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ofrezca. Aun cuando Espinosa incluye el verbo en plural, tenemos en cuenta la corrección de Rodríguez Marín, ya propuesta antes por Quirós, que señala que el sujeto de este verbo es día y no tristes penas. (N. del E.)



 

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la gente oculta y escondida puede ser la que forman las divinidades mitológicas menores: faunos, silvanos, etc., si es que no se refiere a los britanos, mencionados en el verso siguiente, de los que dice Virgilio en la primera Bucólica que están «completamente apartados del mundo entero», «penitus toto diuisos orbe Britannos», Virgilio, Bucólicas, ed. Mariluz Ruiz de Loizaga y Víctor José Herrero, Madrid, Gredos, 1968, p. 75. (N. del E.)



 

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el dios de los pastores; quizás Apolo. Con referencia al color bermejo encontramos al final de esta égloga una cita parecida: «El rojo Apolo entonces, trasmontando» (v. 286). Esta identificación puede apoyarse en alguna historia mitológica: «Y porque los pastores son a Apolo consagrados y estos cantares sean de pastores; por esto el cantar bucólico se consagra a Apolo. Y la causa porque los pastores son consagrados a Apolo, dicen ser porque Apolo, siendo de la deidad, guardó los ganados del rey Admeto», Pérez de Moya, op. cit., I, p. 233, aunque parece más correcta y frecuente la consideración de Pan como dios de los pastores: «Pan, dios de los pastores y de los ejercicios rústicos y campesinos [...] Decían tener dominio y presidir sobre los montes y pastos y ganados», ibid., p. 53, y el propio Barahona lo considera así en su égloga IV, «El triste Obato, de la ingrata Dórida»:


«Y aun Pan, el dios de Arcadia,
con las sangrientas zarzamoras rubio»

(Rodríguez Marín, op. cit., p. 822 y nota).                


Aquí rubio equivale a rojizo, en el sentido etimológico de rubescere, de donde procede rubor. (N. del E.)



 

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faldas. Se refiere a las faldas o volantes que adornan el monumento funerario, el túmulo. Hasta el siglo XVIII, al menos, era frecuente adornar estos monumentos con composiciones poéticas. Cfr. al respecto el librito de Gabriel de Noboa, Llanto seráfico [por] Carlos II, Salamanca, Isidro de León, 1701, en el que se encuentran diversas inscripciones, jeroglíficos y poemas con que el convento de San Francisco de Salamanca adornó el túmulo y capilla mayor el día en que solemnemente celebró las exequias del difunto rey, o el más conocido de Francisco Cervantes de Salazar, Túmulo imperial de la gran ciudad de México [...] en las exequias del emperador Carlos V, México, Antonio de Espinosa, 1560. Sobre el tema, cfr. José Simón Díaz, «La poesía mural, su proyección en universidades y colegios», en Estudios sobre el Siglo de Oro. Homenaje al profesor Francisco Yndurain, Madrid, Editora Nacional, 1984, pp. 479-497. (N. del E.)



 

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sabina yerba. «Mata conocida y árbol muy familiar en esta tierra de Cuenca, de muy suave olor, y su materia casi incorruptible», Covarrubias, op. cit., p. 918. (N. del E.)



 

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redaño equivale, de forma aproximada, a las entrañas de la res. (N. del E.)



 

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con sangre viva entreverada. Quizás debido a la salubridad de que gozan las reses de las que se extrae. (N. del E.)



 

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Es ésta una de las escasas ocasiones en que Barahona menciona en su obra la ciudad en que nació. Aunque gran parte de los interesados en el escritor aceptáramos, desde hace mucho tiempo, la lucentinidad de Barahona, todavía quedaban reticencias al referirse a esta cuestión. Los documentos, a los que algunos no prestaban la atención, ni el valor, que a nuestro entender tienen, indicaban claramente la procedencia lucentina del autor de Las lágrimas de Angélica. Las aportaciones documentales de Rodríguez Marín nunca contradicen esta afirmación; así, en el documento III, correspondiente a 1570, se dice que Luis de Soto Barahona es «vecino de la villa de Lucena» (p. 434), dato que se reitera (p. 435); en el número IV, de 1569, se nombra «vecino de Lucena, estante [residente] en Granada» (p. 436); en el VIII, de 1570, vuelve a repetirse: «Yo, el bachiller Luis de Soto, vecino que soy de la villa de Lucena» (p. 441); más tarde, en otros documentos de la universidad de Osuna, se indica que es natural de Lucena: documento X, de 1571, «El bachiller Luis de Soto Barahona, natural de Lucena, diócesis de Córdoba» (p. 443), dato que se encuentra también en el documento XI, del mismo año, redactado en latín: «Dominus Ludivicus Barahona de Soto ex oppido de Lucena cordubensis dioecesis» (ibid.), y en el XIII, de 1571, «el bachiller Luis de Soto Barahona, natural de Lucena, diócesis de Córdoba» (p. 444); igualmente en el XXIII, de 1573, «Luis Barahona de Soto, natural de Lucena, praticante en medicina», etc. El gran bibliógrafo Nicolás Antonio lo considera también de Lucena, en su Bibliotheca Hispana Nova, «Ludovicus Barahona de Soto, Baeticus, Lucenensis (quem locum, Lucenam vulgo)» (cit. por Rodríguez Marín, op. cit., p. 552). Tras tantas afirmaciones en este sentido, uno no acaba de explicarse bien cómo Rafael Ruiz de Algar, por citar un estudioso que ha manejado estos materiales, apoyándose en un documento mucho menos relevante, deja traslucir que Barahona pudo haber nacido en Burgos, cfr. Rafael Ruiz de Algar, «Luis Barahona de Soto», Boletín de la Real Academia de Córdoba, 90, 1970, pp. 53-63. Los amigos de Barahona, cuando se refieren al escritor, lo califican como andaluz, nunca como castellano; así Cristóbal de Mesa, en La restauración de España (1607), escribe:

