Últimas batallas sobre el modernismo: la segunda «Revista Azul» de México
Alfonso García Morales
La importancia del modernismo -cuya historia oficial en México suele escribirse en torno a las capitalinas Revista Azul (1894-96) y Revista Moderna (primera época 1898-1903, segunda 1903-1911)- no puede hacer olvidar que su triunfo nunca fue total, que no se produjo sin resistencias de diverso signo ni dio como resultado un movimiento homogéneo, libre de disparidades, contradicciones y cambios literarios e ideológicos. Sirva como ilustración una curiosa polémica, una de las últimas batallas sobre el modernismo hispánico, la que se desarrolló en torno a la llamada «segunda» Revista Azul, cuyas implicaciones y consecuencias hay que tener en cuenta para intentar comprender la cultura mexicana del momento y su posterior evolución.
Los hechos
iniciales y fundamentales del caso son los siguientes: a comienzos
de 1907 Manuel Caballero, un periodista de Guadalajara asentado en
la capital, ocasional versificador, hoy completamente olvidado,
obtuvo autorización para volver a publicar la ya
mítica Revista Azul de Manuel Gutiérrez
Nájera. Lo hizo en abril de ese año con un programa
en principio desconcertante, que sacudió el amodorrado
ambiente literario: combatir el modernismo, es decir, el movimiento
que -según era ya generalmente aceptado- esta misma revista
había iniciado en México. «Nuestro programa: ¡Guerra al decadentismo!
Restauremos el arte limpio, sano y fuerte»1
.
La iniciativa provocó el rechazo inmediato de un grupo de
jóvenes radicados en la capital, que publicó una
«Protesta literaria» y organizó una
manifestación de desagravio a Gutiérrez Nájera
bajo el lema «Arte Libre», y que aprovechó la
ocasión para autoproclamarse públicamente como la
«nueva generación
intelectual»
. Este grupo -cuyo núcleo inicial
estaba formado por el dominicano Pedro Henríquez
Ureña, Alfonso Reyes y Antonio Caso-, se había dado
discretamente a conocer en la Revista Moderna, incluso
había fundado una prolongación juvenil de
ésta, Savia Moderna (1906); más tarde se
constituyó en varias asociaciones: la Sociedad de
Conferencias, el Ateneo de la Juventud y finalmente el Ateneo de
México, razón por la que se le conoce como
«Generación del Ateneo» y también como
«Generación del Centenario», en referencia a
1910, fecha del Centenario de la Independencia y del comienzo de la
Revolución. En medio del escándalo, Manuel Caballero
siguió adelante con la publicación e incluyó
en ella dos «Contraprotestas» a su favor firmadas por
sendos grupos de jóvenes, esta vez de provincias: una de la
denominada «Juventud literaria de Puebla», grupo del
que sabemos poco; otra de la «Juventud literaria de
Aguascalientes», del que sí hemos llegado a saber
algo, gracias a que en él figuraba el principiante
Ramón López Velarde. Pero al sexto número y
alegando dificultades económicas, la revista se
suspendió. Los ateneístas siempre lo consideraron una
victoria, su primera victoria frente a la ignorancia del medio, el
mercantilismo y las tendencias reaccionarias simbolizadas por
Caballero. Cuando Alfonso Reyes hizo balance de su
generación, narró el incidente:
Por 1907, un oscuro aficionado quiso resucitar La Revista Azul de Gutiérrez Nájera, para atacar precisamente las libertades de la poesía que proceden de Gutiérrez Nájera. No lo consentimos. El reto era franco, y lo aceptamos [...] Ridiculizamos al mentecato que quería combatirnos, y enterramos con él a varias momias [...] La Revista Azul pudo continuar su sueño inviolado. No nos dejamos arrebatar la enseña, y la gente aprendió a respetarnos2. |
Durante
años nadie se interesó por el«oscuro
aficionado». Que yo sepa, sólo el escritor Victoriano
Salado Álvarez le dedicó una nostálgica
evocación en sus memorias del porfiriato, donde lo
presentó como un activísimo periodista, un adelantado
del reportaje moderno tanto en la capital como en los Estados, pero
un mal empresario: «Parecía un
personaje balzaciano, parecía el mismo Balzac, por su amor a
los negocios y por su mala estrella para conducirlos y llevarlos a
término»3
.
Pero ni mencionaba siquiera el estrepitoso fracaso de su
Revista Azul. Francisco González Guerrero,
estudioso y editor de Gutiérrez Nájera,
rescató la revista en un artículo que sirvió
de referencia a varios investigadores de revistas
modernistas4.
Después vino Alfredo Roggiano, que en su estudio sobre las
etapas mexicanas de Pedro Henríquez Ureña se
ocupó de la polémica a partir de las memorias
inéditas de éste; y yo mismo, que en un libro sobre
el Ateneo volví a revisar la revista y la polémica
poniéndolas en relación con el desarrollo de este
grupo. Ambos coincidimos en destacar el protagonismo de
Henríquez Ureña, el centro, la conciencia y el
guía de esos jóvenes mexicanos, el más
enérgico impulsor y propagandista de sus actividades,
empezando por la protesta contra la nueva Revista
Azul5.
