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Cuestiones existencialistas desde obras de Cortázar, Pla y Di Benedetto

Jorge Bracamonte

Desde fines de la década de 1930 y de manera creciente desde la de 1940, las lecturas, traducciones, recepción y reelaboraciones de las diferentes corrientes de pensamiento existencialista, provenientes de Europa, encuentran afinidad y una gradual apropiación en el campo intelectual y artístico argentino.

En 1939, en el número 55 de Sur, se publica «El aposento», y luego en 1947, también por «Sur» pero en formato libro, se publica El existencialismo es un humanismo (L'existentialisme est un humanisme, original de 1946), ambas de Sartre. A su vez, en 1948, se publica la traducción de Miguel Ángel Virasoro de L'Etre et le Néant (1943). Las obras de Sartre provocan, de entrada, una gradual e importante lectura, tanto en ámbitos académicos como en ámbitos culturales, intelectuales y literarios más amplios, mientras que otras referencias insoslayables del existencialismo, en sus diferentes vertientes, generan, en un primer momento, una relevante recepción y discusión sobre todo académica y luego, a partir de esa mediación, llegan a públicos más extensos, en particular a escritores y lectores familiarizados con la crítica cultural. Esas otras referencias insoslayables son Martín Heidegger, Karl Jaspers, Maurice Merleau-Ponty, Albert Camus, Gabriel Marcel e incluso, por cierta cercanía temática pero sin ser estrictamente existencialista, José Ortega y Gasset, tan influyente en el pensamiento literario de ciertos escritores argentinos de la época.

Aquí reflexionamos sobre la posible intersección entre aquella corriente de pensamiento filosófico y la narrativa argentina, pero examinando aquella intersección desde el diálogo oblicuo que con dicho pensamiento entablan ciertas poéticas narrativas, que además no son estrictamente realistas (como son las de ciertos escritores nucleados en la revista Contorno-1953-59-, en las cuales asimismo circula el existencialismo). Abordamos las poéticas de Roger Pla (1912-1982), Antonio Di Benedetto (1922-1986) y Julio Cortázar (1914-1984), en cuyas obras se pueden apreciar efectos y preocupaciones temáticas y de concepciones de lenguaje y realidad que se conectan con cuestiones que, en ese momento histórico, el existencialismo ha puesto en un primer plano. Nos concentramos en las novelas Los robinsones (1946) y Las brújulas muertas (1960) de Pla, Zama (1956) de Di Benedetto y algunos cuentos de Cortázar, de Bestiario (1951), Final del juego (1956) y Las armas secretas (1959), y su novela Los premios (1960).

1. Diálogos oblicuos: tres modalidades

Cabe aclarar que, si bien aquí no las abordamos, ciertas poéticas de escritores que en su momento confluyen en «Contorno» -de manera central David Viñas- o Ernesto Sábato ya desde Uno y el universo (1945) y El túnel (1948), dialogan desde posiciones propias con el existencialismo -y en ambos casos intensamente, con diferentes resonancias y consecuencias de las propuestas de Sartre-. Tenemos en cuenta estas referencias como un marco. Otra aclaración previa. No se trata de ver una aplicación de nociones y sistemas filosóficos de los existencialistas en los escritores -o, por lo menos, restringirnos a ello-, sino centralmente considerar interacciones entre sus programáticas poéticas, ciertas obras puntuales y aquellos pensamientos filosóficos. Y, específicamente, centrarnos en interacciones oblicuas, de allí las obras y autores a los que aludimos. Por supuesto esto, por cuestiones de espacio, dista de ser un abordaje exhaustivo sobre el tema, e inclusive nos concentramos en un tramo -que estimamos crucial, por cierto, debido a que es el momento de traducciones iniciales, mayor difusión y recepción crítica de los existencialismos en el país- de la producción de los escritores considerados, no en toda su obra.

Y ya, en el plano de las hipótesis de lectura, los autores elegidos nos resultan problemáticos e interesantes porque, sin ser realistas, tampoco son antirrealistas y antes bien van a volver un motivo central en esta etapa definir sus poéticas como experimentales. Por consiguiente, hacen que sus poéticas rompan con los realismos anteriores -en particular los llamados realismos socialistas-, y a la vez que sintonizan muy parcialmente con la modalidad en que concibe el discurso literario el Sartre de Qu'est-ce que la littérature? (1948), abren sus poéticas a un mayor entrecruzamiento entre las tradiciones realistas, posvanguardistas y experimentales. En estas tramas estéticas construyen posibilidades flexibles para que lo filosófico y todos los elementos de lo literario interactúen en sus obras.

