Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Un Ministro!

Comedia en un acto

Ventura de la Vega



portada



  —3→  
PERSONAJES
 
ACTORES
 
D. JERÓNIMO BLANCO. SR. A. DE GUZMÁN.
D. ROQUE LAHUSMA.SR. L. FABIANI.
D. FEDERICO MENDOZA. SR. P. GONZÁLEZ MATE.
D. CRÍSPULO ABARCA.SR. J. DE GUZMÁN.
JOAQUÍN. SR. J. ROMEA.
DOÑA ANDREA REPESO. SRA. G. LLORENTE.
JUANA.SRA. P. INFANTES.
JOSÉ. SR. M. CASANOVA.
UN CRIADO.


 

La escena es en Madrid, en la fonda de Repeso, calle del Arenal.

    —4→     —5→    

Sala de la fonda: puerta del foro: puertas laterales en el primer término; otras iguales en el último; todas numeradas. -A la derecha una mesa con recado de escribir, y un gran libro donde se sientan los nombres de los huéspedes.

 




Escena I

 

DON FEDERICO, JOAQUÍN.

 

JOAQUÍN.-   ¡Jesús! ¡El señor don Federico Mendoza por aquí!

FEDERICO.-  ¡Joaquinillo! ¿Qué es de tu vida? ¿Ahora has venido a parar a mozo de esta fonda?

JOAQUÍN.-  Poco a poco, señorito: soy camarero, que es muy diferente, y no así como quiera, sino camarero de la fonda de Repeso, calle del Arenal.

FEDERICO.-  Ya; la aristocracia de las fondas.

JOAQUÍN.-  ¡Sí señor, sí señor! Aquí no vienen a parar más que personajes de alto copete: marqueses, generales, cantantes italianos... Ahora tenemos un puñado de Procuradores a Cortes.

FEDERICO.-  ¡Hola! En ese caso no sé si seré digno   —6→   yo, que no soy marqués, ni general, ni cantante italiano, ni Procurador...

JOAQUÍN.-  Pero tiene usted seis mil duros de renta, que es todo lo que hay que procurar: tiene usted relaciones con lo principal de Madrid. Yo fui un tonto en no aprovecharme de ellas cuando servía en su casa de usted. Si hubiera seguido mi medicina en el colegio de san Carlos, podía haber aspirado... Pero como usted se largó a Segovia de la noche a la mañana, aquí me acomodé... ¡y no me pesa, señorito! En esta casa se ha ensanchado la esfera de mis ideas, me he hecho filósofo...


Aquí he visto yo venir
pretendientes a millones;
lograr togas y bastones,
y cual la espuma subir.
¡Ya la ambición hizo hervir
mi pecho en igual deseo!...
¡Mas de repente los veo
mustios, llorosos, cesantes!...
Y yo me hallé... como antes,
siempre gozando mi empleo.

Así es que ya mi única ambición se cifra en quedarme aquí, y en casarme.

FEDERICO.-  Ya estoy: te has enamorado del ama.

JOAQUÍN.-  No señor: doña Andrea Repeso, mi venerable ama, es ya cuerpo mayor, y goza las caricias conyugales; pero tiene una hija, que es a quien amo, y ya sería yo su esposo sino fuera por un pleito que nos ha enredado un don Críspulo Abarca,   —7→   que también la pretende: ¡qué! ¡si ahora pululan los pretendientes!... Pero se me figura que está usted triste, inquieto... y yo le estoy a usted fastidiando con mis negocios.

FEDERICO.-  Escucha, Joaquín. Tú eres un muchacho activo, inteligente, discreto: siempre me has hecho mucha falta, y ahora más que nunca.

JOAQUÍN.-  Señorito, disponga usted de mí. ¿En qué puedo servir a usted?

FEDERICO.-  Dime, ¿tenéis de huésped en esta fonda un sujeto que ha venido de Segovia hace muy poco, hombre de cierta edad, calvo, delgado, ojos vivos, aire bondadoso, que siempre está entrando y saliendo, dispensando protección, hablando de reformas, y dando a mano llenas empleos, embajadas, grandes cruces?...

JOAQUÍN.-  Sí señor: hay aquí muchos: todos los días llegan: ¡pues no le he dicho a usted!... Como esta fonda está cerca de palacio, de los ministerios...

FEDERICO.-  No se trata de eso. Es un sujeto que debes haber visto en casa: don Jerónimo Blanco.

JOAQUÍN.-  ¡Ya!... no señor; pero Julián, el otro ayuda de cámara que usted tenía, me ha hablado muchas veces... Usted estaba enamorado de su hija...

FEDERICO.-  ¡Ah! y lo estoy más que nunca. Ya estaba todo corriente; se había fijado el día   —8→   para la boda; ¡iba yo a ser feliz!... Y en esto ocurren las elecciones de Procuradores a Cortes, y tengo el honor de ser nombrado elector. He aquí que a mi buen suegro se le alborotan los cascos, y se le mete en la cabeza intrigar para que lo elijan Procurador. Viene a mí; quiere exigirme mi voto; ¡figúrate tú! eso ya era cosa formal: yo hubiera hecho por él cualquier sacrificio, excepto nombrarlo Procurador.


¡Por el padre de mi amada
mi sangre toda daría!...
Mas la patria me imponía
una obligación sagrada.
Fui en la lucha obstinada
conmigo mismo severo,
y, patriota verdadero,
me decidí con valor...
que entre mi patria y mi amor,
es mi patria lo primero.

Don Jerónimo llegó a creerse que lo elegían: ensayaba soberbios discursos, con que nos hacía bostezar: proyectaba peticiones y proposiciones a millares. En fin, llegó el día fatal, y no tuvo ni siquiera un voto... ni el mío. Juzga cuál sería su cólera. A Dios amistad, a Dios boba, todo se lo llevó el diablo: me echó de su casa, y no permite siquiera que se pronuncie en ella mi nombre.

JOAQUÍN.-  Pues señor, yo, en lugar de usted, lo hubiera hecho Procurador: él no pensará   —9→   en hacer fortuna, puesto que es rico, y eso es lo que necesitamos. Es hombre de bien, muy estimado...

FEDERICO.-  ¡Oh! Eso sí: excelente sujeto; pero su cabeza...

JOAQUÍN.-  ¿Qué? ¿No es gran cosa? Eso es lo de menos.

FEDERICO.-  Sí... pero... En fin, la ha perdido, la ha perdido enteramente.

JOAQUÍN.-  ¡Qué dice usted! Pues ¿qué le ha sucedido?

FEDERICO.-  Tiene la enfermedad del día.

JOAQUÍN.-  No: la ambición. El desaire que recibió en las elecciones había hecho que su cabeza, débil ya por la edad, adquiriese un nuevo grado de exaltación; cuando un día leyendo la Revista Española, se encuentra con que decía que don Jerónimo Blanco había sido nombrado miembro del Consejo Real. ¡Figúrate cuál sería su gozo, su delirio! Fue corriendo a ver a todos sus amigos: hasta a mi casa, olvidando el enfado: me ofreció su protección, y me decía dándome la mano: «amigo Federico, esto ya va andando: el gobierno ya marcha»: porque él tenía empleo. Fue, en efecto, miembro del Consejo Real veinte y cuatro horas, pues al otro día la implacable Revista le anunció su destitución.

JOAQUÍN.-  ¡Tan pronto!

  —10→  

FEDERICO.-  Si no había sido nombrado: fue uno de los muchos errores...

JOAQUÍN.-  ¿Del ministerio?

FEDERICO.-  No, de los cajistas: una errata de imprenta, una letra equivocada: pusieron don Jerónimo Blanco en lugar de don Jerónimo Blasco: error disculpable en dos apellidos de tan escasa notabilidad. ¡Pero mira hasta qué punto puede una letra, una sola letra de más o de menos, influir en la chaveta humana! ¡Luego dirán que no es peligrosa la imprenta! El hombre, afligido segunda vez por la pérdida de un empleo que no había obtenido, se puso fuera de sí.

JOAQUÍN.-  Yo lo creo: se acostumbra uno tan pronto a ser empleado... Si al destituirlo le hubieran dado siquiera algún consuelo, alguna indemnización, otro empleo superior, o todo el sueldo, como suele hacerse con los que caen...

FEDERICO.-  Por ese lado no hay que tenerle lástima, nada le falta: él se ha dado a sí mismo una gran cruz, una embajada, nada se niega.

JOAQUÍN.-  ¡Calle! ¿Pues cómo?

FEDERICO.-  Si esa es su locura. Hoy se nombra teniente general; mañana subsecretario de Estado; pasado mañana ministro, y así sucesivamente; y nadie puede estar descontento, porque es imposible portarse con más equidad; todo al mérito, nada al favor:   —11→   agrega a las legaciones a los jóvenes de talento, y los busca y los protege. En fin, loco completo.

JOAQUÍN.-
¡Es singular su manía!

FEDERICO.-
Está tan loco, que un día,
que fui a su casa yo,
sobre la puerta escribió:
«Justicia y Economía.»

JOAQUÍN.-  ¡Vea usted qué desatinos!

FEDERICO.-  Fuera de esto, es un excelente hombre: buen padre, buen amigo; y habla con el mayor juicio, con el mayor acierto, de cualquier materia, exceptuando esa sola.

JOAQUÍN.-  ¡Cómo es posible!...

FEDERICO.-  Lo que oyes. Es lo mismo que don Quijote, que no disparataba sino tocando el punto de la caballería andante. Don Jerónimo Blanco no pierde el juicio sino cuando se trata de empleos, de nombramientos. El uno tomaba las ventas por castillos, y este toma todas las casas por ministerios.

JOAQUÍN.-  Ya entiendo...