Hasta aquí, pues, los que nos ocupamos del asunto
habíamos estado -dato o matiz más o menos-
esencialmente de acuerdo con la versión de Reyes y los
ateneístas, viendo en la segunda Revista Azul un
intento frustrado de romper el proceso de modernización de
la literatura mexicana que Gutiérrez Nájera
había puesto en marcha y ellos continuaron. Paralelamente
Gabriel Zaid, al indagar en los desencuentros entre los
ateneístas y López Velarde, insistió en la
razón fundamentalmente estratégica por la que los
primeros libraron esa batalla: «Se trataba
de tomar la calle, salir a la vida pública y decir:
aquí estamos, miren la fuerza que tenemos, el talento que
tenemos, la razón que tenemos [...]. Los sucesores de
Gutiérrez Nájera somos nosotros, no Manuel
Caballero»6
;
y se preguntó por las posibles conexiones de Caballero con
los representantes de una cultura mexicana «católica y
moderna» como López Velarde. En 1992 Guillermo
Sheridan avanzó en esta línea. Tras sus importantes
descubrimientos documentales sobre el López Velarde juvenil,
que han demostrado la necesidad de estudiar seriamente la ignorada
cultura provinciana y católica, dedicó al incidente
un sugerente artículo. No le interesaban tanto los
móviles de los triunfadores y recordados ateneístas
como los del derrotado y olvidado Caballero. La base más
segura de su argumentación fue demostrar la relación
de éste con círculos de periodistas y escritores
católicos de provincia. A partir de aquí
llegó, creo que muy arriesgadamente, a presentar la
resurrección de la Revista Azul como parte de una
supuesta alternativa provinciana y moderna al modernismo
metropolitano7.
Y es que pese a aportar cantidad de datos y novedades en torno a la
polémica, ni Zaid ni Sheridan habían llegado en
realidad a ver la revista, muy rara y de difícil acceso. Por
último, en 1996 Fernando Curiel publicó en la
UNAM una
edición facsimilar de la misma y una completa
colección de documentos hemerográficos sobre la
polémica8.
Estas nuevas aportaciones me han llevado a intentar una breve
reconsideración de la revista dentro del debate sobre el
modernismo y del desarrollo que éste adquirió en
México.
La polémica
en torno a la segunda Revista Azul no se puede, en efecto,
entender fuera de la gran polémica finisecular sobre el
modernismo, que a su vez tenía como cuestión clave el
decadentismo, la «verdadera manzana de la
discordia»
dice Jorge Olivares en un acercamiento general
al tema9,
por lo que éste supuso de desafío tanto de las
creencias y la moral tradicional como del concepto
decimonónico de progreso. Las actitudes, los temas y el
lenguaje considerados decadentes fueron los aspectos más
atacados por los antimodernistas, tanto por la crítica
conservadora, consciente de su peligrosidad
ideológico-social, como, tampoco hay que olvidarlo, por
quienes defendían posiciones progresistas o comprometidas y
veían en ellos síntomas reaccionarios o escapistas.
El decadentismo fue también lo que los propios modernistas
asumieron con mayores problemas, lo primero que muchos abandonaron
a medida que fueron integrándose socialmente, que alcanzaron
reconocimiento y su escritura fue aceptándose y, digamos,
normalizándose. Fue, pues, lo más arriesgado y
rápidamente envejecido, lo más temido y ridiculizado.
Los episodios principales de la polémica sobre el modernismo
y decadentismo en México son conocidos a grandes rasgos, aun
cuando queda mucho por investigar. Recordemos sólo
cómo en 1893 José Juan Tablada, a quien se puede
considerar el introductor y más destacado representante de
la modalidad decadente del modernismo mexicano, escandalizó
con su poema «Misa negra» al público de la
capital, incluyendo a la esposa del dictador Porfirio Díaz.
A raíz de ello propuso publicar una Revista Moderna
como órgano de combate del Decadentismo. Pero el proyecto no
se realizó hasta cinco años después y no de la
manera «intransigente y exclusiva» que él
quería10.
Antes vino la Revista Azul, dentro de cuyo amplio y
conciliador espíritu hay ecos de la controversia: se
traducen fragmentos de Degeneración de Max Nordau,
pero también se reproducen las matizadas defensas de los
decadentes que entonces estaba realizando Rubén Darío
en la Argentina11.
Hay que subrayar aquí que, pese a la apertura
estética de la Revista Azul, su directriz
fundamental fue inequívoca. Como dice Gutiérrez
Nájera en el famoso artículo «El cruzamiento en
literatura»: «Nuestra Revista no
tiene carácter doctrinario ni se propone presentar modelos
de belleza arcaica, espigando en las obras de los clásicos;
es sustancialmente moderna...»12
.
Exactamente lo contrario de lo que más tarde sostuvo en su
nombre Manuel Caballero. También apuntar que el grupo de
modernistas argentinos reunido en torno a Darío, el
más activo del ámbito hispánico, fueron en
adelante un referente fundamental para los mexicanos. Pero el acto
más importante de la querella modernista tuvo lugar un
año después de clausurada la Revista Azul, a
raíz de la publicación del libro Oro y negro
(1897) del joven Francisco M. de Olaguíbel, prologado por
Amado Nervo13.