En Roger Pla encontramos ciertas cercanías y afinidades con aquel pensamiento filosófico, si bien no tan explícitas al menos en lo que va entre las décadas de 1930 y 1950 -en su posterior libro ensayístico Proposiciones. Novela nueva y narrativa argentina (1969) retrospectivamente Pla vuelve más explícito aquel diálogo en la construcción y desarrollo de su poética-. Podríamos decir que aquí hay un acercamiento entre lo literario y el pensamiento existencialista por proximidad y afinidad. En el segundo caso, Julio Cortázar tiene en cuenta, de modo decisivo desde su ensayo Teoría del túnel. Notas para una ubicación del surrealismo y el existencialismo (1947) a los existencialismos, en particular el sartreano, para la constitución de su poética que busca generar una nueva literatura. En este caso, estamos ante una apropiación y nuevo uso desde una poética. Finalmente, en el caso de Antonio Di Benedetto, nos encontramos con un diálogo altamente heterodoxo -desde su poética- con los existencialismos, a lo cual se agrega que, en su caso, más que un diálogo con lo sartreano es sobre todo con lo camusiano. Obviamente, además aquí nos detenemos en una reflexión desde una acotada pero significativa parte de la narrativa de 1940-1960, y no desde la poesía y ensayística, marco latente en nuestra reflexión pero cuyo estudio específico ameritaría otros vastos espacios.

2. Humanos en soledad y la compleja posibilidad de una salida solidaria

En la lectura retrospectiva que Pla realiza en Proposiciones, entre otros asuntos referidos al desarrollo literario que el autor aprecia en mayor medida tanto en Argentina como en el extranjero y a la tensión constitutiva de su propia poética a la cual ve en la interacción de experimentalismos y realismos, destaca el logro que a este respecto significan y aportan antecedentes literarios como las novelas La nausée (1938) de Sartre y L'Étranger (1942) de Camus. Obras como las mencionadas resultan para Pla relatos conceptuales, que evidencian desde lo narrativo nuevas maneras, nuevos métodos de mirar la realidad, relatos viscerales de escritores filósofos «concisos y rotundos [...] en los cuales se condensa ya un tema recortado y contundente» (1969: 98). Entonces, sin dudas, la recepción y apropiación por parte de Pla de estos autores y obras es relevante, pero quizá esto se vuelve más explícito desde la década de 1950. Antes, el arribo de Pla a ciertas cuestiones centrales que el existencialismo pone en un primer plano -la existencia como aquello que precede a la esencia, lo fundamental de la acción y la libertad para decidir la existencia en las circunstancias, la angustia por la situación de dependencia de sus propias acciones por parte de los humanos y la pérdida de los sentidos del mundo contemporáneo, el valor ineludible de la historicidad para pensar las coordenadas temporo-espaciales del existir-, más que llegar por una lectura directa de Sartre o Camus, quizá se deba en primer lugar a los impactos de los planteos de José Ortega y Gasset respecto al pensamiento y la crisis de su época y la situación del arte contemporáneo. Como sabemos, Ortega Gasset se había formado en Alemania en contacto directo con algunos pensadores capitales e iniciales del Existencialismo y la incidencia de sus planteos -sobre todo de La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925)- es evidente en «El problema actual de la novela» (1946) de Pla, en particular en la postulación de este último de que la novela dialogue con las contradicciones y tensiones de su entorno histórico. Pero Pla, a diferencia de Ortega y Gasset, ve positivas las perspectivas de las artes coetáneas, en particular de las vanguardistas y posvanguardistas. Pla, que provenía tanto de la tradición estética e ideológica del realismo de izquierda como de las pos/vanguardias, encuentra también luego, en los existencialismos, una condensación posible de articulaciones entre pensamiento, arte e historia.

