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Ibérica por la libertad

Volumen 2, N.º 3, 15 de marzo de 1954

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IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.

IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.

IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.

Presidentes de Honor:

  • SALVADOR DE MADARIAGA
  • NORMAN THOMAS

Editor:

  • VICTORIA KENT

Consejeros:

  • ROBERT J. ALEXANDER
  • ROGER BALDWIN
  • FRANCES R. GRANT
  • JOHN A. MACKAY
  • VICTOR REUTHER
  • SERAFINO ROMUALDI

IBÉRICA se publica el día 15 de cada mes, en español y en inglés por Ibérica Publishing Co., Inc., 112 East 19 th St., New York 3, N. Y. Todo el material contenido en esta publicación es propiedad de Ibérica Publishing Co., Inc. y no puede ser reproducido en su integridad. Copyright 1954 Iberica Publishing Co., Inc.

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ArribaAbajoLuchamos por la libertad1

Jean Creach


III. Consecuencias políticas del pacto con los Estados Unidos

Las consecuencias políticas de los acuerdos con España, no parece que han sido evaluadas cuidadosamente por los Estados Unidos. Es posible que la crisis abierta en Europa, a propósito de Gibraltar y el Marrueco español, pueda ser contenida en los límites de conversaciones diplomáticas. Sin embargo, la actitud de ciertos hombres políticos americanos ha dado a Madrid la impresión de que Washington deseaba hacer del general Franco un «aliado completo»; los elementos peninsulares más nacionalistas se han alimentado de esta impresión y han creído de buena fe que América estaba dispuesta a suscribir todas las demandas. Las palabras ásperas del general García Valiño -representante de Franco en el Marrueco español- respecto a Francia, la agitación desencadenada en Madrid por Falange contra Inglaterra, no hubiesen tenido la gravedad que han tenido si la política de Washington se hubiese mostrado más prudente. Si se considera fríamente la situación estratégica de Europa occidental, era necesario, para reforzarla, consolidar una política que permitiera conciliar las alianzas de los Estados Unidos con las democracias y esas sus alianzas con los regímenes totalitarios. Esta conciliación no podía nacer sino de una desaparición de la desconfianza que las democracias europeas conservan hacia España. La consecuencia, pues, de la situación actual es que, en París como en Londres, los gobiernos se preguntan si América no se prepara a abandonarles en beneficio de Madrid. La política americana en España se ha desarrollado en una tal ignorancia de la idiosincrasia de ese país, de su historia, de su psicología, que son los Estados Unidos y no los Soviets, los que han creado un nuevo peligro de división del bloque occidental.

No quiero decir que la política de España -independientemente de toda cuestión de Régimen- frente a Gibraltar o frente a la política francesa en Marruecos, esté desprovista de fundamentos; pero sí que los métodos practicados por América en el desarrollo de su política española, han aumentado las dificultades de negociaciones pacientes y eficaces entre España de un lado e Inglaterra y Francia de otro. Si América persiste en métodos semejantes, conducirá al actual régimen español a cometer torpezas que le aislarán cada vez más de Europa occidental suponiendo que ellas le acercan a los Estados Unidos. Sean cuales sean los resultados de este aislamiento sobre el plano interior español, llegará a debilitar la seguridad estratégica de Europa occidental, que reposa ante todo sobre relaciones diplomáticas normales entre todos los países que la componen.

Los acuerdos con Washington han perturbado el equilibrio interior de España

Sobre el plano de la política interior española, la perturbación producida por la alianza americana es tan grande como entre los aliados de América.

El régimen nacido de la guerra civil, en 1939, ha sufrido muchas transformaciones. Se volvió hacia Alemania nazi hasta la derrota de ella, cambió de color político en 1946. Ese año el general Franco -aunque dejando a su gobierno su carácter de gobierno militar- redujo los puestos de Falange y dio a hombres de «Acción Católica» responsabilidades mayores. El señor Artajo, el actual ministro de Asuntos Exteriores, fue considerado como delegado de esta poderosa organización. Se le confió una doble misión: preparar un acercamiento de España a las potencias occidentales y estimular la evolución del régimen franquista hacia una restauración de la monarquía, a fin de asegurar al franquismo una sucesión pacífica.

En 1951, después de las huelgas de Barcelona, de las provincias vascas y de Valencia, y también por las gestiones del episcopado español protestando contra la inercia política del Régimen, un nuevo cambio ministerial llevó al gobierno a algunos elementos partidarios de acelerar esta evolución. Pero al mismo tiempo que a ellos, el general Franco acogía gentes como Arias Salgado, en el ministerio de la Información; era el hombre que deseaba impedir la formación de una opinión pública en España y la evolución política del Régimen. Hasta la firma de los acuerdos con América, esos elementos de signo contrario coexistían de mala manera. Pero la necesidad de presentar al extranjero un frente unido debía dar al exterior la impresión de que estaban soldados. Un acuerdo tácito se había establecido de no presentar la más leve desunión durante las negociaciones con América. Los acuerdos del 26 de septiembre han fundido la soldadura; enseguida aparecieron a la luz del día tendencias políticas que habían madurado en la sombra.

Movimiento político

En apariencia, un solo movimiento político: Falange. Pero cuando se la examina bien, se da uno cuenta que los únicos «falangistas convencidos» son de tres gobernadores de provincia, dos; una parte de los delegados de sindicatos oficiales -los que han sido ya depurados de sus elementos llamados «podridos» por el jefe actual José Solís, hombre ambicioso, coronel de justicia militar, de tendencia republicana y que, quizá, sobreviva al Régimen: en fin, algunos miles de estudiantes. Muy pocos oficiales o suboficiales, menos aún obreros, ningún campesino y algunos funcionarios. Hacemos un cálculo generoso si evaluamos en 200000, sobre una población de treinta millones de habitantes, el número de españoles que son hoy falangistas sinceros.

Cuando la manifestación de Falange en Madrid, el 29 de octubre de 1953, había en el Estadium no 120000 manifestantes, como se ha dicho, sino 80000 aproximadamente; el Estadium de Chamartín, donde se celebró la manifestación, no tiene cabida para más. De cinco «falangistas» cuatro eran campesinos, a quienes los delegados locales de Falange habían arrancado de sus campos por tres días ofreciéndoles 50 pesetas diarias, un par de pantalones nuevos, una camisa azul nueva y, el viaje a Madrid en tren o en autobús.

Algunos días antes de la manifestación, muchos directores de periódicos, en principio falangistas, se habían reunido clandestinamente con los jefes del movimiento católico y con los jóvenes jefes monárquicos para redactar un escrito dirigido a Franco, pidiendo elecciones libres y la garantía de los derechos individuales.

El «partido» mismo es una reunión de gentes mediocres y de aventureros que viven de sus adulaciones al general Franco, que no las rechaza. Esos hombres se han acreditado como incapaces de edificar un cuerpo de doctrina política original. Aunque tenemos que señalar que hemos asistido al nacimiento lento de dos grandes corrientes políticas que corresponden, en líneas generales, a las ideas políticas anteriores a la guerra civil: una corriente monárquica y una corriente republicana. La primera piensa en restaurar una monarquía completamente diferente de la de Alfonso XIII, y la segunda en una república completamente diferente a la segunda república española. Pero es sobre estos términos precisos que los hombres se cuentan hoy en España y cuando se habla del futuro político del país, los unos os responden: un gobierno republicano con un Presidente elegido, los otros: una monarquía con un soberano hereditario en el poder controlado por un parlamento.

Embrión de un partido republicano

Es en el medio universitario donde se percibe con más claridad el progreso de la idea republicana. Evidentemente es muy difícil, ausente toda organización, todo partido propiamente dicho, apreciar el número de universitarios que son partidarios de esta idea, pero se calcula un 25 a un 35% del cuerpo docente. Fuera de este medio el republicanismo invade, poco a poco, los cuadros falangistas. En fin, por el conducto de las milicias universitarias estas milicias son las formaciones en las que los estudiantes hacen una parte de su servicio militar -el republicanismo gana igualmente el ejército. En los comienzos del pasado año yo había observado esta fermentación en ciertas escuelas de los cuadros de Falange; al fin del año mis sondeos me han revelado una extensión de esta fermentación. La presencia americana se ha unido a estos factores. Aunque los Estados Unidos no intervienen en los asuntos interiores de España, la sola presencia de su embajador, sus viajes constantes a través del país, ayudan a crear una esperanza confusa y una irradiación presidencialista en los numerosos insatisfechos del régimen, tanto como en los antifranquistas.

