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Libro IV

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20. -Italia. Sus primeros habitantes

     Se da el nombre de Italia a una península meridional de la Europa, situada entre los 24º 15' y 36º 10' de longitud, y entre los 35º 45' y 47º 8' de latitud, y circundada por los Alpes al N y por el mar en lo restante. Distinguimos la continental, la península y las islas: Parma divide la primera de la segunda; la península forma un trapecio comprendido entre el Mediterráneo, el Adriático y el mar Jonio; las islas son las de Sicilia, Cerdeña, Córcega y muchas menores. De los Alpes, que son las montañas mas altas de Europa, con pocos desfiladeros practicables, todos los valles siguen la dirección del Adriático. El Po, naciendo del monte Viso, atraviesa la mayor llanura de Italia, recogiendo las aguas de los Alpes y algunas del Apenino. Los Apeninos forman como la espina dorsal de la península, con dos vertientes, una hacia el Adriático y la otra hacia el mar Tirreno, en el cual desembocan el Arno y el Tíber. Desde la desembocadura del Varo hasta el estrecho de Sicilia hay 230 leguas de costa: 130 desde el estrecho hasta el cabo de Otranto; 230 de este punto a la desembocadura del Isonzo, es decir 5819 kilómetros; por lo que la Italia es designada como una gran potencia marítima, con grandes ciudades en la costa, como Génova, Venecia, Palermo y Nápoles: y los golfos y el puerto de la Spezzia; hay breve distancia entre sus costas del Mediterráneo y del Adriático, y ocupa el centro del mar que une el Asia, el África y los países más fértiles de Europa.
587      Los mitos, que colocan en la Campania y en Inarime (Ischia) la guerra de los dioses contra Tifeo y los tres gigantes que Júpiter sacó fuera de la tierra, mientras abismó a los otros bajo los montes de la Sicilia, aluden a las sumersiones e inmersiones anteriores a la historia, cuando el suelo donde más tarde se asentaron Roma y Nápoles era todo sacudido por los volcanes, y lleno de hielo en la parte septentrional. Suponen algunos que el Po desembocaba en el mar 100 millas más adentro que ahora. La emersión del Apenino, a lo largo de Italia, separó al Oriente los terreros de segunda y tercera formación, y al Occidente los producidos por el fuego, que luego domina desde el Vesubio, el Etna, Estrómboli y los campos Flegreos. De aquí proviene tanta variedad de aspectos y de vegetación, parecida a la escandinava en los Alpes y a la africana en la Campania.
     El nombre de Italia se limitaba al principio al país comprendido entre los Golfos Lamético y Escilático; se extendió después a los de Ausonia, Enotria y Hesperia, dados por los Griegos; y se extendió todavía más cuando se hallaron ocho pueblos contra Roma en la guerra social; solo después abrazó también el imperio la Galia Cisalpina y la Sicilia.
Primeros habitantes      Difícil es determinar cuáles fueron sus primeros habitantes. Los Aborígenes debieron ser anteriores a una raza jafética, llamada de los Tirsenos, Rasenas o Tirrenios, los cuales dieron su nombre al mar occidental, mientras que el oriental lo tuvo de Adría, ciudad igualmente tirrena. Pertenecen estos a la edad fabulosa de Jano, Júpiter y los Sátiros, como también los Vénetos, los Euganeos, los Opobios, los Camunios y los Lepontios, y tal vez los Tauriscos, los Etruscos, los Opicos y los Oscos o Toscos; considerados todos como diferentes de los Sículos y de los Pelasgos. Diez y ocho siglos antes de J. C., fueron a Italia los Iberos, los cuales, viniendo de la Armenia llegaron hasta España. A esta raza pertenecían los Ligurios de la Alta Italia, los Ítalos que se extendían entre la Marca y el Tíber, y los Sicanos, considerados por algunos historiadores como originarios del Epiro, y asimilados a los Pelasgos. Celta es el nombre de una numerosa estirpe nórdica, una de cuyas ramas ocupó la Italia bajo el nombre de Umbros (128), y se dividió en tres bandas: Oll-Umbria, entre el Apenino y el Jonio; Is-Umbria, alrededor del Po; y Vil-Umbria, que fue luego Etruria; quedando el país oriental para los Iberos. La primera fecha histórica es la fundación de Ameria, trescientos ochenta y un años antes de Roma. Contemporáneos de estos grandes pueblos fueron otros pequeños, como los Titanes, los Cíclopes y los Lestrigones, que parecen oriundos de la raza de Cam y procedentes del África.
Pelasgos      Como conquistadores y civilizadores aparecen luego los Pelasgos, gente industriosa que en todas partes precedió a los pueblos de gran renombre. Tal vez llegaron los primeros con Peucetio y Enotro, diez y siete generaciones antes de la guerra de Troya; nunca fueron verdaderos dueños de la península, pero siempre estuvieron armados luchando contra los Sículos, único pueblo de que Homero hace mención en Italia y que los Pelasgos rechazaron hasta la isla.
     Otros, procedentes de la Dalmacia, fabricaron, 14 siglos antes de J. C., y en la desembocadura del Po, la ciudad de Espina, combatieron con los Umbros, y juntamente con los Aborígenes de la Sabina fundaron ciudades en el Apenino, de las cuales aún quedan murallas de grandes dimensiones, compuestas de enormes peñascos, unas veces toscos y otras tallados; mientras hay quien los considera como bárbaros feroces, los elogian otros por haber introducido el alfabeto, el hogar doméstico y la piedra de límite, es decir, la familia y la propiedad. Sorprendidos por graves desventuras, inundaciones, erupciones y sequías, abandonaron la Etruria, emigraron muchos de ellos, y otros fueron sometidos a nuevos pobladores y reducidos a la esclavitud.
Etruscos      Los nuevos pobladores debieron ser Tirsenos, Racenas o Etruscos, gente misteriosa también y de muy diferente fama. Habiéndose perdido sus libros, no se pudieron acertar, por los esplendidísimos restos de su civilización, su alfabeto ni su idioma. Hay quien los supone Germánicos, quien Dóricos y quien Lidios; tampoco consta que fuesen idénticos los Tirrenos y los Etruscos, y sobre este punto disertan hoy largamente los eruditos. El lenguaje de los Etruscos parece análogo al de los Griegos; sin embargo no falta quien lo crea semítico. Su nombre resultó tal vez de una liga del pueblo que habitaba en los contornos de Adria, con los Oscos (Atr-Oscos): y añadiendo el artículo al nombre de los Oscos, formaron el de T-Oscos, de donde resultó el nombre de Tuscia, que no existía antes de la época de los emperadores. Los sacerdotes custodiaban arcanamente los anales, que desaparecieron con ellos, cuando los Romanos se cuidaron de destruir con guerras exterminadoras la civilización del pueblo que había sido se maestro.
     Solo podemos conjeturar que los Tirrenos, invadida la península, se encontraron en frente de los Umbros, a los cuales obligaron a replegarse en el país que tomó el nombre de Umbría. Se extendieron por los campos de la Emilia y por los de Polesina, entre los Alpes y el Apenino; el Po defendió a los Vénetos, y los Ligurios se refugiaron en los montes. Sobre el Po se fundó una nueva Etruria, que también tenía doce ciudades. Después de haberse echado sobre los Cascos, habitantes del Lacio, y después de haber pasado el Liris, fundaron en la Campania otras doce colonias, a pesar de que allí estaba la mayor parte de la población Osca.
     La Etruria propia, entre el Arno y el Tíber, tuvo muchas ciudades, con muros pelasgos; Tarquinia era centro de la civilización etrusca; Ceres, la metrópoli religiosa. Pareció un momento que iban a dominar toda Italia, pero Hierón, rey de Siracusa, los derrotó encerrándolos entre los Ligurios, los Galos y los Samnitas, hasta que fueron sojuzgados por los Romanos.
Pueblos menores      Entre los demás habitantes de Italia figuran los Orobios, entre los lagos de Como y de Iseo; los Euganeos, entre los montes Brescianos, Veroneses, Trentinos y Vicentinos; los Vénetos, entre el Timavo, el Po y el mar; y los Ligurios en el Piamonte.
     En los Apeninos, habitaban los Picenos, los Pretucios y principalmente los Sabinos, pastores y guerreros que se reunían en Cures para sus asambleas nacionales, y en Trebula para la veneración de sus misterios. Inmediatos a ellos vivían los Ecuos; más adentro los Hérnicos, luego los Volscos y los Auruncos, cuyas ciudades marítimas Terracina, Ancio y Circeo debieron grandes riquezas al comercio, y fomentaron las bellas artes.
     En los Abruzos vivían los Vestinos, los Marrucinos y los Pelignos, cuya asamblea nacional se reunía en Aterno (Pescara), y los valientes Marsos en la Campania. Los campos Flegreos, atestiguaban revoluciones plutónicas. Dícese que el territorio de los Samnitas sustentaba dos millones de habitantes, entre los cuales figuraban los Hirpinos, los Lucanos y los Frentanos. La parte más agreste quedó en poder de los Brucios.
       Todos estos pueblos hablaban la misma lengua, aunque con diversidad de dialectos, como era distinta su civilización. Generalmente se regían por medio de una confederación de pequeños Estados con un Senado común. Algunos elegían un dictador, sometido a la autoridad nacional. Su culto tenía mucho del griego, con variedad de tradiciones y ritos, y es probable que al principio reconocieron la unidad en Jano, deorum deus, único inmaculado. Ceres simbolizaba el arte más importante; y para el vulgo, se creaba una divinidad para cada país, para cada bosque, para cado río y para cada trabajo campestre. Venerábase bajo diferentes nombres la Fortuna, a quien se consultaba. Circe, especie de maga, transformaba a los hombres y daba valor a los navegantes. En lugar de estatuas se veneraban símbolos; así es que la lanza representaba el Marte sabino; en un altar sin imagen alguna ardía el fuego de Vesta, y durante los terremotos se oraba sin dirigir las súplicas a ningún dios determinado. El dios Término, tan venerado, no tenía más representación que la piedra de confín
Religión
 
 
 
