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Ana María Fagundo

Semblanza crítica de Ana María Fagundo

Ana María Fagundo Guerra nació en Santa Cruz de Tenerife el 13 de marzo de 1938. Cursó los estudios primarios con su padre, que era Maestro Nacional. En 1950 ingresó en la Escuela Profesional de Comercio de su ciudad natal, obteniendo, en 1955, el título de Perito Mercantil, y tres años después el de Profesora Mercantil. En 1958 recibió la beca Anne Simpson para estudiar en la californiana Universidad Redlands, donde se graduaría en 1963 con especializaciones en Literatura Inglesa y Española. Pasó luego a estudiar en las Universidades de Illinois y Washington, obteniendo de esta última el Doctorado en Literatura Comparada (1967). Su carrera docente como catedrática de Literatura Española en la Universidad de California, Riverside, se extiende de 1967 a 2001.

Ha publicado los siguientes libros de poemas: Brotes (1965), Isla adentro (1969), Diario de una muerte (1970), Configurado tiempo (1974), Invención de la luz (1978; premio Carabela de Oro, 1977), Desde Chanatel, el canto (1981; finalista del premio Ángaro, 1980), Como quien no dice voz alguna al viento (1984), Retornos sobre la siempre ausencia (1989), El sol, la sombra, en el instante (1994), Trasterrado marzo (1999), Palabras sobre los días (2004); asimismo ha publicado el libro de narraciones La miríada de los sonámbulos (1994).

Ha dado numerosas lecturas de sus poemas en España, Inglaterra, Argentina, Colombia, Puerto Rico, Paraguay, México, Venezuela, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y China. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués, italiano, alemán, polaco, lituano y chino. En 1969 fundó en la Universidad de California la revista de poesía, narración y ensayo Alaluz, que dirigió hasta 2001. Como parte de su labor crítica, ha publicado numerosos ensayos sobre poesía española de posguerra, así como dos libros sobre literatura norteamericana: Vida y obra de Emily Dickinson (1973) y Antología bilingüe de poesía norteamericana contemporánea (1988); también el titulado Literatura femenina de España y las Américas (1995). En 1996 fue galardonada con la Medalla Lucila Palacios del Círculo de Escritores de Venezuela, y en 2005 le fue concedido el premio Isla del periódico canario La Opinión.

«El poema es mi vehículo de conocimiento», afirma Fagundo en una de sus conferencias. Y, efectivamente, esta poesía es instrumento de indagación ontológica y de su entorno, particularmente el paisaje de la isla natal, Tenerife, que surgiendo enhiesta de las aguas ofrece el signo más elocuente de la afirmación vital que traspasa esta escritura. La palabra y su impulso de plasmación es el medio de contrarrestar la muerte, como se evidencia, en particular, en Diario de una muerte, donde la inscripción poética lucha por retener la vida del padre agonizante. En Configurado tiempo, la palabra busca superar el tiempo y la distancia, al recrear el escenario de la infancia isleña mediante un lenguaje pleno de sensualidad. El impulso vital de esta palabra va unido a una insistente indagación metapoética, que implica una conciencia del juego de invención que comporta la creación y que, aun siendo juego, impone su absoluta necesidad para mantener la vida. Por eso, en su labor creadora, la palabra se identifica con el amor, y el tacto de los cuerpos en el abrazo amoroso con el de la pluma sobre el papel. «Chanatel», en Desde Chanatel, el canto, es un término inventado para erigir el espacio imaginario de la poesía en cuyo recorrido se va recreando la vida. Frente a las limitaciones espacio-temporales, «Chanatel» es la vida en su canto voluntarioso de «ser que no quiere dejar de ser», y que a menudo se alza en denuncia contra una civilización actual cuyos sistemas políticos y económicos, y sus supuestos avances, presentan serias amenazas contra la vida.

La inquietud investigadora de esta poesía, junto con su sensualidad, se articula mediante una serie de técnicas y signos poéticos propios que se reiteran en las distintas colecciones, así una tipografía muy cuidada y las oposiciones binarias en forma de paradojas y contradicciones, mediante las cuales la palabra se mueve entre ausencia y presencia, ser y nada, la afirmación y el deseo de ser y su frustración por el tiempo, la muerte, el desamor. Pero el empeño de afirmar nunca ceja. Hasta el final, la palabra se mantiene como el medio de crear la vida y de indagar en la verdad que los poemas configuran en su particular tipografía y con sus distintas figuras retóricas. En su evidente dedicación metapoética, esta obra funde su fiel búsqueda de verdad estética con la empresa, o mejor, obligación ética de afirmar la vida.

Candelas Gala
Wake Forest University
Carolina del Norte (EE. UU.)

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