Tomará por verdaderos
muchos sucesos del día
sin ver que son, a fe mía,
Retablos de don Gayferos.
Al ver la lucha constante
que acá y allá se enmaraña,
se figura que España
es el campo de Agramante.-
Tomará cada Estamento
—12→
por un castillo encantado,
y creerá en cada empleado
ver un molino de viento.

¿Y en qué casa, es decir, en qué ministerio se halla ahora?

JOAQUÍN.-  (Dentro.) ¡Joaquín! ¡Joaquín!

FEDERICO.-  ¡Silencio!... alguien viene.



Escena II

 

Dichos; JUANA, saliendo de la habitación izquierda del faro.

 

JUANA.-   (Apresurada.)  ¡Joaquín! ¡Ah! señor Joaquín...

JOAQUÍN.-    (Aparte a FEDERICO.)  Esta es, señorito, Juanita, la hija...

JUANA.-  Dice mamá que asista usted a los huéspedes que llegaron anoche.

FEDERICO.-    (Yendo con prontitud hacia JUANA.)  ¡Huéspedes nuevos! Perdone usted, señorita, ¿me haría usted el gusto de decirme quiénes son?

JUANA.-  Sí señor: don Roque Lahusma, un corregidor de no sé qué pueblo, que estuvo aquí también el año pasado.

FEDERICO.-  ¡Ah! No es él.  (Pasa a la izquierda de JUANA.) 

JOAQUÍN.-  ¡Don Roque Lahusma!... no le conozco. ¡Ya! Como no hace más que seis meses que estoy en la casa, no le vi.

JUANA.-  Y anoche cuando llegó estuvo echando la puerta abajo, y usted sin despertarse:   —13→   tuvo que bajar a abrirle papá. ¡Qué sueño tan pesado tiene usted, señor Joaquín! Vaya, ¿viene usted? le están esperando.

FEDERICO.-  Disimule usted, señorita: voy a decirle un recado, y al instante irá.

JOAQUÍN.-  Si usted me lo permite, Juanita.

JUANA.-  (¡Siempre ha de venir alguno a estorbar!) Como usted guste. Sólo que don Críspulo... ya sabe usted quién digo, don Críspulo... está abajo, hablando con mamá, y erre que erre.

JOAQUÍN.-  ¡Cómo! don Críspulo Abarca, ese intrigante, ese judío, un empleado en el monte pío, que...  (A FEDERICO.)  ¡Mi rival, señorito!

JUANA.-  Conque por eso...

FEDERICO.-  Juanita, tranquilícese usted: estoy enterado de todo: Joaquín me ha servido mucho tiempo bien, yo le quiero, y puede contar con mi protección. Si hay obstáculos para la boda... vamos; puede que yo los allane: en fin, ¿no tiene usted confianza en mí?

JUANA.-  Sí señor: si es usted tan generoso que...

FEDERICO.-  Todo depende de Joaquín. Si me sirve en cierta cosa, los caso a ustedes.

JUANA.-  ¡Ah, señor! ¡Pues no le ha de servir a usted! ya lo oye usted, Joaquín. ¿Pero cumplirá usted su palabra?

FEDERICO.-  Se la doy a usted con toda formalidad.

JOAQUÍN.-  ¡Señorito! de coronilla iré yo... rodaré por las escaleras...

  —14→  

JUANA.-  ¡Ea! ¡Ya no temo a don Críspulo! Voy a hacer que mamá lo eche con cajas destempladas. ¡Joaquín, no se duerma usted! Caballero, la palabra.  (Vase por donde vino.) 



Escena III

 

JOAQUÍN, FEDERICO.

 

JOAQUÍN.-  ¡Qué guapa! ¿Conque usted, señorito, me ofrece?...

FEDERICO.-  ¿Proteger tus amores? Positivamente, si tú me ayudas en los míos.

JOAQUÍN.-   (Riendo.)  ¡Yo, señorito!

FEDERICO.-  Sí tú: si me ayudas a encontrar a don Jerónimo Blanco.

JOAQUÍN.-  ¡Pues qué! ¿Anda como su cabeza? ¿Anda perdido?

FEDERICO.-  Por supuesto; eso es lo que me trae de ceca en meca: ando buscándolo por todas partes. Figúrate que me encuentro hoy con un recado de Carlota, su hija, diciéndome que acababa de llegar a Madrid, y necesitaba hablarme: voy allá volando, y me dice toda asustada que su padre había desaparecido de Segovia, dejándole sólo esta carta.  (Lee.)  «Querida Carlota: me precisa partir inmediatamente, y no tengo tiempo para despedirme. Se acaba de crear para mí un nuevo ministerio. Ven a unirte conmigo así que puedas. Me encontrarás en Madrid en el despacho de mi   —15→   secretaría. Dios te guarde muchos años. Segovia &c. -Mi excelencia. -Jerónimo Blanco».

JOAQUÍN.-  ¡Ya veo, su excelencia se ha perdido!

FEDERICO.-  Precisamente.

JOAQUÍN.-  ¿Y dónde lo hemos de buscar? ¡Entre las excelencias!... ¡Hay tantas en Madrid, antiguas y modernas!

FEDERICO.-  He dado mil pasos, y sólo he sacado en limpio que ayer pasó por esta calle una berlina de viaje, parecida a la suya, por las señas. ¡Pero a qué fonda habrá ido a parar!

JOAQUÍN.-  Deje usted. Voy a recorrerlas todas, y no descanso hasta que...

FEDERICO.-  Eso es lo que quiero que hagas por mí; y si me lo encuentras, te caso y te coloco a mi lado.

JOAQUÍN.-  ¡Una colocación! Le encontraremos, señorito, le encontraremos.

FEDERICO.-  En eso pende mi felicidad. He ofrecido a Carlota volverle a su padre; pero yo no puedo presentarme a él: si me ve, ni me hará caso, ni querrá seguirme. Es preciso, pues, que seas tú quien le vea y quien se encargue de todo. ¡Pero cuidado! trátalo con la mayor consideración, con el mayor respeto.

JOAQUÍN.-  Ya estoy, señorito, ya estoy, descuide usted.  (Llaman dentro.)  Se están impacientando. ¡Voy! Conque, mi boda y una colocación, ¿no es eso?

  —16→  

FEDERICO.-  No lo dejes por dinero. Si tienes la fortuna de encontrarlo, no to separes de él, y procura llevártelo con maña adonde dice ese papel, y del modo que indica.  (Le da un papel.) 

JOAQUÍN.-  Pierda usted cuidado.  (Llaman dentro.)  ¡Voy!



Escena IV

 

FEDERICO, JOAQUÍN, DOÑA ANDREA.

 

ANDREA.-  ¡Joaquín! ¡Está usted sordo!

JOAQUÍN.-  Este caballero me estaba dando unos encargos...

FEDERICO.-   (Aparte a JOAQUÍN.)  ¡Ve corriendo a eso... y acuérdate de la boda!

ANDREA.-  ¡Vamos, que son las diez, y los Procuradores quieren almorzar para irse al Estamento!  (Llaman.) 

JOAQUÍN.-  ¡Voy! Hasta luego, señorito.

 

(Vase FEDERICO por el foro: JOAQUÍN entra en la habitación derecha del fondo.)

 


Escena V

 

DOÑA ANDREA.

 

ANDREA.-  ¡Este muchacho, con los amores, está desatalentado! Y por más que diga mi hija, no es este el yerno que nos conviene. Él nos quiere, es verdad; pero don Críspulo   —17→   no nos quiere, al contrario, nos pone pleito, y...


Por regla constante sigo
que es mejor, para acertar,
por lo que pueda tronar,
complacer al enemigo.
¡Que siempre, cuando acontece
que en la desgracia se da,
el amigo se nos va,
y el enemigo aparece!

¡Ah! aquí viene el señor don Roque Lahusma.



Escena VI

 

DOÑA ANDREA, DON ROQUE, que sale por la puerta derecha del fondo, y se dirige con aire meditabundo a la puerta izquierda del proscenio.

 

ANDREA.-  ¡Señor don Roque, felicísimos días! ¿Cómo ha pasado la noche el señor corregidor?

ROQUE.-  ¡Hola! es usted, ¡doña Andrea!

ANDREA.-  El señor corregidor llegó anoche tan tarde, que no pude tener el honor de verlo. Pero creo que lo habrán asistido como siempre que viene a honrar mi casa el señor corregidor.

ROQUE.-   (Con enfado.)  ¡El señor corregidor, el señor corregidor! ¿Por qué no me llama usted don Roque? ¡Y no siempre corregidor!   —18→   nombre que me fastidia, y que no puedo sufrir que me lo llamen... particularmente desde que no lo soy.

ANDREA.-  ¡Cómo! ¿No es usted ya corregidor de?...

ROQUE.-  ¡Pues no se lo estoy a usted diciendo! ¿No ha leído usted la Gaceta?

ANDREA.-  Estoy suscrita, pero no la leo. ¿Conque le han quitado a usted la vara?

ROQUE.-  ¡Sí, amiga mía! ¡Esto no marcha! Vea usted, a un hombre que llevaba once años de corregimiento: ¡así se recompensan los servicios! Yo, que he obedecido siempre ciegamente a todos los gobiernos, es decir, a todos los ministerios... ¡Yo armé a los realistas el año 23, y los desarmé el 34, todo con un celo, con una actividad!... Conque vengo a reclamar, y a ver si me colocan...

ANDREA.-  Por supuesto; y usted lo conseguirá.

ROQUE.-  Tengo mis esperanzas;  (en voz baja)  y usted, si quiere; puede serme útil, y ayudarme mucho.

ANDREA.-  ¡Yo, señor!

ROQUE.-  Chit: hable usted bajo. Tiene usted de huésped en su casa a un hombre poderoso, un gran personaje, en una palabra, un ministro.

ANDREA.-  ¡Qué está usted diciendo!

ROQUE.-  Y soy yo quien le ha traído a vivir a esta fonda.

ANDREA.-  ¡Dios mío! ¡Un excelencia en mi casa!