 
     La expiación llegaba hasta los sacrificios humanos, y en las primavera sagrada se inmolaba al Dios todo lo que nacía en la primavera, sin exceptuar a los niños, de cuya bárbara costumbre nació la de enviarlos a lejanos países. Los primeros ritos terribles debieron ser mitigados por Jano, Saturno, Pico, Fauno e Ítalo, los cuales fundaron asilos, donde los débiles podían refugiarse contra los fuertes, e introdujeron el derecho fecial, que moderaba la guerra. Era peculiar de los Ítalos el atrio, donde, alrededor del fuego de los lares, se reunían los niños, las mujeres y numerosos esclavos.
     Era floreciente la agricultura; abundaban los vinos de excelente calidad; dícese que el nombre de Italia (Vitelia (129)) procedió de los bueyes; las lanas de Apulia y de Padua eran muy apreciadas y hallábanse en la misma Apulia numerosas razas de caballos. La abundancia de costas y golfos favorecía el comercio; Adria y Génova eran puestos muy concurridos; se había practicado un antiquísimo camino en los Alpes por Hércules Tirio, es decir, por los comerciantes fenicios que venían del Báltico cargados de ámbar.
Civilización etrusca      Diferente y en parte original era la civilización de los Etruscos, debida a las revelaciones de Tagés y de su discípulo Baquedes. Predominaba la aristocracia sacerdotal, distribuida jerárquicamente, con un sumo pontífice elegido por los votos de los doce pueblos. Los principales estudios de los sacerdotes consistían en los auspicios, deducidos de los pájaros y de los relámpagos. Algunos los alaban como superiores a las fábulas griegas; otros los condenan como supersticiones; lo cierto es que las creencias eran graves y melancólicas. El mundo, creado en seis mil años, no había de durar más que otros tantos. Cada casa y cada hombre tenía su genio tutelar; la casa era custodiada por los Lares, mientras que los Penates derramaban la triple bendición de la patria, de la familia y de la propiedad. La fe dimanaba también de la unidad, y fue luego aplicada a la trinidad de Tina (Júpiter), Juno y Minerva. Aceptaron luego de los extranjeros un panteón numeroso.
     Los ritos eran indispensables en todos los actos legales, los sueños, los fenómenos y los astros regulaban los actos privados y públicos. Los señores, es decir los jefes de las gentes conquistadoras (lucumones) eran guerreros y sacerdotes, y entre ellos se elegía a uno como jefe de la federación teniendo por insignias la púrpura, la corona de oro y el cetro con el águila, la segur, los haces y la silla cural. Nombrábanse igualmente doce lictores, uno por cada ciudad. Los Romanos adoptaron todos sus distintivos.
     Eran clientes de las clases principales las inferiores, es decir la plebe, dividida en tribus, curias y centurias. Cada una de las doce ciudades se gobernaba a su manera, pero todas juntas elegían al sumo-pontífice. Entre las ciudades y los lucumones (señores) estallaban a menudo rivalidades y emulaciones que impedían la unidad y la fuerza, por lo que no llegábase a formar la comunidad deseada entre los pueblos. Muchas colonias se iban y fundaban ciudades, siempre con ideas y números simbólicos, y a menudo de planta cuadrada, con dos colinas, sobre la más alta de las cuales se destacaba la fortaleza. Los Etruscos cultivaban admirablemente los terrenos, canalizaban los ríos y construían canales. Tuvieron poderosa marina y bonita moneda. Dividían el año en doce meses y cada mes en tres partes, llamando idus al día de en medio. Escribían de derecha a izquierda; veneraban las Camenas, inspiradoras de los cantos; inventaron instrumentos musicales, los molinos de mano, los espolones de las naves, la balanza romana, la hoz y los juegos escénicos; a ellos se debieron muchos trabajos en oro finísimo y espejos metálicos, como también las copas cinceladas. Cultivaban el arte dramático; tuvieron historiadores de todas las ciudades y registros de los nacimientos y de las defunciones. Los Romanos mandaban sus hijos a Etruria para instruirse, y volvían convertidos en ilustres literatos; pero nada de esto nos ha quedado.
     No se asegura que las murallas de Cortona, Fiesole, Volterra, Populonia, Segna y Cossa sean etruscas o pelasgas. El orden toscano tiene algo del dórico, pero nada nos queda de él, aunque pertenecen a los Etruscos los edificios más antiguos de Roma, especialmente las murallas exteriores del Capitolio y la cloaca mayor. Cada día se van encontrando muchos sepulcros, ya sea abiertos en la roca, ya sea en cámaras subterráneas, donde están depositadas las vajillas, objetos de oro, muchísimas preciosidades y principalmente los vasos llamados etruscos, de forma exquisita, y pintados muchos de ellos. Nuevo campo de discusión fue la manera como habían de denominarlos, calificarlos, clasificarlos, interpretar sus dibujos y determinar si eran oriundos de Italia o importados de Grecia, a qué uso estaban destinados y por qué habían sido acumulados en las tumbas: cuestiones que se complicaron aún más, cuando iguales objetos se encontraron en el Lacio, en la Campania y hasta en los últimos confines de Italia.




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21. -Magna Grecia y Sicilia

     Además de la civilización pelasga, es decir la antigua griega, y la etrusca, los Ítalos recibieron la de las colonias griegas establecidas en toda la península y en la Sicilia; colonias todas dignas de una brillante página en la historia, por sus bellas artes, literatura y destreza en los juegos. Las más numerosas ocuparon la costa del Golfo de Tarento, hasta Nápoles, de origen dórico, jonio y aqueo. Los Dorios prevalecieron en Sicilia, los Aqueos en la Magna Grecia, y se remontan sus tradiciones a la fábula ilíaca. Los colonos predominaban sobre los indígenas, reducidos a menudo a la esclavitud y considerados siempre como inferiores a aquellos. Los colonos implantaban allí su constitución patria; pero prevalecía la democracia, por lo cual las familias nobles estaban supeditadas a los jefes operarios.
707      Tarento fue fundado por los Espartanos, que dominaron a los Mesapios y a los Lucanos; permaneció independiente hasta los tiempos de Pirro, y en él nació el ilustre matemático Arquitas.
727      Fundada sobre el Cratis por los Aqueos y los Trecenios, Síbaris fue famosa por su molicie; sin embargo ejerció su dominio sobre 25 ciudades, y podía levantar en armas 300000 hombres. Fue destruida por los habitantes de Crotona, colonia aquea, famosa por sus atletas y por la belleza de sus hombres y de sus mujeres. Su fundación fue debida a Pitágoras.
Síbaris
     Sobre las ruinas de Síbaris se fundó Turio.
     Zaleuco dictó leyes a Locria, y Carondas a Catania y a otras ciudades de la Sicilia.
     Cumas fue edificada por los Calcidenses en la isla de Eubea, antes de la destrucción de Troya, y de ella nacieron Nápoles y Zancle, derruida luego esta última por los Romanos, aunque conservó no poca importancia su puerto de Pozzuoli.
     Por los Calcidenses fue también colonizada Reggio, regida por las leyes aristocráticas de Carondas. Los secuaces de Néstor, de regreso de Troya, fundaron a Metaponto, que se despobló después por su insalubridad, como Pesto y otras colonias.
Sicilia      Todo es fabuloso en los primeros tiempos de la Sicilia, patria de los Lestrigones y de los Cíclopes, como también de Ceres y Triptolemo. De Calcis, ciudad de la Eubea, fueron habitantes a colonizarla, ocupando la costa comprendida entre el Peloro, el Paquino y el Lilibeo, mientras se replegaban los Fenicios en el territorio que se extiende desde el Lilibeo al Peloro. Las discordias y debilidades de las colonias sirvieron de pretexto a algunos para convertirse en tiranos; de modo que en Agrigento conquistó Falaris fama de cruel. Hierón, su sucesor, cantado por Píndaro, derrotó a los Cartagineses y sojuzgó a Hímera. Eran famosos los Agrigentinos por su glotonería y por su industria.
Siracusa      Siracusa tuvo hasta un millón docientos mil habitantes. Tiranizola Gelón, y extendió, más que ningún otro Estado griego, su poder por mar y por tierra. El mismo tirano derrotó a los Cartagineses, aliados de Jerjes, el día en que Temístocles vencía en Salamina. Durante la paz, impuso a los Cartagineses que suprimiesen los sacrificios humanos. Hierón, su espléndido sucesor, acogió a Baquílides, Epicarmo, Píndaro, Esquilo y Simónides. Trasibulo, hermano suyo, mereció el destierro, y restableciose el gobierno republicano, que degeneró pronto en demagogia. Los Leontinos, celosos de su incremento, excitaron en contra de ella a los Atenienses, que concibieron entonces la ambiciosa idea de conquistar aquella isla. Animábalos Alcibíades, quien se puso al frente de los tropas y emprendió la guerra con Nicias y Lámaco; pero encontraron poco favor, hasta en las colonias que los habían excitado. Siracusa fue sitiada, pero, socorrida por los Espartanos, venció a los Atenienses y los trató con crueldad.
 
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Dionisio      Más varia fue la fortuna de Siracusa con los Cartagineses, cuando Dionisio se puso al frente de las tropas. Convertido este en tirano de la patria y de muchas otras ciudades, fortificolas y rechazó a los Cartagineses. Pero estos no se dieron por vencidos y con doscientas (130) naves y un millar de buques menores entraron en el puerto de Siracusa. La peste, empero, los asoló y tuvieron que ceder todas las ciudades y colonias conquistadas. Dionisio extendió sus victorias y tomó por asalto a Reggio, donde se habían refugiado los emigrados Siracusanos y que tuvo que sucumbir, a pesar de haber armado trescientos navíos.
 
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       Dionisio, so pretexto de dar caza a los piratas, hizo otras expediciones, hasta que lo acometieron otra vez los Cartagineses y le obligaron a firmar una paz muy poco ventajosa. Durante su larguísimo reinado administró bien el país, pero despóticamente; aspiró a los votos de la libre Grecia y concurrió a los juegos con poesías y caballos; Platón le aconsejó que sobre las ruinas de la democracia levantase un poderoso Estado para echar fuera a los extranjeros. Su hijo Dionisio II le sucedió bajo la tutela de Dión, óptimo personaje que consiguió modificar su mala índole. Después de haber sido desterrado, ocupó Dión a Siracusa, si bien no tardó en hallar una muerte violenta. Entre las inquietas facciones, pudo Dionisio II recuperar el trono. Los emigrados pidieron auxilio a Corinto, la cual les mandó a Timoleón, gran capitán y gran ciudadano, quien había hecho dar muerte a su propio hermano por usurpador del dominio, y ayudó gustoso a los Siracusanos para sacudir el yugo de Dionisio. Venció Timoleón a los Cartagineses, librando a la ciudad de estos y de los tiranos, y se retiró por fin a la vida privada.
 
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     A su muerte, decayeron las virtudes fomentadas por su ejemplo, y Agatocles, de simple vasallo, llegó al mando supremo. Habiendo los Cartagineses sitiado a Siracusa, Agatocles desembarcó en África con un ejército, desviando así el peligro, y recorrió también la Italia saqueándola. Fue envenenado por su sobrino Arcagato, quien fue pronto destronado por otros ambiciosos, surgieron otros tiranos en las diferentes ciudades, los cuales dejaban cometer muchas tropelías a los Cartagineses y a los soldados aventureros, hasta que llegaron los Romanos, que abatieron a Siracusa y a Agrigento.
     La suerte de estas dos fue igual a la de Leontino, Taormina, Catania, Hibla, Selinunte, que Empédocles salubrificó [sic] con la conducción de aguas, Erice, consagrada a Venus, como Enna a Ceres, e Hímera, patria de Estesícoro. Fenicios y Cartagineses hacían gran comercio de exportación con la isla, rica en productos naturales, piedras preciosas, metales y azufre, y considerada como la granja de Italia.
     Las bellas letras florecieron allí antes que en Grecia; la poesía pastoril fue inventada por Estesícoro, por Epicarmo la comedia, y por Sofrón la mímica; Caracio y Lisias fueron los primeros maestros de retórica. Magníficas son las medallas de aquellas ciudades, como también los bajo-relieves de los templos dóricos de Selinunte, el teatro de Taormina y los templos de Segesta y de Agrigento.
Islas menores      Su proximidad a la tierra y su situación hicieron que se poblasen pronto las islas de Elba, Córcega y Cerdeña.
     Esta última fue habitada por los pueblos líbicos y por los Iberos. Fenicios, Cartagineses y Etruscos tuvieron en ella establecimientos de comercio, y, bajo los Romanos, llegó a 42 el número de sus ciudades.
     La Córcega perteneció al principio a los Ligurios y a los Iberos, y más tarde a los Etruscos; Aleria fue fundada por una colonia de Focenses. Abundaba en ganados muy monteses, que no obedecían más que al cuerno del pastor.
     En Elba se extraía el hierro desde remota antigüedad, y fue poseída por los Etruscos.
     En Malta y en las otras islas introdujeron los Fenicios sus manufacturas, de donde abastecían la Grecia y la Italia.