Entonces Victoriano Salado Álvarez, crítico
conservador de Guadalajara, atacó a los modernistas de la
capital por su literatura contraria a la moral, al buen gusto y al
medio mexicano. La respuesta estuvo a cargo de Nervo, Jesús
E. Valenzuela y Tablada. Éste no dejó de hacer alguna
comparación: «Calixto Oyuela en
Buenos Aires al atacar la traducción de Belkiss de
Eugenio de Castro, noblemente hecha por Luis Berisso, es un ilustre
precursor de Salado Álvarez»14
.
Allí como aquí los ataques sirvieron para dar
cohesión externa a los modernistas: inmediatamente se
decidió la fundación de la Revista Moderna.
Como paso previo, el grupo fundador reafirmó su
posición de ruptura dirigiendo una carta pública a
Manuel Caballero, por entonces director de Estrella
Occidental, de Guadalajara, en la que renunciaban a colaborar
con él por juzgarlo muy cerca de «las preocupaciones de escuela exhibidas hace muy
poco por el señor Salado Álvarez»
y
«porque juzgamos que el artista y su obra
no deben ser aherrojados con las fórmulas del
convencionalismo y rechazamos todo lo que sea un ataque a la
inspiración»15
.
Puede pensarse que de ahí parte un enfrentamiento entre la
Revista Moderna y Caballero, que se prolongó
durante años y del que quedan varios testimonios.
Pese al
antifilisteísmo e independencia con que se presentó y
a la estética muy marcadamente «fin de siglo»
que la caracterizó siempre, la Revista Moderna no
tardó en ser aceptada entre la burguesía porfirista y
en su segunda etapa se convirtió en una publicación
abiertamente progubernamental. Contribuyeron a ello dos figuras
influyentes del régimen: el multimillonario Jesús E.
Valenzuela, su director y principal sostén, y el
Subsecretario y después Ministro de Instrucción Justo
Sierra, protector oficial de escritores y artistas. (Y entre
paréntesis, un dato concreto más descubierto por Zaid
en referencia a Caballero y que seguramente está
detrás de sus aislamientos y fracasos: Justo Sierra siempre
lo creyó instigador de la muerte de un hermano suyo en duelo
con Ireneo Paz, el abuelo de Octavio Paz)16.
Algunos colaboradores de la Revista Moderna se perdieron
en la bohemia, incluso sus fundadores los escritores José
Bernardo Couto Castillo, Alberto Leduc y Antenor Lescano y su
ilustrador Julio Ruelas murieron víctimas de los «paraísos artificiales»17
.
Pero la mayoría fueron integrándose. El mismo
Tablada, que había vivido muy peligrosamente, publicó
en 1899 en la Revista un significativo «Adiós
a bohemia»18.
Las polémicas seguía coleando, pero en la revista
eran cada vez más frecuentes los artículos de
diferentes escritores hispánicos en los que se
distinguía el modernismo del decadentismo, se hacía
balance, se justificaban los excesos y se subrayaba lo positivo, la
obra conseguida, incluso se atacaba a los imitadores o falsos
modernistas. Citaré sólo un artículo de 1902
del chileno Francisco Contreras titulado «El arte
nuevo», porque en él se contiene en germen las ideas
sobre el «Arte libre» que defenderán los
ateneístas frente a Caballero:
El triunfo del Arte Libre es un hecho en todas las literaturas cultas de Europa. En América empieza a serlo. Manuel Gutiérrez Nájera con la importación del Francesismo dio la primera palabra. Luego la simiente ha fecundado. ¿Que se ha divagado mucho, que mucho se ha disparatado? Naturalmente. Ya sabéis que uno de los defectos de este arte es perder sin remedio a las medianías. Pero de tanto ensayo, de esfuerzo tanto comienza a surgir ya una Obra que empieza a atraer la atención europea19. |
Esta actitud se
tradujo en una apertura a ciertos reputados escritores
tradicionalistas, que participaron ocasionalmente en la
Revista sin renunciar a sus principios, como los poetas
José Arcadio Pagaza, Obispo de Veracruz, y Manuel
José Othón, al que volveré a referirme.
También el antiguo enemigo Salado Álvarez. Ya en
1900, en una carta pública dirigida a éste por
Valenzuela, se lee: las «exclusiones
pasaron ya de moda»
, «Los
asendereados modernistas, crítico amigo, han hecho en esta
parte una evolución inesperada en nuestra literatura,
especialmente los poetas Tablada, Nervo, Olaguíbel,
Dávalos, exagerando la tendencia, puede ser, con
apasionamientos personales en la contienda, sin duda. Pero la obra
es ya un hecho»
; le pide «que
borre prejuicios de su espíritu el prejuicio que en
él lleva, como cadáver mal oliente, contra los
modernistas»20
y le invita a colaborar en la revista.
