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Una aportación a los estudios ramonianos

Ignacio Soldevila Durante


Université Laval, Québec



González-Gerth es autor de una tesis doctoral, al parecer inédita, presentada en 1973 en la Universidad de Princeton, y titulada Aphoristic and Novelistic Structures in the Work of Ramon Gómez de la Serna. No se trata, pues, de un neófito en el campo de los estudios ramonianos ni, por descontado, un scholar de reciente promoción, como lo demuestra especialmente en los capítulos inicial y terminal de este estudio. El primero viene dedicado a un planteamiento teórico acerca de la evolución moderna del género novelístico, que le permite, ubicar y a la vez justificar la categorización de las cuatro obras de Ramón aquí analizadas como novelas, y el sexto, dedicado a una síntesis interpretativa de las por él llamadas novelas de la nebulosa. La capacidad de síntesis de que es capaz González-Gerth queda ampliamente probada en dichos capítulos. Por ello nos resulta más sorprendente que renuncie a tales dones al dedicarse en los cuatro capítulos centrales de su estudio a analizar detalladamente las cuatro novelas, por orden cronológico de aparición (El Incongruente, El novelista, Rebeca y El hombre perdido) y siguiendo con respetuosa monotonía la organización de cada novela. Esta actitud, que se justifica mejor en El novelista, por sus muy particulares características de construcción, que hacen de ella una «novela de novelas» o un «novelarlo» (como la llamó con un acertado neologismo el propio Ramón al darla a luz por primera vez, sobre la base de términos como «epistolario»), González-Gerth la extiende también a las demás obras que, a pesar de estar construidas con episodios muy poco enhebrados (la construcción «madrepórica» a la que muy tempranamente aludió uno de sus primeros y mejores observadores) y, tal vez precisamente por ello, el crítico debía haber superado. Sea como fuere, lo cierto es que para el conocedor de la obra ramoniana, la sumisión al orden narrativo adoptada por González-Gerth resulta excesiva, y preferiría haberlo visto desprenderse de ella, para asumir esas capacidades de síntesis y de distanciamiento crítico de que hace prueba en los capítulos mencionados. Tal cual, los cuatro capítulos se reducen a una acertada y ordenada recapitulación de los elementos de la intriga, salpimentada de comentarios a determinados momentos de la misma, que al comentarista le parece necesario resaltar por su importancia, su significación o su dificultad interpretativa. En cada uno de estos capítulos, González-Gerth procede a una introducción sintética y a conclusiones igualmente interesantes, que hacen lamentar todavía más la excesiva dedicación a los resúmenes, por muy acotados que éstos aparezcan. Lo disculparemos en la medida en que cumpla su promesa de publicar una nueva monografía sobre la obra ramoniana, que tan necesitada está de ello. Es cierto que el centenario recientemente celebrado ha suscitado un interés nuevo sobre ella, pero mientras no pasen muchos años con publicaciones adecuadas en el número y la calidad a los valores de la literatura ramoniana, seguiremos temiendo que, como otros centenarios, éste sea una piedra en el fondo del pozo. Nadie va a reprochar a González-Gerth, como él supone correctamente (p. 131), que categorice la mayor parte de los libros de ficción en prosa ramonianos dentro del género novela. Si hay un género proteico y con potencia para integrar en él elementos novedosos y con capacidad para superar las famosas y periódicas «crisis» genéricas, ese género es la novela, por su condición bastarda, mezcolanza de mil géneros y subgéneros literarios y no literarios. Incluso si, como hemos supuesto repetidas veces en los últimos años, el género no recupera nunca su condición de producto cultural preferido del «gran público», la novela, como producto minoritario, al par de los demás géneros literarios (si reducimos lo literario a su más conocido valor etimológico, de producción en letra, sea ésta manuscrita, impresa o electrónica), tiene vida para rato, mientras se mantenga ese núcleo de adictos productores y lectores, cada vez más cercanos en número. Ramón Gómez de la Serna, que como prototipo y prometeo del vanguardismo español, desdeñó seguir los caminos trillados del género, tras haberlo repudiado durante sus años juveniles, apostando al fin por su radical renovación, ya renunció a ocupar en el palmares de la literatura el lugar al que estaban acostumbrados los novelistas desde que el género fuera ennoblecido por los grandes maestros del realismo. Con Gómez de la Serna se inicia una nueva actitud de rebeldía por el que seguirán no sólo los jóvenes del 27, sino incluso ciertos escritores noventaiochistas de espíritu particularmente juvenil y sensibles al mito de la renovación constante.