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22. -El Lacio. Orígenes de Roma

     La potencia más preponderante del mundo había de surgir en el Lacio. Parece que los aborígenes, expulsados de las alturas del Apenino por los Sabinos, bajaron a habitar el Lacio, fundando caseríos como Preneste, Laurento, Lanuvio, Gabio, Aricia, Lavinio, Tívoli, Túsculo y Ardea, poblaciones todas independientes pero unidas por vínculos religiosos. Reuníanse en el Luco Ferentino, en el bosque de Diana en Aricia, en el de Venus entre Lavinio y Ardea, y celebraban en el monte Albano las ferias latinas.
       Por el mar llegó Saturno, es decir la gente que dio nombre a los Latinos; su metrópoli sagrada era Lavinio, donde eran depositados los dioses penates. Una colonia de Arcadios (131), guiada por Evandro, se estableció a orillas del Tíber, donde fabricó a Palatio. Llegaron después los Troyanos, fugitivos con Eneas de la destruida Ilio. Eneas colocó sus hijos en el trono de Alba. Amulio, el último de ellos, usurpó el trono a su hermano Númitor, y obligó a su hija Rea Silvia a que consagrase su virginidad a Vesta, pero el dios Marte la hizo madre de Rómulo y Remo.
 
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Fundación de Roma      Estos reunieron una banda de Latinos, acuartelándola a orillas del Tíber, en el punto colindante entre los países de los Latinos y los Sabinos. Rómulo, después de haber dado muerte a su hermano, hizo prosperar la ciudad abriendo en ella un asilo y un mercado franco; para procurarse mujeres, robó a las hijas de los Sabinos; separó a los patricios de los plebeyos, pero éstos eran iguales a los primeros merced al patronato; agregándose otros pueblos, constituyó tres tribus, de cada una de las cuales elegía 100 caballeros y 100 senadores.
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714      Al héroe sucede el legislador sabino Numa Pompilio, que introdujo muchos ritos etruscos, dividió el pueblo en maestranzas de artes, fundó en la frontera el templo de Jano, que estaba cerrado durante la paz, a fin de que los pueblos no se molestasen, y abierto en tiempo de guerra, a fin de que se socorriesen.
671      Bajo Tulio Hostilio, después del conflicto de los tres Horacios con los tres Curiacios, Alba es destruida y llevados al monte Celio sus habitantes.
693      Anco Marcio venció a los de Fidena, a los Volscos, Vegentes, Sabinos y Latinos, y abrió el puerto de Ostia y las salinas.
614      Tarquinio Prisco, lucumón etrusco, agrega cien senadores a los existentes, fabrica acueductos, cloacas y el circo Máximo, y vence a los Sabinos, Latinos y Etruscos.
     Servio Tulio prosigue la guerra con los Etruscos, acuña moneda, introduce el censo, distribuye el pueblo en clases y centurias, y los votos se dan conforme a ellas y no por tribus.
534      Tarquino el Soberbio, su yerno, tiraniza a los súbditos y construye el Capitolio; pero habiendo su hijo Sexto ultrajado a la matrona Lucrecia, se suicida ésta y sus parientes expulsan a Tarquino; a la monarquía sucede entonces la República con dos cónsules anuales.
509      En vano Porsena, rey de Etruria, acude a restablecer a los Tarquinos; la batalla del lago Regilo quita toda esperanza a los reyes.
493      La nueva República era del todo aristocrática; pero la plebe se replegó en el Monte Sagrado, hasta que, para la defensa de sus intereses, se instituyeron los tribunos de la plebe, quienes, con el veto podían suspender las deliberaciones del Senado. A fin de establecer leyes estables, se importaron las mejores de Grecia, que se escribieron en las XII Tablas, debidas a los Decenviros (132).
     Tal es la historia tradicional de los primeros tiempos de Roma, embellecida por los episodios de Mucio Escévola (133), Horacio Cocles (134), Clelia, Bruto, Menenio Agripa, los trecientos Fabios y Coriolano. Todo se halla tan dramáticamente coordinado, tan conforme a las tradiciones de otros países y tan repugnante a los tiempos y a la civilización de entonces, que es fácil ver en aquella historia las invenciones de un poema o cantos que representaban tipos de enteras edades. Sin embargo, todo esto se grabó en la memoria y en los actos de los tiempos sucesivos, y posteriormente se trató de investigar la verdad con ingeniosas conjeturas. Todos convienen en que los Troyanos fueron a Italia, e hicieron pactos con los habitantes después de haberlos vencido (boda de Eneas con Lavinia). Es posible que las siete colinas en que se asentó Roma, estuvieran ocupadas por otras tantas ciudades pelasgas o etruscas, hasta quedar sometidas por una partida de Sabinos; así es que el sabino Tacio reina con Rómulo, sucediéndole a éste el sabino Numa. Vencidos y vencedores se unieron, constituyendo un solo Senado y obedeciendo a un solo rey. A las dos primeras tribus, llamadas de los Ramnenses y de los Ticienses, se agregó la de los Lúceres con los Albanos; y Tarquinio añadió otros cien senadores de ésta, que tomaron el nombre de menores gentes. Al flamin (135) dial y marcial de las dos primeras, se agregó el quirinal; y las vestales, que eran dos, llegaron a ser cuatro y más tarde seis.
     Rómulo es un jefe de partida, que alberga y protege, al pie de una fortaleza, a mercaderes y agricultores; guerreando gana terreno, que es repartido entre los patricios, quienes ejercen su dominio sobre los plebeyos; si ambos no se dividen en dos castas como en Asia, constituyen dos partidos políticos, que se disputan la preponderancia.
     Numa demuestra el carácter sacerdotal de los Etruscos, quienes habían venido a civilizar a los guerreros de Rómulo Quirino; en efecto, la civilización, los ritos, las costumbres y las leyes etruscas tuvieron gran parte en los comienzos de Roma. En cuanto a la religión, los Romanos tuvieron primeramente dos Lares, Vesta y Palas troyanas; admitieron más tarde al latino Jano y al sabino Marte, y al lado de éstos una generación de númenes agrícolas; con gran contraste fueron luego adoptadas las tres mayores divinidades etruscas que se convirtieron en Júpiter, Juno y Minerva. Por fin el Olimpo romano quedó compuesto de seis dioses y seis diosas: Júpiter, Neptuno, Vulcano, Apolo, Marte y Mercurio; Juno, Vesta, Minerva, Ceres, Diana y Venus; llamados Grandes Dioses. Seguían a éstos los dioses Selectos: Saturno, Rea, Jano, Plutón, Baco, el Sol, la Luna, las Parcas, los Genios y los Penales. Venían luego los dioses inferiores: Hércules, Cástor, Pólux, Eneas y Quirino, llamados indigetes; y los semones: Pan, Vertumno, Flora, Palas, Averrunco y Rubigo. Más tarde adoptaron los de los vencidos.
     Con el dominio sacerdotal rivaliza la ferocidad latina simbolizada por Tulio Hostilio en la destrucción de Alba.
     Anco Marcio sigue conquistando los territorios vecinos, pero al mismo tiempo edifica, civiliza, comunica las religiones e introduce en Roma a los Etruscos. Lucumón de estos era Tarquinio, que simboliza tal vez la edad en que Roma fue tomada a los Sabinos y conquistada por los lucumones de Tarquinio, los cuales introdujeron las artes y las comodidades de la gente civilizada, dando a la nación la fuerza que no tuvo la Etruria, y haciéndola capital de una confederación de 47 ciudades. Servio Tulio, jefe de una turba de clientes y siervos etruscos, obtuvo el cetro, y concedió derechos a los extranjeros, no según su cuna, sino en razón de sus riquezas. Repartió las tierras entre los plebeyos, quienes se congregaban en el monte plebeyo del Aventino, no comprendido en el recinto de los muros de Roma.
     Para destruir estas franquicias, los aristócratas ayudan a los lucumones, que con el nombre de Tarquino el Soberbio vuelven a dominar en Roma, oprimiendo al mismo tiempo a los nobles sabinos y a los plebeyos latinos: él mismo sacrifica el toro en el monte Albano durante las fiestas latinas. Pero se levantaron las tribus primitivas contra los Tarquinios, y abolieron el reino sacerdotal. Porsena acudió a vengarlos, sojuzgó a Roma e impuso a sus habitantes la prohibición de servirse del hierro, a no ser para los trabajos agrícolas. No sabemos cómo sacudieron el yugo los Romanos, quienes, después de la batalla del lago Regilo (primer hecho de certeza histórica), donde pereció la estirpe de los antiguos héroes, constituyeron dos cónsules anuales, elegidos entre los patricios.
     Esto no significó la conquista de la libertad. Los reyes no eran absolutos ni hereditarios; su poder estaba limitado por el Senado común y por las instituciones religiosas, que lo regulan todo en los tiempos primitivos. El padre era árbitro de la familia; los sacrificios expiatorios se verificaban por los descendientes varones; los juicios eran sagrados; considerábase como sacramento la contestación civil, y como suplicio la pena. Pero el Romano somete la religión al Estado, y sustituye los sacerdotes por un consejo de padres que nombran un rey, el cual puede ser capitán y pontífice; castiga también a los patricios, pero con apelación al pueblo, esto es, al común de sus iguales.
     Por pueblo se entendían las tres tribus, forma común de las sociedades antiguas, y de la cual conviene tratar. Las tribus eran o de familia o de lugar. Las segundas correspondían a la división de un país en distritos y aldeas; de modo que era de la tribu todo el que tenía bienes en aquel circuito en el momento de la institución.
     Toda tribu se dividía en diez curias, cada una con sacrificios propios y días de fiesta.
     Los clientes eran acaso ciudadanos de tierras aliadas, los cuales habían de tener un patrono para ser representados en la ciudad; o delincuentes, puestos bajo el amparo de la casa de algún poderoso, al cual debían obediencia y fidelidad, con obligación de ayudarle a pagar las deudas o rescatarlo si caía prisionero.
     Los comicios curiados (136) eran formados por gentes, y solo tenían voto los patricios de las treinta curias. Los jefes de las curias formaban el Senado.
     A los vencidos se les quitaba el terreno, dejándoles solo un tercio; descendían a la categoría de plebe, y no tenían voto porque no estaban inscritos en las curias, aunque había entre ellos familias ilustres; sus bodas no tenían derecho legítimo.
     El rey tenía interés en reprimir a los aristócratas, favoreciendo a la plebe, y principalmente Servio Tulio dividió a ésta en tribus locales, donde fueron comprendidos los ricos no patricios, y que se reunían en comicios de tribu y comicios centuriados (137). Dividió a los patricios, clientes y plebeyos de la ciudad y del campo en centurias, en proporción a su riqueza procurada por la guerra; por cuyo motivo, el gobierno quedaba todavía en manos de los patricios, pero la familia de estos se confundía con el común de la plebe.
     La misión provincial de Roma consistió en asimilarse los elementos extranjeros; pero con la expulsión de los reyes, los plebeyos quedaron a merced de los patricios, quienes cerraron el Senado a los plebeyos y la ciudad a la gente vecina, celosos de mantener su propia superioridad. Necesitaban fórmulas férreas para obtener el derecho y legitimar el matrimonio y la propiedad. El verdadero poder tenía límites sagrados, fuera de los cuales no se tenía propiedad civil. El padre ejecutaba los ritos de la familia patricia; era déspota, podía azotar, vender y matar a los esclavos, como también a la mujer, si era infiel o borracha; igualmente podía vender hasta tres veces a su hijo, y arrancarlo de la silla curul o del carro triunfal, para juzgarlo en su casa. Solo el patricio tenía derecho imprescriptible sobre los bienes, para él solo era la herencia; nadie podía castigarlo cuando cometía alguna falta; solo la Curia declaraba si había obrado mal. Se observaba la estricta letra de la ley, pero no su espíritu ni su intención.
     Sin embargo; junto a esta exclusión oriental surgían los plebeyos, quienes representaban la extensión y la igualdad.
     En el territorio de Roma, entre Crustumeria y Ostia, vivían 650000 personas, además de los esclavos, sin otro medio de ganancia más que la agricultura y el botín, siendo abandonadas a los esclavos las artes mecánicas. En caso de necesidad, recurrían al patricio, prometiendo pagar la deuda la primera vez que fuesen llevados a saquear al enemigo, o hipotecando sus campos. De esto resultaba que los patricios iban acumulando cada vez más posesiones, que hacían prevalecer en los comicios centuriados; despojado el plebeyo quedaba a merced del acreedor, el cual podía hacerse adjudicar los terrenos hipotecados, o partirlos en porciones y venderlos al otro lado del Tíber.
       Tales opresiones irritaron a los plebeyos, que se retiraron al Monte Sagrado, hasta que consiguieron el nombramiento de dos tribunos de la plebe, con la única autoridad de protestar contra las decisiones del Senado; pero habiendo sido considerados inviolables, poco a poco se hicieron poderosísimos dando mucho más impulso a la libertad que los Parlamentos modernos, y consiguiendo para el plebeyo la dignidad de hombre.
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Tribunos de la plebe
 
