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¡Vivan las antologías!

Ricardo Gullón





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En el reciente Congreso de Poesía celebrado en Segovia, donde por gentileza de los organizadores me fue permitido tener voz y voto, en representación del estamento crítico, pedí que, en tanto el intercambio de libros entre los países hispánicos no se realizara con más prodigalidad de la hasta ahora lograda, se procurase fomentar la edición de antologías nacionales de poesía contemporánea, compiladas con buen gusto y con sentido de la responsabilidad. Amplias antologías, suficientemente informativas de la evolución poética en cada país de lengua española, durante los últimos lustros; florilegios capaces de remediar en parte ignorancias causadas por la dificultad de conseguir en el mercado obras de los poetas hispanoamericanos jóvenes y aun de muchos que ya dejaron de serlo.

Señalé como ejemplo de inteligente y valiosa selección la de poesía nicaragüense escogida por Ernesto Cardenal, primer volumen de la serie iniciada por el Instituto de Cultura Hispánica, y ahora, al recibir la que Cintio Vitier acaba de publicar en La Habana, bajo el título Cincuenta años de poesía cubana (Ediciones de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación), siento confirmado cuanto de excelente puede haber en obras de este tipo y su utilidad como introducción al estudio total de la poesía contemporánea en lengua española.

Vitier, que hace años publicó una antología de grupo -Diez poetas cubanos-, prescinde ahora de todo exclusivismo, sigue la pauta marcada por Federico de Onís en la Antología de la poesía española e hispanoamericana y adopta amplios criterios de valoración que le permiten situar, en cuatrocientas páginas de texto, lo más valioso de la producción poética cubana. Agrupa el material en cinco secciones: Modernismo disperso y formas indecisas, Postmodernismo, La «Poesía nueva», Los poetas de «Orígenes» y Poetas de aparición más reciente. Segunda y tercera parte fueron subdivididas en apartados para presentar con clasificación más rigurosa a los poetas incluidos; pero, según dan a entender los rótulos de los distintos grupos, la ordenación   —285→   es lo bastante flexible como para no forzar las peculiaridades de cada creador, y as! el tercer grupo de La «Poesía nueva» (donde figuran poemas de dieciséis autores) lleva por título simplemente el de «Figuras aisladas».

No creo defectuosa esa voluntaria vaguedad nominatoria, pues el examen de los poetas a que se refiere demuestra que, como suele ocurrir, a vinculaciones claras y afinidades de gusto o temperamento, corresponden divergencias no menos evidentes y fecundas. La conveniencia de establecer una ordenación de las similitudes para facilitar la comprensión del panorama ofrecido no debe sobrepasar los límites a que se circunscriben tales semejanzas ni pretender inventarlas donde no existen. Principios elementales no siempre observados por la crítica, aficionada a construir sobre bases de precaria estabilidad.

Además de prologar la selección con páginas penetrantes y densas, Vitier antepone a los textos de cada poeta breves notas biográfico-críticas y una sumaria bibliografía de su obra. La antología no incluye únicamente a los grandes tenores; reserva «sitio discreto para figuras menores o rezagadas, sin desdibujar las orientaciones principales del proceso», siquiera el espacio reservado indique la importancia que el seleccionador atribuye a cada antologizado. Compone así una obra de tipo histórico que proporciona al lector información suficiente acerca de la poesía y los poetas cubanos en el medio siglo.

Durante estos cincuenta años, esos poetas aportaron a la lírica de lengua española acentos, cadencias y ritmos hasta entonces ausentes de ella; demostraron que tenían algo que decir y supieron decirlo a su manera, encontrando formas adecuadas para expresarlo con toda verdad y con toda plenitud. ¡Qué alegría al comprobar cómo, de mar a mar, en islas de nostalgia y ensueño, la poesía crece y se enriquece cantando en nuestro idioma! ¡Qué alegría comprenderlos y sabernos comprendidos directísimamente, desde el alma misma, gracias a esta maravilla de la palabra usada, vivida y amada en común!

Acosta, Florit, Tallet, Brull, Lezama, Diego, Baquero, Feijoo, Dulce María Loynaz, Ballagas, García Vega, Gaztelu, Guillén, Fina García Marruz, Rodríguez Santos, Fernández Retamar -el mismo Vitier, que con ejemplar modestia se excluye de una selección en la que tiene perfecto derecho a figurar-... Nombres cubanos y también, por gracia del idioma, nombres nuestros, poetas cuya obra, como con razón sostenían los autores de la ponencia defendida en Segovia por la elocuente pasión de Eduardo Carranza, deberá ser estudiada en conexión con la de los demás poetas de lengua española, cualesquiera sea su nacionalidad y el lugar donde sus obras se publiquen, porque, como escribió Federico de Onís en el prólogo a su Antología, los hispano-parlantes, «al mismo tiempo que se separaban para ir en busca de su aventura propia, se unían más estrechamente que nunca antes por un entrelazamiento de influencias mutuas... Y al buscar cada una (España y América) y cada uno de sus hombres su propia originalidad profunda, en ella se encuentran juntos, no sólo por lo que hay en ellos de humano, sino por la comunidad de su fondo español».





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