Viniéndome a las manos, amantísimo lector,
las comedias del excelente poeta y gracioso representante
Lope de Rueda, me vino a la memoria el deseo y afectación
que algunos amigos y señores míos tenían
de vellas en la provechosa y artificial emprenta. Por do
me dispuse (con toda la vigilancia que fue posible) ponellas
en orden y sometellas bajo la corrección de la sancta
madre iglesia. De las cuales por este respecto se han quitado
algunas cosas no lícitas y mal sonantes, que algunos
en vida de Lope habrán oído. Por tanto miren
que no soy de culpar, que mi buena intención es la
que me salva. Et vale.
En un lugar
de la Calabria, auditores, hubo dos hermanos de ilustre sangre
nascidos, un varón y una hembra. El varón,
que Leonardo se llama, determinado de ver tierras estrañas,
de Eufemia, su hermana, se despide. Donde, de lance en lance,
en casa de Valiano, señor de baronías, viene
a parar. El cual a Leonardo rescibe en su servicio y hace
uno de los principales de su casa. Si escuchan el fin de
nuestra poética fábula, verán por envidia
urdido un caso asaz peligroso. Pero la divina Providencia,
remediadora de semejantes tratos, da orden; de suerte que,
estando en el mayor peligro de todo, acaba en fin próspero
y alegre. Et valete.
Scena primera |
|
LEONARDO, MELCHIOR ORTIZ, EUFEMIA, JIMENA DE PEÑALOSA
y CRISTINA.
|
LEONARDO.-
Larga, y en demasiada manera, me
ha parescido la pasada noche. No sé si fue la ocasión
el cuidado con que de madrugar me acosté. Sin duda
debe de ser ansí, porque buen rato ha que Eufemia,
mi querida hermana, con sus criadas siento hablar; que con
el mismo pensamiento se fue a dormir, entendiendo de mí
que no me pudo apartar de hacer esta jornada. Veréis
que no sé si habrá tampoco hecho Melchior lo
que anoche le dejé encomendado. ¡Melchior! ¡Ah, Melchior!
|
MELCHIOR.-
Apriesa, apriesa, que se entran los moros por
la villa. Henchí en mal punto el ringlón si
queréis que responda. |
LEONARDO.-
¡Melchior! ¡Válgale
el diablo a este asno! ¿Y dónde está que no
me oye? |
MELCHIOR.-
¿Diz que no oigo? ¡Pardiez, que si yo
quisiese antes que me llamase tengo oído! Mas, ¿qué
monta? Que tan bien trabo yo de mis intereses como cualquier
hombre de honra. A ese Melchior échele un soportativo,
y verá cuán recio so con él. |
LEONARDO.-
Superlativo quieres decir, badajo. |
MELCHIOR.-
Sí,
señor. Pues, ¿por qué nos barajamos el otro
día Jimena de Peñalosa y yo? |
LEONARDO.-
No
me acuerdo. |
MELCHIOR.-
¿No se acuerda que nos medio apuñeteamos
porque me dijo en mis barbas que era mejor alcurnea la de
los Peñalosas que los Ortices? |
LEONARDO.-
Paresce
que me voy acordando ya. |
MELCHIOR.-
¡Ah, groria a Dios!
Pues aquese Melchior apúntele con alguna cosita al
prencepio, porque no vaya a secas, y verá lo que pasa.
|
LEONARDO.-
¡Ah, señor Melchior Ortiz! |
MELCHIOR.-
Agora soy contento. ¿Qué manda vuesa merced? |
LEONARDO.-
¡Oh, mal os haga Dios, que tantos términos habemos
de tener para que salgáis! |
MELCHIOR.-
Que no lo hago,
en mi álima, sino porque sienta esta mala vieja que
soy honrado en la boca de vuesa merced; que para mi contento
con un «¿oyes?» me sobra tanto como la mar. |
LEONARDO.-
Pues,
¿qué se le da a ella de todo aqueso? |
MELCHIOR.-
Que
dice ella que es mejor que mi madre, con no haber hombre
ni mujer en todo mi pueblo qu'en abriendo la boca no diga
más bien d'ella que las abejas del oso. |
LEONARDO.-
Aqueso de bienquista debe ser. |
MELCHIOR.-
Pues, ¿de qué?
En verdad, señor, que no se ha hallado tras d'ella
tan sola una máscula. |
LEONARDO.-
Mácula querrás
decir. |
MELCHIOR.-
Mujer que todo el mundo la alaba, ¿no
es harto, señor? |
LEONARDO.-
Pues no sé qué
dicen por ahí de sus tramas. |
MELCHIOR.-
No hay qué
decir. ¿Qué pueden decir? Que era un poco ladrona,
como Dios y todo el mundo sabe, y algo deshonesta de su cuerpo;
lo demás, no fuera ella... ¿Cómo llaman aquestas
de cuero que hinchen de vino, señor? |
LEONARDO.-
Bota.
|
MELCHIOR.-
¿No le sabe vuesa merced otro nombre? |
LEONARDO.-
Borracha. |
MELCHIOR.-
Aqueso tenía también;
que en es'otro así podían fiar d'ella oro sin
cuento, como a una gata parida una vara de longaniza, o de
mí una olla de puchas, que todo lo ponía en
cobro. |
LEONARDO.-
Eso es manto a la madre. Y tu padre, ¿era
oficial? |
MELCHIOR.-
Señor, miembro diz que fue de
justicia en Constantina de la Sierra. |
LEONARDO.-
¿Qué
fue? |
MELCHIOR.-
Miente vuesa merced los cargos de un pueblo.
|
LEONARDO.-
Corregidor. |
MELCHIOR.-
Más bajo un poquito.
|
LEONARDO.-
Alguacil. |
MELCHIOR.-
No era para alguacil, qu'era
tuerto. |
LEONARDO.-
Porquerón. |
MELCHIOR.-
No valía
para correr, que le habían cortado un pie por justicia.
|
LEONARDO.-
Escribano. |
MELCHIOR.-
En todo nuestro linaje
no hubo hombre que supiese leer. |
LEONARDO.-
Pues, ¿qué
oficio era el suyo? |
MELCHIOR.-
¿Cómo les llaman ad
aquestos que de un hombre hacen cuatro? |
LEONARDO.-
Bochines.
|
MELCHIOR.-
Así, así; bochín, bochín,
y perrero mayor de Constantina de la Sierra. |
LEONARDO.-
¡Por cierto que sois hijo de honrado padre! |
MELCHIOR.-
Pues,
¿cómo dice la señora Peñalosa que puede
ella vivir con mi zapato, siendo todos hijos de Adrián
y Esteban? |
LEONARDO.-
Calla un poco, que tu señora
sale, y éntrate. |
EUFEMIA.-
¿Qué madrugada
ha sido ésta, Leonardo, mi querido hermano? |
LEONARDO.-
Carísima Eufemia, querría, si Dios d'ello fuere
servido, comenzar hoy mi viaje y encaminarme a aquellas partes
que servido fuere. |
EUFEMIA.-
¡Qué! ¿Todavía
estás determinado de caminar sin saber a dó?
¡Cruel cosa es ésta! Mi hermano eres, pero no te entiendo.
¡Ay, sin ventura! Que cuando a pensar me pongo tu determinación
y firme propósito, la muerte de nuestros carísimos
padres se me representa. ¡Ay, hermano! Acordarte debrías
que al tiempo que tu padre y mío murió, cuánto
a ti d'él quedé encomendada por ser mujer y
menor que tú. No hagas tal, hermano Leonardo; ten
piedad de aquesta hermana desconsolada, que a ti con justísimas
plegarias se encomienda. |
LEONARDO.-
Cara y amada Eufemia,
no procures de estorbar con tus piadosas lágrimas
lo que tantos días ha que tengo determinado, de lo
cual sola la muerte sería parte para estorballo. Lo
que suplicarte se me ofresce es que hagas aquello que las
virtuosas y sabias doncellas que d'el amparo paterno han
sido desposeídas y apartadas suelen hacer. No tengo
más que avisarte, sino que doquiera que me hallare
serás a menudo con mis letras visitada; y por agora,
en tanto que yo me llego a oír una misa, harás
a ese mozo lo que anoche le dejé mandado. |
EUFEMIA.-
Ve, hermano, en buena hora, y en tus oraciones pide a Dios
que me preste aquel sufrimiento que para soportar tu ausencia
me será conveniente. |
LEONARDO.-
Así lo haré.
Queda con Dios. |
EUFEMIA.-
¡Ortiz! ¡Ah, Melchior Ortiz!
|
MELCHIOR.-
Señora. Tomado lo han a destajo esta mañana.
|
EUFEMIA.-
Sal aquí, que eres de menester. |
MELCHIOR.-
Ya, ya; no me digáis más, que ya voy atinando
lo que me quiere. |
EUFEMIA.-
Pues si lo sabéis, haceldo
y despachá, que vuestro señor es ido a oír
misa y será presto de vuelta. |
MELCHIOR.-
No sé
por dónde me lo comience. |
EUFEMIA.-
Con tal que se
haga todo, comenzá por do querréis. |
MELCHIOR.-
¡Ora, sús! Ya voy: en el nombre de Dios...; mas, ¿sabe
vuesa merced qué querría yo? EUFEMIA- No,
si no lo dices. |
MELCHIOR.-
Saber a lo que vo o a qué.
|
EUFEMIA.-
¿Qué te mandó tu señor anoche
antes que se fuese acostar? ¿Oíslo, Jimena de Peñalosa?
|
JIMENA.-
Mi ánima, entrañas de quien bien
os quiere, ¡ay!, si he podido dormir una hora en toda esta
noche. |
EUFEMIA.-
¿Y de qué, ama? |
JIMENA.-
Moxquitos,
que en mi conciencia unas herroñadas pegan, que malaño
para abejón. |
MELCHIOR.-
Debe dormir la señora
abierta la boca. |
JIMENA.-
Si duermo o no, ¿qué le
va al gesto de renacuajo? |
MELCHIOR.-
¿Cómo quiere
la señora que no se peguen a ella los moxquitos, si
de ocho días que tiene la semana se echa los nueve
hecha cuba? |
JIMENA.-
¡Ay, señora! ¿Paréscele
a vuesa merced qué ha dejado decir ese cucharón
de comer gachas en mitad de mi cara? ¡Ay! ¡Plegue a Dios
que en agraz te vayas! |
MELCHIOR.-
¿En agraz? A lo menos
no le podrán comprehender a la señora esas
maldiciones, aunque me perdone. |
JIMENA.-
¿Por qué,
molde de bodoques? |
MELCHIOR.-
¿Cómo se puede la señora
chupa de palmito ir en agraz, si a la contina está
hecha uva? |
JIMENA.-
¡A osadas, don mostrenco, si no me lo
pagáredes! |
MELCHIOR.-
Pase adelante la cara de mula
que tiene torozón. |
JIMENA.-
¡Ay, señora! Déjeme
vuesa merced llegar a ese pailón de coser meloja.