     A fin de tener ocupada a la plebe, los patricios la conducían a interminables guerras, en las cuales, con calculada lentitud y valor indomable por las desventuras, sometieron al Lacio, que estaba dividido entre las dos ligas de Volscos y Ecuos, y de Latinos y Hérnicos.
Colonias      Sin embargo, de vez en cuando los plebeyos se levantaban para reclamar el agro, nombre que significaba para los pobres el pan y para los ricos el derecho; los patricios lo concedían, aunque fuera de la línea sagrada, en el terreno de los vencidos, que no daba la legal ciudadanía. Allí se mandaban colonias, a cada una de las cuales le era señalada una porción del terreno conquistado. Practicado un hoyo, se sepultaba en él tierra y fruta de la patria, y con el arado se trazaba el circuito de la futura ciudad; la ternera y el buey que habían estado uncidos al arado, eran sacrificados a la divinidad bajo cuyo patrocinio se ponía la colonia. Todo esto se hacía conforme a la madre patria, con triunviros (138) en lugar de cónsules, y decuriones en vez de pretores; pero lo importante era suministrar soldados a Roma, sin adquirir jamás la independencia, como las colonias griegas.
       Los plebeyos acomodados preferían pedir tierras a Roma que poseerlas en Ancio, es decir el campo auspicato de la metrópoli. Así principiaron los pretensiones de la ley agraria, o sea la de conceder también a los plebeyos el territorio de la patria, que daba todos los derechos, y entre ellos el de la boda reconocida, como igualmente el de repartir equitativamente al pueblo las tierras conquistadas, usurpadas por los patricios. Para conseguirlo, los tribunos introdujeron los comicios por tribus, sin necesidad de auspicios, con el derecho de presentar proposiciones y presidir estas asambleas. Ante ellas fueron llamados los que se oponían a la ley agraria; y no pudiéndola hacer aceptar, el pueblo se dejó vencer por sus enemigos, si bien persistió en pedir una ley uniforme y pública. Dictáronla los decenviros, quienes publicaron las XII tablas; pero habiendo abusado del poder supremo, el pueblo volvió a nombrar a los tribunos y a los cónsules, que organizaron la democracia.
Ley agraria
 
 
 
472
 
 
449      Las XII tablas, que después quedaron como fundamento del derecho romano, recopilaban las instituciones precedentes, consolidadas por los patricios y ampliadas por los plebeyos, con bodas legales, con herencia hasta testamentaria, con la propiedad inalienable; pero nada demuestra que fuesen ajustadas a los moldes griegos, como se pretende sin fundamento.
     La igualdad de derecho en ellas sancionada tardó mucho en ser un hecho; el patricio conservaba aún los augurios, o las fórmulas indispensables para ser autoritario en los juicios, por lo que el plebeyo no podía presentarse ante el tribunal, sino por vías de su patrono, quien le indicaba los días buenos o malos, faustos o nefastos, y las ceremonias indispensables para obtener audiencia. En cuanto al derecho político, se restablecieron los tribunos, quienes todo lo podían cuando estaban todos de acuerdo; y las leyes hechas por la plebe eran también obligatorias para los nobles.
       Entonces los plebeyos pidieron las bodas legales, como también el derecho de poderse casar con nobles, y aspirar al consulado; de modo que, rotas las barreras, no había quien, por su inteligencia o por su actividad, no pudiese elevarse en la magistratura, cuyos cargos eran todos electivos.
 
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Censura      Para ordenar aquel encumbramiento se inventó la censura, ejercida por los que habían desempeñado bien los otros cargos. Cada cinco años (lustro), los censores pasaban revista al pueblo en el Campo de Marte, examinaban su conducta y sus facultades, reformaban la distribución, haciendo subir a unos y bajar a otros, y clasificando algunos entre los que no tenían más derechos de ciudadanos que el de pagar el tributo; quitaban el caballo al jinete indigno y destituían a los senadores que hubiesen perdido el censo o se hubiesen deshonrado.
443
 
 
 
       Licinio Estolón propuso una ley que mitigaba la condición de los deudores, anulando los intereses acumulados, limitaba quinientas yugadas la extensión del ager público, debiendo distribuirse el resto entre los pobres; y disponiendo que uno de los cónsules fuese siempre plebeyo. Otros tribunos obtuvieron que los plebeyos entrasen en el colegio de los sacerdotes sibilinos, pudiesen obtener la pretura, la edilidad, el pontificado, la dictadura y hasta la censura; por fin se abolió el voto de la curia, haciendo obligatorio para todos el Plebiscito, mediante el consentimiento del Senado; los auspicios podían ser tomados también por los tribunos y luego fueron públicos el calendario y las fórmulas jurídicas De este modo el pueblo conquistó el derecho y al justo Júpiter. Guardose proporción entre los derechos del pueblo, del Senado y de los nobles; la libertad romana se formuló en autoridad del Senado (autoridad no de dominio pero sí de tutela), imperio del pueblo y poder de los tribunos.
 
 
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23. -Los Galos

     La primera luz de la historia nos muestra a los Galos en el país situado entre los Alpes, el Rin (139), el Mediterráneo, los Pirineos y el Océano, y en las dos islas de Alb-in y Er-in (Inglaterra e Irlanda), divididos en tribus que se extendieron hasta Italia, donde los encontramos bajo el nombre de Umbros, y en donde quedaron en parte, aunque vencidos por los Etruscos. En la Galia sufrieron terribles vicisitudes, especialmente con la irrupción de los Cimbros; por cuyo motivo muchos volvieron a Italia con el biturigio Belloveso, y habiendo encontrado a los restos de los Umbros, adoptaron el nombre de Isumbros, que aquellos habían conservado; fundaron a Mediolano, esto es el país del medio (met-land), donde se juntaban para las asambleas y los sacrificios. Rechazados los Etruscos, fundaron a Brescia y Verona, al paso que otros, entrando por los Alpes Marítimos, se establecieron en la margen derecha del Tesino; otros pasaron el Erídano y poblaron a Plasencia, Felsina (Bolonia) y hasta Sinigaglia, destruyendo las ciudades etruscas, exceptuando a Mantua y Melpo en la Transpadana (140), y a Rávena, Butrio y Arimino en la Umbría; y llevaron sus saqueos hasta la Magna Grecia.
     Aumentados en número, quisieron mandar una colonia a la Etruria, donde Breno los guió contra Roma. Los Romanos abandonaron la ciudad y ésta fue destruida. Unos cuantos héroes se refugiaron en el Capitolio, hasta que Furio Camilo, que había sido desterrado de la patria, reunió a los emigrados y rechazó con ellos a los Galos.
     También este suceso tiene visos de ser demasiado poético; otra tradición afirma que Roma fue rescatada con oro llevado a la Galia y recobrado posteriormente por Druso. Los Romanos determinaron salir de su mal defendida patria, pero los patricios, que con este abandono hubieran perdido sus derechos, los decidieron a reedificar la ciudad. Los Galos se retiraron al país que por ellos fue llamado Galia Cisalpina y no dejaron nunca de molestar a los Romanos, los cuales conservaban un tesoro para los casos de guerra contra aquellos.




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24. -Edad heroica de Roma

     Aquellas vicisitudes interrumpieron el progreso de Roma, que se limitó a igualar el derecho en el interior, y a asimilarse nuevos pueblos, por lo que tocaba al exterior. En contra de los Griegos, celosos de la originalidad, y por lo tanto aislados, Roma se abría a todos y se convertía en capital de una sociedad siempre creciente, cuyos miembros disfrutaban de mayores o menores privilegios; acción social que tendía a una unificación hasta entonces desconocida en el mundo. Así fueron ciudadanos los habitantes de Ceres, Veyos, Fidena y Falera.
     Roma usó a menudo de la fuerza, sobre todo al principio, a fin de conquistar las poblaciones itálicas. Sostuvo incesante lucha con los Ecuos y los Volscos; conquistó varias ciudades a la aristocracia etrusca, y a Veyos, tras de un sitio de diez años, donde aprendió a pasar el invierno bajo los árboles y a señalar un sueldo a los combatientes; en la guerra contra los Galos, mejoró su táctica.
       Terribles adversarios suyos fueron los Samnitas, que sometieron a los Campanos, quienes pidieron auxilio a los Romanos para redimirse. Entonces los Romanos salieron por primera vez del miserable Lacio para conocer la gentileza y corrupción de Grecia, a las cuales se aficionó de tal modo el ejército, que pidió que se transportara allí su patria; habiéndole sido negado esto, se volvió contra Roma y la puso en revolución, intimándole la abolición de la usura. El Lacio se resintió de aquella insurrección militar y se alió con otros pueblos para reprimir el orgullo de Roma, hasta querer que la mitad de los senadores y uno de los cónsules fuesen latinos. Resultó de esto una terrible guerra, marcada por hechos heroicos, donde la nacionalidad latina y campania fue aniquilada, trasladados a otra parte los habitantes, y destruido el país de los Volscos. Roma armó luego a todos estos pueblos contra los montañeses Samnitas, Vestinos, Lucanos, Ecuos, Marsos, Ferentinos y Pelignos. Pero estos llegaron a encerrar el ejército romano en un valle, obligándole a deponer las armas y a pasar desarmado por debajo de una cruz jurando sumisión. Habiendo violado su juramento, los Romanos volvieron y maltrataron atrozmente a los prisioneros y a los rebeldes, rodeando luego de colonias a los Samnitas, los cuales invocaban la federación etrusca.
 
