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Una pluma romántica. Gertrudis Gómez de Avellaneda y su novela corta «Dolores»1

Rocío Charques Gámez





En este trabajo pretendemos cuestionarnos sobre el grado de Romanticismo que presenta la obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda2. Si bien el análisis de la obra completa nos ofrece las respuestas a la cuestión planteada, no resulta menos clarificador el estudio comparado de las distintas versiones que presenta un mismo texto. Para ello, tendremos que acudir a la prensa, principal medio de publicación de la época y soporte indispensable al que ha de acudir el estudioso de la literatura decimonónica. Por nuestra parte, vamos a centrarnos en realizar un análisis de las variantes textuales de una de sus obras en prosa: la novela corta Dolores. El objetivo del presente trabajo no es otro que comparar las distintas versiones de este texto para localizar los pasajes que han sufrido alguna modificación. En efecto estas transformaciones pueden revelar la evolución literaria de La Peregrina.

Esta novela corta aparece por primera vez en el Semanario Pintoresco Español en 1851. Cabe puntualizar que las colaboraciones de nuestra escritora en este semanario datan del año 1845 y se extienden hasta 18563.

Pese a que no son muy numerosos los textos de Gómez de Avellaneda publicados en él, trece en total, hay que subrayar que su colaboración con esta publicación periódica es la más fructífera de su carrera4. Entre estos textos contamos diez poemas: bien originales o bien traducciones. Por otro lado, las obras narrativas escasean pues se editan solo tres producciones: dos leyendas (La velada del helecho5 y La montaña maldita) y una novela corta (Dolores). Las leyendas que Gómez de Avellaneda recrea en esta publicación surgen de tradiciones suizas. La velada del helecho o El donativo del diablo. Novela, aparece en varios números en 18496, mientras que La montaña maldita. Tradición suiza, se publica dos años después, el 8 de junio de 18517. En contra de lo que pudiéramos suponer, las leyendas no se editan en el mismo periodo en el Semanario Pintoresco Español, en cambio la última leyenda y la novela corta salen a la luz el mismo año, en 1851. Como ya ha subrayado la crítica, se advierte un tratamiento inverso, en cierto modo, de la temática en los textos publicados este año. En efecto, estos desarrollan una historia que presenta el conflicto entre madres e hijos. Por un lado, la leyenda muestra un personaje femenino menospreciado por el hijo, que no ha aceptado ser el hijo ilegítimo de una mujer de baja condición social. Por este motivo recibirá un castigo ejemplar. Por otro, la novela corta nos muestra a una mujer que antepone su orgullo a sus sentimientos maternales, «enterrando en vida» a su hija en un castillo. En esta ocasión, la víctima sabrá perdonar e incluso sacrificará su vida por preservar el buen nombre familiar. Esta temática, como bien nota Evelyn Picón Garfield (1993), se desarrolla en muchos de los textos literarios de Tula. De hecho, como sucede en Dolores, la relación entre padres despóticos e hijos abnegados y obedientes se recoge en otras producciones como en el drama Alfonso Munio, Saúl, La verdad, vence apariencias o El príncipe de Viana (Picón Garfield: 85-86).

Dolores, como hemos apuntado, se publica por primera vez en 1851 en el Semanario Pintoresco Español. Más tarde sale a la luz en el Diario de la Marina, de La Habana (1860). Esta última versión es la que aparece en 1870 en la colección de obras completas de la autora camagüeña. Una primera diferencia se evidencia, desde el primer momento, entre las dos versiones. El título difiere de una a otra. La primera versión lleva por título Dolores; la segunda, Dolores. Páginas de una crónica de familia. Nuestra comparación se realizará a partir de los textos publicados en el Semanario Pintoresco Español y en las obras completas.

Entre enero y febrero de 1851 el Semanario Pintoresco Español publica los capítulos de esta novela corta8. El texto se inscribe dentro de la corriente romántica y recrea un suceso ambientado en la Edad Media que la autora presenta como verídico, extraído de sus archivos familiares. La protagonista, Dolores, se enamora de un hombre que proviene de un linaje no admitido por su familia. La madre, presa del deber y salvaguarda del honor familiar, evita este enlace haciendo creer que su hija ha fallecido. En realidad, hace beber a su hija una pócima para que parezca muerta y, después del entierro ficticio, ella se retira con Dolores a un lugar al que nadie más tiene acceso. En un momento dado, el padre descubre el engaño, pero la magnanimidad de Dolores evita el castigo materno y decide, para defender a su captora, retirarse del mundo. Ingresa entonces en un convento y borra su nombre adoptando una identidad falsa.

