alta e íntegra valía anímica, bajo el aspecto estético, como bajo el moral y bajo el intelectivo o de percepción, que es el a que aquí nos referimos. Se aprecian las diferencias distanciales del sonido, así que el reino o la especie a que corresponde su objeto productor y aun la persona individualizada y conocida que le formó, y también la clase del instrumento artificial de que proviene, y, sobre todo, el alma oye la palabra, recibe y se asimila el pensamiento de los demás, nota los defectos orales y dicta su correctivo, se adapta, en fin, a su cultura y enriquecimiento. Aparte lo demasiado que pueden y deben utilizarse en la obra educadora las indicadas diferencias de distancia y de origen en lo auditivo, el habla y la lectura se prestan a modelar en el momento que plazca el sentido a que nos referimos. Hagase que el educando observe y se observe, oiga y sobre todo se oiga a sí mismo y se empeñe en corregirse, y el timbre áspero o bronco, melifluo o atiplado, gangoso, alto o bajo en demasía; la expresión tartamuda o balbuciente, tropellona o cachazuda, irán entrando en regularidad, tanto más satisfactoria cuanto mejor se utilice la lectura, fijándose cada niño en cómo leen su maestro y compañeros, cómo él lo hace y qué procede al efecto de las debidas rectificaciones. -Que la explicación profesional, el diálogo y el libro se hallen siempre, graduando acertada y progresivamente las dificultades, al alcance del discípulo; que así arribe al hábito de no declararse satisfecho en tanto no comprenda lo expresado de palabra o leído en alta voz, y será un hecho la buena cultura de su percepción auditiva.

La vista es la forma de percepción intelectual por que el alma se pone en mayor estudio y conocimiento del mundo exterior; y su doble instrumento orgánico, como el diáfano cristal al través del que aquélla contempla y analiza las grandezas, las maravillas, cuanto se alza sobre nuestra cabeza o se asienta en el plano, por encima o por bajo de la horizontal superficie; observa, dirige y rectifica la inmensa mayoría de nuestras operaciones.

La vista es, por tanto, el sentido de más vasta y frecuente actividad; en el seno de la familia, en el salón de escuela, en el paseo, doquier se encuentra en ejercicio, ofrece hechos y motivos a propósito para educarla; sin que precise citar serie de ellos y sí únicamente recordar el principio fundamental de cultura en los sentidos, o que en fuerza de larga y no interrumpida sucesión de actos, se produzca el hábito de atender, de mirar mentalmente, para percibir. Que abiertas, cual lo están en la vigilia, las ventanas del alma, ella no permanezca en retiro, abstraída, sino que se asome y mire, vea lo que convenga no le pase desapercibido. Así, se habilitará y acostumbrará el educando, al objeto de ir siempre al cuidado y ponerse al tanto del grado de perfección y acierto en lo que verifique, sea cualquiera la ocupación accidental o peculiar a que se entregue, achicando, agrandando, variando, afinando, realizando lo conducente al satisfactorio resultado perseguido.

Los sentidos incurren en errores, no del órgano, que en cuanto material, es extraño al acierto como a la equivocación; ni tampoco de la sensibilidad, que se afecta según el previo concepto inherente a la percepción. Tan exactísimo esto, que indicamos ya en otra parte, que si, vendado un sujeto y desnudo su brazo, experimentase cisura que se le hiciere creer correspondía a arteria braquial, incontinenti comenzase a oír la salida de vena líquida, juzgando se le había sometido a sangría suelta, muy luego pálido, trémulo, descompuesto, acabaría en síncope o más serio accidente; todo por afectarse el alma fuera de la realidad, pero de acuerdo con lo que la percepción, la inteligencia consideraba como real -Sabido, pues, el génesis de los errores de los sentidos, conocese, en consecuencia, dónde radica su fuente productora, dónde y cómo ha verificarse la rectificación: en la citada inteligencia, con recursos intelectuales, ora con el propio sentido equivocado, bien con alguno de los otros y en todo caso, funcionando la razón.

Cuanto más intelectivo, más para el servicio del alma es un sentido, más expuesto se halla a los dislates aludidos, con mayor frecuencia y variedad incurre en ellos; no obstante que ninguno está en absoluto exento de la desviación de la verdad. Las impresiones del órgano olfativo suelen a veces conducir al juicio equivocado de la percepción de una substancia odorífera, distinta de a la que se achaca el fenómeno; las del gustativo, a tomar por sabor farináceo el exceso en la masticación, o por gomoso, el de lo demasiado hecho pasta; las táctiles, hacen discurrir, por ejemplo, al ignorante, que ciertos subterráneos, viceversa en sus cambios térmicos de lo que habrían de ser, elevan su temperatura en el invierno y la bajan en el verano; cuando apenas la varían y sí el medio ambiente exterior que se deja para penetrar en ellos; las auditivas inducen a conclusiones fallidas acerca de la distancia o del grado correspondiente al sonido que se percibe, del objeto o de la persona de que parten las vibraciones sonoras, del estado o sentimiento a que obedecen, tomando por risa el ay del dolor o viceversa, etc., etc.: y, por último, las visuales nos engañan acerca de la distancia, longitud, superficie, volumen, peso, figura, color, movimiento...

El educador debe prevenir al educando contra tales errores de percepción, que un día pueden irrogar perjuicio o daño; ponerle en condiciones de notarlo o de caer en él, y en este caso, guiarle hacia la manera práctica e indudable de deshacerlo, bien por medio del mismo sentido que dio en la equivocación, ora recurriendo a otro, ya con el solo o predominante ejercicio de la razón -La torre que se levanta sobre cercanas casas, aparece desde cierto punto de vista como adosada a las mismas; pero mirada desde otra parte, aparecerá manifiesto el espacio que las separa; el edificio de que algunos ángulos diedros se presentan como agudos u obtusos o el marco de puerta o de ventana que respectivamente se exhibe con análogas aberturas, los tienen rectos y tales se encontrarán mirándolos de frente; así como recorriendo el trozo de carretera cuyos lados parecen los no paralelos de un trapecio, no quedará duda contra el paralelismo de la vía; ni imprimiendo a la vista distinta dirección, se insistirá en el concepto de que se mueve el tren parado, cuando el echado a andar fue el nuestro, o viceversa -En la prudente incertidumbre acerca de si lo oído fue risa o lamento, ladrido o voz humana, la de tal o la de cual persona, se acude a la comprobación visual -La razón de por sí nos persuadirá de que el palo se rompe antes que doblarse en ángulo recto; de que no son los edificios del circuito los que se mueven en circular revolución, sino el que da vueltas sobre sí mismo, y del propio modo con respecto a otras análogas percepciones falsas.

En la percepción de lo interno, del yo, de la conciencia o de su ideológico contenido, la actividad anímica se despliega o encierra en sí misma, es el sujeto y el objeto de la operación psíquica, de ella parte la actividad y a ella pasa el resultado; dase un acto reflejo, la reflexión, que se verifica desde muy en los comienzos de la vida, que se advierte frecuentemente, aunque con familiares y sencillísimos motivos, en los párvulos; que tiene lugar hasta en la escuela más rutinaria, adocenada y chapucera, siquiera sea en manera torpe, deficiente y poco productiva; a virtud o a vicio de enseñanza desacertada e ininteligible, de instrucción amenguada y casi extinguida, de obra semimuerta, de inercia del espíritu que ha de conocer y apenas se le impulsa y facilita, o de ordinario, no se le deja discurrir.

Sólo en el tratado de las asignaturas -aparte los educativo-instructivos paseos escolares- cabe a cada instante el ejercicio reflexivo, o mejor, se impone, si el maestro se halla en el genuino carácter y fiel desempeño de su ministerio -Preguntesele al niño bien dirigido y auxiliado por lo directo y oportuno del interrogatorio, qué clase de número constituyen 5 duros, 3 pesetas y 2 reales, cómo escribirá 7 millares y 6 decenas, o a qué operación corresponde el determinar cuánto valdrán 75 centímetros de tela a 8 pesetas el metro, y reflexionando, llegará a contestar que lo primero es un número complejo, lo segundo es aritméticamente escrito, 7060, y lo tercero se resuelve por multiplicación -Por análogo procedimiento y adaptando los casos a la capacidad relativa del que ha de responder sobre ellos, acabará manifestando que Consuelo es, respectivamente, sustantivo común, propio y verbo en No hay consuelo para mi pena, Consuelo cose y Yo consuelo al que llora; que prefiero es forma verbal irregular, por adición de una i en su raíz y que abreviaban lleva primero b, por seguir otra consonante; después v, por derivarse del adjetivo breve, terminado en eve; y, por último, b, por corresponder a terminación del pretérito coincidente.

Que los ejemplos anteriores lo son de ejercicio reflexivo, no lo dudará quien advierta que cabe verificarlos a obscuras, en silencio, en abstracción de todo sentido; que si se presentan al niño de palabra o por escrito, será para facilitarle el proceso de la reflexión, mediante lo sensible, que así debe hacerse, conforme a gradual y acertado método; que, además, procede valerse de hechos y casos en que actúe y represente la imaginación, hasta llegar, al fin, a discurrir, considerar, meditar sobre lo abstracto, general, suprasensible, sin renunciar, en cuanto dable sea, el auxilio de lo que, concreto, material, hecho, fenómeno, efecto, esté relacionado con lo ideal de que se trate y haya de conducir a su más llano conocimiento.

El niño ha también de reflexionar acerca de lo correcto o incorrecto, calidad y consecuencia de las acciones, claudicación u observancia del deber que acusen los actos, así que el acierto o desacierto al proyectar y realizar; que en la vida personal, como en la doméstica y social, en cualquier estado o condición, importa y aun decide pensar antes de resolver y ejecutar; que el irreflexivo ocasiona con frecuencia malestar, ofensa o daño para sí o para los demás.




ArribaAbajo5 -Ídem del pensamiento, del entendimiento, de la penetración, de la comprensión y del conocimiento

Si con el momento en que se fija la atención coincide el punto inicial de la percepción, ésta se agranda y ha de agrandarla el educando a virtud de otra actividad anímica, del pensar, que no es un movimiento en torbellino, sin derrotero, sin objetivo y sin agente directivo, sino determinado, metódico, con marcha prefijada y racionalmente dirigida -Tratado todo esto en la sección correspondiente, toca ahora señalar cómo ha de habilitarse al educando para la aplicación y el aprovechamiento.

El pensamiento, la potencia y la labor espiritual han de dirigirse y arribar al conocimiento, al dominio del objeto, a constituir con verdad el ente ideal que le corresponda y ha de depositarse en la conciencia.

Al efecto, hay que entender la palabra ajena, el libro y la Naturaleza, fondo de precioso e inagotable contenido. Esfuercese el maestro por que siempre su aleccionamiento oral, en forma expositiva, interrogativa o la que fuere, sea claro y fielmente interpretado por el discípulo; gradúe las dificultades, ajustelas al nivel de desarrollo, de aptitud en el último; comience por lo corto y sencillo; avance poco a poco en la extensión e intensidad de sus enseñanzas; interrogue a la fisonomía del niño, para apercibirse de si queda satisfecha y nutrida su inteligencia, si lo adquirido gana la sensibilidad y la voluntad; y de día en día, se harán patentes el interés por tal clase de ejercicios y la progresiva capacidad para proseguirlos, extenderlos y profundizarlos.

En cuanto a la lectura, ha de ser constantemente inteligible, racional; desde que se aprende el abecedario, sus letras han de diferenciarse en el cartel como en cualquier libro u hoja en que se las señale; en las más sencillas de las articulaciones o sílabas, las directas simples, que han de hacerse conocer, no por los chapuceros procedimientos de la repetición machacona, desagradable y memoriosa, sí por medio racional; pasando inmediatamente a ejercicios de palabras, tales como aire, hebilla, milano..., y de las cláusulas, cuales Camino de la Losa vi mucho ganado, o La mula corre mucho, si José la pega; ejemplos que no deben quedar sin la comprensión y explicación del educando, auxiliado por el educador, ni tampoco los sucesivos y con respecto a vocablos y frases en que vayan entrando sílabas inversas simples, luego directas dobles, y así, hasta ocuparse de todas. De esta manera cíclica, formando concéntrica zona con cada cual de aquéllas y sus combinaciones, el tierno alumno, no sólo leerá desde el primer día para siempre cual exige la apropiada habla de lo impreso o manuscrito, sino sin dejar jamás de asimilarse lo leído, cada vez más apto para conseguirlo, más conocedor de los grandes beneficios que reporta la lectura, más encariñado con ella, más desenvuelto, adiestrado el entendimiento.