Los animadores del nuevo movimiento

Entre los animadores de este movimiento debemos citar los nombres del señor Pedro Laín Entralgo, rector de la universidad de Madrid; del ministro de Educación Nacional señor Ruiz Giménez; del director de Instituto de Estudios Políticos, señor Javier Conde; del director del Instituto de Cultura Hispánica, señor Sánchez Bella. Gracias al presupuesto oficial del que los unos y los otros disponen, se crean revistas, círculos de estudios, «institutos de cultura hispánica» en cada población importante de provincia. A través de estas redes estos hombres tienen el contacto con el cuerpo docente y difunden, ya en sus conversaciones, ya en sus conferencias -siempre bajo pabellón oficial-, sus puntos de vista sobre los grandes problemas del país. En el mes de junio último, uno de ellos, el señor Javier Conde, llegó a realizar una especie de referéndum entre sus discípulos de la Facultad de Derecho de Madrid, para conocer a qué lado se inclinaban si a la República o a la Monarquía. En la proporción de dos por tres se pronunciaron por la República. No queremos sacar ninguna conclusión de esta pequeña prueba, pero sí señalar que bajo un régimen como el actual de España un profesor conocido no tiene miedo de realizar esta experiencia. Debemos añadir que el señor Javier Conde es el antiguo jefe de las juventudes socialistas de Sevilla.

Sin duda la forma de república que considera este movimiento no está ajustada. En general se está de acuerdo en la exclusión del partido comunista -los comunistas españoles se unen a una concepción de la república que sea «moderna» sin ser «popular»- pero es importante señalar que para todos estos «republicanos», la libertad de expresión y la libertad de prensa, y la libertad de asociación deben ser restauradas, y sobre todo que deben celebrarse elecciones libres en toda España. Estos hombres, al mismo tiempo que dicen que el general Franco no será el que las celebre no desesperan de poder llevarlo a realizarlas. Creen que integrándose estrechamente al Régimen es como pueden sembrar con más posibilidades de éxito sus ideas en el país. En fin; ellos son casi los únicos que pueden pedir reformas sociales profundas, consideran que el problema social es el primero a resolver, al mismo tiempo piensan que su posición respecto a ellos asegura un buen porvenir a sus ideas políticas.

En cuanto a los antiguos partidos republicanos, están perseguidos duramente y, suponiendo que traten de hacer su propaganda, no podemos hablar de actividades políticas en la España actual, salvo del partido socialista en ciertos medios obreros, del partido nacionalista vasco en su región y del anarquismo, siempre fuerte y poco constructivo, en Cataluña.

Cristalización de la opinión monárquica

Los monárquicos de toda especie -nos parece conveniente en el caso presente agruparlos todos bajo el calificativo común- asistían desde hace tres años al trabajo de termitas de los republicanos, sin embargo, hasta el 26 de septiembre, fuera de algunos «golpes bajos» entre ministros de uno y otro campo, la fachada era la de una familia unida. Al día siguiente de la firma del pacto, estalló una bomba: era un artículo de un profesor de Madrid, Calvo Serer, en una revista de París, Ecrits de Paris. Reprochaba a su propio ministro, el ministro de Educación Nacional, y a muchos otros personajes del Régimen -en términos violentos e injuriosos- que «traicionaban a Franco». No hay que decir que Calvo Serer no había podido publicar su artículo en España: después de su aparición en París, envió centenas y centenas de ejemplares a todos los españoles que tenían alguna responsabilidad en la vida del país. El asunto era grave por dos razones: Calvo era, y sigue siendo, miembro de la organización religiosa Opus Dei, la que es odiada por Falange que asegura que el Opus Dei ahoga el Estado, la Universidad y quiere apoderarse del poder. De otra parte Calvo Serer es un amigo de don Juan, él y sus amigos -igual que los republicanos- se habían asegurado la publicación de revistas, puestos oficiales, red de conferencias, etc. Falange le ha hecho expulsar de todos sus puestos, excepto de la cátedra de la Universidad de Madrid, en la que Franco decidió mantenerle. En el escrito, al mismo tiempo que atacaba a los «republicanos del Régimen», proponía la creación de «una tercera fuerza», cuya misión sería restaurar la monarquía a través de Franco.

Si Falange no hubiese hecho tanto ruido sobre esta «tercera fuerza», es muy probable que al cabo de tres semanas, nadie hubiese hablado más del asunto. Pero echando a Calvo de casi todos los puestos oficiales que ocupaba y gritándolo por todas partes al mismo tiempo, ha hecho un mártir. Llegó la manifestación falangista de 29 octubre, el ministro de Falange consagró las tres cuartas partes de su discurso a esta tercera fuerza. Calvo no podía desear una publicidad mejor. Después de la manifestación, los pequeños coches que transportaban a los campesinos de Aragón y de la Mancha, entre trago y trago de vino de Valdepeñas o en las ventas, donde se detenían para tomar un par de huevos fritos, la gente se preguntaba: «La tercera fuerza? ¿Qué es la tercera fuerza? ¿Es contra Franco o es contra Falange?». Quince días más tarde circulaban en la Universidad de Madrid unas hojas distribuidas por los estudiantes que decían: «Estamos con Calvo Serer».

A partir de este momento se observa que los monárquicos se agrupan al lado de los amigos de Calvo. Parece que Franco mismo comienza a aclimatar la idea, con la mayor prudencia, en los medios militares. En el mes de septiembre él dio su consentimiento para la visita que realizó el primogénito de don Juan, el infante don Carlos, al crucero americano Baltimore, anclado en el puerto de Mallorca. La invitación fue hecha por el mismo almirante Dennison, comandante de la VI flota del Mediterráneo a «S. A. R. don Juan Carlos de Borbón». Él y su hermano fueron recibidos a bordo con los honores de un jefe de Estado.

La suerte de una monarquía depende, primero de un monarca, luego de sus amigos. El pretendiente número I, don Juan, el padre de Juan Carlos, parece desinteresarse cada día más de su porvenir político, dicen sus amigos. No se excluye la posibilidad de que renuncie en favor de su hijo. El general Franco espera pacientemente ese momento: tan pronto desconfía de don Juan como tan pronto da la impresión de pensar seriamente en Juan Carlos, que se educa en España, para recoger la sucesión del Régimen. En cuanto a los amigos del eventual futuro monarca, fuera de esta «tercera fuerza», cuyo destino parece aún incierto, fuera de los que han conocido la antigua monarquía -y que con repugnancia de todo están retirados a la vida privada-, el único sostén verdadero es el ejército: éste parece que sigue las indicaciones de Franco. Su fidelidad a una futura monarquía dependerá del tiempo que transcurra entre la restauración y la muerte de Franco. Si ese plazo es breve, nadie puede afirmar que el futuro de España sea un futuro pacífico. Lo cierto es que Franco controla, hoy, la evolución de su país. Ahora bien, que se vea obligado a tomar una decisión en un futuro relativamente próximo, parece claro. Pero me parece claro también que nadie está en situación de poder imponerle esta decisión.

Los acuerdos con América han puesto en marcha las fuerzas políticas tradicionales de España, pero quizá han reducido el margen de maniobra del Caudillo: hoy se encuentra forzado a ser el árbitro de los conflictos que las dividen y arriesga perder el apoyo de una de ellas si se declara abiertamente por la otra. De cualquier modo, no es posible para los Estados Unidos contar con que el orden político en España será el orden rígido de un cuartel. La libertad puede ganar. Pero nadie puede negar que después de quince años de dictadura la alternativa no es tranquilizadora; o bien el Régimen evoluciona hacia una normalidad, y hay que preguntarse en qué medida será capaz de controlar las demandas que serán cada día más exigentes, o bien no accederá a ellas, y la presión del descontento interior aumentara y hará explosiva la sucesión del general Franco. Toda la historia de España enseña que es hacia esa hipótesis hacia la que deben orientarse los cálculos político-estratégicos que se puedan hacer en relación con España.