La novela corta Dolores viene acompañada en ambas ocasiones por una carta-prólogo dirigida al director de la publicación periódica. Nuevas diferencias se advierten asimismo en este momento. Se puede apreciar una mayor cercanía en la carta-prólogo del Diario de la Marina. Así por ejemplo, la epístola recogida en el Semanario Pintoresco Español va encabezada por la fórmula: «Sr. Director del Semanario Pintoresco»-, mientras que la carta fechada en la Habana en julio de 1860 va destinada a un amigo. A la fórmula: «Sr. Director del Diario de la Marina», le sigue: «Muy señor mío y amigo». A él se dirige como «mi estimado amigo» (p. 367) y en su despedida firma como «su afectísima amiga» (p. 368). Esta cercanía al director es inexistente en la primera carta. No obstante en ambas ofrece una excusa al publicar esta historia. En el primer caso comunica cómo ha pasado dos noches en vela por no lograr satisfacer la petición del director, que le solicita la redacción de una novela para su semanario. En esta ocasión, confiesa, no ha sido capaz de crear una historia a partir de su imaginación y ha tenido que recurrir a otras fuentes para escribir su relato -hecho que puntualiza que no es habitual en su producción literaria, nacida, principalmente, de su fantasía. En otro momento de falta de creatividad recuerda que también recreó historias ya contadas, como es el caso de su famosa tragedia Alfonso Munio. En ambas situaciones, Tula opta por recurrir a sus archivos familiares para buscar inspiración. Cuando le falla la imaginación («aquella rica abastecedora de halagüeñas mentiras», p. 3, dice la autora), debe a acudir a otras fuentes y seleccionar episodios que puedan interesar al lector de su época.

En la carta-prólogo del Diario de la Marina se excusa por no publicar un texto original e inédito, pues en tres meses no ha dispuesto del tiempo necesario debido a la dedicación que emplea en la dirección del Álbum cubano de lo bueno y lo bello9. Advierte que cuenta con la comprensión del director de la revista, quien sin duda conocerá de primera mano la situación en que se encuentra. La escasez de tiempo no le impide, en cambio, realizar varias modificaciones en el texto, como iremos apreciando a lo largo de nuestro trabajo.

Por otra parte, es indudable que Gertrudis Gómez de Avellaneda pretende, con estas introducciones, ganarse la benevolencia de sus lectores. El recurso de la captatio benevolentiae es recurrente en los dos casos. Busca la comprensión del director de la revista y, sobre todo, la del lector. Más particularmente se comunica con el público femenino del Semanario Pintoresco Español, pues sabe que será este el que muestre mayor interés por su novela corta. Incluso la autora se permitirá halagar a sus destinatarios con este propósito. Por ejemplo, en las siguientes líneas de la primera versión leemos:

«[...] ruego a los suscritores del Semanario, a quienes la dedico en muestra de mi aprecio y buena voluntad, que tampoco se quejen de mí si no alcanza Dolores la fortuna de agradarles [...] formo sincerísimos votos por la dilatada vida del Semanario, y por las ventajas de todo género que merece su ilustrado director, y porque proporcione su lectura completo solaz y entretenimiento a sus constantes suscritores, y principalmente a sus bellas suscritoras».


(p. 3)                


La elección del asunto del texto viene motivada, como la escritora pone de relieve, por el interés personal que despierta en ella el hecho de tratarse de la historia de su familia. Pero se da cuenta de que esto mismo puede ocasionar que los futuros lectores no se sientan atraídos por el tema. La observación queda anotada una vez más para ganarse al público, esos «benévolos lectores del ameno periódico cuya prosperidad deseo» (p. 3) -dice en el Semanario Pintoresco Español. Los sucesos que nos presenta, anota en su carta, se encuentran consignados en las crónicas y tan solo ha tenido que «llenar algún pequeño vacío que solía advertir en el original» (p. 3). Cabe destacar también los calificativos que emplea la autora para referirse a su novela corta, otra manera de conseguir la benevolencia del lector. En la primera carta califica su texto de «pequeño cuadro» (p. 3) y en la segunda, de «desaliñadas páginas» acerca de un «drama doméstico» (p. 367). Por último, la autora detalla que con su novela no persigue transmitir una enseñanza, sino únicamente entretener10.