¿Paresce cuál me para el aguja de ensartar metalafes?
|
MELCHIOR.-
Paramento de bodegón, allegá, allegá,
cantón d'encrucijada, aparejo para cazar abejorucos.
|
EUFEMIA.-
Paso, paso; ¿qu'es esto? ¿No ha de haber más
crianza, siquiera por quien tenéis delante? |
CRISTINA.-
¡Ay, señora mía! ¿Y no hay un palo para este
lechonazo? Por mi salud, si no paresce que anda acá
fuera algún juego de cañas, según el
estruendo. |
EUFEMIA.-
Es verdad, que parescen contino estando
juntos gato y perro. |
CRISTINA.-
Haría mejor a buena
fe, señor Melchior Ortiz, de mirar por aquel cuartago
que tres días ha que no se le cae la silla de encima.
|
MELCHIOR.-
Mas me maravillo, hermana Cristina, de lo que
dices. ¿Cómo demonio se le ha de caer, si está
con la gurupera y con entrambas a dos las cinchas engarrotada?
|
EUFEMIA.-
¡Librada sea yo del que arriedro vaya! ¿Paréscete
que es bien dejar el cuartago sin quitar la silla tres días
ha? Ved con qué alientos estará para hacer
jornada. |
JIMENA.-
Los recados del señor. |
MELCHIOR.-
¿Qué recados? Si yo no le tuviera tan buena voluntad,
¿dejáralo estar ansí? |
CRISTINA.-
¿Y paréscete
a ti que procede de buen querer dejalle con la silla tres
noches? |
MELCHIOR.-
Pardiez, hermana Cristina, que la verdad
que te diga, yo no le deje dormir vestido sino porque s'alegrase
con la silla y freno nuevo que tiene. Otro peor mal no tuviese,
qu'es'otro bien le pasaría. |
EUFEMIA.-
¡Ay, amarga!
¿Y qué? |
MELCHIOR.-
Que dende que señor vino
antiyer del alquería, maldito el grano de cebada [que]
él ha probado de todos cuantos piensos l'he puesto.
|
EUFEMIA.-
¡Jesús! ¡Dios sea conmigo! Pues, ¿agora
lo dices? Corre, Cristina; mira si es verdá lo que
éste dice. |
MELCHIOR.-
Verdad, señora, así
como yo soy hijo de Grabiel Ortiz y Arias Carrasco, verdugo
y perrero mayor de Constantina de la Sierra. |
JIMENA.-
Honrados
ditados tenía el señor vuestro padre. |
MELCHIOR.-
Tal me haga Dios a mí, amén. |
EUFEMIA.-
Harto
bien te deseas, por cierto. |
MELCHIOR.-
Señora, no
s'engañe vuesa merced, que en ahorcando mi padre a
cualquiera, no hablaba más el juez en ello que si
nunca hubiera tocado en él. |
CRISTINA.-
¡Ay, señora,
qué desventura tan grande! Mire vuesa merced: ¿cómo
había de comer el rocín con el freno y todo
en la boca? |
EUFEMIA.-
¿El freno? |
MELCHIOR.-
Sí,
señora; el freno, el freno. |
EUFEMIA.-
Pues, ¿con
el freno lo has dejado, traidor? |
MELCHIOR.-
Pues, ¿he yo
de ser adevinador, o vengo yo de casta para ser tan mal criado
como aqueso? |
EUFEMIA.-
Pues, ¿qué mala crianza era
desenfrenar un rocín? |
MELCHIOR.-
Si l'enfrenó
nostr'amo, ¿paréscele qu'era límite de buena
crianza y diera buena cuenta de mí en deshacer lo
que señor había hecho? |
JIMENA.-
La retórica
como la quisiéredes, que respuesta no ha de faltar.
|
MELCHIOR.-
¿Retórica? Sabé que la mamé
en la leche. |
EUFEMIA.-
¿Tan sabia era su madre del señor?
|
MELCHIOR.-
Pardiez, señora; las noches por la mayor
parte, en levantándose de la mesa, no había
pega ni tordo en gavia que tanto chirlatase. |
CRISTINA.-
¡Ay, señora! Éntrese vuesa merced; remediarse
ha lo que se pudiere, que ya mi señor dará
vuelta y querrá luego partir. |
EUFEMIA.-
Bien has
dicho; entremos. |
JIMENA.-
Pase delante el de los buenos
recados. |
MELCHIOR.-
Vaya ella, la de las buenas veces.
|
Scena segunda |
|
POLO, VALLEJO y GRIMALDO.
|
POLO.-
A buen tiempo vengo,
que ninguno de los que quedaron de venir han llegado; pero,
¿qué aprovecha, si yo por cumplir con la honra d'este
desesperado de Vallejo he madrugado antes de la hora que
limitamos? Catá qu'es cosa hazañosa la d'este
hombre, que ningún día hay en toda la semana
que no pone los lacayos de casa o parte d'ellos en revuelta.
Mirá ora por qué diablos se envolvió
con Grimaldicos el paje del Capiscol, siendo uno de los honrados
mozos que hay en este pueblo. Hora yo tengo de ver cuánto
tira su barra y a cuánto alcanza su ánimo,
pues presume de tan valiente. |
VALLEJO.-
¿Tal se ha de sufrir
en el mundo? ¿Cómo se puede pasar una cosa como ésta,
y más estando a la puerta del Aseo, donde tanta gente
de lustre se suele llegar? ¿Hay tal cosa, que un rapaz descaradillo
que ayer nasció se me quería venir a las barbas
y que me digan a mí los lacayos de mi amo que calle,
por ser el Capiscol, su señor, amigo de quien a mí
me da de comer? Así podría yo andar desnudo
o ir de aquí a Jerusalén los pies descalzos
y con un sapo en la boca atravesado en los dientes, que tal
negocio dejase de castigar. ( [Aparte.] Acá está
mi compañero.) ¡Ah, mi señor Polo! ¿Acaso ha
venido alguno de aquellos hombrecillos? |
POLO.-
No he visto
ninguno. |
VALLEJO.-
Bien está. Señor Polo,
la merced que se me ha de hacer es que aunque vea copia de
gente dobléis vuestra capa y os asentéis encima,
y tengáis cuenta en los términos que llevo
en mis pendencias; y si viéredes algunos muertos a
mis pies, que no podrá ser menos, placiendo a la Majestad
Divina, el ojo a la Justicia en tanto que yo me doy escapo.
|
POLO.-
¿Cómo? ¿Qué? ¿Tanto pecó aquel
pobre mozo, que os habéis querido poner en necesidad
a vos y a vuestros amigos? |
VALLEJO.-
¿Más quiere
vuesa merced, señor Polo, sino que llevando el rapaz
la falda al Capiscol, su amo, al dar la vuelta tocarme con
la contera en la faja de la capa de la librea? ¿A quién
se le hubiera hecho semejante afrenta, que no tuviera ya
docena y media de hombres puestos a hacer carne momia? |
POLO.-
¿Por tan poca ocasión? ¡Válame Dios! |
VALLEJO.-
¿Poca ocasión os paresce reírseme después
en la cara como quien hace escarnio? |
POLO.-
Pues de verdad
que es Grimaldicos un honrado mozo, y que me maravillo hacer
tal cosa; pero él vendrá y dará su descargo,
y vos, señor, le perdonaréis. |
VALLEJO.-
¿Tal
decís, señor Polo? Mas me pesa que me sois
amigo, por dejaros decir semejante palabra. Si aqueste negocio
yo agora perdonase, decime vos cuál queréis
que esecute. |
POLO.-
Hablad paso, que veisle aquí
do viene. |
GRIMALDO.-
Ea, gentiles hombres, tiempo es agora
que se eche este negocio a una banda. |
POLO.-
Aquí
estaba rogando al señor Vallejo que no pasase adelante
este negocio, y halo tomado tan a pechos, que no basta razón
con él. |
GRIMALDO.-
Hágase vuesa merced a una
parte; veremos para cuánto es esa gallinilla. |
POLO.-
Ora, señores, óiganme una razón, y es
que yo me quiero poner de por medio; veamos si me harán
tan señalada merced los dos que no riñan por
agora. |
VALLEJO.-
Así me podrían poner delante
todas las piezas de artillería qu'están por
defensa en todas las fronteras de Asia, África y en
Europa, con el serpentino de bronce que en Cartagena está
desterrado por su demasiada soberbia, y que volviesen agora
a resucitar las lombardas de hierro colado con qu'el cristianísimo
rey don Fernando ganó a Baza; y finalmente aquel tan
nombrado Galeón de Portugal con toda la canalla que
lo rige viniese, que todo lo que tengo dicho y mentado fuese
bastante para mudarme de mi propósito. |
POLO.-
Por
Dios, señor, que me habéis asombrado, y que
no estaba aguardando sino cuando habíades de mezclar
las galeras del Gran Turco con todas las demás que
van de Levante a Poniente. |
VALLEJO.-
¡Qué! ¿No las
he mezclado? Pues yo las doy por emburulladas; vengan. |
GRIMALDO.-
Señor Polo, ¿para qué tanto almacén?
