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Un lugar común

Pedro Serrano


Margo Glantz, Las genealogías. Pretextos, Valencia, 2006, 226 pp.



Reeditado una y otra vez, Las genealogías de Margo Glantz es un libro que establece siempre nuevos principios de significación y recupera una renovada vigencia con sorprendente vitalidad. Publicado por Martín Casillas en la ciudad de México en 1981, había ido apareciendo previamente y por entregas en el diario mexicano Uno mas uno, hasta recalar finalmente en esta edición que incluye nuevas fotografías familiares, con un niño judío ortodoxo de espaldas a una multitud en la portada, que señala su indudable procedencia y dirección. Las genealogías es la relación de los hechos de una familia judía de Ucrania que se instala en la ciudad de México y vive en ella durante casi todo el siglo XX. «Todos, seamos nobles o no, tenemos nuestras genealogías», escribe Margo Glantz al inicio de su libro, y sigue: «Yo desciendo del Génesis, no por soberbia sino por necesidad. Mis padres nacieron en una Ucrania judía muy diferente del México donde tuve suerte de ver la vida entre los gritos de los marchantes de la Merced.» La narración avanza y retrocede a lo largo de las décadas, recorriendo morosamente los circunloquios que esta familia desarrolla, siempre en diálogo entre las tradiciones originales y aquellas que va incluyendo. Uno de los rasgos más interesantes del libro es el sutil desarrollo de una progresiva secularización familiar, desde los orígenes campesinos en la Ucrania del siglo XIX, hasta la sobresaltada realidad del México de finales del XX, que al irse integrando en sucesivas sociedades amplía su pertenencia a varias tradiciones y culturas. Las migraciones cancelan realidades y abren otras, van acumulando historia e incorporando los hechos a una historia más amplia, y Margo Glantz cuenta las suyas con sobrada inteligencia y humor.

En una conversación que el libro reproduce, el padre le cuenta uno de los pogromos que se dieron durante la Revolución rusa: «Estamos en 1917. Entro a casa del tío y por poco me vuelvo loco, el tío tenia una larga barba, rizada y roja totalmente tinta en sangre, y él mismo estaba sentado en un río de sangre, con los ojos abiertos, con el miedo de la muerte aun no apagado, tal vez hasta respiraba; junto a el, envueltos en una sabana, todos los utensilios de la casa, todo lo que había de plata o de cobre, los candelabros sabáticos, el samovar. Entonces yo, muerto de miedo, sin saber que hacer, corrí fuera de la colonia como demente. El pogromo duro varios días, Salí al campo profundo, pero sin agua, y encontré un pozo abandonado, y me aferre a los peldaños y ahí estuve varios días. Cuando oí que estaba todo calmado, Salí. Antes, oía los gritos tremendos de las muchachas y los niños.» A lo cual Glantz responde: «Me parece conocido -intervengo-, es como esas bolas que contaban nuestros novelistas del siglo XIX y como algunas de las que contaban los que escribieron la novela de la revolución mexicana; las bolas y las levas, la confusión, el saqueo, la muerte.» La marca de apropiación puesta por Glantz muestra la transición cultural operada en la familia y al mismo tiempo prosigue la voluntad de incorporación que siempre tuvo el padre, que si en Rusia frecuentaba los círculos vanguardistas de la Revolución, en México hacía amistad con Diego Rivera y asistía a las tertulias de los poetas contemporáneos, sin perder por eso contacto con la cultura judía y la literatura en yidish.

Como espejo de aquella escena ucraniana, Margo Glantz cuenta más adelante cómo su padre era atacado en la ciudad de México por un grupo de fascistas y defendido por el hermano de Siqueiros. Fue uno de los pocos actos abiertamente antisemitas que se dieron en México, pero la mención que hace Glantz a los «insultos tradicionales» que recibió el padre causa escalofríos. Aunque la historia no tuvo consecuencias graves es una muestra de los gajos en general ocultos pero muy activos en la sociedad mexicana. La narración avanza serpentinamente por todas estas historias y construye un fresco narrativo en el que tres mundos distintos se entrelazan: el de la tradición judía de los padres, con sus historias y familias, el de la formación laica que las hijas recibieron (es sintomático que a las tres mayores les pusieran nombre de flores y las educaran en la escuela pública) y el de la sociedad católica con la que día tras día topaban y convivían, y que llevó a las niñas a convertirse en secreto y efímero solaz al catolicismo, para consternación familiar. Margo Glantz cuenta estas historias con desenfado y humor y las aventuras de la llegada al puerto de Veracruz se mezclan con la apropiación de la ciudad y los esfuerzos y desconciertos con los que los señores Glantz fueron haciendo una vida en México. Las genealogías son la descripción de una ciudad que ya no existe, por lo menos literalmente, en la que los indios cargaban a los señores en época de lluvias para que no se mojaran los zapatos al cruzar las calles pero en donde, también, las diferentes capas de la sociedad tenían en el Centro un lugar común.

Pero también, las Genealogías son, no la proyección, sino el proyector desde el cual se extiende, desde ahí, toda la actividad vital de Margo Glantz. En ese movimiento que he llamado hacia la laicidad, está toda la vida de Margo, sus zapatos, sus matrimonios, sus perros, sus cenas, sus viajes, el amor de sus hijas y el rocambolesco ejercicio de vida, escritura y academia en un solo golpe de dados que, definitivamente, ha incorporado al azar.





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