 
Guerra latina
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Horcas caudinas
318
 
     Sobrevino una guerra señalada por las empresas de Fabio Máximo, Papirio Cursor, Curio Dentato y Decio, gracias a los cuales pidieron una tregua de treinta años Perusa, Arezzo y Cortona; las demás ciudades etruscas volvieron a renovar el pacto sagrado y combatieron obstinadamente hasta que fueron derrotados en el lago Vadimón, sin que jamás pudiesen reponerse. Sucumbió la independencia etrusca y se disimuló la esclavitud bajo el nombre de Socios Itálicos.
     La depresión de los pueblos engrandecía a Roma. En balde los Samnitas volvieron al ataque, como igualmente los emigrados Etruscos, los Galos, los Umbros y cuantos gemían bajo el yugo romano; vencidos en Sentino y en Aquilonia, fue abandonado su país a la devastación y vendidos los prisioneros, y se hizo, con las armas quitadas al país, una estatua a Júpiter en el Capitolio, la cual se veía desde el monte Albano.
656      Aquí concluye la edad heroica de los Romanos, toda virtud intrépida y feroz, toda soberbia de los patricios contra el vulgo, la plebe y los vencidos que pedían los derechos del hombre. La espada exterminaba, pero sin embargo unía a los pueblos, preparando su fusión y su común procedimiento.




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25. -Magna Grecia

       Domados sus más tenaces enemigos, los Samnitas, se halló Roma en frente de la Magna Grecia y la Sicilia. Aquellas colonias un tiempo florecientes, se habían empobrecido a consecuencia de la guerra con los Lucanos y con el rey Dionisio, como también por las discordias intestinas, donde el éxito era para el tirano que gastase o pelease, y donde hubo a veces bandas de mercenarios que esparcían la desolación y el terror. Entre las repúblicas de la Magna Grecia florecía Tarento que armaba hasta 20 mil infantes y dos mil caballos, con poderosa marina, viva industria y grandes sabios, entre los cuales descolló Arquitas. Valíase únicamente de soldados extranjeros, y tomó a su servicio a Arquidamas, rey de Esparta y padre de Agis, a Alejandro rey del Epiro, y al valiente Pirro, cuando se vieron amenazados por las huestes romanas, Pirro vence desde luego a los Romanos, y auxiliado por Samnitas, Lucanos y Mesapios, llega hasta Preneste. Admirando el valor, la disciplina y el desinterés de los Romanos, solo ansiaba hacer la paz con ellos; pero Apio Claudio, ilustre por haber familiarizado a la plebe, hasta con el sacerdocio, construyó un acueducto de ochenta estadios, abrió el camino de Roma a Capua, y aconsejó contestar al enemigo: «Si quiere la paz, que salga de Italia.» Pirro embarcó nuevamente elefantes y hombres, y pasó a Sicilia para expulsar de allí a los Cartagineses. Vuelto al continente con un rico botín, fue vencido por Curio Dentato; de modo que volvió a Grecia sin fruto.
 
 
 
Pirro
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     Roma que, combatiendo con los Galos y los Samnitas, había mejorado su táctica, comenzaba a no temer a los extraños y tendía a asimilarse lejanos pueblos.


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26. -Primera y segunda guerra Púnica

Cartago      En la costa septentrional del África florecía el único Estado libre que había conocido aquel continente: la primera República conquistadora y comercial que la historia recuerda, y que los resuelve el difícil problema de enriquecerse sin perder la libertad. Sensible es que poco la conozcamos, y que solo autores extranjeros nos hablen de ella.
       Las discordias civiles de la Fenicia, obligaron a parte de los ciudadanos a emigrar hacia el septentrión del África, donde otras colonias se habían establecido, por la fertilidad del suelo y las fáciles comunicaciones con la riquísima España. La fabulosa Dido construyó la fortaleza de Birsa, en torno de la cual surgió Cartago, en un ancho golfo entre el cabo Bueno y el de Zibid, y entre las ciudades de Túnez y Utica, a cien millas de Sicilia. Independiente de la madre patria por su origen, mandaba sin embargo dones al Dios de Tiro, y acogió a las familias de ésta cuando la sitió Alejandro, como Tiro rehusó a Cambises la flota para atacar a Cartago. Fue amiga de sus fieros y bárbaros vecinos; rivalizó con Cirene; fundó colonias en la costa, más bien aliadas que incluidas en la confederación, y vejadas a menudo por exigencias mercantiles. De ellas traía hombres y dinero, no tanto para conquistar, como para fijar otros establecimientos comerciales, mayormente en las islas. Subyugó a la Cerdeña, las Baleares y la Córcega; invadió la Sicilia, las Canarias y Madeira; y fundó otras colonias en España y en la costa occidental del África.
869
 
 
 
     Las colonias eran de pobres, que iban con la esperanza de enriquecerse a expensas de los indígenas; preparaban en las costas sus mercancías del interior, que eran después transportadas por los buques, y permanecían sujetos a la metrópoli, a la cual las unía el culto sanguinario de Melcarte.
509      Magón, con sus dos hijos Asdrúbal y Amílcar, y seis sobrinos, contribuyó bastante al incremento de los Cartagineses. Principalmente ambicionaban la Sicilia, de que dependían su dominio en el Mediterráneo, la provisión de la marina, el comercio del aceite, de los vinos y los granos; pero nunca pudieron prevalecer contra los Griegos, que defendían allí sus ricas e independientes ciudades. Sin embargo los molestaban siempre, aliándose hasta con tiranos de Sicilia; y en la paz del 382 obtuvieron un tercio de la isla. Trataron de establecerse en Italia aliándose con los Etruscos y Romanos; mas eran mirados con recelo.
Magón
 
 
 
 
Hannón      Hannón fue enviado a fundar una cadena de colonias en la costa occidental del África, a lo largo del Atlántico; y se ha conservado su Periplo, donde describe cómo habiendo salido con 60 naves, a bordo de las cuales iban 30 mil colonos, que él distribuyó en seis ciudades, siendo la mayor Cartagena, prolongó su viaje hasta la Senegambia. Al mismo tiempo, Imilcón colonizaba la costa occidental de Europa hasta Inglaterra; y los establecimientos púnicos y marselleses contribuyeron a civilizar ambas costas de la Mancha.
     Cuidaban los Cartagineses de asegurarse el monopolio y reprimir la piratería; del interior del África sacaban esclavos negros; de la Grecia oro y pedrería; algodón de Malta; betún de Lípari; hierro del Elba; cera, miel y esclavos de Córcega; de las minas de España, solamente la familia de Aníbal sacaba 300 libras de plata al día; y hasta iban a las islas Casitérides (141) (Sorlingas) a recoger estaño y ámbar. Por tierra buscaban oro, dátiles y sal en el interior del África, adonde iban en caravanas; y traían víveres de la Zeugitana y de la Bizacenia para el abastecimiento de la ciudad.
     Estas colonias solo estaban de acuerdo en odiar a Cartago, émulas de la cual fueron Túnez, Áspid, Adrumeto, Ruspina, Leptis, Tapso y Utica.
     En lucha con Etruscos, Griegos y Marselleses, los Cartagineses aumentaron sus fuerzas, y reparaban prontamente las pérdidas, con soldados mercenarios. Su flota era numerosísima, y su caballería se componía de nobles cartagineses. Su religión, análoga a la de los Fenicios, tenía algo de su carácter avaro y melancólico; hacíanse sacrificios humanos, por más que Darío y Gelón impusieron que se cesara de ensangrentar los altares. El gobierno era aristocrático y conservador, con nobleza hereditaria; dos sufetas presidían el senado y juzgaban; si alguno intentó ejercer la tiranía, no lo consiguió; las penas eran horribles. Más tarde, durante la guerra con los Romanos, Aníbal hizo decretar que los magistrados fuesen anuales. La riqueza daba predominio a ciertas familias. Los capitanes carecían de autoridad civil; concluida la campaña volvían a ser simples particulares, y a menudo eran condenados a muerte después de una derrota.
     El territorio era cuidadosamente cultivado; en 28 libros habló Magón de todas las industrias campestres. Cuéntanse maravillas de algunos edificios de Cartago y de sus monumentos.
509      En el año de la expulsión de los Tarquinios, concluyó Roma con Cartago una alianza que es el documento más antiguo de la república romana, y que, a diferencia de los historiadores, ya presenta a Roma grande y poderosa, y dueña de otros pueblos latinos, pero que estipula que ni Roma ni sus aliados navegarán mas allá del Cabo Bueno; que en cambio no pagarán contribución al llegar a Cartago y obtendrán justicia; que los Cartagineses no perjudicarán a los pueblos de Ancio, Ardea, Laurento, Circeos y Terracina, ni construirán fortalezas, ni permanecerán armados en ellos.
318      En virtud de un segundo tratado, los Cartagineses, con los de Tiro y Utica y sus aliados, cedían a los Romanos las ciudades latinas no dependientes de Roma de que se apoderasen, reservándose el oro y los prisioneros; en cambio los Romanos no fabricarían ciudad alguna en África ni en Cerdeña; y habría en fin reciprocidad de comercio. Tratábanse, pues, de igual a igual; pero Cartago poseía tesoros bastantes para comprar cuantos soldados quisiese y prevaleció en el mar; mientras que Roma tenía la preponderancia natural de un pueblo guerrero sobre un pueblo comercial.
Sicilia      La Sicilia estaba dividida entre los Cartagineses, los Siracusanos y los Mamertinos; viéndose presos estos últimos entre dos enemigos, pidieron auxilio a Roma. Apio Claudio embarcó muchas tropas en bajeles de la Magna Grecia; pero los dispersaron los Cartagineses. Entonces Hierón, rey de Siracusa, favoreció a los Romanos, que ocuparon a Mesina por traición y concibieron la esperanza de expulsar a los Cartagineses de la isla; en 18 meses tomaron 67 plazas fuertes y a Agrigento, donde vendieron 25 mil esclavos; entre tanto Hannón, en venganza de la engañosa Mesina, degollaba a todos los Italianos que cogía.
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Primera guerra Púnica      Los Romanos aprontaron naves; improvisada una flota, Duilio ganó la primera victoria marítima, y fueron conquistadas Córcega, Cerdeña y las islas menores. Los Romanos desembarcaron en África para asaltar a Cartago, pero el cónsul Atilio Régulo, después de haber sojuzgado a doscientas ciudades, fue vencido y hecho prisionero. Durante ocho años, no les fue propicia la fortuna a los Romanos, mas luego recuperaron la Sicilia; después de gravísimas pérdidas por ambas partes en las islas Egates (142), se concluyó la paz y fue cerrado el templo de Jano.
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       Los Griegos de Sicilia no supieron aprovecharse de aquella guerra; así la isla toda fue a poder de los Romanos, que la convirtieron en una provincia. Los Romanos tendrán que luchar pronto con los Ilirios, después con los Etruscos aliados con los Samnitas y los Galos; los vencerán y establecerán en Sena una colonia, puesto avanzado hacia la Cisalpina. En esta los Galos prosperaban, pero ansiosos de turbarlos, los Romanos ganaron algunos pueblos y los combatieron después abiertamente; invocaron aquellos a sus hermanos transalpinos, y llegaron con ellos a tres jornadas de Roma; pero al fin quedaron vencidos por Marcelo, quien tomó a Milán y el resto de Insubria; de tal modo sujetó Roma a toda Italia, que podía armar 800 mil hombres.
 