  —19→  

ROQUE.-  Ayer, parando yo en las Rozas a mudar caballos, le encontré paseándose muy inquieto, mientras componían su berlina que se había roto. Noté que metía mucha prisa a los mozos, y se impacientaba diciendo que le esperaban por instantes en Madrid, donde era indispensable su presencia; y en medio de su agitación se le escapaban las palabras de consejo de ministros, proyectos de ley, reformas... Estas expresiones misteriosas, su aire de dignidad, su calva, todo me hizo sospechar... Al fin me atreví a acercarme, y le ofrecí un asiento en mi carruaje: lo acepto, y sonsacándole con maña en el camino, me declaró que lo llamaban a toda prisa para confiarle un ministerio.

ANDREA.-  ¡Y cuál! Porque no hay ninguno vacante.

ROQUE.-  Es verdad; pero no importa. Eso puede ser de un momento a otro: yo no pude averiguarlo: él me hablaba tan pronto de hacienda, como de guerra, de marina... ¡quién sabe si le darán la presidencia del consejo de señores ministros!

ANDREA.-  ¡Dios poderoso!

ROQUE.-  Silencio: allí está: en el número 4.  (Señalando a la puerta izquierda del proscenio.) 

ANDREA.-  ¡Conque usted es quien le ha traído a casa!

ROQUE.-  Él no sabía dónde ir a parar, y yo le indiqué esta fonda.

ANDREA.-  Cuánto tengo que agradecerle a usted.

  —20→  

ROQUE.-  Está usted en el caso de probármelo. Por lo que he podido juzgar,  (alzando la voz y volviéndose hacia la puerta número 4)  es un sujeto íntegro, imparcial, patriota que trae ideas de justicia y de economía.

ANDREA.-  ¡Qué hallazgo! ¿Y estará aquí mucho tiempo?

ROQUE.-  Por eso es necesario no perder tiempo. Yo, hasta ahora, ya se hará usted cargo que me he guardado muy bien de indicarle nada de mis pretensiones, ni hablarte de mí, de mis servicios... nada; porque no está en mi carácter el pretender ni el intrigar. Ya saben lo que yo valgo. Usted lo sabe también, mi señora doña Andrea.

ANDREA.-  Por supuesto.

ROQUE.-  Pues bien, puede usted decírselo a su excelencia; hablarle de las injusticias que se han hecho conmigo, y de que soy víctima en el día del bien que he hecho en mi provincia, las mejoras, la Milicia Urbana, el cementerio: y le habla usted de la plaza que hay vacante de administrador de correos de Madrid, pero todo esto, dicho así... pues... como de paso, sin afectación, por vía de conversación, y como cosas de pública notoriedad. En esto no se compromete usted, porque él creerá que usted ignora que está hablando con un ministro: usted no ve en él más que un simple particular, un huésped como otro cualquiera.

  —21→  

ANDREA.-  Tiene usted razón: sí, sí... ¡Jesús! ¡Jesús! un ministro.  (Yendo a la puerta del fondo.)  El almuerzo para su excelencia.

ROQUE.-  Silencio, señora: aguarde usted al menos que lo pida, y no le dé usted al almuerzo ese título ministerial: es un almuerzo incógnito.

ANDREA.-  Sí, sí, pierda usted cuidado.

ROQUE.-   (Mirando por la cerradura.)  Creo que le oigo hablar: ya se ha levantado. ¡Ánimo! yo me resuelvo.  (Toca a la puerta.) 

JERÓNIMO.-   (Dentro.)  ¿Quién llama?

ROQUE.-  ¿Está visible su excelencia?

JERÓNIMO.-   (Dentro.)  Sí señor.

ROQUE.-  ¿Se puede entrar?

JERÓNIMO.-   (Dentro.)  Adelante.

ROQUE.-  ¿Oye usted? ha dicho: adelante.

ANDREA.-  ¡Ha dicho adelante!

ROQUE.-  ¡Qué bondadoso! ¡Señora doña Andrea, mucha discreción, muchísima discreción, por Dios! Ha dicho adelante, pues adelante.  (Entra en el número 4.) 



Escena VII

 

DOÑA ANDREA; poco después DON CRÍSPULO.

 

ANDREA.-  ¡Es un sueño lo que me ha contado este hombre!, ¡yo estoy lela! Pues señor, la ocasión la pintan calva: haga él lo que pueda, que yo pienso aprovecharme. S Hola, don Críspulo: ¿usted por acá?  (DON CRÍSPULO a la derecha.) 

  —22→  

CRÍSPULO.-  Sí señora; y vengo de mano armada. El abogado ha visto los papeles, y la cosa es más clara que la luz de medio día.

ANDREA.-  ¡Qué abogado, ni qué papeles! ¿Pues no hemos quedado en que no haya pleito entre nosotros?

CRÍSPULO.-  De usted depende. Yo, amiga mía, no puedo prescindir... ¡Cómo quiere usted que renuncie a cobrar un censo tan crecido! ¡Yo bien veo que usted se arruina; pero amiga, paciencia!

ANDREA.-  ¡Pero señor don Críspulo!

CRÍSPULO.-  Nada: o usted me lo paga, o me admite usted por socio y por yerno: elija usted.

ANDREA.-  ¡Pero si ya sabe usted que he elegido!

CRÍSPULO.-  ¡Sí, pero con la condición que le ha de dar usted a su hija un dote proporcionado a mi amor; y ya sabe usted que yo la amo extraordinariamente!

ANDREA.-  ¡Demasiado: su amor de usted pasa de castaño oscuro! Pero oiga usted, ¿y si en lugar del dote que yo pueda darle, le hiciese a usted conseguir un buen destino?

CRÍSPULO.-  ¿Qué está usted diciendo?

ANDREA.-  ¡Una plaza de administrador de correos que hay vacante en Madrid!

CRÍSPULO.-  ¡Para mí, señora!

ANDREA.-  Pues, sí señor: casi puede usted contar con ella.

CRÍSPULO.-  ¡Yo! ¡Un triste empleado del monte pío, administrador de correos! Pero ¿por dónde?...

  —23→  

ANDREA.-  Usted lo verá dentro de un rato. ¿Pero se acabó el pleito?

CRÍSPULO.-  ¡Yo pierdo el juicio! ¡Por supuesto! ¡Qué pleito ni qué!... pero explíqueme usted...

ANDREA.-  ¿Y será usted mi yerno?

CRÍSPULO.-  ¡Oh! señora doña Andrea, es un honor a que siempre he aspirado; porque yo adoro a su hija de usted, y a usted, y a su padre, y a su madre. En fin, y me caso sin dote.

ANDREA.-  Es cosa hecha.

CRÍSPULO.-  Pero vaya, cuénteme usted ahora...

ANDREA.-  Calle usted, y déjeme a mí... Aquí sale.

CRÍSPULO.-  ¿Quién?

ANDREA.-  ¡Silencio!



Escena VIII

 

DON CRÍSPULO, DOÑA ANDREA, DON JERÓNIMO, DON ROQUE.

 

JERÓNIMO.-  Sí señor, yo no necesito empréstito; yo disminuyo el presupuesto; aclaro las cuentas, las pongo al alcance de todo el mundo. Aquí están, miradlas: ¿no las veis aún? ¡Acercad luces, luces; no temáis: las luces no prenderán fuego! ¡Luces por todas partes: no soy yo de los que tienen miedo a las luces, quiero que aquí todo el mundo vea!

  —24→  

ANDREA.-  Bien, señor, se traerán; pero como hace un día tan hermoso...

JERÓNIMO.-  ¡Día hermoso! ¡Hermoso día! ¡Sí, amiga, tiene usted razón: será un hermoso día, el día de la reconciliación, de la unión de los partidos, el día de la libertad! porque quiero que los españoles sean libres.

ROQUE.-  (¡Vaya un ministro original!)

JERÓNIMO.-  Y cuando me retire, les diré: «Amados conciudadanos, aquí me tenéis... limpias las manos, limpios los bolsillos: mirad los vuestros, y contad: estas son las verdaderas reformas, las que se palpan. Ea, somos amigos: vengan esos cinco, que me voy a almorzar.» -¿No almorzamos hoy?  (Pasa a la izquierda. -DOÑA ANDREA a su lado.) 

ROQUE.-  Vamos, señora, el almuerzo de este caballero.  (Trae una silla para DON JERÓNIMO.) 

ANDREA.-  Al instante, al instante viene.

ROQUE.-   (Aparte a DOÑA ANDREA.)  Ya puede usted empezar: no hay que perder tiempo.

ANDREA.-  Descuide usted.  (A DON JERÓNIMO con tono de indiferencia.)  Van a traerlo al instante; y me parece que será un almuerzo delicado: mi marido ha bajado a la cocina: se ha empeñado en que lo ha de hacer él por su mano, y mi marido es un hombre... es todo un hombre.

JERÓNIMO.-  Un cocinero.

ANDREA.-  Cocinero por excelencia: y ahora que   —25→   digo excelencia, muchos señores que la tienen se lo han querido llevar; pero él siempre se ha negado, y todo por la independencia de sus opiniones. ¡Oh! ¡Es lo que se llama un hombre libre; y el que lograra llevárselo, yo le aseguro que no se arrepentiría!...

JERÓNIMO.-  ¡Hola!  (Saca un libro de memorias.) 

ROQUE.-   (Aparte a DOÑA ANDREA.)  ¿A qué viene eso ahora? Vaya usted al grano.

ANDREA.-  Esto es para tomar pie. Y a cualquier persona de suposición, verbi-gracia, a un ministro, a quien yo pudiera dar un consejo, no le desearía más fortuna sino que tomará por jefe de cocina... a mi marido.  (Siéntase DON JERÓNIMO.)  Segura de que no le hacía el menor regalo.

JERÓNIMO.-  ¿Su nombre?