Pero sí nos tienta reprochar a González-Gerth que se haya dejado llevar demasiado por la seducción del prefacio de Ramón a El hombre perdido, prefacio sin duda estremecedor en el que los dos manes del escritor, Eros y Tanathos, realizan una de sus últimas y desiguales escaramuzas. Porque Ramón no llega a establecer claramente allí que las cuatro novelas estudiadas por González-Gerth las considerara como una forma novelesca aparte y distinta del resto de su producción. La idea de la novela de la nebulosa surge en Ramón para explicar El hombre perdido y para anunciar que, junto a otro tipo de escritos más sometidos a la triste necesidad de comer, producirá nuevos textos de esa especie novelesca de la que ahora tiene clara noción, y para la que busca, en su propia trayectoria de creador, los antecedentes. En ese sentido, recuerda El Incongruente como una novela del absurdo, en la línea de Kafka cuando éste era un desconocido para los españoles, y rememora, dentro de su obra El novelista, una de las novelas proyectadas y abortadas en su interior -la titulada Todos- que el personaje-novelista decide abandonar porque le resultaba imposible seguir en su proyecto, dando como razón que «la nebulosa se traga las novelas y por deseo de dar capacidad a la novela la perdía en la masa cosmogónica primera, desprovista de formas, de géneros, de salvedades, de concepciones, de concreción. El novelista rompió las cuartillas de Todos, novela vana, hija del deseo estéril de la universalidad y de la totalidad» (1923, p. 165). Basta examinar atentamente el contenido y el proyecto de esa novela frustrada, para comprender que Ramón, vía su personaje novelador Andrés Castilla, hizo un intento de aclimatación casi caricatural de lo que por aquellos años se consideraba una novedad literaria: el unanimismo, con sus pretensiones polifónicas y simultaneistas. Ciertamente, Ramón extiende su interés no sólo a las personas sino también a las «circunstancias» objetales, puesto que, en su intento totalizador, va más allá de la representación de las estructuras sociales y del héroe anónimo hasta regresar, con la radical supresión de preferencias y jerarquías, a un caótico estado precreativo. Pero extrapolar el fragmento de El novelista hasta considerar toda la novela como parte integrante de las novelas de la nebulosa es un gesto que ni el mismo Gómez de la Serna había hecho en su prefacio a El hombre perdido. Por ese camino nos resulta imposible seguir a González-Gerth. En El novelista encontramos una estructura bien definida, que el propio crítico describe primero como «a cluster of novels» (un racimo de novelas), encontrándole afinidades con el Decameron de Boccaccio, para inmediatamente precisar más definiéndola como «a series of fragmentary stories within a story» (p. 66). No se trata, pues, de una novela «tradicional», sino de un experimento de novela dentro de la novela, aunque también tenga sus cuarteles de tradición literaria, como reconoce en su capítulo final González-Gerth al decir que es «a highly original approach to variegated fiction in the tradition of Cervantes and Laurence Sterne» (p. 142), y al relacionarlo con Les faux-monnayeurs (p. 140). La mejor prueba de que sólo Rebeca y, sobre todo, El hombre perdido, constituyen los textos básicos de la novela de la nebulosa, es que en ellos se detiene casi exclusivamente nuestro estudioso en su excelente capítulo de síntesis final. En cambio, nada nos dice sobre los resultados de la manifiesta intención ramoniana de proseguir después de El hombre perdido, que él considera su «primera novela completa nebulosal» (1947, p. 13), otros textos de la misma índole: «Quiero que aparezca en esta novela y en las que escriba en el futuro todo lo que la aprensión cree encontrar en la vida actual y sus alrededores [...]. Voy a dar en serie varias novelas de la nebulosa, pues cada vez estoy más convencido de que decir cosas con sentido no tiene sentido» (1947, pp. 8-9). Hasta su muerte no publicará más que dos nuevas novelas: Las tres gracias (1949) y Piso bajo (1961), ambas subtituladas, según su tradición, como «novelas grandes», y que están en la línea neocostumbrista propia de Ramón desde, cuando menos, La viuda blanca y negra. Sin duda las necesidades de pan y los achaques hicieron desistir a Ramón de continuar creando novelas «de la nebulosa». Ya lo anticipaba en el prefacio de El hombre perdido, donde, tras reconocer que la obra se salía de todos los cánones, suponía que era su editor quien tenía que gritar «¿Quién me compra este lío?» (1947, p. 10).

No obstante todo lo objetado a este estudio, hay que reconocer que, en su conjunto, es uno de los que, excepcionalmente, no se pierde en vana palabrería y analiza a fondo, con decisión y claras premisas metodológicas, algunas de las más difíciles novelas ramonianas. Frente a tal hecho, resultan insignificantes las objeciones de fondo que le hemos hecho y las de forma que, aquí y allá, podrán hacérsele.





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