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Voces sin Réplica

Renée Ferrer



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ArribaAbajoVoces sin Réplica

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Al hombre y la mujer
a quienes todo les debo.

Siempre, en un recodo del alma, en el entredormir del sueño enamorado, en la clamorosa vigilia del gozo o al filo llena de la medianoche del olvido, surge ella, encendida y virginal, llena de gracia. Ella, la nombradora gentil, la que dibuja el mundo en la palabra, la dueña del secreto. Su presencia es, siempre, simultáneamente perturbadora y pacífica, como la de los cometas, cometa ella misma del cielo del espíritu: perturbadora de lo estéril que hay en nosotros, de lo cristalizado y usado, de lo que ya es mero tizón sin llama; y pacificadora de las «ardientes batallas» del corazón de aquellos «que intentan encontrar


algún día, esa verdad auténtica, que existe
y está lejos».

Ella -la poesía-, que vive entremuriendo en los adentros profundísimos del hombre «porque existen preguntas que nos dejan sin alma», viene siempre en nuestro socorro. Y ¡qué bien llegada es siempre su venida! ¡Cómo está siempre a punto su claro pie en nuestro umbral humano! ¡Cómo inunda su lámpara de claridad ternísima nuestras oscuras moradas, nuestras enceguecidas perdiciones!

Como la mujer que perdiera su dracma y la busca hasta encontrarla, así somos los hombres en la vida. Perdedores de algo que no sabemos, pero cuya ausencia, cuya falta sentimos, somos los hombres. Y hay que encontrarlo, debemos encontrar esa moneda con que se compra la felicidad: paz de amor en el corazón y luz de sabiduría en la mente. La vida es el día que se nos da para hallarla. Pero ¿cómo encontrar la dracma cuando nuestra casa está llena de tinieblas? Lleno el rincón de la angustia, lleno el de la alegría, lleno el rincón del olvido: toda la casa llena de noche. ¿Cómo encontrar la moneda, cómo reconocerla si nunca la hemos visto, cómo saber cómo la hemos perdido?

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Y es entonces cuando viene ella, cuando viene la poesía con su lámpara. Puebla nuestra soledad con su palabra y somete nuestra angustia al cautiverio de la esperanza. Y su palabra va dibujándonos en el alma la forma de la moneda, su fugitivo resplandor. Y no nos da más, pero ¿qué haríamos sin ella, ella misma «viva moneda que nunca se volverá a repetir»?

¿Qué haría Renée Ferrer sin el resplandor fugitivo que le ha hecho «una mujer de junco con alma de sendero»? Ella ha respondido con este su segundo poemario que no es otra cosa, sino seguir requiriendo a su dracma por los rincones de la casa.

Su dracma tiene forma de amor, y forma de ternura, forma de soledad. Y así nos lo va diciendo a través de este libro, breve libro donde la voz de Renée Ferrer va como descubriéndose a sí misma. Voz de pura y honda calidez femenina, en claro proceso de depuración y desnudez. Voz al mismo tiempo sencilla y buceadora en la inquietud, ceñida al rigor de una autenticidad que despierta, sin que sea aún toda ella sobria y precisa. Yo me congratulo por encontrar en la voz de Renée bellos momentos de encendimiento cordial, verdaderamente propios y hondos. Y me acojo a la segura esperanza de que esta voz llegará a resonar en toda su plenitud, del modo como ya aquí se anuncia.

Y me felicito -y me alivia- de que esta voz, tan delgada y transparente de Renée, venga a poner su temblor de ternura, su claridad femenina, en medio de las broncas voces de nuestros poetas contemporáneos. Y de que sea así, distinta y blanda, delicada y «con viento deshojando en la noche su murmullo a lo lejos».

Francisco Pérez-Maricevich

Asunción, 67

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Por la desenmarañada quietud
límpida y hermosa de sentirse nueva,
corre hacia una ladera misteriosa,
una gota de rocío.
Pasar por sobre la espina la mano tibia,
quedarse entonces sintiéndose de carne,
y uno retorna a ser en la tarde.
Después, ansiedad dormida,
ecos en el recuerdo que no nos llaman;
Dios, flor, aurora y se empieza.