ANDREA.-  Constantino Repeso, cocinero italiano.

JERÓNIMO.-  ¿Es bufo, o serio?

ANDREA.-  ¡Oh! ¡Es hombre muy formal!, las manos más listas que se pueden ver: sirve al pensamiento: nunca hace esperar. (¡Cómo tarda este maldito almuerzo!)  (Va hacia el foro.) 

JERÓNIMO.-  ¿Sus títulos?

ANDREA.-   (Volviendo rápidamente.)  ¿Señor?

JERÓNIMO.-  ¿Sus méritos?

ANDREA.-  ¡Oh! ¡Fue uno de los encargados de la comida que tuvieron en el Prado en el tiempo del sistema... y esto le acarreó después muchas persecuciones! Estuvo también   —26→   preso por aquello de los callos... y nunca quiso ser cocinero de Calomarde.

JERÓNIMO.-   (Levantándose.)  Está bien: tendrá doce reales de sueldo, y manos puercas.


¡Es cosa muy de mi grado
el tener mesa de estado!
Yo daré un convite opíparo,
lo menos un día al mes.
Y no faltará quien grite...
¡Necios! yo sé que un convite,
en las rencillas políticas
es muy útil entremés.
Allí en armonía,
Charlando a porfía,
Gorros, moderados,
Allí diputados,
Allí ilustres Próceres...
Juntos comerán.
¡Con mi mesa solo
haré un protocolo!...
¿y cuál será el fruto?
Que a nuestro Estatuto,
con vinos riquísimos,
todos brindarán.

 

(Sale JUANA seguida de un criado que trae un velador donde viene el almuerzo.)

 

ANDREA.-  Aquí está el almuerzo.

ROQUE.-    (Aparte a DOÑA ANDREA.)  ¡Vamos: cuándo le habla usted de mí!

ANDREA.-  Ahora voy, ahora voy.  (Siéntase DON JERÓNIMO. DOÑA ANDREA a su izquierda, a su lado DON ROQUE. A la derecha JUANA y DON CRÍSPULO.) 

JERÓNIMO.-  ¡Exquisito almuerzo!  (Mirando a JUANA.)    —27→   ¡Bonita muchacha!  (Viendo a CRÍSPULO.)  ¿Y ese es su marido de usted ahora?

JUANA.-  No señor: este no es mi padre: ¿no es verdad, mamá?

ANDREA.-  ¡Es un hombre de mucho mérito!, oscurecido ahí en un destinillo de mala muerte en el monte pío. ¡Oh! Si hubiera justicia en el mundo, ya hace tiempo que sería administrador de correos.

JERÓNIMO.-  ¿Cómo es eso?

ANDREA.-  Ya ha estado desempeñando la plaza secretamente por el que la tenía, que era un hombre nulo, sin pizca de disposición, ni... y que era quien se llevaba la gloria y cobraba el sueldo, mientras el otro trabajaba; ¡y con un celo, con una integridad!... Es esa plaza de administrador que ahora está vacante.

JERÓNIMO.-  ¡Qué me cuenta usted!

ROQUE.-   (Aparte a DOÑA ANDREA.)  ¡Pues me gusta, señora! Conque la plaza que yo quería...

ANDREA.-  Amigo, yo tengo una hija que casar, y don Críspulo...

JERÓNIMO.-  Pues señor, eso no es justo; y la justicia es lo primero. Tendrá la plaza: ¿su nombre?

ANDREA.-  Don Críspulo Abarca, oficial del monte pío.  (Aparte a DON CRÍSPULO.)  Ya tiene usted su empleo.

  —28→  

ROQUE.-   (Aparte a DOÑA ANDREA ¡Señora doña Andrea, esa es muy poca delicadeza!

ANDREA.-  Señor don Roque, la familia es lo primero.

ROQUE.-  (¡Pues señor, está visto! Si no lo hago yo mismo...) -Doña Andrea, ¿han traído ya mi periódico?

JERÓNIMO.-  ¡Hola! ¡Un periódico! ¿Y quién es el redactor?

ANDREA.-  El señor don Roque Lahusma.

ROQUE.-  Vea usted si lo han traído.

ANDREA.-  Un sujeto muy hábil, que reúne a los mayores talentos una integridad, una capacidad, una afabilidad... Ha sido corregidor durante once años, y le han qui...  (DON ROQUE le da un fuerte tirón del vestido) , y ha hecho dimisión por motivos de... de... de economía política.

JERÓNIMO.-  ¡Es posible! ¡Oh! ¡La economía!

ANDREA.-  Sí señor. Don Roque Lahusma tiene mucha opinión pública, todo Madrid lo conoce.

JERÓNIMO.-  ¿Y qué periódico escribe usted?

ANDREA.-  La Revista.

ROQUE.-   (Aparte tirando del vestido a DOÑA ANDREA.)  Que me pierde usted. -No señor, la Abeja, la Abeja.

JERÓNIMO.-  ¡Hola! ¿Es usted ministerial?

ROQUE.-  ¡Oh! Sí señor: siempre, siempre lo he sido.

JERÓNIMO.-   (Levantándose.)  Quiero reparar una injusticia: esa es mi misión, y mi mayor   —29→   placer.  (Llegándose a DON ROQUE.)  Oiga usted, amigo mío. Yo necesito en mi ministerio un subsecretario: ahora es de rigor: y además, no quiero que la Abeja me juegue otra. Vengan esos cinco: está usted nombrado. Es preciso apechugar con lo primero que uno encuentra.  (DON ROQUE. -DON JERÓNIMO. -DOÑA ANDREA. -DON CRÍSPULO. -JUANA.) 

ROQUE.-  ¡Ah! ¡Señor excelentísimo!... ¡Una merced tan alta!...

CRÍSPULO.-   (A DOÑA ANDREA.)  ¡Señor excelentísimo! ¡Qué está diciendo!

ROQUE.-  ¡Señores, es el ministro!

JUANA.-  ¡Ay! ¡Un ministro en casa! ¡Y yo que no había visto ninguno!

ANDREA.-  ¡Señor excelentísimo! ¡V. E. me perdonará la libertad, la necedad, la familiaridad con que le he hablado! Yo digo siempre todo lo que pienso.

JERÓNIMO.-  ¡Qué pocas veces lo oye un ministro! ¡Oh! ¡Qué ventajas tan inmensas, tan inapreciables produce el incógnito! Un ministro debe averiguarlo todo, verlo todo por sí mismo: es el único medio de saber la verdad, y hacer, como ahora, elecciones acertadas. Constantino Repeso será mi cocinero: don Críspulo Abarca, administrador de correos; y el señor don Roque Lahusma, subsecretario del ministerio.

TODOS.-   (Inclinándose.)  ¡Señor excelentísimo!

JERÓNIMO.-  Basta, basta. Nada quiero, sino vuestra   —30→   estimación, vuestra amistad, y un polvo: ¿quién tiene caja?

CRÍSPULO.-   (Dándole una caja de oro.)  Yo, señor excelentísimo.

JERÓNIMO.-   (La toma.)  Venga.  (Toma un polvo y sigue distraído.)  ¡Ya siento ahora ser ministro! Si no fuera ministro, me haría nombrar director de la fábrica de tabacos.

ROQUE.-  ¡Señor qué dice V. E.!

JERÓNIMO.-  Sí:  (Con frialdad.)  es un grande empleo: siempre se tiene buen tabaco.

ROQUE.-  ¡V. E. lo dice por divertirse!

JERÓNIMO.-  Yo no me divierto nunca; pero ustedes pueden hacerlo. Yo quiero que el pueblo se divierta... que se divierta... Y aunque sea a costa mía. ¡Más quiero hacerle reír, que hacerle llorar!


¡Haya independencia!
¡Haya libertad!...
¡Ni quiero que haya desorden...
ni quiero que una real orden
como ha sucedido a veces,
venga a obligar a los jueces
a dictar una sentencia!
¡Oigan sólo a su conciencia
cual única autoridad!
¡Haya independencia!...
¡Haya libertad!...
Sea la ley como el sol
que sobre todo español,
sea su opinión cualquiera,
derrame de igual manera
su inexorable influencia.
—31→
No haya con unos clemencia,
con otros severidad.
¡Haya independencia!...
¡Haya libertad!...

ANDREA.-  Aquí tiene V. E. los periódicos.  (Tomándolos de un criado.) 

JERÓNIMO.-  Vengan.  (Recorriéndolos.)  «La Revista...» ¡Hola, por aquí anda Fígaro: este escritor tiene mucho mérito! ¡Es la sal y pimienta de la salsa periódica!

ROQUE.-  ¡Y la guindilla a veces!

JERÓNIMO.-  ¡Tanto peor para el que le pique! «Mensajero...» ¡Enamorado fiel! Para él no hay cosa como la difunta.

ROQUE.-  ¡Son recuerdos de la niñez!

JERÓNIMO.-  «Eco del Comercio... Observador...» estos se sientan a una misma mesa.

ANDREA.-  Aquí tiene V. E. silla.

JERÓNIMO.-  No, voy a bajar a leerlos a la fonda: quiero oír a los que lleguen, sondear la opinión pública, y en seguida iré a instalarme al ministerio. (A DON ROQUE.) Usted me acompañará.

ROQUE.-   (Inclinándose.)  ¿No tiene V. E. alguna orden que darme?

JERÓNIMO.-  Sí tal. Sobre mi mesa hay un manifiesto, que es preciso poner en limpio y enviarlo a la Gaceta. Entre usted en mi cuarto.  (Lo lleva aparte y lo dice con tono de misterio.)  Allí encontrará usted papel y tintero. ¡Señor don Roque! ¡Pórtese usted bien!  (Metiéndole en la mano la caja   —32→   de DON CRÍSPULO.)  No será este mi último beneficio.  (Sorpresa de DON CRÍSPULO A Dios, señores. ¡Voy a salvar la patria!

