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Un verano en Portugal. Carta III y última

Concepción Gimeno de Flaquer





No puedes figurarte, hermano mío, lo muy atentos que son los portugueses; la patria de Virato se distingue por la delicada cortesía de sus ciudadanos.

Es completamente absurda la preocupación de que este pueblo aborrece a los españoles: faltaría a un sentimiento de justicia si no intentara desvanecer tal error.

Lo que sucede a los portugueses es, que se exaltan cuando oyen hablar de la unión ibérica, pues brilla en ellos gran sentimiento de independencia, y es natural que no quieran asociarse a otra nación.

Exclaman con razón no escasa: Nos queremos as nossas fronteiras, taes quaes existen, as nossas tradições, a nossa historia, os nossos costumes, tudo enfin o que representa é constitue una nacionalidade.

Los portugueses seméjanse a Temístocles por el amor a la patria; o al ibis, pájaro de Egipto, que cuando le sacan de su tierra, se suicida muriendo de inanición, por no querer comer.

Los portugueses acogen con entusiasmo a los literatos españoles, y les proporcionan cuantos datos y libros necesitan para estudiar el país. ¿Y cómo no han de simpatizar españoles y portugueses?

La lengua portuguesa y la lengua española tienen el mismo origen, son dos ramas nacidas en un mismo tronco. España y Portugal son dos pueblos hermanos: una es su raza, una su historia, una su situación geográfica y unos sus principales ríos, pues el Duero, Tajo y Miño, bañan provincias portuguesas y españolas. La gloria de Camoens no es inferior a la de Cervantes; el mismo laurel corona a Colón y a Vasco de Gama; la misma rama de mirto enlaza los nombres de Lafuente y Herculano. Si Espronceda es nuestro, a los portugueses pertenece la Teresa que el gran poeta inmortalizó.

Cervantes elogia muchísimo a Portugal en su novela Persiles y Segismundo.

En esta nación se hallan las letras en su mayor apogeo y es muy censurable que no conozcamos nosotros los autores portugueses. La literatura portuguesa está dignamente representada en el bello sexo por las distinguidas señoras Guió mar Torrezno, María Amalia Vaz de Carballo, Amelia Jenny, Ana Plácido, María Ribeiro de sá. Y otras muchas.

Guió mar Torrezno reúne a sus notables dotes de escritora, grandes cualidades de mujer. Jamás hace alarde de erudición, y por eso su estilo resulta natural y ameno: su trato es fino y sencillo, ingenua y candorosa su alma. Posee una cualidad muy laudable y rara en el sexo a que pertenece; la costumbre de elogiar los más sencillos méritos tan pronto como los descubre. Ella presenta en el mundo literario a las mujeres que empiezan a cultivar las letras, y les abre las puertas del Parnaso. Podemos asegurar que es para las artistas y literatas desconocidas un cariñoso mecenas. Esta misión le honra mucho, pues solo se la imponen los corazones generosos. Guió mar ama excesivamente el trabajo, y a él debe la modesta posición que disfruta, y que parte cariñosamente con su buena madre.

La literatura portuguesa es rica en preclaros talentos; los literatos contemporáneos que más brillan en Portugal son los siguientes: Tomás Ribeiro, Bulhâo Pato y Guerra Junqueiro, príncipes de la poesía lírica; Cordeyro, dulce y sentimental cual Lamartine; Latino Coelho, comparado a Chateaubriand por la elegancia y pureza del estilo; Castello Branco, notable novelista y crítico; Pinheiro Chagas, ruiseñor del Parnaso; César Machado, elegante pintor de costumbres cual nuestro Fernán Caballero; Rebello da Silva, apellidado Hercurlano II; Antonio da Costa, Teófilo Braga, vizconde de Benalcanfor, Eduardo Vidal, Juan de Dios, Fonseca Benavides, Juan de Lemos, Vilhena, Barbosa, Pereira de Cunha, Palmeirim, Alberto Pimentel, Magalhaes Lima, Cándido de Figuereido y el vizconde del Castillo, que ha heredado la lira y el plectro de su padre; de aquel hombre inmortal, maestro de la poesía y del idioma, de aquel enciclopedista, compañero de Almeida Garret, jefes ambos de la escuela romántica; de aquel sabio, que siendo ciego ha iluminado con la luz de su gigante genio muchas inteligencias.

