Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Un silencio de corchea»: nueva melodía de Daniel Moyano1

Virginia Gil Amate





En junio de 1999, la editorial KRK, publicó un libro de relatos que Daniel Moyano había dejado compuesto antes de su muerte en 1992. Bajo el título de Un silencio de corchea Moyano había organizado diecisiete cuentos precedidos de aclaraciones sobre la temática y la redacción de dichos relatos así cómo de las motivaciones que le llevaron a escribirlos. En la nota introductoria titulada «Razones», Moyano explica, entre otras cosas, qué tipo de instrumento fallido, construido a partir de la mezcla del violonchelo con la guitarra, fue el arpeggione para el que Schubert compuso una sonata en 1824 «acaso a modo de despedida»2, dice el autor como palabras finales del fundamento de su escritura basada en las leyes que rigen la música, para a continuación agregar su nombre y la localización de la escritura en Madrid en 1991. La referencia a un instrumento híbrido, pasado y fallido en su éxito pero no imposible de utilizar, sirve de prólogo a los cuentos de este volumen esencialmente misceláneos en los materiales utilizados para la creación, en los subgéneros adoptados y, fundamentalmente, en la ligadura de los códigos literario y musical.

Leídas ahora, estas palabras también son una despedida, pero de la misma naturaleza que los recuerdos que Daniel Moyano ha recreado en este libro para «colgarlos» en el último relato, el que da título al volumen, «sobre el tranquilo humo del hogar»3 para que allí permanezcan en continuidad, como la misma música. Si hablo de despedidas literarias de Daniel Moyano no lo hago desde la hipótesis de que el narrador argentino escribiera con la consciencia de estar redactando sus últimos cuentos, aunque las circunstancias de publicación póstuma produzcan ese efecto de lectura, sino de despedida en el sentido de la fijación de unas vivencias a través de su cristalización en una forma literaria, pasando todo ello del ámbito de la experiencia particular al universo del lenguaje. Es decir, no sería un acto de despedida entre el autor y sus lectores sino una ceremonia entre el autor-narrador y su propia vida, en la que entran en juego el referente concreto biográfico y las ideas literarias y musicales constantes en toda la narrativa de Daniel Moyano. La complejidad del proceso es tal que afecta a los cuentos en sí mismos y se extiende hacia la concepción y orden global del volumen. Considero que Un silencio de corchea no es una agrupación, más o menos coherente, de relatos, como cualquier libro de cuentos, basada en la temática de los mismos o en la temporalidad dentro de la producción de la obra del autor, sino que todas sus partes se imbrican como una obra musical y el índice dispone el programa que ejecutará el solista Daniel Moyano. En el presente trabajo intento acercarme a esa estructura porque creo que ella sustenta el hallazgo de una melodía, nueva para los lectores de Daniel Moyano, y que, como no podía ser de otro modo desde un sentido musical, sólo suena si se toma el libro como un todo.

Los relatos vienen precedidos de una «Nota del autor» y de unas «Razones». En la primera data cronológicamente la redacción de estos «textos»4, según los denomina, con ello el autor rompe las barreras genéricas para poder introducir tanto cuentos, propiamente dichos, como variaciones sobre un relato clásico (sería el caso de «Metamorfosis») o sobre un tema tradicional de la cultura hispanoamericana (caso de «Civilización y barbarie»); fábulas (como «Arpeggione»), relatos que se aproximan a su versión oral (muy marcada en los que se inician con la conjunción hilatoria como «De violines y gallinas», o el caso de «El viejito del acordeón» con un comienzo abrupto en que la primera frase es continuación del título) y sobre todo la inclusión de una carta a su hijo Ricardo, fechada en Madrid en enero de 1988, que da lugar al relato «Concierto para dos viejas» elaborado el 27 de octubre de 1989.