TODOS.-    (Inclinándose.)  ¡Señor excelentísimo!...  (DON JERÓNIMO entra por la puerta derecha del fondo. -DOÑA ANDREA por la izquierda. -DON CRÍSPULO por el foro. -DON ROQUE en la habitación número 4.) 



Escena IX

 

JUANA, después JOAQUÍN.

 

JUANA.-  ¡Qué desgraciada soy! ¡Ya está visto, no se me logrará jamás! ¡Qué necesidad teníamos ahora de que viniese aquí ministro ni calabazas, para darle un empleo a don Críspulo! ¡Ahora me harán casar con él, y el pobre Joaquín se va a desesperar!

JOAQUÍN.-  ¡Vengo reventando! ¡He corrido medio Madrid: no he dejado fonda, ni... en ninguna se encuentran más que sujetos llenos de juicio y de formalidad, y sin maldita la ambición: nunca hubiera creído que costase tanto trabajo encontrar un loco en Madrid! ( Viendo llorar a JUANA.)  ¡Calla! ¡Juanita! ¿Qué tiene usted? ¿Por qué llora usted?

JUANA.-  ¡Por el ministro!

JOAQUÍN.-  ¡El ministro! ¡Cómo es eso! Señorita, ¿tiene usted relaciones con algún ministro?

JUANA.-  ¡Sí señor: le tenemos de huésped!

  —33→  

JOAQUÍN.-  ¿Qué está usted diciendo?

JUANA.-  ¡Sí señor: aquel es su cuarto, el número 4: yo misma le he servido el almuerzo! Al principio me parecía tan amable, tan bondadoso, que yo me decía a mí misma... esta es la ocasión de lograr algo; pero después de haberme llamado bonita... ¡adivine usted lo que hizo!

JOAQUÍN.-  ¡Santo Dios! ¿Qué hizo?

JUANA.-  ¿Qué hizo? Darle un empleo a don Críspulo, que ya le tiene usted administrador de correos de Madrid, y lo van a casar conmigo al instante.

JOAQUÍN.-  ¡Don Críspulo administrador de correos! ¡Vaya! ¡Imposible! Calla, calla apostemos... ¿cómo se llama ese ministro?

JUANA.-  ¡Yo no sé! Señor excelentísimo... y V. E... no lo han llamado de otro modo.

JOAQUÍN.-  ¿Y lo ha dado un empleo a don Críspulo?

JUANA.-  ¡Y a los demás: si da empleos a todo el mundo!

JOAQUÍN.-  ¡Dios mío! ¡Si será él! ¡Y lo tenía en casa mientras me andaba descornando por esas fondas de Dios!

JUANA.-  Lo que ha de hacer usted es no dormirse, y ver si le saca otro empleo mejor que el de don Críspulo.

JOAQUÍN.-  Pero diga V., ¿desde cuándo está en casa?

JUANA.-  Desde anoche.

JOAQUÍN.-  ¿Cómo es posible?

JUANA.-  ¡Si usted estaba durmiendo! Vea usted el libro.

  —34→  

JOAQUÍN.-   (Mirando el libro.)  «Don Roque Lahusma ... don Jerónimo Blanco...» ¡Él es! ¡Oh fortuna de las fortunas!

JUANA.-  ¿Qué le ha dado a usted?

JOAQUÍN.-  ¡Soy feliz! Soy el más feliz de la tierra no perdamos tiempo. Vaya usted a decirle a José que haga arrimar el coche que está esperando, y que suba a avisarme. ¡Vaya usted: yo no puedo separarme de aquí!

JUANA.-  ¿Pero por qué?

JOAQUÍN.-  Luego se lo contaré a usted todo: ¡Juanita! ¡Ya somos felices!

JUANA.-  ¡Sí! ¡Y don Críspulo!

JOAQUÍN.-  Don Críspulo se quedará hoy mismo sin empleo y sin su mano de usted. ¡Vaya!...

JUANA.-  ¡Yo estoy aturdida! Explíqueme usted...

JOAQUÍN.-  ¡Vaya usted por Dios! ¡Vaya usted al instante!  (Vase JUANA.)  ¡La pobrecilla está como el que ve visiones! ¡No lo extraño: el lance es para perder la cabeza! ¡Oh! Pero en cuanto a cabezas, aquí sale la mejor de todas: nuestro ministro está en campaña; ¡manos a la obra!



Escena X

 

DON ROQUE, JOAQUÍN, retirado al fondo.

 

ROQUE.-   (Sale del cuarto número 4, con un pliego en la mano y una bolsa de despacho bajo el brazo.)  ¡Ya está puesto en limpio el manifiesto! Y para primera entrada en el   —35→   ministerio, no es posible presentar una profesión de fe política más positiva, ni unas intenciones más franca y terminantemente pronunciadas: veremos cómo sientan. -¡Pues señor, remitiremos esto a la Gaceta sin pérdida de tiempo! ¡Oh dicha! ¡Estoy lo que se llama en la cúpula del favor!

JOAQUÍN.-   (Aparte con lástima.)  ¡Pobrecillo, ya le entra la locura!

ROQUE.-
¡Destituido y humillado
mis enemigos me vieron,
y por siempre me creyeron
en el polvo sepultado!
¡Miserables!... ¡Ya elevado
me veis a mayor alteza
ya puedo con altiveza
vengarme de injuria tanta!
¡Sí, infames!... ¡yo con mi planta
hollaré vuestra cabeza!

JOAQUÍN.-  ¡Jesús! ¡Qué compasión! ¡Se pone furioso! ¡La verdad, no creí que le daba tan fuerte!

ROQUE.-   (Siéntase junto a la mesa de la derecha.)  Hace un instante que soy subsecretario... ¡subsecretario!... ¡es bien poco!

JOAQUÍN.-  (¡Yo lo creo! Un hombre que hace poco era ministro...)

ROQUE.-  Pero ya puedo llegar a ser miembro del Consejo Real... Prócer del reino... ¡y quién sabe!, ¡ministro!... ¿y por qué no?

JOAQUÍN.-  (¡Eso depende de él, cuando le dé la gana!)

ROQUE.-  Y podré también conseguir un título...   —36→   ¡un título! ¡Siempre es útil, y a veces económico: suele tapar tantas macas!... y sobre todo, cuando un lacayo abre las mamparas y anuncia: «¡el señor marqués de tal!... ¡el señor conde de tal!... el señor duque de...» ¡Oh! ¡Eso es ser grande de España!... ¡Duque!... y hay también quien llega a conseguirlo... ¡qué felicidad!


¡Bajo un título elegante
de duque, podré ocultar
un apellido vulgar,
ridículo y mal sonante!
¡Fortuna!... ¡porque pudiera
verme yo duque algún día,
la tranquilidad daría
de toda mi vida entera!

JOAQUÍN.-  (¡Ahora sí que me da compasión! ¡Si esto no es estar loco de remate... tiene razón don Federico, es harto desgraciado, para no tratar de curarlo!)

JOSÉ.-    (Sale por el foro. -Aparte a JOAQUÍN.)  El coche está a la puerta.

JOAQUÍN.-  Bien.  (Observando a DON ROQUE.)  Parece que está más tranquilo: ya le ha pasado la furia: aprovechemos estos momentos, a ver si me lo puedo llevar.  (Saludándole.)  ¡Señor!

ROQUE.-  ¿Qué hay?

JOAQUÍN.-  Quería hablar al señor subsecretario...

ROQUE.-  Yo soy: ¡qué quiere usted! ¿Quién le envía? ¿De parte de quién viene usted?

JOAQUÍN.-  De parte... de parte de su excelencia.

  —37→  

ROQUE.-   (Levantándose.)  ¡De su excelencia! Eso es otra cosa: ¿quién es usted?

JOAQUÍN.-  Yo soy su secretario...

ROQUE.-  ¡Cómo es eso... el subsecretario soy yo!

JOAQUÍN.-  Sí señor, usted es subsecretario; pero yo he dicho que soy su... secretario... su secretario particular.

ROQUE.-   (Con envidia.)  ¡Ah! ¡Secretario particular!... ¡Bonita plaza tiene usted, amigo! ¡Destino de mucha influencia! ¡Qué sé yo si me gustaría más...

JOAQUÍN.-  (¡A Dios! ¡Me va a quitar mi empleo! ¡Este hombre quiere serlo todo!)

ROQUE.-  ¿Y qué me ordena su excelencia?

JOAQUÍN.-  Lo está esperando a usted...

ROQUE.-  ¿Para ir al ministerio?

JOAQUÍN.-  Precisamente: el coche está a la puerta: no tiene usted más que subir en él, y...

ROQUE.-  Voy a cerrar este pliego, y soy con usted.  (Se llega a la mesa.) 

JOAQUÍN.-  ¿Están ahí los practicantes?  (Aparte a JOSÉ.) 

JOSÉ.-  Esperándolo en el coche, como usted mandó.

JOAQUÍN.-  Que lo sujeten bien, y al hospital corriendo: allí tiene dispuesta la habitación: tendrás buena propina.

JOSÉ.-  Descuide usted.

ROQUE.-  Señor secretario, ¿y usted no viene con nosotros?

JOAQUÍN.-  (¡A la casa de los locos!... ¡gracias!) ¡No quiero tomarme tanta libertad! ¡Ustedes   —38→   tendrán que hablar de los graves intereses del Estado, y mi cabeza no puede nivelarse a la de ustedes! (¡Gracias a Dios!)

ROQUE.-  ¡Ya: eso es otra cosa! ¡A Dios, amigo mío! A Dios: nos veremos luego en el ministerio: (¡secretario particular! Hay hombres que tienen una fortuna insolente.)  (Vase por el foro. JOSÉ le sigue.) 



Escena XI

 

JOAQUÍN.