Hágase a una banda y déjeme con ese ladrón.
|
VALLEJO.-
¿Quién es ladrón, babosillo?
|
GRIMALDO.-
Tú lo eres; ¿hablo yo con otro alguno?
|
VALLEJO.-
¿Tal se ha de sufrir, que se ponga este desbarbadillo
conmigo a tú por tú? |
GRIMALDO.-
Yo, liebre,
no he menester barbas para una gallina como tú; antes
con las tuyas, delante del señor Polo, pienso limpiar
las suelas d'estos mis estivales. |
VALLEJO.-
¡Las suelas,
señor Polo! ¿Qué más podía decir
aquel valerosísimo español Diego García
de Paredes? |
GRIMALDO.-
¿Conocístele tú, palabrero?
|
VALLEJO.-
¿Yo, rapagón? El campo de once a once que
se hizo en el Piamonte, ¿quién lo acabó sino
él e yo? |
POLO.-
¿Vuesa merced? ¿Y es cierto aqueso
d'este campo? |
VALLEJO.-
¡Buena está la pregunta!
Y aun unos pocos de hombres que a él le sobraron por
estar cansado, ¿quién les acabó las vidas sino
aqueste brazo que veis? |
POLO.-
¡Pardiez que me paresce aquello
una cosa señaladísima! |
GRIMALDO.-
Que miente,
señor Polo. ¿Un hombre como Diego García se
había de acompañar con un ladrón como
tú? |
VALLEJO.-
¿Ladrón era yo entonces,
palominillo? |
GRIMALDO.-
Si entonces no, agora lo eres.
|
VALLEJO.-
¿Cómo lo sabes tú, ansarino nuevo?
|
GRIMALDO.-
¿Cómo? ¿Qué fue aquello que
te pasó en Benavente, qu'está la tierra más
llena d'ello que de simiente mala? |
VALLEJO.-
Ya, ya sé
qué's eso. A vuesa merced, que sabe, negocios de honra,
señor Polo, lo quiera contar, que a semejantes pulgas
no acostumbro dar satisfecho. Yo, señor, fui a Benavente
a un caso de poca estofa, que no era más sino matar
cinco lacayos del Conde, porque quiero que lo sepa: fue porque
me habían revelado una mujercilla qu'estaba por mí
en casa del padre en Medina del Campo. |
POLO.-
Toda aquella
tierra sé muy bien. |
VALLEJO.-
Después qu'ellos
fueron enterrados, [y] yo, por mi retraimiento, me viese
en alguna necesidad, acodicieme a un manto de un clérigo
y a unos manteles de casa de un bodegonero donde yo solía
comer, y cógeme la Justicia, y en justo y encreyente,
señor, et cetera. Y esto es lo que aqueste rapaz está
diciendo. Pero agora, ¿fáltame a mí de comer
en casa de mi amo para que use yo de aquesos tratos? |
GRIMALDO.-
¡Suso! Que estoy de priesa. |
VALLEJO.-
Señor Polo,
aflójeme vuesa merced un poco aquestas ligagambas.
|
POLO.-
Aguarde un poco, señor Grimaldo. |
VALLEJO.-
Agora apriéteme aquesta estringa del lado de la espada.
|
POLO.-
¿Está agora bien? |
VALLEJO.-
Agora métame
una nómina que hallará aquí al lado
del corazón. |
POLO.-
No hallo ninguna. |
VALLEJO.-
¿Que no traigo ahí una nómina? |
POLO.-
No,
por cierto. |
VALLEJO.-
Lo mejor me he olvidado en casa debajo
de la cabecera del almohada, y no puedo reñir sin
ella. Espérame aquí, ratoncillo. |
GRIMALDO.-
Vuelve acá, cobarde. |
VALLEJO.-
Ora, pues sois porfiado,
sabed que os dejara un poco más con vida si por ella
fuera. [A POLO.] Déjeme, señor Polo, hacer
a ese hombrecillo las preguntas que soy obligado por el descargo
de mi conciencia. |
POLO.-
¿Qué le habéis de
preguntar, decí? |
VALLEJO.-
Déjeme vuesa merced
hacer lo que debo. [A GRIMALDO.] ¿Qué tanto ha, golondrinillo,
que no te has confesado? |
GRIMALDO.-
¿Qué parte
eres tú para pedirme aqueso, cortabolsas? |
VALLEJO.-
Señor Polo, vea vuesa merced si quiere aquese pobrete
mozo que le digan algo a su padre, o qué misas manda
que le digan por su alma. |
POLO.-
Yo, hermano Vallejo, bien
conozco a su padre y madre, cuando algo sucediese, y sé
su posada. |
VALLEJO.-
¿Y cómo se llama su padre?
|
POLO.-
¿Qué os va en saber su nombre? |
VALLEJO.-
Para
saber después quién me querrá pedir
su muerte. |
POLO.-
Ea; acaba ya, que es vergüenza. ¿No
sabéis que se llama Luis de Grimaldo? |
VALLEJO.-
¿Luis
de Grimaldo? |
POLO.-
Sí, Luis de Grimaldo. |
VALLEJO.-
¿Qué
me cuenta vuesa merced? |
POLO.-
No más que aquesto.
|
VALLEJO.-
Pues, señor Polo, tomad aquesta espada
y por el lado derecho apretá cuanto pudiéredes,
que después que sea esecutada en mí aquesta
sentencia os diré el porqué. |
POLO.-
¿Yo, señor?
Guárdeme Dios que tal faga ni quite la vida a quien
nunca me ha ofendido. |
VALLEJO.-
Pues, señor, si vos
por serme amigo rehusáis, vayan a llamar a un cierto
hombre de Piedrahíta, a quien yo he muerto por mis
propias manos casi la tercera parte de su generación,
y aquese, como capital enemigo mío, vengará
en mí propio su saña. |
POLO.-
¿A qué
efecto? |
VALLEJO.-
¿A qué efecto me preguntáis?
¿No decís que es ese hijo de Luis de Grimaldos, alguacil
mayor de Lorca? |
POLO.-
Y uno de otro. |
VALLEJO.-
¡Desventurado
de mí! ¿Quién es el que me ha librado tantas
veces de la horca sino el padre de aquese caballero? Señor
Grimaldo, tomad vuestra daga y vos mismo abrid aqueste pecho
y sacadme el corazón y abrilde por medio y hallaréis
en él escripto el nombre de vuestro padre Luis de
Grimaldo. |
GRIMALDO.-
¿Cómo? ¿Qué? No entiendo
eso. |
VALLEJO.-
No quisiera haberos muerto, por los
santos de Dios, por toda la soldada que me da mi amo. Vamos
de aquí, que yo quiero gastar lo que de la vida me
resta en servicio d'este gentilhombre, en recompensa de las
palabras que sin le conoscer he dicho. |
GRIMALDO.-
Dejemos
aqueso, que yo quedo, hermano Vallejo, para todo lo que os
cumpliere. |
VALLEJO.-
¡Sús! Vamos, que por el nuevo
conoscimiento nos entraremos por casa de Malata el tabernero,
que aquí traigo cuatro reales; no quede solo un dinero
que todo no se gaste en servicio de mi más que señor
Grimaldos. |
GRIMALDO.-
Muchas gracias, hermano; vuestros
reales guardaldos para lo que os convenga, que el Capiscol,
mi señor, querrá dar la vuelta a casa, e yo
estoy siempre para vuestra honra. |
VALLEJO.-
Señor,
como criado menor me puede mandar; vaya con Dios. ¿Ha visto
vuesa merced, señor Polo, el rapaz cómo es
entonado? |
POLO.-
A fe que parece mozo de honra. Pero vamos,
qu'es tarde. ¿Quién quedó en guarda de la mula?
|
VALLEJO.-
El lacayuelo quedó. [Aparte.] ¡Ah, Grimaldico,
Grimaldico, cómo te has escapado de la muerte por
dárteme a conocer! Pero guarte, no vuelvas a dar el
menor tropenzoncillo del mundo, que toda la parentela de
los Grimaldos no será parte para que a mis manos ese
pobreto espritillo, que aunque está con la leche en
los labios, no me lo rindas.
|
Scena tercera |
|
LEONARDO, MELCHIOR ORTIZ, POLO, y [PAULO].
|
MELCHIOR.-
¡Oh, gracias a Dios que me lo deparó! ¿Parécele
que ha sido buena la burla? ¿Ésta es la compañía
que me prometió de hacer antes que saliésemos
de nuestra tierra, y lo que mi señora le rogó?
|
LEONARDO.-
¿Qué fue lo que me rogó, que no
me acuerdo? |
MELCHIOR.-
¿No le rogó que me hiciese
buena compañía? |
LEONARDO.-
Pues, ¿qué
mala compañía has tú rescebido de mí
en esta jornada? |
MELCHIOR.-
Fíase el hombre en él
pensando luego daremos la vuelta, y ha más siete horas
que anda hombre como perro rastrero, y a mal ni a bien no
le he podido dar alcance. |
LEONARDO.-
¿No podíades
dar la vuelta a la posada temprano, ya que no me hallabas?
|
MELCHIOR.-
Acabe ya: ¿tenía yo blanca para dar al
pregonero? |
LEONARDO.-
¿Y para qué al pregonero, acemilón?
|
MELCHIOR.-
Para que me pregonara como a bestia perdida,
e así, de lance en lance, me adestrara donde a vuesa
merced le habían aposentado. |
LEONARDO.-
¿Qué?
¿Tan poca habilidad es la tuya, que a la posada no atinas?
|
MELCHIOR.-
Pues si atinara, ¿había de estar
agora por desayunarme? |
LEONARDO.-
¿Que no has comido? ¿Es
posible? |
MELCHIOR.-
Calle, tengo el buche templado como
halcón cuando le hacen estar en dieta de un día
para otro. |
LEONARDO.-
¿Cómo diablos te perdiste esta
mañana? |
MELCHIOR.-
Como vuesa merced iba ocupado
hablando con aquel amigo, que no fue hombre, sino azar para
mí, yo desvieme un poco, pensando que habraban de
secreto, y no más cuanto doy la vuelta a ver una tabla
de pasteles que llevaba un mochacho en la cabeza, atraviesan
a mí otros dos, que verdaderamente el uno parecía
a vuesa merced en las espaldas, y los dos cuélanse
dentro en el Aseo a oír una misa que decían,
que duró hora y media; yo contino allí detrás,
pensando que era vuesa merced; y cuando se volvió
a decir el benalicamus dolime, que responden los otros don
grásilas, llegueme ad aquel que le parecía
e díjele: «¡Ea, señor! ¿Habemos de ir a casa?».
