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Alfonso de Cartagena. Historia y filosofía moral en tiempos del emperador Carlos V

Juan Miguel Valero Moreno

Tiento

La historia de la historiografía española clásica, cuyo modelo más cercano fue Benito Sánchez Alonso (Santiago de Compostela, 1884-Madrid, 1967), uno de los discípulos tempranos de Ramón Menéndez Pidal, ha sido, como corresponde al oficio bibliográfico, esencialmente cronológica1. La Historia de Sánchez Alonso procede por épocas, de la historiografía grecolatina clásica hasta el siglo XVIII2, y se apoya, para no ir más lejos, en algunos de los hábitos compilatorios seguidos por Bartolomé José Gallardo, José Amador de los Ríos o Marcelino Menéndez Pelayo (de quien nos interesa aquí, por cierto, su Bibliografía hispano-latina clásica3).

Esta obra de referencia (cuya extensión cronológica y sistematicidad no ha sido superada, si bien es cierto que los datos particulares se han incrementado y modificado sustancialmente4) contaba con un aprendizaje en profundidad de Sánchez Alonso en historiografía o cronística medieval, un campo en el que la labor de Menéndez Pidal fue intensiva, y a cuya órbita pertenecen formulaciones tan acertadas como el marbete literatura histórica5. Literatura no es aquí, como en alemán, una forma de expresar el aspecto bibliográfico, contable, de la literatura histórica, sino la impronta narrativa de las diversas formas de escritura de la historia6.

En este sentido, la historia no cabe concebirla, en sus usos y efectos, como la enumeración sucesiva y aislada de las historias que van cubriendo el tiempo que avanza. La historia española (me refiero ahora a la escrita en castellano o en latín) de la primera mitad del siglo XVI, la de la época del emperador, no es solo la historia de los textos compuestos en ese periodo, sino, en gran medida, la historia de la convivencia de los nuevos textos con los textos del pasado. Para evaluar este aspecto no basta una mera enumeración de las fuentes de las que se nutre la historia de aquella primera mitad de siglo, sino que parece preceptivo evocar la fuerte presencia de las historias del pasado en la construcción de la historia presente.

Por otro lado, no cabe confundir o unificar los textos históricos, los archivos, con la escritura de la historia como género literario (con una fuerte marca retórica e incluso oratoria), pues ya antes de Lorenzo Valla la historia, además de memoria, confluye con la idea de un proyecto político encabezado por el aspecto ético de los sucesos históricos y su plasmación persuasiva o disuasoria. La historia es un género cercano a la poesía y, en todo caso, no ajeno a una poética propia que afecta incluso a sus formas más breves (como pudo abundar Bernard Guenée para la literatura analista del medioevo)7.

La historia es paralela, pues, a la ética, y, de hecho, en el proyecto pensado por Alfonso de Cartagena hacia mediados del siglo XV para la caballería, tales lecturas, históricas y morales, debían regir el ocio letrado de los caballeros en orden a la constitución de una nueva república, cuerpo político virtuoso, en la acción y la reflexión, al servicio del reino y, por ende, del rey.

En contexto: desde Alfonso de Cartagena

Los tiempos convulsos que vivió Alfonso de Cartagena no ayudaron a que cuajara el destino final de la formación caballeresca conforme a aquel proyecto, que todavía Cisneros (1436-1517), en vísperas de la llegada de Carlos de Gante a España, pretendía perfilar8.

Ciertamente, la figura de Alfonso de Cartagena no es la de un historiador9. Como obispo de Burgos su labor pastoral ocupó gran parte de sus energías, que combinaba, cuando se le requería, con el asesoramiento político del reino. Su formación, por otro lado, era la de un requintado jurista que, en el marco del concilio de Basilea, había concitado cierta unanimidad en alabanza suya10.

El grueso de la obra por la que hoy y en su momento fue conocido don Alfonso, con todo, fue la que corresponde a la traducción y comentario de los clásicos grecolatinos, así como de algunos textos de la literatura cristiana. Durante una estancia diplomática en Portugal compuso un tratado de trasfondo aristotélico, el Memoriale virtutum, y hasta mediados de la década de los treinta traduce, con muy sano criterio, textos de Cicerón (De inventione, De officiis, De senectute, Pro Marcello) y de Séneca o a él atribuidos11.

De este último corpus, sumado al anterior, procede, más allá de la comunicación de estos textos clásicos (o pseudo clásicos) a la nobleza vernácula o con conocimiento limitado del latín12, la configuración de un léxico político renovado que se irá incorporando progresivamente a la escritura de la historia (casos evidentes son Diego de Valera y Rodrigo Sánchez de Arévalo) y, por derivación o atracción, a la forma mentis de una política imperial o universal13.

Alfonso de Cartagena, como es obvio, no podía adivinar el giro que daría la realeza castellana y los reinos de España hasta desembocar en Carlos V. Sin embargo, su forma de concebir la historia, la filosofía moral, la política y su enlace con la religión, prefiguraban los debates de un escenario europeo. Si, por un lado, es cierto que el reinado de Juan II fue trágico en términos políticos (un estado de guerra civil casi sin tregua, de facto), es en este mismo periodo, por otro lado, en el que el discurso de la sobrepujanza de Castilla y lo castellano (que hermanaban la violencia cotidiana con aspiraciones abstractas a la paz y la justicia) cobran un relieve que no se había conocido desde el proyecto cultural e imperial alfonsí.

Son Alfonso de Cartagena y sus amigos, discípulos, y a veces adversarios, quienes plantean con arrojo la preeminencia de Castilla en la Península y en Europa. Preeminencia no solo política o militar, sino también cultural y hasta lingüística, por extraño que nos pueda hoy parecer, en comparación con Italia (¿pero no era cada vez mayor la presencia española en Italia, y no correspondía entonces a España el señorío sobre sus vasallos, cuya italianità pasaba a ser circunstancial?)14. Es ese el escenario de un desarrollo extraordinario de la literatura histórica en torno a Alfonso V el Magnánimo, de la que es ejemplo conspicuo la Historia de Fernando de Aragón (esto es, de Antequera) por Lorenzo Valla (1445) que se nutre, en no escasa medida, de la Crónica de Juan II, el sobrino del rey elogiado por Valla15.

No trataré de ello en esta ocasión, pero nótese que se pretende complacer al Magnánimo con la historia de su antepasado, del mismo modo que a Carlos V los hombres de letras de España, sus escribanos e impresores, tratarán de halagar (al tiempo que señalaban el camino) al nuevo señor a través de sus antepasados: Fernando III y Alfonso X, por supuesto, en el pretérito perfecto; Juan e Isabel (en menor medida Fernando), en el tiempo más reciente16.

La historia, al fin y al cabo, es linaje, y el linaje hace al reino. Por lo tanto, España (y no digo ahora solo Castilla) comenzó a verse con los ojos de la tradición, cuya forma más consumada (aunque incompleta e imperfecta) se había dado en el siglo XIII. Hacia mediados del siglo XV el siglo de don Fernando el Santo y don Alfonso el Sabio se convierte, a efectos textuales, en un palimpsesto político y cultural. Conservamos, en efecto, más copias de la Estoria de España o la General estoria de esta época que de aquella en que se compusieron tan ambiciosos textos, y algo similar puede decirse de las historias e historiadores que alimentaron al taller historiográfico alfonsí: la Crónica latina de los Reyes de Castilla, el Chronicon mundi de Lucas de Tuy, el De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada17...; por no hablar de los manuscritos de la obra jurídica, en especial de las Partidas y su paso a la imprenta, enriquecidas de interpretaciones contemporáneas18. No fue igual el destino de las obras científicas o poéticas de aquel periodo que consolidó la impronta vernácula de la cultura castellana.

