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11

En este caso también se imitan los títulos que encabezan los capítulos de El caballero del Febo.

 

12

Aquí no se trata del arma, sino de una «trompetilla», según el diccionario de Terreros.

Conviene notar ya las numerosas figuras retóricas destinadas a conferir una tonalidad grandilocuente a un discurso que debe corresponder a la personalidad -y al estilo- del «magnilocuo» Huerta: anáforas («desde que...»; «contra aquel...»; «Yo...»), verbos duplicados o triplicados («llamo, convoco y excito...»), arcaísmos, unos de uso aún corriente en la lírica («luengas»), otros ya no y por lo mismo burlescos, según se podrá observar conforme se vaya leyendo el poema.

 

13

Se burla el autor, como todos los que tomaron parte en la polémica, del vocabulario hortense: los «celtas» (o «transpirenaicos») son los franceses, y los «hispanoceltas», por lo tanto, los imitadores de aquellos, o digamos: «afrancesados» en literatura, partidarios de las reglas.

 

14

Los que escriben en endecasílabos blancos; de sueltos los califica Huerta en la Advertencia a la Xaira (1784, pp. 3-4); varios neoclásicos, Montiano, López de Sedano en su Jahel (1763), Nicolás Moratín, Olavide y otros los preferían a la versificación tradicional que tenía a sus ojos el defecto de «gobernar el concepto», según escribía el primero (véase Sur la querelle du théâtre.... p. 586); Moratín el padre, eligiendo en sus tragedias un término medio, usa «de asonantes y consonantes según ocurren, sin buscarlos ni desecharlos» (Prólogo de Ignazio Bernascone a la Hormesinda, s. pag.). La «huida» de los versiblanquistas es alusión a uno de los siete críticos antihortenses desbandados por El Pedo dispersador (1785).

 

15

Uno de los muchos neologismos -en este caso es latinismo por «envidia», «malignidad»- usados por Huerta en sus obras críticas. Prácticamente todos sus contrarios hicieron mofa de ellos; véase el capítulo dedicado a D. Vicente en mi libro Sur la querelle du théâtre au temps de L. F. de Moratín y en su versión española, Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, y más adelante, n. 49.

 

16

Parece parodia de cuatro versos (41-44) del Elogio del Excmo. Sr. D. Antonio Barceló con motivo de la expedición contra Argel en julio de 1784 (M., Sancha, 1784); del Teniente General se dice en efecto que


«...al mismo Bárathro asusta,
haciendo que se consternen
Harpías, Furias y cuanto
monstruo encierra pestilente».
 

17

Este nombre se daba a la estatua de Venus que adornaba la fuente churrigueresca situada en la Puerta del Sol, enfrente de la hoy desaparecida iglesia del Buen Suceso; la Puerta del Sol era un lugar de cita para muchos escritores y, según refiere Ceán (p. 25), Huerta solía disparar sus escritos a sus competidores desde las tiendas de aquel sitio.

 

18

«A un Español, a un Oriental, a quienes la sublimidad y pompa de sus Poesías encanta justamente, sería insoportable una Poesía Francesa...» (Advertencia a la Xaira, p. 5). En su Desengaño III al theatro español escribía ya Nicolás Moratín: «¿Quién ha dicho que los Asiáticos no tuvieron aquel estilo pomposo que aún hoy dura?». Véase también más adelante (versos 158 y ss.).

 

19

Aquí se alude casi seguramente a una poesía del Pe Butrón, que cito ya en mi otro artículo sobre Huerta, y en la que un dogo, despreciando a los gozquecillos que «se le llegan al trasero / [...] alza la pata y los mea / y prosigue su camino» (B.N.M., ms. 10924, p. 34).

 

20

No puedo interpretar esta alusión. Santa Engracia sufrió el martirio en Zaragoza, y lícito es preguntarse si no la habrá confundido el autor con Nuestra Señora de Gracia, que dio su nombre al hospital de la misma ciudad en el que se encerraba a los locos (recuérdese el famoso epitafio de Iriarte a García de la Huerta).