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ArribaAbajoCanción de viento


Deja en el árbol la rama florida
aunque el viento arrecie su látigo impío;
sobre un nido claro palpita la vida,
estamos tan solos con la mente fría,
estamos desiertos, las manos asidas  5
esperando atentos el golpe certero
rompernos los ojos de melancolía.

Estamos cercados de rocas,
apretados contra paredes negras
y tétricos rincones,  10
sin luz y aire o tierra húmeda
para mitigar la angustia anónima
en nuestra encrucijada.
Sedientos de voluntad o ternura,
manoteando contra el brocal desnudo  15
de un pozo sin agua.
Estamos así atados, destruidos,
deshechos.

Deja en el árbol la rama florida
aún cuando el viento se lleve los últimos pétalos,  20
conserva en el nido el calor de la vida,
resguarda los brotes pequeños y la risa del niño,
levántate, quiérete, sueña,
aún existes.

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ArribaAbajoAl hombre


En un mundo suspenso en el infinito,
entre tantos que siguen un camino,
prefijado, incógnito y desierto,
hay un hombre;
en un mundo que encarna de todas las memorias  5
algo de pensamiento;
de todos los sollozos tal vez un solo eco;
de cuantos han sufrido, esfumado recuerdo,
hay un hombre.

En un mundo con viento deshojando en la noche  10
su murmullo a lo lejos,
y aguas que agitándose quién sabe qué nos dicen
en su pasar incierto,
de árboles que crecen con sus troncos sedientos
mirando las estrellas,  15
hay un hombre...

Dentro de esas dos manos hundidas en la tierra,
detrás de aquella madre con sus ojos abiertos,
tratando de alcanzar de su vida, un ensueño;
en las ondas sonoras que se llevan la risa  20
de todos los pequeños,
en todos los que intentan encontrar
algún día, esa verdad auténtica, que existe
y está lejos,
hay un hombre,  25
un hombre que amo,
que eres tú
y soy yo:
que somos todos los hombres.

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ArribaAbajoLa esperanza


En el derrotero irreversible
donde cálido el sol nos acaricia
la cabeza preñada de ilusiones,
se diluye una alondra en la distancia;
nos quedamos mirándola, ligera y recta  5
volver al tiempo de su aletear constante.

Han pasado los días,
han desbrozado sendas y talado los árboles
las manos de los hombres;
han quedado sin aire las cañas a lo largo  10
de una cinta de agua, gritando contra el hambre;
sin canto entre las cuerdas de viento
y de distancia,
el oprimido y solo, el acabado luchador
de pan y subsistencia  15
pero tú no te has ido.

Tú, pequeña entre todos, impotente,
con ojos asombrados;
Tú, trigo, casuarina, piedad, alondra,
eres el corazón de todos.  20

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ArribaAbajoDe nadie


No quiero pensar más en antes;
no deseo tristeza pegada a mis manos,
ni cansancio.
El ancla estática que nos adormecía
dentro de un cristal sin colores,  5
lentamente con el trabajo de mi empeño
se fue deshaciendo en el tiempo.

De nadie, por fin,
de nadie mis locos anhelos;
de nadie mis pasos emprendidos,  10
y mi alma sedienta de caricia;
mi frente sola para pensar mundos nuevos,
mis ojos infantiles de entonces.

El tenue movimiento de mis labios
ya ríe como antes  15
la palabra cándida de una madrugada distinta.

De nadie, amor,
lo que no supe darte;
guardándolo obstinada, a tus delicias nítidas;
en una suprema consagración egoísta  20
de torres rígidas implantadas por otros.

De nadie, porque los hombres, demasiados disolutos,
necesitan faenas para consolidar ansias;
porque existen preguntas que nos dejan sin alma,
encerrados en cárceles sin luceros encendidos;  25
porque estamos hechos así, irremisiblemente,
para no ser de nadie.

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ArribaAbajoSúplica


Deja que tu voz también sea una caricia,
que una palabra tuya, un ademán siquiera
mitigue mi amargura;
que pueda recorrerme tus manos con mis labios,
dejándote un capullo de agua y trigo blando  5
suspendido en la suave expresión de tu carne.