Si nos fijamos ahora en la estructura de la novela corta, podemos apreciar algunas diferencias entre la primera versión y la última. Existe un cambio de título de algunos capítulos. También se realiza una división del último de ellos en dos11. La división de este último capítulo viene motivada por la extensión del mismo. Puede que la autora decidiera hacerla porque, de esta manera, la extensión de los capítulos sería regular, pues, en efecto, este último ocupa el doble de espacio. Pero podemos suponer que desde un principio quiso presentarlos así, pero que se decidiera editarlos en un solo episodio en el mismo número del Semanario Pintoresco Español. Cabe interrogarse si en ese momento alguna de las colaboraciones con las que contaba el semanario no llegara a tiempo o se decidiera no publicarla. En el Semanario Pintoresco Español, la novela se publica en ocho capítulos. Sus títulos coinciden entre la primera y última versión excepto en el último, por la división del capítulo que ya hemos indicado, y en los capítulos IV y V: «El médico» se llamará «Amor de padre», y «El amor de una mujer, y el orgullo de otra» se convertirá en «La madre y el médico». En el primer caso, con la modificación del título («El médico» cambia a «Amor de padre») se dirige la atención al cuidado, atención y sentimiento del padre, tal vez para contrastar con más fuerza con la frialdad que demuestra la madre. Además el segundo texto elimina algunos párrafos con el objetivo de centrarse en la figura paterna. Más tarde observaremos las principales variantes textuales y citaremos este capítulo.

En el segundo caso, el contraste entre los personajes femeninos, doña Beatriz y Dolores, se deja de lado en el título para centrarse en la relación entablada entre la madre y el doctor Yáñez («El amor de una mujer, y el orgullo de otra»/«La madre y el médico»). En efecto, en la versión del Semanario Pintoresco Español el diálogo entre la madre y la hija es más extenso, mientras que en el último texto este se recorta. No obstante, el título elegido hace referencia al plan urdido por la madre y el facultativo al final del capítulo anterior. En este título podemos adivinar que este va a ponerse en marcha.

Los títulos, por consiguiente, se refieren al asunto que va a desarrollarse en el capítulo («El día de los contratos», «La partida»). En general son títulos breves que se refieren a los personajes principales de la trama de ese episodio. Se trata bien de nombres propios («Dolores y Rodrigo») o comunes («La madre y el médico»). También se remite a los sentimientos de los protagonistas en una ocasión. En la primera versión se contrasta a los personajes femeninos: «El amor de una mujer, y el orgullo de otra». Mientras que en el segundo se prefiere resaltar el de un personaje masculino: «Amor de padre». La figura del médico quiere ponerse de relieve en ambos casos pues si bien el capítulo IV elimina la referencia al doctor Yáñez («El médico»), en la versión final el largo título que contrasta los sentimientos de doña Beatriz y su hija será sustituido por «La madre y el médico». Por otra parte, los dos primeros capítulos sitúan la acción en su contexto histórico: «El bautizo de un príncipe heredero», «Don Juan II y su Corte». Por último indicaremos que el título del capítulo VII nos anuncia una ruptura temporal, pues nos va a presentar lo que acontece seis años después del final del capítulo anterior. Recogemos en la siguiente tabla los títulos de cada capítulo en las dos versiones:

Semanario Pintoresco EspañolDiario de la Marina
El bautizo de un príncipe heredero El bautizo de un príncipe heredero
Don Juan II y su CorteDon Juan II y su Corte
Dolores y RodrigoDolores y Rodrigo
El médico Amor de padre
El amor de una mujer y el orgullo de otraLa madre y el médico
El día de los contratosEl día de los contratos
Seis años después Seis años después
La revelación y la partida Revelaciones
ConclusiónPartida
Conclusión

Por otro lado, el capítulo V se sitúa en el centro de la novela y no es casualidad que sea entonces cuando se produzca el conflicto directo entre los intereses individuales de la hija, guiada por el amor pasional, y los intereses familiares de la madre, defensora del honor de la familia. El primer título elegido hace hincapié en este hecho («El amor de una mujer, y el orgullo de otra»), mientras que el que aparece en las obras completas privilegia la referencia al vínculo entre la madre y el médico. Aparte de elegir un título más breve, Dolores pasa a un segundo término. De hecho, nos parece que pese a que la novela corta lleve por título el nombre de la joven, doña Beatriz de Avellaneda adquiere, en muchas ocasiones, todo el protagonismo. Ella es la que mueve todos los hilos y la que decide cuál ha de ser el destino de su familia.

