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Un episodio de la «Autobiografía» de Rubén Darío: La conmemoración en España del IV Centenario del Descubrimiento de América

Luis Sáinz de Medrano Arce





Siempre nos ha llamado la atención al leer la Autobiografía de Darío la escasez de los datos que el poeta da en ella acerca del acontecimiento que motivó su primera venida a España, en 1892. Cierto que todo en ese relato es apresurado: se percibe que Rubén, entonces en los promisorios comienzos de su carrera literaria, pasó los breves meses de su estancia aquí deslumbrado por sus contactos con los intelectuales españoles que tan bien le acogieron y no prestó demasiada atención a la realidad del país fuera de los salones de sus anfitriones y, lo que es más curioso, apenas se interesó por los actos conmemorativos en sí mismos. De hecho, la única información que sobre ellos nos da se refiere a una intrascendente anécdota con motivo de la visita de las reinas doña María Cristina de España y doña Amelia de Portugal a la sección de Guatemala, inmediata a la de Nicaragua, situadas ambas en la Exposición histórico-europea y americana. Por otro lado, los biógrafos de Rubén, al referirse a esta corta pero trascendental etapa de su vida, se limitan a recoger lo que él mismo nos cuenta, con lo que seguimos quedando ayunos de conocimientos sobre lo que fueron aquellos actos conmemorativos.

Por tal motivo, hace no mucho empezamos a rastrear este tema yendo en busca de una documentación que rara vez falla: los periódicos y revistas de la época. Hemos encontrado, efectivamente, en ellos amplios detalles sobre él, hasta el punto de sentirnos animados a elaborar un estudio de alguna amplitud del que esta ponencia es un mínimo anticipo. Estimamos que tal estudio puede ser una aportación de cierto interés como eslabón de esa historia del americanismo en España en la Edad Contemporánea que aún está por escribir.

En concreto, el presente trabajo se limita apenas a ofrecer los datos que hemos obtenido en la más importante de las publicaciones consultadas: La Ilustración española y americana, de Madrid (1869-1921), revista ilustrada de la época, familiar a cuantos se interesan por la cultura española del último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX, que estaba entonces en su mejor momento. La Ilustración no ha defraudado nuestra confianza, ya que sus páginas están llenas de pormenorizadas noticias sobre el acontecimiento.

La primera alusión a las conmemoraciones que van a celebrarse aparece en el número de 30 de mayo de 1892. A partir de aquí la información crece en forma desbordante. El 8 de junio la revista se refiere a las conferencias que el Ateneo de Madrid está desarrollando como contribución al centenario, desde mediados de febrero. Nos sorprende saber que ya se han pronunciado más de cincuenta hasta el momento. Algunas de ellas estuvieron a cargo de figuras tan destacadas como Oliveira Martins, Zorrilla de San Martín -ministro del Uruguay en España-, Riva Palacio -ministro de Méjico-, el marqués de Cerralbo, Pi y Margall y Cánovas del Castillo, a quien correspondió la inauguración del ciclo por ser director de la Real Academia de la Lengua.

En los siguientes números abundan las referencias a este gran ciclo de conferencias. Como muestra de que no se cometió la injusta omisión frecuente en actos hispanoamericanistas, comprobamos que una de ellas estuvo dedicada, según el número de 15 de junio, a «El Rey Católico en el Descubrimiento de América», disertación a cargo de Antonio Sánchez Moguel. No parece, sin embargo, que el recuerdo del monarca aragonés volviera a ser motivo de particular atención en adelante.

Emilio Castelar rubrica el 30 de junio un brillante artículo titulado «Efemérides capitales del descubrimiento de América», primero de una larga serie que se desarrollará en números posteriores. El 8 de julio encontramos una interesante recopilación de grabados y textos relacionados con el centenario. Entre ellos sobresale para nosotros el del joven Rubén Darío, delegado de Nicaragua. Continúan las reseñas de las conferencias del Ateneo.

En el número de 30 de julio aparece un grabado de uno de los personajes que más bulleron en aquellos meses: Vicente Riva Palacio, el ya mencionado ministro de Méjico, a quien Darío describe como «el alma de las delegaciones hispanoamericanas», (...) «varón activo, culto y simpático», bien situado en la corte, a pesar de los recelos de la reina doña María Cristina, que «no podía olvidar que... había sido de los militares que formaron parte en el juzgamiento de su pariente el emperador Maximiliano» (O. C., I, 84-85). Riva Palacio, que acabaría sus días en Madrid cuatro años más tarde, participó en efecto muy señaladamente en las actividades del centenario. Las páginas de La Ilustración están llenas de referencias a él y recogen muchos de los chispeantes relatos que luego formarían el volumen titulado Cuentos del general. Añadamos que en este mismo número publicó Zorrilla de San Martín un artículo acerca de «Las conferencias sobre Méjico en el Ateneo».