Él que vuelve la cabeza y me vee, díjome: «¿Conósceme
tú, hermano?». |
LEONARDO.-
¡Oh, quién
te viera! |
MELCHIOR.-
Yo, que veo el preito mal parado, acudo
a las puertas para volverle a buscar, y mis pecados, que
siempre andan haciéndome gestos, hállolas todas
cerradas. |
LEONARDO.-
¡Cuál andarías! |
MELCHIOR.-
Yo le diré que tal. ¿Ha visto vuesa merced ratón
caído en la ratonera, que buscando por do soltarse
anda dando topetadas d'un cabo a otro para huir? |
LEONARDO.-
Sí he visto algunas veces. |
MELCHIOR.-
Pues ni más
ni menos andaba el sin ventura de Melchior Ortiz Carrasco,
hasta que fortuna me deparó a una parte una puertecilla
por do vi salir algunas gentes que se habían quedado
rezagadas a oír aquella misa, qu'era la postrera. Pero
vamos, señor, si habemos de ir. |
LEONARDO.-
¿Adónde?
|
MELCHIOR.-
¿Diz que adónde? A casa. |
LEONARDO.-
¿A
casa? ¿Y a qué a tal hora? |
MELCHIOR.-
Señor,
para tomar por la boca un poco de orégano y sal.
|
LEONARDO.-
¿Para qué sal y orégano? |
MELCHIOR.-
Para echar las tripas en adobo. |
LEONARDO.-
¿Cómo?
|
MELCHIOR.-
Señor, ya ellas están vinagre de
pura hambre; con el orégano y sal ternán con
qué sustentarse, si le parece a vuesa merced. |
LEONARDO.-
Pues agora no puede ser. And'acá conmigo, que Valiano,
qu'es señor de aqueste pueblo, con quien yo agora
de nuevo he asentado, está en vísperas, y téngole
de acompañar, y oirás las más solemnes
voces que oíste en toda tu vida. |
MELCHIOR.-
Vamos,
señor, enhorabuena; pero si oír voces se pudiese
escusar, rescebería yo señaladísima
merced. |
LEONARDO.-
¡Ah, don traidor, que agora pagaréis
lo que al cuartaguillo hecistes estar ayuno! ¡Ah! ¿Acordaisos?
|
MELCHIOR.-
Pues pecador fui yo a Dios, hiciérame
pagar vuesa merced el pecado donde cometí el delito,
y no donde así me puedo caer a una cantonada d'esas,
que no hallaré quien me diga qué has menester.
|
LEONARDO.-
Ora suso; toma toda esta calle adelante y pregunta
por el Hostal del Lobo. Cata aquí la llave, y come
tú de lo que hallares en el aposento, y aguárdame
en la posada hasta que yo vaya. |
MELCHIOR.-
Agora va
razonablemente el partido de Melchior. Pero, ¿no sabría
lo que sobró para mí? |
LEONARDO.-
Camina, que
yo seguro que no quedarás quejoso. |
MELCHIOR.-
Yo
voy. Quiera Dios que ansí sea. |
POLO.-
Guarde Dios
al gentilhombre. |
LEONARDO.-
Vengáis norabuena, mancebo.
|
POLO.-
Dígame: ¿es vuesa merced un extranjero que
llegó los días pasados a este pueblo en compañía
del mayordomo de aquí, d'esta tierra? |
LEONARDO.-
Yo creo que soy aquese por quien preguntáis; mas,
¿por qué lo decís? |
POLO.-
Porque anoche, sobre
mesa, trataron de la habilidad suya, e asimismo cómo
era vuesa merced muy gentil escribano y excelente contador;
finalmente, que sería mucha parte su buena habilidad
para entender y tratar en el oficio de secretario de Valiano,
mi señor; porque como hasta agora sea mozo y por casar,
no tiene copia cumplida de los oficiales que a su estado
y renta conviene. Holgara yo que vuesa merced quedase en
esta tierra y en servicio del señor d'ella, por ser
uno de los virtuosos caballeros que hay en estas partes.
|
LEONARDO.-
Holgaré por cierto de quedar, porque aquese
caballero e yo, que no sé quién es, nos topamos
una jornada de aquí, y sabiendo la voluntad mía,
que era estar en servicio de un señor que fuese tal,
él por la virtud suya me ha encaminado a esta tierra.
Asimismo, como de mi cosecha no tenga habilidad ninguna,
sino es aqueste escrebir y contar que cuando niño
mis padres, que en gloria sean, me enseñaron, acordaría
aquese gentilhombre de dar aviso a vuestro señor de
mí, por ver si para su servicio fuese suficiente y
hábil. |
POLO.-
Por cierto, señor, que se muestra
en él bien que debe de ser persona en quien habrá
más que d'él se dice; pero yo creo que andan
por la villa en busca suya. Vuesa merced vaya a palacio,
adonde le están aguardando, que no será razón
dejar pasar tan buena coyuntura, sino hacer hincapié,
que todos le seremos prestos para su servicio. |
LEONARDO.-
Muchas gracias; yo lo agradezco; voime. |
POLO.-
Vaya con
Dios. |
LEONARDO.-
Beso sus manos. |
PAULO.-
¿Qué es
lo que haces, Polo? |
POLO.-
Ya puede ver, señor
Paulino. |
PAULO.-
¿Has habido noticia d'este gentilhombre
que yo buscando por la villa? |
POLO.-
An agora se va de aquí
derecho a palacio por habelle dado aviso que van en busca
suya. |
PAULO.-
¿Qué manera de hombre o edad es a lo
que muestra? |
POLO.-
Gentil mancebo y dispuesto es, señor,
y muy buena plática que tiene, y su edad será
de veinticinco o treinta años. |
PAULO.-
¿Va bien tratado?
|
POLO.-
Según su traje, de ilustre prosapia debe ser
su descendencia. |
PAULO.-
¿De qué nasción?
|
POLO.-
Español, me paresce. |
PAULO.-
Anda, vamos.
|
POLO.-
Vaya vuesa merced, que yo por acá me quiero
ir a dar vuelta por ver si podré alcanzar una vista
de mi señora Eulalia la negra.
|
Scena cuarta |
|
VALIANO, LEONARDO y VALLEJO.
|
VALIANO.-
La causa, Leonardo,
por que a tal ora conmigo te mandé que apercebido
con tus armas salieses, no fue porque yo viniese a cosa hecha,
sino solamente por comunicar contigo aquel negocio que ayer
me comenzaste apuntar; y por eso te he traído por
calles tan escombradas de gentes. Solamente a Vallejo, lacayo,
dije que tomase su espada y capa, mandándole quedar
a esa cantonada para que con gran vigilancia y cuidado no
seamos de nadie espiados, mandándole que haga la guardia.
|
LEONARDO.-
¡Vallejo! |
VALLEJO.-
¿Adolos? ¿Dónde van?
¡Mueran los traidores! |
VALIANO.-
Paso, paso; ¿a quién
has visto? ¿Qué te toma? |
VALLEJO.-
¡Ah, pecador de
mí, señor! ¿A qué efeto has salido a
poner en peligro tu persona? Vete, señor, acostar
tú y el señor Leonardo, y déjame con
ellos, que yo los enviaré antes que amanezca a calar
gaviluchos a los robles de Mechualón. |
VALIANO.-
¡Válate
el demonio! ¿No asegurarás ese corazón? ¿Quién
me había de enojar a mí en mi tierra, bausán?
|
VALLEJO.-
¡Oh! Reniego de los aparejos con que cazan las
tórtolas en la Calabria. ¿Y eso dices, señor?
¿No ves qu'es de noche, pecador soy de Dios, y a lo escuro
todo es turbio? A fe de bueno que si no reconosciera la voz
del señor Leonardo que no fuera mucho quedar la tierra
sin heredero. |
VALIANO.-
¿A mí, traidor? |
VALLEJO.-
¡No,
si no dormí sin perro! Es menester, señor,
que de noche vaya avisada la persona; porque en mis manos
está el determinarme, y en las de aquel que firmó
el gran Horizonte con los polos árticos y tantárticos,
volver la de dos filos a su lugar. |
VALIANO.-
Todo me paresce
bien si no te emborrachases tan a menudo. |
VALLEJO.-
Él
es mi señor y tengo de sufrirte; mas a decírmelo
otro, no fuera mucho que estuviese con los setenta y dos.
|
VALIANO.-
Agora quédate ahí y ten cuenta con
que no nos espíe nadie, que es mucho de secreto lo
que hablamos. |
VALLEJO.-
A hombre lo encomiendas que aunque
venga el de las patas de avestruz con todos sus secuaces,
dando tenazadas por esa calle, no bastará a mudarme
el pie derecho donde una vez lo clavare. |
VALIANO.-
Así
conviene. Volvamos a nuestro propósito, Leonardo,
e dime: aquesa hermana tuya, después de ser tan hermosa
como dices, ¿es honesta y bien criada? |
LEONARDO.-
Señor,
tú te puedes mejor informar que yo decirlo; porque,
al fin, como yo sea parte y tan principal, no debrían
mis razones ser admitidas como de otro cualquier. La falta,
señor, que yo le fallo es ser mi hermana, que en lo
demás podía ser mujer de cualquier señor
de título, según su manera. |
VALLEJO.-
¿Señor
Leonardo? |
LEONARDO.-
¿Qué hay, hermano Vallejo?
|
VALIANO.-
Mira, Leonardo, qué quiere ese mozo. |
VALLEJO.-
Señor, paresce que entendí que hablaban en
negocio de mujeres, y si acaso es así, por los cuatro
elementos de la profundísima tierra, no hay hoy día
hombre en toda la redondez del mundo que más corrido
esté que yo, ni con más razón. |
VALIANO.-
¿Cómo,
Vallejo? |
VALLEJO.-
¿Y había, señor, a quien
se pudiese encargar un negocio semejante como a mí?
|
VALIANO.-
¿De qué manera? |
VALLEJO.-
¿Hay en toda
la vida airada, ni en toda la máquina astrologal,
a quien más subjeción tengan las mozas que
a Vallejo, tu lacayo? |
VALIANO.-
¡Calla, villano! |
VALLEJO.-
No te engañes, señor, que si conocieses lo
que yo conozco en la tierra, aunque seas quien seas, pudiéraste
llamar de veras bienaventurado si fueras como yo dichoso
en amores. |
VALIANO.-
¿Tú quién puedes conoscer?
