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Una española ilustre

Concepción Gimeno de Flaquer



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Gertrudis Gómez de Avellaneda es el astro más resplandeciente del parnaso femenino.

A excepción de Teresa de Jesús, la insigne doctora de ÿvila, que brilló en el afortunado siglo XVI, siglo de Shakespeare y de Cervantes, no se conoce en la historia de nuestra literatura una escritora más distinguida que la ilustre Avellaneda.

Y el paralelo no es posible entre la escritora mística y la Avellaneda. Su gloria es distinta, por más que la gloria de ambas sea muy radiante.

España ha sido afortunada en mujeres eminentes: nuestros fastos literarios están esmaltados con los nombres de Oliva Sabuco de Nantes, célebre filósofa; Teresa de Cartagena, Beatriz Galindo, Francisca de Nebrija, Isabel de Vergara, Lucía de Medrano, Isabel la Católica, María de Zayas, Ana Caro, Feliciana Enríquez de Guzmán, Vicenta Maturana y otras muchas notabilísimas; pero todas inferiores, en nuestro concepto, a la autora de Alfonso Munio, Saúl y Baltasar: obras que han sido colocadas a la altura del Pelayo, de Quintana; el Edipo, de Martínez de la Rosa y la Virginia de Tamayo.

En todos los países han brillado mujeres que han dado lustre a su sexo, lo mismo en la antigüedad que en los tiempos modernos.

La hija de Cicerón (Julia), la hija de Craso (Licinia) y la madre de los Gracos, se distinguieron como oradoras muy elocuentes; Cornelia Morella y María Fernández fueron coronadas en el Capitolio, y sin embargo, la gloria de éstas es inferior a la de nuestra Avellaneda.

Tengamos presente que una de los mejores prosistas ha sido mujer: George Sand; uno de los mejores poetas Mme. Valmore; uno de los primeros pintores Rosa Bonheur, y uno de los primeros trágicos, líricos, dramáticos y novelistas, Gertrudis Gómez de Avellaneda.

La Avellaneda escribía un drama con la facilidad que Mme. de Chatelet componía un tratado de álgebra.

Pocos poetas han dado al teatro, cual la Avellaneda, seis producciones notables en un mismo año.

La Avellaneda rivaliza en sus tragedias con las obras maestras de los clásicos, y en sus poéticas leyendas con los grandes maestros de la literatura fantástica, Hoffmann y Puchkin.

Uno de sus críticos ha dicho que el Baltasar de la Avellaneda es más vasto, más trascendental que el Sardanápalo de Byron.

Tanto nos honra la Avellaneda con su gloria, que los hombres han querido usurpárnosla para el parnaso masculino. En una galería de poetas españoles han incluido a la Avellaneda, bajo pretexto de que no es poetisa sino poeta. Nosotros opinamos que es las dos cosas a la vez: que su genio es bisexual. Si como poeta asombra su pujanza, como poetisa encanta su ternura. Sus versos tienen la robustez del numen masculino, como llevan impreso el sello de una delicadeza femenina las creaciones de Lamartine y Michelet. La Avellaneda es poeta sin perder las facultades afectivas de la mujer. Nos admira en ello el brío, la concisión, la entereza y el desenfado del gran poeta, y nos encanta la flexibilidad, la dulzura, la gracia, la sensibilidad de la escritora eminente.

La Avellaneda es tierna y dulce sin ser almibarada.

El estilo de la Avellaneda es grandilocuente, los giros de su pensamiento, valientes y originales. Guarda gran respeto al idioma, y es erudita sin afectación. Hércules por su inteligencia, es sensitiva por su corazón. Su talento tiene una extensión ilimitada.

Cuatro mil años pasarán sobre Gertrudis, y conservará, sin embargo, la juventud de la gloria y la inmortalidad.

Las ciencias, las artes y la literatura le consagrarán una página de oro, pues ciencias, artes y letras cultivó con éxito igual.

No ha existido dificultad en el mundo de la inteligencia que ella no haya vencido: dotada de un espíritu viril, de un carácter enérgico, de firme decisión y poderosa voluntad, llevó a cabo las más altas empresas.

¡Qué valiente inspiración, qué grandioso ritmo en la palabra, qué severidad en el pensamiento, qué lujo de imaginación podemos admirar en La Aventurera, magnifica creación de Gertrudis…!

La Avellaneda es fisiólogo, anatomista, filósofo, poeta bíblico, dramático y épico. La Avellaneda es el Miguel ÿngel de nuestro sexo; aquel ser extraordinario a quien se le atribuyeron cuatro almas.

La tumba de Gertrudis no es el limitado terreno que tiene señalado un panteón; Gertrudis tiene un monumento mejor que los soberbios mausoleos de los potentados: su glorioso monumento es la memoria de los hombres, su sarcófago el Universo. Sirvan estas líneas de emulación para que las mujeres inteligentes se consagren al estudio.