Todo ello sucedió sin que los textos del pasado ahogaran o limitaran la producción del presente. Bien al contrario, la literatura castellana alcanza en el siglo XV un momento de acmé, por mucho que al lector de hoy algunos de sus textos le puedan parecer plúmbeos. Gustos al margen, la literatura castellana del siglo XV, y en especial su poesía, llega a alcanzar una capacidad experimental y expresiva que apenas sabemos percibir tras su falsa apariencia arcaica. Las rarezas de este periodo son el asiento del aspecto clásico de algunos de los textos preferidos de la centuria siguiente. En el siglo de Garcilaso y Luis de León, los poetas canónicos son Juan de Mena y Santillana, como la imprenta y hasta los doctos se ocuparon de dejar patente19.

La cultura vernácula (y por supuesto la historia, pero también los clásicos) va a tener una impronta y una importancia incomparable con otros dominios europeos. La lengua castellana absorbe entonces modelos de vida pública y privada cerrados al latín y les ofrece nuevos cauces, al principio por acumulación, pero en determinados casos y conforme avance el tiempo, también por selección y depuración (Nebrija).

Continuidad y evolución se dan la mano para amalgamar los textos procedentes del siglo XIII con la eclosión de formatos históricos que se dan en el XV y que, junto a los viejos y prestigiosos textos patrimoniales, se proyectan con fuerza del ámbito concreto de su actualidad al estudio del pasado como forma de futuro.

Pensemos ahora en un caso tan significativo como el de la Genealogía de los reyes de España o Anaceplialeosis (c. 1454-1456) de Alfonso de Cartagena. El prelado burgalés pensaba dedicarla al rey Juan II, en el que culminaba, hasta entonces, la historia. Sin embargo, muerto el rey, no redirige su proyecto a su sucesor, Enrique IV, sino que intitula la Genealogía al cabildo que preside, el de la catedral de Burgos, cabeza de Castilla. Pronto, Cartagena también moriría, pero este texto histórico, excéntrico al resto de su obra, no quedaría inactivo en la capilla de la Visitación, donde ordenó su enterramiento, sino que fue copiado en varias ocasiones y traducido también al castellano, influenciando a los historiadores de la segunda mitad del XV y a los de la primera mitad del XVI20.

No fueron trabajos de amor perdidos. El marido y esposo amante Carlos V, regalaría a su mujer, Isabel de Portugal (1526-1539), un bellísimo ejemplar de las Genealogiae21. En ellas se fundían todos los reinos y coronas en una idea no impuesta, pero que sugería un destino común.

Alfonso de Cartagena logró, en un texto insólito en su producción habitual, y en latín en su redacción original, establecer un esmerado equilibrio al escribir un conjunto sucinto y conciso que abarcaba, en un dispositivo memorable que combinaba texto e imagen, la historia de los reyes de España, la historia política de la corona y la historia (no siempre pacífica y colmada de agravios y malentendidos) de sus mitrados, esto es, la historia eclesiástica de España. La brevedad y la selección dan una especial fuerza al conjunto, que apuntalan sus líneas de fuerza, expresadas con claridad ejemplar.

Esta historia común compartía espacio y fertilizaba la historia particular de algunos reinados, desde las crónicas de Ayala, a las crónicas estrictamente contemporáneas, escritura rigurosa del presente, como la Crónica de Juan II (uno de cuyos responsables fue el tío de Alfonso de Cartagena, Alvar García de Santa María22), la Crónica de Enrique IV de Castillo, la Crónica de los Reyes Católicos de Pulgar o las Décadas de Palencia.

Estas historias de reinados eran paralelas a aquellas otras que, como la Genealogía o la historia alfonsí, en la que se inspira, buscan una profundidad en el tiempo, con límite o sin él en el periodo gótico y que, por tanto, se construyen como el pendant universal de los españoles. Pienso en las Siete edades del mundo de Pablo de Santa María (de nuevo estamos en familia23) y en los compendios, latinos o romances, de los discípulos de Alfonso de Cartagena, muy en particular la Compendiosa historia Hispánica de Rodrigo Sánchez de Arévalo (historia de España fuera de España) o el Compendio historial de Rodríguez de Almela24.

Alfonso de Cartagena: una ética para la historia (de manuscritos)

La primera producción textual conocida del futuro Alfonso de Cartagena comienza en la década de los años 20, cuando este se encuentra en misiones diplomáticas en Portugal. En este contexto don Alfonso García de Santa María, cuyo cargo eclesiástico continuado para este periodo podemos referir a su deanato en la catedral de Santiago de Compostela, ordenado por Benedicto XIII, efectivo en 1415 y vigente hasta 1435, en que se eleva a la sede de Burgos por sus servicios a la corona, compuso en latín un compendio razonado de los libros III-VII de la Ética a Nicómaco de Aristóteles para el príncipe don Duarte de Portugal, que Lawrance y Morrás fechan en 142225. Este sumario de virtudes contaría más adelante con una traducción anónima al castellano (a quo 1474-ad quem 1496) dedicada a otro miembro de la casa real portuguesa, doña Isabel de Portugal, sobrina de don Duarte, esposa de Juan II y madre de Isabel la Católica26. Es también entonces, entre 1421 y 1431/1433, según las distintas fechas que se han propuesto, cuando don Alfonso traduce al castellano De inventione de Cicerón27, también para el príncipe don Duarte (c. 1430-1431, según Morrás), texto del que se conserva versión parcial en un único manuscrito, De senectute (Libro de senetute) y De officiis (De los oficios) y la Oratio pro Marcello (aunque de esta no consta autoría ni dedicatario).

Los libros De senetute y De los oficios fueron dedicados a su colega Juan Alfonso de Zamora, y es pertinente señalar que los manuscritos que transmiten el conjunto pertenecieron a la casa de Haro (Madrid, BNE, ms. 7815, s. XV, papel: Juan Fernández de Velasco, procedente de su abuelo, Pedro Fernández de Velasco); a la del conde de Arcos, don Pero Lasso de la Vega, bisnieto del gran amigo de Cartagena, Fernán Pérez de Guzmán (San Lorenzo de El Escorial, BEsc, ms. M-II-5, s. XV, pergamino) y (con cierta probabilidad) el marqués de Santillana (Londres, British Library, ms. Harley 4796, s. XV, pergamino). Esto es, los principales testimonios de estas traducciones se mantuvieron en el círculo más próximo y relevante de las amistades de Cartagena en la corte castellana28.

Una repercusión modesta, a decir verdad, de todo lo anterior, si se tiene en cuenta el éxito sin precedentes en Castilla, y excepcional en Europa, del más amplio corpus en lengua vernácula de versiones de Séneca o a él atribuidas en toda la Edad Media. El proyecto se inició, hacia 1430, a resultas de la solicitud del rey Juan II de una adaptación de algunos lugares señalados de la Tabulatio Senecae del dominico Luca Mannelli, esto es, la Copilaçión de don Alfonso. A pesar de la envergadura del trabajo existe acuerdo en que las versiones y sus glosas se llevaron a cabo en el espacio de unos cuatro años, entre 1430 y 1434, cuando don Alfonso es enviado al Concilio de Basilea29. El cuadro sumario de los textos de los que se ocupó Cartagena es el que sigue30:

Traducciones de Séneca (c. 1430/1431-1434/1435)
  • Obras auténticas:
    • Libro I de la providencia de Dios [De providentia]
    • Libro I de la clemencia [De clementia, I]
    • Libro II de la clemencia [De clementia, II]
  • Obras auténticas con otra titulación:
    • Libro II de la providencia de Dios [De constantia sapientis]
    • Libro de la vida bienaventurada [De vita beata + De otio sapientis]
    • Libro de las siete artes liberales31 [Epistulae morales, LXXXVIII].
  • Obras apócrifas:
    • Libro de los remedios contra la fortuna32 [De remediis fortuitorum]
    • Libro de amonestamientos y doctrinas [De legalibus institutis]
    • Libro de las cuatro virtudes [Martín de Braga, Formula vitae honestae]
    • Dichos de Séneca en el fecho de la cavallería33 [Vegecio, Epitoma rei militaris]
  • Obras relacionadas con la Tabulatio et expositio Senecae de Luca Mannelli:
    • Libro de las declamaciones34 [Séneca Rhetor, Controversiae]
    • Copilaçión de algunos dichos de Séneca [Luca Mannelli, Tabulatio]
    • Título de la amistança o del amigo35 [Luca Mannelli, Tabulatio]
    • «Tres hermanas vírgenes»36 [De beneficiis, I, iii]

Naturalmente, algunas de los manuscritos conservados pertenecieron a la órbita de nobles interesados en Cicerón, así don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro (BNE, ms. 9180, s. XV, pergamino), la Biblioteca del Duque de Osuna, cuya formación inició el Marqués de Santillana (BNE, 10139, s. XV, papel; BNE, 10155, s. XV, papel; BNE, 10199, s. XV, papel), o la de Pero Lasso de la Vega (BNE, 8188, s. XV, papel). En total se conocen treinta y ocho manuscritos, aunque sabemos que existió un número más crecido, ya sea por referencias directas e indirectas, ya sea por las deducciones propias de la crítica textual. La mayor parte de estos manuscritos, salvo muy pocas excepciones (dos, de hecho, en Portugal y en Francia), han ido a parar a las grandes bibliotecas patrimoniales formadas por la Corona, esto es, la Nacional de España (18 manuscritos), la Biblioteca de El Escorial (6 manuscritos) y la Biblioteca Real (4 manuscritos), a la que sigue la biblioteca universitaria histórica más importante de España, de Salamanca (4 manuscritos).

Solo cuatro de los testimonios supervivientes fueron copiados en pergamino, mientras que el soporte de escritura del resto fue el papel, con distintos grados de lujo y elaboración en la copia. En un porcentaje de casos podemos conocer algo de su procedencia, bien antigua, bien moderna, ligada por lo general a casas nobiliarias y hombres de gobierno, el Conde de Gondomar (BR, ms. 11/1842, s. XV, papel) y el Conde-Duque de Olivares (BNE, ms. 6962, s. XV, pergamino) o bien hombres de letras como Lorenzo Ramírez de Prado (BUSal, ms. 2197, s. XV, papel) y Gregorio Mayans (BR, ms. 11/1878, 1451, papel); o en ejemplos más recientes, Pascual de Gayangos (BNE, ms. 17798 y 17803, s. XV, papel) o el I Duque de Gor (Palma de Mallorca, Fundación Bartolomé March, ms. 22/8/2, s. XV, papel).

Los manuscritos conservados portan todo tipo de anotaciones y marcas de lectura, pertinentes al texto de Alfonso de Cartagena, o probationes y usos alternativos de vario signo37. Pocos carecen de restos significativos de lectura y, en todo caso, los manuscritos muestran las huellas evidentes de una vida y un uso intenso que no se limita al siglo XV, sino que se prolonga a los Siglos de Oro, a la ilustración y a la moderna erudición. Pero si algo llama la atención en este copioso Corpus manuscrito es que, pese a las insuficiencias de la datación (en unos pocos casos conocemos al copista y hasta la fecha concreta: 1447, 1451, 1476, 147738), por lo que nos debemos conformar con un genérico siglo XV (esto es, entre 1430 y 1499), solo un testimonio, escrito en letra humanística, frente a la gótica habitual, se fecha claramente en el siglo XVI (Madrid, BNE, ms. 12172, papel), con la particularidad de ser, con alta probabilidad, copia no de un manuscrito, sino de uno de los impresos que a partir de 1491 escogieron una de las ramas textuales menos autorizadas y, en todo caso, no completas, de los libros de Séneca39.

Hasta donde podemos conocer, pues, los manuscritos que copiaban estas versiones de Cartagena se siguieron usando y estudiando a lo largo del siglo XVI, seguían despertando interés en el siglo XVII y fueron incorporados a las prospecciones eruditas del XVIII, pero no dieron lugar a copias que conozcamos o que puedan identificarse con claridad, lo que no es tan evidente si se piensa que en todo el siglo XVI no hubo otro texto vernáculo que pudiera sustituir en autoridad y extensión al de Cartagena, por lo que este seguía siendo un referente de primer orden para la filosofía moral. De hecho, por lo que sabemos de las bibliotecas nobiliarias del XVI, o en general de aquellas que no pertenecen al contexto académico y eclesiástico en el que el latín era lengua vehicular, las Opera de Séneca impresas desde finales del XV y en el XVI no fueron rival serio de la traducción de Cartagena40.

Alfonso de Cartagena: una ética para la historia (de impresos)

Como hipótesis, pues, en este caso concreto, y dada la relativa abundancia de manuscritos, cuya copia y aggiornamento resultaría costosa, la pujanza del impreso de Los cinco libros de Séneca fue capaz de absorber las necesidades del público interesado por la filosofía moral. Se trata, sin duda, del texto de Cartagena mejor representado (1491, 1510, 1530, 1548, 1551) entre aquellos que transmitieron sus obras en la imprenta, que enuncio ahora sumariamente: el Oracional, con dos tratados menores, la Apología sobre el psalmo «Judien me, Deus» y la declaración o glosa sobre un tratado de Juan Crisóstomo (Murcia, 1487); el Doctrinal de caballeros (Burgos, 1487 y 1497); los Libros de Tulio (1501) y la Anacephaleosis (o Genealogía de los reyes de España, 1545, 1579, 1603).

Solo en el último de los casos sucede, como en los dos últimos impresos de Los cinco libros de Séneca, que el texto se imprima fuera de España (Amberes para Séneca, Francfort para la Anacephaleosis, ambos después de 1545). El impreso del Oracional es un caso en cierto sentido marginal: se llevó a cabo en Murcia porque allá estaba desplazado el discípulo de Cartagena que impulsó su impresión. En el resto de los impresos las ciudades de partida son las que representan la tradición más asentada de la imprenta hispana: Sevilla (1491, 1501), Burgos (1487, 1497) y Alcalá (1530), además de Toledo (1510) y Granada (1545).

Para Los cinco libros de Séneca el hecho de que su primer impreso se llevara a cabo en Sevilla y no en Burgos, por ejemplo, fue decisivo. La elección del texto base de la edición, que pertenece a la familia e (no la más afortunada) impuso un modelo a contracorriente de un ejemplar más completo y cuidado (lo que sucedió quizás no solo por motivos filológicos, sino probablemente comerciales). De haberse llevado a cabo el proyecto en Burgos, donde todavía sería posible un trabajo directo con los ejemplares que el propio Alfonso de Cartagena había depositado en la Capilla de la Visitación, que hizo construir en la catedral que gobernó, el destino del Séneca castellano podría haber sido otro. Este había sido el origen del Doctrinal de los caballeros impreso por Fadrique de Basilea, por ejemplo. Pero no sucedió así: con las habituales modificaciones y actualizaciones, el texto de Sevilla fue la referencia de las ediciones de Toledo, Alcalá y Amberes.