Aquello se aprecia en el mundo complejo que configura su primera novela Los robinsones (1946). Aquí, a partir de las vidas de cuatro jóvenes amigos en la ciudad de Buenos Aires entre 1936-1937, se reconstruyen las singularidades de las mismas y sus sucesivas interacciones, encuentros y desencuentros, desde que son niños y mientras atraviesan la adolescencia y primera juventud. Esos cuatro jóvenes son los «robinsones», individuos náufragos en un mundo que ha perdido casi totalmente su supuesto anterior encanto (la novela arranca con los impactos directos en Argentina de la noticia del inicio de la Guerra Civil Española). Los devenires de esas subjetividades e identidades, sus relaciones complejas con sus entornos, sus contradicciones, necesidades y deseos, atraviesan las tensiones familiares y generacionales, los conflictos sociales y políticos, los juicios y prejuicios morales y culturales de aquellos momentos históricos. Al principio de la novela, dos estudiantes universitarios, Ricardo y Leonor, están en el despacho de alumnos de su Facultad de Derecho, en la Universidad de Buenos Aires, y aluden al olvido en que ha caído Hegel en las discusiones universitarias (recordemos las críticas a cierto condicionamiento racionalista en la construcción de la realidad observado en el sistema hegeliano por parte de los fenomenólogos, primero, y luego los existencialistas, quienes en parte proceden de aquellos, lo cual es argumentado en detalle por Sartre (2008: 328-354). Y así luego Los robinsones, en vez de construirse como una narración abstracta y racionalista, se convierte en una exploración fenomeno-lógica que manifiesta, en un montaje de múltiples temporalidades y espacialidades entre 1920 y 1937, tanto lo racional como lo irracional de las existencias. Surge una afinidad, una sintonía, entre lo contado y cómo está narrado este mundo de Los robinsones y ciertas visiones críticas y hasta pesimistas sobre el mundo y la crisis cultural que, por la misma época y luego, construye el existencialismo. Y la alusión al hegelianismo que mencionamos, como otras diversas, de similar carácter, evidencian que el texto trata de participar, desde la ficción, de los debates intelectuales y culturales contemporáneos.

La cuestión de la historicidad se acentúa en Las brújulas muertas. Los dilemas ante los cuales los sujetos devienen responsables de sus acciones y en circunstancias inevitablemente históricas, en esta novela se concentran en lo que ocurre al joven estudiante universitario Daniel y la serie de sucesos personales que lo involucran durante la exacerbación de la dicotomía peronismo/antiperonismo en los meses entre 1954-1955. En la narración se torna significativo que lo histórico y lo cultural pueden configurar circunstancias absurdas que envuelven al sujeto y lo pueden llevar a decisiones autodestructivas. Y por esto mismo Las brújulas muertas dialoga con ciertos planteos del existencialismo, tal vez ya más conscientemente sartreano y camusiano, si consideramos los marcos en que se escribe y edita por primera vez la novela y aquello que luego, entre 1965 y 1969, señala el mismo Pla sobre Sartre y Camus en Proposiciones (este libro se publica en 1969 pero se origina en conferencias que dicta en 1965). Si los sujetos pueden cambiar la historia por sus decisiones, también en la historia -no solamente a nivel macrohistórico, sino también microhistórico- hay algo que los excede. Y a veces, si los contrastes entre estos polos resultan intensos, se generan la angustia y las paradojas y situaciones absurdas, casi sin salida, para los sujetos en sus circunstancias. Las brújulas muertas se enmarca así en los debates filosóficos e históricos, tanto en el país como en el extranjero, entre los 40 y 50, que en gran medida se prolongan en similares términos al menos en buena parte de la década de 1960 (Terán: 17-31; Sigal: 99-171). Y ciertos planteos clave existencialistas, como los ya puntualizados -los sujetos jugados en las situaciones concretas, la fuerza del absurdo de los hechos frente a la limitada posibilidad de control racional de los mismos-, circulan por la trama del relato pero para ser pensados de modo central desde las peripecias de los personajes y las configuraciones de la fábula y la trama.