Ha dicho Navarro y Rodrigo: «Quien teniendo genio le deja sin producir, es peor que el avaro, peor que el propietario que no quiere aprovechar sus más fértiles terrenos; por la misma razón que las obras del genio valen más que los tesoros que no utiliza el avaro; por lo mismo que los productos de una elevada inteligencia van a alimentar las almas, y que los productos de la tierra dan solo el pan material a nuestra vida».

Si la mujer no cultiva su inteligencia, no dará al mundo obras tan útiles como los notables tratados de educación escritos por Carolina di Barreau, Paulina L***, la marquesa de Lambert y otras muchas.

¡Ilústrese a la mujer, porque es el alma del mundo!

Si la mujer recibe una ilustración semejante a la del hombre, se comprenderán mejor, no habrá distancia moral entrambos, y quedarán equilibrados.

¡Cuán hermoso es este equilibrio!

La fuerza moral del hombre y la mujer será igual mientras reciban la misma educación. La envoltura carnal no es obstáculo para la inteligencia. Nada importa que nuestro organismo sea más débil que el del hombre. Platón, Pope, Alarcón, y otros, tenían raquítica figura, débil complexión y titánica inteligencia. No temáis que nos perjudique la cultura del espíritu.

Las mujeres de preclaro talento, es decir, las Aspasias y Corinas, pueden atesorar las virtudes de las Lucrecias, Cornelias, Porcias y Susanas.

¡Instruid a la mujer!

El respetable académico Leopoldo Augusto de Cueto, nos dice lo siguiente: «No hay indicio más claro de que las civilizaciones han llegado al apogeo relativo a que están destinadas en los arcanos de la providencia, que ver a las mujeres confundirse con los hombres y emular con ellos en las gloriosas contiendas del pensamiento y la inspiración».

Nada más útil que una instrucción sabiamente dirigida.

La mujer no está destinada a ser siempre una pintora célebre como Catalina Querubini, individua de tres academias; una escultora notable como Luisa Roldán; una distinguida grabadora cual Diana Mantuana; una reputada actriz cual Adriana Lecouvreur; una célebre pianista cual María Bigot; pero esta no es razón para que se le prohíba cultivar sus aficiones y facultades intelectuales.

No todos los hombres están llamados a ser Alejandros, Licurgos, Aníbales, Cicerones, y Lopes; mas cada hombre tiene cien mil caminos abiertos para elegir el que le plazca.

¡Felices los pueblos en que la mujer cuenta con recursos para atender a su subsistencia, adquiridos por medio de un trabajo noble que la enaltezca! En Suiza, la contabilidad y teneduría de libros se halla fiada a las mujeres; en Londres, muchas oficinas de telégrafos se hallan servidas por mujeres, y en Francia hay para ellas cargos decorosos y lucrativos.

¡Bendito sea ese progreso que tantos cataclismos evita!

La inteligencia no tiene sexo: educad a la mujer cual se la educa en las escuelas mixtas de otros países, y sobresaldrán en ella las brillantes aptitudes que el cielo le otorgó.

La mujer tiene en el fondo del alma un valor moral que resplandece menos que vuestro valor cívico; pero que en distintas situaciones es cien veces más útil que éste, del cual hacéis pomposo alarde.

En algunas circunstancias os ha igualado y aun superado en heroísmo la mujer. Antonieta Adams, llamada el caballero Adams, fue tan valiente, que hecha prisionera, la fusilaron de pie por respeto a su valor. Jimena Velázquez, en el año de 1110, defendió con sus hijas la ciudad de ÿvila, obligando a los musulmanes a levantar el sitio.

Epicaris fue mujer de tanto carácter, que sufrió mil tormentos y se dio muerte antes que descubrir los nombres de sus cómplices en la conjuración contra Nerón. Cuando el temor a los déspotas hacía enmudecer cobardemente a los filósofos y los poetas romanos, la poetisa Sulpicia tuvo el arrojo de emplear con varonil vigor las agudas y envenenadas armas de la sátira contra el emperador Domiciano, en defensa de su marido.

Las mujeres suliotas, antes que verse deshonradas, prefirieron despeñarse, abrazadas a sus hijos, y sucumbieron en insondable abismo. La historia nos da cuenta de muchas heroínas semejantes a las suliotas, entre las cuales no podemos olvidar a las saguntinas.

La mujer hispano-americana tiene templada el alma para todo lo extraordinario, grande y sublime: despertadla de su marasmo, y pondrá en ejercicio sus relevantes cualidades.

Los resplandores que irradia la gloria de la Avellaneda, son suficientes para iluminar a nuestro sexo.

¡Hagámonos dignas del honor que su gloria nos concede!

El mejor homenaje que podemos tributar a la Avellaneda, y el más inmarcesible laurel, será seguir la brillante estela que su genio nos ha dejado.





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