El buen conocimiento reclama lograrlo, además de la superficie, de la interioridad del objeto, internándose hasta lo necesario o posible; demanda la penetración de los constituyentes de las materias del estudio, de lo que se examina en la casa, en la escuela, en la excursión; de las palabras y, en cuanto quepa, de las intenciones humanas; todo lo que salta a la vista es de posible gimnasia y perfeccionamiento; que hasta las expresiones infantiles tienen, a veces, trastienda, con cuya entrada y percepción del contenido convendrá que den los mismos niños en la mayoría de los casos.

Entendiendo y penetrando, se abarca, se rodea, se prehende el objeto, de lado a lado, de fuera a dentro, en todas direcciones; se está en la comprensión, reteniendo cada noción parcial que va cogiendose, ordenando las prehendidas, hasta poseer el conocimiento, no satisfactorio en tanto no le percibe total, distinta y claramente la conciencia, que ha de recibirlo y conservarlo.






ArribaAbajoCapítulo XIV


ArribaAbajo1 -Cultura de la razón

La razón, el agente directriz del movimiento anímico en la marcha hacia el conocer, que busca, que halla, que ordena, que ultima la idea; que nos capacita para lo absolutamente negado a los irracionales; asiste por ello a todas nuestras psíquicas funciones; actúa desde bastante a los comienzos de la vida; es esencial para la instrucción, y, en consecuencia, el educando la presentará a cultura en todo instante; el educador tendrá sin cesar motivos y ocasiones de encauzarla y desenvolverla, y, en efecto, por el será dirigida y desarrollada, sin más que provocar, y muy principalmente, no dificultar o impedir su ejercicio, no anticiparse a la del discípulo, no sustituirla; revestirse de la más beneficiosa de las variedades de la paciencia, la de auxiliar una, dos, tres... veces al novel razonador, verle otras tantas fracasar en su avance al conocimiento, retroceder; aclararle aún más, prestarle nuevo apoyo; pero nunca llegar hasta descubrir la incógnita, siempre aguardar a que la despeje de por sí. Procediendo de este modo, es como el educando arriba a la verdad especulativa o práctica, abstracta o concreta, particular o general, llana, profunda o elevada; como se despliega, adiestra y vigoriza uno de los constitutivos de nuestra superioridad en la escala de los seres creados; como se predispone y habitúa aquel educando para encaminarse a lo verdadero y bueno, al cumplimiento del humano destino: medios, recursos, oportunidades de modelar la razón, de hacer conocidísimos sus fundamentales derroteros y procedimientos, se dan a cada paso y en cada instante; como que asiste a todos nuestros actos psíquicos, lo hace por la vía analítica o por la sintética y obra inductiva o deductivamente.




ArribaAbajo2 -Ídem de las vías, procedimientos y operaciones racionales

La natural limitación del alma humana nos obliga a inquirir y a conocer poquito a poco y a verificarlo tanto más despacio, cuanto menos desenvueltas se hallan las energías, más deficiente es el desarrollo de las mismas, más escasos los conocimientos. Al niño se le encamina a la adquisición de los últimos por la vía analítica y mientras por ella avanza, la razón persigue y prende nociones parciales, las ordena, forma su labor y lo que va obteniendo y relacionando la impele, la lleva, la induce a llegar a lo desconocido, a cuyo hallazgo aspira.

Ni la niñez, ni la generalidad de los hombres pueden ni se proponen arribar a lo más encumbrado de la verdad universal, desde el común y sencillísimo hecho, cual Newton: pretenden y necesitan mucho menos; mas no por ello dejan de recorrer la analítica línea indicada, ni de utilizar su correspondiente procedimiento inductivo.

Y en cuanto se rompió la ignorancia y aparece lo buscado, cabe emprender el retorno, bajar por la senda sintética, deducir corolarios, consecuencias provechosas, de utilidad práctica. No se reserva, por ejemplo, el proceder a esto último, respecto a tal o cual asignatura, para cuando se termine su tratado escolar; sino que, ganada una de las cíclicas zonas, se deduce acerca de su dominado contenido, sin perjuicio de proseguir avanzando analítica e inductivamente por el inmediato anillo concéntrico.

Aunque lo anterior basta para inferir cómo realizará el maestro la imposición educativa de su discípulo en análisis y síntesis, inducción y deducción, presentaremos algunos medios o casos concretos. Refiriéndose a hechos verosímiles, de los que se repiten en la vida social, de los que se enderezan a lograr que se admita como efectivo lo contrario o distinto a la realidad; del suceso o del sujeto engañoso, de lo particular, se pasará al concepto del engaño, de lo general; mediante la repetición de acciones que revelan en tal o cual individuo la nota característica de asentir muy luego, o de dudar de todo o de cualquiera, o de simular virtudes que no posee, el educando percibirá el significado de credulidad, escepticismo e hipocresía, así que la diferencia entre error y mentira, por iguales marcha y procedimiento; escribiendo gradual y repetidamente particulares expresiones aritméticas, de una, de dos o más cifras, inducirá la regla general para estampar cualquiera cantidad entera, decimal o mixta; y de análoga manera comprenderá la fórmula de la recta, el concepto del sustantivo, así que cuándo denomina individuo, familia, especie, reino, grupo de mayor o menor extensión -La niñez es susceptible de considerable cultura, y por ende, de la correlativa instrucción, a virtud del análisis y de la inducción: fijándose en hechos que de por sí ejecuta o que conoce bien; en que al que, de prisa, voltea alrededor de su eje vertical, parecele que lo hacen los objetos del contorno, en que cuanto menor es el contacto de una rueda con la superficie sobre que marcha, más plana la última y más rápido el movimiento, menos se percibe éste; concebirá que la Tierra, en que se adjuntan en grado máximo tales circunstancias, semeja quietud y ser el centro de incontables astros en cotidiana vuelta alrededor de ella, es realmente la que la verifica sobre su eje: uno de los más vulgares juguetes infantiles, el peón, servirá para inducir el concepto de la doble revolución, rotatoria y traslaticia, del astro que habitamos.

Ganado un principio, una ley, una verdad, la educación es factible en el orden descendente o sintético-deductivo a partir de lo mismo que sirvió para el proceso ascensional: el concepto del engaño se aplica a conocer lo concreto, lo particular en hechos e individuos, el fenómeno o el sujeto engañoso, así que a precaverse de los efectos de tal cualidad; y en modo análogo, de la noción poseída sobre la credulidad, el escepticismo, la hipocresía, la mentira y el error a las consecuencias y aplicaciones respecto al crédulo, al escéptico, al hipócrita, al mentiroso y a lo erróneo; de la de la escritura de cantidades y de la de las operaciones aritméticas, a la expresión gráfica de cualquiera de las primeras o solución de problema correspondiente a esta o a la otra de las últimas; las ideas sustantivo, adjetivo, verbo...; individuo, raza, especie.... reino, las clasificaciones de palabras o de seres, y así sucesivamente.

En lo que dejamos expuesto cabe ya entrever la marcha y procedimiento educativo en punto a lo abstracto y general; pues no otra nota corresponde a engaño, credulidad, escepticismo..., sustantivo, adjetivo, etcétera. Hemos, sin embargo, de adicionar algunas consideraciones sobre el particular.

El niño abstrae y generaliza desde muy pronto; pero en obediencia a motivo bien distinto o antitético al que ha de informar la labor educadora: no abstrae a conciencia o en conocimiento de lo abstraído, con objeto de abarcar mejor lo parcial a que se atiende; sino que no se preocupa de lo que ignora en absoluto y hay que encaminarle a que lo perciba y comprenda: no generaliza para adaptar las ideas a la ciencia y sus signos al lenguaje, sino que juzga existen únicamente las propiedades al alcance de su débil vista mental; agrupa objetos en que las advierte y tiene por hermanos a todos los niños, por manzanos a todos los árboles parecidos al que de aquella especie hay en la huerta de su casa: la abstracción es, por tanto, en él miopía intelectual que procede vencer, al objeto de dotarle de mayor percepción en latitud y profundidad; la generalización, mezcla de lo incoherente, identificación de lo distinto y que ha de diferenciar.

En la escuela se abstrae y se generaliza mucho, demasiado más de lo procedente: suele abusarse de ello hasta el punto de invertir el método y el procedimiento, de comenzar por la síntesis y la deducción. Buena prueba de este funesto y antieducativo trastrueque son la generalidad de los textos muertos o libros ininteligibles, y no pocos de los textos vivos o aleccionadores profesionales, que acerca de cualquier asignatura, de la Aritmética, por ejemplo, comienzan por lo más abstracto y general, por la definición de la totalidad de la materia, y prosiguen haciendo lo propio respecto a la cantidad, a la unidad, al número o la fórmula resolutiva de la operación...; todo abstracto, todo general, todo incomprensible para el niño, todo adaptado a la inercia de sus energías anímicas, al embotamiento de las mismas, al viceversa de la educación, salvo en favor de la memoria mecánica, inconsciente, irracional.

La excursión y la obra deben ser el revés de lo indicado; deben realizarse a partir de lo tangible, parcial y concreto: después de fijarse en que el azúcar, el arrope, la miel... son dulces, se lleva al convencimiento de que tales observaciones particulares podrían, sí, extenderse en modo indefinido; pero jamás producirían sino átomos dispersos, no entidad intelectual que aportar a la conciencia, cual a ella se conduce el concepto de dulzura, que si sólo existe en nuestra mente, es aplicable a cuantos seres de la Naturaleza poseen la expresada cualidad. El conjunto de material disponible para encaminarse desde lo concreto a lo abstracto, es inagotable: de blanco, robusto, pequeño, infame, traidor..., como notas o modalidades de éste o de aquel ser, se avanza hasta dar en blancura, robustez, pequeñez, infamia, traición...; de cómo, comes, come.... salté, saltaste, saltó..., escribiré, escribirás, escribirá...; a los infinitivos, a las abstracciones verbales de comer, saltar y escribir.

Nada más fácil que el convencimiento, hasta con relación a la infancia, de que es imposible conocer, como individuos, las personas y las cosas, naturales y artificiales existentes, así que dar a cada una su correspondiente nombre; de que tal individualización privaría a la ciencia y al arte de inmenso y valioso caudal de conocimientos, y se opondría a la formación de los idiomas. En cambio, nos es dable examinar la hormiga, el canario, el insecto, el pájaro, el ave, el animal...; ultimar los conceptos correspondientes, depositarlos en la conciencia y aplicarlos a cuantos seres reúnan las propiedades comunes de los observados; que cuando proceda distinguir al individuo del resto de sus semejantes, la perdiz más gorda, el canario de mejor cántico, la tela más fina o de mayor abrigo..., ya compararemos, ya determinaremos, ya aplicaremos los medios racionales de diferenciar y preferir -Cabe asimismo convenir un nombre para cada agrupación de seres, hombre, perro, gato...; mesa, silla, capa...; que al haber de individualizar, se hace por palabras especiales, cual Antonio y Segovia, o por determinativos, como en mi perro y esta pluma -Pero al concepto general ha de irse desde lo concreto o particular de los objetos, ganando el conocimiento o la comprensión de que cuantos con ellos convengan en determinados caracteres o propiedades, son de igual nombre y grupo colectivo, caballo, sofá, etc.; así que por análogo procedimiento se percibirá el valor extensivo de escribir, leer, estudiar...

Así se asciende a lo más encumbrado, se sondea lo más profundo, se intuiciona lo más abstracto, universal; el bien, el mal, la virtud, el vicio, la justicia, la fe, la esperanza, la caridad..., Dios; pero valiéndose del auxilio de lo individual o concreto a que informan, de que son causa; de lo gráfico, de lo fenomenal; hasta del esquema, del símbolo: de la balanza en su fiel, emblema de la citada justicia; de la matrona en actitud de hacer bien, para el de la caridad...; del espacio que agrandado y más agrandado hasta el no acabar, siempre deja por añadir, nunca permite vislumbrar el punto límite, para el del infinito Ser.

El conocimiento exige la comparación en busca de analogías, identificaciones, correspondencias, discrepancias, diferencias, antagonismos, proporciones...; y la comparación implica su obligado consecuente, el resultado, el fallo acerca de lo que comparó, el juicio; así como éste, el efecto de su coordenada repetición, el raciocinio; operaciones mentales que deben cultivarse cuidadosa y acertadamente, ofreciéndose, al efecto, tantas oportunidades como para el tratado educativo de la razón, del análisis, de la síntesis, de la inducción, de la deducción, de la abstracción y de la generalización.

El cese funcional del juicio y del raciocinio y, por tanto, de su antecedente comparativo, implicaría el de la razón, de que son formas operativas, y el de la palabra, en cuanto hablar es emitir oraciones, cláusulas y períodos, o expresiones de aquellos característicos actos de nuestra alma.