|
VALLEJO.-
¡Mal lograda de Catalinilla la vizcaína!,
la que quité en Cáliz de poder de Barrientos
el sotacómitre de la galera del Grifo, que no andaba
en toda el armada moza de mejor talle qu'era ella. |
LEONARDO.-
Hermano Vallejo, cállate un poco. |
VALLEJO.-
No lo
digo sino porque hablamos de ballestas. |
VALIANO.-
¿No callarás,
di? |
VALLEJO.-
¡Ah! Dios te perdone, Leonor de Balderas;
aquella, diga vuesa merced qu'era mujer para dar de comer
a un ejército. |
VALIANO.-
¿Qué Leonor era aquésa?
|
VALLEJO.-
La que yo saqué de Córcega y la
puse por fuerza en un mesón de Almería, y allí
estúvose nombrando por mía hasta que yo dejarraté
por su respecto a Mingarrios, corregidor de Estepa. |
VALIANO.-
¡Válete
el diablo! |
VALLEJO.-
Y corté el brazo derecho a Vicente
Arenoso, riñendo con él de bueno a bueno en
los Percheles de Málaga, el agua hasta los pechos.
|
VALIANO.-
Prosigue, Leonardo, que si ello es ansí
como tú lo pintas, podrá ser que se hiciese
por ti más de lo que piensas. |
LEONARDO.-
Señor,
yo siempre rescebí y rescibo de tu mano mercedes sin
cuenta, pero en cuanto a esta hermana mía tú
sabrás que es más de lo que tengo dicho. |
VALLEJO.-
¡Válame Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza?
¡Ah, ladrones, ladrones! ¡Leonardo, apunto, apunto! |
LEONARDO.-
¿Qu'es aqueso? ¿Qué has visto? |
VALIANO.-
¿Quién
son? |
VALLEJO.-
Tente, tente, señor; no eches mano,
que va todos han huido. ¡Ah, rapagones! ¿En burullada me
vais? Agradesceldo... |
VALIANO.-
¿A quién? |
VALLEJO.-
Yo me lo sé. Señor Leonardo, en dejando a nuestro
amo en casa, quiero que vamos tú e yo a dar una escurribanda
a casa de Bulbeja, el tabernero. |
LEONARDO.-
¿Para qué?
|
VALLEJO.-
Para verme con aquellos forasteros que por aquí
han pasado, que, según soy informado, no ha media
hora que llegaron de Marbella, y traen una rapaza como un
serafín. |
VALIANO.-
¿Qué dice ese mozo, Leonardo?
|
LEONARDO.-
No lo entiendo, señor. |
VALLEJO.-
¿Diz
que no le entiende? Sé que no hablo yo en algarabía.
Veamos de cuándo acá han tenido ellos atrevimiento
meter vaca en la dehesa sin registralla al dueño del
armadijo. |
VALIANO.-
Ora yo quiero, Leonardo, si te paresce,
dar parte d'esto a algunas personas principales de mi casa,
porque no digan que en un negocio como éste me determiné
sin dalles parte. |
LEONARDO.-
Señor, a tu voluntad
sea todo. |
VALLEJO.-
Vamos, señor, que aquí
tengo ciertas haciendas, antes que amanezca. |
VALIANO.-
¿Qué
haciendas tienes tú, beodo? |
VALLEJO.-
Señor,
un negocio de hartos quilates de honra. |
VALIANO.-
Veamos
los quilates. |
VALLEJO.-
Ya lo he dicho al señor Leonardo:
cobrar unas blanquillas de ciertos jayanes que son venidos
aquí a mofar de la tierra; veamos de quién
tomaron licencia sin registrar primero delante de aqueste
estival. |
VALIANO.-
¡Sús! Baste ya; tira adelante.
|
VALLEJO.-
Nunca Dios lo quiera; que más guardadas
van tus espaldas con mi sombra y seguro que si estuvieras
metido en la Mota de Medina y calada sobre ti la formida
puente levadiza con que la fuerza de noche se asegura.
|
Scena quinta |
|
EUFEMIA, CRISTINA, UNA GITANA, VALIANO y PAULO.
|
EUFEMIA.-
Cristina hermana, ¿qué te parece del olvido tan grande
como Leonardo, mi querido hermano, ha tenido en escrebirme,
que ya son pasados buenos días que letra d'él
no he visto? ¡Oh, ánimas de Purgatorio bienaventuradas!
Poned en corazón [a] aquel hermano que con sus letras
o con su persona me torne alegre y gozosa. |
CRISTINA.-
Calla,
señora mía, no te fatigues, que no habrá
podido más, especialmente que quien sirve a otro pocas
veces es de sí señor. Bien sé yo que
a él no le faltará voluntad para hacello, sino
que negocios por ventura más arduos de aquel señor
a quien sirve le estorbarán de hacer lo que él
querría. Así que, señora mía,
no debes enojarte, que cuando no te pienses, verás
lo que deseas. |
EUFEMIA.-
¡Ay, amiga mía! Dios, por
su piedad inmensa, lo haga de manera que con letras suyas
esta casa sea contenta y alegre. |
GITANA.-
¡Paz sea en esta
casa; paz sea en esta casa! ¡Dioz te guarde, zeñora
honrada! ¡Dioz te guarde, y una limoznica, cara de oro, cara
de siempre novia, daca; que Dioz te haga prozperada y te
dé lo que deseas, buena cara, buena cara! |
CRISTINA.-
¿No podéis demandar desde allá fuera? ¡Ay,
señora mía, y qué importuna gente!;
que en lugar de apiadarse d'ellas la persona, de su pobreza,
las tiene odio, según sus importunidades e sus ahíncos.
|
GITANA.-
Calla, calla, garrida, garrida; dame limosna por
Dioz, y direte la buenaventura que tienes de haber tú
y la señora. |
EUFEMIA.-
¿Yo? ¡Ay, cuitada! ¿Qué
ventura podrá tener que sea próspera la que
del vientre de su madre nasció sin ella? |
GITANA.-
Calla, calla, señora honrada; pon un dinerico aquí,
sabrás maravillas. |
EUFEMIA.-
¿Qué tiene
de saber la que contino estuvo tan falta de consuelo cuanto
colmada de zozobras, miserias y afanes? |
CRISTINA.-
¡Ay,
señora! Por vida suya, que le dé alguna cosa,
y oigamos los desatinos que aquéstas, por la mayor
parte, suelen decir. |
GITANA.-
Escucha, escucha, pico de
urraca, que más sabemos, cuando queremos, que nadie
piensa. |
EUFEMIA.-
Acabemos; toma y dale aqueso y vaya con
Dios. |
CRISTINA.-
A buena fe que antes que se vaya nos ha
de catar el signo. |
EUFEMIA.-
Déjala, váyase
con Dios, que no estoy agora d'esas gracias. |
GITANA.-
Sosiega,
sosiega, señora gentil; ni tomes fatiga antes de su
tiempo, que harta te está aparejada. |
EUFEMIA.-
Yo
lo creo; agora sí habéis acertado. |
CRISTINA.-
No se entristezca, señora, que todo es burla y mentiras
cuanto éstas echan por la boca. |
GITANA.-
Y la esportilla
de los afeites que tienes escondida en el almariete de las
alcominias, ¿es burla? |
CRISTINA.-
¡Ay, señora! Y
habla por la boca del que arriedro vaya. Ansí haya
buen siglo la madre que me parió que dice la mayor
verdad del mundo. |
EUFEMIA.-
¿Hay tal cosa? ¿Qu'es posible
aqueso? |
CRISTINA.-
Como estamos aquí. Decí
más, hermana. |
GITANA.-
No querría que
te corrieses por estar tu señora delante. |
CRISTINA.-
No
haré por vida de mi ánima. ¿Qué puedes
tú decir que sea cosa que perjudique mi honra? |
GITANA.-
¿Dasme licencia que lo diga? |
CRISTINA.-
Digo que sí;
acabemos. |
GITANA.-
El par de las tórtolas que heciste
creer a la señora que se las habían comido
los gatos, ¿dónde se comieron? |
CRISTINA.-
¡Mirá
de qué se acuerda! Aqueso fue antes que mi señor
Leonardo se partiese d'esta tierra. |
GITANA.-
Así
es la verdad; pero tú y el mozo de caballos os las
comistes en el descanso de la escalera. ¡Ah, bien sabes que
digo en todo verdad! |
CRISTINA.-
¡Mal lograda me coma
la tierra si, con los ojos lo viera, dijera mayor verdad!
|
GITANA.-
Pues, señora, una persona tiene lejos de
aquí que te quiere mucho, y aunque agora está
muy favorescido de su señor, no pasará mucho
que esté en peligro de perder la vida por una traición
que le tienen armada; mas calla, que aunque sea todo por
tu causa, Dioz, que es verdadero juez y no consiente que
ninguna falsedad esté mucho tiempo oculta, descubrirá
la verdad de todo ello. |
EUFEMIA.-
¡Ay, desventurada hembra!
¿Por causa mía dices que se verá esa persona
en peligro? ¿Y quién podrá ser, cuitada, si
no fuese mi querido hermano? |
GITANA.-
Yo, señora,
no sé más; pero pues en cosa de las que a tu
criada se han dicho no ha habido mentira, yo me voy; quedad
en buena hora, que si algo más supiere, yo te vendré
avisar; quedad con Dioz. |
CRISTINA.-
¿Y de mí
no me dices nada, si seré casada o soltera? |
GITANA.-
Mujer serás de nueve maridos y todos vivos; ¿qué
más quieres saber? Dios te consuele, señora.
|
EUFEMIA.-
¿No me dices más en mi negocio, e
así me dejas dudosa de mi salud? |
GITANA.-
No
sé más que decirte; solamente tu trabajo no
será tan durable que en el tiempo del más fuerte
peligro no lo revuelva prudencia y fortuna, que todos remanescáis
tan contentos y alegres cuanto la misericordia divina lo
sabe obrar. |
CRISTINA.-
¡Ay, amarga de mí, señora!