Entre tanto, las conmemoraciones empiezan a extenderse a algunas provincias. Por el número de 8 de agosto sabemos que Huelva ardía en fiestas y el infaltable Riva Palacio recibía allí, junto a don Gaspar Núñez de Arce, multitudinarios aplausos. Restaurado el convento de la Rábida, alguien había propuesto la peregrina idea de encerrarlo dentro de una gran armadura de metal y cristal, elementos básicos de la orgullosa ingeniería de la época, con una puerta que solo se abriría una vez cada siglo, para evitar que el histórico edificio pereciera a manos de dos terribles enemigos: la intemperie (!) y la devoción de los que acudían a llevarse pequeños fragmentos de él. Treinta y cinco soberbios navíos surcaron las aguas onubenses en una formidable parada naval.

Proliferan los artículos eruditos sobre temas colombinos y gestas de conquistadores. Ha hablado en el Ateneo Pedro Alejandrino, ministro del Perú. También lo ha hecho el de Méjico. Jiménez de la Espada escribe sobre la expedición de Orellana. Continúan los artículos de Castelar (número de 22 de agosto). Doña Emilia Pardo Bazán da señales de vida al disertar en el Ateneo sobre «Los franciscanos y Colón» (número de 8 de septiembre).

En Génova se estaban realizando, a todo esto, importantes festividades, según nos notifica el número 15 de septiembre, con llamativa representación española, pero sin ninguna concesión al españolismo de la empresa colombina. Junto al retrato del descubridor de Bogotá, recibe los honores de la sección iconográfica el de Rafael Núñez, presidente titular -ya no efectivo- de Colombia, el mismo que poco después concedería a Darío el cargo de cónsul de aquél país en Buenos Aires, y el del presidente en funciones, el inolvidable humanista Miguel Antonio Caro.

Nos resulta muy curiosa la información dada el 30 de septiembre sobre el capitán Andrews, el pintoresco y arriesgado navegante, de quien Rubén Darío habla como un presunto náufrago descubierto por el vapor en que él viajaba a España en pleno Océano y que resultó ser un navegante solitario que realizaba en un simple barquichuelo el itinerario de Colón al revés, por cuenta de la casa de jabón Sapolio (O. C., I, 83). Rubén afirma que Andrews arribó a Palos «algunos días después de nuestra llegada a España». Para ser más exacto hubiera debido decir «algunas semanas», ya que Andrews tardó 68 días en completar su viaje. La recepción en Huelva de este extraordinario agente publicitario fue triunfal, según asegura Darío y confirmamos en La Ilustración.

Hay febriles preparativos para nuevos actos en Huelva y también en Sevilla, Córdoba, Granada, Barcelona «y las principales poblaciones de España». En lo literario cabe destacar la inserción en este número de unos fragmentos de «Tabaré» de Zorrilla de San Martín, cuya venta en libro se anuncia. El retrato del gran poeta platense es reproducido al lado del de don Julio Herrera y Obes, presidente del Uruguay y tío de Julio Herrera y Reissig. Se publica además la información sobre una conferencia del autor de «Tabaré», dada en el Ateneo de Sevilla, que versó acerca del tema «Descubrimiento y conquista del Río de la Plata». Sería también Zorrilla de San Martín el encargado de pronunciar el discurso de homenaje a España en la explanada del monasterio de La Rábida, después de inaugurado el monumento conmemorativo del descubrimiento, en nombre de los delegados hispanoamericanos, discurso de gran belleza que con el título de «El mensaje de América» fue recogido en la edición de sus Obras completas preparada por Roberto Bula Píriz (Ed. Aguilar, Madrid, 1967).

Llegamos así a una fecha culminante en las conmemoraciones del centenario, el 12 de octubre. El número que a ella corresponde tiene el especial interés de incluir un poema de Rubén Darío. Es el que comienza «Bajo un límpido azur cuyo raso / flordelisan los astros de fuego», de honda exaltación hispanista, recogido después en «El chorro de la fuente» (v. Obras completas, poesías. Ed. Aguilar, 1967, v. II, página 952). Se trata de una clara muestra de la alta consideración de que Rubén gozaba en España, teniendo en cuenta la relevancia del número en cuestión, que inserta textos del Papa León XIII, don Carlos de Portugal, Echegaray, Castelar y Ricardo Palma, delegado oficial del Perú y firmante de unos versos dedicados a Colón bastante retóricos.