 

JOAQUÍN.-  ¡Ya cayó en nuestro poder, y está asegurada mi boda!... ¡Mi colocación! ¡Mi fortuna!... ¡Ah! ¡Señor excelentísimo! ¡A V. E. se lo debo todo!  (Llegándose a la puerta del foro.)  ¡Me parece que le oigo hablar! ¡Sí, está disputando con los practicantes! Hola, ya lo meten dentro.  (Óyese el ruido del coche que parte.)  ¡Ya marchó!


¡Mi fortuna se cumplió!
Mas no ha sido sin trabajo,
que he echado un ministro abajo
para colocarme yo.
¡Ya la excelencia voló!
Tenga el ministro paciencia
que si cura su demencia,
y en razón se vuelve a ver,
verá que es mejor tener
la razón, que la excelencia.


  —39→  

Escena XII

 

JOAQUÍN, DON FEDERICO.

 

FEDERICO.-  ¡Joaquinillo! ¿Qué noticias hay?

JOAQUÍN.-  ¡Señorito de mi alma! ¡La más grande, la más feliz! Ya le he atrapado: le he metido en el coche con los practicantes y va rodando por esas calles adonde usted mandó.

FEDERICO.-  ¡Ah! ¡Querido Joaquín, cuánto te debo! ¡Y cómo se pondrá Carlota cuando lo sepa! Ahora vengo de allá: ¡estaba la pobre tan afligida!... ¡sin esperanzas de volver a ver a su padre!...

JOAQUÍN.-  ¡Le aseguro a usted que para verlo así!... ¡Señorito, está de cuidado!

FEDERICO.-  ¿De veras?

JOAQUÍN.-  ¡Sí señor: aquella cabeza está mala! ¡Mala de remate, y le entran unos accesos de furor!...

FEDERICO.-  ¡Ay Dios! ¡Si se tirará del coche!

JOAQUÍN.-  ¡Imposible! Va entre dos practicantes que llevan orden de sujetarlo, y aun de atarlo, en caso de necesidad: ¡oh! ¡cuando yo me meto en un negocio!...

DON JERÓNIMO.-   (Grita desde adentro.)  Digo que no ha de ser: yo me opongo.

FEDERICO.-  ¡Calla! ¡Le estoy oyendo hablar!

JOAQUÍN.-  ¡Qué disparate! ¡Se equivoca usted!

FEDERICO.-   (Mirando por la puerta derecha del fondo.)  ¡Si le estoy viendo! Sube la escalera,   —40→   hablando con doña Andrea, y con tu novia: míralo, míralo.

JOAQUÍN.-  Ya lo veo; pero no es ese.

FEDERICO.-  ¡Sí señor, ese mismo: si lo conoceré yo, hombre! ¡Ese es don Jerónimo Blanco!

JOAQUÍN.-   (Confuso.)  ¡Don Jerónimo!... Pues señor, ¿y el otro?

FEDERICO.-  ¿Qué otro?

JOAQUÍN.-  El otro loco. Entonces son dos.

FEDERICO.-  ¡Anda al infierno, tú y el otro! ¡Dios mío; y es preciso que no me vea!

JOAQUÍN.-  Aquí, en este cuarto: desde ahí puede usted verlo y oírlo.  (Señala a la puerta frente al número 4.) 

FEDERICO.-  ¡Buena la has hecho!

JOAQUÍN.-  ¡Señor! ¡Quién será ese hombre que yo he enviado al hospital! ¡De todos modos le viene bien, porque él estaba loco! ¡Que vienen!  (Éntrase DON FEDERICO.) 



Escena XIII

 

JOAQUÍN, JUANA, DON JERÓNIMO, DOÑA ANDREA, salen por la puerta derecha del fondo.

 

JERÓNIMO.-    (Dando la mano a JUANA.)  Vamos, hija mía, con franqueza, ¿usted ama a otro?

ANDREA.-  Señor excelentísimo, le va a incomodar a V. E. con sus chismes esa muchacha.

  —41→  

JERÓNIMO.-  Sepa usted, señora doña Andrea, que a mí me gustan los chismes de las muchachas. ¡Eso me hace acordarme de la mía! Porque, aunque ministro, soy padre de familia, y soy sensible, lo cual no es muy común. Vamos, hija mía, hábleme usted sin miedo.

JOAQUÍN.-  (¡Y este dice el señorito que es loco! ¡Pues si es el hombre de más juicio!...)

JERÓNIMO.-  ¡Vamos! Me estaba usted diciendo...

JUANA.-  Que me quieren casar con don Críspulo, uno de los que usted ha empleado, y que yo no le amo.

JERÓNIMO.-  ¡Cómo! ¡Señora doña Andrea! ¡Su hija de usted no ama a don Críspulo, y usted quiere casarla con él!

ANDREA.-  Pero señor excelentísimo...

JERÓNIMO.-  ¡He aquí cómo resultan los malos matrimonios, las discordias domésticas, las divergencias conyugales! ¡He aquí como los hombres más honrados acaban por ser...  (Toma un polvo.)  por ser víctimas! ¡Y es poner a don Críspulo, a un empleado mío, a semejante calamidad!

JOAQUÍN.-  (¡No se puede hablar más en razón!)

JERÓNIMO.-  ¡No ha de haber un solo marido de esa especie en todas las oficinas del reino!

ANDREA.-  ¡Pero ellos qué culpa tienen!

JERÓNIMO.-  ¡Sí la tienen! Y yo los suprimo, los dejo cesantes.

JOAQUÍN.-  (¡Y muchos se colocan por eso!)

JERÓNIMO.-  ¡Y usted que tanto los defiende, señora   —42→   doña Andrea!... Yo he empleado a su marido de usted, y si yo supiera que él también era...

ANDREA.-  ¡No señor!

JERÓNIMO.-  ¡En hora buena! ¡Respondiendo usted quién lo ha de saber mejor!  (A JUANA.)  Venga usted acá. No se casará usted con don Críspulo: buscaremos otro empleado, algún meritorio, y le daremos plaza efectiva. Entre tanto, acepte usted mi regalo de boda.  (Ofreciéndole una sortija.) 

JUANA.-   (Rehusándola.)  Muchas gracias: no, señor excelentísimo...

JERÓNIMO.-  Vamos, una miseria como esta... un brillantejo de dos mil reales...

ANDREA.-    (Aparte a JUANA.)  ¡Niña, nunca se desaíra a un ministro!

JUANA.-  ¿Mejor quisiera que S. E. me diera otra cosa?

JERÓNIMO.-  ¿Qué cosa?

JUANA.-  Un empleo para Joaquín... que es ese joven: él quería pedírselo a V. E., pero no se ha atrevido.

JERÓNIMO.-  ¿Un empleo?

JOAQUÍN.-  (¡Mejor hubiera hecho en tomar la sortija!)

JERÓNIMO.-  ¡Hola! ¿Quiere un empleo?  (Hace acercar a JOAQUÍN.)  Venga usted acá: ¿cuáles son sus méritos de usted?

JOAQUÍN.-  No tengo ningunos, señor excelentísimo.

JERÓNIMO.-  ¡Esto es lo que se llama franqueza; y   —43→   por cierto es cosa rara! ¡Bien, hijo mío, bien! ¿Y para qué sirves? ¿Qué sabes hacer?

JOAQUÍN.-  Nada.

JERÓNIMO.-  Pues te nombro... inspector de la obra del teatro de Oriente: allí no se hace nada.

JUANA.-  ¡Qué fortuna!

JOAQUÍN.-  Doy a V. E. mil gracias, pero no lo admito.

JERÓNIMO.-  ¡Cómo es eso!

JUANA.-  ¡Cómo! ¡Joaquín! ¡Lo desprecia usted!

JOAQUÍN.-  Sí señora: yo no tengo ambición: no quiero honores ni dignidades: no quiero más que su mano de usted.

JUANA.-  Bien, pero esto no quita...

JERÓNIMO.-  ¡Joven singular! ¡Joven magnánimo! ¡Venga esa mano... la otra! ¡Ya no le doy a usted empleo: le doy a usted mi amistad, mi sincera amistad! Disponga usted de ella... y lo nombro a usted mariscal de campo.

JOAQUÍN.-  ¡Pero señor!

JERÓNIMO.-  Director de rentas, Consejero de Estado...

JOAQUÍN.-  ¡He dicho que no, que no, que no! No admito de todo eso más que la amistad.

JERÓNIMO.-  ¡Mi amistad!... corriente. Y venga usted todos los días a comer conmigo. A propósito de comer, ¿dónde está tu subsecretario don Roque Lahusma?

JUANA.-  ¡Ah! Ya se me había olvidado: todos hemos creído que se lo habían llevado preso por orden de V. E.

  —44→  

JERÓNIMO.-  ¡Preso! ¿Qué significa esto?

JUANA.-  ¡Ay! ¡Sí señor! en un coche, con dos alguaciles.  (JOAQUÍN la hace señas de que calle.) 

JERÓNIMO.-  ¿Y con qué derecho se priva a un ciudadano de lo más precioso que tiene en el mundo, de su libertad?

JOAQUÍN.-  Sin duda habrá habido razones...

JERÓNIMO.-  ¡Razones! ¡Nunca hay razones para eso! ¡No hay más que la ley, la ley solamente! ¡Yo no conozco otras razones; nada de arbitrariedad: la ley!  (Llama.)  Un criado al instante.

JOAQUÍN.-  Yo enviaré...

JERÓNIMO.-  Aguarde usted, es preciso una Real orden mía: voy a extenderla.  (Se sienta a la mesa y escribe.)  ¡Qué placer! ¡Qué dulce privilegio de un ministro! ¡Con una pluma, un poco de papel, y tres palabras, «póngase en libertad» se salva a un inocente! ¡Y que lo usen tan rara vez!  (Escribiendo.)  «De Real orden... &te.» -Tome usted. Al instante.  (Da el papel a JOAQUÍN.) 

JOAQUÍN.-  (Dándoselo a un criado, con quien ha hablado ya.) Al instante.