Yo sería dichoso aplaudiendo con todos aquellos que practican la política de los buenos deseos, y no quisiera otra cosa sino creer que los españoles del siglo XX han llegado a ser tan constructivos como los americanos y tan razonables como los británicos...

Jean Creach

(Traducido del francés)




ArribaAbajo España en el umbral de la historia

por Jean Cassou


El «problema español»

¿Por qué los españoles han hablado tanto del «problema español»? ¿Por qué España se les ha presentado como un problema? Sin duda, porque es difícil ver una realidad. Esta realidad es oscura y escondida, y no se manifiesta. No se ha manifestado en la historia. Tenemos el derecho a suponer que lo que se ha manifestado en la historia es otra España o, ¡qué sé yo!, una España adulterada. Una España en la complejidad de la cual, la España problemática, la España profunda y desconocida no se percibía sino en vanos sobresaltos, distanciados, ahogados, con movimientos contradictorios, impotentes, que o bien caían en el fracaso o eran utilizados para fines ajenos a su naturaleza.

Hay otra cosa que la España histórica, de ahí el malestar de los españoles y esa ansiosa pasión con la que han trabajado tanto buscando a España. Porque, más que una novela de caballería, es una tragedia el que un pueblo se haya preguntado: ¿qué soy yo? Y que los españoles se hayan preguntado: ¿qué es España? Toda la generación del 98 y todas las generaciones, la anterior al 98 y las posteriores a él, no han hecho sino esto: cavar en los espesores de la historia para descubrir España. La historia, sin la menor duda, aparecía frecuentemente gloriosa, pero desmesurada y absurda. Más frecuentemente aún se presentaba melancólica, soñolienta, retrógrada. Impracticable, es decir, inadecuada a toda posible práctica. Además, por otra parte, en el comercio con las otras naciones, en ese concierto donde cada nación se presenta con una figura, era necesario adornar el exterior con una cantidad de oropeles frívolos, con lo «pintoresco», para llegar a encontrar un rostro. Porque las naciones tienen una figura que armoniza con su rostro. Pero esa apariencia de España era tan divertida, tan picante, y las otras naciones se divertían con tanto gusto -complacencia de turista- que necesariamente uno imaginaba que su rostro era otro. Un rostro humano, no una apariencia, aunque pudiera parecer tan romántica como fuera. Pero España, la figura de España era una máscara, una máscara de carnaval, de «Entierro de la Sardina».

Estos españoles entregados apasionadamente a su búsqueda e investigación, ¿qué han encontrado? Primeramente una espiritualidad. Han encontrado los valores espirituales de España, don Quijote, los místicos; genios de los que ya no se habla, como Góngora, o genios de los que no se había hablado nunca, como el Greco. Una espiritualidad, evidentemente, es poco práctica. Sobre todo esa cuya razón de ser es esencial y absolutamente el ser espiritual, es decir, no servir de nada, sino quemar en sí, para sí, de manera absoluta. Han encontrado también una tierra, un paisaje, evidencias puras y desnudas que no tiene más que hacer sino eso, estar ahí. Un pueblo también, lleno de virtudes admirables, las más altas de la naturaleza humana, y muy pobre y muy abandonado, un pueblo de desierto. Un orgullo podía, pues, nacer de todas estas revelaciones. Había por qué ser orgulloso al sentirse español, participando en todos sus secretos. Pero no eran más que secretos.

Sin embargo las interrogaciones se obstinaban, apremiantes. ¿Cómo era posible que una tal riqueza quedara infecunda? ¿Cómo podía ser que un pueblo quedara en su condición de desposeído sin tratar de taladrar nunca la superficie de la historia y labrarse un destino? ¿Cómo podía ser que todas esas fuerzas espirituales, esos impulsos del alma, esas ingeniosas audacias del espíritu, tanta imaginación, tanto heroísmo no llegaran a componer nunca uno de esos sistemas de pensamientos o una moral del corazón y de la acción que ejercen su influencia sobre la especie humana y contribuyen a su avance? Pero parecía que la naturaleza misma de España, yo oigo su naturaleza profunda, esa que era objeto de la investigación, no fuera sino ser desgraciada. Esta espiritualidad, ese pueblo que llevando en sí tantas cosas estaba condenado a la ineficacia. Su orientación misma iba a la resignación, a la imposibilidad de operar nunca sobre lo real, de conformarse con la gran obra colectiva de la historia. El mal era profundo, congenital, y no se puede hacer andar a un ser invertebrado. Se recomendaba el recogimiento en sí mismo y la aceptación de sí y de su propia heterogeneidad. España era africana y no tenía otra cosa que hacer sino europeizarse. Su filosofía nacional era el estoicismo. Lo mejor, antes de pretender ninguna empresa, era no hablar y cerrar con dos vueltas de llave la tumba del Cid. Para nosotros los viejos libros, los viejos pueblos, la pereza, la sabiduría y no la voluntad. En todo esto era la voz del orgullo la que se oía, un orgullo hermano de la desesperación; pero que, sin embargo, dejaba, algunas veces en el mismo hombre, tiempo para la busca del remedio. Reformadores y «arbitristas», ensayistas y filólogos, profesores y profetas, profetas y poetas, proponían cada uno el suyo: creación de escuelas, fundaciones universitarias, emancipación y ampliación de su labor científica, política, hidráulica, federalismo, reparto de tierras...

Un pueblo no satisfecho de su suerte

Y sin embargo, ni este ardor en la búsqueda de los remedios, ni este pesimismo en el diagnóstico de los males son vanos. En su conjunto, en su dialéctica, constituyen una acción. He aquí un gran pueblo que no está satisfecho de su suerte, que no se reconoce en lo que la historia, desde hace siglos, ha hecho de él, y que, por sus mejores espíritus, se empeña en descubrir, bajo tales apariencias, su realidad verdadera. Es ya un gran resultado conocerse. Aun si el objeto de este conocimiento no es otra cosa que un cuerpo glorioso. Un cuerpo amortajado, iluminado de santidad, pero, por definición, inapto para la vida. Una comprobación, una invención de esta clase es tanto menos estéril cuanto más conciente es de su amargura y de su desolación. Incita a la obra, suscita interrogaciones y controversias, toda una continuación de esfuerzos y de tentativas que presagian una resurrección. En suma es necesario volver a la teoría, a menudo emitida, de las dos Españas: una aquella de la historia: la otra, subhistórica, según la expresión de Unamuno, y que nunca ha llegado a hacerse oír y que se busca, pero también que se detesta. Una España problemática, pero también, y como consecuencia, que está en vías de solución y de resolución. Pero hace ya mucho tiempo que eso dura. Todo eso es largo, demasiado largo.

