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El exilio en la conformación del clero argentino. El caso vasco (1840-1940)


Óscar Álvarez Gila1





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ArribaAbajo1. La Iglesia argentina: mosaico de diversas procedencias


1.1. La formación del clero argentino

La Argentina que nace del proceso independentista conserva en sus aspectos fundamentales las características que tuvo en los últimos años del periodo colonial: un espacio abierto, poblado por escasos indígenas y salpicado de pequeñas ciudades españolas. La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 venía a reafirmar la creciente importancia política y económica que desde mediados de siglo estaba adquiriendo la región. Pero pese a ello, a los gobernantes de la República Argentina el territorio heredado se les presentaba como un inmenso desierto inculto e improductivo. De ahí surge la adopción de la política poblacionista del siglo XIX, que intentaba activar la economía a través de la importación de mano de obra, y que tuvo como fruto una inmigración masiva que cambió la base demográfica del país.

A la Iglesia católica argentina, este proceso inmigratorio también le supuso diversos cambios. En primer lugar, al aumento de población hizo crecer de forma paralela las necesidades de atención religiosa; sobre todo debido a que los principales contingentes (italianos y españoles) procedían de países latinos y católicos. En segundo lugar, y aunque no desaparece radicalmente el componente católico como fundamental de la Argentina, la llegada de inmigrantes de otras nacionalidades y religiones, aunque nunca en gran número, origina la formación de importantes y activas minorías que suponían para la Iglesia un reto, en cuanto a tener que adecuar su acción a una nueva sociedad, radicalmente distinta a la homogeneidad católica de la época colonial.

Pero, y este es el caso que nos ocupa, también la misma composición del clero se vio influenciada por el fenómeno inmigratorio. No sólo encontramos a extranjeros entre las recién implantadas congregaciones regulares, en un proceso similar a otros países de Hispanoamérica; el propio clero secular va a recibir entre sus filas sacerdotes venidos con la corriente inmigratoria, especialmente en Buenos Aires2 y el Litoral (emigración   —2→   religiosa). Por otra parte, la impronta extranjera también se deja ver incluso entre el propio clero nacido en Argentina, de familias de inmigrantes, que viven en un mundo cultural todavía a caballo entre su origen europeo y su nuevo país de adopción (vocaciones semi-nativas).

Con este trabajo pretendemos, fundamentalmente, resaltar la necesidad de tener en cuenta, en la historia eclesiástica argentina de época contemporánea, esta realidad multinacional de su clero, que a fin de cuentas es el actor que sustenta la imagen y actuación pública de la misma Iglesia.

Sacerdotes y religiosos inmigrantes tienen un pie en cada orilla del Atlántico; si queremos observar cómo caminan, debemos fijarnos en ambos. Un estudio que se limite a analizar causas puramente argentinas, sin tomar en consideración la caracterización de estos eclesiásticos, y en especial el bagaje religioso, socio-cultural e incluso político que traen desde Europa, sería incompleto. Porque, para muchos de ellos, la actividad que desarrollen en Argentina, en todos los niveles, estará determinada por la «tradición» que ellos mismos importan: será una continuación más que un empezar de nuevo; aunque, eso sí, tradición que se verá transformada por la realidad del país en un proceso de influencia mutua.

Esta misma influencia del clero extranjero, incluso, aun sólo por su número3, se ha tenido que dejar sentir en la propia actuación de la Iglesia argentina en cuanto institución. Puede rastrearse en toda la gama vertical de la vida pública de la Iglesia, desde las formas de plantear sus relaciones con el Estado4, hasta en las mismas devociones (por ejemplo, el transplante de advocaciones marianas nacionales, como la italiana Nuestra Señora de Pompeya, que se añaden a las argentinas: Luján, del Valle, de Itatí).




1.2. Un factor especial: el exilio

Una de las diversas causas de la llegada a Argentina de inmigrantes en general y de clero en particular, y muy interesante en cuanto a que los que la sufren se hallan especialmente motivados y con una carga alta de movilización ideológica, es el exilio, en general por problemas de índole política (guerras, cambios de régimen, o periodos de anticlericalismo en el caso del clero).

