Siempre,
en un recodo del alma, en el entredormir del sueño
enamorado, en la clamorosa vigilia del gozo o al filo llena
de la medianoche del olvido, surge ella, encendida y virginal,
llena de gracia. Ella, la nombradora gentil, la que dibuja
el mundo en la palabra, la dueña del secreto. Su presencia
es, siempre, simultáneamente perturbadora y pacífica,
como la de los cometas, cometa ella misma del cielo del espíritu:
perturbadora de lo estéril que hay en nosotros, de
lo cristalizado y usado, de lo que ya es mero tizón
sin llama; y pacificadora de las «ardientes batallas» del
corazón de aquellos «que intentan encontrar
algún día, esa verdad auténtica, que
existe
y está lejos».
Ella
-la poesía-, que vive entremuriendo en los adentros
profundísimos del hombre «porque existen preguntas
que nos dejan sin alma», viene siempre en nuestro socorro.
Y ¡qué bien llegada es siempre su venida! ¡Cómo
está siempre a punto su claro pie en nuestro umbral
humano! ¡Cómo inunda su lámpara de claridad
ternísima nuestras oscuras moradas, nuestras enceguecidas
perdiciones!
Como la mujer que perdiera su dracma y la busca
hasta encontrarla, así somos los hombres en la vida.
Perdedores de algo que no sabemos, pero cuya ausencia, cuya
falta sentimos, somos los hombres. Y hay que encontrarlo,
debemos encontrar esa moneda con que se compra la felicidad:
paz de amor en el corazón y luz de sabiduría
en la mente. La vida es el día que se nos da para
hallarla. Pero ¿cómo encontrar la dracma cuando nuestra
casa está llena de tinieblas? Lleno el rincón
de la angustia, lleno el de la alegría, lleno el rincón
del olvido: toda la casa llena de noche. ¿Cómo encontrar
la moneda, cómo reconocerla si nunca la hemos visto,
cómo saber cómo la hemos perdido?
—8→
Y es entonces
cuando viene ella, cuando viene la poesía con su lámpara.
Puebla nuestra soledad con su palabra y somete nuestra angustia
al cautiverio de la esperanza. Y su palabra va dibujándonos
en el alma la forma de la moneda, su fugitivo resplandor.
Y no nos da más, pero ¿qué haríamos
sin ella, ella misma «viva moneda que nunca se volverá
a repetir»?
¿Qué haría Renée Ferrer
sin el resplandor fugitivo que le ha hecho «una mujer de
junco con alma de sendero»? Ella ha respondido con este su
segundo poemario que no es otra cosa, sino seguir requiriendo
a su dracma por los rincones de la casa.
Su dracma tiene
forma de amor, y forma de ternura, forma de soledad. Y así
nos lo va diciendo a través de este libro, breve libro
donde la voz de Renée Ferrer va como descubriéndose
a sí misma. Voz de pura y honda calidez femenina,
en claro proceso de depuración y desnudez. Voz al
mismo tiempo sencilla y buceadora en la inquietud, ceñida
al rigor de una autenticidad que despierta, sin que sea aún
toda ella sobria y precisa. Yo me congratulo por encontrar
en la voz de Renée bellos momentos de encendimiento
cordial, verdaderamente propios y hondos. Y me acojo a la
segura esperanza de que esta voz llegará a resonar
en toda su plenitud, del modo como ya aquí se anuncia.
Y me felicito -y me alivia- de que esta voz, tan delgada
y transparente de Renée, venga a poner su temblor
de ternura, su claridad femenina, en medio de las broncas
voces de nuestros poetas contemporáneos. Y de que
sea así, distinta y blanda, delicada y «con viento
deshojando en la noche su murmullo a lo lejos».
Francisco
Pérez-Maricevich
Asunción, 67
—9→
Por la desenmarañada quietud
límpida y hermosa de sentirse nueva,
corre hacia
una ladera misteriosa,
una gota de rocío.
Pasar
por sobre la espina la mano tibia,
quedarse entonces
sintiéndose de carne,
y uno retorna a ser en la
tarde.
Después, ansiedad dormida,
ecos en el
recuerdo que no nos llaman;
Dios, flor, aurora y se empieza.
—10→
—11→
Canción de viento
Deja en el árbol la rama florida
aunque el viento arrecie su látigo impío;
sobre un nido claro palpita la vida,
estamos tan solos
con la mente fría,
estamos desiertos, las manos
asidas
5
esperando atentos el golpe certero
rompernos
los ojos de melancolía.
Estamos cercados
de rocas,
apretados contra paredes negras
y tétricos
rincones,
10
sin luz y aire o tierra húmeda
para
mitigar la angustia anónima
en nuestra encrucijada.
Sedientos de voluntad o ternura,
manoteando contra
el brocal desnudo
15
de un pozo sin agua.
Estamos así
atados, destruidos,
deshechos.