A cada instante, en cualquier lugar se ofrecen motivos para juzgar y raciocinar y, en consecuencia, para dirigir, promover y perfeccionar ambas aptitudes: el secreto, el mérito y el efecto están en acertar con la manera de verificarlo, acierto cuya base hemos ya señalado hasta repetidamente: marchese de zona en zona tengan las primeras muy corto radio, aumentese este paulatina y casi insensiblemente; no comprenda cada círculo sino lo peculiar y al alcance del educando, mucha intervención de los sentidos en el comienzo y en buen espacio de la evolución educadora; que el educando sea el que compare y falle, que el maestro le impulse, le ayude, le allane el camino, le facilite el proceder; pero nunca sustituya al que ha de juzgar y raciocinar, a presencia del objeto, del hecho, del fenómeno, del sujeto y su propiedad, formulando su dictamen acerca de si la última corresponde o no al primero, y cuando lo haga fuera de la verdadera relación, se le encamina a rectificar, se le presta claridad, mas esperando con educadora paciencia a que dé con lo que la cosa es en sí.

Esto es altamente factible en la escuela, en el patio, en el paseo, en el estudio, en el recreo, sobre la índole de los fenómenos naturales, sobre la clase y calidad de las cosas, sobre la bondad o malignidad de las acciones humanas, sobre la enseñanza y la correlativa instrucción acerca de

cualquier asignatura, según lo evidenciaremos sucintamente, por ejemplo, con referencia al lenguaje. Si se pregunta por la diferencia de significado entre hacer una cosa con presteza o con prontitud y la respuesta no es acertada, se variará y diversificará el interrogatorio con habilidad y lo suficiente hasta lograr el juicio de que la presteza implica rapidez y la prontitud, poco tiempo; pero sin formularlo en vez del niño, siquiera haya que llegar muy a lo inmediato del verificarlo -Análogo proceso reclama el juzgar que sobre es respectivamente preposición, sustantivo y verbo en Está sobre la mesa, Tráeme un sobre y Quiero que sobre pan; que tendido es sustantivo, adjetivo y verbo en Vi los toros desde un tendido, El paño está tendido en el prado y Hemos tendido la ropa; que así, palabra adverbial en Lo haremos así; aparece como preposición y pronombre en Llamó así el negocio; que hube es irregular en la raíz, en la terminación y en el acento, en cuanto que la forma regular sería habí; que en Pedro, ven aquí, Pedro es vocativo, encontrándose elidido el nominativo tú; que a Juan es respectivamente acusativo y dativo en Quiero a Juan y en Escribo a Juan, etcétera, etc.; ejemplos que cabe multiplicar hasta lo sumo y que han de ajustarse a la suficiencia relativa de quien haya de juzgar acerca de ellos, en cuyo caso se escogitan más sencillos que los anteriores, verbigracia, la determinación de los componentes silábicos de baile y maestro.

La cultura del juicio ha de predisponer también para rectificar errores perceptivos de movimiento, de figura, de temperatura, gustativos, olfativos, auditivos...; para despojarse de prevenciones que inclinan a fallar sin justicia, ora en pro de quien disfruta nuestro cariño o simpatía, bien en orden inverso; para esquivar la tan frecuente como difamadora murmuración; para exentarse de supersticiosas creencias e infundados temores ante la aparición del cometa, el fuego fatuo, verterse el salero, tropezar a la salida de casa, posársenos pulga en una mano, darnos en el rostro negro y zumbador abejarrón, chirrido de lechuza o canto nocturno de gallo, casamiento en martes y hasta deducir absurdos de las alucinaciones de los sentidos, fundamentar, por ejemplo, en el fino y continuado sonar del oído la presunción de que se ocupan del alucinado, favorablemente, si el ilusorio fenómeno se reproduce en el órgano del lado derecho, y en mal, si en el izquierdo.




ArribaAbajo3 -Ídem de la conciencia intelectiva

La acción educadora no ha de limitarse al cultivo y a la recolección ideológica; ha de alcanzar, además, al depósito, conservación, reproducción y vista de lo recolectado; a lo peculiar de la conciencia, a la que no deben llegar dispersos y atomísticos fragmentos, sino integridades ideales, bien distintas, delineadas, percibidas, relacionadas y reproducidas, cual se advierte en quien seguro de lo que manifiesta, se ratifica en ello una y cien veces, siquiera la correcta educación le dicte frases a la misma ajustadas, cual ME PARECE, CREO que es así.

Si esto no es hecho tan generalizado como debiera, culpese al falseamiento, al raquitismo educador-instructivo, a efecto del que los conocimientos son obscuros y confusos para el escolar, no tiene conciencia de ellos, quizá hizo adquisición memoriosa de la forma, en carencia del significado.

Mas si se procede educativamente, si funcionan la atención, el juicio, el raciocinio, la razón; si se sigue la correspondiente vía metódica, si se percibe, se entiende, se penetra, se comprende; si en el proceso investigador se mueve y actúa íntegra y armónica la máquina anímica, lo conocido será diáfano, adicionable y adicionado elemento al caudal del saber, que recibirá, dibujará, guardará y reflejará la conciencia, en intuición de su contenido.




ArribaAbajo4 -Ídem de la intuición

De intento hemos nombrado a la última, toda vez que ha de ser objeto de formal cultura en la labor educativa, cuyo punto de partida y cuyo primer campo de operaciones está en la representación psíquica de lo material, en las llamadas lecciones de cosas.

Horas tras horas de lectura o de exposición profesional no dan, ni con mucho, el resultado de un rato de observar, discurrir e interpretar a presencia del objeto sensible y percibido mediante la intervención de cualquiera de los órganos sensitivos. El examen de un trozo de madera, de las más comunes, de la hoja de morera y del encapullado gusano de seda, del insecto y de otros tipos para el proceso intuitivo, con el atinado auxilio y la hábil guía del perito educador, hará percibir condensada y claramente la idea del pino, así que de las valiosas y múltiples aplicaciones de su madera, de su resina, y aun de su fruto; la de la producción y la de la industria sericícola, la del admirable organismo de diminutos seres naturales y, también, de la sabiduría y de la bondad del Creador.

Pasando a zona adyacente, pero de mayor superficie, se predispone y obtiene la intuición por medio imaginativo; y el educando ha de describir y, al efecto, percibir con prioridad, el monumento, el paisaje, el artefacto, la planta, el animal, el objeto tangible que ya observó y conoció; y no describirá con exactitud, orden y riqueza de detalles, como no exteriorice lo que intuitiva y luminosamente se destaque en su conciencia.

Después se le hace patentizar que los conceptos, abstractos, generales, universales, suprasensibles, existen y lucen en su consciente fondo y siquiera se apoye en los hechos, en los efectos, materialice lo incorpóreo, exhiba la idea pura en sensible continente, expondrá, en manera fiel y comprensible, la de la justicia, la del bien, la del mal, la de la virtud, la del vicio.

Aparte que la intuición, lejos de servir al materialismo -como algunos asertan-, implica lo contrario, equivale a delinear, colocar y presentar idealmente en la conciencia, lo que de otra suerte no ofrecería más forma que la corpórea que le pertenece; prosiguiendo, según debe proseguir, su cultivo educador, por lo imaginativo, lo abstracto, lo general, lo universal, lo de íntegra naturaleza espiritual, conduce a la percepción y distinción de lo estrictamente anímico, a su virtualidad, ascendiente, influjo, predominio en la vida.




ArribaAbajo5 -Ídem de la imaginación

La imaginación, cuyo tratado educativo se ofrece para algunos pobre en recursos y entre frecuentes y abultadas dificultades, es aptitud susceptible de cultivo desde las primeras evoluciones de la infancia; como que funciona desde muy pronto y lo hace en toda hora sobre infinitud de motivos.

Dicese que la ignorancia, la rudeza y el mal trato en demasiadas familias, paralizan aquella facultad en sus movimientos iniciales; verdad, pero cabe y debe restablecerse su curso, a virtud de impulsora educación, de la misma manera que ha de cuidarse mucho no debilitarla con enseñanza memoriosa y obscura, que apenas aporta ideas a la conciencia, y mal se prestará, por tanto, al despliegue y al diseño imaginativos, además, impedidos cuando en vez de inspirar al niño amorosa confianza y aliento, se le asusta y sobrecoge con brusco o injusto enfado, amenaza o golpe, en cuanto dislata, por culpa de quien no le aclara, más bien que del no acondicionado para ver.

Pongase a aquel niño en actividad espiritual; atienda, piense, conozca, forme conciencia de lo que aprenda; desee, espere, obtenga el esclarecimiento de su educador; no tema a mano dolorosa y ofuscadora, y la imaginación actuará, se desenvolverá como las demás modalidades psíquicas -Pidase relato del suceso presenciado, idea de la madre, del hermano, del amiguito, no presentes; descripción del reptil, del pájaro, del artefacto, del lugar que ha visto o estudiado; esté seguro de que sus inexactitudes provocarán facilidades, aclaraciones y no asperezas; encaucesele, si se desvía; sea rectificado, si desacierta; pongasele en manera conducente a subsanar lo que omita; y dueño de lo que ha de expresar, en conciencia de ello, irá exteriorizandolo, de acuerdo con la imagen destacada en sí mismo.

En función imaginativa sobre ciertos olores, sabores o efectos táctiles, se simulará en su boca el paladear esta o la otra substancia; en su membrana pituitaria, la adherencia de partículas de tal o cual flor; en su mano, el hielo, la seda o el cerdoso pelo.

Las ideas abstractas, generales, lo inmaterial, se le exhibirá como corporalizado, y surgirán en su cámara imaginativa, la avaricia en la dura estampa de quien no se sacia de acaparar dinero; la crueldad, en la fiera a que caracteriza o en el hombre a quien domina; la envidia, en el pálido, entristecido y mal intencionado a que subyuga tan ruin y pobre pasión.

No deja de ser educable la imaginación creadora, aunque en forma rudimentaria, bastante restringida en la niñez. Prestase, al efecto, toda clase de dibujo, y por tanto, la escritura; se revela en el inventar y hacer juguetes, acordes con el sexo; en las combinaciones, en los proyectos, en las perspectivas de paseos, correrías, recreos y ardides infantiles: el educador dispone, pues, de variedad de medios para cultivar la imaginación productora, así como ya vimos le abundan los adaptables al desarrollo de la reproductora -La Historia, sagrada o profana, se amolda bien al servicio de la primera, en concepto de nexo entre ambas, de tránsito a la que ahora nos ocupa; toda vez que el educando ha de concebir y representarse escenas y personajes de episodios en que no figuró como actor ni como espectador. A este propósito, quien eduque no ha de satisfacerse con que su modelado describa fría, ciega e inanimadamente; ha de precisarle a contemplar en actitud, en movimiento, en hecho, en situación, por ejemplo, a Adán y Eva en la primera claudicación humana; a Abraham o Isaac ante el ara; a José, primero vendido y después encumbrado; a los Israelitas por el seco Mar Rojo o en las faldas del Sinaí...; a Pelayo, en el abrupto suelo de Covadonga; a Guzmán el Bueno, sobre los muros de Tarifa; a Daoiz y Velarde, en el Dos de Mayo de Madrid.

Ante el raquitismo imaginativo, se inquiere su origen y se aplican medios eficaces para la posible desaparición de la atrofia; según que aquél radique en defecto individual, en exceso de dureza y de rigores domésticos, en la orfandad, en el desamparo o en lo memorioso, rutinario, opaco y muerto de cultura anterior.

Frente al prematuro y demasiado vuelo, sumo ejercicio de razón, y de vez en cuando -siempre que las consecuencias no hayan de ser en materia grave- que la locuela de la novel casa se extravíe, vaya al desagradable o doloroso fracaso, para que el escarmiento en cabeza propia decida a seguir dócil el dictado de buen sentido; siquiera alguna que otra vez se patentice de nuevo cómo los defectos característicos no suelen ser completamente corregidos.

Se modelará el alma del educando de modo que no dé mérito a quiméricas visiones y sí a positivos peligros; que aproveche, por ejemplo, los gráficos e imaginativos avisos sobre la vasija fácilmente oxidable e intoxicadora o respecto a alimentos de composición, procedencia o estado dudoso, y desprecie las imágenes fundadas en la forma o peculiar empleo -no verificado, en cuanto sin estrenar- de ciertos recipientes, o en la mosca, apenas caída cuando retirada; que las siluetas de inexistentes duendes, brujas y apariciones no ahuyenten el sueño, y se prevea, en cambio, el riesgo de dejar luz encendida cerca de las ropas o abierta la ventana o puerta por donde se precipiten dañosas corrientes aéreas; que se depongan inmotivados pavores al haber de atravesar en obscura y nocturna hora, la galería, la habitación, la iglesia, el cementerio, y no se transite sin las debidas precauciones cerca del ganado bravío, por do abundan reptiles o animales venenosos, ni por entre caballerías, que puedan cocear, contusionar, herir.