Es lástima que las artes no se hallen en Portugal a la altura de las letras: entre los émulos de Apeles, no se puede citar más que un buen pintor contemporáneo, Miguel Ángel Lupi, que es profesor de la Academia de Bellas Artes de Lisboa. Hemos tenido el gusto de visitar su estudio y admirar muchos de sus cuadros premiados en distintas exposiciones. Lupi es pintor de historia y paisajista; pero a lo que debe su celebridad es a los retratos: Lupi sabe vencer cual pocos, las grandes dificultades que ofrece el dibujo natural.

Hállase en Lisboa actualmente un pintor español llamado Manuel de la Cuadra, que pinta flores, frutas, aves y paisajes con notable gracia, haciéndose fiel intérprete de la naturaleza. Es también muy conocido como excelente retratista.

Después de haberte hecho una ligera reseña de los literatos más conocidos, voy a darte cuenta de mi excursión a la poética villa llamada Cintra, que dista de Lisboa unas tres horas y es la residencia veraniega de la aristocracia portuguesa.

Cintra es un bello poema de la naturaleza corregido por el arte: los más hermosos paisajes de Watteau y de Claudio de Lorena son inferiores a los que Cintra ofrece. La oda que inspiró a lord Byron, los famosos cantos de Camoens y Garrett, las estrofas de Bernardim Ribeiro, y los versos de Luisa Sigea, que tan hiperbólicos parecen, son un retrato fiel de aquel Edén encantado. En las perfumadas brisas de Cintra se respira vida, alegría, amor y voluptuosidad. ¿Quién no se entusiasma al contemplar aquellas aldeas semejantes a palomas recostadas en alfombra de mullida felpa, sobre la falda de la sierra; aquellos jardines en los picos de las rocas, que parecen un alarde de la naturaleza queriendo coronar de flores los abismos; aquellas seculares encinas, que dan grata sombra a muchas ermitas, nidos de almas fervorosas, donde se asocia la devoción a gloriosas tradiciones; y aquellos monumentos de antiguas edades, fortalezas guerreras o religiosas alzadas en las cumbres de las montañas más inaccesibles, para servir de doble defensa a los que se acogen bajo su amparo?

¡Oh qué panorama tan seductor! Sorprende la imaginación más romántica tanta profusión de plantas exóticas, que solo ha podido reunir la diosa Cloris; fascina y aturde aquella vegetación tropical, donde se enlazan las elegantes y cimbradoras palmeras con las satinadas hojas del banano, estrechando los añosos troncos de árboles, cuyas elevadas cúpulas se pierden en el horizonte, mil diversas plantas trepadoras, portuguesas, españolas y brasileñas. Extravíase la fantasía en la contemplación de tanto lago, grutas de musgo, cascadas espumosas, frescos valles, frondosos bosques y manantiales cristalinos, cercando elegantes viviendas de estilo árabe, gótico o clásico.

En Cintra se encuentra con abundosa variedad, la flor de moda en los suntuosos salones madrileños y parisienses; la renombrada camelia, cuyo reinado no me he podido explicar jamás, y a la cual no puedo dar la preferencia. Perdone la aristocrática flor, si no le encuentro la belleza de que tantos la suponen dotada. En mi concepto, la camelia es una flor sin alma, porque carece de perfume; es una flor sin vida ni expresión, una flor gélida y muda; una flor sepulcral, más propia para un panteón que para un baile. Si es blanca, me parece de duro mármol; si es roja, de frío raso por la uniformidad y simetría de sus hojas, semejase a una flor de terciopelo o de batista, y por su trasparencia a una flor de cristal. Siempre tiene el aspecto de flor contrahecha e insensible, que inspira triste languidez y profunda melancolía.