Otra impronta que dejó la imprenta sevillana en la difusión de la obra de Cartagena fue su aparente anonimia. Los libros de Tulio impresos por Pegniczer y Herbst en 1501 dejan la identidad del traductor «diluida» y, como señala Fernández Gallardo, toman por base un «códice defectuoso al que faltaban las epístolas de Juan Alfonso de Zamora y los primeros cuadernos del texto»41. En lo que respecta a Los cinco libros de Séneca, la autoría de la traducción no es oscura, pero ha de deducirse, y de hecho son numerosos los ejemplares que, en una época u otra, lo anotan. La pregunta parece evidente, ¿hasta qué punto era interesante, como estrategia comercial, silenciar al traductor de Séneca cuando este había sido un prelado de primer orden y uno de los personajes más destacados del reinado de Juan II? Por otro lado, ¿resultaba ya demasiado viejo Cartagena en un mundo en el que las novedades constituían un imponderable acicate?

En los textos impresos del Oracional y el Doctrinal no se da el caso, puesto que dependen de personas que estuvieron en contacto con Cartagena y se ocupan de su memoria, pero así y todo el segundo impreso del Doctrinal, solo diez años más tarde, no duda en actualizar su portada para hacerla más atractiva a sus contemporáneos.

Los impresos de la Anacephaleosis, sin embargo, ya asumen una perspectiva en cierto modo arqueológica o, como mínimo, historicista, y sitúan a Alfonso de Cartagena en el orden de las historias y repertorios de linajes del reino. Se trata, en los tres casos, de importantes recopilaciones históricas, la primera de ellas de un hijo de Antonio de Nebrija, Sancho, y las dos últimas de un inglés, Robert Beale, y un flamenco, Andreas Schott, cuyas obras han sido el lugar natural de lectura para generaciones de lectores hasta hoy mismo.

Solo Luis Fernández Gallardo ha intentado poner en orden, con un mínimo de sistematicidad, el conjunto de impresos a los que hago referencia. Con todo, la valoración de este legado impreso por Fernández Gallardo es más bien negativa en cuanto a su influjo real en la historia de nuestras letras y pensamiento. Propongo, en esta ocasión, una revisión contextuada, en la que tradición manuscrita e impresa, ilustrada en sus respectivos marcos históricos y culturales, pueda arrojar algo de luz sobre la trascendencia (o no) de los modelos históricos y morales de Cartagena que encuentran acogida en la época del emperador.

El primer texto publicado por la imprenta (26 de marzo de 1487) fue uno de los últimos compuestos por Alfonso de Cartagena, el Oracional (c. 1455-1456), en que se da respuesta a ciertas cuestiones tocantes a la oración que le propuso Fernán Pérez de Guzmán, su dedicatoria. Falto de portada, la rúbrica inicial del impreso, como lo conocemos ahora, presenta a don Alfonso de Cartagena como fallecido, «de buena memoria». Fue Diego Rodríguez de Almela (1426-1489) quien lo promovió en la que había sido la antigua diócesis de don Alfonso, y donde él pasó a residir. Completó el Oracional con dos breves tratados de devoción, un comentario a un salmo (26, 1-5), en su versión castellana, quizás vinculado al conde de Haro, y la versión castellana de una glosa a un texto de Juan Crisóstomo realizada para Juan II antes de 1454. Para aprovechar la última hoja se incluye un poema de tono elegiaco de Fernán Pérez de Guzmán por la muerte de su amigo. Se trata, en los tres casos, de piezas religiosas orientadas a dirigir y guiar la devoción de la nobleza.

Con excepción de dos testimonios manuscritos de la glosa a Juan Crisóstomo, ambos en la biblioteca universitaria de Salamanca (BUSal 2198, 55 XV-XVI y 2580, s. XVI) no parece fácil seguir el rastro de la incorporación de estas propuestas en las derivas de la devotio moderna que se suceden hasta el Concilio de Trento. La austera ortodoxia de estos tratados no siempre rimaba con el carácter emotivo de las nuevas corrientes espirituales. El desarrollo de la imprenta en Murcia en esta época fue, por otro lado, episódico. Son muy escasos los ejemplares conservados.

Alfonso de Cartagena, El oracional

Alfonso de Cartagena, El oracional (a Fernán Pérez de Guzmán), Murcia, Gabriel Loys Arinyo y Lope de la Roca, 1487.

Ejemplar Madrid, BNE, INC 659

Uno de los impresos más tempranos, como he tenido ocasión de mencionar, se debe al que sin duda es uno de los impresores más conspicuos de la etapa incunable y post-incunable de la imprenta castellana. Fadrique de Basilea inició su actividad en Burgos hacia 1484, por lo que el Doctrinal de los caballeros, que Cartagena había compuesto, c. 1445, a instancias de Diego Martínez de Sandoval, conde de Castro y de Denia, es una de sus primeras diez obras impresas conocidas. Lo imprime el mismo año que la Crónica [abreviada] de España (= Valeriana) de Diego de Valera42, en fecha de 20 de junio y, como consta en el colofón, se realizó a ruego del capellán mayor de la capilla de la Santa Visitación, que había fundado Alfonso de Cartagena en la catedral de Burgos. Se señala también, de forma expresa, que fue «sacado del original do está en uno con otros libros por el dicho señor obispo ordenados». La autoridad de este impreso, puesto que no conocemos el supuesto original, depende de su huella local. Como es habitual en el caso de otros impresores, la actividad temprana de Fadrique está íntimamente ligada a encargos procedentes del cabildo de la catedral (libros litúrgicos como el Manuale Burguense, 1501 o la Copilación de todas las constituciones del obispado de Burgos, 1503) de la ciudad que se consideraba cabeza de Castilla y que entonces y en tiempos del emperador era uno de los núcleos económicos del Reino. Ello, por otro lado, sin dejar de lado una dimensión comercial y cultural más amplia, como la futura asociación con Arnao Guillén de Brocar y el peso que tuvieron en el trabajo de Brocar las ediciones nebrijenses.

Alfonso de Cartagena, Doctrinal de los cavalleros

Alfonso de Cartagena, Doctrinal de los cavalleros, Burgos, Fadrique de Basilea, 1487.

Ejemplar Madrid, BNE, INC 1910

Juan de Burgos, el 6 de mayo de 1497, acabó la impresión del Doctrinal, cuya rúbrica inicial retoma casi a la letra del impreso de Fadrique de Basilea, pero al que antepone una portada que renovaba la anterior, anicónica, con un grabado xilográfico que representa a un caballero joven arrodillado ante su rey (viejo) y que retocaba significativamente su título, proponiendo el de Doctrina e instrución de la arte de cavallería. El público al que se orientaba este tratado, que en el siglo XVI fue sustituido por otros modelos (aunque conservamos una copia manuscrita de finales del XVI, Copenhague; Kongelige Bibliotek, 2219) más cercanos a las maneras que se introdujeron con el emperador, era de nuevo el de la nobleza, alta, media o baja, sobre la que se proyectaban todavía los supuestos culturales y jurídicos del oficio de la caballería procedentes de los reinados de Alfonso X y Alfonso XI. Una actualización, la de Cartagena, que no resistiría un nuevo lavado. Interesa notar, por derivación, que Juan de Burgos imprimió en dos ocasiones el Diálogo sobre la vida feliz de Juan de Lucena, un debate sobre la vida activa y contemplativa cuyo árbitro era, precisamente, Alfonso de Cartagena y que, en su sede, debía tener un impacto especial, por la «buena memoria» que el prelado había dejado en su diócesis.

Alfonso de Cartagena, Doctrinal e instrucción de la arte de cavallería

Alfonso de Cartagena, Doctrinal e instrucción de la arte de cavallería, Burgos, Juan de Burgos, 1487.

Ejemplar Madrid, BNE, INC 1992

Antes de pasar a los Libros de Séneca permítaseme primero detenerme un instante en el desangelado impreso de los Libros de Tulio (1501), cuyo título parece remedar en cierto modo el éxito del Séneca sevillano de 1491.