Por este mismo número nos enteramos de la existencia de un Congreso pedagógico hispanoamericanista que estaba celebrándose por aquellos días y cuyo presidente era don Rafael M. de Labra, natural de La Habana y diputado por el distrito de Sabana Grande (Puerto Rico). Sobre otros congresos -el geográfico, el de librepensadores, el espiritista (sic), el jurídico y el literario- nos informa el número de 22 de octubre. Resulta impresionante tanta versatilidad cultural, que debió de requerir una meticulosa organización. Se anuncia la apertura de una importante exposición arqueológica y otra de Bellas Artes. La reina regente y «el reyecito» se trasladaban a Palos de la Frontera.

Un gran desfile cívico recorre las calles de Madrid (número de 22 de octubre), pero, a pesar de los esfuerzos del Ayuntamiento, la «Crónica general» -especie de editorial informativo habitual en la revista- afirma que los festejos madrileños, en lo externo, resultan pobres. Critica también el hecho de que el centenario del Descubrimiento se está celebrando sólo como el centenario de Colón, observación interesante aunque no del todo justa según nuestra perspectiva.

El número del 30 de octubre se refiere a la «muchedumbre de congresos, certámenes, concursos musicales, fiestas escolares y discursos». ¿Cómo no recordar la «Letanía de nuestro señor don Quijote», de Darío? ¿Tendría en mente el poeta, al componerla años más tarde, todo este aluvión de cultura oficialista que le rodeó en el 92? Queda anunciado el inmediato Congreso Literario, «puede y debe contribuir acaso con más eficacia que el anterior -el jurídico- a la unificación moral de nuestra raza». Se subraya, no obstante, que «lo importante, lo serio, lo grandioso del centenario son las exposiciones histórico-americana e histórico-europea» situadas en las salas del Palacio de Museos y Bibliotecas.

El 8 de noviembre el Congreso Literario estaba ya celebrándose. «No tiene extracto posible», asegura el anónimo cronista que nos da cuenta de él, al tiempo que remite al libro que sobre el mismo piensa publicar don José del Castillo y Soriano.

Haciendo un inciso en nuestro recorrido por La Ilustración, diremos que no nos ha sido posible hallar tal libro, cuya existencia nos consta. Hemos podido consultar afortunadamente la «Memoria de los actos y tareas de la Asociación de Escritores y Artistas españoles durante el año de 1892», preparada por Del Castillo y Soriano, secretario de dicha Asociación, y editada en Imprenta y Fundición de Manuel Tello, de Madrid, en 1893. Esta publicación contiene valiosos datos acerca de aquel Congreso, toda vez que la entidad en cuestión fue la que lo organizó.

El Congreso, según el llamamiento hecho por la Asociación, debería servir «para sentar las bases de una gran confederación literaria que, al procurar la conservación e integridad de la lengua castellana, estrechara nuestros vínculos internacionales y lograra resultados de indudable beneficio para los libros españoles y americanos». Contó con 720 adhesiones, de las cuales 124 fueron de hispanoamericanos, diplomáticos en Europa, militares, hombres de ciencia, poetas y periodistas. Fueron muy numerosas las de los norteamericanos.

Dividido en tres secciones: Filología, Relaciones Internacionales y Librería, el Congreso celebró ocho sesiones en el paraninfo de la Universidad Central y las restantes en la Academia de Jurisprudencia y Legislación. La mesa de honor estaba compuesta por los presidentes de los países hispanoamericanos con Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros de España y de la Junta del centenario, y el duque de Veragua. La efectiva se hallaba formada por Gaspar Núñez de Arce como presidente -lo era también de la Asociación de Escritores y Artistas-, los ministros de Méjico, Guatemala, Uruguay, Santo Domingo, Perú, El Salvador, Argentina, el secretario de la Legación de Chile, Rubén Darío como delegado de Nicaragua, José Echegaray y Del Castillo y Soriano, en calidad de secretario general.

Las conclusiones en materia de Filología fueron: Defender por encima de todo la integridad de la lengua castellana. Atraer para ello hacia España a jóvenes estudiosos y profesores normales hispanoamericanos y estimular la acción de la Real Academia «asistida por sus órganos autorizados en los diversos países donde se habla dicha lengua». En todo momento se percibe que, para los más, España seguía siendo depositaría esencial y maestra indiscutible del idioma.