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Los ejemplos se han repetido a lo largo de la historia independiente de Argentina; por citar uno de los más recientes, en el que el factor religioso también tuvo su parte, podemos mencionar el de los sacerdotes y religiosos de Europa del Este (franciscanos polacos5 y croatas6, religiosos ucranianos rutenos7), que llegaron junto con la corriente exiliada por la implantación de los regímenes comunistas.

Uno de estos casos es el del País Vasco, que en su parte española va a conocer en el periodo 1830-1940 tres guerras civiles con sus correspondientes exilios (mayores o menores en número, pero existentes), en los que también va a verse afectada la Iglesia como institución y diversos elementos del clero: las Guerras Carlistas (1833-1839 y 1872-1876) y la Guerra Civil (1936-1937 en el País Vasco).






ArribaAbajo2. Las guerras civiles en el País Vasco y los eclesiásticos


2.1. Emigración vasca y asistencia espiritual al emigrante

Es conocido el hecho de que el País Vasco ha sido, sobre todo a lo largo del siglo XIX, uno de los principales focos emisores de la inmigración en la región del Río de la Plata. También, si analizamos el fenómeno desde el lado inverso, comprobamos cómo el destino principal de la emigración vasca ultramarina era, en aquellos años, Argentina y Uruguay, por encima incluso de la corriente que se dirigía a las todavía colonias españolas de Cuba o Filipinas, favorecida por el Estado8.

Esta inmigración, además, por sus características culturales (una lengua propia, el euskera, un atisbo de nacionalidad que alcanza su definición política teórica a finales del siglo XIX con Sabino Arana9) va a constituir un elemento diferenciado para sus contemporáneos, que ha merecido un estudio singularizado10. Y, desde época muy temprana, va a contar con una corriente paralela, aunque bastante escasa en número en sus primeros momentos, de sacerdotes y religiosos dedicados a su cuidado espiritual, cuidado que se creía mermado si no disponían los inmigrantes de un clero de su misma lengua e idiosincrasia. La   —4→   llegada de los primeros religiosos del Sagrado Corazón de Jesús de Bétharram (bayoneses), que fundan en 1852 el «Colegio San José» en la capital, marca su inicio.




2.2. Exilio vasco e Iglesia

Pero la identificación entre clero y emigrante vasco no sólo se quedó en la labor asistencial del uno para con el otro.

En las tres guerras que hemos citado, todas ellas de alto contenido ideológico, los religiosos y en conjunto la misma Iglesia (entendida como jerarquía rectora), se involucran de una manera beligerante. Además, en algunos casos, y especialmente en la última de las guerras, puede encontrarse a eclesiásticos en apoyo tanto de un bando como de otro. No planteamos aquí la cuestión de la legitimidad u oportunidad de que «los curas hagan política»11; lo que interesa es observar cómo marcha, en los exilios que siguen a estas guerras, junto con aquellos beligerantes más destacados que prefieren ir al extranjero antes que sufrir una represión que podía ser muy dura, un núcleo de eclesiásticos que también han tomado partido por el bando perdedor.

Argentina era una de las opciones que se abrían ante los exiliados. Su carácter de tierra de acogida por su tradición inmigratoria, hacía de este país un lugar óptimo para un exilio que se esperaba largo, una vez perdida la esperanza en una rápida vuelta12; y ofrecía a la vez grandes posibilidades de ascenso socio-económico. En esto último no era ajeno otro factor atrayente añadido, como es la presencia de una colonia vasca preexistente, cuyos lazos con los recién llegados alcanzaban, en muchas ocasiones, el ámbito familiar13.

La consecuencia de este proceso, tres veces repetido, es la radicación en América, y en el caso que nos ocupa, en Argentina, de un grupo de religiosos emigrantes, muy compactos ideológicamente, vinculados fuertemente al País Vasco y a sus compañeros de exilio, y con una experiencia de beligerancia en favor de ciertos principios de actuación básicos que podían ser trasplantables a suelo argentino14.