Es en esta nota introductoria donde el autor hace explícita, sin explicarla, la armonía interna que une las dos secciones («en el fondo tratan de lo mismo»5, apunta) en las que están agrupados los relatos, Del tiempo y De la música. Desvelar esa igualdad equivale a acercarse a la poética de Moyano que, a lo largo de toda su obra narrativa, había acumulado motivos musicales o reflexiones sobre los sonidos y sus relaciones con las palabras pero que nunca, como ahora, había propuesto un volumen que formulara a manera de jeroglífico las claves de su vivencia de la escritura.

En las «Razones» vuelve a utilizar la primera frase para dar una referencia cronológica, indicando que de 1960 a 1976 se desarrolló su actividad de músico, de ella provienen los relatos de la sección De la música. En un guiño enormemente significativo, hará que el hecho de escribir en su presente madrileño parta de una antigua sugerencia del maestro José Rodríguez Fauré su director en la Orquesta de la Rioja:

Yo le obedecí, años después y desde España, como lo hice siempre cada vez que me corrigió un golpe de arco o una nota. Y después de escribir esa historia, agregué otras que nos sucedieron por esas tierras y por esos tiempos6.



El primer arco temporal queda trazado y será amplificado por la sustancia de contenido de los relatos. Las vivencias del cuarteto de cuerda y la posterior orquesta en La Rioja durante esos dieciséis años, caracterizados, con amable ironía, como «la edad dorada», «los tiempos heroicos»7, rememorados en Madrid entre 1980 y 1991, en contraste con «los años oscuros que empezaban»8, en marzo del 76. Claro que esa sería la razón declarada de los cuentos De la música, ligados por la memoria autobiográfica, que admiten la siguiente agrupación en función de su argumento: seis relatos sobre anécdotas de los conciertos de la orquesta Riojana («Arpeggione», «De violas y de mulas», «Concierto para dos viejas», «Negritos saltarines», «El oyente impasible» y «Un silencio de corchea») a los que se suman tres relatos, el inicial y dos intercalados, centrados en otras experiencias musicales de la vida del narrador. Los tres representan momentos cruciales de la existencia: la iniciación a la música («De violines y gallinas»), la transterración, sea la emigración a La Rioja o el exilio («Para dos pianos»), o los orígenes del conocimiento musical, encarnados en la figura del abuelo melómano («El viejito del acordeón»).

En cuanto a la estructura, es decir a la disposición de los relatos, el primero, que corresponde a esos hitos vitales, se relaciona con el último, que pertenece al anecdotario de la orquesta, dando cohesión a este segundo movimiento. La ficción desarrollada en «De violines y gallinas» comienza con una reflexión del narrador sobre la pregunta, a la que se ve periódicamente sometido, a cerca del fin de su faceta musical:

Y están las preguntas de siempre, cómo te iniciaste en la música y por qué la abandonaste, y lo peor es que uno a veces no sabe lo que responde porque se olvida9.



el relato ensayará una respuesta para el abandono de la música centrada en el dominio de la técnica -«Mi vocación por los sonidos se desvió hacia las palabras debido a la posición lejana que ocupa la cuarta cuerda en el violín»10-. A partir de ello estallan las imágenes humorísticas de Moyano y puesto que la lid se ha entablado en el campo instrumental, el violín convoca a los libros, el aprendiz de violinista se pertrecha de gruesas novelas para colocarlas debajo de su brazo y así impedir un excesivo alzamiento cuando debe pasar el arco por la cuarta cuerda:

Un día me toca el turno para dar la lección y cuando el profe me llama para sacarme de la distracción que me produce el libro-brazo le digo chs, cállese por favor que estoy leyendo, y él por poco me expulsa de esa pocilga que llamaban extensión nocturna del conservatorio. Entonces resuelvo abandonar la música y dedicarme a la literatura11.