Con todo las resistencias nunca cesaron y se concentraron fundamentalmente en provincias, entre escritores ajenos a la consagración oficial que otorgaba Revista Moderna y/o entre los sectores católicos más tradicionales. Pese a la política «conciliadora» de Porfirio Díaz en materia religiosa y al aumento de poder real de la Iglesia en muchos Estados, ésta se sentía insatisfecha, se mostraba especialmente en desacuerdo con la educación oficial laica y positivista entonces dirigida por Sierra, y veía con desconfianza los aires modernizadores que llegaban de la capital, incluidos los literarios. Se conocen en este sentido varios hechos que sin duda prepararon el terreno a la segunda Revista Azul. En 1902, con ocasión de los Juegos Florales de Puebla, ciudad con fuerte presencia eclesiástica, se celebró un concurso de monografías sobre el decadentismo en el que participó Salado Álvarez con los mismos argumentos que había utilizado cinco años antes y que ganó Atenedoro Monroy con un estudio crítico descalificador que iba a ser ampliamente utilizado por Caballero. Desde 1905 el poeta menor pero activísimo periodista católico Eduardo J. Correa publicó en los periódicos confesionales que dirigía en Aguascalientes reiterados ataques contra el modernismo. Tanto Monroy como Correa se adherirán a la iniciativa de Caballero y animarán a grupos de jóvenes de sus ciudades a firmar las contraprotestas frente a los capitalinos. Otro dato recogido en la prensa por Roggiano y que pudo caldear el ambiente: cuando a mediados de 1906 una olvidada «Sociedad Literaria Manuel Gutiérrez Nájera», de la que era director el católico Manuel Murguía y miembro Manuel Caballero, renovó su mesa directiva, quedó excluido de ella todo colaborador tanto de Revista Moderna como de la reciente Savia Moderna, que se volvió públicamente su opositora21. En el hecho puede verse algo más que un enfrentamiento personal: un síntoma de la disputa por la figura prestigiosa del ecléctico Gutiérrez Nájera, liberal que nunca renunció a sus convicciones católicas, escritor afrancesado y moderno con raíces españolas y aun clásicas. Caballero iba a negar reiterada y vehementemente que pudiera considerársele decadentista y que los escritores de Revista Moderna (y no podía dejar de pensar en Sierra, el prologuista de la edición póstuma de sus Poesías) fueran sus legítimos continuadores. Pero lo que probablemente terminó por decidirle a resucitar en 1907 la Revista Azul y a hacer de ella una publicación abiertamente antimodernista fue la condena que ese mismo año formuló el Papa Pío X contra la herejía del «modernismo teológico», que reavivó el interés general y muy especialmente los arraigados prejuicios católicos hacia el «modernismo literario».
En el
«Prospecto» que Caballero distribuyó por la
República anunciando la reaparición incluyó un
editorial en el que en un tono más combativo que
argumentativo, que iba a ser ya constante, identificaba modernismo
y decadentismo y lo calificaba como pecado o enfermedad que
había que redimir o curar: «sacrilegio» o
«secta», «neurosis» o «locura»,
«contagio» o «virus», metáforas del
discurso religioso y médico presentes en todo el debate
sobre la modernidad, que la crítica conservadora
blandió en sus ataques contra los modernistas y que
éstos no dejaron de asumir como signo de desafío y
distinción. Caballero también adelantó el plan
de la publicación, con secciones como «Notas de
combate», «Modelos de poesía clásica,
antiguos y modernos» y «Bocetos de
crítica»; y anunció concursos de «obras literarias dentro de los modelos
clásicos»
. Aunque de momento no citaba a la
Revista Moderna, ésta era sin duda el rival a
batir, «el órgano de los Decadentistas» como
diría en los números siguientes. Probablemente
calculó que las dificultades concretas por las que entonces
atravesaba -lejanía de Nervo, enfermedad de Valenzuela y
pelea de éste con Tablada, que se retiró de la
redacción- y su cada vez mayor anquilosamiento y
consiguiente cansancio de los lectores la hacían más
vulnerable que nunca. La Revista Moderna publicó
una escueta nota en la que manifestaba su disgusto de que la
antigua Revista Azul hubiera «caído, no en manos, en garras de Manuel
Caballero, pseudo poeta y literato cursi»
y anunciaba que
no volvería a ocuparse del asunto22.
Aunque no fue exactamente así, lo cierto es que cedió
el primer puesto en la pelea a los jóvenes recién
llegados, con los que seguramente no contaba Caballero, pues no
habían logrado aún cuajar en Savia Moderna,
pero que ahora iban a aprovechar bien su oportunidad. Entre ellos
al menos Pedro Henríquez Ureña ya tenía una
idea muy definida de la importancia histórica del modernismo
por encima de sus realizaciones concretas, como un amplio
movimiento que, uniendo libertad y disciplina, había
aportado a la literatura hispanoamericana un primer grado de
madurez, profesionalización y reconocimiento internacional,
al tiempo que rechazaba su visión como escuela decadente y
cerrada. Así lo expuso en los Ensayos
críticos que reunió en 1905, antes de
trasladarse a México, donde definió el modernismo
como una etapa «importante y necesaria de
nuestra evolución artística»
y abogó
por un «modernismo americano bien
entendido, que me figuro tiende a transfigurarse en una literatura
plena y vigorosamente humana»23
;
y en los primeros artículos que escribió a su
llegada. En el último número de Savia
Moderna, al hablar de La corte de los poetas, la
antología del modernismo hispánico que acababa de
publicar Emilio Carrere en Madrid, adelantaba la idea del
«Arte Libre»: «es tiempo ya
de que se olvide la inútil designación de modernismo
y toda clase de ismos. Libre el arte de estas pesadas
clasificaciones, quedará solamente la individualidad. Y
todavía hay que evitar que el cultivo de ésta se
convierta en estéril
individual-ismo»24
.