En la época dorada de los Cuatro Compañeros Alemanes y de Ungut y Polono, entre finales del siglo XV y principios del XVI, antes del establecimiento de los Cromberger, los textos de los clásicos tuvieron una presencia tenue43. Un par de impresos latinos de Virgilio, el Séneca castellano de 1491 que luego veremos, un Plutarco (la novedad más relevante), un Quinto Curcio, un Flavio Josefo (De la guerra judayca y los libros contra Apión) y un Boecio, todos castellanos, unos Proverbia atribuidos a Séneca en el texto de Pero Díaz de Toledo44 y, finalmente, el demediado Cicerón que presentan Pegnizcer y Herbst el 21 de junio de 150145. La vocación vernácula, fuera de los inevitables textos eclesiásticos y algunas piezas especiales, es mayoritaria. La literatura latina impresa, esencialmente, se importaba, como ya era costumbre al menos desde los tiempos de Nuño de Guzmán. El impreso ciceroniano y sus textos (con escasos ejemplares conservados) no tuvieron continuidad.

Alfonso de Cartagena, trad., Tulio de officiis y de senectute en romance

Alfonso de Cartagena, trad., Tulio de officiis y de senectute en romance, Sevilla, Joannes Pegniczer de Nuremberga y Magno Herbst de Vils, 1501.

Ejemplar Santander, BMP

Caso bien distinto, como ya se avanzó, fue el de Los cinco libros de Séneca que, esta vez sí, hicieron fortuna, apoyados en su amplia difusión manuscrita en el mismo siglo, pero en copias que circularían, en general, en la mitad Norte de la península. Ya el razonable número de ejemplares conservados de esta edición, segundo impreso en el que participó Estanislao Polono (activo entre 1491-1504), llama la atención sobre su éxito, que se verá corroborado décadas más tarde en los almacenes de Cromberger46.

El 28 de mayo de 1491 salen a la luz los Cinco libros, a los que seguirá una de las grandes obras patrimoniales de la cultura hispánica, Las siete partidas de Alfonso X el Sabio, con las adiciones de Alfonso Díaz de Montalvo (25 de octubre de 1491). En el impreso de 1491 se declara, en la rúbrica inicial del texto de la traducción de la Vida bienaventurada, el origen del texto, mandado por el rey don Juan II, pero no se incorpora referencia al traductor y glosador. Esta circunstancia es habitual entre los manuscritos de la rama e. Sin embargo, en la tradición textual del corpus senecano las rúbricas ofrecen en ocasiones información del responsable de la versión y sus glosas, mencionando a don Alfonso ya como deán de Santiago (BRP II/561, por ejemplo, procedente de Pedro Fernández de Velasco; BRPII/1842 rama d), en cuyo caso se supone el texto copia de un modelo anterior a 1435, bien como obispo de Burgos (BEsc L-II-15 dd; BEsc T-III-4 dd; BMP M-97 d), en cuyo caso se supone el texto copia de un modelo posterior a 1435 (sin que haya que confiar demasiado en esta distinción). En el manuscrito de la BUSal 2197, que perteneció al erudito Lorenzo Ramírez de Prado (1583-1658) y que contiene notas suyas, la rúbrica del primer texto se refiere al traductor como el «señor obispo don Pablo», confundiendo al padre con el hijo, por lo que el propio Ramírez de Prado señala el nombre Pablo y anota abajo que en el título 22 de los Varones ilustres de Hernando del Pulgar se menciona a Alfonso de Santa María como su autor verdadero. En no pocos casos ha habido mutilaciones en el inicio de los manuscritos, suplidas o no en intervenciones posteriores, y en otras las rúbricas presentan un modelo en que se menciona la comisión del rey pero no la persona de don Alfonso: así ocurre en varios testimonios de la rama g que en cuanto a la rúbrica inicial de la Vida bienaventurada se muestran próximos a la fórmula utilizada en el impreso de 1491.

La segunda edición de Los cinco libros depende textualmente de la primera y sale al ruedo, según su colofón, en la ciudad imperial de Toledo, el año 1510, cuando Carlos de Gante contaba nueve años y Fernando el Católico y Cisneros se ocupaban de los asuntos del reino de Castilla. La historia de la imprenta en Toledo había nacido casi al tiempo que el futuro emperador Carlos V47, con el cambio de siglo, y fue su primer artista destacado Pedro de Hagenbach, que imprimía el 10 de febrero de 1500 los Proverbios de Pero Díaz de Toledo, obra deudora en numerosos puntos de la de la labor de Alfonso de Cartagena, y que el 5 de marzo de 1502 se ocuparía de Séneca al imprimir Las epístolas de Seneca con una summa si quier introducion de philosophia moral [de Leonardo Aretino] en romance con tabla. La princeps de esta obra había aparecido en las prensas zaragozanas de Pablo Hurus (3 de mayo de 1496), y fue Hagenbach su segundo impresor, al que continuarían, como se verá, Miguel de Eguía y Juan Steelsio.

  • Sevilla, Meinardo Ungut y Estanislao Polono, 1491.
  • In-fol. 130h.; a-b8, c6, d-8, f6, g8, h6, i8, k6, l8, m6, n-o8, p6, q-r8, s6
  • fol. 1r. Cinco libros de Seneca. | Primero libro Dela vida bienauenturada. | Segundo delas siete artes liberales | Terçero de amonestamientos & doctrinas. | Quarto & el primero de prouidençia de dios. | Quinto el segun do libro de prouidençia de dios.
  • fol. 128v.: Aqui se acaban las obras de Seneca. lnprimidas enla | muy noble & muy leal çibdad de Seuilla, por Meynar | do Ungut Alimano & Stanislao Polono: conpañeros | Enel año del nasçimiento del señor Mill quatroçien tos | & nouanta & vno años. a veinte & ocho dias del mes de | Mayo.
  • IB 17632; USTC 344177

Alfonso de Cartagena, trad., Tulio de officiis y de senectute en romance

Los cinco libros de Séneca, Sevilla, Meinardo Ungut y Estanislao Polono, 1491.

BNE, INC 2564

Perteneció a Pascual de Gayangos. Procede, probablemente, de la biblioteca del jesuita Jerónimo de Estrada (1693-1770/80), cuyo nombre se encuentra en el libro (fol. hiij).

Imagen de fol. del Prólogo

Sevilla, 1491

Salvo en la princeps, entonces, los intereses editoriales de quienes se ocuparon de las Epístolas coincidieron con la edición de los Cinco libros. El sucesor de Hagenbach imprimirá de nuevo esta obra, las Epístolas, el 27 de septiembre de 1510, pocos meses después de Los cinco libros de Séneca (15 de mayo de 1510), sin que aparte de esta producción se le conozcan otros intereses claros por la literatura o la filosofía latina. No fue esta, ni mucho menos, la vocación de la imprenta toledana, pero ello hace más significativa, si cabe, la presencia de Séneca, en un entorno, además, dominado por Cisneros y su programa cultural (es el año de la Políglota), que se ampliará y compartirá, a veces con los mismos impresores, con Alcalá de Henares, la casa de la Complutense.

La portada del sucesor de Pedro Hagenbach presenta al autor [supuestamente Séneca] trabajando en su gabinete. Es el mismo grabado de dada que Hagenbach había utilizado hada 1502 en las Coplas de Bías contra fortuna y, en consecuencia, alude a similar contexto intelectual48. El colofón culmina el trabajo a «loor y gloria de Dios», en la perspectiva del Séneca asimilado al cristianismo, que es el que parece evidenciarse en los dos títulos principales de la antología, el Libro de la vida bienaventurada y los libros de la Providencia de Dios (el último una titulación errónea no corregida, sin embargo, a lo largo de las distintas ediciones). Significativo, por otro lado, que no se incluyera el tratado más decididamente político de los que trasladó Cartagena, y uno de los más influyentes en las ideas de la segunda mitad del siglo XV, el libro De la clemencia49.