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238      Los mercenarios, de que se valía Cartago, le fueron molestos a menudo, y osaron asediarla por fin, pidiendo mayores sueldos. Mas con la superioridad de la disciplina, cercó Amílcar a los rebeldes y mató a 40 mil: luego peleó él mismo, casi independiente, contra los Númidas y España, hasta quedar derrotado y muerto. Sucediole su yerno Asdrúbal, quien gobernó despóticamente la España y trató quizá de formar con ella un reino, con Cartagena por capital; pero un esclavo galo le dio muerte.
221      El ejército tomó por jefe a Aníbal, hijo de Amílcar, quien lo había educado en los duros ejercicios de la guerra española, y al consagrarlo con el fuego en el ara de Melcarte, le había hecho jurar odio eterno a los Romanos. Guerrero inteligente, insensible a las fatigas, resolvió llevar la guerra a Italia. Domados los pueblos españoles, asedió a Sagunto, que resistió hasta que los ciudadanos, perdida toda esperanza, se arrojaron en las llamas que destruían la patria.
Aníbal
 
Sagunto
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Segunda guerra Púnica      Los Romanos, que debieron haber defendido aquella ciudad cual barrera a los dominios cartagineses, deploraron tarde su destrucción, y estalló la guerra más famosa de cuantas ensangrentaron el mundo. Aníbal, enorgullecido con tantas victorias, condujo su ejército por los Pirineos y los Alpes, invitando a los Galos a sublevarse contra Roma, que tendía a sojuzgarlos con las colonias de Plasencia y Cremona; pero de los 50 mil infantes y 20 mil caballos con que había salido de Cartagena, no le quedaban más que 20 mil infantes y 6000 caballos después de haber atravesado los Alpes. Con estas fuerzas venció a Escipión junto al Tesino y a Sempronio en el Trebia; dirigiose a Arezzo por el camino del Arno y del Clani, y en el Trasimeno volvió a derrotar a sus enemigos. Las poblaciones favorecían al pretendido libertador, y Roma se halló en tal apuro, que eligió dictador a Fabio Máximo. Este se dedicó a cortar puentes y vías de comunicación, y a esperar, persuadido de que el ejército de Aníbal se cansaría. Este ejército pasó de la Umbría hasta Espoleto devastando floridas campiñas, y alcanzó en Cannas, a orillas del Ofanto, otra gran victoria, con la muerte de unos 70 mil Romanos y del cónsul Paulo Emilio.
 
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       Apartado Aníbal de su base que era la Galia, no le era posible rehacer su ejército; había perdido muchos elefantes y la mayor parte de sus caballos; por cuyos motivos pedía socorros a Cartago; pero Hannón, gran adversario de su casa, impedía que le fuesen mandados, ya para moderar su fogosidad, ya porque temiese que una fortuna excesiva lo tentase a constituirse en tirano de la patria. Por otra parte, un ejército romano, llegado a España, impedía que por este lado le fuesen expedidas tropas a Aníbal. Lo que más contenía al aventurero, era la perseverancia de los Romanos, que se negaban a establecer convenios, y hasta a admitir el canje de los prisioneros; que de todo hacían armas, y que enviaron a Marcelo a castigar a Siracusa por haberse sublevado. Esta ciudad fue defendida por Arquímedes; pero sucumbió y se encontraron en ella más riquezas que después en Cartago; un soldado mató al gran matemático Arquímedes. También Capua fue tomada y Aníbal se retiró a la Daunia y la Lucania.
 
 
 
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Arquímedes
     En España, Publio Cornelio Escipión, de 24 años de edad, se presentó a vengar a su padre y a su tío, muerto por los Cartagineses, y condujo las naves romanas a la victoria; pero no pudo impedir que Asdrúbal condujese un ejército a Italia. Ya se consolaba Aníbal con su próxima llegada, cuando le arrojaron al campo la cabeza de Asdrúbal; después de lo cual tuvo que permanecer a la defensiva en los Abruzos, hasta que Escipión, sometida la España cartaginense, fue a poner sitio a Cartago. Esta tuvo que llamar a Aníbal, quien volviendo a pesar suyo de Italia, hizo frente a Escipión en Zama y quedó vencido. Cartago concluyó la paz, conservando su territorio y cediendo sus elefantes y sus naves; obligándose a no emprender guerra alguna sin el consentimiento de Roma, a la cual pagaría, en 50 años, 10 mil talentos; y entregando cien rehenes. Cartago había perdido 500 naves, y tenía a sus puertas a Masinisa, rey de Numidia, aliado de Roma e incesante enemigo suyo. Las desgracias engrandecieron a Aníbal, quien, apoyado por 6500 mercenarios, se hizo nombrar sufete (143), deprimió a los aristócratas y a los ricos; y con la agricultura y el comercio procuró reanimar a la aniquilada Cartago, que él quería convertir en centro de una gran liga contra Roma.




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27. -Guerras de Roma en Europa y Asia

       Pero Roma adquiría el audaz vigor que dan continuas victorias. En la guerra con Aníbal había visto devastar la península, mas se había asegurado el dominio de toda Italia y de los mares. Pero en España, donde tenía dos provincias, la independencia nacional luchaba aún con ventaja. En la Galia Cisalpina, el cartaginés Magón suscitaba la guerra, y solo después de fieras batallas, Claudio Marcelo tomó a Como y los 28 castillos que la rodeaban; despiadados procónsules continuaron robando y oprimiendo, hasta que Insubrinos, Chenomanos, Vénetos y Ligurios quedaron sometidos, y formose la provincia de la Galia Cisalpina, haciendo confinar la Transalpina con los Alpes.
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     Mientras tanto, en Oriente se querellaban entre sí los Estados, salidos de la descomposición del gran imperio de Alejandro, corrompidos bajo el barniz de la urbanidad, con gobiernos inmorales e inicuos sin ser fuertes. En sus disensiones, esperaban ayuda de los Romanos. Filipo III de Macedonia hubiera podido unir la liga Etolia con la Aquea, y al frente de los 28 Estados de la Grecia oponerse a los Romanos; pero lo impidieron las rivalidades; Filipo mismo deshonró a la familia de Arato, envenenando a este después, cuando desempeñaba por la décima séptima vez el cargo de pretor de los Aqueos, y trató de asesinar a Filopemén (144); por todo lo cual los Etolios y Espartanos invocaron en contra suya a los Romanos.
Flaminio en Grecia      Estos, so pretexto de proteger a los débiles, mandan a Tito Quinto Flaminio (145), león o zorra según las circunstancias, quien reúne a muchos de los combatientes que se habían adiestrado en la guerra contra Aníbal y Asdrúbal, y se dirige a Grecia prometiendo al pueblo la libertad; recibe a sus diputaciones, y la sojuzga luego astutamente. Ataca después con la legión romana a la falange macedonia, y la destruye junto a las colinas de los Cinocéfalos (146).
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Batalla de los Cinocéfalos
     En vez de exterminar a Filipo, le obligó a retirar sus guarniciones de los diferentes Estados de Europa y de Asia, de modo que quedasen independientes, y le obligó también a no emprender guerra alguna sin el consentimiento de Roma. Presidiendo los juegos ístmicos, anunció que Roma declaraba libres a todos los Griegos. Inmensa fue la alegría de los Griegos, quienes compraron y regalaron a Flaminio 1200 Romanos, prisioneros de la guerra de Aníbal.
     Pero dejar independiente a cada una de las ciudades, era tenerlas débiles a todas; inquietos los Etolios intentaron tomar a Esparta y otras ciudades; mientras que en la Galia y en España sublevaban a los vencidos, aunque sin dominar a las poblaciones, fuertemente instigadas par Aníbal.
Antíoco el Grande      Las ciudades griegas del Asia pretendían participar de la proclamada libertad; pero Antíoco III, llamado el Grande por su fortuna militar y por su clemencia y liberalidad, pretendió que los Romanos no debían entrometerse en las cuestiones asiáticas, del mismo modo que él no se metía en las italianas; muerto Tolomeo Filipátor, aspiraba Antíoco a la Fenicia y al Egipto. Lo incitaba el indómito Aníbal, confiado en tener un ejército con que tentar de nuevo la suerte en Italia, donde únicamente podía vencerse a los Romanos; pero Antíoco empezó a desconfiar de él. Ambicionaba la Macedonia, donde Filipo concedió el paso a los Romanos, que lo derrotaron por mar y por tierra y la redujeron a la guerra defensiva. Lucio Escipión, después de haber pasado el Helesponto, derrotó en Magnesia al inmenso ejército de Antíoco, quedando para siempre abatido el poder de la Siria. Antíoco, hecho tributario de Roma, debió entregar todos sus elefantes y bajeles, dar en rehenes a su propio hijo, dejar que se formasen dos reinos en la Armenia, y tolerar al lado a Eumenes, rey de la Frigia y de la Lidia. Asesinado Antíoco, su hijo Seleuco IV Filupátor vivió en la paz que le imponía la flaqueza de sus medios.
 
 
 
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     Los Gálatas, estacionados en la Galacia con un gobierno militar poníanse al servicio de los reyes de Siria y de Pérgamo, hasta que los Romanos los vencieron y obligaron a cesar en sus latrocinios y a aliarse con Eumenes. Las ciudades de la Tróade y de la Eólide, bendecían a Roma por haberlas librado de aquellos bandidos.
     En el transcurso de diez años, Roma se había convertido no en señora, pero sí en árbitra de cuanto se extiende desde el Éufrates al Atlántico; tenía bajo su tutela a Egipto, y en la servidumbre a los Estados menores; y acogía las quejas que todos le presentaban contra sus respectivos soberanos. Pero con esto perdía el carácter original, y el vencido Oriente se vengaba comunicándole sus vicios. Introducíanse nuevos númenes y ritos insólitos; de la Campania se tomaban los juegos de gladiadores; de la Etruria las bacanales obscenas y crueles. Los conservadores deploraban ver introducida la medicina racional, el lujo de los relojes, de los vestidos, de los teatros y la cultura griega, favorita de la casa de los Escipiones. En elogio de éstos, el calabrés Ennio compuso un poema sobre la primera guerra púnica. El campano Nevio inventó la tragedia prœtextata, en la cual zahería a los soberbios patricios, conservadores tenaces de la patria potestad, quienes pretendían ser superiores a las leyes. A las innovaciones se oponía Marco Porcio Catón, censor, modelo de la antigua severidad, que hacía a pie todas las marchas, castigaba sin misericordia a las ciudades vencidas, reprobaba a Tucídides, a Demóstenes, a Sócrates y al sofista Carnéades, que tan pronto sostenía la justicia corno la injusticia. Catón contrariaba a los Escipiones, mayormente al Africano, pidiéndole cuenta de los gastos de guerra, de modo que el insigne guerrero tuvo que retirarse y murió en Linterno; sus sobrinos fueron acusados de haber malvertido [sic] dinero en la guerra de Antíoco.
     Roma no podía estar segura mientras viviesen Aníbal y Filipo. El primero logró que le hiciese la guerra Prusias, rey de Bitinia; pero Roma pidió después al vencedor que le entregase a Aníbal, y este se dio muerte envenenándose.
Filopemén      Libres de aquel temor, los Romanos empezaron a fomentar las enemistades en Licia contra los Rodios, y en Esparta contra los Aqueos, los cuales después de Arato y Cleomenes, tenían al frente a Filopemén, héroe de rústicos modales, que ganaba el sustento de su familia cultivando sus campos, y rescataba prisioneros con el producto de la guerra. Mejoró la táctica de los Aqueos; asedió y mató a Macánidas, tirano de Esparta, la cual, unida a la liga, ofreció a Filopemén dones que éste aconsejó emplear comprando a los agitadores del pueblo. Pero desavenidas las ciudades de la liga, se interpuso Flaminio. El austero Filopemén, que calmaba y vencía, cayó en poder de los Mesenios, y fue condenado a beber la cicuta. Se dijo (147) que con él pereció el último de los Griegos.
     Sus partidarios, y especialmente Calícrates, se vendieron a los Romanos, preparando la ruina de su patria por medio de la corrupción. Tarde se apercibió Filipo de Macedonia de lo peligroso de su amistad con los Romanos. Llamado a Roma a justificarse, se vio obligado a enviar a su hijo Demetrio, quien con sus virtudes se hizo amar del pueblo y aborrecer de su hermano Perseo, el cual indujo a su padre a condenarlo a muerte. Pronto arrepentido, Filipo murió de pesadumbre.
178      Subido al trono, Perseo se aprovechó de las grandes fuerzas aprontadas por su padre, para combatir a Roma, excitando contra ella lo mismo a los pueblos bárbaros que a los Griegos y a los Cartagineses. Contra él tuvo a Eumenes de Pérgamo, Antíoco de Siria y Tolomeo de Egipto; sin embargo hizo sufrir a los Romanos una gran derrota en las inmediaciones del monte Osa (148). En vez de aprovecharse de la victoria, pidió la paz, con lo cual desalentó a sus aliados, que lo abandonaron cuando volvieron a romperse las hostilidades. Paulo Emilio, valeroso capitán de aristocrática soberbia, terminó con el reino de Alejandro en la batalla de Pidna; la Macedonia fue declarada libre; Paulo Emilio recibió los honores del triunfo más fastuoso que se recordaba; y el último rey de Macedonia fue arrojado en un hediondo calabozo, donde murió de fatiga.
Perseo
 