«Un silencio de corchea» es el relato final (de los cuentos musicales y del volumen) contrapunto del anterior por ser una variación del mismo asunto. La anécdota desarrolla, con el intenso lirismo del estilo de Daniel Moyano, el concierto frustrado en Chamical por una invasión de insectos. El viola y narrador espera a lo largo del relato y de la partitura la llegada a un silencio de corchea que le permita levantar el arco y, sin alterar el Adagio y Rondó Concertante en Fa Mayor de Schubert, fulminar con él al insecto posado en la oreja de la pianista. Un error técnico hace que el músico lance el golpe en la parte débil del compás, produciéndose un ruido ajeno a la obra de Schubert, «La muerte de ese bicho significó el fin de mi carrera musical»12. «De violines y gallinas» y «Un silencio de corchea» (no olvidemos que el primero se localiza en Córdoba y el segundo en La Rioja) trazan el itinerario entre el origen y el final del desencuentro con la profesión musical, el hecho de que en el relato del origen se cuele la literatura y en el del final se vuelva en contra del protagonista hasta la propia naturaleza remite a una parodia de la ironía trágica donde el sujeto no es dueño de su historia sino producto de su destino.

Moyano vuelve, en la moraleja final de «Un silencio de corchea», a la idea esencial sobre la música y la vida que puede encontrarse diseminada en toda su obra, el músico no ha seguido la partitura abandonando con ello un universo perfecto de ritmo y armonía y entrando en el tiempo de la vida y sus miserias, en el «corruptible mundo de las acciones»13. Moyano, que ya en Libro de navíos y borrascas anotaba la reflexión de su protagonista Rolando advirtiendo que «el mundo es bello y la vida no lo es en la misma medida»14, plasma un pensamiento similar al expuesto en la metafísica de Schopenhauer donde la música era, entre las artes, la única capaz de ser copia del mundo y la única que constituía el reverso de la vida real percibida como «un dolor perpetuo, en parte despreciable, en parte espantoso»15.

Con esto llegamos al punto donde quedan engarzadas las dos partes del libro. Los relatos Del tiempo son, en última instancia, una verbalización del tiempo en su dimensión cronológica (la vida y la historia), y en su posibilidad metafórica (de evocación y actualización de vivencias más allá del espacio). Es decir, Moyano utiliza el tiempo con el que se construye la música y su sustancia no es ni cronológica ni psicológica sino aquella susceptible de plantar cara ante las leyes físicas.

Todos los cuentos de la primera parte recrean los temas principales de la narrativa de Moyano siendo estos fundamentalmente tres: la condición humana, la historia argentina y la infancia. Los ocho relatos que conforman esta sección están vinculados dos a dos: el primero («Metamorfosis») con el sexto («Hace 500 años»), que se corresponderían con la reflexión antropocéntrica; el segundo («Los oídos de Dios») con el cuarto («María Violín») que recrearían la violencia política y el exilio respectivamente y que a su vez se relacionan con las sátiras sobre Argentina inherentes al quinto («Anthropus pampeanus») y al séptimo («Civilización y barbarie»); finalmente, el tercero («Los incorpóreos») halla su variación en el octavo y último («Unos duraznos blancos y muy dulces»), ambos sobre el paraíso perdido de la infancia.

Existe también un doble elemento temático, de enorme simbolismo, que establece la unión entre los cuentos Del tiempo y De la música: el insecto convertido en hombre del primer relato Del tiempo, «Metamorfosis», y la reflexión sobre la muerte implícita en el último relato de esta parte, «Unos duraznos blancos y muy dulces», mantienen una cohesión, en el ámbito de la reflexión global sobre la vida que representa la totalidad del libro, con el relato que lo cierra, «Un silencio de corchea», cuya última imagen es la del insecto aplastado por el músico.

Es esta compleja estructura de relaciones entre los relatos la que permite observar el índice del volumen como una partitura musical sustentada en la armonía del ritmo de estas ligazones a las que no les falta ninguno de los elementos que hacen que los sonidos dispersos se transformen en música: partes fuertes y partes débiles, simetrías y alteraciones, variaciones del mismo tema, repeticiones y, sobre todo, vibraciones simultáneas aparentemente discordantes que acaban convergiendo en una tonalidad.