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ArribaAbajo3. El exilio decimonónico: las Guerras Carlistas

El primero de los grupos exiliados, producido por las dos guerras civiles del siglo XIX, es uno muy singular: los carlistas.

Este nombre les viene dado porque, aparentemente, las guerras eran producto de una disputa dinástica, entre los partidarios del hermano de Fernando VII, Carlos (carlistas) y de la hija de aquél, Isabel (cristinos, por la regente María Cristina). Por detrás, se dirimía la disputa entre el Antiguo Régimen («Dios, Patria y Rey» era la divisa carlista) y las reformas liberales (propugnadas por los cristinos). En el País Vasco, además, se añadía el factor de la pervivencia de sus Fueros, que veían peligrar su existencia por el uniformismo que planteaban los liberales.

La identificación entre carlismo y clero ha sido un lugar común, tanto en las fuentes contemporáneas a los conflictos, como en los estudios posteriores.

De hecho, ante el fantasma liberal (de cuyas ideas respecto a qué hacer con la Iglesia, tenía ésta sobrado conocimiento tras el Trienio Liberal, 1820-182315) no sólo la jerarquía católica española se puso en brazos de los dos pretendientes, Carlos V y Carlos VII. Como señala Almunia Fernández, en su conjunto «el clero español, por razones intrínsecas y extrínsecas (Roma), lo cierto es que tanto por número como por su cualificación, prestó un apoyo decidido al pretendiente carlista. De esta forma, el clero en bloque, y dado el proceso de simplificación que siempre hace la opinión pública, se identifica con el reaccionarismo carlista»16.

Esta identificación llegaba a su máximo en el caso de los sacerdotes vascos, ya que el País Vasco en su conjunto (excepción hecha de las capitales y algunas ciudades) era considerado uno de los mayores apoyos populares del carlismo en España. Como señalaba Fidel de Sagarminaga, liberal bilbaíno:

LOS CURAS Y LAS MUGERES: he aquí, pues, la personificación del carlismo vascongado. Sin la predicación político-religiosa de los unos [...] ni los generales carlistas llegaron á acaudillar soldados, ni los flamantes corregidores á vestir la toga, ni los ambiciosos de profesión a encumbrar personas17.



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3.1. La Primera Guerra Carlista (1833-1839)

Tras el Abrazo de Vergara (1839) que puso fin a la primera contienda, dos factores se unieron en el exilio religioso que se produciría entonces, que lo convirtieron en poco numeroso cuantitativamente (en comparación con los siguientes) y desvinculado geográficamente de la región del Río de la Plata.

Por una parte, esta primera guerra no finalizó con una derrota definitiva, sino más con un armisticio impuesto por el cansancio mutuo, que dejaba las espadas en alto. El carlismo, como demostró, todavía tenía mucho que decir; Iglesia y eclesiásticos le servirían, en los años posteriores, de voz pública18. El exilio del clero secular, aunque existió, siempre estuvo más suavizado, y no pasó de unos cortos periodos en Francia.

Por otra parte, hay que contar con la simultánea exclaustración, dictada por el gobierno liberal en plena guerra, y aplicada en la totalidad del País Vasco sólo a su final. Esto explicaría la preponderancia del elemento regular en el clero exiliado a América, que ha de elegir entre la secularización (la opción más tomada) o continuar en su estado religioso fuera de España. Y éstos, cuando cruzan el océano, lo hacen preferentemente a las zonas de misión de Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela o Centroamérica; en un transvase en el que no es ajena la revitalización de las misiones apoyada por unos gobiernos que ya están comenzando a establecer sus relaciones con la Santa Sede.