Deja en el
árbol la rama florida
aún cuando el viento
se lleve los últimos pétalos,
20
conserva
en el nido el calor de la vida,
resguarda los brotes pequeños
y la risa del niño,
levántate, quiérete,
sueña,
aún existes.
—12→
—13→
Al hombre
En un mundo suspenso en el infinito,
entre tantos
que siguen un camino,
prefijado, incógnito y desierto,
hay un hombre;
en un mundo que encarna de todas las
memorias
5
algo de pensamiento;
de todos los sollozos
tal vez un solo eco;
de cuantos han sufrido, esfumado
recuerdo,
hay un hombre.
En un mundo con
viento deshojando en la noche
10
su murmullo a lo lejos,
y aguas que agitándose quién sabe qué
nos dicen
en su pasar incierto,
de árboles que
crecen con sus troncos sedientos
mirando las estrellas,
15
hay un hombre...
Dentro de esas dos manos
hundidas en la tierra,
detrás de aquella madre
con sus ojos abiertos,
tratando de alcanzar de su vida,
un ensueño;
en las ondas sonoras que se llevan
la risa
20
de todos los pequeños,
en todos los
que intentan encontrar
algún día, esa verdad
auténtica, que existe
y está lejos,
hay
un hombre,
25
un hombre que amo,
que eres tú
y soy yo:
que somos todos los hombres.
—14→
—15→
La esperanza
En el derrotero irreversible
donde cálido
el sol nos acaricia
la cabeza preñada de ilusiones,
se diluye una alondra en la distancia;
nos quedamos
mirándola, ligera y recta
5
volver al tiempo de
su aletear constante.
Han pasado los días,
han desbrozado sendas y talado los árboles
las
manos de los hombres;
han quedado sin aire las cañas
a lo largo
10
de una cinta de agua, gritando contra el
hambre;
sin canto entre las cuerdas de viento
y de
distancia,
el oprimido y solo, el acabado luchador
de pan y subsistencia
15
pero tú no te has ido.
Tú, pequeña entre todos, impotente,
con ojos asombrados;
Tú, trigo, casuarina, piedad,
alondra,
eres el corazón de todos.
20
—16→
—17→
De nadie
No quiero pensar más en antes;
no deseo
tristeza pegada a mis manos,
ni cansancio.
El ancla
estática que nos adormecía
dentro de un
cristal sin colores,
5
lentamente con el trabajo de mi
empeño
se fue deshaciendo en el tiempo.
De nadie, por fin,
de nadie mis locos anhelos;
de
nadie mis pasos emprendidos,
10
y mi alma sedienta de caricia;
mi frente sola para pensar mundos nuevos,
mis ojos
infantiles de entonces.
El tenue movimiento
de mis labios
ya ríe como antes
15
la palabra
cándida de una madrugada distinta.
De
nadie, amor,
lo que no supe darte;
guardándolo
obstinada, a tus delicias nítidas;
en una suprema
consagración egoísta
20
de torres rígidas
implantadas por otros.
De nadie, porque los
hombres, demasiados disolutos,
necesitan faenas para consolidar
ansias;
porque existen preguntas que nos dejan sin alma,
encerrados en cárceles sin luceros encendidos;
25
porque estamos hechos así, irremisiblemente,
para no ser de nadie.
—18→
—19→
Súplica
Deja que tu voz también sea una caricia,
que una palabra tuya, un ademán siquiera
mitigue
mi amargura;
que pueda recorrerme tus manos con mis labios,
dejándote un capullo de agua y trigo blando
5
suspendido en la suave expresión de tu carne.
Deja que yo te quiera...
¿qué me importa
si entonces, ya después, otros labios
lejanos a
los míos se encuentran esperando?
Yo no quiero
de nadie la tierra prometida,
10
no quiero de otros ojos,
ni siquiera una lágrima,
de otros besos no quiero,
confesión sin palabras.
Sólo quiero
tu alma, sólo quiero tu carne,
tus ojos, tus angustias,
tus ardientes batallas,
quiero beber contigo si he de
beber amarga
15
de la derrota el agua,
quiero, sufrir
tus ansias y soñar tus encantos.
Deja
que muy despacio tu infinita dulzura
modele mi esperanza,
que ese cariño tuyo del llanto me levante,
20
despertando en el último recodo de mí misma
una mujer de junco con alma de sendero
que ría
tibiamente sin fogatas de sangre.
—20→
—21→
A una niña candorosa
¿Cómo tengo que hablarte?
Ternura
aún no existes
es
cierto;
sin embargo te siento en la adolescencia
de
risa y cantar
sol y angustia
simiente
fresca.
5
No quisiera se rompan las aspas del molino
al golpe equivocado de tus manos,
pan de leche y azúcar,
aroma,
manos tuyas;
ni pasen a tus labios
10
las hojas del
otoño de rígidos contornos,
destruyendo
la risa carnosa de tu boca.
