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Un nuevo Kafka

Ricardo Gullón





De cuando en cuando, la crítica extranjera, generalmente la francesa, anuncia la aparición de un nuevo Kafka. (¿Y por qué, preguntamos, si llega a surgir, sería tal acontecimiento más importante que la aparición de un satélite de cualquier otro astro del recientísimo ayer?) Primero, Rex Warner; luego, Albert Camus, Maurice Blanchot... Y ahora, Samuel Beckett.

Demasiados Kafkas. Con el primero y auténtico bastó para revelar las enormes limitaciones, futilezas y absurdos de la condición humana. No; por fortuna para ellos, en las obras de Camus, Rex Warner y ahora Beckett, hay muchos elementos propios, aunque -eso sí- resulte indisputable su adscripción al mundo inhumano y sin sentido del novelista checo-alemán.

Samuel Beckett, irlandés e íntimo amigo de James Joyce, acaba de publicar, escrita directamente en francés, una novela de inspiración kafkiana, titulada Molloy, que obtiene en París entusiasta acogida. Quizá precisamente por su veta misteriosa, por su carácter de exposición clara de conductas oscuras, por ser la historia de hombres cuyo destino, incierto, en tantos puntos semejante al del europeo actual, les conduce a zonas de sombra sin posible salida, a tinieblas inexplicables.

Molloy -dice Maurice Nadeau- es una doble tabla, cuyos cuadros se corresponden. El personaje principal del primero es Molloy, desmemoriado y paralítico, que primero en bicicleta, después arrastrándose, corre en busca de su madre moribunda. Detenido por incidentes incomprensibles, inexplicables, se extravía en un bosque, en donde, al fin, cae exhausto y vacío. En el segundo cuadro, un tal Morán sale en busca de Molloy, a quien no conoce, y mientras intenta encontrarlo, se siente él también ganado por la parálisis; después de matar a un hombre de identidad imprecisa -¿Molloy mismo?-, lucha durante largo tiempo por volver a casa.

¿Epopeya de lo absurdo? «Sin duda -contesta Nadeau-, pero establecida con ayuda de un lenguaje que al manifestar lo absurdo lo niega, habitualmente, por esa manifestación misma.» Según este comentarista, el propósito de Beckett era mostrar a los hombres «viviendo en un mundo donde sueños, imaginaciones y realidad se confunden, donde no pueden adoptar ninguna decisión. No tienen que mostrarse, pues quizá ni están vivos, pues quizá no son sino sombras flotando a la deriva del espíritu que les concibe...»

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