En la Sección de Relaciones Internacionales se acordó promover los intercambios de obras literarias y las copias de manuscritos históricos entre las entidades culturales del mundo hispánico, así como suscitar la realización de acuerdos de esta naturaleza y tratados sobre validez de títulos académicos y derecho al ejercicio profesional.

El establecimiento de una tarifa postal uniforme entre todos los países de lengua española, la concesión progresiva de franquicias mutuas y la puesta en marcha de una política editorial común, fueron las principales recomendaciones de la Sección de Librería. En conjunto puede apreciarse que el Congreso estuvo bien orientado, y hoy sabemos que no fue infructuoso.

Seguimos con nuestra revista y anotamos, todavía en el número de 8 de noviembre, un artículo de Oliveira Martins sobre la Liga Ibérica y una información sobre la Exposición de Bellas Artes calificada de «espléndida y numerosísima», cuyas obras manifiestan -y he aquí un dato interesante para la historia del término que consagró Darío- «la gran renovación soñada por los apóstoles del modernismo». En el mismo texto se menciona poco después a los «modernistas».

De la clausura de la Exposición histórico-europea y americanista nos habla el número de 22 de noviembre; el mismo que recoge también la noticia de la muerte de Miguel de los Santos Alvarez, a quien Darío manifiesta haber conocido en casa de don Juan Valera (O. C., I, 89). Siguen las conferencias del Ateneo. Don Florencio Jardiel había disertado recientemente sobre «Ligeras indicaciones acerca del venerable Palafox». Otro dato de especial interés en este número es la inserción de un bello poema de Rubén: «Cabe una fresca viña de Corinto / que verde techo presta al simulacro.» Su título es «Friso», y con él aparecerá en Prosas profanas.

Inmediatamente vuelve a surgir Darío en las páginas de La Ilustración. El número de 30 de noviembre publica un retrato de él en su calidad de «comisionado de la República de Nicaragua», así como una breve nota biográfica en los términos que, en parte, reproducimos: Rubén -se recuerda- estuvo cuatro años en Chile, «donde inauguró su nueva manera literaria y fue el iniciador del modernismo en América»... «El señor Darío decía hace pocos días a un querido amigo nuestro: Entiéndase que nadie ama con más entusiasmo que yo nuestra lengua y que soy enemigo de los que corrompen el idioma, pero desearía para nuestra literatura un renacimiento que tuviera por base el clasicismo puro y marmóreo, en la forma, y con pensamientos nuevos; lo de Chenier llevado a mayor altura: arte, arte y arte»... «Su bellísimo libro Azul ha tenido brillante éxito en todos los Estados hispanoamericanos y le han elogiado la prensa española y aun la francesa»... «El señor don Rubén Darío, joven de veintiséis años no cumplidos, que tiene fe en el porvenir, mucha constancia en el estudio y laboriosidad incansable, está llamado a ser uno de los primeros literatos hispanoamericanos.»

Como colofón recogemos en primer lugar unos comentarios de doña Emilia Pardo Bazán, tomados de los números 22 y 23 de su Nuevo teatro crítico (Madrid, año II, octubre y noviembre respectivamente de 1892). En esta especie de boletín cultural informativo que la novelista gallega publicaba mensualmente, escrito por ella del principio al fin, se hace eco de los actos del centenario un poco a vuela pluma, pero en forma de todos modos orientadora para nosotros. Su «Crónica del movimiento intelectual en el centenario» (núm. 22) se refiere a la repercusión que éste tuvo en el campo de la bibliografía y que consistió fundamentalmente en la edición de la Historia del descubrimiento de América, de Emilio Castelar, y de los Autógrafos de Cristóbal Colón y papeles de América, colección de documentos de la Casa de Alba. Alude después a los congresos antes mencionados -a los que añade uno geográfico-. Acerca del literario, todavía no comenzado, muestra un desdeñoso escepticismo ya que «la Literatura, en cuanto arte, es refractaria al espíritu de asociación». No nos consta, desde luego, que tomara parte en él, a pesar de que, según el reiterado testimonio de Rubén Darío, doña Emilia fue personaje muy notorio en el ambiente literario-social del Centenario. Ella misma hace notar, por otro lado, el exclusivismo de las celebraciones: «Realmente los festejos dejan que desear, sobre todo si tenemos en cuenta la excepcionalísima trascendencia del suceso que conmemoran y celebran.» Observa la ausencia de respaldo popular. Este es un jubileo, dice, «de escogidos, de aristocracia intelectual. Echo de menos al pueblo». Madrid «no hierve en fiestas». Corrobora con ello lo que sabíamos por los números de 22 de octubre y 8 de noviembre de La Ilustración. En el último hallamos incluso constancia de que la irritación de ese pueblo que echaba de menos la Pardo Bazán tuvo consecuencias tan extremas como la quema de arcos y tribunas por la multitud, «por el falso anuncio de una serenata o la escasez de músicas», lo que produjo la dimisión del alcalde de Madrid.