De esta manera, relativamente pocos religiosos exiliados llegan a Argentina. No obstante, podemos citar algunos, como el sacerdote secular Domingo Ereño (cfr. infra), o, sobre todo, los primeros jesuitas que llegan al país desde la Independencia, entre ellos los vascos Juan Gandásegui19, Miguel Ignacio Landa20 y José Francisco Ugarte21. Todos ellos habían conocido no sólo la expulsión, sino la misma violencia física, como en el ataque por la muchedumbre, en 1834 en Madrid, a la residencia de los jesuitas, saldada con la quema de la casa. Ya en Argentina, les tocará repetir la experiencia, cuando en 1850 los problemas crecientes entre Rosas y la Compañía desemboquen en una expulsión. Bolivia y después Chile les acogerán; ninguno de ellos volvería.



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3.2. La Segunda Guerra Carlista (1872-1876)

Del exilio producido a raíz de la segunda de las guerras carlistas vividas en el País Vasco22, que fue si cabe la que se vivió con más virulencia, en sus luchas y en consecuencias (es el momento de la pérdida definitiva del régimen foral, del que sólo quedarían algunas briznas), hay diversos indicios que apuntan a que en términos cuantitativos ya es realmente importante.

El clero regular

Datos tomados para toda Hispanoamérica, y circunscritos a la presencia de religiosos vascos de tres órdenes masculinas (franciscanos, capuchinos y jesuitas), reflejan un aumento desde los 56 que encontrábamos al principio de la década, a los 100 que se hallan en 1880. Para calibrar en su justa medida esta cifra, hay que tener en cuenta: primero, que no nos referimos a todas las órdenes; segundo, que el refugio americano no sólo no fue el único, sino ni siquiera el más usado entre los religiosos23; y tercero, que en aquellos momentos la reciente reimplantación de las órdenes religiosas en España, que acababa de comenzar por obra del concordato aprobado en 1851, no había permitido a éstas contar con un número excesivamente grande de efectivos.

El clero secular

Pero, además, recuérdese que no hemos ofrecido cifras del clero secular, que era el que más claramente había demostrado sus simpatías por el pretendiente, posiblemente porque no se veían obligados a mantener la misma prudencia que los regulares. «Muchos párrocos de Navarra, principalmente, han seguido la causa de D. Carlos [...]», escribía el político Cánovas del Castillo al nuncio en Madrid24. Su papel en el movimiento había sido, por lo general, el de cabecilla ideológico: algunos sacerdotes diocesanos se encontraron con brotes de oposición, al ser considerados culpables de la guerra25.

Son precisamente éstos los que más problemas encuentran en la nueva situación política, y los que optan por la marcha al extranjero. Si tenemos en cuenta que estos sacerdotes no contaban con una organización propia que los encauzase a países determinados, como ocurría con las órdenes religiosas, podemos suponer que en su marcha seguirían los mismos caminos que seguían en general los emigrantes del momento, tanto los económicos como los políticos: Uruguay y Argentina.

Ya en un anterior trabajo nuestro, refiriéndonos a los   —8→   sacerdotes seculares navarros, habíamos dejado constancia de las dificultades que existen para la simple cuantificación de los exiliados en torno a las Guerras Carlistas, y en especial a esta segunda. En los archivos españoles sólo podemos constatar cómo, en un determinado momento, la carpeta de un sacerdote se cierra porque ha sido excardinado, y pasa a pertenecer jurídicamente a otra diócesis; pero por lo general no se indica su nueva residencia. Planteábamos así la necesidad de recurrir a las fuentes americanas, para localizarlos uno por uno y realizar su seguimiento26.

No obstante, en el caso de Argentina, la desaparición de toda la documentación del Archivo Arquidiocesano de Buenos Aires por la quema de la curia, en 1955, ha convertido esta dificultad en un escollo casi insalvable. Hemos de tener en cuenta que Buenos Aires, por su carácter de puerto de entrada al país, así como por el creciente poblamiento de la ciudad y su provincia, era con toda probabilidad el primero (o quizá único) de los destinos de los recién llegados.