3. Corporalidad de lo existencial

Una apropiación explícita pero heterodoxa de la filosofía sartreana aparece desde Teoría del túnel. Notas para una ubicación del surrealismo y el existencialismo (1947) de Cortázar, y la misma se prolonga, con profundos matices, hasta Libro de Manuel (1973) pasando por Rayuela (1963). Pero aquí nos ocupamos solamente hasta 1960, que a su vez es un momento decisivo de la construcción de esta poética. Cabe aclarar que en este caso, como en los otros, no hay un diálogo epigonal con los existencialismos, sino una apropiación y reelaboración desde una posición propia. Esta posición en Cortázar se define desde, entre otros aspectos, la necesidad de construir en su escritura una enunciación/un enunciado que manifieste la enajenación y la lucha por -o la imposibilidad- de salir de ella por parte de los sujetos en sus circunstancias concretas, compleja situación crucial a ser puesta en evidencia por el arte según el autor en aquel momento histórico. Hay que considerar además que en Cortázar, los existencialismos -leídos algunos textos de sus pensadores de referencia en sus idiomas originales casi al momento de su aparición europea- se combinan con lo proteico que resulta el surrealismo para su artística. Lo cual se rastrea desde el inicio en su cuentística, y se acentúa con cada nuevo libro. Subrayemos algunos casos. Por ejemplo, podríamos pensar en que quizá «Las puertas del cielo», de Bestiario (1951), es el texto de este volumen que más acusa recibo de sus lecturas existencialistas, porque más allá de la distancia que el narrador construye con esos otros actores ficcionales -Mauro, Celina, los «monstruos» aindiados tal como allí presenta a los «cabecitas negras»- son precisamente los otros, en relación con la propia identidad del narrador Hardoy, el centro del problema del relato. Y con esos otros se da una relación simultánea de fascinación y atracción, de rechazo y asco. Si bien aún distante de la entera positividad que adquiere la Otredad como tópico central de la escritura cortazariana posterior, en este relato -como un paradigma de dicho volumen- deviene clave ese problema del vínculo del uno con los otros que es a la vez uno de los tópicos decisivos puestos en un primer plano por el pensamiento existencialista (Sartre, 2008: 311-590).

Lo señalado se acentúa y adquiere numerosas variantes y matices en los libros posteriores de cuentos, donde este universo, que de manera explícita dialoga con problemáticas filosóficas que Cortázar entiende como cruciales de su tiempo, toma una configuración más definida. Podríamos mencionar varios cuentos de «Final del juego» y «Las armas secretas» donde la Otredad, muy ligada a los alcances que toma este problema en L'être et le néant, deviene pensable en vastos aspectos; pero nos detenemos en dos. Por un lado, en «No se culpe a nadie», el desenlace de la historia muestra los alcances cotidianos de lo absurdo. Pero al principio, lo que está en juego en esa situación y acción mínima y banal -ponerse el suéter en un departamento del piso doce- es la posibilidad del sujeto de realizar una acción cualquiera y hasta qué punto puede controlar desde aquí toda la situación y qué márgenes amplios existen de que esto no sea así finalmente. Toda posible acción se define en circunstancias concretas, todavía cuando sean mínimas, y sus posibles alcances pueden ser impensados, hasta llegar a la vida/muerte. La otra narración sobre la que llamamos la atención es «El perseguidor», pues aquí las tensiones, cercanías y posibilidades de encuentro o de definitiva inaccesibilidad -en última instancia- con el Otro son exploradas con varias tonalidades. Aun cuando en este texto no es una relación erótica la que está en el centro de la escena -pues a lo sumo es una relación particular de amistad aquella que vincula a Bruno y Johnny-, tipo de relación -la erótica- central en la poética cortazariana, la presentación discursiva de los personajes desde lo corporal aquí también es fundamental y esto asimismo hace a un rasgo que el existencialismo no trae como novedad pero ayuda, en su momento, a valorar conceptualmente: que las relaciones entre los sujetos se definen en situaciones históricas y esos sujetos en interacción son pensables desde sus sensorialidades, afectos y complejas psicologías, desde sus corporalidades. Y si bien Cortázar -en relación con nuestro tema- realiza una apropiación sobre todo del Sartre filosófico, no es ajeno ya a esta altura a reflexiones tanto de Camus como de Heidegger, sobre todo por la importancia que concede con este último al lenguaje como vía de acceso a los sujetos en sus situaciones concretas.

Todo lo cual -siempre ateniéndonos en este trabajo al límite temporal de 1960- culmina en su novela Los premios. Aquí el viaje en transatlántico de ese grupo heterogéneo, que ha ganado la lotería estatal que le regala ese extraño crucero, deviene una alegoría de las tensiones de la vida social y cultural argentina del periodo. Esto de por sí hace a una alusiva crítica política e ideológica de la situación histórica concreta por parte del autor y por parte de sus voces narrativas -porque la novela es intensamente discursiva, es notablemente polifónica-. Pero si bien el relato, por una parte, resulta muy realista -sobre todo en la descripción de tipos socioculturales-, por otra parte aquello es interrelacionado con reflexiones de carácter filosófico y existencial en particular a cargo de Persio y, en el último tramo, también aquella historia social tan verosímil desemboca en una situación absurda -la negativa de la tripulación a revelar la amenaza que se cierne sobre el barco y la excursión que encabezan heroicamente los personajes más «vulgares» para develarla-. Si bien no puede decirse que esta novela -como el resto de los relatos aludidos en este ensayo- sean narraciones de tesis, y ni siquiera puede decirse que sea un relato que dialoga de manera exclusiva con el existencialismo, la gravitación de esta corriente de pensamiento es central, para comenzar porque incide en el horizonte histórico de la novela y porque, como ya puntualizamos, dicha corriente resultó relevante, por su asimilación creativa, para la propia poética del autor.