Cintra está salpicada de bellísimos chalets, casitas campestres, semejantes a las de Inglaterra, donde es amenísima la vegetación por sus múltiples cambiantes, y delicado el paisaje por su variedad de tintas. El palacio real de Cintra fue en algún tiempo Alhambra de los reyes moros de Lisboa: este palacio es un archivo de recuerdos históricos. Don Juan I lo reedificó casi totalmente, lo continuó don Juan II y fue finalizado por don Manuel. En él vivió casi siempre don Duarte; allí nació y murió don Alfonso V; de dicho palacio, que fue prisión de don Alfonso VI por espacio de ocho años, partió don Sebastián para la desgraciada jornada de África. Todos estos recuerdos apuntados aquí, sin orden cronológico, dan a ese monumento gran celebridad.

En uno de loa más altos picos de la sierra de Cintra, se halla edificado el palacio de la Peña, que pertenece a don Fernando, padre de don Luis I. Tal edificio parece que se halla sostenido milagrosamente sobre las rocas, por manos invisibles, o que ha sido construido por las águilas, esas reinas del espacio que tan alto fabrican sus nidos. Es un castillo feudal que revela el buen gusto del rey-artista. Su arquitectura pertenece al estilo normando-gótico, que floreció en el siglo XII. Torres, murallas, almenas, fosos, laberintos, minaretes, puente levadizo y patios se hallan adornados de los más bellos relieves, sorprendiendo al visitante tanto prestigio del cincel.

No sé si habré sido fiel cronista en mis descripciones, pues contempladas las cosas bajo el sol de la dicha, o por el prisma de la felicidad, parecen siempre más hermosas.

Yo guardaré de Portugal un eterno y dulce recuerdo, que iluminará hasta las densas brumas que a la adversidad le plazca enviarme; y no opinando con el Dante en aquello de:


Nessun maggior dolore,
Que ricordarse del tempo felice nella musiera,



le contestaré con Alfredo de Musset:


Ce blasphème vanté ne vient pas de ton cœur;
un souvenir heureux est peut-être sur terre
plus vrai que le bonheur.



Me llevo de Lisboa gratísimas impresiones y quedo obligada a la más constante gratitud hacia las múltiples personas que nos han colmado de afectuosas y delicadas atenciones.

Desde las columnas de El Mundo Ilustrado, envío un millón de gracias a Su Majestad el Rey de Portugal, tanto por la amable acogida que nos dispensó como por su bondad en regalar a mi marido una condecoración y a mí dos ejemplares de sus traducciones de Shakespeare, con dedicatoria escrita por la regia mano. Tan valiosísimo autógrafo lo estimo en lo mucho que vale y sabré guardarlo como merece.

Mil gracias, repito, por tan delicada cortesía.

Y a ti ¡oh amado Tajo, que tanto has encantado algunas de mis horas, fotografiando en tu nítida superficie la bahía de Lisboa, tan solo comparable a la de Constantinopla; a ti que has recreado mi espíritu con risueñas imágenes que jamás fatigan la mirada, también dedico un entusiasta saludo!

En tus bosques de mástiles he visto a los marineros crear cual fantásticos arquitectos iluminados por la luz sideral, calles flotantes, formadas por las fragatas, los bergantines y las goletas, y dormirse en ellas arrullados por las armonías de tus ondas, que producen sueños de amor y felicidad. He visto a la luna rielar sobre tus límpidas corrientes y convertir sus rayos en lluvia de perlas o menudo aljófar, para adornar las cabelleras de las ondinas. Las ninfas marítimas con sus dedos de nácar, han trazado sobre tus mantos de espuma caprichosos jeroglíficos, presentados a la imaginación como los indescifrables enigmas de las esfinges. Los ojos de mi fantasía han visto danzar sobre tus níveas alfombras, a las náyades y las nereidas, entrelazando sus brazos de cristal. Tus brisas han hecho coro con sus melodiosos gemidos y sus misteriosos besos, produciendo una música ideal que solo pueden percibir las almas soñadoras. ¡Adiós, adiós amado Tajo! ¡Quiera el cielo que cuando vuelva a contemplar tus ondas luminosas y pulverizadas, semejantes a chispas de fuego, y tus brillantes estelas que forman rayos de luz cual meteoros fugitivos, goce mi alma la dulce serenidad y la apacible quietud de que estaba dotada la vez primera que reflejaron mi imagen tus diáfanos espejos!

Lisboa, setiembre del 79.





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