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Ventura Doreste: Plácido Fleitas. Los Arqueros. Cuadernos de arte, Las Palmas, 1951

Ricardo Gullón





Los lectores de esta revista conocen la ponderación crítica y el buen estilo de Ventura Doreste, a quien es justo reconocer como uno de los más destacados prosistas de la generación joven. Apasionado de poesía y de artes plásticas, su meditación versa generalmente sobre temas que le afectan, y su pluma se complace en glosar manifestaciones de una y otra, testimoniando una inteligencia que se complace en el manejo de las ideas. Si la prosa de Doreste se distingue tan radicalmente de la por lo común utilizada al pergeñar recensiones y glosas críticas, tal distinción se debe tanto a la densidad como a la seguridad y abundancia del lenguaje.

El estudio que ahora dedica al escultor Plácido Fleitas es modelo de prosa trabajada y rica. Trabajada, quiere decir en este caso, no que el autor procurase allegar términos insólitos o imprimir a la frase giros poco frecuentes, sino que se afanó con acucioso desvelo por expresar su pensamiento con exactitud y belleza, buscando el orden y el encadenamiento de las ideas y rehuyendo la digresión, el abultamiento y la banalidad. La concisión que resulta da a su estilo semejanza con el del gran Alain (uno de sus autores favoritos, según confiesa; y la elección de tal maestro es ya significativa), pues como en los textos del crítico francés, en las de Doreste la idea tiene relieve de medalla, está acuñada en fórmulas que se graban en la memoria.

Para estudiar a Fleitas se mantiene en el nivel de trabajo adecuado a su propósito: analizar la obra sin perder de vista los problemas generales que se plantean al artista. El análisis de la producción estudiada está ligado al de las cuestiones vivas en que esa misma producción se debate. Y así era preciso hacerlo para obtener, como Doreste logra, una interpretación útil de la escultura estudiada.

Me gusta el modo valiente y comedido con que Doreste investiga las causas de ciertas características de Fleitas, aunque no me decida siempre a aceptar sus conclusiones. Por ejemplo, cuando quiere ver a este artista «en camino de un arte escultórico absoluto». No; por ahora Fleitas no parece dirigirse en esa dirección, y me será permitido opinar que ni siquiera debe de pretenderlo si no se siente compelido a ello por la «necesidad interior», de que tanto habló Kandinsky.

A juzgar por las esculturas reproducidas en esta monografía, Fleitas es un escultor muy preocupado por los problemas de su arte y hostil a soluciones logradas desde la pereza y la facilidad. De las tres explicaciones sugeridas por Doreste para fundamentar la serenidad manifiesta en las esculturas de su amigo, la última parece la más exacta. Fleitas es un artesano concienzudo, dispuesto a escuchar la lección que en el curso del trabajo le propone el material.

Doreste puntualiza las intenciones del escultor y las líneas por donde progresa su obra. Ha logrado escribir una introducción iluminadora y al mismo tiempo discreta. Como adecuada montura sobre la cual dará la piedra su más puro fulgor.





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