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La Campana de Huesca fue editada por su autor por primera vez en 1852. En 1854 se volvió a editar con el texto idéntico, añadiendo un prólogo de Serafín Estébanez Calderón. La tercera edición de 1868 y la cuarta de 1886 introdujeron cambios significativos en la obra, por sendas revisiones del autor. A partir de esta cuarta edición no se introducen más cambios.

Las ediciones que podemos documentar son las siguientes:

  • La campana de Huesca. Crónica del Siglo XII, por Don Antonio Cánovas del Castillo. 1852, 81, 271 pp.
  • La Campana de Huesca. Crónica del Siglo XII por Don Antonio Cánovas del Castillo, con cierto prólogo cortado al uso y ajustado con mano amiga al cuerpo de la obra por «El Solitario», Madrid, Imprenta de la Biblioteca Nueva. 1854, xiii-388 pp.
  • Estudios Literarios de Don Antonio Cánovas del Castillo. Madrid. Imprenta de la Biblioteca Universal Económica. 1868. Dos tomos. (El segundo tomo es La Campana de Huesca. Hay una introducción a la novela donde el autor indica que ha corregido la novela).
  • La Campana de Huesca. Crónica del Siglo XII. Con el prólogo que para la segunda edición escribe don Serafín Estébanez Calderón, Madrid, Tipografía de M. Hernández. 1886, 572 pp. (El editor indica en el prólogo que el autor la ha sometido a una segunda revisión).
  • La Campana de Huesca. Crónica del S. XII por Don Antonio Cánovas del Castillo, Barcelona, 1903, 312, p. 40.
  • La Campana de Huesca. Crónica del Siglo XII por Don Antonio Cánovas del Castillo, Madrid, Saturnino Calleja, 1909.
  • La Campana de Huesca, Madrid, La Novela Corta, 1919. Edición resumida.
  • La Campana de Huesca, Madrid, Novelas y Cuentos, 1948.
  • La Campana de Huesca, Madrid, Tebas, 1976.
 

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Sin duda es ésta una novela que ha sido generalmente denostada, despreciada o ignorada por la crítica y la historia literaria. Se ha criticado tanto las distintas obras literarias de Cánovas como su estilo literario. Dada su condición, no sólo de hombre político, sino de hombre fundamental, símbolo de una época y de un régimen y por lo tanto objeto de grandes odios y de grandes amores, no parece disparatado creer que consideraciones políticas influyeron en la visión crítica de Cánovas. Claramente lo reconoce el Padre Blanco García: «Bien sé que no agradará a todos ver estampado aquí el nombre de Don Antonio Cánovas, nombre que va convirtiéndose en bandera de combate para amigos y enemigos» (La literatura española en el siglo XIX, Madrid, Sáinz de Jubega, 1891, II, p. 597). De esta forma puede entenderse el durísimo ataque de Clarín en el segundo de sus folletos literarios, Cánovas y su tiempo, (Madrid, Fernando Fe, 1887). Después de haber arremetido contra el Cánovas poeta y el Cánovas pensador, Clarín se lanza contra el novelista y le acusa, sobre todo, de no saber escribir, de estilo rancio y de innumerables fallos gramaticales. Bien es verdad que todo esto lo afirma pocas líneas después de escribir lo siguiente: «¿Habrá leído El Solitario la novela de su sobrino? Yo no lo sé; pero lo que sí puedo asegurar es que yo... no pienso leerla» (ibidem, 63). Después de la lectura del folleto de Clarín pocas dudas hay de que tiene más en mente al jefe del partido conservador que al literato cuando habla de La Campana de Huesca. Pero dos críticos más ecuánimes, como el Padre Blanco y Julio Cejador, tampoco encuentran virtudes en la novela. El Padre Blanco considera a Cánovas «émulo poco feliz de Walter Scott [...] erudito más versado en arcaísmos de lenguaje que en misterios psicológicos» (op. cit. II, pp. 266-267). Cejador despacha la novela mucho más rápidamente: «Su novela, con algunos aciertos, es obra de aprendiz» (Historia de la Lengua y la Literatura Castellana, Madrid, Imp. R. A. B. M., 1910, VII). En las obras publicadas a partir de 1940 la suerte de La Campana de Huesca es aún peor: Peers (Historia del movimiento romántico español, Madrid, Gredos, 1973), Llorens (El Romanticismo español, Madrid, Castalia, 1979) y Alborg (Historia de la Literatura Española. El Romanticismo, Madrid, Gredos, 1980) no la mencionan siquiera y Navas Ruiz (El Romanticismo español, Madrid, Cátedra, 1982, p. 138) únicamente da su fecha de publicación. La única referencia que he encontrado sobre la literatura de Cánovas posterior a 1940 es de Eugenio D'Ors, y, por no variar, totalmente desfavorable: «Las páginas de Cánovas parecen manoseadísimas y abominadísimas temas escolares; castigo de forzados, trabajo de galera. Nadie, para no importa que labor, puede haber tenido al mismo tiempo menos amor y más pasión que Cánovas por el ejercicio de la Literatura» (El valle de Josafat, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1944, p. 83). No es extraño pues que en 1985 una investigadora que estudia a Cánovas en su quehacer de historiador, se refiera a su producción literaria en estos términos: «La producción literaria de Cánovas [...] no deja de ser mediocre, calificativo en el que están de acuerdo todos sus críticos, incluso los más adeptos [...] Hizo su aportación a este género literario [la novela histórica] con la publicación en 1851, de La Campana de Huesca, obra mediocre y mal escrita en cuya valoración están de acuerdo la mayoría de sus críticos, si prescindimos de las opiniones interesadas de La Época, o las de su tío, don Serafín Estébanez Calderón» (E. Yllán Calderón, Cánovas del Castillo, entre la Historia y la Política, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985, pp. 18-21). Tan sólo Menéndez Pelayo juzga favorablemente la obra de Cánovas y no duda en afirmar que «aventajó a muchos novelistas de profesión, no por lo que tuviera de poeta, sino por lo mucho que tenía de historiador». Califica la obra como entretenido cuento y encuentra en ella buenas cualidades y calidades: «Cualidades históricas y del mismo género de las que en la novela de Walter Scott se elogian son las que principalmente realzan La Campana, tanto en la pintura del rústico y valeroso almogávar... como en los recuerdos arqueológicos de la ciudad de Huesca [...] y en las bellas escenas en que aparece el Conde de Barcelona [...] La locución es asimismo muy pura y aunque no exenta de resabios de arcaísmos, corre más suelta y fácil que sus escritos posteriores, con cierta lozanía juvenil» (Estudios sobre el teatro de Lope de Vega. Crónicas y leyendas dramáticas de España, Santander, Edición nacional de las obras completas de —, 1949, pp. 417-418).