Deja que yo te quiera...
¿qué me importa si entonces, ya después, otros labios
lejanos a los míos se encuentran esperando?
Yo no quiero de nadie la tierra prometida,  10
no quiero de otros ojos, ni siquiera una lágrima,
de otros besos no quiero, confesión sin palabras.

Sólo quiero tu alma, sólo quiero tu carne,
tus ojos, tus angustias, tus ardientes batallas,
quiero beber contigo si he de beber amarga  15
de la derrota el agua,
quiero, sufrir tus ansias y soñar tus encantos.

Deja que muy despacio tu infinita dulzura
modele mi esperanza,
que ese cariño tuyo del llanto me levante,  20
despertando en el último recodo de mí misma
una mujer de junco con alma de sendero
que ría tibiamente sin fogatas de sangre.

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ArribaAbajoA una niña candorosa


¿Cómo tengo que hablarte?
Ternura
aún no existes
es cierto;
sin embargo te siento en la adolescencia
de risa y cantar
sol y angustia
simiente fresca.
 5
No quisiera se rompan las aspas del molino
al golpe equivocado de tus manos,
pan de leche y azúcar,
aroma,
manos tuyas;
ni pasen a tus labios  10
las hojas del otoño de rígidos contornos,
destruyendo la risa carnosa de tu boca.
Quisiera preservarte
alma pequeña
jazmín desconocido
higuera de miel blanca,  15
susurro entre las sombras,
aleteo
y sabes que no puedo.
Estamos solas,
voluntad,
fe,
ante un gran derrotero infinito,
reafirmación de ayer,  20
avanzar de siempre,
hasta volvernos a encontrar en Él.

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ArribaAbajoAl trotecito blando de Platero


Trotecito ingenuo, llévate mis canciones
de sol y de guitarra
bajo el techo infinito.
Trasporta la paloma claroscura del sueño
al viejo cocotero,  5
y canta, canta, canta,
sólo con el compás del grillo
agazapado y triste detrás de las colinas.

Trotecito límpido y ligero;
danza entonada por tus patas,  10
levemente torpes, tibiamente graciosas;
déjame lejos
en la sorprendente vuelta del camino.
sobre el sabor dulce
de la margarita desmayada a tu paso,  15
acariciada por tu hocico rosa;
trote de saltos cortos,
de arranques breves,
me deleitas, me transtornas,
me agobias de ternura.  20

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ArribaAbajoEl retorno


Retornando... por la misma senda,
con las mismas piedras bordeando el camino
ancho y polvoriento,
con iguales curvas de lomas hambrientas
y los mismos ojos  5
llorando las gemelas gotas
de difusos días, correr en el tiempo.
Caminar..., volver,
encontrarnos iguales
sin haber cambiado ni un solo pedazo  10
que pudiera darnos alguna respuesta.
Apretar de labios
tragándose tierra.
Conocer de la lucha inconclusa
el sabor nítido de la derrota,  15
cuando sólo el llanto
resiste a la impotencia.
Sin embargo,
un vestigio de hombre
se nos revuelca adentro  20
aún debatiéndose.
Caminar, acelerar el paso,
comenzar la contienda,
con el auténtico esfuerzo de alcanzarnos,
y volver a sentir que algo ríe  25
con mano extendida de niño
en ese momento.

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ArribaAbajoMadre


Dónde están las flores de la campiña, madre,
¿dónde están?
El cálido reflejo de sus ojos, sus promesas,
su risa, ¿dónde están?
Si yo de tus palabras en mi mente  5
hubiera hecho un altar,
cuán poco de mi llanto quedaría en vaga soledad,
cuán lejos de mis labios estaría la amarga decepción,
qué nítida y sutil, en mi cariño, sería la ilusión.
A veces, cuando miro tu cabeza  10
cansada de llevar
del peso de los días el aliento
del lento batallar,
quisiera que me arranquen de los huesos
mi pobre humanidad;  15
quisiera; cuántas cosas yo quisiera,
si te las pudiera dar.
No quiero que tus ojos ni una sombra oscurezca por mí,
ni puedo permitir que vuelva a herirte
tanto como te herí;  20
perdóname,
acaricia mis manos,
presérvame del mal,
que el único cariño verdadero
es el que tú me das.  25