La selección inicial y su mantenimiento a lo largo del tiempo nos sugieren pues, una implantación no filológica del Séneca hispano, en buena medida ajena a su posible impostación clásica, desinteresada por incluir una de las obras mayores de Séneca que, sin embargo, estaba al alcance de la mano. A cambio, la selección encajaba bien con una lectura latamente doctrinal, que rimaba con la amplia producción devocional y meditativa de estas décadas50, así como con la impronta reflexiva de la poesía científica del Cuatrocientos, que seguía su curso con notable aplauso.

  • Toledo, [sucesor de Pedro Hagembach], 1510.
  • In-f.º, 90 h. [90 blanco], a-p6
  • fol. 1r.: Los .v. libros | de Seneca. | Primero Libro dela vida bienauenturada. | Segundo delas siete artes liberales. | Terçero de amonestamientos & doctrinas. | Quarto & el primero de prouiden & çia de dios. | Quinto el segun do libro de pro uiden & çia de dios.
  • fol. 89v.: ¶ A loor y gloria de dios todo poderoso se acaban | las obras de Seneca. Imprimidas enla emperial | ciudad de Toledo. Enel año del nascimiento del se | ñor. de Mill & quinientos & diez Años. A quinze di | as del mes de Mayo.
  • IB 17643; USTC 341740

Los cinco libros de Séneca, Toledo

Los cinco libros de Séneca, Toledo [sucesor de Pedro Hagembach], 1510.

Ejemplar Madrid, BNE, USOZ, 2202

Miguel de Eguía, uno de los impresores más relevantes de su época, ya fallecido Cisneros, será el encargado de revitalizar el viejo libro nuevamente impreso, corregido y enmendado, como reza el final de su portada, remozada al estilo arquitectónico renacentista, el 28 de enero de 1530, en la «insigne universidad de Alcalá», según su colofón. Un aspecto nuevo y una apariencia más docta, pero, en esencia, el mismo texto, básicamente correcto y, sin embargo, desfasado en su presentación y selección, toda vez que en un ambiente universitario como el de Alcalá no era posible ignorar las propuestas textuales que se habían difundido con las lucubrationes a Séneca de Erasmo (Basilea, Johann Froben, 1515)51. Impreso por la Universidad, el libro difícilmente podía satisfacer a la Universidad. La nueva edición seguía el texto del impreso toledano de 1510, si bien realizaba un lifting lingüístico, trayendo la lengua castellana a los usos propios de 1530 y suavizando la sensación ligeramente arcaica de los impresos previos. Es exactamente el modelo que retomará al pie de la letra Juan Steelsio, dando por buena la actualización, veinte años después52.

  • Alcalá de Henares, Miguel de Eguía, 1530.
  • In-f.º, 76h; a-k8, 14
  • fol. 1r.: ¶ Los cinco libros de de Sene- | ca en Romance. | Primero Libro dela vida bien | auenturada. | Segundo delas siete artes li- | berales. | Tercero delos preceptos & do | ctrinas. | Quarto de la prouidencia de | dios. | Quinto de la mesma prouiden | cia de dios. | Agora nueuamente impresso; | corregido y emendado. | Año de .M .D .XXX .
  • fol. 76r.: ¶ Fue impresso este libro enla insigne vni- | uersidad de Alcala de Henares: en casa de Miguel | de Eguia. Año del señor de mil & quinien- | tos & treynta años. Acabose a ve- | ynte y ocho dias del mes | de Enero.
  • IBI 17649; USTC 341738

Los cinco libros de Séneca, Alcalá de Henares

Los cinco libros de Séneca en romance, Alcalá de Henares, Miguel de Eguía, 1530.

Ejemplar Sevilla, Biblioteca Universitaria, A Res. 06/3/19 (1)

Este Séneca de Miguel de Eguía quizás tiene ya, a pesar de su resistencia textual de fondo, un nuevo propósito y destino en vísperas de la coronación imperial de Carlos V en Bolonia (24 de febrero de 1530). El lema en capitales romanas de la portada con letrería gótica, sin embargo, «Initium sapientie timor domini», parece una invitación religiosa más pero también es una advertencia política pocos meses después del Saco de Roma y en el contexto bélico de las guerras de religión. Se trata, pues también, de un Séneca romance, naturalizado, como ya estaba previsto por Alfonso de Cartagena en los importantes prólogos a la Providencia de Dios y la Vida bienaventurada, como un fondo patrimonial de los españoles, pero ahora con la fuerza de la efectiva internacionalización y supremacía de lo hispánico en Europa, a pesar de los difíciles equilibrios y del precario control de la constelación de dominios bajo el imperio.

Parece formar parte, en efecto, de un programa, en el que figuran las Epístolas de Séneca en romance: nuevamente impressas y corregidas y emendadas (Alcalá: Miguel de Eguía, 15 de enero de 1529)53 o los Commentarios de Cayo Julio César dedicados a la S. C. C. M. del Emperador y Rey nuestro Señor: nuevamente impressos y corregidos (1529), con una imponente portada que enmarca el título con la ilustración de los trabajos de Hércules según un modelo netamente renacentista. Pero también un libro de muy distinta tradición, impreso esta vez en Logroño por Miguel de Eguía (1529), el del Famoso Marco Polo. Con título enmarcado en portada arquitectónica renacentista, bajo el escudo de Castilla y León (único cuartel seleccionado del imperial) gobernado por el águila bicéfala, la corona imperial y las columnas con el lema plus ultra, sugiere, en la relectura icónica del texto medieval, las fronteras del nuevo mundo y orden del imperio54.

No cabe duda de que el desplazamiento de los dos últimos impropera de España a los talleres de Juan Steelsio en Amberes, bajo la protección expresa del privilegio imperial firmado en Bruselas, alude a la nueva dimensión de Séneca como un modelo hispano para las europas: una lectura no solo para españoles, sino para quienes comparten con estos su condición de súbditos del imperio en la órbita de lo hispánico. El privilegio, de hecho, no se refiere solo a los Cinco libros, sino a los «libros de Séneca traduzidos en castellano». Una lectura, también, portátil, in 8.º, en relación al tamaño de respeto de los sénecas previos. La portada, completa ya en tipografía redonda, insiste por primera vez, desde ese lugar privilegiado de la apertura, en el vínculo con el reinado de Juan II, del que Carlos I heredaba, por vía de su abuela materna, España. También en la portada figura el que sería el lema latino de los Países Bajos y del impresor «concordia res parvae crescunt», que aquí parece proyectar un significado más amplio.

De nuevo nos vemos ante un programa, por muy parcial que se quiera considerar, por el que, en el mismo año de la considerada segunda edición de los Cinco libros, Juan Steelsio imprime los Proverbios de Pero Díaz de Toledo y las Epístolas familiares de Lucio Anneo Séneca, nuevamente traduzidas en castellano. Summa de Philosophía moral compuesta por... Leonardo Aretino, última edición antigua de esta versión atribuida a Fernán Pérez de Guzmán; y, al año siguiente, los Proverbios de Pero Díaz de Toledo, con la que se cerrará (añadidos los dos impresos de Guillermo Millis en Medina del Campo, 1552 y 1555) la fortuna editorial de esta popular obra pseudo-senecana.

Las ediciones de Steelsio, 1548 y 1551, se sitúan ya en los últimos diez años de vida del emperador, durante la Europa de Trento. Se da entonces un periodo de recapitulación y acumulación de esencias que tendrá honda repercusión en la literatura histórica, desde luego toda aquella que toma como santo y seña la figura del emperador, del cual cabe ya realizar un balance, pero que no podía darse de forma cabal sin el telón de fondo de la historia de España. En este aspecto Carlos siguió el uso de sus antepasados castellanos, en especial de Juan II, y mantuvo la figura del cronista real. Quienes ocuparon esta posición hacia mediados de la centuria son los responsables, quizás últimos, de la idea de España55.