Respecto a las variantes textuales podemos observar que los dos primeros capítulos son los menos modificados. Quizás se deba este hecho a que se dedican, en su mayor parte, a presentarnos la trama externa. Entre estos primeros capítulos publicados en el Semanario Pintoresco Español y en las obras completas, se percibe un cambio de extensión, ya que en el segundo se recortan abundantes referencias y diálogos del primer texto. Por ejemplo, en el primer capítulo de la primera versión, la aparición del condestable Álvaro de Luna junto a su consorte se presenta con más detalle.

En el capítulo II, hay dos añadidos en la última versión que queremos resaltar. El primero se sitúa en el momento en que se nos describe físicamente al joven Rodrigo, apuesto muchacho de dieciocho años. El rasgo que se pondera de su rostro es la mirada12. Los ojos «negros y rasgados» (p. 13) del primer texto pasan a «magníficos ojos árabes negros y rasgados» (p. 380). Había que añadir una nota más sensual y atractiva a este personaje que, por otro lado, hace su aparición en muy pocas ocasiones. El segundo caso lo encontramos cuando el monarca habla con don Diego Sandoval para proponerle un matrimonio ventajoso a su hija Dolores. Entonces el padre advierte que la elección del esposo coincide, efectivamente, con la hecha por su hija. Por el contrario, en la versión de las obras completas se introduce una interrogante a esta cuestión, puesto que el rey advierte que «tal vez» su elección coincida con la de Dolores.

La voz de la autora se deja escuchar en varias ocasiones como, por ejemplo, en el capítulo III, donde se posiciona con respecto a los escritores de su época que recrean asuntos medievales en sus obras. A diferencia de estos, ella se muestra contraria a describir minuciosamente episodios típicos como las justas o los amores corteses. Comprende que este estilo cultivado por Walter Scott, verdadero maestro del género, se ha copiado reiteradamente pero sin la calidad del original. Opina, además, que los lectores esperan otro tipo de escritura en ese momento. No nos sorprende que la autora atenuara la nota crítica en la última versión, pues en ella se refiere a los escritores en general, mientras que en la primera señala directamente a los autores españoles. En su texto de 1851 censura a «tantos copiantes de brocha gorda como abundan en nuestra España» (p. 21). Leemos en la primera versión (en la segunda se suprime la referencia a Dumas y su admiración por este):

«Nada de lo que pudiéramos decir diremos sin embargo; nos hemos propuesto ser lacónicos, por lo mismo de ser rarísima esta cualidad entre los novelistas de nuestra época, que, sin exceptuar al mismo Dumas (cuyo ingenio por otra parte admiramos), tienen tan extremado placer en charlar con el pacientísimo público, que se detienen capítulos enteros en la prolija explanación de los más insignificantes pormenores, rabiando por describir bástalo que parece indescribible».


(p. 21)                


Este tercer capítulo sigue tendiendo un puente entre ambas épocas, ya que la voz narradora deja por escrito cuáles son las preferencias del público de su tiempo. Podemos advertir cómo estas han variado debido a la distancia temporal que los separa. La primera deja consignada la afición por el baile y añade una censura a la falta de ojo crítico en este asunto; si bien, en nota a pie de página, muestra que esta preferencia por la coreografía sobre el teatro ha pasado de moda, lo que ofrece una nueva distancia temporal entre la redacción del capítulo y la publicación en el Semanario Pintoresco Español13. En la versión definitiva comenta que los intereses de su tiempo se enfocan, en cambio, en asuntos mercantiles. Entre otras variaciones que se aprecian en los fragmentos que recogemos a continuación, puede subrayarse una nota crítica, pues Gómez de Avellaneda deplora que no llegue el tiempo en que nos rijamos por la inteligencia (inteligencia y virtud, agrega en la última versión, añadido que no puede pasar desapercibido). Obsérvese al respecto el contraste entre estos dos párrafos:

  1. « [...] que nos es más grato asistir a las contiendas en que las sílfidas del Olana y de Sena se disputan admirablemente la supremacía en ligereza y habilidad pedestre, que nos hubiera placido ser espectadores de aquellas luchas muchas veces sangrientas, en las que se aplaudían las lanzadas como ahora se aplauden las piruetas. Entonces era el reinado de los brazos; a [21] nosotros nos toca la soberanía de los pies; acaso llegue tiempo en que tenga su turno la cabeza, y no sabemos si cuando esta consiga el cetro irán las cosas mejor de lo que han ido hasta aquí. Sea de ello lo que fuere, nosotros rogamos al lector que se sirva atender a los antecedentes de que queremos instruirlo» (pp. 21-22).
  2. «[...] que nos es más grato asistir a las contiendas en que se decide una cuestión de aranceles o ferrocarriles, que nos hubiera placido ser espectadores de aquellas luchas, muchas veces sangrientas, en que se aplaudían las lanzadas como ahora se aplauden las elaboraciones al vapor. Entonces era el reinado de la espada y de los castillos; a nuestra época le ha cabido la soberanía de las cifras y de las máquinas; quizá llegue día en que logren entronizarse la inteligencia y la virtud, y reservamos para entonces -si estamos en este mundo- el detallar todo lo que tuvieron de grandioso las buenas edades de los mandobles; y aun estas -no menos afortunadas- de las operaciones de bolsa y los corsés sin costuras. Lo que nos importa en este instante es que el lector se sirva atender a los antecedentes de que queremos instruirle» (p. 387).

Asimismo, el capítulo III de la primera versión resalta, en primer término, el orgullo desmesurado de la madre de Dolores. Respecto a sus palabras cabe precisar que estas son más duras al referirse al prometido elegido para su hija. Leemos en el Semanario Pintoresco Español: «[...] ¿no ha visto a los Portocarreros darse por muy felices en emparentar con el hijo de la prostituta de Cañete?» (p. 23). Compárese esta oración con la siguiente que leemos en la versión definitiva: «[...] ¿no ha visto a los Portocarreros darse por felices en emparentar con su privado?» (p. 393). Tampoco se nos pasa por alto que en la versión final se remarca el hecho de que el carácter de doña Beatriz pertenece exclusivamente al sexo masculino: «[...] su madre; cuya alma orgullosa poseía la inflexible firmeza de que en general se juzga desprovisto al bello sexo» (p. 388).

Como dijimos anteriormente, el capítulo IV no solo cambia de título («Amor de padre» sustituye a «El médico»), sino que también elimina parlamentos y otras escenas que sirven para resaltar el amor del padre por su hija, lo que justifica la modificación del título. Además hay otros cambios como, por ejemplo, cuando la familia recibe la visita de Don Álvaro de Luna y su sobrino Rodrigo para conocer el estado de salud de Dolores. En la primera versión el sobrino del adelantado, Gutierre de Sandoval, los acoge sin grandes muestras de hospitalidad y sin darles respuestas concretas. Como consecuencia, Rodrigo se sentirá intranquilo y pasará la noche rondando la casa de su amada. Por el contrario, será don Diego quien les reciba afectuosamente en su casa en el texto de las obras completas. El padre parece más decidido y fuerte en esta última versión en la que también apreciamos que en las discusiones entre los cónyuges, el marido muestra un carácter más enérgico, frente a la imagen un tanto débil que transmite en el texto inicial. Asimismo resulta más evidente el carácter maquiavélico del médico en el Semanario Pintoresco Español. De hecho véase la diferente presentación de este personaje: «de maligno y de hipócrita que era natural a su fisonomía» (p. 30) / «de egoísta y de hipócrita, que era natural a su fisonomía» (p. 399). En términos generales, la última versión es menos «romántica» que la primera desde el punto de vista del dramatismo de los personajes y de la utilización de ciertos recursos del gusto romántico. Por ejemplo, en este capítulo se inserta la parte del diálogo entre doña Beatriz y el médico que una doméstica escucha tras una puerta. En el primer texto se ofrecen más detalles que en el segundo. De hecho el empleo de recursos como la mención de unas cartas cuyo contenido desconocemos o la intervención de distintos personajes que multiplican las sospechas o las intrigas, sirven para dar a entender que estamos ante un plan enrevesado, muy del gusto romántico. Pues bien, estas referencias desaparecen en el último texto.