4. Absurdo e historia

Así como en los otros escritores, señalamos que en la poética de Antonio Di Benedetto apreciamos un diálogo explícito con los planteos de la ensayística y la ficción de los existencialistas (resulta interesante que perfiles como los de Sartre y Camus sean los de «escritores filósofos», otro elemento atractivo para los autores argentinos aquí tratados, que privilegian dialogar con la filosofía desde su ficción). Y en el caso de Di Benedetto ese diálogo productivo y desde una posición propia se da, casi desde el principio, por la alta valoración que tiene de algunos existencialistas publicados por la revista Sur -lectura relevante en la formación dibenedettiana- desde los 40 y 50. Y además su propio universo cultural y artístico, que construye con una configuración muy definida ya desde la década de 1950, encuentra sobre todo en los ensayos y novelas de Camus materiales que le permiten precisar -por el diálogo y la interacción intelectual- su particular universo y hasta su lengua literaria altamente condensada, que combina una variedad versátil de géneros y registros con un estilo a la vez despojado.

Ya la crítica ha detectado correspondencias y cercanías entre las obras del escritor mendocino y el filósofo franco-argelino, sobre todo a partir de sus novelas El silenciero (1964) y Los suicidas (1968) y el ensayo Le mythe de Sisyphe (1942) y las novelas L'Étranger (1942) y La peste (1947) (Néspolo 2004: 173-236). Pero antes de 1960, y sin detenernos en los cuentos de Mundo animal (1953) que ya evidencian aquello, exaltamos a Zama (1956), novela que combina experimentación y trabajo con el lenguaje junto a narrativa histórica, con una fábula ubicada en Paraguay a fines del siglo XVIII. Porque en Zama, si bien de entrada estamos ante un pacto historiador dado por los años que pautan la secuenciación novelesca -1790, 1794, 1799- y la ubicación temporo-espacial que gradualmente adquiere consistencia de trama y relato a medida que leemos -las coordenadas Asunción-Buenos Aires-España, la presencia del río de ese puerto-, es la mirada de/con Diego de Zama sobre su propia situación y crisis en ese tiempo y lugar (él quiere estar siempre en otro tiempo y lugar, vive en constantes anacronismos) aquello que hace a lo diferencial de la narración, y desde donde percibimos lo histórico, inclusive desde donde percibimos lo escenográfico, aquí inevitablemente metonímico debido a que lo escenográfico, los tiempos y espacios, son aludidos desde la percepción y enunciación subjetiva.

Subrayamos el aspecto de la mirada, puesto de relieve por el pensamiento existencialista y transformado, en la novela de Di Benedetto, en modo de ver lo real a la vez que procedimiento narrativo (Sartre, 2008: 354-419). Por esa mirada, que atraviesa las dos primeras partes de Zama, lo histórico se vuelve patente en lo microhistórico y por consiguiente lo podemos percibir no desde lo monumental, ni aun desde lo documental visible, sino sobre todo desde lo sentimental y lo pasional. Porque no otra cosa es el examen constante, obsesivo, de sentimientos de atracción y rechazo que va experimentando Diego de Zama con los demás en sus situaciones, en sus contornos inmediatos y mediatos: Marta o Luciana, lo lejano y posible o lo cercano e imposible, el miedo a mezclar su sangre indiana con las negras e indias, las disputas por el honor -que allí simboliza el poder- con sus superiores y subalternos -y cómo estas posiciones, aun en una sociedad tan jerarquizada, también muestran su relativismo.

Si la novela, como fue marcado por el escritor y la crítica, se basa en parte en documentaciones y rasgos biográficos de un real doctor Miguel Gregorio de Zamalloa (primer rector revolucionario de la Universidad Nacional de Córdoba), su construcción hace a la transformación de lo genérico -la narración histórica-, sin dejar a la vez de ser genérico.