La intención nacional

Los excavadores de la subhistoria habían definido el pueblo español como poco apto para la organización y la acción, pero lleno de calidades humanas, y de la más humana de todas, que es la humanidad misma. Imaginativo, generoso, caritativo, humilde de corazón y orgulloso de alma, ferozmente independiente, rebelde a toda inhibición y toda mediocridad, hecho para toda grandeza, ya sea de heroísmo, de santidad, de pensamiento o de aventura. Este pueblo se ha afirmado en sus creaciones colectivas, en su música, en sus «coplas» y proverbios y en aquellas de los extraordinarios genios inspirados por él. Por lo que a la acción se refiere, en ocasiones múltiples ha tratado de manifestarse. Muchas veces también ha tratado de dar forma a su nación, de crear su régimen, ese régimen debía ser naturalmente democrático, libertario, podríamos decir. No hay en el mundo un pueblo más democrático, más republicano que el pueblo español. Su profundo ideal es la libertad, libertad de la persona, libertad de la comunidad, libertad de la provincia, independencia absoluta respecto a las creencias y autoridades. En el comportamiento individual esas disposiciones producen el escepticismo, la fantasía, la ironía y la tolerancia. En política ellas tenían que producir un régimen fundado, en sus grandes líneas previsibles, en el federalismo y el anarquismo. En todo el curso de la historia, más exactamente en la subhistoria, han producido una feliz Edad Media de civilización común cristiano-judeo-árabe, las tradiciones del colectivismo agrario, el pronunciamiento de los «Comuneros», las libertades vascas y catalanas, las Cortes de Cádiz, la República del 73, la República del 14 de abril, la guerra contra Franco, Hitler y Mussolini. Sin contar las doctrinas políticas de los jesuitas y otros clérigos de Renacimiento, las de los economistas y hombres de estado del siglo XVIII, la sabiduría de las «Leyes de Indias». Todos esos acontecimientos e instituciones, esos movimientos y esas creaciones forman una intención nacional, son la expresión de un pueblo, de un pueblo definido y que se define: pero esta definición y esta expresión sorprenderán al público. El público no veía el pueblo español bajo esos rasgos, no lo ha visto nunca bajo esos rasgos. Y es que todo esto ha quedado en las tinieblas de la subhistoria. La historia, ella misma, nos muestra otra cosa. Primero; del fondo de sus reductos montañosos del norte, la lenta, pero segura conquista de la península por la feudalidad, heredera de la monarquía clero-militar visigótica, después el imperialismo de los Habsbourg, dinastía extranjera a la que sucederá la no menos extranjera dinastía de los Borbones, el centralismo burocrático de Felipe II, la Inquisición, los pronunciamientos del siglo XIX y del siglo XX. Toda la «España Negra». Sin duda ciertos hechos de esta historia revisten un aspecto de epopeya, es decir, que es necesario señalar la participación del pueblo y de sus energías vitales y primitivas: la aventura de los Conquistadores y la guerra de la Independencia son obras del pueblo. Y es necesario oír un acento verdaderamente y totalmente nacional en estas defensas de España, altaneras y heridas que, de Quevedo a Julián Juderías, responden a un universo irritado de tanto prestigio y tanto poder y que espera impacientemente la ruina para reírse. Pero este prestigio y este poder no representan más que una España, y la otra, la verdadera, no aparece, sino estricta y parcialmente, en su penumbra. Este prestigio y este poder no se sostienen sino por artificio y como por efecto de insolentes golpes de fortuna de la historia; no son el fruto logrado de una de esas acciones en las que todo un pueblo, hasta sus capas más profundas, se ha empeñado.

La fuerza de la subhistoria

Este pueblo, el español, en sus aspiraciones sin realización y en sus rebeliones sin salida, es en lo que se ha empeñado. Desgraciadamente, la historia, son los éxitos, de lo que el universo habla ya sea para envidiarlos y describirlos, y el resto es silencio. Pero este subhistórico silencio está, sin embrago, animado de los esfuerzos suficientes, y si se me permite decirlo así, de gritos resonantes para que debamos tener cuidado. Y este pueblo subterráneo y desconocido es de una calidad lo bastante extraordinaria para no dudar que en los siglos que le quedan aún que vivir al destino del Occidente, pueda, un buen día, llenar realmente su misión.

Ahora que conocemos el balance de toda esta subhistoria popular, que vemos claramente el vigor y el encadenamiento, la cuestión es saber cómo no ha podido, en ninguna de las ocasiones que se le han ofrecido, llegar a un resultado. Este vigor y este encadenamiento son de tal manera determinados, que no podemos permitirnos, respecto a ellos, jugar a uno de esos jueguecitos de los historiadores que consisten en preguntarse «lo que hubiera sucedido si...». No, no se trata aquí de una de esas ínfimas causas, como la nariz de Cleopatra, sino de una causa fundada, viva, consciente: el genio y la voluntad de un pueblo entero, y un pueblo de los mejores dotados de todos los pueblos. Un pueblo que sabe llegar a su expresión y al que le ha faltado siempre un no sé qué para llegar a su realización. Un pueblo que ha sabido existir en virtualidad, pero que nunca ha podido existir en acto.

Claridad sobre el drama actual

Ciertamente los autores de su infortunio, o los obstáculos a su fortuna, han sido poderosos, a menudo magníficos, peones felices sobre el tablero de la historia: el Cid, los Reyes Católicos, Carlos Quinto, el oro, la Iglesia, el Ejército. Pero el pueblo español valía todo eso, y es sorprendente comprobar que se podría tomar, después de todo lo que su introspección le ha revelado y nos ha revelado, como simbólico mensaje de la justicia, de la libertad, del humanismo, pero es a otras naciones a las que la historia les ha permitido poder llegar a su realización bajo esta forma. Sus empresas abortadas no son caprichos ni casualidades, sino el efecto de un pensamiento constante a través de los siglos. Todas las maravillas de su genio componen un sistema del hombre y del mundo, un verdadero corpus del que no se comprende que no haya podido nunca proyectar su energía en actos y fundaciones durables. El paso de la subhistoria a la historia es el gran misterio, pero, como todos los misterios, exige su explicación y por consecuencia dejar de ser misterio. Esta explicación, esta elucidación, después de la derrota, requiere el trabajo crítico de los vencidos a fin de obtener de él los medios para la victoria. Los acontecimientos son el fruto de un temperamento colectivo, de una conjunción de disposiciones morales, de aspiraciones y de voluntades, de reflexiones y de estados conscientes. Todos estos factores están ahí, en las vicisitudes de la subhistoria del pueblo español, y reunidos con más lucidez aún en la obra de sus mejores pensadores desde hace medio siglo. Obra agotadora, esfuerzo supremo de lucidez que no solamente alcanza a todo el pasado, sino, más aún, más precisamente, sobre las recientes derrotas. Toda esta obra ilumina el presente, el drama actual en el que todos los dramas seculares se resumen, la sangrante experiencia actual.

Meditación de España

Sabemos demasiado que los enciclopedistas prepararon la Revolución Francesa: es, en efecto, una labor enciclopédica del espíritu, un estudio universal el que prepara las revoluciones. Igualmente se entregaron a un trabajo enciclopédico en común Marx y Engels y a una revisión general de principios y de hechos. Yo quiero imaginar que hay en este momento, en la emigración española de los dos continentes, sino en España misma, espíritus que, continuando, prosiguiendo, en relación con los más concretos e inmediatos factores, la meditación que España hace sobre ella misma desde Costa y Ganivet, si no es desde más atrás aún, hasta nuestros días, trazan sus lineamientos de un nuevo contrato social. La revolución española busca su fórmula, y será original, y la España original aspira, una vez más, pero esta vez de manera efectiva, a su realidad.

(Traducido del francés)


ESPAÑA DESEA NUEVOS ACUERDOS

La revista francesa Semaine du monde del 11 del pasado mes de febrero, ha publicado la siguiente información:

«El embajador de España señor Lequerica ha celebrado una entrevista con el Subsecretario americano de Asuntos Exteriores, Mr. Bedell Smith, en la que le ha sometido un proyecto de acuerdo entre Norteamérica, España, Alemania occidental e Inglaterra a fin de establecer una alianza, en virtud de la cual, los países firmantes del acuerdo se obligarían a intervenir en favor de cualquier país del mundo amenazado por los comunistas. El acuerdo llevaría el nombre de Pacto Anti-comintern.

»En Washington se afirma que el Gobierno americano estaría dispuesto a estudiar la propuesta española en el caso de que fracasara la conferencia de Berlín y de que no sea ratificado por el Parlamento francés el pacto de "Comunidad Europea de Defensa"».




SEVERO CONTROL DE FRONTERAS

Los salvoconductos que se expedían en la frontera franco-española han quedado suprimidos. Estos salvoconductos se facilitaban a las personas residentes en las poblaciones fronterizas, tanto de los Pirineos Orientales como Occidentales, para facilitar el intercambio del pequeño comercio. En adelante será indispensable un pasaporte con el visado de las autoridades españolas, es decir, por la Dirección General de Seguridad o por los Gobernadores civiles de provincia.