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ArribaAbajoA una tarde


Aquella tarde del retorno,
entre todas, aquella;
con el viento dibujando caprichosos vuelos,
en la flor de los pastos jugosos del camino;
con tu mirada adherida, tibia y jazmín,  5
a mis mejillas, llena;
con el sonido de una voz tuya,
nueva y distinta,
entre los ecos lejanos de otras voces pasadas,
también tuyas.  10
Aquella...
sólo aquella tarde quiero
para mis retornos,
los nuestros, los de entonces.
De sus nítidos colores el timbre de alegría,  15
de sus horas el latido diferente,
despeinando mis cabellos
en un juguetear de frescor o mariposa,
o quejidos de brisa temprana.
Aquella tarde del retorno, aquella,  20
sólo ésa, con su sabor y dicha,
y canto y fuego,
para mi volver de siempre.

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ArribaAbajoJardín


Jardín, en ti la dicha,
el verdor de la pradera diminuta,
la noche suspendida,
la quietud de la tarde.

En ti se sueñan en verano la cálida caricia y el beso,  5
el jugoso sabor de la naranja,
la sombra candente de sol y estío,
en las siestas amarillas;
la mirada profunda,
la risa tibia  10
en las noches azules de diciembre.

Jardín, no eres la mera palabra que vibra
con tintineo de campanilla al oído,
la simple palabra...
sino un poema de vida reunida para alegrarnos,  15
un vuelo de mariposas hamacando en el aire,
luz, risa, cantar;
un nítido recuerdo de infancia.

No te quedes estático a mis ojos;
extiéndete rompiendo los cercos de las casas,  20
inunda la ladera del mundo, inconteniblemente,
nace y ríe en los lechos
de los niños hambrientos de la India,
en las fogatas de sangre del Vietnam agonizante.

Jardín, jardín de tréboles,  25
avasalla la tierra,
derriba los cañones, ahoga la humareda de lágrimas
como enredadera enamorada y celosa
hasta cubrir los campos de batalla,
y multiplicar los panes en las bocas.  30

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A una rosa

Si tú no existieras,
rosa pequeña, diminuta;
si tú, carne de tusor naranja tenue
no fueras perfumada;
si tus espinas al clavarme blandas  5
no me recordaran un dolor manso;
si tú, pequeño inundo de belleza,
terciopelo de savia verde,
no existieras, entre mis dedos desmayada;
yo me niego a vivir.  10

Si tú no me acaricias, me rebelo;
me cierro para siempre,
me revierto hacia adentro
en un llanto mudo y bestial,
que el hombre demasiado humano no comprende.  15

Si tú, sencilla prueba de que el mundo
conserva en algún rincón, su esencia,
y no sólo está hecho para oprimir
corazones, con embates despiadados;
reintegrándonos al fracaso de la nada:  20
si tú, exquisita creación de un alma,
demasiado bella para encarnarse
a debatirse en la carne, no existieras:
pequeña, tibia rosa mía,
si tú no me acompañas,  25

creo que yo,
tronco de pino con fibra de mujer,
abandonaría la lucha.

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ArribaA un camino


Para no morir boca arriba después de ayer,
para no morir sola y olvidada,
busqué un camino de tréboles,
angosto y diáfano,
con su polvo de pasto y tierra:  5
olor de andares,
mirar de pasos lentos que retornan.

Te encontré a ti, sendero de entonces,
pequeño amigo taciturno,
largo divagar de hierba lentamente hamacada  10
por la maraña incomprensible
de mi sentir joven,
y la de todos los que vuelven solos
buscando desesperadamente una caricia
para su ternura defraudada.  15

Entonces tú;
tú, solamente, con tu soñar desconocido,
con infinita compasión te extendiste
bajo mis plantas, acariciándolas.

No quiero morir sola en una cama anónima,  20
sino en ti,
estirada y desnuda,
con todos los pasos de la angustia ajena
deshaciendo mi carne,
y confundirme Contigo.  25





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