¿Y no vee que me dijo que diz que sería yo mujer de
nueve maridos y que todos estarían vivos? ¡Ay, malaventurada
fui yo! ¿E cómo puede ser aquello? |
EUFEMIA.-
Calla,
déjame, que aunque todo cuanto éstas dicen
pueden pasar por señalada burla, con lo que me ha
dicho más triste quedo y más afligida que la
escura noche. Entrémonos dentro. |
VALIANO.-
Dime,
Paulo: ¿y es posible esto que me cuentas, que tú has
estado en la casa d'esta Eufemia, hermana d'este alevoso
y malvado de Leonardo, a quien yo en tanta alteza he puesto?
|
PAULO.-
Digo, señor, que sí. |
VALIANO.-
¿Y
tú propio has dormido con ella en el mismo lecho?
|
PAULO.-
Que yo propio he dormido con ella en su mismo
lecho: ¿qué más quieres? |
VALIANO.-
Agora,
mi fidelísimo Paulo, resta de contarme del arte que
con ella te pasó. |
PAULO.-
Señor, pasome con
ella aquello que pasa con las demás. No fue, cierto,
menester dar muchas vueltas; antes ella de verme pasar por
su calle e mirar a una ventana, me envió una criadilla
que tiene, llamada por más señas Cristina.
|
VALIANO.-
Y la criada, ¿qué te dijo? |
PAULO.-
Si
había menester algo de aquella casa. Yo, como lo sabía
antes de agora, así como yo había dicho a vuesa
merced, que no eran menester muchos casamenteros, coleme
allá, especialmente que de otras vueltas la dama me
conoscía y me había llevado mis reales. Quedeme
aquella noche por huésped, y así otras tres
adelante, y visto bien las señas de su persona, como
yo, señor, prometí, vine a dar cuenta de lo
que había pasado. |
VALIANO.-
¿En fin...? |
PAULO.-
En fin, que ella me dio para que me pusiese en el sombrero
o en la gorra un pedazo de un cabello que le nasce del hombro
izquierdo en un lunar grande; y por ser señales que
el señor su hermano Leonardo, y tu muy privado, no
puede negar, acordé de traello: veslo aquí.
Agora yo he cumplido con quien soy e con la fidelidad que
como vasallo te debo. Tú, señor, ordena que
ningún traidor se ría de ti, ni menos que otro
se atreva de aconsejarte, siendo criado tuyo, semejante caso;
especialmente donde tan gran quilate pendía de honra.
|
VALIANO.-
No cures, Paulo, que bien entendido tenía
yo d'ese traidor que en son de hacerme señalado servicio
quería dar deshonra d'esta antigua casa; pero te prometo
que no me pague esta traición menos que con la vida,
y que asimismo tú seas galardonado con grandes mercedes
tan señalados servicios. |
PAULO.-
Ansí conviene,
señor, porque el traidor sea por quien es conoscido,
y el bueno y el leal por su fidelidad remunerado. |
VALIANO.-
Vamos, Paulo, que yo te prometo que su castigo sea escarmiento
para los presentes y por venir. |
PAULO.-
Ve, señor,
que así es menester que en los traidores se esecute
la justicia.
|
Scena sexta |
|
EUFEMIA, CRISTINA, MELCHIOR y PAULO.
|
EUFEMIA.-
¡Ay,
Cristina, hermana! Ven acá, aconséjame tú
aquello que hacer debo, que de crueles angustias tengo aqueste
afligido corazón cercado. ¿Qué te diré,
sino que después que aquella gitana con nosotras estuvo,
una hora sin mil sobresaltos no he vivido? Porque, aunque
como en burlas tomé sus palabras, así vea a
los ojos sus desconsolados pronósticos. |
CRISTINA.-
¡Cómo, señora mía! ¡Ay! Por Dios, no
te vea yo triste, ni imagines tal, que si en alguna cosa
por yerro aciertan, en dos mil devanean, porque todo cuanto
hablan no es otro fin sino por sacar de aquí y de
allí con sus palabras lo más que pueden; y
pues aqueste es su oficio, no intentes, señora mía,
lo que no cabe en juicio de discretos, dalles fe alguna.
|
EUFEMIA.-
¡Ay, Cristina! Yo bien tengo entendido que es
así como tú dices; pero, ¿qué quieres,
si no puedo quitar de mí esta imaginación?
|
CRISTINA.-
Calla, señora; encomiéndalo todo
a Dios, qu'es el remediador de todas las cosas. Mas por el
siglo de mi madre, he aquí a Melchior Ortiz. ¡Ah,
Melchior, hermano! Tú seas muy bien venido. ¿Qué
nuevas traes a mi señora? Di: ¿qué tal queda
señor? |
MELCHIOR.-
Señor, bueno está,
aunque no le han hecho aquello que diz que le han de hacer.
|
EUFEMIA.-
¿Qué le han de hacer? Dímelo pronto.
|
MELCHIOR.-
¡Váleme Dios! Y no se aqueste vuesa merced,
que primero bien sé que le han de confesar, que ya
lo ha dicho el uno de aquestos que andan encapuchados. |
CRISTINA.-
¡Que
andan encapuchados! ¿Frailes, querrá decir? |
MELCHIOR.-
Sí,
sí. |
CRISTINA.-
¿Qué es lo que le han
dicho, Melchior? |
MELCHIOR.-
Que ordene su álima,
y que no será nada, placiendo a Dios, que en despegándole
aqueste de aquesto le sacarán de la cárcel.
|
EUFEMIA.-
¡Ay, Cristina, yo me muero! |
CRISTINA.-
Calla,
señora mía; no diga tal, que aquéste
sin duda desvaría. ¿No lo conoce ya vuesa merced? [A
MELCHIOR.] ¿Díjote algo el señor? ¿Diote carta
para mi señora? |
MELCHIOR.-
Díjome que me morase
acá, porque no quería que le sirviese ninguno
después de finado. |
CRISTINA.-
¿Cómo finado?
¿Qué dices? |
MELCHIOR.-
Digo que no lo ha en voluntad
que le finen, sino que se esté como se estaba con
su gaznate y todo; pero él su camino ha de hacer.
|
CRISTINA.-
Asno, ¿hate dado alguna carta? |
MELCHIOR.-
¿Oíxte?
¿Asno a un hombre que puede dar ya consejo según las
viñas y almendrales que hay por ahí adelante?
|
CRISTINA.-
¿Traes carta de tu señor? ¡Acaba, dilo!
|
MELCHIOR.-
¿No te dicen ya que sí? ¿Qué diabros
le toma? |
CRISTINA.-
Pues, ¿adola? |
MELCHIOR.-
Mira, mira,
Cristina; lávame aquestos pies y zahúmame aquesta
cabeza, y dame de almorzar, y déjate de estar a temas
conmigo. |
CRISTINA.-
¿Que te lave yo? Lávete
el mal fuego que te abrase. Daca la carta; ¿dónde
la traes? |
MELCHIOR.-
Mírela, señora, en esa
talega. |
CRISTINA.-
No viene aquí nada. |
MELCHIOR.-
Pues si no viene, ¿qué quiere que le haga yo? ¿Téngome
de acordar dónde está por fuerza? |
EUFEMIA.-
Dácala, hijo; dime dónde la traes, por un solo
Dios. |
MELCHIOR.-
Señora, déjeme volver allá
a preguntalle a mi señor, si lo hallare por morir,
adónde me la puso, y acabemos. |
EUFEMIA.-
¡Ay, cuitada!
Mira qu'es aquello que le blanquea en aquella caparuza.
|
MELCHIOR.-
Déjalo, dimuño, qu'es un papel
entintado que me dio mi amo, el que solía ser para
la señora. |
EUFEMIA.-
¡Ay, pecadora fui a Dios! Pues,
¿qu'es lo que te han estado pidiendo dos horas ha? |
MELCHIOR.-
Pues, ¿aqueso es carta? Yo por papel lo tenía. Tómela,
que por su culpa no se ha caído por el camino, que
después que la puso ahí el que si place a Dios
han de finar la semana que viene, no me he acordado más
d'ella que de la primera escudilla de gachas que me dio mi
madre. |
EUFEMIA.-
Cristina, hija, lee tú esa carta,
que no tendré yo ánimo ni aun para vella.
|
CRISTINA.-
«Sea dada en la mano de la más cruel y
malvada hembra que hasta hoy se ha visto». |
MELCHIOR.-
Para
ti debe venir, Cristina, según las señas dicen.
|
CRISTINA.-
Calla un poco. Carta de Leonardo para Eufemia
«Si de las justas querellas que de tu injusta e abominable
persona (Eufemia) a Dios dar debo, de su mano divina el justo
premio sobre ti se esecutase, no sé si sería
bastante tu deshonestísimo e infernal cuerpo a soportar
lo que por sus nefandos e inauditos usos meresce. ¿Cuál
ha sido la causa, maldita hermana, que siendo tú hija
de quien eres y descendiendo de padres tan ilustres (cuya
bondad te obligaba a regir en parte alguna), en tanta disolución
y deshonestidad hayas venido, que no sólo te des libremente
a los que tu nefando cuerpo codician, mas aun tanta parte
a tus enamorados das d'él, que públicamente
y en tela de justicia se muestran contra mí con cabellos
del lunar de tu persona? De mí cierta estarás
que moriré por alabar a quien no conoscía,
pues ya la sentencia del señor a quien contigo querría
engañar revocar no se puede, que solos veinte días
de tiempo me han dado para que yo ordene mi ánima
y para si algún descargo pudiera dar; y porque para
quejarme de ti sería derramar razones al viento, vive
a tu voluntad, falsa y deshonesta mujer, pues yo sin debello
pagaré con la cabeza lo que tú con tu desolución
ofendiste». |
EUFEMIA.-
¿Qu'es esto? ¿Qu'es lo que oigo? ¡Ay,
desventurada de mí! ¿Qué deshonestidades tan
grandes han sido las mías, o quién es aquel
que con verdad habrá podido, si no fuere con grandísima
traición y engaño, no solamente dar señas
de mi persona, pero ni aun verme, como tú sabes, por
mil paredes? |
CRISTINA.-
¡Ay, señora mía! Que
si fatiga alguna mi señor tiene, yo he sido la causa,
que no tú; y si me perdonares, yo bien te diría
lo que de aquesto alcanzo. |
EUFEMIA.-
Di lo que quisieres;
no dudes del perdón con que me des alguna claridad
de lo que en esta atribulada carta oigo. |
CRISTINA.-
Sabe,
pues, señora mía, que aunque yo te confiese
mi yerro, no tengo tanta culpa por pecar por ignorancia como
si por malicia lo hiciera. |
EUFEMIA.-
Di, acaba ya; que no
es tiempo de estar tanto gastando palabras. Di lo que hay,
no me tengas suspensa, que muero por entenderte. |
CRISTINA.-
Sabe,
señora mía, que en los días pasados
un hombre como estranjero me pidió por ti, diciéndome
si sería posible poderte ver o hablar. Yo, como viese
tu gran recogimiento, díxele que lo tuviese por imposible,
y él fue tan importuno conmigo, que le dije las señas
de toda tu persona; y no contento con esto, hizo conmigo
que te quitase una parte del cabello que en el lunar del
hombro derecho tienes. Yo, no pensando que hacía ofensa
a tu honra ni a nadie, tuve por bien, viéndolo tan
afligido, de hurtártelo estando durmiendo, e así
se lo di. |
EUFEMIA.-
No me digas más, que algún
grande mal debe de haber sucedido sobre ello. Vamos de aquí,
que yo me determino de ponerme en lo que en toda mi vida
pensé, y dentro del término d'estos veinte
días ir allá lo más encubiertamente
que pueda; veamos si podré en algo remediar la vida
d'este carísimo hermano, que sin saber la verdad tantas
afrentas y tantas lástimas me escribo. |
CRISTINA.-
Si tú aqueso haces, y en el camino te apresuras, yo
lo doy todo, con el auxilio divino, por remediado. Vamos.