El capítulo VI además de sufrir la modificación de su título («El amor de una mujer, y el orgullo de otra» / «La madre y el médico») presenta también un recorte importante en algunas escenas. Los recursos románticos continúan restringiéndose y si bien es cierto que proseguimos encontrándonos con ellos, son mucho menos numerosos que en la novela corta publicada en el Semanario Pintoresco Español. El desmayo de una doncella, así como los estremecimientos y la fiebre de la niña tras la confrontación con la madre, se eliminan. Los diálogos también son más breves y, en ocasiones, menos dramáticos. Por último, la suspensión que encontramos al final de los capítulos también disminuye en la versión recogida en las obras completas, pues al cruce de tramas de la primera versión se elimina la más misteriosa. En el final de Dolores en el Semanario Pintoresco Español los progenitores actúan, cada uno por su lado, para resolver el problema de la boda de la hija. Sabemos que el padre envía una epístola al infante de Aragón para buscar una solución a la situación de su hija. No obstante, el plan de la madre no se nos da a conocer por el momento. Lo que sabemos es que esta mantiene una conversación secreta con su hermano. El lector desconoce lo que se trata en esta entrevista, lo que aumenta su curiosidad. La aparición de este último personaje y, por tanto, la conversación privada de este con doña Beatriz, no constan en la versión final, que acaba con la escena del escudero llevando a cabo la tarea encomendada por su señor.

Presenciamos este recorte de recursos de corte romántico a lo largo de todo el texto. En el capítulo VII destaca el episodio en que don Diego se reencuentra con sus sirvientas Mari García e Isabel en el castillo en el que se ha recluido su esposa y en el que esta lleva viviendo seis años desde la muerte de la hija. El conde aguarda la visita de la anciana Mari-García quien le ha instado a posponer su despedida debido a que tiene que confesarle un secreto que le afecta enormemente. El tiempo transcurre sin que reciba esta visita y don Diego comienza a buscar a la dueña por el castillo. Mayor intriga y misterio se ofrece en la primera versión, en la que el padre se acerca a una puerta en la que oye voces para escuchar una conversación que no conoceremos hasta que se publique el capítulo siguiente, pero que sabemos que altera al personaje. Por el contrario, en la versión definitiva don Diego se encuentra con las dos sirvientas, que no están escondidas tras ninguna puerta, y se entera rápidamente de la conversación. Una vez más el efecto de suspense se ha eliminado.

El capítulo siguiente ofrece mayor dramatismo por la escena entre Mari-García e Isabel. Esta última quiere encerrarla y la trata de demente. Los diálogos son más extensos y cargados de dramatismo en el Semanario Pintoresco Español que lo que se nos trascribe en la versión definitiva (que, recordemos, aparece al final del capítulo anterior). Aparte de remarcar la crueldad de doña Beatriz en la primera versión, la conversación entre los esposos, en este capítulo VIII, también realza su sentido del honor. Veamos esta diferencia en el parlamento de la madre en las dos versiones:

  1. «Hacedlo si os parece preferible el desdoro que quisisteis causaros y trasmitir a vuestros hijos, al pensar que yo os he dado para libraros de aquel» (p. 62).
  2. «Hacedlo, Conde de Castro Xeriz, hacedlo como lo digo, si os asegura vuestro corazón que ha sido culpable el mío» (p. 428).

En lo que respecta a la conclusión, anotamos que en la versión final se incluye el apellido paterno en la inscripción de la lápida familiar. Antes leíamos: «Aquí yace María de los Dolores Gómez de Avellaneda» (p. 63). En la última versión se precisa el apellido Sandoval: «Aquí yace María de los Dolores Gómez de Sandoval y Avellaneda» (p. 436). De hecho, la presencia del apellido se corresponde, a nuestro parecer, con el mayor protagonismo y fortaleza del padre en este último texto.

Acabamos nuestro análisis comparativo advirtiendo que podríamos haber titulado este artículo «Dolores o el arte de poner la oreja tras la puerta», ya que este recurso es recurrente en la novela corta. Efectivamente sirve para aumentar el suspense, pues no siempre podemos conocer lo que se habla en la habitación de al lado. Asimismo cuando podemos hacerlo o bien accedemos a parte de la conversación o bien la conocemos por completo y sirve para subir la tensión (pues provoca, por ejemplo, desmayos en los personajes o enredos de situaciones). Los recursos de este estilo y otros elementos de corte romántico no aparecerán con tanta profusión en el texto recopilado en las obras completas de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La autora presta especial atención a la hora de adaptarlo a los nuevos tiempos y no olvida, desde luego, los gustos de su público, al que tiene presente a la hora de publicar su relato y al que lanza guiños desde el mismo.






Bibliografía

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