«Entre grandes ingenios andaluces único Luis de Soto Barahona».


(cit. por Rodríguez Marín, p. 431)                


Y el propio Cervantes, que tan gran elogio había hecho del lucentino y de su obra en las últimas frases del escrutinio de la librería de don Quijote (Quijote, I, 6), escribe a propósito del personaje de Angélica que «un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura» (Quijote, II, 1), refiriéndose con ello a Las lágrimas de Angélica, de Barahona, y a La hermosura de Angélica, de Lope.

Para otras referencias a Barahona por parte de sus contemporáneos, cfr. el completísimo trabajo de José Lara Garrido, «La recepción de la obra poética de Luis Barahona de Soto en el Siglo de Oro (Varia historia de una estimativa o elenco revisado de referencias e imitaciones)», Angélica. Revista de Literatura, 7, 1995-96, pp. 7-42.

Con todo no teníamos un texto de Barahona en el que el propio autor afirmase que era natural de Lucena, lo que, unido a que la partida de nacimiento no se ha podido localizar en el archivo de la Parroquia de San Mateo, daba pie a que algunas personas manifestasen dudas sobre lo que venimos afirmando y que, sin embargo, para otros estaba muy claro. Afortunadamente, el profesor Lara Garrido, a quien se debe una renovación tan fundamental en los estudios sobre Barahona, dejó claro que el escritor había nacido en la «ínclita Lucena» del «soberano / país de Andalucía»; Luis Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica, ed. José Lara Garrido, Madrid, Cátedra, 1981, p. 15, afirmación que amplía y documenta en su estudio «Nuevos datos para la biografía de Luis Barahona de Soto», Analecta Malacitana, VII, 1984, pp. 297-310. En este trabajo el investigador da a conocer parcialmente una epístola trilingüe, compuesta en latín, toscano y castellano, de la etapa juvenil del poeta, en la que podemos leer:


«Diocessis istius
est inclita Lucena
nulli seconda coeterique prima,
carens gratia nullius,
más fértil y más llena
que baste a declarar la prosa y rima...
Aquesta, pues, ha sido
quam mi natura pia
por dulce patria dio, por casa y tierra,
en ella fui nascido
que la progenie mia
dissipata fuit iam di cruda guerra»

(art. cit., p. 298).                


La referencia a la «ínclita Lucena» y la afirmación «en ella fui nascido» no admiten ya ningún género de dudas. La expresión «la yema del vino», que acompaña a Lucena en la égloga que comentamos, es de carácter elogioso para el vino que produce Lucena y equivale a «lo que se encuentra en el centro de la cuba», en definitiva, «lo mejor del vino». «Y en el vino decimos yema lo que viene a estar en el medio de la cuba; y lo mejor de cualquier cosa decimos ser la yema», Covarrubias, op. cit., pp. 727-728. Un tratamiento más completo del tema aquí señalado en mi conferencia «Lucena y Barahona de Soto: cuatrocientos años de recuerdos y olvidos», en el Congreso Internacional «Luis Barahona de Soto y su época», celebrado en Lucena, del 2 al 5 de noviembre de 1995, cuyas actas se encuentran actualmente en prensa. También aporta datos adicionales nuestro estudio «Fernando Ramírez de Luque reivindica para Lucena la figura de Luis Barahona de Soto», Angélica. Revista de Literatura, 7, 1995-96, pp. 283-292. (N. del E.)



 

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frutales, fieras, cantos. La frecuente participación de la naturaleza en el dolor que sienten los personajes de esta égloga es algo que se encuentra también en Garcilaso, en la Égloga I, estrofa 15, las piedras se quebrantan (cantos), los árboles parece que se inclinan (frutales), las fieras dejan el sosegado sueño (fieras). Hay otros elementos partícipes también del dolor, como las aves. Un ejemplo más en la estancia siguiente, vv. 171-180. (N. del E.)



 

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el agua lóbrega y palustre, referencia a la mitológica laguna Estigia que cruzan los muertos. (N. del E.)



 
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