|
MELCHIOR.-
¿Yo tengo de ir allá? |
CRISTINA.-
Sí,
hermano; pues, ¿quién nos había de servir por
el camino sino tú? |
MELCHIOR.-
Pardiez, aunque hombre
hubiese de aprender para hacer cartas de mareaje, no le hiciesen
atravesar más veces este camino; pero vaya. |
PAULO.-
¡Oh, cuán bien van los negocios míos, y cuán
bien he sabido valerme! ¡Oh, qué astucias he tenido
para desprivar a este advenedizo de Leonardo! ¡Oh, cuán
alegre me ha hecho la fortuna, y cuán largo crédito
he cobrado con Valiano! Bien está; que pocos son los
días que le faltan de cumplir de la dilación
que le pusieron para que de sí diese descargo alguno
si lo tenía. ¿Qué hombre habrá en toda
esta tierra de más buena ventura que yo, en haciendo
justicia de aquéste? Pues, ¿quizá tengo mal
testigo, en Vallejo, lacayo? Pues por intereses de dos doblas
que le prometí en el camino cuando conmigo fue, dice
que se matará con todos cuantos dijeren al contrario
de lo que tengo dicho. Mas voime, que no sé quién
viene; no quiero ser oído de nadie, por ser el caso
de la suerte que es.
|
Scena séptima |
|
POLO y EULALLA.
|
POLO.-
¡Oh, bendito sea Dios que me
ha dejado escabullir un rato de aqueste importuno de Valiano,
mi señor, que no paresce sino que todo el día
está pensando en otro sino en cosas que fuera de propósito
se encaminan. Agora yo estoy asombrado cómo Leonardo,
a los ojos de todos tan honrado y cuerdo mozo, lo quisiese
así engañar con darle a entender que su hermana
fuese tan buena que para ser mujer suya le faltase nada.
Con su pan se lo coma, que gran priesa se dan ya para que
pague con la gorja lo que pecó con la lengua. Dios
me guarde de ser entremetido. Acá me quiero andar
siguiendo mi planeta; que si aquesta mi Eulalla se va conmigo
como me tiene prometido, yo soy uno de los bienaventurados
hombres de todo mi linaje. Ya estoy a su puerta. Aquí
sobre la calle, en este aposento, sé que duerme. ¿Qué
señas haré para que salga? ¡Oh! Bien va, que
aquella que canta es.
Canta la negra | | Gila Gonzalé | | | | de
la vila yama; | | | | no sé yo, madres, | | | | si me labriré. | | | | Gila Gonzalé | | | | yama la torre; | | | | abrirme la voz, | | | | fija
Yeonore, | | | | porque lo cabayo | | | | mojaba falcone. | | | | No sé
yo, madres, | | | | si me l'abriré. | | |
|
POLO.-
¡Ah, señora
mía, Eulalla! ¡Ah, señora! ¡Qué embebida
está en su música! |
EULALLA.-
¡Jesús!
Ofréscome la Dios turo poreroso, criaror na cielos
e na tierras. |
POLO.-
¡Ah, señora Eulalla! No te alteres,
que el que te llama no te desea sino hacerte todo servicio.
|
EULALLA.-
¿Paréscete vos que so sa bon jemplos a
la ventana de un dueña honradas recogidas coma yo,
facer aqueya cortesía a taloras? |
POLO.-
No me debe
haber conoscido. ¡Ah, señora Eulalla! |
EULALLA.-
¡Malaños
para vos! ¿Y paréscete bien a la fija de la hombre
honrados facer cudolete a la puta ajenas? |
POLO.-
¡Oh, pecador
de mí! Asómate, señora Eulalla, a esa
ventana y verasme, y sabrás de cierto quién
soy. |
EULALLA.-
¿Quién esa ahí? ¡Jesú!
O la voz me la miente o sa aqueya que yama mi siñor
Pollos. |
POLO.-
¡Oh, bendito aquel que te dejó entender!
|
EULALLA.-
¡Ay, siñor míos, a taloras! |
POLO.-
Señora
mía, por una pieza como vuesa merced aún es
temprano para servilla. |
EULALLA.-
Pues a bona fe, que sa
la persona de mala ganas. |
POLO.-
Que la guarde Dios, y ¿de
qué? |
EULALLA.-
Siñor, presentame la siñora
doñaldoza un prima mía una hojetas de lejías
para rubiarme na cabeyos, y como yo sa tan delicara, despojame
na cabeza como nas ponjas; pienso que tenemos la mala ganas.
|
POLO.-
¡Válame Dios! ¿Pues no hay remedio para eso?
|
EULALLA.-
Sí, sí, guáreme Dios; ya
m'envía a visitar la siñora nabadesa la monja
sancta Pabla, y me dice que m'enviará una malacina
para que me le quita como la manos. |
POLO.-
¿Pues agora te
pones a enrubiar? |
EULALLA.-
Sí, ¿por qué no?
¿No tengo yo cabeyo como la otro? |
POLO.-
Sí cabellos,
y aun a mis ojos no hay brocado que se le compare. |
EULALLA.-
Pues buena fe que ha sinco noche que face oración
a siñor Nicolás de Tramentinos. |
POLO.-
San
Nicolás de Tolentino, querrás decir. ¿Y para
qué haces la oración, señora? |
EULALLA.-
Quiere
casar mi amos, y para que depares mi Dios marido a mí
contentos. |
POLO.-
Anda, señora; ¿y cómo agora
haces aqueso? ¿No me has prometido de salirte conmigo? |
EULALLA.-
¿Y cómo, siñor, no miras más qu'ésos?
¿Paréscete a voz que daba yo bon jemplo y cuenta de
mi linaje? ¿Qué te dirá cuantas siñoras
tengo yo por mi migas en esta tierras? |
POLO.-
¿Y la palabra,
señora, que me has dado? |
EULALLA.-
Siñor,
o na forza ne va, nerrechos se pierde; honra y barbechos
no caben la sacos. |
POLO.-
Pues, ¿qué deshonras pierdes
tú, señora, en casarte conmigo? |
EULALLA.-
Ya yo lo veo, siñor; mas quiere hoz sacarme na pues
perdida na tierra que te conosco. |
POLO.-
Mi reina, ¿pues
aqueso me dices? No te podría yo dejar, que primero
no dejase la vida. |
EULALLA.-
¡Ah, traidoraz! Dolor de torsija
que rebata to lor ombres. A otro güeso con aquese perro,
que yo ya la tengo rosegadoz. |
POLO.-
En verdad, señora,
que te engañas. Pero dime, señora, ¿con quién
te querían casar? |
EULALLA.-
Yo quiero con uncagañeroz,
dice mi amo que no, que más quiere con unoz potecarios;
yo dice que no; dice mi amo: «Caya, fija, que quien tenga
loficio tenga la maleficio». |
POLO.-
Pues, ¿yo no soy oficial?
|
EULALLA.-
¿Quin ficios, siñor Pollos? |
POLO.-
Adobar
gorras, sacar manchas, hacer ruecas y husos y echar soletas
y brocales a calabazas; otros mil oficios, que, aunque agora
me ves servir de lacayo, yo te sustentaré a toda tu
honra. No dejes tú de sacar con que salgamos la primera
jornada, que después yo te haré señora
de estrado y cama de campo y guadameciles. ¿Qué quieres
más, mi señora? |
EULALLA.-
Agora sí
me contenta; mas, ¿sabe qué querer yo, siñor
Pollos? |
POLO.-
No, hasta que me lo digas. |
EULALLA.-
Que
me compras una monas, un papagayos. |
POLO.-
¿Para qué,
señora? |
EULALLA.-
La papagayos para qu'enseña
a fablar en jaula, y la mona para que la tengas yo a mi puertas
como dueña d'estabro. |
POLO.-
De estrado, querrás
decir. |
EULALLA.-
Sí, sí; ya lo digo yo na
sablo; mas sabe que me falta rogar a siñora doña
Beatriz que me presa un ventayos para camino. |
POLO.-
¿Para
qu'es el ventalle, señora? |
EULALLA.-
Para poneme
lantre la cara; porque si mira alguna conoscida no me la
conoscas. |
POLO.-
Señora, yo lo haré; mas voime,
que toda la tierra está rebujelta por ir a ver aquel
pobre de Leonardo, que hoy mandan que se haga justicia d'él.
|
EULALLA.-
¡Ay, mal logradoz! Por ciertos que me pesas como
si no fueras mi fijo; mas si marinas busca, tome lo que baila.
|
POLO.-
Adiós, mi señora, que ya el día
se viene a más andar, y la gente madruga hoy más
que otros días por tomar lugar, porque el pobreto,
como era tan bienquisto de todos, aunque era estranjero,
toda la gente irá para ayudalle con sus oraciones.
|
EULALLA.-
¡Ay! Amarga se vea la madre que le parios. |
POLO.-
Hasta
mi amo Valiano le pesa entrañablemente con su muerte;
mas aquel Paulo contrario suyo, que es el que trajo las señas
de su hermana, le acusa valientemente, y ése le ha
traído al término en que agora está.