Lo literario experimental buscado desde su inicio por Di Benedetto se articula desde estos rasgos con las utilizaciones y matizaciones de las convenciones de la narrativa histórica operadas por el escritor. Lo biográfico -frecuente en la anterior narrativa histórica- pasa a ser, en Zama, autobiográfico, pero desde aquí deviene asimismo ontobiográfico. Desde una inequívoca -si bien alusiva- localización territorial y temporal de los actores ficcionales, simultáneamente, a partir de los mismos y sobre todo desde el protagonista, se llega a lo simbólico que remitiría, sobre todo, a ciertos tipos psicoanalíticos y filosóficos (la recurrente figura del niño como espejo y sus posibles sentidos existenciales sería quizá la más evidente en relación a este aspecto). Y, desde luego, al ser una narración en primera persona, pero dialógica, percibimos lo histórico desde las modulaciones del habla, que es a la vez arcaica y contemporánea al momento de enunciación de la novela -la década del 50 argentina-, obteniendo por esto un efecto de extrañeza en su conformación. Así, si la novela histórica anterior trata de familiarizar inequívocamente al lector con aquel referente al que remite, esta novela lo familiariza de inmediato y a la vez lo extraña intensamente, por cómo se mira y cómo se cuenta en consonancia.

De esta manera, Di Benedetto utiliza las convenciones del género narrativa histórica -como mucho después lo hará en su nouvelle «Aballay»- y las subsume y transgrede desde su programa de escritura experimental, que provoca y apela al lector para que, en este sentido, exija algo nuevo en el pacto de releer narrado lo histórico. La narración, por esto, se abre en dos direcciones muy intensas y contrastantes, complementarias en su recepción. Por un lado, nos remite hacia un lejano pasado histórico, y por otro se abre igualmente hacia problemáticas contemporáneas de 1956 que la filosofía y la psicología habían puesto en la agenda de discusiones y reflexiones, en particular la condición de caída y crisis de lo humano en el horizonte cultural de posguerra, el problema esencial de la in/comunicación y los desafíos para romper con lo alienante que se resiste a las posibilidades de cambio impulsadas por la voluntad de los sujetos (figurado esto en ser Diego de Zama una «víctima de la espera», víctima de una kafkiana postergación indefinida).

Con Zama, la percepción de lo histórico desde los tropismos de la subjetividad alcanza un logro innovador que hasta ese momento no había aparecido en la narrativa argentina, y cuya novedad de perspectivas solo había sido anticipada en textos aislados como La casa (1954) de Manuel Mujica Láinez y ciertas narraciones borgianas. Pero asimismo manifiesta que lo principal es el carácter programático de lo experimental en Di Benedetto -en términos de su diálogo, desde la poética, con la filosofía sobre todo camusiana y atento a lo absurdo en lo real, y a los efectos de lo psicoanalítico en la vida contemporánea-, y desde allí, en esta novela, se exploran las posibilidades que un género literario tiene en su propia conformación de superar sus límites y convenciones formales y temáticas por un intenso trabajo de escritura. Quizá la última parte de la narración, centrada en la búsqueda de un Vicuña Porto que está en la misma expedición que lo persigue, condensa esta capacidad de detectar artísticamente lo absurdo, con múltiples sentidos, en un relato que con concisión y precisión reconstruye un mundo de verosímil historicidad, anclada igualmente en una verosímil territorialidad americana.

Para cerrar, retomamos nuestro título: «Cuestiones existencialistas desde las obras de Pla, Cortázar y Di Benedetto». Porque si algo precisamente sugieren repensar estas ficciones son sus diálogos transformadores, oblicuos, con corrientes filosóficas como las existencialistas y las posibles apropiaciones y nuevos usos de las mismas en los sistemas literarios y culturales argentinos donde se definen y construyen las poéticas de estos escritores. Esto hace que, más allá de que nociones propias de los sistemas filosóficos existencialistas sean enunciadas en dichos textos, lo que de modo central permite pensar en dicha interdiscursividad, sean sus mismas configuraciones ficcionales -determinados personajes y las acciones que los definen, sus rasgos de fábula y trama de códigos- y las apelaciones que pudieron generar en los lectores en su época de aparición, las que podrían seguir suscitando en nuestros lectores contemporáneos. Por esto elegimos cerrar con Zama, porque esta, a diferencia de los textos de Pla y Cortázar aludidos, tiene como materia narrativa el pasado lejano, una temática aparentemente distante de las cuestiones centrales de las corrientes existencialistas. Y no obstante el modo en que esta ficción está construida también apela a su lector en esta posible clave de interpretación filosófica.

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