Por último, en el hogar como en la escuela, han de percibirse y aprovecharse las pronunciadas e inequívocas tendencias de ciertos niños hacia el dibujo, la música u otra de las artes cuyo agente principal e inspirador es la imaginación; los padres, para decidir con acierto el aprendizaje de sus hijos; los maestros para dar, al efecto, atinados consejos.




ArribaAbajo6 -Ídem de la memoria

La divergencia y hasta contraste de criterio que existió y aún subsiste acerca del valor de la memoria, se refleja en su tratado educativo y en su aprovechamiento didáctico; y lo que expusimos en la primera parte revela de por sí cómo opinamos en el segundo concepto para nosotros, la memoria engrana en un sistema psicológico-educativo, conforme al que la cultura de aquélla ha de ser parte integrante, ordenada, armónica del total de las modalidades intelectivas; ha de ser considerada, dirigida y desenvuelta cual faz conservadora de la conciencia, que en manera racional, retiene y presenta lo previamente atendido, pensado y conocido.

Sabemos que abundaron y no escasean en el día los padres irreflexivos e ignorantes, a quienes place o entusiasma el que sus hijos digan a escape y sin tropiezo las capitales de provincia o los partidos judiciales de España, aunque desconozcan lo que es en sí cada cual de las unas y de los otros; pero el educador no ha de adaptarse a tan necios entusiasmos, falseando su ministerio, descendiendo al quehacer del artífice de mecanismos musicales, que mientras les dura la cuerda, dejan oír la tonadilla para que se hallan predispuestos.

No ignoramos que la índole actual de los exámenes escolares y la ordinaria calidad y gusto de los examinadores, dicta la conveniencia de ofrecerles cosas así como autómatas repetidores; pero esto debe aconsejar llamada y rellamada a la atención de los Poderes públicos, hasta que caigan en la cuenta y en la sanción de lo que la verdadera cultura demanda sobre los actos citados, como sobre los textos y otros puntos de primordial eficacia educadora.

Sin duda que desarrollar y utilizar la memoria mecánica aligera la tarea y releva de la preparación profesional; como que sólo obliga al señalamiento desde aquí hasta allí y a la toma de lecciones con el libro delante, lo que puede realizar el que sabe no más que mal leer; mas, por lo mismo, rebaja el elevado ministerio del Maestro, hasta el grado de holgar la habilitación académica y el indefinido perfeccionamiento ulterior, todo lo que seguramente repele una clase digna y cuyo valor y trascendencia está en desenvolver, enriquecer e iluminar las almas infantiles, no en contraerlas, empobrecerlas, obscurecerlas, adiestrarlas y habituarlas para lo orgánico, rutinario, inconsciente.

Cierto que es muy reducido el vocabulario infantil, con escaso y, a veces, inexacto significado; pero el objetivo de la educación está en aumentarlo numéricamente; agrandar y rectificar el valor ideológico; no contribuir a que se disipe aquel corto contenido de la palabra, a que ésta se torne en receptáculo vano, en cápsula vacía: verdad que el lenguaje de la niñez no resalta por la diversificación ni deja de incluir impropiedades e incorrecciones; pero aquélla expresa, al cabo, lo que conoce, lo de que tiene cierta conciencia; las automáticas máquinas recitadoras son una de tantas degeneraciones del humano arte, no obra de la naturaleza; que el pequeñuelo, aunque de lenguaje con demasiado a limar, expresa lo que piensa, siente y quiere, con diversidad y originalidad de forma.

Contraste acabado, bastante conocido y de fácil explicación, el que ofrecen no pocos niños entre su conversación ordinaria y su manera de responder a las preguntas sobre las materias de su instrucción fundamental. Se expresan, dialogan con sus padres, hermanos, sirvientes, amigos, compañeros y hasta con el mismo maestro, en giros múltiples, grandemente variados, serena, expedita y llanamente; patentizando a toda luz asociaciones ideológicas, racionales; como, verbigracia, al pretender un juguete, les surgen fundamentos sucesivos para la concesión, en haber hecho durar al precedente, tanto como Fulanito a varios más; en tenerle ofrecido como premio al proceder y a la laboriosidad y no facilitado, mientras le consiguieron otros menos buenos y estudiosos, etc., etc -En cambio, esos mismos niños, que así exteriorizan lo de su interior anímico, que así, sobre un mismo tema, acumulan y encadenan las ideas, los juicios y los raciocinios, son, en concepto de escolares, interrogados acerca de tal o de cual punto didáctico, y se asustan, se acobardan, vacilan, no aciertan a presentar nada de su propia cosecha; mas parten como disparadas carretillas, si se les exige o permite reproducir lo que inconscientemente leyeron y releyeron en el libro.

El doble y antitético fenómeno tiene lógica y sencillísima explicación. En el común trato social, emiten lo que poseen, bien o mal, pero, al fin, conocido: por aleccionamientos de la burda hilaza del tomado como tipo, se quedan sin el fondo y sólo pueden exhibir conjunto de signos muy ordenaditos, mejor aprendiditos, pero en labor rutinaria, mecánica -Y pues la repetición de una marcha, práctica, procedimiento, acaba por constituir la costumbre; discípulo así enseñado, se habituará cada vez más a no contestar escolarmente sino según reza en el libro, y su educación será algo peor que el cero o signo de la nada, será cosa negativa, en cuanto, invertidos los términos, embotará y obscurecerá, en vez de avivar e iluminar los poderes espirituales.

¿Cuál ha de ser, por tanto, la cultura de la memoria? -La que se inicia en las primeras evoluciones vitales del niño, la que verifica y aconseja la naturaleza, la que debe informar a la ciencia y al arte de educar, la que inmediatamente va a ocuparnos, dentro del plan, de la línea por que marchamos en nuestras consideraciones sobre el proceso desenvolvedor y directriz del alma humana.

Sujeta la nombrada facultad al orden, armonía e integridad con que se mueve nuestro elemento psíquico, han de respetarse aquellas sistemáticas notas en la obra educadora a que nos referimos, proponiéndose y logrando que los recuerdos se refieran a ideas, juicios, raciocinios, operaciones espirituales previamente verificadas; que las memoriaciones presenten lo guardado en la conciencia, porque a esta lo aportó previamente la razón.

Si el lector infantil de la historieta, de la anécdota, de la fábula se apodera del pensamiento y le retiene, lo expondrá a libro cerrado y aun después de cierto plazo; y si se le encamina, indirecta, pero discretamente, hacia la asociación de ideas, correlacionará los asuntos con hechos de compañeros, hermanos, o suyos, justipreciará en concepto moral, dará con la intención del autor o el sentido de la moraleja -Si el educando, dirigido y auxiliado por buena enseñanza profesional, se instruyó acerca de la cantidad, la definirá y redefinirá en múltiples emisiones, pero de único concepto; encadenará ideológicamente; diversificará los ejemplos aclaratorios; diferenciará lo discreto de lo continuo en el particular; deducirá de la bien entendida definición como el amor, el odio, la envidia, la alegría, la tristeza..., son cantidades, en cuanto susceptibles de mengua y aumento, mas no matemáticas, porque no cabe apreciarlas por los medios que dictan las ciencias del último calificativo -Mientras que el aleccionado rutinariamente no acertará a definir el sustantivo sino como lo haga el libro en que estudió de memoria, quien trató y se asimiló el concepto en modo racional, lo exteriorizará en unidad de significado, pero con diversificación de signos, así que de ejemplos comprobatorios, o impulsado hacia la asociación de ideas, entrará en ellas, aseverando, verbigracia, que Antonio y capote son designativos de persona y de objeto individualizados, en Antonio te recuerda que le devuelvas el capote -Aprendido memoriosamente cómo el Catecismo del P. Ripalda define el juramento, una y cien veces preguntado, se dará una invariable respuesta; al paso que adquirida la significación mediante lo en verdad educador-instructivo, subsistirá exacta, en cambio de expresiones; implicará tejido asociador suficiente a concluir, por ejemplo, que quien juró proveer a otro de calzado de que carecía y así lo hizo, juró con verdad y con justicia o sobre buena acción, pero sin necesidad, siendo reprochable el juramento, aunque no tanto cual si se le hubiera formulado con propósito de no cumplir o de ejecutar acto pecaminoso -Bien concluida la idea de crueldad, se expondrá de tal o de cual manera, mas siempre para decir en conclusión que consiste en deleitarse ante el dolor de un ser viviente y añadir, en eslabonamiento del contenido de la conciencia, que tan dura perversión moral se agrava en la medida que el paciente es débil o indefenso; que se sabe de quien se complació en arrancar a cierto niño lágrimas y ayes, o de quien se burló del anciano, o de quien exasperó al impedido, o de quien ató, desplumó, arrastró, mató al pajarito entre bárbaro tormento -El que, con el rudimentario microscopio citado en otra parte, vio el minutísimo insecto, de complicado, perfectísimo y admirable organismo, quedóse con bien delineada y clara intuición, y aun transcurrido buen plazo, le describirá, rico y exacto en detalles, y en ampliada asociación ideológica, manifestará persuadido, seguro, que como aquel minutísimo ser, existe toda una especie, que se reproduce de generación en generación, que patentiza lo infinito del poder, de la sabiduría y de la bondad del Dios que creó, conserva y reproduce.

Cerramos la serie de ejemplos, porque los ofrecidos bastan al objeto de exhibir nuestro criterio educador sobre la memoria; el mismo señalado acerca de las otras modalidades con que forma un todo orgánico, sistematizado: ante el objeto a que ha de aplicarse la actividad anímica, se atiende, se piensa, se compara, se juzga, se raciocina, se entiende, se penetra, se prehende, se aporta a la conciencia y luego se asocia, se conserva, se reproduce lo en ella guardado.

Tal es la memoria racional, la coexistente con los demás aspectos de nuestra indivisa y superior naturaleza; la obra predilecta de la educación entre las variedades de aquella facultad, la que ha de resaltar, la que ha de presidir sobre todas las últimas, aunque sin aniquilarlas; subordinadas, utilizadas, pero no anuladas.

¿Cómo habríamos de recomendar labor extirpadora de lo que, si de orden secundario, es estimable, en cuanto ayuda y avalora lo principal, y además, objeto obligado de cultivo, cual todas las aptitudes naturales, otorgadas con especial y armonizado destino? -La memoria de signos y la asociación de ellos, la recepción, la ordenación, la conservación y la reproducción verbal del efecto que lo particular, lo concreto, lo tangible produce en el espíritu mediante el funcionar de los órganos de los sentidos, reviste demasiada importancia, reporta el beneficio bastante para hacerla figurar en el libro y en el hecho de la educación.

Ella contribuye mucho a la guarda y duración de los conceptos, más inalterados y persistentes si les acompaña la corporalización oral -Ella ayuda en el aprendizaje infantil, para que los conocimientos mejoren en latitud y profundidad, para suplir las deficiencias inherentes a lo débil de la embrionaria inteligencia de la niñez -Ella acondiciona el tratado de las materias escolares a las pretensiones y gustos de las familias y colectividades locales y hasta al mecanismo actual de la primera enseñanza, que, si injustificado y funesto lo uno y lo otro, al cabo son hechos que, hasta cierto punto, hay que tener en cuenta mientras no se les reforme lógica, beneficiosa y educativamente -Ella es principalísimo agente con relación a determinadas secciones del saber, cual la histórica y la geográfica -Ella es de toda precisión hasta en lo abstracto, general y racional de la ciencia; en Física, en Química para la exacta conservación de las fórmulas, así que en Matemáticas, de la misma manera que precisa al objeto de expresar fiel y acertadamente teoremas y corolarios, también al de recordar y seguir la marcha, el mecánico proceso de las demostraciones, que hechas analítica e inductivamente, avanzando desde los principios conocidos o ya vistos cual verdades, al que se trata de patentizar, obligan a caminar por determinada línea, encadenar unos de aquellos principios y no otros que, aunque consta su certeza, no son pertinentes al caso y extraviarían, alejarían del término de la demostración, en vez de conducir al punto de su remate -Ella, en fin, es la única a que, con respecto a infinitud de hechos, cosas y otras particularidades, podemos recurrir, en cuanto tratándose de lo artificioso, convencional, arbitrario, fuera de lógicas correspondencias, no cabe venir a su conocimiento, recuerdo o expresión por medio racional.

Lo que combatimos, lo que anatematizamos es el trastrueque de términos, la inversión de estima, prioridad y aplicación; el que se confíe en exclusivo a la faz subordinada de la memoria lo que antes debe acondicionarse para materia de la racional, entorpeciendo, cegando y empobreciendo así el alma, bajándola hacia lo meramente animal, tanto como se la aparte de su peculiar dominio y actividad.