Adiós. |
EULALLA.-
Lespiritu santos te guarda,
mi anima, y te libra entrutanto. |
POLO.-
¡Pese a tal con
la galga! Yo la pienso vender en el primer lugar diciendo
que es mi esclava, y ella póneseme en señoríos.
Espántome cómo no me pidió dosel a todo
en que poner las espaldas. No tengo un real, que piensa la
persona sacárselo de las costillas, y demándame
papagayo y mona. |
EULALLA.-
¡Señor Pollos, señor
Pollos! |
POLO.-
¿Qué hay, mi vida? |
EULALLA.-
Tráigame
para mañana un poquito de mozaza, un poquito de trementinos
de la que yaman de puta. |
POLO.-
De veta, querrás
decir. ¿Y para qué quieres todo eso, señora?
|
EULALLA.-
Para hacer una muda, para las manos. |
POLO.-
Que
con esa color me contento yo, señora; no has menester
ponerte nada. |
EULALLA.-
Así la verdad, que aunque
tengo la cara morenicas, la cuerpo tiene como un terciopelo
dobles. |
POLO.-
A ser más blanca, no valías
nada. Adiós, que así te quiero para hacer reales.
|
EULALLA.-
Guíate la Celestinas que guiaba la toro
la enamorados.
|
Scena octava |
|
EUFEMIA, CRISTINA, VALIANO, PAULO y VALLEJO.
|
CRISTINA.-
Señora, aquí estamos bien, porque en este lugar
podrás aguardar que al tiempo que Valiano salga le
digas lo que te parescerá. |
EUFEMIA.-
Aquel Todopoderoso
Señor que sabe y entiende todas las cosas, declare
y saque a luz una tan grande traición, de suerte que
la verdad sea manifiesta y aquel carísimo hermano
libre, pues [de] tan falsa acusación así él
como yo somos sin culpa. |
CRISTINA.-
Esfuerzate, señora,
que a tiempo somos que se descubrirá la verdad, de
suerte que cada cual quede por quien es reputado. |
EUFEMIA.-
Oye, que pasos suenan. Gente sale, y aquel de la mano derecha,
según su manera, debe de ser Valiano, señor
de todas aquestas tierras. |
CRISTINA.-
¡Ay, señora
mía! Y el que con él viene es el estranjero
al que yo por su importunidad di las señas de su merced
y de su cuerpo. |
EUFEMIA.-
Calla, que hablando salen. |
VALIANO.-
Dime,
Paulo, ¿está ya todo puesto a punto? |
PAULO.-
Señor,
sí; que yo he puesto en ello la diligencia que conviene
para que el traidor pague y tú quedes sin queja.
|
VALIANO.-
Bien has hecho. Mas, ¿qué gente es
aquésta? |
PAULO.-
Señor, no las conozco;
estranjeras parescen. |
VALIANO.-
¡Voto a tal, que la
delantera paresce moza de chapa! Desde aquí la coto
para que coma en el plato en que come el hijo de mi padre.
|
EUFEMIA.-
Señor Ilustre, estranjera soy: en tu tierra
me hallo; justicia te pido. |
VALIANO.-
D'eso huelgo yo infinitísimo
que esté en mi mano haceros algún favor; que
aunque no fuese más que ser estranjera, vuestro arte
y buen aseo provoca a cualquiera haceros todo servicio; así
que demandad lo que quisiéredes, que cuanto a la justicia
que pedís nada se os negará. |
EUFEMIA.-
Justicia,
señor, que malamente soy ofendida. |
VALIANO.-
Ofendida
y en mi tierra cosa es que no soportaré. |
VALLEJO.-
¡Suso,
señor! Armémonos todos los de casa, y dame
a mí la mano; verás cuán presto revuelvo
los rincones d'esta ciudad y la hago sin querella. |
VALIANO.-
Calla,
Vallejo. Decidme, señora: ¿quién es el que
ha sido arte para enojaros? |
EUFEMIA.-
Señor, ese
traidor que cabe ti tienes. |
PAULO.-
¡Yo! ¿Burláis
de mí, señora, o queréis pasar tiempo
con las gentes? |
EUFEMIA.-
No me burlo, traidor; que de muchas
veces que dormiste conmigo en mi cama, la postrera noche
me hurtaste una joya muy rica debajo la cabecera de mi cama.
|
PAULO.-
¿Qué es lo que decís, señora?
Por otro quizá me habréis tomado, que yo no
os conozco ni sé quién sois. ¿Cómo me
levantáis cosa que en toda mi vida tal pensé
hacer? |
EUFEMIA.-
¡Ah, don traidor! ¿No te bastaba aprovecharte
de mi persona como te has aprovechado, sino aun robarme mi
hacienda? |
VALIANO.-
Paulo, responde: ¿es verdad lo que aquesta
dueña dice? |
PAULO.-
Digo, señor, que es el
mayor levantamiento del mundo; ni la conozco ni la vi en
mi vida. |
EUFEMIA.-
¡Ay, señor, que lo niega aquese
traidor por no pagarme mi joya! |
PAULO.-
No llaméis
traidor a nadie, que si traición hay vos la traéis,
pues afrentáis a quien en su vida os ha visto. |
EUFEMIA.-
¡Ay, traidor! ¿Que tú no has dormido conmigo? |
PAULO.-
Que digo que no os conozco ni sé quién sois.
|
EUFEMIA.-
¡Ay, señor! Tómele en juramento,
que él dirá la verdad. |
VALIANO.-
Poné
la mano en vuestra espada, Paulo. |
PAULO.-
Que juro,
señor, por todo lo que se puede jurar, que ni he dormido
con ella, ni sé su casa, ni la conozco, ni sé
lo que se habla. |
EUFEMIA.-
Pues, traidor, oigan tus oídos
lo que tu infernal boca ha dicho, pues con tus mismas palabras
te has condenado. |
PAULO.-
¿De qué manera? ¿Qué
es lo que decís? ¿Qué os debo? |
EUFEMIA.-
Di,
desventurado, si tú no me conoces, ¿cómo me
has levantado tan grande falsedad y testimonio? |
PAULO.-
¡Yo testimonio! Loca está esta mujer. |
EUFEMIA.-
¿Yo
loca? ¿Tú no has dicho que has dormido conmigo? |
PAULO.-
¿Yo he dicho tal? Señor, si tal hay, por justo juicio
sea yo condenado y muerto, mala muerte, a manos del verdugo
delante de vuestra presencia. |
EUFEMIA.-
Pues si tú,
alevoso, no has dormido conmigo, ¿cómo hay tan grande
escándalo en esta tierra por el testimonio que sin
conoscerme me has levantado? |
PAULO.-
¡Anda de ahí
con tu testimonio o tus necedades! |
EUFEMIA.-
Di, hombre
sin ley, ¿no has tú dicho que has dormido con la hermana
de Leonardo? |
PAULO.-
Sí lo he dicho, y aun traído
las señas de su persona. |
EUFEMIA.-
Y esas señas,
¿cómo las hubiste? Si tú, traidor, me tienes
delante, que soy la hermana de Leonardo, ¿cómo no
me conosces, pues tantas veces dices que has dormido conmigo?
|
VALIANO.-
[Aparte.] Aquí hay gran traición,
según yo voy entendiendo. |
CRISTINA.-
Hombre sin ley,
¿tú no me rogaste que te diese las señas de
mi señora, aunque agora por venir disfrazada no me
conoces? Yo viendo tu fatiga tan grande, le corté
un pedazo de un cabello del lunar que en el hombro derecho
tiene, y te lo di, sin pensar que a nadie hacía ofensa.
|
VALIANO.-
¡Ah, don traidor! Que no me puedes negar la verdad,
pues tú mismo por tu boca lo has confesado. |
VALLEJO.-
¡Afuera hay cantos, moxca de Arjona! También me quería
el señor coger en el garlito. |
VALIANO.-
¿De
qué manera? |
VALLEJO.-
Rogome en el camino, cuando
fuimos con él, que testificase yo como él había
dormido con la hermana de Leonardo, por lo cual me había
prometido para unas calzas, y hubiérame pesado, sin
en lugar de calzas me dieran un jubón de cien ojetes.
|
VALIANO.-
¡Suso! Tomen a este alevoso y pague por la pena
del Talión, que bien sabía yo lo que en mi
fiel Leonardo tenía. Sáquenle de la prisión
y sea luego restituido en su honra, y a este traidor córtenle
luego la cabeza en el lugar que él, para mi Leonardo,
tenía aparejado. |
VALLEJO.-
Que se haga, señor
mío, luego su mandamiento. |
VALIANO.-
Y a esta señora
noble, pues tan bien supo salvar la vida de su hermano, quede
en nuestras tierras y por señora d'ellas y mía,
que aun no pienso pagalle con todo aquesto la tribulación
que su hermano en la cárcel y ella por le salvar habrán
padecido. |
VALLEJO.-
Señor, incorbana es; ya está
el levantador de falsos testimonios, el desventurado de Paulo,
en poder del alcalde con todos aquellos cumplimientos que
vuesa merced me mandó. |
VALIANO.-
¡Suso! Córtense
libreas a todos los criados de mi casa; y vos, señora
mía, dadme la mano y entrémonos a yantar, que
yo quiero que vos y vuestro hermano comáis juntamente
conmigo por tan sobrado regocijo, y después hacer
lo que debo, en cumplimiento de lo que a Leonardo había
prometido. |
EUFEMIA.-
Como tú, señor mío,
mandares, seré yo la dichosa. |
VALLEJO.-
Abrazado
va mi amo con la rapaza; pero yo soy el mejor librado d'este
negocio, pues me escapé de arrebatar un centenar por
testigo falso; yo voy, que haré falta en casa. [Al
público.] Auditores, no hagáis sino comer y
dad la vuelta a la plaza, si queréis ver descabezar
un traidor y libertar un leal y galardonar a quien en deshacer
tal trama ha sido solícita y avisada y diligente.
Et vale.
|