Su preferencia por una poesía moderna pero
«clásica», en un sentido general de sobriedad y
mesura, terminó viéndose satisfecha con la
evolución seguida desde 1909 por la poesía de Enrique
González Martínez, a quien consagró
críticamente como paradigma de la poesía mexicana y
promocionó como Presidente del Ateneo y modelo
poético para los jóvenes.
De ahí que
el mismo día en que reapareció la Revista
Azul, «segunda época» según su
director, «apócrifa» según los
jóvenes, estos publicasen en la prensa una contundente
«Protesta literaria» en la que no perdieron la
oportunidad de presentarse como la «mayoría de hecho y por derecho del grupo
de la juventud intelectual»
. De una parte deslegitimaron
la reacción antimodernista representada por Manuel
Caballero, quien, incapaz siquiera de entender la labor
revolucionaria de Gutiérrez Nájera, decía
venir a «redimir la literatura nacional
de quién sabe qué males, que sólo existen en
su imaginación caduca»
; de otra, declararon su
propio credo: «nosotros no defendemos el
modernismo como escuela, puesto que a estas horas ya ha pasado,
dejando todo lo bueno que debía dejar, y ya ocupa el lugar
que le corresponde en la historia de la literatura
contemporánea; lo defendemos como principio de libertad, de
universalidad, de eclecticismo, de odio a la vulgaridad y a la
rutina. Somos modernistas, sí, pero en la amplia
acepción de ese vocablo»25
.
Pocos días después llevaron la protesta hasta la
calle, organizando una manifestación de desagravio a
Gutiérrez Nájera bajo el lema «Arte
Libre». Según algunos cronistas fue la única
manifestación pública permitida durante la larga
dictadura de Porfirio Díaz, que consentía estrechos,
aparentes márgenes de discusión entre facciones
leales y en cuestiones que en realidad poco lo comprometían
directamente, como religión, educación y cultura. Los
periódicos capitalinos informaron ampliamente sobre ella,
con diferentes actitudes. Los firmantes de la protesta, encabezados
por Pedro Henríquez Ureña, que portaba un estandarte
con el lema «Arte libre», acompañados de una
banda de zapadores y varios cientos de estudiantes, recorrieron las
calles céntricas hasta la Alameda, donde se leyeron poemas y
discursos. Los actos tuvieron su continuación en una velada
en el Arbeu, el teatro oficial; todo lo cual hace pensar en el
permiso, cuando no el apoyo del ministro Sierra. Lo más
serio e interesante de la manifestación fue el discurso de
Max Henríquez Ureña, en el que reveló una
clara comprensión del significado del modernismo, del que
con el tiempo él sería uno de los principales
historiadores, y en el que dijo cosas que han seguido
repitiéndose casi hasta hoy:
La crítica ha reconocido unánimemente que Gutiérrez Nájera fue en compañía de Rubén Darío, Julián del Casal y José Martí, uno de los cuatro fundadores del modernismo. Y aquí cabe, señores, declarar que lo que se llamó modernismo por una necesidad de designación, está lejos de indicar sectarismo ni limitación al pensamiento. Bastará con analizar la personalidad literaria, tan diversa, de los cuatro fundadores del modernismo en América, para comprender que el programa de esa escuela era tan amplio, que tuvo que resolverse, como declara Leopoldo Lugones, en «la conquista de la independencia intelectual». En efecto, hemos llegado a suprimir absurdas limitaciones de escuela, y lo que hoy se pide al artista es que produzca belleza, sin preocuparnos de los procedimientos que siga para producirla. Hemos llegado a la época del arte libre26. |
En adelante
Caballero concentró todos sus esfuerzos en defenderse de
estos jóvenes, a los que se empeñó en tachar
también de decadentes. Para ello publicó varias
adhesiones a la causa de su revista por parte de escritores, grupos
y publicaciones confesionales de provincias, como El
Observador, dirigido en Aguascalientes por su amigo Correa,
que se solidarizaba con su lucha contra «los avances del modernismo desatentado que en su
morbosa obsesión amenaza borrar los senderos
legítimos del Arte»27
.