Quisiera preservarte
alma
pequeña
jazmín desconocido
higuera de
miel blanca,
15
susurro entre las sombras,
aleteo
y sabes que no puedo.
Estamos solas,
voluntad,
fe,
ante un gran derrotero infinito,
reafirmación
de ayer,
20
avanzar de siempre,
hasta volvernos a encontrar
en Él.
—22→
—23→
Al trotecito blando de Platero
Trotecito ingenuo, llévate mis canciones
de sol y de guitarra
bajo el techo infinito.
Trasporta
la paloma claroscura del sueño
al viejo cocotero,
5
y canta, canta, canta,
sólo con el compás
del grillo
agazapado y triste detrás de las colinas.
Trotecito límpido y ligero;
danza
entonada por tus patas,
10
levemente torpes, tibiamente
graciosas;
déjame lejos
en la sorprendente vuelta
del camino.
sobre el sabor dulce
de la margarita desmayada
a tu paso,
15
acariciada por tu hocico rosa;
trote de
saltos cortos,
de arranques breves,
me deleitas, me
transtornas,
me agobias de ternura.
20
—24→
—25→
El retorno
Retornando... por la misma senda,
con las mismas
piedras bordeando el camino
ancho y polvoriento,
con
iguales curvas de lomas hambrientas
y los mismos ojos
5
llorando las gemelas gotas
de difusos días,
correr en el tiempo.
Caminar..., volver,
encontrarnos
iguales
sin haber cambiado ni un solo pedazo
10
que
pudiera darnos alguna respuesta.
Apretar de labios
tragándose tierra.
Conocer de la lucha inconclusa
el sabor nítido de la derrota,
15
cuando sólo
el llanto
resiste a la impotencia.
Sin embargo,
un vestigio de hombre
se nos revuelca adentro
20
aún
debatiéndose.
Caminar, acelerar el paso,
comenzar
la contienda,
con el auténtico esfuerzo de alcanzarnos,
y volver a sentir que algo ríe
25
con mano extendida
de niño
en ese momento.
—26→
—27→
Madre
Dónde están las flores de la campiña,
madre,
¿dónde están?
El cálido
reflejo de sus ojos, sus promesas,
su risa, ¿dónde
están?
Si yo de tus palabras en mi mente
5
hubiera
hecho un altar,
cuán poco de mi llanto quedaría
en vaga soledad,
cuán lejos de mis labios estaría
la amarga decepción,
qué nítida y
sutil, en mi cariño, sería la ilusión.
A veces, cuando miro tu cabeza
10
cansada de llevar
del peso de los días el aliento
del lento batallar,
quisiera que me arranquen de los huesos
mi pobre humanidad;
15
quisiera; cuántas cosas yo quisiera,
si te
las pudiera dar.
No quiero que tus ojos ni una sombra
oscurezca por mí,
ni puedo permitir que vuelva
a herirte
tanto como te herí;
20
perdóname,
acaricia mis manos,
presérvame del mal,
que
el único cariño verdadero
es el que tú
me das.
25
—28→
—29→
A una tarde
Aquella tarde del retorno,
entre todas, aquella;
con el viento dibujando caprichosos vuelos,
en la flor
de los pastos jugosos del camino;
con tu mirada adherida,
tibia y jazmín,
5
a mis mejillas, llena;
con
el sonido de una voz tuya,
nueva y distinta,
entre
los ecos lejanos de otras voces pasadas,
también
tuyas.
10
Aquella...
sólo aquella tarde quiero
para mis retornos,
los nuestros, los de entonces.
De sus nítidos colores el timbre de alegría,
15
de sus horas el latido diferente,
despeinando mis
cabellos
en un juguetear de frescor o mariposa,
o quejidos
de brisa temprana.
Aquella tarde del retorno, aquella,
20
sólo ésa, con su sabor y dicha,
y canto
y fuego,
para mi volver de siempre.
—30→
—31→
Jardín
Jardín, en ti la dicha,
el verdor de
la pradera diminuta,
la noche suspendida,
la quietud
de la tarde.
En ti se sueñan en verano
la cálida caricia y el beso,
5
el jugoso sabor
de la naranja,
la sombra candente de sol y estío,
en las siestas amarillas;
la mirada profunda,
la
risa tibia
10
en las noches azules de diciembre.
Jardín, no eres la mera palabra que vibra
con
tintineo de campanilla al oído,
la simple palabra...
sino un poema de vida reunida para alegrarnos,
15
un
vuelo de mariposas hamacando en el aire,
luz, risa, cantar;
un nítido recuerdo de infancia.
No
te quedes estático a mis ojos;
extiéndete
rompiendo los cercos de las casas,
20
inunda la ladera
del mundo, inconteniblemente,
nace y ríe en los
lechos
de los niños hambrientos de la India,
en las fogatas de sangre del Vietnam agonizante.
Jardín, jardín de tréboles,
25
avasalla la tierra,
derriba los cañones, ahoga
la humareda de lágrimas