JERÓNIMO.-   (Volviendo a tomar el papel.)  Aguarde usted: le pondré que vaya desde allí a buscarme al ministerio.  (Escribe y da el papel a JOAQUÍN.)  Volando.

JOAQUÍN.-   (Dándoselo al criado.)  Volando.

JERÓNIMO.-   (Adelantándose.)  ¡Estoy contento de mí mismo: he reparado una injusticia! ¡Tomo   —45→   con buen agüero las riendas del gobierno: ya puedo presentarme en las Cortes con la cabeza erguida! ¡Es tan dulce hacer bien! ¡Y tan fácil perdonar! ¡Yo no tendré enemigos; perdonaré siempre! Y el primero será Federico.  (FEDERICO se asoma.)  Ya soy ministro: este es el momento de tener indulgencia y decirle


¡Acábese ya el rencor!
¡Federico, ya te entrego
mi hija, mi bien, mi amor!...
¡Y en cambio, un sólo favor...
un sólo favor te ruego!
¡Vive con ella a mi lado:
no la separes de mí!

 (Limpiándose las lágrimas.) 

¡Pobrecilla! ¡Y si me es dado
verla dichosa por ti...
quedaré recompensado!

JOAQUÍN.-  ¡Ah! ¡Qué corazón!

JERÓNIMO.-  ¿Qué es eso?

JOAQUÍN.-  Nada, señor.

JERÓNIMO.-  He dicho a don Roque que vaya a buscarme al ministerio.  (A JUANA.)  Y usted, aquí tiene a su esposo.  (A DOÑA ANDREA.)  Y usted despedirá a don Críspulo. Y yo me voy a dar audiencia.

ANDREA.-  ¿Y el coche de S. E.?

JERÓNIMO.-  ¿Qué coche? ¡Coche Simón!... nada, nada: a pie, como un ministro ciudadano. A Dios, amigos. Aquí nos veremos después de la audiencia: vendré a comer.

ANDREA.-   (Acompañándolo a la puerta.)  ¡Señor excelentísimo tanto honor!... Mi pariente se   —46→   esmerará para presentar a V. E. una mesa fina y delicada, una comida ministerial: habrá un pastel de perigó...

JERÓNIMO.-   (Volviendo con enfado.)  ¡Un pastel! ¿Quién ha hablado de pasteles? ¡Nada de pasteles miserables! ¡Ellos precipitan las revoluciones políticas, y las del vientre! ¡Los pasteles pueden atraernos... el cólera morbo! No ha de haber un pastel bajo un ministerio... los prohíbo, los destituyo.

ANDREA.-  ¡Prohibirnos los pasteles! ¡Qué va a ser de nosotros!

JERÓNIMO.-  Yo taparé la boca a los pasteleros descontentos.

JOAQUÍN.-  Ellos la abrirán para gritar que eso es atentar a nuestras antiguas prácticas.

ANDREA.-  Y acabar con las misas de la nación.

JERÓNIMO.-  S Puede ser muy bien.  (A JOAQUÍN.)  Presénteme usted una memoria sobre los pasteles. -No hay remedio, es forzoso transigir con el siglo; y como vivimos en un siglo pastelero... además, si los prohíbo, ¿qué podré sustituir en su lugar? Como no sea los buñuelos de viento... ¡tenemos ya en España tantas cosas de viento!... Yo lo pensaré más despacio. -Mi sombrero.  (A JOAQUÍN, que se lo trae.)  Presénteme usted esa memoria... para archivarla. S Despida usted a don Críspulo. -A Dios, hijos, a Dios.  (DOÑA ANDREA y JUANA le ceden el paso.)  ¡Vamos!, sin ceremonias, ¡marchemos   —47→   todos, y yo el primero!  (Vanse por el foro.) 



Escena XIV

 

FEDERICO, JOAQUÍN.

 

JOAQUÍN.-  Ea, señorito, ya lo ha oído usted: ¿qué se hace? ¿Voy tras él? ¿Me lo llevo al hospital?

FEDERICO.-  No. Después de oírlo he mudado de idea. Un hombre que me perdona, que me da su hija, todo porque es ministro... ¡Y había yo de ir a quitarle un destino de que hace tan buen uso! ¡Debo yo quitarle su felicidad!

JOAQUÍN.-  ¡Ah! ¡Sería usted un ingrato!

FEDERICO.-  ¿Y qué ganaríamos en curarlo? Está soñando, es verdad, pero son los sueños de la honradez y la virtud: ¿por qué dispertarlo?

JOAQUÍN.-  ¡Tiene usted razón: eso es pensar con humanidad y con filosofía! Dejémosle en su error, y que duerma tranquilo en su poltrona ministerial: ¡le sucede tan raras veces a un ministro!

FEDERICO.-  Sí: estoy decidido: mira, voy a ver a Carlota; voy a proponerla el proyecto que se me ha ocurrido: si ella consiente, que no lo dudo, vengo aquí volando a ponerlo en ejecución: espérame, y está siempre a la mira...

JOAQUÍN.-  Descuide usted. Aquí quedo yo a la   —48→   vista de todo.  (Vase FEDERICO por la puerta derecha del foro.) 



Escena XV

 

JOAQUÍN, DON CRÍSPULO, DOÑA ANDREA, JUANA.

 

CRÍSPULO.-  ¿Pero qué nueva tracamundana es esta? ¿Por qué se niega usted ahora a firmar el convenio?

JUANA.-  Porque el ministro no quiere: ¿lo entiende usted?

ANDREA.-  ¡Porque el ministro no quiere, amigo!

JUANA.-  ¡Cabalito! S. E. ha mandado que se le dé a usted pasaporte, y quiere que me case con otro: ¿lo entiende usted?

ANDREA.-  ¡Y no hay más! S. E. se ha empeñado en que se ha de casar la chica con otro.

CRÍSPULO.-  ¡Pero qué otro, ni qué calabaza! ¡Yo estoy lelo! ¿Pues no quedamos? ... ¿y quién es ese otro?

JOAQUÍN.-   (Acercándose.)  Ese otro soy yo. ¿Está usted ahora, señor don Críspulo Abarca?

CRÍSPULO.-  Ya... pero...

JOAQUÍN.-  S. E. lo manda, y yo seré su esposo.

CRÍSPULO.-  Ya... en ese caso... (¡Chasco semejante, haber entrado en favor ese boquirrubio! En fin, tengo buen destino... no vayamos a perderlo ahora por...) ¡Pues señor, bien: una vez que es gusto de S. E., yo me retiro gustoso, y le doy a usted mil parabienes, señor don Joaquín!


  —49→  

Escena XVI

 

Dichos; DON ROQUE, por el foro.

 

ROQUE.-  ¡Qué horror! ¡Qué infamia! ¡Qué indignidad! ¡Burlarse de este modo de un hombre como yo!

ANDREA.-  ¡Señor don Roque!

ROQUE.-  ¡Déjeme usted en paz, mujer cándida y crédula!

ANDREA.-  ¡Cómo viene!

ROQUE.-  ¡Vengo hecho un toro, un viborezno!

CRÍSPULO.-  Pero serénese usted, y cuéntenos qué ha habido...

ROQUE.-  ¿Qué ha habido? ¡En primer lugar se ha cometido conmigo una tropelía, una violencia, un rapto!

ANDREA.-  Eso ya lo hemos sabido; pero no ha tenido consecuencias...

ROQUE.-  ¡Cómo que no ha tenido consecuencias! Al ver aquellos sayones que yo forcejeaba por arrojarme del coche, me sujetaron, me ataron, y así me llevaron como un Cristo hasta soplarme en un cuartucho.

CRÍSPULO.-  ¡Atado!

ROQUE.-  Como V. lo oye: ¡estoy bufando de cólera!

JUANA.-  ¿Y la orden que fue para ponerlo a usted en libertad?

JOAQUÍN.-  Que yo la envíe a toda prisa...

ROQUE.-  ¡Buena prisa te dé Dios! Cuando llegó, ya querían volverme a atar, porque yo lo emprendí a brazo partido con aquellos dromedarios: ¡qué puños! ¡Dios mío! Al fin, viéndome libre y temiendo hacer falta   —50→   al ministro, tomo el trote y me vengo hacia el ministerio. Aquí entra lo mejor del cuento: ¡el escándalo!, ¡el ludibrio!

TODOS.-  ¡Pues qué hay!

ROQUE.-  ¿Qué hay? ¡Que estoy comprometido: que está usted comprometido: que estamos todos comprometidos!

TODOS.-  ¡Explíquese usted!

ROQUE.-  Entro, pregunto por el despacho del subsecretario, me introducen en él, y me lo encuentro ocupado por un competidor que de buenas a primeras me pregunta ¡qué quiero! ¡Cómo qué quiero! ¡Que aquella plaza es mía! El hombre se aterra, pierde el color, pero se niega a creerme; y para convencerlo me lo saco de allí, y me lo llevo al despacho del ministro.

TODOS.-   ¿Y qué?

ROQUE.-  ¡Esta es más negra!

TODOS.-   ¡Cómo!

ROQUE.-  ¡El ministro... no era el ministro!

TODOS.-  ¡Qué dice usted!

ROQUE.-  Era el ministro... pero no era el ministro...

TODOS.-  ¿Cuál?

ROQUE.-  No era el ministro... este ministro...

TODOS.-  ¡Nuestro ministro!

ROQUE.-  ¡Era un ministro... pero no era nuestro ministro!

TODOS.-  ¡Dios mío!

JOAQUÍN.-  (¡Ahora empieza lo bueno!)

ROQUE.-  Yo turbado, desconcertado, me inclino profundamente hasta el suelo; y profiriendo   —51→   con voz enferma y balbuciente excusas y perdones, lánzome fuera, entre los chicheos, algarabía y risotadas de oficiales y porteros, las burlescas cortesías de mi sustituto, que me saca fuera y me cierra la mampara en los hocicos.