Posible y repetido que la vista mental no dé con el elemento llevado a la conciencia y que sea necesario, y, sobre todo, fácil la ruptura del convencional encadenamiento que forman los datos de naturaleza orgánica o recabado por mediación de los sentidos; conocese desde ha tiempo la Mnemónica, Mnemotecnia o arte de facilitar las operaciones de la memoria, del que poco o nada precisa utilizar en la cultura de la infancia, bastando en las escuelas aprovecharse de las frecuentes ocasiones que se ofrecen para suplirle. La Lectura se adapta tanto, al efecto, como que bien desde sus comienzos hay que recurrir al auxilio de lo convencional, advirtiendo, con cuidado de no olvidar lo advertido, cuán porque sí el discrecional y caprichoso uso nos ordena los nada lógicos valores orales que hemos de dar a las combinaciones silábicas ea, que, gui, ja, xo, etc -El Catecismo de la Doctrina cristiana, señalado por el respectivo diocesano, ha de leerse y releerse basta aprenderlo al pie de la letra, reservándose a la obra profesional tan sólo el explicar lisa, sucinta y ortodoxamente las expresiones -En cualquiera de los ramos del programa primario cabe confiar a la memoria de signos no pocas reglas y definiciones y será juicioso conceder algo a la preferencia de familias y localidades, en favor de lo mecánicamente recitado, por supuesto, después de comprendido -Y, principalmente, el tratado del idioma, sobre que el uso dispone a discreción, permite y con más propiedad, hace ineludible el ejercicio de la variante memoriosa a que nos referimos. Como de carecer de sexo un ser, no cabe accidente que le distinga de su opuesto, tan infundado resulta asignar a su nombre el masculino como el femenino, y de aquí, el que a sustantivos de igual terminación se les lleve al uno o al otro -palmeta y problema, vaso y Consuelo-; al primero con cierto significado, y al segundo, con distinto -orden y frente-; a tal antes y a cual hoy, como el vinagre y el color, que en otro tiempo eran la vinagre y la color -Tenemos tres típicas conjugaciones verbales, y a ellas habrían de someterse las de los verbos castellanos, salvo escasas alteraciones, fundamentadas en la eufonía y que tornan, por ejemplo, las malsonantes dicciones atribuo y oes en atribuyo y oyes. Mas aquel uso es caprichoso tan a lo largo y tendido, como que eleva a unos 850 el número de nuestros verbos irregulares, con unas 15.540 formas o palabras anómalas, que aunque bastante sometidas a lógica y razón por las conjugaciones modelos de los de aquellos verbos que coinciden en sus irregularidades -parecer, con 213; acertar, con 171; acostar, con 145, etc-; todavía quedan sueltas, inagrupables en número sobrado para alimentar la memoria mecánica; las unas adulterando la raíz -riego y quepo, por rego y cabo-; las otras, la terminación -habré y diste, por haberé y daste-; tal, alterando sólo el acento -estás por estas-; cuál, a más de dicho acento, la raíz y la terminación -hube por habí-; la de acá anteponiendo lo terminal a lo inicial -es por se-; la de allá desfigurando completamente -fue por sió- Como si esto no bastara, los verbos defectivos confían de por fuerza bastante a lo mecánico, para recordar que de abolir son usuales determinados tiempos, pero del presente no más abolimos y abolís, y del imperativo, únicamente abolid; derogaciones en unas formas y respecto a otras que existen asimismo en aguerrir, aplacer, arrecirse, etc. -Y aún habría mucha tela que cortar, si hubiéramos de señalar cuanto a lo mecánicamente memorioso reserva nuestro arte gramatical.

De lo expuesto puede deducirse el magno fundamento con que abogamos por la cultura de la memoria racional: su relativamente inferior, con creces se dará por añadidura.

La memoria ofrece variedades individuales que no ha de desatender el educador, ora para procurar la armonía, cuando resulte desequilibrio, bien al objeto de aconsejar a los padres acerca de la carrera o aprendizaje a que les convendrá dedicar a sus hijos -Uno comprende, se apodera fácil, extensa y profundamente de los conocimientos; pero se le confunden o desaparecen entre los demás de la conciencia, siendo en tal caso, conducente a la conservación acompañar el significado de su signo, el fondo de la forma; así como aprisionar las ideas en sus receptáculos orales -Otro se adhiere muy luego capítulos enteros o explicaciones profesionales, en el concepto de lenguaje, que no de pensamiento; en cuyo caso habrá que restringir la memoria mecánica tanto como promover y vigorizar la racional -Éste retiene admirablemente las fechas, pero no los apellidos o viceversa, con otra multitud de particularidades o contrastes de fuerza y de debilidad memoriosa -Aquél, gran calculador, llegaría a sobresalir en el científico estudio de lo exacto, matemático; o, por el contrario, flojo en la condensación espiritual, en el abstracto discurrir, y notable en el retener la trama de los significados, de las expresiones, es llamado al curso de la Historia, de la Geografía, al ejercicio de la oratoria y de la jurisprudencia.






ArribaAbajoCapítulo XV

Educación estética o de la sensibilidad.



ArribaAbajo1 -Educación de los sentidos en el aspecto sensacional de éstos

Tratado ya bajo el aspecto perceptivo la educación de los sentidos, restanos hacerlo atendiendo a lo sensacional de los mismos, consideración interesante para los educadores domésticos y profesionales, a fin de que se aprovechen, en la casa paterna como en la escuela, las ocasiones de realizar en el particular la cultura infantil, que se darán con mayor frecuencia en la primera, mas sin dejar de ofrecerse al maestro, que, por otra parte, dispone de medios indirectos, pero adecuados al objeto, en la lectura, en la explicación, en el interrogatorio, en el recreo y en el paseo.

El ideal está en fomentar, dirigir, regular, puntualizar el desarrollo y el ejercicio de lo sensacional en la niñez de modo que ella se acondicione para el disfrute del placer y la evitación del dolor, sólo en la medida de lo procedente y beneficioso, con fuerza de voluntad suficiente a prescindir del primero o someterse al último cuando así lo exijan el deber o la legítima conveniencia personal; de manera que desde temprano aquella niñez vaya habituandose a la armonía entre la percepción y la sensación, huyendo del exceso igualmente que del defecto, predisponiéndose para el justo medio, en lo que cabe, ni más ni menos.

Producense tanto el más, el menos y aun el cero de la indiferencia, que superabundarán los tipos y los hechos a utilizar como ejemplos en la obra educadora, y de ellos presentaremos muestra.

Hay a quien lo olfativo sensaciona en grado que el más tenue olor, quizá imaginario, a carne atrasada, a pescado no fresco, a vinagre..., le basta para renunciar el alimento o la bebida; que, ni a nariz tapada, hace corto tránsito sin escupitinas y náuseas, en cuanto aquélla denuncia fetidez; que no resiste el brasero más inofensivo ni aun esencia apenas trascendente; y, por el contrario, vese a quien se desentiende de lo más atendible, echa para adentro la carne descompuesta o el fresco viceversa de su nombre, permanece en habitación cuyo tufo se advierte a buena distancia; que en vez de mejorar la malsana atmósfera de ciertos dormitorios la empeora con el sucio calzado que deja a los pies o por bajo de la cabecera de la cama.

Contra tales aberraciones y extravíos, de que no está libre la infancia, debe laborar la educación, combatiéndolos si ya se manifestaron, o previniéndolos para lo por venir, predisponiendo al alma para que a lo perceptivo asocie lo sensacional en el grado que dicte la razón y conduzca al bien personal y aun colectivo.

Los restantes sentidos, los especiales como el general corpóreo, se prestan a observaciones y reglas análogas a las motivadas en el recién tratado. No ha de ser exigente, descontentadiza y resolutiva la sensibilidad, hasta el punto de rechazar el vino por ligerísimamente áspero o agrio, o el manjar apenas peca de salado, soso, dulce o de otro leve más o menos en grasa, especia, espesura de salsa, etc.; pero tampoco indiferente o resignada al paso de lo que pueda alterar las funciones digestivas -No han de rehusarse ciertos alimentos, por un no me gusta, informado en el capricho, mejor que en lo mortificante de la sensación; mas del propio modo, no se justifica lo de A Velasco nada le hace asco, o lo de bastantes niños que mastican y degluten raíces, tallos, frutos no adecuados a nuestra alimentación, lo que se les viene a mano -No ha de comerse preocupados por lo que pasó o ha de suceder, en cháchara y constante distracción, sin atender y sin sentir acerca de lo que se lleva a la boca; pero tampoco saboreándolo con todas las potencias y sentidos -No ha de afectarse uno tanto por las venideras contingencias, que se renuncie al placer de probar la fruta, si consta algún caso de epidemia disentérica; el dulce o el guiso algo picante, ante el temor de que irrite; el helado, por análoga demasía de previsión...; pero menos ha de cederse a sensibilidad desarreglada, que impulsa hacia la bebida de agua fría y abundante, acalorados o en el medio de la digestión; que disfruta con las golosinas, los atracones de melón, de sandía, de pepino y otras materias tan peligrosas como innutricias, que pervierte el apetito de los que exigen nocivas demasías de sal, de dulce, de pimiento, de especias, de mantecas; que se encuentra placidísima en la orgía, en el banquete, en el festín, aunque la fugaz hora de desorden haya muy luego de pagarse con largos o crudos sufrimientos; que se opone a la abstinencia de una comida, de una cena, cuando inequívocos síntomas de lo indigesto, aconsejan la dieta y el purgante; que de exceso en exceso, encamina a la embriaguez, a la glotonería, a la gula.

Acerca del tacto, ha de templarsele de modo que no le afecten demasiado los cambios de temperatura, el paso del frío al calor o viceversa, la lluvia que sorprende, la entrada en el baño, el dormir en lecho poco muelle, la extracción de la muela, la cortadura, el pinchazo...; pero, a la vez debe predisponersele al objeto de asociarse a la razón para evitar en lo posible las impresiones bruscas, contrapuestas, peligrosas, cual trasladarse sudando, desde el lugar abrigado al desapacible, desde la templada habitación al glacial ambiente de la ventana, de la galería, del aire libre; para no dejar el lecho y discurrir descalzo y en camisa sobre el desnudo suelo; para no hacerse indiferente a las desagradables impresiones del cuerpo duro en contacto con los dientes que han de romperle, destruyéndose; de lastimarse las manos, los pies u otra parte del cuerpo en la mal acondicionada trepa, en el escurridizo, en determinados juegos, para no arrancarse los padrastros, con destrucción de los tejidos y predisposición de dolorosa enconadura.

Aunque la vista y el oído tienen más de intelectivo que de sensacional, son grandes medios de tránsito de la sensación al sentimiento y aun en el mero concepto de la primera, no ha de olvidar el educador que ella debe cooperar para que sean acertada y provechosamente aplicadas las observaciones de la inteligencia. Si, por ejemplo, a lo perceptivo se asocia lo sensacional, el desagrado producido por la presencia de la mancha, del polvo, del rasgón o de la mala forma de letra, contribuirá eficazmente en la adquisición del hábito de aseo y limpieza, así que sobre el mayor aprovechamiento en la clase de escritura; y si los niños no se redujeran a percibir, indiferentes; impasibles, los vicios antieufónicos en el habla y la lectura, sino que les molestaran, les afectaran desapaciblemente la sensibilidad, no estarían tan generalizados el tonillo y los lectores machacones, habría menos gangosos, balbucientes, tartamudos, de expresión tropellona o cachazuda, excesivamente baja o elevada, que las repulsiones del sentir son poderosísimo acicate para caminar hacia la corrección de lo defectuoso.

Estación central el cerebro a la que afluyen las transmisiones de cuanto exteriormente impresiona, manda numerosísimos hilos al centro, como al intermedio y a la periferia corporal; y así el alma, que es la que percibe, juzga y conoce lo transmitido, se entera del estado de su íntimo acompañante y se afecta de acuerdo con las condiciones y circunstancias que en el mismo advierte; pero afectación que debe ser moderada, sin deficiencia ni exceso, a cuyo fin predispondrá oportuna y acertadamente la educación. Actúe sobre el niño de suerte que ni haya de incluirsele entre los que se alarman, se asustan, se contrarían y aun apenan ante el simple retortijón de vientre, ligera desgana, leve empacho o dolor de cabeza; que se pulsan o miran la lengua, creídos de que el real o imaginario asomo de ardor epidérmico o de mal sabor bucal es nada menos que fiebre o dolencia gástrica; mas tampoco tenerle con fundamento como uno de tantos como desprecian los previsores avisos sensacionales, prosiguen su vida común, sus tareas cotidianas, sus comidas habituales, hasta que al fin caen rendidos a seria o inconjurable enfermedad, que, con cierto reposo, dieta, depuratorio estomacal, higiene más bien que medicación, no habría pasado de leve malestar, pronta y fácilmente restablecida la normalidad en la preciosa salud.