Pero doña Emilia tampoco parece satisfecha con las fiestas sociales de la élite. Cree que los extranjeros venidos al Centenario se irán sin conocer a la sociedad madrileña. No fue ése ciertamente el caso de Rubén Darío, quien nos dio una lista impresionante de intelectuales a los que tuvo ocasión de tratar.

«Entre los extranjeros cuyo nombre era para mí más familiar -añade la escritora- figuran los portugueses Ramalho Ortigão, Bordalho Pinheiro y Pinheiro Chagas y los americanos Ricardo Palma y Rubén Darío.» No son mencionados Riva Palacio ni Zorrilla de San Martín, sin duda por su habitual presencia en Madrid. En cuanto al portugués Oliveira Martins, cuya presencia en las páginas de La Ilustración hemos señalado, no se trasladó a España con la delegación de su país. Veamos ahora las breves semblanzas que doña Emilia traza de los dos americanos citados: «Ricardo Palma, el limeño, no es muy conocido en España, y, sin embargo, maneja nuestro idioma como un maestro. Sus Tradiciones huelen a jerez rancio; la vieja savia española aromatiza sus páginas... Rubén Darío, por el contrario, rinde culto a los dioses de la Galia y la Germania. Su indudable inspiración poética procede de Musset y de Heine. Dícese que al joven poeta le enoja esta afirmación.» Ciertamente doña Emilia no estaba dando exactamente en la diana respecto a las fuentes darianas.

En el número 23 informa nuestra escritora de las Exposiciones del Centenario, en especial las históricas, que alaba sin reservas: «Son lo mejor, y hay quien dice lo único, que dejan en pos de sí los festejos; lo que ha salido bien de todas veras.» Señala la calidad de la histórico-americana como particularmente destacable. Unos comentarios sobre la mediocridad del ambiente teatral del momento y las dilaciones de Valera y Castelar para fallar con ella el concurso «Mil pesetas por un soneto» en homenaje a Isabel la Católica terminan sus referencias al acontecimiento del que nos venimos ocupando.

Ricardo Palma nos ha dejado en su libro de ensayos titulado Recuerdos de España. Notas de un viaje una evocación hecha de rápidos esbozos acerca de los actos del Centenario, en los que él fue delegado del Perú. Cabe destacar en ella sus impresiones de los actos de Huelva a partir del 6 de octubre: la visita a las reproducciones de las tres carabelas con motivo de la cual admiró la sorprendente embarcación del norteamericano Andrews y otras frías referencias al desplazamiento al Monasterio de La Rábida, en cuyo patio mudéjar hubo una sesión académica presidida por el jefe del Gobierno, Cánovas del Castillo, y a las últimas sesiones de uno de los Congresos, clausurado por la reina María Cristina. Por lo demás, al igual que Darío, Ricardo Palma disfrutó de sabrosos encuentros con distinguidas personalidades del mundo literario del momento y de ello ha dejado muestra, con mayor galanura, en otro lugar -«Esbozos»- de sus Recuerdos de España.

Pero en «Neologismos y americanismos», tercera parte del libro, hallaremos quizá la clave de su semidisplicencia ante las conmemoraciones oficiales: la mala acogida que tuvieron sus proposiciones de que la Academia Española aceptara la lista de palabras a las que concierne aquella denominación que tan ilusionadamente había traído, lo cual le lleva a escribir: «Las fiestas del Centenario colombino han dado el tristísimo fruto de entibiar relaciones» (O. C., 1379).

No queremos, sin embargo, que sea el escepticismo de la Pardo Bazán y de Palma el que deje aquí su sabor definitivo. El IV Centenario del descubrimiento de América constituyó un serio esfuerzo de España por acercarse a las naciones de su progenie y puso en varios sentidos las bases para un hispanoamericanismo práctico. Nos es grato afirmarlo desde esta asamblea de bisnietos que estudian con orgullo compartido esa literatura llena de neologismos y americanismos que nos enriquece a cuantos hablamos español1.

Nota.-Las citas de textos en prosa de Rubén Darío están tomadas de la edición de sus Obras completas (O. C.) de la Editorial Afrodisio Aguado, Madrid, 1950-1955, 5 vs. Las de Ricardo Palma corresponden a sus Obras completas, Madrid, Aguilar, 1964.





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