 

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La leyenda es muy antigua y aparece ya en los primeros textos que tratan la historia de Aragón: P. M. Carbonell, Chroniques de Espanya, s. a. [1547], la presenta como histórica, mientras que J. Zurita ([1580], Anales de la Corona de Aragón, Zaragoza, Diego Dormer, 1969, J. Briz Martínez, Historia de la fundación y antigüedades de San Juan de la Peña y de los reyes de Sobrarbe, Aragón y Cataluña, Zaragoza, Juan de Lanaj y Quartanet, 1620 y E. Garibay Compendio Historial de las Crónicas y Universal Historia de todos los Reynos de España, Barcelona, Sebastián de Comellas, 1628. J. de Blancas, Comentario de las casas de Aragón..., Zaragoza, Imp. del Hospicio, 1878 [1588], no llega a pronunciarse sobre su veracidad.

 

4

Todas las citas a la novela se refieren a la edición de Tebas (vid. nota 1).

 

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«Si yo aborrezco a esa gente miserable, tanto es por lo audaz como por lo desalmada; cualquiera de ellos es capaz de medirse, de solo a solo, con un caballero y tan en vano esperaríais que el temor ocupase sus pechos, como que refrenase el respeto sus lenguas. [...] esos almogávares son temible gente, aunque digna de aborrecimiento... tendremos que emprenderla con ellos y no dejar el hierro hasta no exterminarlos»


(p. 156)                


 

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Por ello Aznar aplaude las historias de Manifierro sobre el Conde de Barcelona, en las que éste se opone a los nobles para favorecer al pueblo: ese tipo de rey es el que él necesita. Su solución al problema está clara: los ricos-hombres deben desaparecer, y a ello se aplica. Cuando Fivallé (enviado de Ramón Berenguer) intenta oponerse a él, Aznar es tajante: «Buen escudero, yo defiendo a mi Rey, y sé como debo defenderlo; cuidad vos de defender a vuestro Conde y de lo que convenga a su servicio. Yo, acabando en un día con estos soberbios ricos-hombres, hago libre a Aragón y libre al trono. Pues que el Conde de Barcelona viene a ocupar ese trono y a reinar en Aragón, ved vos si os conviene impedirlo. Sin esas muertes que deploráis, ni don Berenguer dejará de ser Conde, ni Aragón y Cataluña se verán unidos jamás».

 

7

Clarín en su ataque cerrado a la novela encuentra mal hasta el nombre del personaje: «Castana, y no Castaña, como puedan creer los maliciosos no es una perra, sino una de las heroínas de la novela, si no me engaño. ¡Castana! ¡Castana! ¡Vaya un nombre! ¡Tanto valdría llamarse Bosch y Fusteguera!» (op. cit., p. 65).

 

8

Da la sensación de que Cánovas, lector sin duda de El Quijote, se complace en el juego de imitar a Cervantes. Incluso a veces se contraponen opiniones diferentes de ambos narradores. El segundo narrador dedica dos páginas a la lamentación por el desastroso estado del convento de Mont-Aragón, contraponiendo sus ruinas con sus pasadas glorias. La lamentación está hecha desde el tiempo presente, mas cuando se pone a transcribir la crónica del muzárabe, reconoce el segundo narrador, que el muzárabe criticaba el esplendor del monasterio por entender que se había apartado de las cuestiones espirituales en favor de las temporales. Con lo cual el segundo narrador concluye: «sin pararme a contemplar cuan diversamente juzgan las cosas aquellos que las ven y las tocan de los que las aprenden o examinan al trasluz de los siglos, pasé adelante con el relato del buen muzárabe» (p. 52). En el capítulo XVI el segundo narrador reproduce literalmente las palabras del muzárabe (única vez en la novela) que lanza un duro ataque a los almogávares. Y cuando termina de hablar el muzárabe, el segundo narrador prosigue de esta manera: «Mas si, prescindiendo de estas sentencias dictadas por boca enemiga, llegamos a considerar los hechos de aquella gente, parece que no faltaban en ella buenas partes que oscurecían las malas» (pp. 111-112).

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