ArribaAbajo2 -Ídem del placer y del dolor llamados físicos

El placer sensual tiene una extensión, una intensidad, un círculo cuyo acceso no ha de cerrarse a la niñez; mas también límite que no se traspasa impunemente, sin alteraciones en el cuerpo, en el espíritu o en ambos, sin riesgo o seguridad de caer en el torpe vicio, en la concupiscente pasión -De la misma manera el dolor ha sí de evitarse en cuanto implique anormalidad orgánica o a nada beneficioso haya de conducir su provocación o sostenimiento; pero desde la edad primera debe comenzar el temple educativo para el soporte de lo a que a nadie se sustrae, a todos afecta en variadísima escala de intensidad y con triste frecuencia: niño a quien el insensato mimo y el afeminado regalo se empeñan en criar cual delicadísima planta a la plácida y constante temperatura de estufa, exentándole, además, hasta lo sumo del rasguño, del golpe, de la reyerta con infantiles compañeros, es criatura a que se acondiciona para las dolencias, los sustos, las huidas, el miedo, el apocamiento, la cobardía, la desdicha.

Resalta en los párrafos anteriores lo que en todo punto de la complicada labor de la educación: que sea cualquiera la valía relativa de lo que ocupe, aunque corresponda a lo meramente animal y aun sólo a lo orgánico, lo influye, regula y ennoblece el elemento superior de nuestra naturaleza: las sensaciones, que en sí mismas son fenómenos de animalidad, en el hombre han de ser intervenidas y puntualizadas por la razón, dóciles al mandato de la bien asesorada voluntad.




ArribaAbajo3 -Tránsito de la sensación al sentimiento y moderado desarrollo que ha de procurarsele

Hay más: la estricta sensación es para el alma como el momento, el punto, el simple efecto de la caída de un cuerpo sobre reposada y fluida masa líquida; rudimento fenomenal al que siguen amplias ondulaciones, que en el proceso sensacional a que nos referimos se esparcen por el espíritu, provocando ideas, sentimientos y actos volitivos, produciendo reflejos y asociaciones en todos los aspectos del fondo anímico. Hechos al parecer insignificantes, imprimen a veces psíquico movimiento tal, que pone en ejercicio la razón, hace vibrar las cuerdas más delicadas del sentir, repercute en la conciencia y suscita extraordinarias resoluciones de la voluntad: bien consta al Magisterio y a los padres atentos o ilustrados cuánto la intuición directa, inmediata y luminosa de lo corpóreo, la lección sobre cosas materiales aplace, interesa y decide a los espíritus infantiles a atender, interpretar y asimilarse lo que se les enseña, lo que encauza y facilita su verdadera instrucción.

Acerca de este importante extremo de la cultura de la sensibilidad, se procurará que el espíritu no se presente como blindado, refractario a todo efecto vibratorio y finando la sensación en el instante y punto en que se produce, mas ha de evitarse asimismo que las ampliativas evoluciones se extiendan tanto y se sucedan tan frecuentemente, que el alma se afecte por cualquiera bagatela, caiga en la sensiblería, en el continuo sobresalto, en la punto menos que interminable serie de lo emocional, en el susto, en el grito, en lo histérico y aun epiléptico con relación a la mujer: se perseguirá, pues, el justo medio en este particular, cual en los demás.

El educando no tomará insensible, indiferente y maquinalmente, parte en los cantos escolares, sino que la auditiva sensación ha de reflejarse y extenderse por su espíritu; no pasará inadvertido y frío junto a las bellezas naturales y artificiales, ni verá al enfermo, al necesitado, al desnudo, al impedido sin que se mueva su caritativa sensibilidad, sin que experimente deseo de prestar auxilio a quien de él se encuentra falto y aun formar resolución de prestarlo en cuanto sea de su posibilidad. Abundoso caudal de ocasiones y hechos, análogos a los pocos que señalamos en concepto de muestra, se ofrecerá a utilizar educadoramente por padres y maestros, en el hogar, en la escuela, en la calle, en el paseo; en la lectura, en la explicación y en el diálogo entre mentor y discípulo.




ArribaAbajo4 -Conjunción perenne y obligada del sentimiento, la verdad y el bien

En conformidad con lo simple e indiviso de nuestra naturaleza espiritual, la faz sensitiva actúa sobre la intelectiva y la volitiva, como éstas sobre ella: si la verdad es el objetivo de la razón y el bien el de la voluntad, amamos a la una y a la otra, sentimos íntimo y prístino placer al dar con la primera y decidir acordes con el segundo; nos hallamos tan en atracción, afinidad con ambos, como en desamor, desagrado y repulsión acerca del error y del mal; y si la belleza es la meta de la sensibilidad, el alma la estudia y la quiere.

El educador debe ir encariñando más y más de día en día al educando con la verdad, habituándole a experimentar viva y pura satisfacción en buscarla, hallarla, saborearla y utilizarla; lo que el primero obtendrá en la medida con que evite lo rutinario, memorioso, inconsciente; con que encamine hacia el objeto y sostenga sobre el mismo la atención del niño; le allane el camino, disipe las brumas de la duda, pero le deje discurrir, razonar y aportar seguras, bien determinadas y claras ideas a la conciencia -Se procurará que en el hogar y en la escuela, la infancia respire sana atmósfera moral, experimente la ejemplaridad de buenas acciones, encuentre la neutralización de funestas enseñanzas sociales, abra el corazón al bien y a la virtud, los ame tanto como aborrezca el vicio y el mal.




ArribaAbajo5 -Cultura de la belleza y del amor a lo bello

En punto al objetivo propio de la sensibilidad, de la belleza o sobre la cultura del sentimiento de lo bello, dejamos expuesto que es inseparable de la verdad y del bien; se experimenta ante el orden, la perfección, bien resalten en los seres de la Naturaleza, ora brillen sobre las obras del Arte. Infinitud de momentos, de lugares, de oportunidades, de objetos, se ofrecerán para promover, acrecentar y dirigir en los educandos tan característica y hermosa esencialidad del sentir, en la casa paterna, en el salón escolar, en el centro fabril o industrial, en el taller, en el museo, en la exposición, en los productos de las tareas instructivas, en el mobiliario y decorado, en los tipos o ilustraciones de los libros, en láminas o estampas, en los hechos de los mismos niños, en los que pasaron a la Historia, en la fábula, en la anécdota y en la leyenda, en el porte personal, en el valle, en la montaña, en la pradera, en la floresta, en la corriente, en el ave, en el insecto, en la tierra, en el mar..., en la bóveda celeste.

Al compás del sentimiento de lo bello, avanzará el ideal de la razón o el dominio de la verdad, así que el de la voluntad o la práctica del bien; ya que la coexistencia de tal trifurcación de objetivo espiritual es tan obligada como simple e indivisible el alma dentro de sus siempre simultáneas modalidades generales; ya que tanto como se afecte placenteramente la última por aquella verdad y por aquel bien, crecerán el anhelo de saber y la firme resolución de correcto obrar.

Por grandemente bellos que sean los objetos, panoramas o espectáculos que nos ofrezcan la Naturaleza y el Arte, siempre los encerrará limitador perímetro, siempre dejarán un más allá, fuera del que existe, sin puntos ni líneas terminales, el Ser de la belleza absoluta, como lo es de la verdad plena y del sumo bien; el Ser infinito hacia que la obra educadora debe dirigir en sensibilidad cual en inteligencia y voluntad; en amor, cual en razón y decisiones, en conciencia moral.

Trazado a grandes rasgos el proceso, incumbe a la pericia y al tino práctico de quien está llamado a presidir el hecho de la educación, lo concreto, lo particular, el detalle o pormenor; no olvidando nunca que en la edad en que se verifica la fundamental cultura humana, lo general, lo universal es como caótica e impenetrable nebulosa; y de aquí, lo procedente y fructífero de que el niño observe, razone, quiera y sienta sobre unidades tangibles, en que resplandezcan lo verdadero, lo bueno, lo bello, y así, paulatina y progresivamente, encaminarle hacia la contemplación y el apasionamiento de tales atributos, cada vez más generalizados, desligándose de la materia, percibiéndolos y sintiéndolos fulgurantes e inmaculados, en su propio centro y genuina función, en el fondo de la conciencia; contrariando el no verlos lucir sobre todos los seres creados; esforzándose para que brillen, en lo posible, en los conceptos, en los actos, en los despliegues y movimientos de una existencia humana que marcha por la vía de su destino, para cumplir la divina voluntad del Ser de absoluta e infinita belleza.

Primero de ocuparnos de ciertas clases o series de sentimientos -con especialidad, los personales y sociales- hemos de consignar algunas pertinentes consideraciones.

En ellos, como en todo lo respectivo a la modalidad anímica que nos ocupa, ha de perseguirse el justo, ordenado y regular término medio, fuera del que está la anormalidad, por exceso o por defecto.




ArribaAbajo6 -Tratado educativo de las pasiones

Las enfermedades de la sensibilidad son, según sabemos, denominadas pasiones; en la proporción con que se desenvuelven, disminuye el propio carácter de libre agente en el que las padece, le tornan en paciente, que, subyugado, sufre y hace sufrir la acción y el efecto de lo que le debilita, rinde y aun desnaturaliza.

Aquellas pasiones revisten carácter de negativas, acusan déficit, vacío que llenar (el miedo, por ejemplo); o, por el contrario, demasía que rebajar, destruir (la temeridad, verbigracia); siendo en uno y otro caso, nivelador el proceso curativo, pero de crecimiento en el primero y de mengua en el segundo, al objeto de restablecer la sanidad anímica, el estado de regularidad, el verdadero valor.

Tales enfermedades pueden ser espontáneas, propias en el individuo, y también adquiridas. De entre las primeras, las hay fuertes, raudas, semejantes al vértigo, al desvanecimiento, pero asimismo pasajeras, tornándose limpio y sereno el horizonte del alma en cuanto pasa la ráfaga de la ira, el impulso de la venganza...: existen otras no transitorias, que, rudimentarias, cual han de serlo en la infancia, parecen a la diminuta nubecilla que comienza por ceniciento punto en el espacio, para acabar entoldándole: ellas adquirirán vigor y desarrollo; ellas patentizarán su nota de lo crónico y progresivo; ellas darán mucho que hacer al educador, que de ordinario, y a pesar de sus potentes y bien aplicados esfuerzos, quebrantará, debilitará, pero no extirpará del todo el mal.

Las adquiridas cabe contraerlas en el hogar doméstico, a efecto del torpe o duro trato paterno, que encona, malea, envilece los espíritus, si no los apoca y amilana, o como malhadada consecuencia del inmediato ejemplo de vanidad, de orgullo, de soberbia, de fiereza, de crueldad y de otras deformidades del corazón humano -Inoculanse además, desde la atmósfera social, donde se respiran, resultando difícil, punto menos que imposible, no contaminarse, ya que apenas nadie satisfecho con sus medios, con su puesto, por doquier se exhiben los falsos oropeles, los pujos de dominio, los conatos de rebeldía, la envidia, la animosidad, la asechanza contra quien ocupa posiciones maldecidas, odiadas, anatematizadas mientras se tienen por inasequibles.

Algunos asignan a la pasión eficacia, bondad para embellecer las arideces de lo abstracto, arrostrar los peligros, salvar las dificultades, alarmar y sostener a la voluntad en las crudas pruebas a que la somete con frecuencia el arribo hacia el bien, el cumplimiento del deber. Para nosotros la pasión será siempre desorden, enfermedad psicológica que ha de combatirse: aquella bondad, aquella eficacia, aquel aliento, aquel sostén están en el sentimiento, sin deficiencias ni demasías habituales, características, predispuesto para acentuarse cuando en hermosa trinidad de potencia con la razón y la voluntad, hayan de vencer resistencia contra la resultante de la verdad, de la belleza, del bien, del deber correlativo a nuestra superior naturaleza.

Tenemos por oportunas y aun necesarias las reflexiones que anteceden, en cuanto las dolencias del alma, como las del cuerpo, demandan, para tratarlas con acierto y éxito, el conocimiento de su origen: esto nos impulsa a decir algo, muy poco, acerca del alcance que en el particular reconocemos a la herencia.