ArribaAbajoSin permiso de la censura

Información de nuestro corresponsal en España


Los estudiantes contra la policía

Los motines que opusieron los estudiantes de Madrid a la policía durante tres días seguidos. 25, 26 y 27 de enero, han puesto de manifiesto una tensión política que las embajadas extranjeras se negaban a ver hasta ahora. Recordemos que el 22 de enero, Falange obtenía sin dificultad que 25000 estudiantes manifestaran en las calles reclamando «Gibraltar para España», y que el 27 el grito fue: «¡Dimisión Ruiz Jiménez!» (Ministro de Educación), «¡Dimisión Fernández Cuesta!» (Ministro de Falange), «¡Dimisión Salgado!» (Ministro de la Información) y que los estudiantes se batieron contra la «policía armada». El gobierno mismo encontró la cosa tan grave que no sólo envió a la calle esta fuerza, que está compuesta de antiguos suboficiales y que no es particularmente combativa, sino también patrullas de la Guardia Civil, cuerpo que ha sido, bajo todos los regímenes españoles, reputado por su fidelidad hacia los poderes y por su energía despiadada contra los que querían atacarlo.

¿Qué pasaba entre bastidores?

Lo que pasaba entre bastidores durante los dos días precedentes al «día vindicativo» del 25 de enero, explica esos acontecimientos y aclara la situación actual.

El principio de la manifestación fue decidido en el consejo de Ministros del 22 de enero. Se dejó en libertad a cada ministro respecto a dar las órdenes necesarias para esta manifestación, quedando entendido que «el asunto debía desarrollarse con orden y dignidad». Al día siguiente -sábado 23- el ministro de Falange, Fernández Cuesta, transmitió al «jefe responsable de los servicios» la consigna gubernamental. Ese «jefe de los servicios» de Falange es Juan José Pradera, hijo de Víctor Pradera, el antiguo monárquico teórico. Juan José Pradera había sido expulsado de la dirección del diario YA, por razones de índole personal, y se encontraba en ese momento sin empleo. Su madre es una íntima amiga de la mujer del general Franco. Ya le habían ofrecido a Pradera el puesto de agregado de prensa en París, pero su madre encontró que era una humillación y pidió al general Franco que le «buscara otra cosa». El puesto de jefe de los servicios de Falange estaba vacante y se le ofreció y fue aceptado. A título de jefe tiene el control de la «prensa del movimiento» y entre otras cosas, el de los sindicatos universitarios de Falange. El año pasado cometió muchas torpezas y su única preocupación es ser «persona grata» al general Franco.

Los «deberes» de Pradera

Cuando recibió la orden de organizar la manifestación «con orden y dignidad», Pradera estudió con sus adjuntos la manera de aplicarla. Con el fin de dar más brillo a «su» manifestación, decidió que ella se dirigiría a la embajada de Inglaterra. Algunas horas después de tomada esta decisión el Estado Mayor estaba informado. Este cuerpo se encuentra bajo las órdenes del general Vigón -que es quien ha negociado para España el acuerdo militar con los Estados Unidos. En principio el Estado Mayor es una organización militar, como todo el mundo sabe, y es el que interviene como «cerebro de confianza» cerca del general Franco. Realmente es una especie de súper Ministerio de Defensa y de las fuerzas de policía, a través de la Dirección General de Seguridad, que depende directamente de él. En principio el Estado Mayor no tiene atribuciones políticas. Ahora bien, el general Vigón es, juntamente con Carrero Blanco, el sólo hombre en Madrid que trabaja todos los días con el general Franco, por lo que podemos suponer que tiene algo que decir en multitud de cuestiones que no guardan relación directa con los asuntos militares propiamente dichos. Políticamente el general Vigón es un monárquico que aceptó, a título provisional, la autoridad del general Franco.

La cuestión es la siguiente: Cuando el Estado Mayor, conoció la decisión de Falange, Pradera fue llamado al teléfono y se le dijo que evitara todo movimiento que pudiera arrastrar disturbios en las calles o algún acto de violencia hacia la embajada de Inglaterra. Fuente fidedigna nos ha dado las siguientes precisiones: cuando Pradera recibió esta «sugestión» contestó: «Conozco muy bien mis deberes y soy el único responsable en el asunto».

En estas condiciones Falange mantuvo la orden de hacer marchar a los estudiantes contra la embajada de Inglaterra. Por su parte el Estado Mayor daba la orden, a las diferentes fuerzas de policía, de impedir que los estudiantes llegaran hasta ella. Las consecuencias son conocidas de todos.

Primera conclusión

Desde el 25 de enero, es claro como la luz del día, que la crisis latente entre el ejército y Falange, ha tomado un sesgo violento. ¿Cómo la resolverá Franco? Su costumbre de siempre es no cortar los puentes en ningún sitio. Tiene necesidad del Ejército y de la Falange. Una ocasión próxima, un cambio de hombres, puede darle los medios para la solución del problema: El general Vigón tiene 73 años. Después de la firma del acuerdo con los Estados Unidos, le dijo al general Franco que estimaba que su tiempo de servicio había terminado y que deseaba tomar el retiro. El general Franco le pidió que esperara hasta el mes de enero. El mes de enero ha traído la crisis que hemos visto. No es imposible que sea resuelta antes del verano, aceptando el retiro del general Vigón y liquidando el Ministro de Falange, Fernández Cuesta, sin hablar de otros funcionarios de segundo orden. Ésta es la hipótesis lanzada en estos días en los centros políticos oficiosos de Madrid.

Segunda conclusión

Las informaciones oficiosas, todas, están de acuerdo sobre este punto: a Franco no le produjo placer las manifestaciones callejeras ni la manera como los estudiantes desafiaron durante tres días a la policía, pero lo que está es irritado, por el espectáculo de desorden que se ha ofrecido a los Estados Unidos. Se cree que la reorganización, estudiada desde hace tanto tiempo por Franco, encuentra ahora una razón suplementaria. Sin embargo, hombres que están cerca del Palacio del Pardo, declaran que la situación se ha presentado más complicada que lo que preveía Franco. No se descarta la posibilidad de un cambio de ministerio antes del mes de junio. Pero nadie puede vanagloriarse de conocer el pensamiento del dictador, ni sobre esa cuestión ni sobre otra. Algunos de los cambios ministeriales anteriores los han sabido los interesados por la radio o por boca de su sucesor, instalado ya en su puesto. Los pronósticos, pues, en materia de crisis en el Régimen franquista, deben ser acogidos con mucha prudencia. Esto no obstante, aparecen claros algunos hechos:

-1.º) Se deduce de las confidencias de los principales ministros, que cada uno de ellos está descontento de su compañero de Información. Unos le atribuyen la responsabilidad de una España desprovista de opinión pública y le reprochan los abusos de la censura. Otros le reprochan no el que censure -la censura existe por orden de Franco-, sino que la aplica mal. Y, de pasada, debemos decir que este ministro, no es respetado por los funcionarios del Régimen; en las salas de redacción de los periódicos puede oírse muchas veces descaros e insolencias dirigidas a él.

-2.º) De la evolución trágica de las manifestaciones del mes de enero, en una buena parte, la opinión hace responsable a ese Ministro y al Director de la Prensa. Los estudiantes continuaron los motines los días 26 y 27 porque la prensa no había dicho una palabra de sus heridos y de sus muertos. En el seno del gobierno el descontento fue tal que el general Franco dio la orden de publicar un comunicado, pero llegó demasiado tarde para impedir los motines y reducir a los estudiantes al seno de la Universidad. Otros rumores de cambios ministeriales no tienen por el momento fundamento sólido.

Franco no sabe qué hacer en Marruecos

La situación franco-española parece por el momento, que está en camino de mejorar. En los círculos cercanos al general Franco, se declara que su posición en estos momentos es la siguiente: 1.º- Está inquieto por la agitación de la zona francesa; 2.º- Se siente herido por no haber sido consultado por Francia en el momento de la destitución del sultán; 3.º- Desea evitar, desde ahora, ofender a Francia; 4.º- No quiere dar a los marroquíes otras satisfacciones que verbales; 5.º- Desea que las relaciones diplomáticas entre España y Francia, que están en punto muerto desde 1953, comiencen, para arreglar muchos asuntos litigiosos entre los dos países; 6.º- Espera y desea, como premio a esta «buena voluntad», que el puerto de Tánger se una a la zona española de Marruecos.

