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Diccionario biográfico de españoles célebres

José de la Canal

José Musso y Valiente (coaut.)





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Encarados por nuestro digno Director del examen de los artículos biográficos, presentados por D. José Gómez de la Cortina y D. Nicolás de Hugalde como muestra de su suficiencia para formar un Diccionario biográfico de españoles célebres, podremos añadir muy poco al juicio formado por la Academia á la lectura del prospecto y de los artículos Campomanes, Lucano y Recaredo, verificada en la junta de primeros de Setiembre de este año. La Academia descubrió desde luego lo vasto y dificultoso de la empresa; observó que esta clase de obras nunca pueden salir perfectas en los primeros ensayos; alabó el celo de los jóvenes que emprenden uno, cuya falta formaba un vacío notable en nuestra literatura. Esta falta no podía remediarse, como dicen   —181→   muy bien los autores en el prospecto, con ninguna traducción de esa infinidad de diccionarios históricos con que los extranjeros y principalmente los franceses, infestan á Europa entera, llenándola de esas preocupaciones, inexactitudes, equivocaciones y errores, cuando tratan de las cosas de España.

Era, pues, pensamiento digno de unos jóvenes, que han notado en los países extranjeros los errores esparcidos en ellos sobre nuestros hombres célebres, rectificar las noticias equivocadas y falsas y beber en fuentes puras la verdad de los hechos. Para esto prometen consultar los más antiguos documentos, leer y aun extractar y copiar párrafos enteros de nuestros mejores autores. Esta precaución manifiesta en ellos por una parte desconfianza de sus propias luces y por otra conocimiento de los peligros á que se exponen los que en ciertos tiempos se atreven á decir la verdad. La Academia notaría que los rasgos más vigorosos del artículo perteneciente al Sr. Campomanes están tomados de los elogios, que de este sabio hicieron dos beneméritos individuos de este seno, precaución que proporciona la gran ventaja de conservar las doctrinas, que con tanta gloria defendieron victoriosamente nuestros mayores y que en el día se intentan obscurecer y aun proscribir para volver á los siglos de ignorancia y de tinieblas. Si los autores observan esta misma conducta con los escritores célebres españoles que florecieron en siglos que nos han precedido, nuestra literatura les deberá á lo menos la conservación de las luces derramadas sobre sus ramos, proponiéndose, como se proponen en efecto tantos de los hombres célebres de la nación desde el tiempo de los romanos hasta el año de 1819. Aunque parece extraño que intenten llegar hasta esta época, dan una razón convincente para ello. No debían omitir los hechos de la época más brillante y gloriosa de España, esto es, los grandes acaecimientos de la guerra contra Bonaparte, muy superiores á todos cuantos nos presenta la historia antigua.

Aunque desechan á los franceses en lo perteneciente á los demás ramos, por lo que hace á los santos ofrecen seguir sus huellas; porque es constante que han escrito con más crítica que nuestros españoles en lo general. Aunque Fleury, Baillet y Ruinart sean franceses, para los lectores desapasionados serán preferibles   —182→   á Tomás Tamayo, Salazar de Vargas, Domenech, Solórzano y otros que se dejaron seducir por los falsos cronicones, cuyos crasos errores puso en claro en su admirable obra de Censura de historias fabulosas el nunca bien ponderado D. Nicolás Antonio. Es de esperar que aun en esta materia hagan distinción entre tiempos y tiempos y entre escritores y escritores. Esto en cuanto al prefacio.

Por lo que toca á los artículos de muestra, la Academia oyó la lectura de los dos, correspondientes á Lucano y Recaredo, después de escuchar atentamente el preferido por ser de un sujeto tan benemérito de la patria como de la Academia, á saber: el del Sr. Campomanes. Creemos que los juzgó todos favorablemente, y nosotros después de un examen detenido no hemos hallado cosa que pueda oponerse á este juicio. Se hallan en ellos los rasgos más notables de los sujetos con la exactitud y concisión que exigen los artículos biográficos, esto es, los destinados á presentar los principales hechos del sujeto, ó sujetos de que se trata. Si es escritor, como Lucano, ponen una juiciosa crítica de sus obras y dan noticia de las ediciones hechas señalando la que debe ser preferida. El artículo Recaredo está conforme á nuestros buenos historiadores; y únicamente notamos el nombre de Arzobispo dado á San Leandro en el siglo VI, cuando no estaba en uso tal dictado entre los godos, sino el de metropolitano, aunque también se le da Mariana.

Entre ambos artículos antiguos está el de Trajano; y al de Recaredo sigue el de Garcilaso de la Vega. Este está perfectamente desempeñado; y él solo basta para dar una idea grandiosa de Garcilaso como militar y como poeta, al mismo tiempo que prueba la habilidad de los autores biográficos en escoger los más interesantes rasgos, y que saben distinguir las obras buenas de las medianas en los que escribieron poesías. Lo mismo sucede con los políticos y filósofos como son D. Diego Saavedra y Fajardo, Doña Oliva Barrera y Fr. Manuel de los Santos, nombre propio del famoso Duende de Madrid. Todos nos parece estar bien desempeñados para un Diccionario biográfico.

Igual juicio hemos formado de los restantes que son el de don Nicolás Fernández de Moratín, el citado ya de Campomanes, el   —183→   de José Delgado vulgarmente Pepe-Hillo, el de D. Francisco Gregorio de Salas, y últimamente el de D. Mariano Alvarez de Castro. Todos estos, como contemporáneos nuestros, exigían mayor esmero, atención y cuidado, para no engañarse ó equivocarse en los hechos, fechas y juicios críticos de sus obras; y los autores lo han logrado, á nuestro parecer, bebiendo sus noticias en las fuentes más puras y recogiendo los hechos verídicos esparcidos en varias obras y papeles volantes, ademas de tomar informes de las personas que estuvieron en comunicación y tuvieron relaciones con los sujetos de los respectivos artículos. Esto sea dicho en cuanto al fondo de los artículos presentados á la Academia, y es de esperar que los demás correspondan á ellos.

Pasando ahora al estilo, le hallamos fluido, castizo, castellano, claro, expresivo y proporcionado á los asuntos de que se trata. La Academia lo habrá notado así en los artículos leídos, y puede asegurarse más leyendo cada individuo por sí, ó mandando leer en junta los demás. Si á lo dicho se añade que hemos experimentado en los autores de los citados artículos celo en favor de nuestra literatura é historia, que han visto desconocidas en los países extranjeros donde han vivido, erudición más que común, modestia particular y deseo de acertar en todo, ó errar lo menos posible, inferirá la Academia que merecen aprecio, aprobación y aun protección en la empresa de una obra tan vasta y tan difícil, que sin prometerse lo dicho parece temeridad intentar llevarla á cabo dos literatos solos. Si alguno notase nuestro juicio de condescendiente; le suplicamos que reflexione el tiempo y circunstancias en que vivimos y hallará que la severidad con las obras y autores, que hacen demasiado en tomar la pluma, podría arredrar a los que errando menos impedirán por su parte el que olvidemos las glorias adquiridas en todos los ramos por nuestros mayores, olvido que nos sumergirá en la obscuridad de los siglos medios.

Así pensamos, sujetando nuestro parecer al superior de este sabio Cuerpo.





Madrid, 15 de Septiembre de 1826.



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