  • Amberes, Juan Steelsio, 1548.
  • In-8.°, [8] + 196 + [12] h.; a-z8, aa-dd8
  • Libros de L. A. Seneca, en que tracta: 1.ª, de la vida bienaventurada; 2.º, De las siete artes liberales; 3.°, De los preceptos y doctrinas; 4.°, De la providencia de Dios; 5.º, De la providencia de Dios traducidos en castellano por mandado del muy alto principe el Rey D. Juan de Castilla, de Leon el segundo.
  • En Amberes, Juan Steelsio, 1548, con privilegio imperial.
  • IB 17652; USTC 440624.
    • [La información sobre esta edición procede siempre de Gallardo, Biblioteca, 1866, n.º 1633. Dado que hace referencia a todas las ediciones hasta esta fecha, pero no repertoria la de 1551, sería extraño que hubiera extrapolado la fecha de 1548 el privilegio y todos los datos de la misma en una edición de 1551 sin citarla luego. El caso es que no hemos podido consultar ningún ejemplar, y el que se ha pensado como tal y que se conserva en el Archivo del Ayuntamiento de Murcia, 10/I/18, falto de portada y privilegio, tiene todas las características de los ejemplares conocidos de 1551. Claro que es probable que la edición de 1551 sea un aprovechamiento de restos de edición de la de 1545 con nueva portada, justo cuando se acababan los cuatro años del privilegio imperial]

  • Amberes, Juan Steelsio, 1551.
  • In-8.°, [8] +196 + [12] h.; a-z8, aa-dd8
  • fol. a1r.: LIBROS DE | Lucio Anneo | SENECA, EN QVE | tracta. | I. Dela vida bienauenturada. | II. Delas siete artes liberales. | III. Delos preceptos y doctrinas. | IIII. Dela prouidencia de Dios. | V. Dela misma prouidencia de Dios. | Traduzidos en Castellano, por mandado del | muy alto principe, el rey don Iuan de | Castilla de Leon el segundo. | EN ANVERS, | En casa de Iuan Steelsio. M. D. LI. | Con priuilegio Imperial, fols. a5v.-a8v.: VIDA DE SENECA.
  • fols. cc5r.-dd5v.: TABLA.
  • fols. dd6r.-dd8r.: PORQVE NO QVE- | DASSE AQVI CARTA BLAN- | ca, pusimos esta Epistola que es vna | delas que escriuio Seneca a Lu- | cilio Balbo, y es la XXVI. | COMO NOS DEVEMOS APAREJAR ALA | muerte pensando en ella porque quando vi- | niere no sea temida, pues cada vn dia se nos acer | ca y combida.
  • IB 17654; USTC 440317

Libros de Lucio Anneo Séneca

Libros de Lucio Anneo Séneca, Amberes, Juan Steelsio, 1551.

Ejemplar Madrid, BNE, U/8994

En la historia

Retomemos por unos instantes la cuestión de la difusión en nuevas copias, durante el siglo XVI, de la obra de Alfonso de Cartagena: a la continuidad de uso y lectura de los manuscritos confeccionados en el siglo XV, decía, no hay demasiado que sumar. Sin pretensión de exhaustividad, cabe recordar la única copia de los Cinco libros (Madrid, BNE, ms. 12172), en cuanto a sus traducciones; por lo que se refiere a cuestiones relacionadas con la nobleza y la caballería una copia del Doctrinal de cavalleros (Copenhague, Kongelige Bibliotek, ms. 2219) y otra, tardía, de la Qüestión de Santillana sobre la caballería (Madrid, RB, ms. 11/758); podría sumarse a esta condición el testimonio escurialiense f-III-17 del Duodenarium; en cuanto a la literatura religiosa, la Glosa a Juan Crisóstomo (Salamanca, BUSal 2189 y 2580) y, para lo apologético, una copia del Defensorium unitatis christianae, también en la Universidad de Salamanca (BUSal, ms. 2070); representan a los textos de política, diplomacia y leyes, un testimonio de las Allegationes super conquesta de las islas Canarias (Simancas, AGS, ms. P.R.21-14, en letra humanística del siglo XVI, fechado en 1564) y algunas copias de la Altercatione o Propositio contra los ingleses a favor de la preeminencia del rey de Castilla sobre el de Inglaterra (Madrid, BNE, ms. 8631; Madrid, BR, ms. 11/2807(1); Münich, Bayerische Staatsbibliothek, cod. Hisp. 18; Salamanca, BUSal, ms. 2580; San Lorenzo de El Escorial, ms. Z-III-22; Valladolid, Biblioteca Histórica del Colegio de Santa Cruz, ms. 32656).

A este corpus, que en principio no parece llamar en exceso la atención, hay que añadir un puñado de testimonios del único libro propiamente histórico de Alfonso de Cartagena, la Genealogía de los reyes de España repartidos entre finales del siglo XV y finales del XVII. Se trata de siete copias del texto latino, de las cuales solo dos parecen adentrarse en el XVI (Houghton Library, ms. Typ 162 y Madrid, BNE, ms. Vit. 19-2, joya de los libros ilustrados del Quinientos), y hasta nueve ejemplares de la versión castellana de esta obra, de los cuales seis podrían ubicarse entre inicios del siglo XVI y finales del XVII o principios del XVIII (Madrid, BNE, ms. 815-Madrid, RAH, ms. 9/5573 y San Lorenzo de El Escorial, BEsc, ms. X-II-23, entre los testimonios más tempranos; y Madrid, BNE, ms. 8210 y ms. 22580; Madrid, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, ms. 9-1024; entre los más tardíos)57. A esta última obra hay que añadir las ediciones impresas de Sancho de Nebrija (1545), Robert Beale (1579) y Andreas Schott (1603)58, Decididamente, la Genealogía despertó interés en el siglo XVI y fue uno de sus textos de referencia en el campo de la literatura histórica.

Alfonso de Cartagena, Anacephaleosis, Granada

Alfonso de Cartagena, Anacephaleosis, Granada, Sancho de Nebrija, 1545.

Ejemplar BNE, Usoz 5269

Alfonso de Cartagena, Anacephaleosis, Francfort

Alfonso de Cartagena, Anacephaleosis, ed. Robert Beale, Francfort, ex officina typographica Andreae Wecheli, 1579, 2, 611-675.

Ejemplar Madrid, BNE, U-6688-6689

Alfonso de Cartagena, Regum Hispaniae Anacephaleosis

Alfonso de Cartagena, Regum Hispaniae Anacephaleosis, ed. Andreas Schott, Francfort, Apud Claudium Mamium et Haeredes Iohannis Aubrij, 1603, 1, 246-291.

Ejemplar Madrid, BNE, U/7890

Es en este punto donde importa señalar que la imprenta incunable, post-incunable y renacentista y la tradición manuscrita de la historia y la filosofía moral española medieval en el siglo XVI no son tan abundantes en su selección y producción como la acumulación bibliográfica de los tiempos pudiera presumir. Los textos cronísticos castellanos (denominados crónicas preferentemente a historias) que pasan a la imprenta temprana son pocos y se reiteran, y lo mismo sucede con las copias manuscritas. De hecho, según el repertorio establecido en su día por Simón Díaz, y que habría que actualizar, las obras históricas de la Edad Media castellana hasta 1400 no se imprimen antes de 1500, con la excepción, si se quiere, de las Crónicas de Ayala. Mientras que entre 1501 y 1560 se fijan los textos clave de la centuria: en primer lugar, la Crónica de Fernando III, la mejor representada, y luego las Crónicas de Alfonso X (Sancho IV y Fernando IV) y las de Ayala, con un espacio menor para la Crónica de Alfonso XI59.