Expuesto ya en otra parte nuestro bien arraigado criterio acerca del origen sobrenatural de las almas, se desprende de por sí cómo no hemos de convenir con los que sustentan que lo de naturaleza estrictamente espiritual se transmite de padres a hijos, resulta de acto orgánico, corpóreo, material. Los testimonios experimentales, los comprobantes individuales que citan y de los que cabe formar indefinida serie, responden a un equivocado supuesto, a no apercibirse o a desentenderse de lo decisivo en el asunto. La pareja humana, que aporta para generar, substancia de su substancia, transmitirá sin duda gérmenes de lo respectivo al cuerpo, cual lo son lo diversificadísimo de la individual robustez, asimilación, desasimilación, habitual cantidad alimenticia, grado de digestibilidad, temperamentos, calidad de los órganos de los sentidos...; todo lo que influye acerca de las sensaciones y cómo, de acuerdo con la índole, intensidad y otras notas de las últimas, experimentan cambios la función y los resultados de la actividad anímica, en su triple aspecto de intelectiva, sensitiva v volitiva; de aquí el que se asigne a la herencia directa lo que no es otra cosa que el efecto indirecto de lo corporal -en que desde luego se explica y se reconoce la transmisión hereditaria- sobre lo psíquico; constando a todos y hallándose universalmente reconocida la recíproca, íntima y perenne influencia entre cuerpo y alma -Por otra parte, achacase en numerosos casos, a legado primitivo o generatriz lo que es verdadero contagio, obra del inmediato e incesante ejemplo que los padres ofrecen a sus hijos, por largo período, mientras el que por naturales deficiencias de razón, de firme, ilustrada e independiente voluntad, tanto se ejecuta lo que se ve de cerca, tanto se contraen hábitos por el trillado y prolongado camino de la imitación. ¡Cuánto los padres, en especial y los educadores, en general, deben acomodar sus actos a las incontrovertibles verdades asentadas, para no convertir su trascendental ministerio en el satánico ejercicio de pervertir con dañosas enseñanzas personales, inocentes, angelicales almas!




ArribaAbajo7 -Ídem del amor a sí, sus excesos y deficiencias, con las virtudes y vicios que se originan del primero

El amor a sí es sentimiento que el educador ha de favorecer muy mucho en los educandos, porque predisponer el vigor y la valía de la persona en lo corpóreo y en lo espiritual, equivale a habilitar para el cumplimiento de la ley universal del bien, que cada uno ha de procurar resalte en sí mismo, llamado a cumplirla. Pero aquel amor, aquel sentimiento, que tanto se ramifica y se diversifica de individuo a individuo, necesita cultura enderezada a prevenir y a curar los empobrecimientos como las demasías pasionales de la sensibilidad; cultura acerca de la que vamos a ocuparnos con referencia concreta, aunque en líneas generales, perimétricas, cuya interior superficie llenarán la suficiencia, el tino y el celo de aquellos a quienes consagramos nuestra obra.

Amar y procurar el bien de la propia persona en nuestra doble naturaleza, interesarse por el yo o ego, constituye el egoísmo, sentimiento de que nadie se encuentra absolutamente desposeído, que implica el deber natural de perseguir el bienestar corporal, la conservación de la salud y la prolongación de la vida terrena, a la vez que el vigor y el enriquecimiento espiritual, la valía, el buen concepto y la posible y lícita superioridad del individuo con respecto a los demás; pero sentimiento que es susceptible de deficiencia y exceso a prevenir y corregir por la educación.

Hay quien se cuida tan poco de sí, que se queda para lo último o el último, se reserva o acepta lo menos o lo peor, pasa indiferente por las posposiciones; y aunque esto no sea muy generalizado en la niñez, si se le vislumbra, debe atajarse desde sus comienzos, haciendo comprender al que deja asomar los brotes de relegación o abstracción de sí mismo, que en el legítimo interés por uno propio encarna el cultivo hasta de las prendas de mayor valía en el orden moral.

Más común es que la infancia peque por exceso en el particular, porque a la debilidad, peculiar de aquélla, asocia la naturaleza el afán de vigorosidad; porque el escaso de recursos tiende a asimilarse lo posible; porque quien no se vale a sí, aspira a utilizar el sostén que le viene a mano; porque ni la razón forma en tal período rudimentario sino muy reducida idea de la solidaridad humana, ni intensiva y extensivamente alcanza gran cosa el sentimiento a favor de nuestros semejantes, y porque muchos padres, en la medida con que hacen habituales las inmoderadas preferencias hacia sus hijos, les forman la pasional costumbre del egoísmo, en maridaje con la codicia, el afán de adquirir, acrecentar indefinidamente goces materiales, comodidades, bienes, honores, jerarquías, según la preferencia que revista y la dirección que tome la susodicha pareja.

Más allá del egoísmo está el exclusivismo, la tendencia a no admitir copartícipe en lo que place, ni contingente en el reparto de lo desagradable; el vicio de sensibilidad que mejor se identifica con una de las más pobres y repulsivas deformidades de la última, con la envidia, símbolo de la impotencia de quien la experimenta, tormento de quien la alberga y punto de partida de malhadadas actividades de la inteligencia, de aquella sensibilidad y de la voluntad, de la íntegra energía anímica, puesta en ejercicio, pensando, acariciando y decidiendo el daño del que no cometió otra culpa que la de merecer y alcanzar el bien, que el envidioso no puede obtener o no quiere tomarse la molestia de lo conducente a recabarlo.

En lugar de envidiar lo justo, lo meritorio, lo grato, lo bueno, advertido en los demás, procede que sirva de aliciente, de acicate, de estímulo; que despierte la noble emulación hasta punto en que no dé en la pelea, en la empeñada y acalorada rivalidad.

Contrapuesta al inconsiderado egoísmo y al monopolizador exclusivismo es la bondad, la propensión a hacer a los demás copartícipes en el bien, el impulso a dispensárselo y aun procurárselo, a tratarlos con cariño, dulzura, suavidad y afabilidad, a lo que conduce, no sólo lo puro y noble del sentimiento, si que también la paz del alma, la firmeza y estabilidad del ánimo, que no ha de llegar a la inercia, a la impasibilidad, mas tampoco a las tempestades de la ira ni a los vértigos de la cólera. La primera arma y enardece el sentir, anubla u obscurece la razón y suplanta la voluntad; como apetito de desordenada venganza, de daño contra otro, impele fuertemente a la ofensa, a la provocación, a la amenaza, al golpe, a herir y aun a matar; mientras que la cólera es borrasca que se deshace y extiende en quien surge, remueve los malos humores (cólera, de chole, equivale a bilis); perturba la razón (emborracharse de cólera), y aunque puede alcanzar, y a veces alcanza, a los cercanos al encolerizado, él siempre es paciente, de remoción, de mareo psico-físico.

Genuina aspiración y natural deber en el hombre dominar en lo posible la verdad, amar el bien, identificarse con la belleza, cooperar en el perfeccionamiento humano, por medio del suyo propio; racional y legítimo es que tenga conciencia de su valía, que aspire a que se le reconozca y a la obtención legítima del favorable concepto; pero todo ello en su límite, sin déficit ni superabundancia, aunque sienta bien y conduce a mayor estima ajena recatar algo, sin hipocresía, el mérito personal.

La modestia, el característico aplacimiento en evitar la notoriedad, sustraerse a la pública mirada, velar o atenuar la calidad del individuo, es virtud que le realza y capta las simpatías -Guarda semejanza con ella el recato (de re y cautus, guardarse o precaverse), la tendencia a recogerse, el recogimiento mismo, que retira de la línea por do marcha el peligro y salva sin luchar con él; que constituye, por tanto, prenda de alta estima, precioso salvaguardia de la mujer -La humildad, acorde con su etimología (de humus o tierra), hace sentirse tanto más complacido cuanto menos resaltan la elevación y la primacía de quien la siente, siempre que no degenere en humillación, en vil rebajamiento -La sencillez, la ausencia de doblez, de aliño, de aparato, de modo que se aparezca como en verdad se es.

Virtudes de superior estima y bienhechor efecto, siempre que no sean falsa y traidora mascarilla de opuestos vicios, no han de degenerar, sin embargo, en la ya citada humillación, ni en la repugnante bajeza, menos en el servilismo, que trueca en estado de servil, de servidumbre, al que Dios hizo y quiere libre, ni en la abyección del que yace moralmente muerto, en olvido del deber, de la dignidad.

Antítesis de las atractivas y hermosas atenuaciones de la real valía de la persona, son: El orgullo (de orgao o estar hinchado), excesivo concepto, inyección en la idea del valor propio, por lo que San Agustín llamó inflatos a los dominados por tal pasión -La vanidad (de vano o vacío), falta de substancia, de fondo, de lo estimable, y sobra de lo vaporoso, de lo que ofusca, de lo que engaña, de lo que impulsa a la exhibición de la persona, al alarde de perfecciones que el vanidoso se atribuye, creyendo se las admiran complacidos, aquellos cuyas sonrisas son burlas un tanto disimuladas y que desprecio, no admiración es lo que experimentan -La soberbia (de super) que representa sobre, por encima de la talla de la generalidad -La arrogancia, el arrogarse fuerza, energía, poder suficiente para permanecer firme, erguido, sin necesidad de apoyo ajeno, de ceder, de doblarse en lo más mínimo -La altanería, consecuencia de la soberbia, afín con la arrogancia, pero que se refiere con especialidad al exceso en la altura del tono, del ademán, de la frase, de todo signo de la demasiada valoración de sí mismo -La altivez, aunque de igualdad etimológica con la altanería, se diferencia de ésta en que se refiere a la interioridad anímica, y en esta acepción, puede responder a lo elevado de la idea, a lo noble del sentimiento, a lo firme de la voluntad, a la grandeza, rectitud e inflexibilidad del espíritu: así como hay casos, hechos, motivos de legítimo y loable orgullo, existen de altivez con la que quepa enorgullecerse; mientras que la altanería siempre es vicio próximo, rayano a la insolencia y al insulto; del propio modo que la vanidad jamás será meritoria ni dejará de exponer al ridículo -Por último, la presunción y la presuntuosidad son dos pasiones correlacionadas respectivamente con la vanidad y con el orgullo; el presumido y el presuntuoso presumen estar dotados de lo que carecen, al menos en el grado que suponen; pero el primero se cree, por ejemplo, elegante, último figurín, guapo, buen mozo, afortunado galanteador...; y el segundo se aventura, verbigracia, a empresas superiores a su alcance, habla en magistral o dogmática entonación sobre lo que no domina; se atreve a competencia con quien, sin gran esfuerzo, ha de vencerle.

Tales deformidades de la sensibilidad -sin exclusión de la inteligencia y de la voluntad, como aspectos siempre coexistentes de entidad simple e indivisa- suelen ser transmitidas, sí, mas, mejor que por herencia, por el constante e inevitable contagio desde quienes las padecen y rodean de continuo a la infancia, y también promovidas, alimentadas y desarrolladas por viciosa educación doméstica, que se creerá y será efecto de cariño entrañable, pero a la vez divorciado de la sana razón, sin fulgor de la conciencia, ciego, y que por su resultado, equivale a la maldita obra de quien quisiere mal y para el mal predispusiere.

Si el padre, la madre, la nodriza, cuantos rodean al mimado niño, no dejan pasar día sin sacrificar, como la cosa más llana y natural del mundo, en aras del inconsciente apetito infantil, lo grato, lo de que apenas se insinuó el deseo, ¿cómo no ha de ir haciéndose egoísta y aun exclusivista; cómo no ha de montarse en ira y deshacerse en cólera ante la contrariedad; cómo no reputarse sobre los demás o hacerse soberbio; cómo no presumir que él es el que vale y merece? Si menudean los elogios en pro de su hermosura, de sus galas, de sus gracias, de sus ocurrencias..., ¿cómo no se tornará vanidoso? Si hasta por que haga gracia, se le dice que otro es más guapito, más listo, más querido, se suscitan sus rabietas, sus gritos, sus llantinas, ¿cómo no ha de avivarse la envidia y otras levantiscas pasiones? Fuimos testigos de un hecho más elocuente que cuantas consideraciones pudieran formularse sobre el particular. A un hijo único, cuando hacía poco que se andaba solo, se le convenció de que iban a traerle un hermanito que le reemplazaría en el cariño paternal, en su silla de brazos, en su camita, y no bien retocaban el asunto, se ponía de uñas. El juicioso padre, para lograr la radical supresión de tan nocivos y rabiosos excitantes, cogió un gorrito del encelado pequeñuelo, le rellenó con trapos, colocóle en la camita de manera que parecía descansar en ella otro parvulito, y dijo al envidioso dónde estaba el ya llegado hermano. Aquél nada contestó, pero dirigióse al punto en que su padre quedaba los bastones, tomó uno, marchó a su dormitorio, siguiósele de puntillas, y se vio cómo gorrito y trapos, a bastonazos, habían ido cada cosa por su lado: de angelical criatura se había formado un enfurecido demoniejo -La experiencia hizo variar de excitantes, y, sin tardar mucho, el mismo niño pedía trajesen cuanto antes a su hermanito para quererle, comer, dormir y jugar juntos.