CRÍSPULO.-  ¿Y el otro ministro?

ROQUE.-  ¡El otro ministro se ha burlado de nosotros! Allí me lo encontré al salir disputando también con los porteros, y gritando que le dejasen entrar a tomar posesión: ¡aquello ha sido una corrida de toros! ¡Allí habían salido todos los empleados... hoy siquiera han empleado la mañana! ¡Yo por supuesto me hice el desconocido, desfilé sin mirarlo, y aquí me tienen ustedes!

ANDREA.-  ¡Dios mío! ¡Qué desgracia!

CRÍSPULO.-  ¡Qué vergüenza!

ROQUE.-  ¡Qué infamia!

ANDREA.-  ¡Qué chasco! ¡Señor don Críspulo!...

CRÍSPULO.-  ¡Pleito!

ANDREA.-  ¡Pero señor don Críspulo!...

CRÍSPULO.-  Pleito. ¡Usted me ha engañado! ¡Me ha hecho creer que tenía un empleo! Pleito.

ANDREA.-  ¡Oigame usted por Dios!

CRÍSPULO.-  Nada. Ni transacción, ni boda. Pleito.

ANDREA.-  ¡Miren ustedes!...¡Aquí viene!



Escena XVII

 

Dichos; DON JERÓNIMO, distraído.

 

TODOS.-    (Yendo a él.)  ¡Usted nos ha comprometido!

  —52→  

JERÓNIMO.-   (Volviendo en sí.)  ¡Qué es eso, hijos! ¡Qué es eso! ¡Lágrimas... pésames... amigos que me lloran... que me consuelan!...

JOAQUÍN.-  ¡Todo lo ve a su manera!

JERÓNIMO.-  ¡Están ustedes tristes! ¿Por qué? Yo no lo estoy, porque soy filósofo... es decir, cesante.

TODOS.-  ¡Cesante!

JERÓNIMO.-  Sí, hijos míos, cesante. Me nombraron ministro... lo he sido veinte y cuatro horas... ¡ya no lo soy! A muchos les puede suceder lo mismo.

CRÍSPULO.-  ¿Y los empleados que usted nombró?...

¿los que ha colocado?...

JERÓNIMO.-  Tranquilícese usted, esos... siguen mi suerte: También quedan cesantes.

ROQUE.-  ¡Cesantes! ¿Y quién le metió a usted a nombrarme subsecretario?, ¿se lo había yo pedido a usted?  (Le vuelve la espalda.) 

CRÍSPULO.-  ¿Y quién le metió a usted a hacerme administrador de correos? Yo tengo para vivir independiente, y no necesito empleo: si me echan ahora del monte pío...  (Le vuelve la espalda.) 

ANDREA.-  ¡Y quién le metió a usted en disponer de la colocación de mi hija! ¡Me ha hecho despreciar un buen partido y ahora me veo con un pleito y ella sin novio, por usted!, ¡por usted!  (Le vuelve la espalda.) 

JUANA.-  ¡Sí señor, por usted!  (Le vuelve la espalda. Todos se apartan al foro, DON JERÓNIMO queda solo. JOAQUÍN a su lado.) 

JERÓNIMO.-  ¡Ingratos! ¡Todos son lo mismo! ¡Huid, viles arbustos que conservaba el viento del   —53→   favor! ¡Levantaos ya, que el viento no sopla!  (A JOAQUÍN.)  ¡Y tú!... ¡Cómo es eso!... ¡Tú te quedas aquí!... ¿Tú no huyes también?

JOAQUÍN.-  No señor: yo soy cortesano de la desgracia: yo soy siempre fiel.

JERÓNIMO.-  ¡Este no es arbusto! ¡Este es una encina que se arraiga y crece en el campo de la desgracia! No olvidaré tu fidelidad, y si algún día vuelvo al poder...

JOAQUÍN.-  Seré lo mismo que era antes.

JERÓNIMO.-  Tienes razón. ¡Tú no necesitas nada!, ¡ente raro y único en tu especie! ¿Por qué no te enseñas por dinero, y te harías de oro?



Escena XVIII

 

Dichos; FEDERICO.

 

FEDERICO.-  ¡Señor don Jerónimo!... ¿El señor don Jerónimo?... ¿dónde está?

JERÓNIMO.-  ¡Qué veo! ¡Federico Mendoza!

FEDERICO.-  El mismo, que viene impaciente por abrazar a usted.

JERÓNIMO.-  ¡Amigo, esta mañana era yo poderoso, era ministro! Estaba en el caso de abrazar a usted y perdonarlo, pero ahora...

FEDERICO.-  ¡Ahora mejor que nunca, señor! ¡Vengo a pedir a usted las albricias de una nueva más halagüeña!

JERÓNIMO.-  ¡Será posible!

FEDERICO.-  Sí señor. Lo han separado a usted del ministerio, pero es porque quieren conferirle una misión más delicada en las actuales circunstancias: ¡un destino en que se   —54→   necesitan sus talentos superiores de usted, y en particular su habilidad diplomática! Está usted nombrado embajador extraordinario cerca de la Santa-Alianza.

JERÓNIMO.-  ¡Yo!

TODOS.-    (Acercándose a DON JERÓNIMO.)  ¡Embajador!

JERÓNIMO.-  ¡Federico mío! ¡Amigo mío! ¡Hijo mío! ¡Embajador!... ¡No tenía remedio: embajador cerca de la Santa-Alianza!

JOAQUÍN.-  Cuando todavía no han reconocido nuestro gobierno... eso prueba la ilimitada confianza que hacen de usted.

JERÓNIMO.-  Y yo sabré corresponder a ella. ¡Embajador cerca de la Santa-Alianza!


¡Partamos!... ¡Contemplaré asombrado
los ricos campos de la libre Francia!...
Y a los reyes diré del Norte helado,
con española impávida arrogancia:

 (Adelantándose con dignidad.) 

«¡Ya sus fueros España ha recobrado:
»recordad su valor... su alta constancia!
»Ved que en la paz y libertad se funda
»el trono augusto de Isabel segunda.»

FEDERICO.-  Vamos pues: mi coche está abajo. Iremos a buscar a Carlota...

JERÓNIMO.-  ¡A tu esposa!... Sí, partiremos juntos.

ANDREA y CRISPÍN.-  ¡Señor excelentísimo!...

JERÓNIMO.-  ¡Hola! ¡Están ustedes aquí! ¡Ha vuelto a soplar el viento del favor, humillarse bien: aún debiera agacharlos más, si fuera posible! Dénme ustedes sus memoriales: yo los recomendaré.

  —55→  

ANDREA y CRISPÍN.-  ¡Ah! ¡Señor excelentísimo!...  (Pónense a la mesa a escribir.) 

JERÓNIMO.-  ¿Y usted, señor don Roque?

JOAQUÍN.-  V. E. no me conoce todavía: pero pronto sabrá quién soy.

JERÓNIMO.-  ¡Hola! ¡Orgullo!... ¡Carácter!... bien, muy bien.

ROQUE.-  Sírvase V. E. pasar la vista por ese memorial.  (Se le da.) 

JOAQUÍN.-   (Aparte a DON FEDERICO mientras DON JERÓNIMO lo lee.)  Señorito, ¿de dónde nos viene esta embajada?

FEDERICO.-  De mi cabeza. He visto a Carlota, y consiente en un proyecto que será la felicidad de su padre y la nuestra. Ahora nos vamos a París: allí recibirá órdenes para ir de embajador a Roma, luego a Nápoles, y así de capital en capital.

JOAQUÍN.-  Ya entiendo: viajaremos en familia...

FEDERICO.-  A ver si le distraemos, y desaparece esa manía.

JOAQUÍN.-  Pues puede que tengamos que dar la vuelta al mundo.

ROQUE.-   (A DON JERÓNIMO, que ha concluido.)  Ya ve V. E. que yo no le pido nada al ministro.

JERÓNIMO.-  Bien hecho; y esté usted seguro de conseguirlo.

ROQUE.-  ¡Pero V. E. va a arrostrar los hielos del Norte... y yo quiero helarme a su lado! Mi deseo es no separarme del embajador.

JERÓNIMO.-  Ese rasgo le vuelve a usted mi protección. Será usted mi secretario de embajada.   —56→  

ROQUE.-  Señor excelentísimo...  (Inclinándose.) 

JOAQUÍN.-    (Aparte a DON FEDERICO.)  Este ya es incurable: los practicantes no le han hecho mella. No le vendría mal ir a dar también la vuelta al mundo.

ANDREA.-   (Presentándole su memorial.)  Señor excelentísimo, aquí está mi memorial.

CRISPÍN.-   (Presentándole.)  Señor excelentísimo, aquí está el mío.

JERÓNIMO.-  Bien, bien; pero he oído que trataban ustedes de pleito: yo no quiero pleitos: suprimo los pleitos, los abogados, alguaciles, relatores y procuradores: quiero que todo el mundo se dé la mano.  (A DON CRÍSPULO.)  Dé usted la mano a la señora.  (A JOAQUÍN.)  Dé usted la mano a la niña.  (A DON ROQUE.)  Déme usted la mano...  (A DON FEDERICO.)  ¡Y nosotros, hijo mío, los brazos!

FEDERICO.-    (Aparte a JOAQUÍN.)  Joaquín, ¿quién es el loco entre todos estos?

JOAQUÍN.-   (Ídem.)  No sé: cualquiera menos su suegro de usted.

JERÓNIMO.-   (Al público.) 


Un ministro comparece
a vuestra ilustre asamblea,
y de su humilde tarea
el pobre fruto os ofrece.
Si su desvelo merece
que pongáis a votación
si le dais la aprobación,
por esta noche siquiera,
me alegrará que no hubiera
partido de oposición.



 
 
FIN
 
 


Indice