Así como las dos mencionadas «Contra-protestas»,
la de la Juventud de Aguascalientes, firmada entre otros por Correa
y López Velarde, «porque su
programa tiende a fustigar la triste labor del modernismo, que
tantos estragos debe en el Arte
contemporáneo»28
;
y la más extensa de la Juventud de Puebla, en la que
figuraban, además de Atenedoro Monroy, los poetas Rafael
Cabrera y Alfonso G. Alarcón, que trataba de refutar uno a
uno los argumentos de los capitalinos y se negaba a reconocerlos
como los representantes naturales de la intelectualidad
mexicana:
Defienden ellos al decadentismo o modernismo como principio de libertad, siendo que es un principio de libertinaje, puesto que da en tierra hasta las reglas más rudimentarias a que debe sujetarse toda obra que tenga por objeto la Belleza. Lo defienden como principio de universalidad, siendo así que apenas es comprendido por unos cuantos iniciados. Lo defienden como principio de eclecticismo y de odio a la vulgaridad y a la rutina, siendo así que sólo toma lo malo de las literaturas de todos los tiempos, y sus sectarios pretenden ser tan absolutamente novedosos que llegan hasta las extravagancias más inverosímiles [...]. La mayor parte de los que firmamos somos jóvenes también, pisamos un terreno que es patrimonio de quien lo merece, no de quien lo arrebatra, protestamos de una vez por todas contra la tutela gratuita a que nos han querido someter los poetas de la Corte. No es allí donde reside la Meca en que soñamos nosotros los provincianos oscuros29. |
Manuel Caballero fue víctima de su enfrentamiento desigual con el poder político-literario, con el «establishment», como han subrayado Zaid y Sheridan, pero también y en último extremo de sus propios prejuicios, inconsistencias y contradicciones, como se ha dicho siempre. De ahí el fracaso de la nueva Revista Azul en todos los órdenes. En primer lugar tuvo grandes dificultades para justificar sus ataques, pues lo cierto es que, como vieron con claridad los futuros ateneístas, basaba su campaña en una identificación tan parcial como tardía entre modernismo y decadentismo. El momento en que su programa hubiera tenido alguna razón había pasado ya y ahora salía a luchar contra fantasmas. Para entonces las individualidades modernistas solían insistir en considerar superado el momento militante y gregario del movimiento, se mostraban alejados, incluso arrepentidos de cualquier decadentismo inicial, y seguían caminos propios dentro de un modernismo cada vez más aceptable y aceptado. El principal aporte de su sección «Notas de combate» fue la publicación por entregas del citado ensayo de 1902 en el que Atenadoro Monroy, recurriendo a algunos argumentos de la «crítica científica» europea (Taine, Paul Bourget, Jean-Marie Guyau o Max Nordau) terminaba encerrando el decadentismo en la siguiente fórmula:
Escuela poético-lírica de origen metafísico, en el que se traduce un hondo y amargo malestar social de cansancio y decrepitud, por medio de símbolos oscuros e ininteligibles, expresiones rebuscadas o alteradas caprichosamente en su significación, metros de calculadas disonancias o virtualidades musicales de absoluta libertad y novedad, rimas regresivas, y fantaseos y alucinaciones personalísimas, propias sólo de la neurosis y del desequilibrio cerebral30. |
Lo que
ejemplificó con poemas -todos publicados hacía ya
algunos años- de «los más
conspicuos decadentistas latinoamericanos»
: Rubén
Darío, Leopoldo Lugones y Leopoldo Díaz, del grupo
argentino; Balbino Dávalos, Amado Nervo y José Juan
Tablada, del mexicano31.
El resto de los apoyos teóricos de la Revista
resultaron más débiles y desfasados. Caballero estaba
muy necesitado de refuerzos. De ahí el entusiasmo con que en
el penúltimo número, correspondiente al 5 de mayo, se
hizo eco de la encuesta que acerca del modernismo acababa de
iniciar Enrique Gómez Carrillo en El Nuevo
Mercurio: «No es solamente en
América en donde se puede decir que nos preocupamos por esa
enfermedad de la literatura que se llama el modernismo.
También en Europa produce el malestar
consiguiente»
. Resumió muy sesgadamente las
primeras opiniones y prometió seguir en el siguiente
número «porque estamos viendo y
previendo, al mismo tiempo, que la mayoría de las respuestas
enviadas al "Mercurio" han de venir a robustecer en gran manera la
actitud neta y resueltamente hostil a lo que aquí entendemos
por modernismo»32
.
No lo hizo. Y es que nuevamente se había equivocado. Lo que
trajo El Nuevo Mercurio en su número de mayo fue
nada menos que una reproducción de la «Protesta
literaria» de sus contrincantes. Para colmo Caballero tuvo
que leer la respuesta a la encuesta enviada por Valenzuela, quien
al hablar sobre el porvenir de la literatura aprovechó para
lanzarle lo que Curiel llama «una
estocada hasta la empuñadura»
, sólo
entendible en el contexto que estamos viendo: «Siempre junto a un Díaz Mirón,
existirá un Caballero»33
.
Pero sobre todo y como ha estudiado bien Pilar Celma Valero, entre
1902, en que se celebró en España la encuesta sobre
el modernismo de Gente Vieja, con resultados negativos, y
1907, en que la mayoría de las respuestas a El Nuevo
Mercurio fueron positivas, la consideración general
sobre el modernismo había cambiado: el concepto se
había aclarado y era historiable, sus representantes
habían pasado de ser promesas a autores con obras,
habían suavizado sus radicalismos juveniles,
discernían entre aciertos y errores, y aun atribuían
éstos a los imitadores, y preferían hablar de
literatura moderna que de modernista34.
Ante la falta de
ensayos críticos acordes con su programa la Revista
tuvo que dar cabida a la crítica satírica, que en
España, donde era especialmente frecuente y virulenta,
hacía tiempo que hacía crisis. En vez de las
prometidas respuestas de El Nuevo Mercurio, reprodujo una
antigua parodia, que encuentra «llena de
humorismo fino»
, del que califica como «notable escritor español»
Juan
Pérez Zúñiga, autor de miles de poemas
festivos, firma habitual del conservador y ya desaparecido
Madrid Cómico, y verdadero especialista en
satirizar la figura del poeta modernista35.