Madrid, Marzo de 1954


REPRESIÓN EN ESPAÑA

Consejo de Guerra en Ocaña

Se ha celebrado la vista de la causa instruida contra once miembros del Partido Socialista Español por «actividad contra la seguridad del Estado». El Consejo de Guerra que los ha juzgado ha actuado en el Penal de Ocaña. Las penas impuestas han sido: 15 años de prisión a Rafael González Gil; 10 años a Mateo Julián García de Sancho; 10 a Anselmo Plasencia. Los restantes han sido condenados a penas de menor duración. Casi todos los condenados actualmente fueron condenados antes a penas graves, por delito de «rebelión», es decir por haber defendido la República, el régimen que los españoles eligieron libremente; pero se encontraban en libertad provisional por haber cumplido ya una parte de la condena. Ahora, estos hombres sentenciados, tendrán que cumplir además lo que les restaba de la condena anterior, lo que significa estar en prisión el resto de sus vidas.

Hemos recibido una comunicación de una alta autoridad del Partido Socialista Español de la que reproducimos el párrafo siguiente: «Quedan hombres de temple, como esos condenados ahora por los esbirros de Franco, hombres como ese puñado de héroes capaces de desafiar las iras del Dictador y de sus verdugos».

Consejo de Guerra en Madrid

En Madrid se ha celebrado otro Consejo de Guerra contra 10 procesados, entre ellos una mujer. Se les acusaba de «conspirar contra el Régimen». Según nuestras noticias, pertenecían a un grupo de Estudios Sociales que funcionaba sin permiso de las autoridades y propagaba literatura de autores no gratos al Régimen. Las penas impuestas han sido: 10 años de prisión a Manuel Fernández Grandizo; 8 años a Jaime Fernández Rodríguez; 4 años a María Laguna. A los otros restantes se les ha impuesto penas de menor duración.




ArribaAbajoLa huida a las ciudades

por Víctor Alba


Parece por las informaciones sobre España, que este país esté habitado exclusivamente por militares, obispos, industriales especuladores y por obreros, a juzgar por el hecho de que en tales informaciones se habla de todos ellos y únicamente de ellos.

Sin embargo, cualquier manual de geografía nos dirá aquello de que «España es un país esencialmente agrícola». Pero de los hombres y mujeres que viven en el campo español, nadie parece acordarse, ni periodistas, ni economistas, ni, desde luego, los propios políticos franquistas.

Nadie habla de las cotidianas aventuras de los dueños de los diminutos campos gallegos, constantemente acechados por el usurero del lugar deseoso de quedarse con sus cuatro palmos de tierra.

Nadie habla, tampoco, de la paradójica situación del rabassaire catalán y de los medieros de otros lugares de la Península, que, gracias a la penuria de tantos años que se abate sobre España, habrían podido convertirse en pequeños capitalistas agrarios, de no haber habido en el país un gobierno tan previsor como el del general Franco, que impidió esta transformación social, privándoles de la posibilidad de adquirir maquinaria agrícola y obligándoles a invertir sus desmesurados ingresos -obtenidos a costa del hambre de la ciudad-, en aparatos de radio, vajillas de lujo y otros objetos a sus ojos completamente inútiles.

Porque, desde luego, el campesino español no es distinto al de otros países y siempre está dispuesto a enriquecerse en períodos de carestía. Pero el gobierno de Franco se las arregló, sin proponérselo, para que este enriquecimiento resultara ficticio y vano.

Alguna vez se ha hecho referencia fugaz a los campesinos andaluces y de otras regiones de latifundio, no sólo porque su miseria es más espectacular, sino porque en varias de esas regiones existen centros turísticos que atraen al viajero y al periodista y, de paso, les permiten ver a las mujeres yendo a buscar bellotas para comer, y a los hombres en aparente holganza, en las plazas de los pueblos... aguardando que un hipotético ofrecimiento de trabajo venga a proporcionarles con qué sazonar las bellotas recogidas por sus hijos y mujeres. Una avena en el motor del turista, que lo obliga a detenerse en cualquier pueblo extremeño, murciano o andaluz, y sin querer echa un vistazo a la condición de esas gentes de las que nadie se acuerda.

Y esos olvidados forman la mitad de la población de España...

Así, sin darle importancia a la cosa, lo informan las últimas estadísticas oficiales de Madrid, que encontramos citadas, en un rinconcito de relleno, por el semanario Destino, de Barcelona.

Dice textualmente la nota:

«La Administración considera población urbana a todos aquellos Municipios superiores a 10000 habitantes. En España existían en el año 1950, último censo oficial, 403 ciudades con población mayor a este número. En el transcurso de medio siglo han habido 83 pueblos que han alcanzado esta cifra.

»En el año 1900, el total de la población de los núcleos superiores a 10000 habitantes era de casi 6 millones de personas, mientras que en 1950 la población correspondiente era de 14 millones y medio. Esta cifra es algo más de la mitad del conjunto de la población española».



Y Destino comenta escuetamente: «La economía moderna tiende a que la gente se aglomere en las ciudades».

Añadamos algunas cifras sacadas del Anuario Estadístico de España (edición de 1946). En 1900, el país tenía una población de 18 millones de habitantes, de modo que los 6 millones que vivían en poblaciones de más de 10000 habitantes constituían una tercera parte del total de la población nacional.

En el mismo Anuario (pág. 47) se dan las cifras de habitantes de los diversos grupos de municipios. Después de numerosas sumas -porque el Anuario no las hace-, llegamos a estas cantidades: en 1930, España tenía 23.563.000 habitantes, de los cuales 15.824.360 vivían en poblaciones de menos de 10000 habitantes; es decir, se mantenía todavía la proporción de dos tercios de población rural y un tercio de población urbana. El censo de 1940 -es decir, habiendo mediado la República y la guerra civil-, arrojó estas cifras: población total: 25.877.000 habitantes; en municipios de menos de 10000 habitantes: 13.315.774.

Vemos, pues, que habiendo aumentado en más de 2.3 millones la población del país, ha disminuido en 2.5 millones el número de los habitantes rurales. La proporción ya no es del 33 por ciento, para la población urbana, pero todavía no llega al más del 50 por ciento que arroja el censo de 1950.

¿En qué medida este desplazamiento demográfico del campo hacia la ciudad se debe a lo que Destino llama la economía moderna, y en qué medida a otras causas peculiares del régimen del general Franco?

Según las mismas estadísticas, no hay ningún grupo de municipios de menos de 10000 habitantes que no disminuyera de población, en el lapso indicado. Para quien conozca a España y sepa el significado de la palabra «caciquismo», la interpretación de este fenómeno no ofrecerá dudas. En efecto, la industria española, desde 1936 hasta ahora, no ha aumentado. Según las Cámaras Nacionales de Comercio e Industria, tomando como índice 100 la producción industrial en 1922-6, aquélla alcanzó a 103.7 en 1935; a 91.9 en 1940; a 97.0 en 1945 y a 124.7 en 1950 (Este último índice está aumentado por el incremento de la industria eléctrica, que se localiza fuera de las ciudades; en las otras industrias, el índice es siempre menor al de 1935, salvo en industrias mineras, cambien de localización no urbana). De modo que no hay elementos para suponer, con la mejor voluntad, que el desplazamiento de población del campo a la ciudad obedezca a una mayor demanda de mano de obra en las industrias urbanas, ni siquiera teniendo en cuenta que el anacronismo de muchas instalaciones favoreciera en ellas el aumento de turnos de trabajo para poder satisfacer al mercado; en realidad, el mercado negro de materias primas, las restricciones eléctricas, etc., provocaron una disminución de tal demanda.