Si siguiéramos a Schopenhauer en sus meditaciones sobre la naturaleza de la música, la estructura vendría a representar el ritmo, el esqueleto, el armazón de la obra, que constituye la base de la melodía pero no la crea por si sola, para ello, en Un silencio de corchea, tendríamos que atender al contenido que aglutinaría tanto la historia que nos cuenta como las metáforas, los símbolos, los campos semánticos recurrentes o las relaciones con otras obras del mismo autor, que representarían el sentido profundo y la intención que Moyano dio a estos relatos y que aparece definida por el narrador de «El viejito del acordeón», que no es otro que el nieto de Gisuppe Bellini:

Por entonces le llevé al abuelo, sin que se me perdiera ni una sola nota, una acumulación de melodías que eran la historia verdadera de esos tiempos16.



La capacidad de rescatar lo vivido equivaldría al hallazgo de la melodía nueva, aquella que para el filósofo alemán «nos refiere su historia más secreta, nos pinta cada agitación, cada anhelo, cada movimiento de la voluntad, todo aquello que la razón concibe bajo el concepto amplio y negativo de sentimiento, sin poder ir más allá de esa abstracción»17.

La materialización de este pensamiento la encontraremos en el relato «Los incorpóreos» y la variación sobre el mismo tema que supone «Unos duraznos blancos y muy dulces». Allí están contenidas las ideas sobre la vida, la memoria, la escritura y la música con que se elabora Un silencio de corchea. Destaca en ambos cuentos, que recrean asuntos sustanciales de la memoria del narrador, la localización tempo-espacial de los hechos (los años cuarenta en Alta Gracia) y la precisión del momento de la escritura en Madrid. Lejos de ser meramente informativa esta concreción, que en «Los incorpóreos» llega a su apogeo datando las acciones al detalle -«Aquella siesta del otoño del cuarenta y tantos eran exactamente las tres de la tarde»; «No eran todavía las tres y cuarto de la tarde de aquel otoño»18-, es un elemento repetido en la totalidad de los cuentos De la música, enfrentándose así el dato falso con la memoria verdadera, el relato. El significado de esta operación, en la sustancia de contenido del volumen, remite a la entidad de la memoria creadora como el único fundamento conformador y definidor del ser humano más allá de sus contingencias vitales. Por eso mismo la exhaustiva datación se produce en relatos donde los sucesos narrados «despojados de su contemporaneidad, flotan en el aire»19. En «Los incorpóreos», Daniel Moyano rescata y hace pervivir partes de su vida (y en ese ejercicio no se detiene en lo vivido sino que se expande hacia lo escrito, el hecho de que el marido de la tía Adelina sea descrito con ecos que recuerdan a un personaje inolvidable de Moyano, la tía Lila, nos da la medida de la síntesis vital que representa Un silencio de corchea) a través de la recreación de la memoria, que no es otra cosa que la construcción de un relato (aquí materializado en escritura). Dicha construcción se sustenta en tres acciones inconexas, pero sucedidas en el mismo lugar y en el mismo tiempo cronológico, protagonizadas por tres personajes: Manuel de Falla, componiendo La Atlántida en su exilio cordobés; Ernesto Guevara, estudiando primaria en Alta Gracia y la tía Adelina, una de las vecinas del pueblo. La posibilidad de que los tres personajes puedan llegar a juntarse depende de la capacidad compositiva del narrador. La hipótesis de partida es el desconocimiento, la discordancia, de los personajes -«Seguramente los tres se cruzaron muchas veces por el camino, sin saber nada el uno del otro»20- que, sin embargo, vendrán a coincidir, a concordar, en el relato. Para conseguirlo el texto incluye por una parte las disquisiciones teóricas del narrador, el escritor adulto que fue niño en Alta Gracia, sobre el tiempo y la memoria que se ajustan al pensamiento de Schopenhauer en cuanto a la divergencia de la dimensión física y la moral del ser humano:

En el mundo de las realidades físicas, por muy bello, feliz y atractivo que sea, vivimos siempre sujetos a la ley de la gravedad que constantemente tenemos que superar; pero en el mundo del pensamiento somos espíritus incorpóreos21.