La parodia en cuestión figura ser una reseña del
poemario Calambres de púrpura de un tal Fabio
Melenúchez, que contiene poemas como
«Vísceras marchitas, para mi exquisito primo
Robustiano», «Hígados violáceos,
para mi hermano en lirios Anacleto»,
«Lugubreces, para el alma de Don Enrique el
Doliente», «Charcos del espíritu, para
el adorable artista Roberto Piscis», «Sonrisas de
sarcófago, para Ninfo», «Lirios
abstractos, para mi amigo de las entrañas Floro
Mariquítez», «Estertores alegres, para
todos los poetas violáceos», etc. Como suele ser norma, la burla
empieza por los nombres: el del autor
«Melenúchez» (la imprescindible melena larga
heredada de la sátira antirromántica) y los de
aquellos compañeros que figuran en las indefectibles
dedicatorias (el movimiento modernista visto como hermandad de
bombos mutuos), como «Ninfo» o «Floro
Mariquítez». La asociación entre el modernista
y todo tipo de figura no ya extravagante o ridícula sino
marginal o pervertida, no sólo el neurasténico o el
esnob sino el alcohólico o el toxicómano, incluso el
homosexual, representante extremo de la
«degeneración», era habitual en este tipo de
publicaciones, y la nueva Revista Azul no dejó de
referirse a «esos afeminados inventores
de poemas haschinianos o morfinómanos. Llenos de artificio y
exentos de todo noble entusiasmo, de todo noble ideal.
Eróticos sin sentimentalismo; por vicio, sólo miran
hacia la tierra, y de ésta, a los rencores más
obscuros y más indignos»36
.
La pseudorreseña termina reproduciendo el poema
«Crepúsculo torturador», un pastiche
satírico en el que se caricaturiza (se condensa y exagera)
el supuesto léxico, imaginería y ritmo modernista, y
que comienza:
Aunque con menos fundamento y gracia, el propio Caballero ensayó una parodia de la Protesta de los jóvenes en la que volvió a dejar constancia de su idea del decadentismo:
El DECADENTISMO es la seleccionización del exquisitismo temperamentoso. Es el arte cimático de no ser vulgares. Es la embriagosa destilación del idioma por el alambique de oro de la neurosis. Es el arte pomposo de externar, envuelta en nelumbos, y arrollada por ocres musicales, esa divina floración del alma que los no-iniciados llaman disparate. Es la triunfalidad ascendente del originalismo inventífero, y demolicionista de un pasado que huele a moho. Bañamos nuestras ideas en la ablución de un iconoclismo derrumbante de idolaciones y embarazosas para la marcha libre hacia el Porvenir... ¡Nosotros vamos hacia el Porvenir! Somos la Juventud. Somos la mayoría de la Juventud. Somos la inmensa mayoría de la Juventud pensífera. Y lo somos de hecho y por derecho [...] Somos, pues, la mayoría de la juventud evolucionante, aplastante, derrumbante, magullante y deshollinante. En nuestra marcha clarífoba y novatriz nos detendrán las momias. Las haremos volver a sus sepulcraciones con nuestros esfuerzos redentíferos. ¿Cómo se llaman esos monstruos retrogradantes a los que se quiere atar nuestras ensoñaciones? ¡Se llaman la Gramática, la Lógica, el Sentido Común, la Armonía, el Arte Poético, el Ritmo, la Belleza!37 |
La sección
de concursos resultó otro fiasco. En el primer número
se ofreció un premio a la mejor crítica al primer
poema del entonces inminente libro de Rubén Darío
El canto errante: los trabajos «pueden ser tan humorísticos como se
quiera, ya que el asunto se presta tanto para
ello»38
.
Pero a esas alturas el prestigio de Darío, blanco favorito
del antimodernismo, era muy sólido y aun en España,
donde los ataques años atrás habían sido
especialmente duros, pocos se animaban a seguir por ese camino. El
premio tuvo que declararse desierto y a cambio se reprodujo un
artículo de Salvador Rueda en el que se traslucía su
viejo resentimiento contra el «viajante
de rimas francesas»39
.
Tampoco supo
Caballero proponer verdaderas alternativas poéticas. En la
sección de «modelos
clásicos de literatura, antiguos y modernos»
empezó presentando al recién fallecido Manuel
José Othón, que siempre quiso mantenerse fiel a la
tradición clásica y rechazó el modernismo de
escuela, pero que llegó a fórmulas poéticas
muy personales y novedosas, que participó muy pronto en la
Revista Moderna y que los modernistas admiraron y -otro
caso de clásico disputado- aun quisieron reclamar como suyo.