Más aún, las industrias urbanas -textil y diversas, en esta estadística, tienen para 1950 un índice de 64 y 93.8 respectivamente, contra un índice de 93.5 y 81 en 1940, y de 101.6 y 139.5 en 1935.

Al mismo tiempo, la producción agrícola ha descendido al índice 64.3, después de pasar por 52.1 en 1945, 70.1 en 1940 y 97.3 en 1935.

Agreguemos, todavía, que el total anual de demandas de trabajo no varía apenas, en los años de después de la guerra civil, oscilando alrededor del medio millón. No creo que se necesita mayor prueba de dos afirmaciones ya indudables: que la industria española no necesita mayor número de brazos, y que las gentes que del campo van a la ciudad no lo hacen en busca de trabajo.

¿Por qué emigran, pues, desde sus pueblos a las urbes, y de qué viven en ellas?

La respuesta a estas dos preguntas caracteriza, no económica, sino socialmente, la situación del campo español bajo el régimen del general Franco.

Dejando aparte el porcentaje de campesinos que van a la ciudad por espíritu de aventura, -por deseo de cambio-, especialmente entre los jóvenes que al terminar el servicio militar no quieren regresar a sus aldeas, y que forma la masa normal de emigración del pueblo a la urbe, el resto de los cinco millones de gentes que han emigrado de las aldeas se componen de:

a) Perseguidos políticos que buscan en la ciudad un refugio, un lugar donde ocultarse y cambiar de identidad,

b) Desposeídos de sus bienes por la legislación franquista o por la simple decisión de autoridades franquistas locales. Durante la guerra civil la reforma agraria se aplicó con gran rapidez en la zona republicana, benefició a millones de campesinos y éstos, al terminar la guerra, se encontraron con que les quitaron las tierras recibidas durante la contienda, y además eran malmirados o francamente discriminados por haberlas aceptado.

c) Dueños de bienes destruidos. Muchas gentes, a causa de las destrucciones de guerra, se hallaron sin casa, sin su taller o artesanal. Si no poseían elementos para reconstruirla o para trabajar sus campos viviendo en casa ajena, tuvieron también que emigrar.

Se trata, pues, de gentes que fueron y van a las ciudades no para mejorar, no para iniciar una nueva vida, sino para refugiarse, a vivir de modo provisional, transitorio, en espera de que las circunstancias -que siempre se van retrasando- les permitan volver a sus aldeas. Son exiliados dentro de las fronteras de España.

Esta gente -como lo indica el hecho que no aumenten las demandas de trabajo (ni las ofertas) al mismo tiempo que aumenta la población urbana- vive sin producir, a costa de ese pariente que todo labriego tiene en la ciudad, o de expedientes inimaginables en países muy industrializados: empleos de temporada, trabajo doméstico, venta callejera, mercado negro cuando lo hay, suplencias de jerarcas sindicales.

Deben añadirse todavía otras categorías de desplazados del campo: los muertos de la guerra -y no se olvide que en ambos ejércitos los campesinos fueron muy numerosos, pero más en el franquista, por dominar Franco regiones esencialmente agrícolas-, y los exiliados. La existencia de estos dos grupos ayuda a explicar la baja de la población rural hasta 1940. Pero a partir de esa fecha, tal baja únicamente puede explicarse, en la proporción en que es anormal y mayor de lo que la evolución económica del país justifica, por el ambiente enrarecido, asfixiante, que caracteriza al Régimen. Si en las ciudades, terminada la etapa de la persecución en masa y de la represión espectacular, esta atmósfera se ha hecho algo más respirable -sin ninguna garantía de que continúe siéndolo-, no ha ocurrido así en el campo, donde todo el mundo se conoce, donde los odios se transforman rápidamente en manías, y obsesiones, donde el caciquismo heredado de los «años bobos» de la monarquía, que la República no llegó a extirpar, ha renacido disfrazado de falangismo.

Cuando se recuerda el apego al pueblo, el espíritu localista y aferrado al terruño de los campesinos -rasgos exacerbados en España por el hambre de tierra-, se comprenderá cuán aplastante, cuán destructora de la estabilidad y hasta de las tradiciones ha de ser esta atmósfera ponzoñosa, única que respiran los campesinos españoles.

Si los que pueden ir a España completaran los datos dados aquí con otros sobre el nivel de vida, la dieta, el salario, la mortalidad y la productividad del campesino español, se vería que éste es tan víctima del franquismo como lo sean el obrero, el intelectual, o el mismo capitalista con sentido de responsabilidad.

De momento, vemos ya que, por mucho que se asegure que la represión terminó, que las cárceles están casi casi vacías de presos políticos, en realidad la represión sorda, de todos los días de todas las horas, la represión hecha de malas miradas de amenazas veladas, de maniobras, abusos y discriminación, continúa. Y que siendo en los pueblos donde puede ejercerse con más refinamiento, de ellos ha arrojado a cuatro o cinco millones de campesinos.

Ya va siendo hora de que los incluyamos en las estadísticas de la represión, si queremos que sean verídicas.

VÍCTOR ALBA


GIBRALTAR CONTROLA A LOS ESPAÑOLES

Un telegrama de Gibraltar del 17 del pasado mes de febrero, da cuenta de que los 12000 españoles que trabajan en aquella plaza están sujetos a revisión de sus pases. La gran puerta que da acceso a España se cerró antes de terminar la jornada de trabajo y se dejó abierto un estrecho paso por el que han desfilado todos los españoles, hombres y mujeres, que trabajan en la fortaleza, interrogándoseles a muchos de ellos.

Se ha procedido a la revisión de pases y tarjetas de identidad. Se ignora si han sido retirados algunos de estros permisos de entrada y salida.


VIGOROSO MOVIMIENTO DEMOCRÁTICO EN FAVOR DE ESPAÑA

Grupo parlamentario «Francia-España Libre»

En la Asamblea Nacional Francesa se acaba de constituir el Grupo «Francia-España Libre». Forman parte, hasta ahora, 160 diputados pertenecientes a los partidos radical, socialista y MRP, ningún comunista. La presidencia de honor ha sido aceptada por el señor Herriot, que fue uno de los primeros parlamentarios que dio su adhesión al nuevo Grupo. El comité está constituido de la siguiente manera: M. Edouarci Herriot, presidente de honor, M. Daniel Mayer, (socialista) presidente; M. Aubau, (socialista) secretario; M. Jean Gau (MRP); M. Coudret (radical); y M. Forcinal (radical). El propósito principal de este grupo parlamentario es estrechar las relaciones con los demócratas españoles fieles amigos de Francia.

Chile

Simultáneamente a la constitución del Grupo parlamentario francés se ha organizado en Chile el «Movimiento Democrático Latino-Americano» integrado por demócratas chilenos, demócratas de otros países hispanoamericanos y por republicanos españoles allí residentes. Los proyectos de este movimiento son: laborar por la libre determinación de todos los pueblos y por la defensa de las libertades básicas de los mismos; coordinar todos los esfuerzos, en el continente para ayudar al restablecimiento de la República española y auspiciar la formación de grupos similares en los otros países de habla española. Debemos señalar que los reunidos en Chile, recogiendo la declaración hecha en el primer número de Ibérica por sus presidentes de honor, de que «Sin libertad en España, la libertad es imposible en Hispanoamérica», han reafirmado el principio declarando que «La restauración de las libertades en España es la seguridad del futuro democrático de los pueblos de Latinoamérica». El acto se celebró con gran brillantez en el Teatro Bolívar de Santiago y en él se rindió un homenaje a los presos que se encuentran en las cárceles españolas y americanas por defender la libertad.




ArribaAbajoLa Biblia en la España de hoy

Pastor bautista encarcelado en Valencia

Una información especial del periódico Christian Science Monitor, da cuenta de haber sido encarcelado en Valencia el reverendo Aurelio del Campo. La historia del arresto y prisión del reverendo es la siguiente: Se había solicitado del señor del Campo que se hiciera cargo de la capilla del pueblo de Navarrés, de la provincia de Valencia; aceptó y se instaló con su familia el 16 de diciembre último. Inmediatamente después de su llegada fue notificado que debía presentarse al alcalde del pueblo seguidamente. El alcalde le hizo saber que tenía que presentarse al día siguiente al Gobernador de Valencia para celebrar con él una entrevista. El pastor se presentó al Gobernador y éste le dijo que tenía que ausentarse de Navarrés y le dio las siguientes razones para justificar su decisión: primera, que su presencia en el pueblo podía dañar la unidad del Catolicismo Romano; segunda, que había distribuido literatura que no estaba autorizada; tercera, que había proferido blasfemias públicamente.