 
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22 de junio
 
       Mientras tanto, a los Romanos no les bastaba tener a la Grecia bajo nominal dependencia, y querían convertirla en provincia suya. La liga Aquea, después de la caída de los grandes hombres, se hizo odiosa y fue presa de los intrigantes vendidos a Roma. Calícrates, el peor de éstos, indujo a los Romanos a exigir que los que habían favorecido a Perseo fuesen a Roma a justificarse. Eran más de mil, flor y nata del país, y fueron detenidos 17 años a solicitar un juicio. Los pocos que volvieron, solo pudieron llorar la decadencia de la patria. Hasta la Macedonia, poco antes cabeza de un inmenso imperio, gemía de verse reducida a provincia, y trató de sublevarla un falso Filipo, quien alcanzó varias victorias contra los Romanos, pero fue preso al fin, y Metelo sometió definitivamente a la Macedonia. También la Liga Aquea, que se había aprovechado de la guerra para sacudir el yugo, fue vencida por Metelo; Mummio sojuzgó a la riquísima Corinto, entregándola a las llamas; derribados los muros de las ciudades, y abolido el gobierno popular, toda la Grecia fue reducida a provincia romana.
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146      Fue testigo de estas destrucciones el historiador Polibio, uno de los Aqueos residentes en Roma, donde se conquistó la amistad de los grandes, principalmente de los Escipiones; acudió a los peligros de la patria, y ésta le erigió una estatua con la siguiente inscripción: A Polibio que escuchado hubiera salvado a la Acaya, y en la desventura la confortó.
Polibio




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28. -Últimos sucesores de Alejandro. Los Hebreos

       Del mismo modo que la Macedonia, fueron sojuzgados el Epiro y la Asiria, figurando ser libertados. Rodas conservó sus dominios; después fue destruida por un terremoto, que dio ocasión a generosísimos socorros de parte de pueblos y de reyes. Eumenes, Prusias y Masinisa no conservaron la corona más que con bajezas en vez de Roma, que procuraba siempre debilitarlas. Tolomeo V Epífanes, joven de ocho años fue encomendado por sus tutores a la tutela del Senado romano, y al reinar, se entregó a los vicios, que a los veinte y ocho años le precipitaron en la tumba. Tolomeo Filopémenes le sucedió a la edad de cinco años, y Antíoco IV Epífanes le tomó el país y lo hizo prisionero, por lo cual acudió a los Romanos, que obligaron a Antíoco a desistir y ceder a Chipre y a Pelusio.
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Los Tolomeos
 
     Tolomeo partió el reino con su hermano Fiscón, mas pronto se enemistaron, y aunque Roma sostuvo a Fiscón, Filometor prevaleció por la asistencia de los súbditos.
     En el civilizado y riquísimo país de la Siria, cuya capital era Antioquía, «perla del Oriente», y con fasto asiático y suntuosísimos juegos de Dafne, Antíoco Epífanes mereció el desprecio de los suyos por su empeño en cambiar las costumbres. En vano aduló a Roma, a la cual debía un tributo, y se procuró con dádivas la protección de los poderosos. A pesar de las riquezas del país y de las adquiridas en Egipto, arruinaba la hacienda, y en mal hora pensaba reponerla con el saqueo de los templos.
520      Esto quiso hacer con el de Jerusalén, que los Hebreos vueltos de la esclavitud de Ciro habían fabricado, no con la suntuosidad del templo de Salomón, pero sí con la profética promesa de que vería al salvador de Israel. Esdras, descendiente de Aarón, restableció la ley de Moisés, recogiendo el perdido códice de la memoria de los ancianos, ayudado de Aggeo, Zacarías y Malaquías, y de la inspiración divina. Él mismo escribió la historia de sus tiempos, sustituyendo el carácter caldaico del antiguo hebraico; eliminó las profanaciones del culto, introducidas en la esclavitud, y purgó los matrimonios con extranjeros. Nehemías condujo a Palestina otros Indios, cercó de murallas a Jerusalén, continuó purificando las maleadas costumbres y los ritos, y sostuvo frecuentes litigios con los Samaritanos, que habían edificado la ciudad de Siquem y otro templo en el monte Garizim, pasando de los más rígidos rituales a la idolatría. Los Hebreos dependían de los sátrapas de la Siria; pero al decaer éstos, adquirieron autoridad los grandes sacerdotes, que fueron al cabo verdaderos jefes de la nación, siempre amiga de los Persas, que después de las conquistas de Alejandro Macedonio corrió la suerte de la Fenicia y de la Cele-Siria.
Esdras
 
 
 
 
 
       Las desventuras sufridas habían infiltrado la idea de un próximo redentor; pero se habían interrumpido las penitencias y las solemnidades, al mismo tiempo que se habían introducido opiniones y supersticiones caldeas, y las sutilezas griegas en la interpretación de los libros sagrados. Deriváronse varias sectas, siendo de las principales los Saduceos, quienes decían que bastaba la justicia positiva y que no había un mundo superior ni póstumas recompensas; y los Fariseos, quienes además de la ley escrita, observaban prescripciones orales, daban misteriosas explicaciones de las ceremonias y de las profecías, creían en los premios y castigos de la otra vida, de donde deducían la necesidad de abluciones, plegarias y ayunos, y hacían ostentoso alarde de austeridad y prácticas indeclinables.
Saduceos
Fariseos
 
     Los Esenios eran una especie de monjes, que vivían en el desierto, lejos de todo trato, comiendo juntos y vistiendo un traje común.
     Mientras que la primera sinagoga, fundada por Esdras no hacía más que recoger y revisar el texto del antiguo Testamento, una segunda quería explicarlo y comentarlo por vía de tradiciones orales, por lo cual se llamaban Tradicionalistas, en el evangelio Escribas, y servían de asesores en las cortes de justicia.
280      Tolomeo Filadelfo, queriendo enriquecer la biblioteca de Alejandría hasta con los libros de los Hebreos, los hizo traducir al griego, traducción llamada de los Setenta, sobre la cual se acumularon tantas fábulas.
Versión de los LXX
       Caído el reino de Antígono, los Hebreos obedecieron a los Tolomeos, siempre gobernados por el gran sacerdote con el título de etnarca, asistido de un sanedrín (149). Las riquezas del país y del templo estimularon con frecuencia la codicia de los vecinos. Cuando Tolomeo Filopátor quería penetrar en el santuario, fue detenido por un misterioso terror, del cual se vengó oprimiendo a los Hebreos que moraban en Alejandría, y obligándoles a renegar de su Dios; pero encontró generosa resistencia. Disgustados los Hebreos favorecieron a Antíoco el Grande a rechazar a los Egipcios, por cuyo servicio fueron gratificados con privilegios y dones. Seleuco Filopátor mandó a Heliodoro a despojar el templo, pero fue rechazado el sacrílego por un milagroso guerrero. Mas los sacerdotes mismos se contradecían y desprestigiaban; la fe disminuía, y se introducían los ritos orientales.
 
 
 
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       No faltaban generosas resistencias, como la de una madre que consintió en morir con siete hijos, antes que comer carnes sacrificadas; y la del sacerdote Matatías, que con cinco hijos derribó las aras y se refugió en los montes restaurando los ritos de los antepasados. Quiso domarlo Antíoco, pero Judas Macabeo excitó al pueblo a la independencia nacional y religiosa: derrotado por Demetrio Sóter (150) cedió el mando a Jonatás su hermano, después a Simón y a Juan Hircano, quienes a vuelta de derrotas y victorias, dieron la independencia al reino. Mas no tardó éste en decaer bajo la terrible influencia de ambiciones y delitos. Pero si al aspecto de los Hebreos, los Gentiles se persuadían de una fatal decadencia de la sociedad humana, aquellos, según sus profetas, se afirmaban en la certeza de una próxima regeneración, y de un salvador que los redimiría de la esclavitud y del pecado.
 
Macabeos
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     En Siria, bajo el reinado del joven Antíoco Eupátor, los Romanos eran los verdaderos amos; hasta que Demetrio Sóter, detenido en Roma, huyó y se apoderó de la corona; después la usurparon otros Demetrios, por lo cual hubo contiendas entre pretendientes e intervenciones de países vecinos. En tanto que los Hebreos se hacían independientes, los Partos ocupaban el Asia Superior hasta el Éufrates; y aquel reino nacido entre crueldades y guerras civiles, iba a ser presa de los Romanos.