Por otro lado, el impulso concedido por los Reyes Católicos a la imprenta favorecerá la difusión de la literatura histórica del Cuatrocientos y estrictamente, o casi, contemporánea, como sucede con textos de Hernando del Pulgar, Rodríguez de Almela o Diego de Valera, autor el último de gran éxito en ambos siglos y solo superado por la relevancia que en el siglo XVI tuvo la historia de un reinado que, si no resultaba modélico en los hechos, sí que era ejemplar en el estudio de sus consecuencias y como núcleo fuerte de la línea familiar de la que procedía Carlos I. Me refiero, claro está, a la Crónica de Juan II.

Muy destacada es, a este respecto, la figura de un hombre que vivió entre dos tiempos y dos reinos o, por así decir, entre dos luces, esto es, el jurista e historiador formado en Salamanca, el alma mater de Alfonso de Cartagena, Lorenzo Galíndez de Carvajal (1472-1527)60.

El prefacio a la Crónica del rey don Juan el segundo, enderezado al «muy poderoso» rey don Carlos, por quien se presenta como miembro de su consejo, su relator, referendario y catedrático de Prima en el Estudio de Salamanca, es un texto nodal como sumario y presentación al rey de la cronística castellana del siglo XV. El reinado de Juan II, «quarta parte de vuestras Crónicas» es considerado por Galíndez de Carvajal el cimiento de la era culminada por Carlos: «Y puédese decir con verdad que desde allí [el reinado de Juan II] se comenzó en estos vuestros reinos otra nueva manera de mundo, según las novedades de hechos y Estados en ellos ovo...»61.

Pasa luego revista al laberíntico asunto de la autoría y fases compositivas de esta crónica, que habría sido iniciada a instancias del rey por Alvar García de Santa María, al que se presenta por error como hijo de don Pablo de Santa María y, por lo tanto, hermano de don Alfonso de Cartagena, en vez de, como fue, su tío. Y nos dice, y esta es noticia de gran interés que había visto sus «originales» en el monasterio de San Juan de Burgos, un enclave, ciertamente, favorecido por la familia de los Santa María.

Son mencionadas después varias fases de redacción posteriores a la primera parte redactada por Alvar García, proponiendo y discutiendo quiénes pudieran ser sus autores y mencionando a los principales cronistas e historiadores de la segunda mitad del Cuatrocientos, para concluir en una forma final cuya responsabilidad habría recaído en Fernán Pérez de Guzmán, tan vinculado a los Santa María como ya sabemos:

«Mas si mis trabajos tal nombre merecen, como censor de las otras crónicas destos reinos y desta, porque así me fue mandado que las corrigiese y emendase, y usando desto, no solamente elegí lo que me pareció mejor; mas aun puse la dicha Crónica de Fernán Pérez en aquella sinceridad y perfición que Fernán Pérez la copiló y escribió, y añadí en principio della el prólogo de Alvar García por memoria dél. Item, muchas escripturas y capitulaciones de importancia que pasaron en aquel tiempo, tocantes a esta Crónica y a los hechos en ella introducidos entre el dicho Infante don Fernando e la reina doña Catalina y entre el dicho rey don Juan y el príncipe don Enrique su hijo, e los Infantes de Aragón sus primos, y el Condestable don Álvaro de Luna, y otros; e así mismo, el testamento del dicho rey don Juan, y los Claros varones de Fernán Pérez de Guzmán, con algunas adiciones y enmiendas lo que se sacó de la genealogía del Obispo don Alonso de Burgos, cerca de la semblanza deste rey porque más particularmente se tenga noticia dél, y de las personas y hechos de aquel tiempo, que en ninguna de las dichas Crónicas, aunque era necesario, se hallaba razón»62.


Sigue Galíndez de Carvajal con una reflexión sobre la utilidad de la historia, la necesidad de meditar acerca de los duros hechos acaecidos en el reinado del bisabuelo del actual rey y en la idea de no hacer excesiva confianza en quienes no son titulares de la corona, al ser esta una forma de abdicación ajena a la voluntad de Dios, que ha escogido a los reyes de la tierra.

Sea cual sea la propuesta discursiva de Galíndez de Carvajal, lo cierto es que ofrece una crónica arreglada y sustancialmente modificada. En ella se introduce, como recapitulación final, la sección dedicada a Juan II por Alfonso de Cartagena en su Genealogía.

Este testimonio indirecto no se ha tenido hasta ahora en cuenta para ja transmisión de la Genealogía, a pesar de la fortuna de la Crónica de Galíndez de Carvajal, que fue reproducida tanto en los valiosos y hermosos apresos de Arnao Guillén de Brocar (Logroño, 1517, «por mandado del cathólico rey don Carlos su visnieto»63) y de Benito Monfort (Valencia, 1779) como en la reserva del patrimonio textual español que supuso la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, 1953)64.

A día de hoy el texto fijado por Rosell en 1953, que procede por vía directa del de Galíndez de Carvajal, sigue siendo la referencia para la lectura de la Crónica. Y, aunque necesitamos una edición filológica de los distintos estados de la Crónica, el texto preparado por Galíndez de Carvajal siempre será objeto de estudio para quienes se ocupan de problemas historiográficos.

La Additio alfonsina con que se cierra la Crónica de Juan II es literal respecto al texto de la traducción castellana de la misma y, por lo tanto, incluye las referencias a las pinturas o iluminaciones que debían acompañar esta Genealogía que se concebía como un conjunto, no disoluble, de texto e imagen65. Tanto es así que, aunque en la additio no se incluyen las imágenes, estas han de recuperarse de la segunda portada de la edición que imprimió Brocar en 1517, que así cobra nuevo sentido más allá de su valor para la tipobibliografía española66.

Portada y colofón de la Crónica de Juan II

Portada y colofón de la Crónica de Juan II, Logroño, Arnao Guillén de Brocar, 1517.

Ejemplar Richard C. Ramer Old Books (USA)

Crónica de Juan II

Crónica de Juan II, Logroño, Arnao Guillén de Brocar, 1517.

Ejemplar Madrid, Madrid, Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la UCM, BH FG 2028.

Alfonso de Cartagena, Árbol de la genealogía de los reyes de España

Alfonso de Cartagena, Árbol de la genealogía de los reyes de España,
Escorial, BESc, ms. h-II22, fol. 125v.

Liber genealogiae regu Hispaniae

Liber genealogiae regu Hispaniae, Madrid,
BNE, ms. V 19 2, fol. 40r.

El texto que con tanto esmero concibió Cisneros para Carlos de Gante e imprimió con lujo Brocar presentaba a Fernán Pére2 de Guzmán como autor de la Crónica, y la cerraba con las Generaciones y semblanzas del señor de Batres, que tan austero había sido en su opinión con Juan II y que había dejado su última semblanza, la de Álvaro de Luna, como una sombría y ominosa advertencia. En el prólogo, que trata la escritura de la historia en su impostación clásica, ondea la admonición de quien para Alfonso de Cartagena y Pérez de Guzmán resultaba tan familiar: «porque a todo príncipe conviene mucho leer los hechos pasados para ordenanza de los presentes e providencia de los venideros; que según sentencia de Séneca, quien las cosas pasadas no mira, la vida pierde; y el que en las venideras no provee, entra en todas como un sabio»67. La imprenta y los cronistas de su sacra y cesárea majestad (de Ocampo a Sepúlveda) se mostrarían pródigos, a partir de 1517, en la colosal maniobra de reificación del pasado a través de la historia como modelo de una ética del reino y del imperio68.