El pastor pidió al Gobernador que le diera por escrito esas razones, el Gobernador rehusó y cortó agriamente la entrevista. El informe de la Misión Bautista en el extranjero dice, que cuando el Gobernador tuvo esa entrevista con el pastor, éste no había celebrado aún ningún servicio en Navarrés. Después de esto se le impuso al pastor del Campo una multa de 3000 pesetas por los siguientes cargos: 1.º. Blasfemias contra la Virgen María; 2.º. Interferir la unidad del Catolicismo Romano en España; 3.º. Distribuir literatura no autorizada.

El informe dice: «El pastor del Campo dijo que no creía que debía pagar la multa ni ausentarse de Navarrés, pues la gente del fanático pueblo juzgaría que era culpable de algo. El 9 del pasado mes de febrero el Rev. Aurelio del Campo fue encarcelado en Valencia para cumplir una condena de 45 días de prisión».


Nueva fuente de ingresos

Las multas a los pastores protestantes parece que constituyen un nuevo ingreso para España. Un pastor de Madrid escribe que, por cinco veces se le ha impuesto una multa de 500 pesetas. El pastor pagó las tres primeras multas, pero las dos últimas se negó a pagarlas. Todo iba bien mientras que iba pagando, se le permitía seguir en su capilla. Pero desde que el pastor se negó a pagar, las cosas cambiaron.

Una noche, a las tres y media de la madrugada, cuando el pastor y su mujer dormían, unos golpes violentos en la puerta de la casa les hizo despertar sobresaltados. La policía obligó salir al pastor y le hizo leer una orden oficial por la que se le comunicaba, que la capilla confiada a su servicio había sido clausurada y sellada oficialmente su puerta, y que se le negaba el permiso para actuar en capillas protestantes. Estas multas impuestas al indicado pastor, ascendían al total de su retribución de un mes. Como este sistema es el establecido para otros pastores, constituye un buen ingreso para el fisco español las multas impuestas, siempre que esos pastores puedan pagarlas...






ArribaEditorial

Caminos de Marruecos


Se trata de ver claro en el brote de agresividad del régimen franquista. Desde distintos ángulos se analizan los movimientos simultáneos iniciados por Franco hacia Gibraltar y Marruecos. Unas veces aparecen coordinados, otras contrapuestos, esto hace que se señalen razones varias a la actitud española; unos ven el deseo de Franco de entrar en la NATO; otros señalan en ese intento de demostración de fuerza, el querer presentar a España como gran potencia a la que hay que temer; para otros Franco aspira a asumir el papel de «protector del Islam»; estiman otros que estando prácticamente interrumpidas las relaciones franco-españolas desde 1953, Franco aspira a forzar la mano a Francia para solucionar cuestiones de interés para su régimen, entre ellas se apunta el que adopte Francia medidas eficaces para amordazar los refugiados españoles residentes en aquel país; otros, en fin, consideran que Franco se siente fuerte en el interior después de la firma de los acuerdos con los Estados Unidos y piensa en expansiones territoriales.

No carecen de importancia las opiniones anotadas, tienen todas ellas razones fundadas en apreciaciones de hechos, pero otro ángulo se presenta a nuestra vista. El deseo de Franco de formar parte de la NATO es un viejo deseo: Portugal ha empleado sus buenos oficios hace tiempo cerca del Consejo de la organización a esos fines, pero Franco sabe que ya no es el momento. Firmados los acuerdos con los Estados Unidos ha quedado establecida ya su colaboración como aliado circunstancial o incompleto.

La simultaneidad de las reclamaciones de Gibraltar y los acontecimientos en Marruecos, puede llevarnos a estimar la intención de Franco de hacerse temer y hacerse respetar presentando a su país como gran potencia; pero esos dos acontecimientos tienen otra finalidad.

Cierto, Franco se llama, y le place que le llamen, el «Protector del Islam», a ello ayuda Israel solicitando que sea el árbitro entre las diferencias que tiene con los árabes; pero Franco, que no conoce Arabia, conoce bien Marruecos y al mismo tiempo que renuncia a ser mediador entre Israel y los árabes, alegando que «Israel se obstina en no aplicar las decisiones de las Naciones Unidas relativas a los refugiados árabes»... recibe la delegación de marroquíes y el pliego de peticiones de algunos caídes, procedentes de Tetuán, solicitando la separación del Marruecos español y la plena autoridad del califa. A estas peticiones contestó Franco que «España defenderá la unidad de Marruecos, pero mientras otra hora no suene, la zona marroquí española estará bajo la soberanía del califa Muley el Mehdi».

Nos aliamos, en parte, a las consideraciones emitidas sobre la valoración que Franco concede a la ayuda americana. Evidentemente se siente apoyado y comprueba que puede ahora disponer de material de combate eficiente, lo que puede llevarle a animar sus deseos reprimidos de expansión territorial. Debemos dejar a un lado las consideraciones lógicas derivadas del pacto mismo y las buenas intenciones de los que creen que ese material entregado por los Estados Unidos no puede ser empleado contra tal país o contra tal otro; si la hora X llega, Franco empleará ese material como le plazca.

A no dudarlo, todas estas opiniones tienen fundamento, pero el camino de Marruecos lo ha emprendido Franco para llegar a otra parte. Para tratar de analizar las intenciones de Franco, debemos partir del hecho que la apreciación de los Estados Unidos de la situación de Marruecos, fue lo que decidió llegar a un acuerdo con Franco. Las bases aéreas de Marruecos están situadas en la zona francesa; si por una causa o por otra, la intranquilidad de Marruecos crece, las bases en España aumentan su valor. El primitivo proyecto para España comprendía cuatro bases, ese proyecto ha sido aumentado en cinco bases más. El aumento de bases españolas no se cotiza fuera, lo cotiza Franco en el interior.

A todo régimen dictatorial le es difícil salir de su armazón de hierro, necesita, llegado el momento de final de ciclo, fermentos interiores que quiebren el estancamiento y distraigan la atención, polarizada ya en objetivos renovadores. Las manifestaciones en el interior de España han estado marcadas con ese signo -no queremos entrar aquí en consideraciones sobre la inhábil explotación de un sentimiento nacional, eso nos llevaría muy lejos-. Ahora bien, la situación interior de España no es tranquilizadora: de un lado la angustia económica de la clase trabajadora, pues aunque el Régimen trata de aumentar el poder adquisitivo, concediendo anualmente de dos a seis meses de pagas extraordinarias, no tiene la medida valor alguno, porque, simultáneamente suben los precios en mayor proporción que esos aumentos; la situación trágica de los campesinos la trataremos extensamente, en ese medio el Régimen no encuentra ninguna clase de apoyo; en los medios universitarios existe una inquietud política bien marcada que tiene ya sus dirigentes; las necesidades y anhelos de la policía y medios militares son apremiantes: un agente de policía tiene de sueldo 700 pesetas mensuales ($18); en el Ejército, un coronel percibe mensualmente 1800 pesetas ($52). Los observadores del interior señalan que se han empezado a constituir juntas clandestinas de oficiales subalternos, en las que se duda del Régimen.

El Régimen de España necesita en la actualidad organizar desviaciones interiores: Gibraltar es una, Tánger es otra. Marruecos es el camino emprendido para un acrecentamiento de prestigio interior, apoyado por una mayor ayuda americana. Sin embargo, no parece que los caminos de Marruecos sean los más llanos para sostener una situación nacional que, fatalmente, toca a su fin.

Franco con delegados marroquíes

Si buena vida os quité,
¡buen recibimiento os di!
(con perdón de Zorrilla)



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