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29. -Tercera guerra Púnica

     Después de tantas victorias, Roma se hallaba aún en contra de Cartago, sobre la cual, no obstante la paz, pesaba como vencedora, y favorecía en perjuicio de ésta al octogenario Masinisa, rey de Numidia y padre de cuarenta y cuatro hijos. Si los Escipiones insistían en que no se arruinase a Cartago, Catón concluía todo sus discursos pidiendo que fuese destruida (delenda Chartago).
     Esta se hallaba en decadencia. La venalidad de los cargos hacía que a menudo fuesen atribuidos a hombres sin merecimientos. Las tropas mercenarias se convertían en instrumento de las facciones o en árbitras del país. La familia Barca estaba en rivalidad con la de Hannón, y habiendo conseguido que se declarase la guerra, invadió la España; pero las inmensas riquezas atesoradas en la Península corrompieron al pueblo y a los grandes. Los comerciantes detestaban la guerra, mas el pueblo se alegraba de las victorias de Aníbal, hasta que las últimas desgracias dejaron prevalecer a los amigos de la paz. Púsose Aníbal al frente del gobierno, y lo reformó reduciendo las magistraturas a anuales; pero se exasperaron las facciones, que se dividían en romana, númida y nacional. La índole de Cartago era mercantil, y debiera haberse buscado la amistad de los pueblos, en vez de hostigarlos y molestar a los vencidos, por cuyo motivo se halló aborrecida de sus súbditos, algunos de los cuales, se constituyeron en potencias nuevas. En primer lugar supo enemistarse con Roma, viéndose poderosísima entonces en el mar, dueña de media Sicilia y de otras islas, desde las cuales podía desembarcar en los puertos de su indefensa rival. Pero mientras Roma se vigorizaba con la guerra y fiaba en ella sola, Cartago perdía; las victorias, no menos que las derrotas, le causaban revoluciones internas; Roma no cedía, ni aun cuando se la consideraba a punto de perder sus últimas fuerzas; los Cartagineses buscaban pronto la paz, y de humillación en humillación alentaban a los enemigos a exterminarlos. La facción romana era favorecida hasta por la númida, que excusaba las usurpaciones, con lo cual Masinisa crecía siempre; y cuando el partido nacional trató de enfrenarlo, Roma declaró que se había violado la paz, y mandó 80 mil infantes, cuatro mil caballos, 50 galeras y la orden de no desistir hasta que Cartago fuese demolida. Aterrados quedaron al principio los Cartagineses ante tan duras intimaciones; pero cambiado el miedo en ira, se dispusieron a desesperada defensa, hasta que Escipión Emiliano, después de haber circunvalado a la ciudad y pronunciado contra ella las rituales imprecaciones, la tomó al asalto con estrago inmenso, y la incendió por fin. De 700 mil habitantes, los más perecieron, y los restantes fueron llevados a Italia o dispersados por diversas provincias. 4470000 libras de plata adornaron el triunfo de Escipión, llamado el Africano. Desmanteladas fueron la ciudades favorables a Cartago, y engrandecidas las adversarias; y el Estado fue reducido a provincia con el título de África. Cartago había vivido siete siglos; uno y medio había luchado con Roma; pero el comercio no sufrió todo lo que era de temer, porque Rodas, Alejandría y Utica la sucedieron en el tráfico.




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30. -La España. Pérgamo. Conquistas exteriores de Roma

     Vencidas y destruidas con la fuerza las industriales Cartago y Corinto, Roma no tenía ningún otro enemigo formidable. Sin embargo osó resistirle el patriotismo de los Españoles. En la península Ibérica, circundada por el Océano, el Mediterráneo y los Pirineos, y separada del África por el estrecho de Gibraltar, vivían los Celtas, los Iberos, los Tracios, los Umbros y los indígenas que aún sobreviven en los Vascongados, hablando un idioma diferente de los indogermánicos. Los Celtíberos fueron terribles combatientes, e intrépidos contra la muerte. El ámbar, el estaño, las lanas, los vinos, los aceites y demás frutos atrajeron a los Fenicios; de los minerales de oro y plata los Cartagineses sacaban 5 millones al año, y los Romanos emplearon en el mismo objeto hasta 40 mil operarios; las minas de mercurio son aún las más abundantes de Europa.
       Hasta los Rodios, los Zacintios y los Focenses traficaban en este país; pero el principal dominio lo tenían los Cartagineses, hallándose esparcidas por los montes las poblaciones indómitas. Los Romanos conquistaron luego la península, que dividieron en dos provincias, la Tarraconense y la Bética o Lusitania, pero los habitantes les oponían constantemente una lucha de guerrillas, en la cual fueron batidos a menudo, pero jamás sojuzgados. Se hicieron tan temibles, que el mando de estas provincias era rehuido por todo el que podía, hasta que Publio Cornelio Escipión pudo circundar a los sublevados y gloriarse de haber sojuzgado a España. Mas surgió para vengar a los suyos el lusitano Viriato, que derrotó a cinco pretores; habiendo rodeado al ejército del procónsul Fabio Serviliano, hubiera podido pasarlo a cuchillo; pero propuso la paz, contentándose con obtener del senado la independencia de su patria. Servilio Cepión rompió los pactos, logró hacer degollar a Viriato y obtuvo el triunfo, que le fue recusado por el senado como traidor.
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133      Solo la pequeña Numancia, junto a las fuentes del Duero, resiste aún pertinazmente, robustísima en la guerra y generosa en los tratados. Al fin Escipión Emiliano cercó a la ciudad y la redujo a tal hambre, que los sitiados se comían los unos a los otros; solo 50 pudo conservar vivos el vencedor para adornar su triunfo, realizado sin botín alguno.
       Pérgamo era ciudad principal de la Misia, situada a orillas del Cayo, patria del famoso médico Galeno, y célebre por sus tapices y por el papel membranoso (pergamino), sobre el cual hizo copiar Tolomeo 200 mil volúmenes. Filetero Paflagón, elevado al gobierno por Lisímaco, se hizo príncipe con el auxilio de los Galos, y transmitió el poder a su sobrino Eumenes; después de éste, Atalo tomó el título de rey, amistose con los Romanos hostigando a Filipo III de Macedonia, y con la industria, las ciencias y la arquitectura elevó su pequeño reino a la altura de los grandes. Eumenes II, su sucesor, favoreció a los Romanos contra Antíoco el Grande y contra Prusias, rey de Bitinia, por cuyo medio extendió sus dominios, pero se encontró supeditado a Roma. Esta concibió recelos de él en la guerra de Perseo, y le amenazaba, cuando murió. Más fieles le fueron Atalo II y Atalo III, quien legó todos sus bienes al pueblo romano. Este pretendió que se entendía por bienes hasta el reino, y lo ocupó; vencidas las resistencias pudo reducir a provincia bajo el nombre de Asia la parte más grande y bella del Asia Menor.
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31. -Literatura griega en decadencia

     El ciclo poético de la Grecia, representado por Homero, Platón, Aristóteles y Alejandro Magno, se completó con éste último, cesando de predominar tanto en el terreno político como en el intelectual. Recorridos los dos períodos de la fantasía y de la reflexión, de la poesía y de la filosofía, no quedaba más que la crítica, y ésta fue conservada en la escuela de Alejandría, ecléctica como esta ciudad. En ningún otro tiempo se ven tantos deseos de conocimientos, tanto honor a literatos y artistas tributado por reyes buenos y malos, por sabios y cortesanos, por pueblos y Gobiernos; y esto no solamente en Atenas o en Menfis, sino en todos los reinos procedentes del macedonio. Los Tolomeos embellecieron su Corte con sabios, compraron libros, erigieron monumentos, y se inventó el papiro para hacer competencia al papel membranoso usado por los reyes de Pérgamo, los cuales estimulados por aquellos recogían también libros, bibliotecas y museos. Mas todo aquello fue trabajo de escuela, artificios de erudición, nada que revelase genio ni espontaneidad; en vez de crear, hacíanse análisis y preceptos; la memoria suplía a la inspiración. También en Grecia la libertad había perecido; ya el ingenio no se inspiraba en la vida pública; había decaído la comedia y enmudecido la elocuencia; aumentaba la corrupción de las costumbres, mientras se suscitaban repetidas guerras por intereses dinásticos.
     Homero fue el ídolo, la biblia de entonces; se hicieron de sus libros ediciones y comentarios, dedicáronle estatuas y templos. Famosa fue la edición computada por Aristarco, y hasta 40 profesores y gramáticos de su escuela vivieron en Roma y Alejandría. Zoilo buscó los defectos de Homero, por cuya conducta Tolomeo Filadelfo lo castigó con el tormento. Para oponerse a la corrupción, se compiló un Canon de los escritores reconocidos como clásicos; cuyo canon contribuyó a que se menospreciaran y perdieran las producciones excluidas, con frecuencia más importantes que las otras. Pero las producciones nuevas eran frías, simples imitaciones, sin convicciones religiosas, ni políticas, si bien refinaban la lengua y conservaban algunas tradiciones, como Apolonio de Rodas causando las expediciones de los Argonautas.
     La literatura dramática seguía apasionando a los señores, pero servía al capricho de los tiranos. Menandro elevó la comedia a cierta dignidad, convirtiéndola en cuadro de los vicios y del ridículo, sin alusiones personales. Los Alejandrinos formaron una Pléyade de siete escritores de tragedias, Alejandro, Filisco, Sositeo, Homero el joven, Dionísidas, Sosífides y Licrofón. Este, que era el principal, compuso hasta 60 tragedias, y se hizo proverbial por su oscuridad, alusiones y metáforas; en su poema la Alejandra, Casandra pronostica en un monólogo de 1474 versos los desastres de Troya; inventó los anagramas; hacía composiciones en forma de huevos, de hachas, de alas y de cuñas. Trifiodoro compuso una Odisea, en cada uno de cuyos cantos faltaba una letra.
     Otros introdujeron la poesía didáctica, revistiendo de versos los preceptos o las descripciones de fenómenos. Arato versificó la astronomía.
     Alejandro pagaba espléndidamente las alabanzas que le tributaban los líricos. Calímaco de Cirene llegó a la posteridad por sus himnos y elegías, cuajados de erudición y de un frío afecto.
     En la Sicilia, que había dado los primeros modelos de elocuencia y del teatro, fue inventada la poesía bucólica por Teócrito, que a la descripción de la paz y del tranquilo bien estar de los campos unió demasiado el fausto de la Corte de los Tolomeos. A su elegante ingenuidad no llegaron Bión ni Mosco, con los cuales murió el idilio.
     Luego privaron los epigramas, compuestos para inscripciones o como agudezas, o simplemente como delicadeza de pensamientos; llegando a ser numerosas las colecciones que de ellos se hicieron.
     La elocuencia se reducía a panegíricos, y solo se pudo calificar de correctísimo al orador Demetrio Falereo. Anchísimo campo hubieran podido dar a la historia las empresas de Alejandro y los tumultos de sus sucesores; pero Teopompo, Filisto y otros suplían mal a Tucídides. Y sin embargo las inscripciones, la geografía y los catálogos iban facilitando los estudios históricos. Gracias a las bibliotecas, multiplicábanse los trabajos de erudición, y las investigaciones sobre el origen de los pueblos antiguos o remotos. Evémero se apoyó en inscripciones para demostrar que los Dioses eran hombres que habían vivido realmente (151) y habían sido elevados al cielo por la gratitud, por el miedo o por la superstición. Beroso, caldeo, escribió una historia de Babilonia de 473 mil años antes de la conquista macedonia. Manetón exageraba otro tanto la antigüedad del Egipto. Cítanse más de 150 historiadores en los 150 años que median entre Jenofonte y Polibio, pero de ninguno quedan vestigios. Polibio empezó la historia pragmática de su tiempo 220 años a. de J.C., y la concluyó hacia el año 146, pero de cuarenta libros solo cinco se conservaron enteros. Escribió incorrectamente y con poco gusto, sin la elevación épica de Heródoto, ni la gracia de Jenofonte, ni la gallardía de Tucídides; hace frecuentes digresiones de guerra y de Estado; visitó los lugares de los acontecimientos; sabía latín, cosa insólita en los Griegos; e informó a los Romanos de antigüedades que éstos ignoraban. Lejos de abandonarse a las supersticiones de sus antecesores, niega la providencia, y supone invención de los hombres los Dioses y la vida futura.

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