En las riberas del Tormes, |
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por la parte que más
baja |
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miran las sierras de
Béjar, |
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envidia de Guadarrama, |
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que están con sonoras
ondas |
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pidiendo para sus aguas |
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derrita cándidas torres |
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de su corona de plata; |
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en una campaña verde, |
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bien presto roja
campaña, |
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tenía Celín
Gazul |
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de ricas tiendas formada |
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una ciudad populosa, |
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una portátil
montaña, |
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coronada de banderas |
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verdes, azules y blancas, |
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cuyas arrogantes lunas |
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ser hijas del sol negaban. |
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¿No has visto, cuando se
pone, |
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aquel intrincado mapa |
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de mil cambiantes de nubes |
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que forman figuras varias? |
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Pues así nos
parecían |
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una mañana, que al alba |
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los vistos trocaron miedo |
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con los que entonces miraban. |
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No suele llevar pastor |
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las vísperas de las
Pascuas |
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los corderillos al cuello |
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al que sus cuellos aguarda, |
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como a los pobres leoneses |
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les pareció que llevaba |
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Tello a los moros sus vidas |
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vendidas a inútil fama. |
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Luego que vieron venir |
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marchando nuestra vanguardia, |
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que parecen más que son |
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soldados en ordenanza, |
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presumieron que venía |
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el mismo león de
España, |
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o los castellanos condes |
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con el favor de Navarra. |
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Y aunque más
reconocieron |
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la poca gente, pensaban |
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que era ardid y estratagema, |
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repartiendo las escuadras |
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por varias partes del monte |
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que el verde llano cercaban, |
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haciéndole antiguos
robles |
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una rústica guirnalda. |
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Al arma tocaron luego |
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sus pífanos y sus cajas |
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con tan horrible alarido, |
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que al viento rompió las
alas. |
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Corrieron el campo algunos, |
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cuyas tocas y bengalas |
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de oro y sedas de colores |
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daban flores a las plantas. |
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Caracoles y escarceos |
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apenas mirar dejaban |
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hacia qué parte
tenían |
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las caras o las espaldas. |
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Y con tal fuerza y destreza |
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blandían las fuertes
lanzas, |
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que juntándose los
hierros, |
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hicieron arcos las astas. |
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Y llegábanse tan cerca, |
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que a no ser letra africana, |
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leyéramos
fácilmente |
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las cifras de las adargas. |
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Fidalgos pedían
licencia; |
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mas Tello a nadie la daba; |
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que tal vez una desorden |
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todo un campo desbarata. |
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Cayó en estas
bizarrías |
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la noche, tan mal tocada, |
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que no salió para verla |
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una estrella a la ventana. |
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A cada soldado Tello |
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hacer un fuego le manda, |
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quedando el campo de suerte, |
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que el sol no le hiciese
falta. |
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Él se recogió a su
tienda, |
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y encima de su celada |
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puso una imagen pequeña |
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del santo Patrón de
España |
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en forma de caballero, |
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cuyo lado acompañaba |
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San Millán monje, que
suele |
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hacer del báculo
espada. |
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En unas doradas nubes, |
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sobre los santos estaba |
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la que volvió en
ave el Eva, |
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siempre limpia y siempre
santa. |
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Tales palabras decía, |
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con lágrimas que
bañaban |
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su rostro, Tello a los tres, |
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que pienso que, aunque
callara, |
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fuera delante de Dios |
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cada lágrima palabra. |
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Tanto estuvo de rodillas, |
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que cayó sobre las
armas |
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dormido, si duerme el cuerpo |
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cuando está velando el
alma. |
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Ya se acercaba el aurora, |
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fuentes y prados la llaman, |
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ellos en boca de flores |
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y ellas con lenguas de plata, |
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cuando dando voces Tello, |
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diciendo así se
levanta: |
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«Esperad, oíd,
Señora; |
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¿dónde vas, paloma
blanca? |
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Espera, Millán divino; |
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Apóstol de España,
aguarda». |
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Y en viendo que yo le escucho, |
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turbado me mira y calla. |
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«¿Qué es esto,
señor?» le digo. |
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Y él me responde: «Vi
clara |
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la imagen de aquella iglesia |
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que labró junto a su
casa |
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mi padre; con diferencia |
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que está la túnica
sacra |
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bordada de estrellas puras |
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entre flores de esmeraldas. |
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Abrió las rosas divinas |
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diciendo: «Tello, en tu
guarda |
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enviaré dos
caballeros». |
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Mas siendo de merced tanta |
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indigno, pienso que
sueño; |
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pero basta la esperanza, |
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acompañando la fe; |
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que caballos, hombres y armas |
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no dan vitorias; que Dios |
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es quien vence las
batallas». |
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Yo, que con abiertos ojos |
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enternecido escuchaba |
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pronósticos tan
divinos, |
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respondí:
«Señor, ¿qué tardas |
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en acometer los moros |
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con segura confianza |
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que Dios te ha de dar
vitoria?». |
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«Haz, Mendo, tocar al
arma», |
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me dijo; y pidió el
caballo, |
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que, armadas la frente y
ancas, |
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fogoso y lleno de espuma, |
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con los relinchos que daba |
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era tiple a las trompetas |
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y contrabajo a las cajas. |
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Puesta, pues, la gente en
orden, |
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Tello a los soldados habla |
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como si fuese otro
César |
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en los campos de Farsalia. |
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Morir o vencer prometen: |
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ya las hondas amenazan |
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con tronantes estallidos |
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las bárbaras
cimitarras. |
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Ya las ballestas se ponen |
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al blanco de las adargas, |
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no volver, jurando todos, |
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sin sangre acero a la vaina. |
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Contarte el valor de Tello |
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fuera contar mi ignorancia; |
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que ayer me vieron los montes |
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encordelar las abarcas: |
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y aunque enemigo, te juro |
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que el de Gazul le igualara, |
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a estar de su parte quien |
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cumplió tan bien su
palabra; |
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que aquellos dos caballeros, |
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con dos brillantes espadas, |
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eran rayos de los moros; |
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que de la suerte que tala |
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celeste piedra las vides, |
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dejando en torno sembradas |
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de las ya desnudas cepas |
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las rendidas esperanzas |
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del labrador codicioso |
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entre racimos y balas, |
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así quedaban los moros |
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por donde los santos pasan. |
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Murió a las manos de
Tello |
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Gazul; dio fin la batalla, |
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y yo a lo demás, pues
viene |
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con diez banderas ganadas, |
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ricos despojos y esclavos; |
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si bien la mayor ganancia |
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ha sido servir al rey, |
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pues ha ganado su gracia. |
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