Para Moyano, liberados sus personajes de esa misma ley de la gravedad, del aquí y el ahora, del espacio y el tiempo cronológico, e inmersos en el tiempo del relato que a más datado más inventado, nada los ata a la lógica de la tierra, vagando en la imaginación creadora y en el recuerdo inmaterial del narrador. Por eso Falla, el Che y Adelina, la tía del narrador, se juntan creando una verdad material: el relato. Y en todo esto nada tiene que ver la concepción filosófico-literaria del «eterno retorno», negada en estos relatos, negada en el sentido de que aquí se recrean vivencias no ideas ni posibilidades («en medio de ese tiempo que nunca nunca volverá según dice algún tango»22) que no podrán volver a ser tanto como no podrán desaparecer (una de las palabras, preñada de connotaciones en el ámbito argentino, que se repite en todos los relatos que tienen que ver con la memoria en Un silencio de corchea) porque el pasado se vuelve eternidad y por tanto permanencia, en estos relatos tanto como la música, y, al no depender del espacio, siempre pervive en el tiempo.

Aquí entronca el siguiente elemento que permite la concordancia de los personajes, la composición del texto analizado sigue las leyes musicales. Cada personaje representa un tono que va recorriendo la escala hasta lograr unirse en la armonía de la conjunción de sus historias al final del relato, posibilitando esta unión polifónica el surgimiento de la melodía que consigue dignificar, en «Los incorpóreos», la figura de la tía Adelina:

Tengo que darle una categoría para que no se sienta menos que nadie en este triángulo que le tocó habitar en el recuerdo junto a personajes que realmente pertenecen a la historia. El tiempo ha querido ponerla junto a ellos, aunque mi tía no escribió una nota ni se fue a guerrear al Caribe. Y si el tiempo lo ha querido así, sus razones tendrá23.



Esta elevación de lo aparentemente marginal se produce en los cuentos De la música a todos los niveles, ya sean personajes, como las viejas del relato «Concierto para dos viejas», o Paco el violinista fracasado en «De violines y gallinas»; animales como el perro Arpeggione del relato del mismo título, o el insecto Osvaldito de «Un silencio de corchea», o las mulas que asisten a los conciertos en los pueblos riojanos en «De violas y de mulas»; pueden ser también instrumentos musicales, como el piano de ínfima categoría bautizado Pérez en «Para dos pianos»; o, finalmente, la misma banda musical de La Rioja, interpretando a Mozart, Schubert, Beethoven, Bruckner o Albinoni en Vinchina, en Chilecito, en Chamical sabiendo tanto que «para Mozart Chamical no fue ni siquiera una sombra»24 como que para sus espectadores representaban las primeras audiciones de música clásica. De esos contrastes, de la conjunción de esas diferentes notas, parten las anécdotas surreales que desarrollan estos cuentos y que, lejos de dar lugar al cinismo grotesco, propician la recreación de una dimensión feliz de la memoria que, por primera vez en grado absoluto, nos da la obra de Daniel Moyano. El hecho de colgar los recuerdos, según me referí al inicio de este trabajo, en la frase final del último relato, se abre no sólo a la interpretación ya dada (el abandono de la música, la vida real cruzándose en el tiempo paralelo de la música y destrozándolo) sino a otra ligada a la concepción musical de esta escritura: los recuerdos han sonado a lo largo del relato, reconstruyendo, recuperando, amplificando y dignificando una vida para alcanzar un punto de reposo donde, como apunta en la carta a su hijo Ricardo, «ya nunca serán pasado irremediable»25.





 
Indice