Cuando la obra del hogar fue acertada y edificante, sólo queda al maestro proseguirla; pero si aquélla de torpeza y perversión, habrá de rectificar y reconstituir. Animada miniatura la escuela de la vida social, adaptase perfectamente a la modelación educadora en el particular, tanto mejor cuanto más bien se utilicen las oportunidades y los hechos que muy frecuentemente se presentarán -El egoísta y el exclusivista aprenderán cómo quien todo lo quiere para sí sufre la recíproca, vese privado de las concesiones de los demás, sale perdiendo, quedase en glacial y desamparado extrañamiento, ante la indiferencia y el desvío -El colérico, cómo sus biliosos accesos producen lástima, compasión, si no burla y desprecio -El iracundo, cómo sus acometidas se extinguen en el vacío, son bien rechazadas o devueltas con creces, o, ante el daño ciega e indeliberadamente ocasionado, acaban en tardío arrepentimiento -El vanidoso, el soberbio, el orgulloso, el presumido, el arrogante, el altanero, tropezarán y caerán en la decepción, en el fiasco, en el desencanto; obtendrán su merecido, que la habilidad del educador aprovechará en su empresa reedificadora, así como para eficaz ejemplaridad, las simpatías, el aprecio, el cariño que se conquistan el generoso, el bondadoso, el apacible, el dulce, el humilde, el sencillo, el no envidioso y sí estimulado; labor, en fin, diaria, incesante, práctica, de escarmiento, de arrepentimiento, de corrección, de ejemplo, de lucha, de infantil sociedad en acción, que aquí rectifica, allí imita, acá exhibe el vicio que es quebrantado, allá la virtud irradiando sus benditos efectos en las tiernas almas que la perciben, van encariñándose con ella, la quieren, se abren a la bendita transmisión del bien.

Desde muy pronto se vislumbra en la niñez hasta qué punto cuando adultos se procurará ajustar los actos a lo debido, a lo justo, a lo bueno, y ha de estimarse y procurarse el concepto favorable de la opinión pública, habiendo el educador de impulsar a quien no llegue en tan vital sentido a la línea del procedente nivel, y contener, procurar y conseguir el descenso de quien lo rebasa, tiene demasiado puntillo, es excesivamente quisquilloso, vidrioso, susceptible, a cuyo efecto se le ofrecerá multitud de circunstancias, hechos y manifestaciones que aprovechar en edificador trabajo, en manera análoga a la que sobre otros sentimientos y pasiones hemos indicado.

Es la dignidad preciosa nota personal que hace ajustar la conducta a lo bello, bueno, ordenado, meritorio, así que el honor característico, habitual, como virtud, hace sentir gratamente y querer con decisión lo correcto y digno; el pundonor exterioriza, traduce en actos el honor, y la honra es el justo y merecido fallo que la sociedad formula sobre aquel anímico sentimiento y su pundonorosa manifestación: el honor pertenece a la persona, radica en su inviolable yo, nadie puede arrebatarlo; la honra, en cuanto juicio ajeno, puede resultar injusta o quedar, en el intento o en el hecho, empañada por lo fatal de las engañosas apariencias o por el infame propósito y viles calumnias del difamador.

El hombre digno, honrado, evita lo que habría de desmentir, falsear u obscurecer tan invalorables cualidades; rechaza enérgico lo de ellas divorciado; vive y obra a gran distancia del servilismo; está seguro de no quedar jamás abyecto o en vil yacencia; no cae en la villana y baja adulación, siquiera hubiera de valer tentadora recompensa de parte del necio adulado; modera la lisonja y cuida con esmero de que, ni aun dispensada al bello sexo, traspase los límites de la finura, de la delicadeza, de la galantería; es sincero, ingenuo, dejando a salvo la discreta, conveniente y lícita reserva; nunca incurre en la tacha de la grosería, de lo grueso, descortés, sin atención ni respeto; ni en lo de la insolencia (de in y solers, no acostumbrado), fuera de regla, de medida; ni en el descaro, ni en la desfachatez, el descomedimiento en acciones y palabras que salta por encima del respeto, que atropella lo más respetable; ni en la desvergüenza o inmutabilidad del ánimo y de la fisonomía ante la consumación o prueba de lo que habría de sonrojar; ni menos en el cinismo o sistemático, descocado y desembozado alarde de doctrinas, costumbres, prácticas vituperables.

El que conserva ileso su honor permanece sereno, la frente erguida, natural la faz, aunque calumniosa o equivocadamente, se impute algo contra su honra; se avergonzaría de haberse avergonzado; pero si, débil o inadvertido, dio traspié o sufrió caída en su marcha moral, el carmín del rubor asoma a sus mejillas y es signo inequívoco del pronto regreso a la característica dignidad.

El rubor que se pinta en el semblante, no ha de confundirse con el pudor, que reside en el ánimo, que etimológicamente vale tanto como puer o niño, cualidad peculiar de la niñez, que desconoce lo que mancha, que es por sí honesta y limpia; pero cualidad que, en cierto grado, debe acompañar de por vida a la mujer y aun al hombre, con relación a actos que por lo repugnantes, malignos, infames, no pasan por la mente, ni enturbian el sentir ni en lo más mínimo mueven la voluntad del hombre honrado.

La vergüenza, pues, se acontacta con el rubor, que la anuncia, la denuncia y subsigue; el pudor guarda más afinidades con la candidez o estado de pureza, de blancura, de limpidez anímica; con la ingenuidad, que patentiza la conservación de la prístina naturaleza, lo de su género, no bastardeado, y, efecto de lo que el individuo se exhibe corazón en mano, sin secretos y el alma cual al través de diáfano cristal; y por fin, con la inocencia, no nociva, que no daña, que sintetiza lo exento de culpa.

El obrar con dignidad, con honor, según el deber exige, en mayor o menor grado -a veces hasta lo extraordinario, arrojado o heroico- firmeza de voluntad, acentuación de energía, fuerza expansiva del sentir, valor, que no es la aparatosa y material valentía del bravucón, ni la loca temeridad que pone en la catástrofe, en impotencia absoluta y manifiesta para evitarla; el valor, que emana del alma, que mueve a emprender lo difícil, peligroso, con riesgo del sacrificio de la vida; pero que no excluye el temor ni la prudencia; antes se sirve en ocasiones del uno y de la otra, como de eficaces auxiliares; mas que está en divorcio con el miedo o aprensión amilanadora, pueril y mujeril ante el riesgo de daño positivo o ilusorio; con la pusilanimidad (de pusus y animus, pueril falta de ánimo); y sobre todo, con su antítesis, la cobardía, la carencia o negación de aquel valor, como que procede etimológicamente de cauda o cola, en el sentido de ciertos animales, que acobardados, meten la cola entre las piernas.

En el hogar doméstico como en la escuela, en la lectura y en la exposición verbal, en el juego y en el paseo infantil, cabe el fomento y la regularización del valor, del arrojo; y del juicioso y previsor temor, refrenar la osadía, atacar la temeridad, combatir y ridiculizar el miedo, detener al medroso, alentar al tímido, animar al pusilánime, poner de relieve lo menguado, pobre y bochornoso de la cobardía; del propio modo que en los mismos sitios, por oportunos medios y en adecuadas circunstancias, se procurará crear hábitos pundonorosos, respecto a la honra, ausencia de cuanto pueda empañar el pudor o romper prematuramente el albo cendal de la candidez y de la inocencia, así que ha de evitarse con cuidado sumo y corregir con energía todo rasgo de descaro, desfachatez y desvergüenza.

Desde temprano debe promoverse y ser vigorizado el sentimiento de la actividad, el amor a la acción, que es la vida; pero cultivándole de manera que no semeje la viveza ratonil ni el continuo va-que-viene de la ardilla, que informe lo de la conocida fábula «Tantas idas -y venidas, -tantas vueltas -y revueltas, -quiero, amiga, -que me diga: -¿son de alguna utilidad?» -La actividad estimable y provechosa implica acierto en el objeto y en la aplicación; diligencia o celeridad y tino en el moverse; solicitud o esmero y empeño en la consecución del fin: implica, además, moderación en el ejercicio, tregua, descanso y tiene en su reverso a la pereza, inclinación y complacencia en el quietismo, en el dejar de obrar para indefinido luego; a la holgazanería o aversión al trabajo; a la desidia, desdén o abandono de interés, ocasiones y medios de prosperar; a la indolencia o no doler lo que a otros aguijonea, aviva, mueve; a la poltronería, que por achaque, edad, dejadez..., se resiste al retirarse del lecho, del sillón, de lo que supone reposo y ofrece placer en la material quietud; a la molicie (de mollis o blando), prendada de la blandura, de lo muelle, del regalo y de la afeminación; y a la vagancia o andar sin norte, objeto ni provecho; vagabundear o recorrer el mundo, sin oficio ni beneficio -El perezoso aspira a no moverse o a suspender el movimiento; el poltrón, a conseguir y conservar buen asiento; el holgazán, a no trabajar; el vago, a lo propio, y además, a andar de zoca en colodra: la Religión comprende a la pereza entre los pecados capitales; la familia reniega del poltrón, la sociedad, del holgazán; la ley debe castigar al vago; el perezoso debería ser diligente; el poltrón, ágil; el holgazán, laborioso, y el vago, dedicarse a alguna honrada y lucrativa ocupación -La familia debe cultivar la actividad desde muy pronto, en el período infantil; la escuela, rudimentaria, pero diligente, solícita, animada y ordenada colmena social, dispone en todo instante de medios y oportunidades que aprovechar para el desarrollo y modelación de aquella virtud, así que para combatir los gérmenes de los vicios, de las pasiones que le son puntos o variedad de su polar extremo.

Necesitanse recursos materiales para subvenir a los cuidados y atenciones del cuerpo, costear la educación y la cultura del alma, garantir la independiente dignidad, permitirse lícitos regalos y comodidades...; y en consecuencia, precisa constituir, mejorar y acrecentar la propiedad individual y familiar; a cuyo efecto y muy luego, ha de iniciarse en la niñez la formación de hábitos de obtención de ingresos, de orden al distribuirlos, de acierto al emplearlos, de economía, de ahorro; todo lo que debe brotar y crecer al calor del ejemplo en el hogar doméstico y continuar su desenvolvimiento, por enseñanzas y por prácticas, en la escuela.

Pero el sentimiento de la apropiación, el placer en el adquirir y conservar, no ha de llegar a las viciosas demasías personales de la avaricia o insaciable afán de recabar y atesorar para deleitarse, contemplando a escondidas montones de dinero y gruesos legajos de bancarios billetes; ni de la codicia o insaciable apetito de riquezas pecuniarias, afincadas, de cualquiera clase o naturaleza -Secuelas de la una o de la otra, de la primera con especialidad, son: la miseria o pobreza extremada a que los desdichados a quienes dominan aquellas pasiones se condenan para no mermar su tesoro o su fortuna; la ruindad (de ruin o capón en el bajo alemán), significado que cuadra a quien, ya que no pueda exentarse de conceder algo, lo cercena, lo mutila hasta lo sumo; la roñería del que roe para dar menos, y la tacañería (de tac o clavo), porque el tacaño está como clavado a lo que posee y hay como que arrancarle lo que cede.

Antítesis de los empequeñecimientos expresados presenta quien despilfarra o gasta hasta deshacer su patrimonio; quien derrocha o le destroza; quien le prodiga a manos rotas, y quien dilapida lo suyo o lo ajeno de que dispone, a la manera del que tira lápidas o piedras a la calle.

Si bien no se encuentran pronunciadas y desenvueltas en los niños las atrofias y las hipertrofias del sentimiento a que nos referimos, cabe percibirlas en germen, y en todo caso, bueno será prevenir contra las mismas, merced a pláticas, diálogos, historietas y otros recursos adecuados, cuyo conocimiento y aplicación reservamos al ilustrado y celoso criterio de los educadores, así que también respecto a algunos de los llamados sentimientos sociales, de que, por análoga reserva, apenas vamos a hacer sino escueta mención.

El sentimiento de la paternidad -naturalísimo, espontáneo y tan fuerte que hasta en el sacrificio motiva vivo e inefable placer, bien ordenado y reglado- implica amor bastante a imponerse cuanto exigen el desarrollo, la crianza y la predisposición de los hijos para la vida; mas asimismo, fuerza de voluntad suficiente al objeto de modelarlos con relación al bien, combatir sus nocivas inclinaciones, atacar lo pasional, corregir lo defectuoso, dar contra el vicio e ir formando hábitos de virtud.