También incluyó antiguas versiones de Anacreonte del
reconocido traductor y poeta clasicista Ignacio Montes de Oca,
Ipandro Acaico, Obispo de San Luis Potosí. Pero en general
sus modelos, calificados de «poetas castizos», eran
poetas menores y conservadores ideológica y
estéticamente, como el académico Enrique
Fernández Granados, el «Fernangrana»
ridiculizado por los jóvenes, que escribió para la
revista el soneto «Lejos de mí la
decadente harpía»
; o el propio Eduardo J. Correa,
presentado como «abogado, literato,
poeta, dramaturgo, periodista y jefe de un hogar modelo»
,
«paladín sincero y púgil
del arte limpio»
, «enemigo del
morboso decadentismo»
, «hondo,
pensador, caritativo, piadoso creyente»
, que
colaboró con el soneto de amor paternal «Manos
blancas»40.
No es
extraño que desde el comienzo Caballero cayera en continuas
contradicciones con su propia línea editorial, que
reducía modernismo a decadentismo. De ahí que
ridiculice el poema de Lugones «Hortus
deliciarum», mientras que reconoce que
«New Mown Hay» reúne
«caracteres de pensamiento, sencillez,
belleza, gracia y hasta perfecta claridad, cosa que
sorprenderá tratándose de un pontífice de la
poesía tenebrosa»41
.
Lo mismo al hablar de los últimos poemas del delicuescente
Nervo o de Valenzuela. A Luis G. Urbina no lo considera
decadentista «a pesar de algunas
composiciones»
. Y edita, como ejemplo de su ideal de
«arte limpio, sano y fuerte»
,
poemas de Antonio Machado, sin advertir su modernismo esencial.
Además, continuamente hace concesiones como ésta:
«Algunos de esos señores, cuando
no están bajo la influencia de su locura, son poetas de
verdad, emotivos, sinceros, que sienten y hacen sentir a los
lectores. Extraña cosa que ellos mismos no se percaten de la
inmensa distancia que separa aquellas de sus composiciones que son
hijas de la neurosis, de las que vibra en sus liras cuando se
encuentran en estado de tranquilidad y
razón»42
.
El malentendido no
podía mantenerse por mucho tiempo. Todos los escritores de
cierta importancia le hicieron el vacío y al sexto
número anunció la suspensión de la
publicación. La Revista Moderna publicó una
nota editorial en la que se felicitaba por la muerte de la segunda
Revista Azul y de «su absurdo
programa antimodernista»
y destacaba el papel que en ella
habían tenido los jóvenes43.
Éstos se habían dado a conocer, enseguida iban a
adquirir personalidad y a sellar su pacto con Justo Sierra, a poner
en marcha sus proyectos y a colaborar con la política
educativa del ministro. Empecé hablando de cómo
Alfonso Reyes recordaba este triunfo en sus memorias.
También lo hizo Henríquez Ureña, quien
calificó despectivamente la «Contraprotesta» de
los jóvenes de Puebla como de «mochería
académica»44
y señaló que algunos de sus firmantes -Alfonso G.
Alarcón y el indignado Rafael Cabrera- no tardaron en unirse
al grupo de la capital. Ninguno de los dos recordó siquiera
el oscuro cenáculo de Aguascalientes. Olvido explicable pero
significativo, especialmente en lo que respecta a López
Velarde. Forma parte del olvido general en que dentro de la
historia de la cultura mexicana se ha tenido de las manifestaciones
católicas y provincianas, al que también contribuimos
los primeros que nos ocupamos de la Revista Azul y sobre
el que Gabriel Zaid y Guillermo Sheridan han llamado la
atención. Con sus estudios se empieza a corregir esta
tendencia y se abre un campo en el que queda mucho por explorar. Lo
que de momento parece claro es que capitalinos y provincianos,
modernistas y católicos interactuaron de una manera compleja
-con la complejidad con que interactúan esos dos
términos relativos, opuestos y complementarios:
tradición y modernidad- que habrá que estudiar
detenidamente y en cada caso. Sin embargo, en el caso de la segunda
Revista Azul lo que no puede concluirse, a la vista de lo
expuesto, es que Manuel Caballero y sus partidarios hicieran
ninguna aportación literariamente válida ni
planteasen ningún tipo de alternativa moderna que llevase a
la superación del modernismo de época. Lo refrenda la
propia evolución de López Velarde, la figura en la
que los conflictos entre tradición y modernidad, provincia y
capital, catolicismo y modernismo encarnan y se convierten en el
tema mismo de su literatura. Inmediatamente después de su
adhesión a la Revista Azul se decidió a leer
realmente a los modernistas, empezando por Amado Nervo, y fue
librándose progresivamente de sus prejuicios, hasta llegar a
retractarse de lo que llamó «la sandez
antimodernista»45
y a atacar a «los censores de Nervo,
cerebros medianos que lo han tachado ya de iliterato, ya de
inmoral, ya de antipatriota»46
.
Y más tarde, después de sus duras experiencias
personales y políticas durante la Revolución, de su
amistad literaria con el inquieto Tablada y de su lectura y
asimilación de Lugones, emprendió un camino personal
que no sólo dejó muy atrás a su antiguo
«mentor» Correa, sino que desconcertó a algunos
ateneístas -a Reyes y Henríquez Ureña, que
nunca lo entendieron, a González Martínez, con el que
mantuvo una sorda pugna-, llevando la modernidad literaria
más lejos de lo que estos supieron hacerlo y
señalando caminos para la poesía posterior. Pero
ésta es ya otra historia o, mejor, otro capítulo de
la misma historia.