Cuadro n.º 1: Sacerdotes seculares, jesuitas y bayoneses vascos o de origen vasco, presentes en Argentina en relación con el exilio de la II.ª Guerra Carlista.

EXILIADOS HIJOS DE EXILIADOS
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CLERO DIOCESANO 4 4 6 1
BAYONESES 1 __ 1 __
JESUITAS 1 __ __ __
_________________________________________
6 4 7 1 TOTAL
18

FUENTE: Anexo n.º 1

Fuentes indirectas

Nos tenemos que contentar, por lo tanto, con el recurso a otro tipo de fuentes, siempre fragmentarias. Junto con unos pocos casos de declarado exilio político y bastantes otros en los que las coincidencias hacen sospechar de su existencia, en dichas fuentes encontramos todo un grupo de sacerdotes originarios de las provincias vascas de España, que aparecen trabajando en el arzobispado de Buenos Aires, entre 1880 y 190527, pero de los que en general sólo tenemos escuetas menciones.

De todas maneras, hemos podido censar hasta ahora a 18 sacerdotes, jesuitas y bayoneses vascos vinculados de una manera   —9→   u otra al exilio carlista, unos datos todavía incompletos (cuadro n.º 1). Como podemos observar, aun en su provisionalidad, suponen un importante número, dentro de lo que era en aquellos años la emigración religiosa vasca a Hispanoamérica.

Además, existen indicios que hacen pensar que, visto desde la realidad de la Iglesia argentina, estos exiliados inmigrantes debieron presentarse como un núcleo importante y característico. Quizá el más destacado de estos indicios provenga de la literatura; y precisamente la figura del cura vasco y carlista es uno de los tipos que aparece bien reflejado en la obra de los naturalistas argentinos contemporáneos de la generación del 80. Así ocurre con la breve pero aguda descripción de uno de estos párrocos de la campaña bonaerense, realizado por el porteño Eugenio Cambaceres28:

La campana, rajada, con voz de vieja llamaba a misa.

Adentro, el cura, un vizcaíno carlista cuadrado de cuerpo y de cabeza, hombre de pelo en pecho y de cuchillo en la liga, se disponía a oficiar pomposamente en el altar, objeto de la fiesta29.






3.3. Los «curas carlistas»: imagen y proyección

El hecho de que uno de los representantes de liberalismo más rabiosamente laicista del siglo XIX argentino30 se tomara la molestia de satirizar a este, en principio, pequeño grupo de sacerdotes extranjeros, nos da pie a suponer que eran suficientemente conocidos personalmente y como colectivo. Es evidente que habían llegado noticias sobre el desarrollo de la guerra en España, y más en Argentina, donde la existencia de una gran colonia española hizo que se siguiera con más atención que en otros lugares; por lo tanto, el apelativo «carlista» y su significado no eran desconocidos en el país.

Dos ideas, no necesariamente excluyentes, se derivarían entonces de esta sátira: o bien que los sacerdotes carlistas eran lo suficientemente importantes en número como para no pasar desapercibidos; o bien que su actuación pública, ya en la Argentina, fue lo suficientemente revelante como para que alguien decidiera retratarlos así.

De hecho, la descripción de Cambaceres nos muestra a un personaje que, indudablemente vasco («cuadrado de cuerpo», en una alusión a la fortaleza física que se les asignaba como característica peculiar), es un conservador en materia política («cuadrado   —10→   de cabeza») y religiosa (una fe «pomposa»31), y beligerante en extremo en su defensa («de cuchillo en la liga»). Quizá esta beligerancia antiliberal, indudable en España, y con toda seguridad trasplantada a Argentina, es la que explica esta muestra de inquina liberal.

Es decir, que como afirmábamos anteriormente, para comprender el antiliberalismo militante de estos curas vascos en Argentina, y en especial su carácter de beligerancia, necesitamos remontarnos a su ideología política y su actuación en este campo en las fechas anteriores a su llegada al país. No debemos olvidar que precisamente la causa de su exilio había sido la participación activa en una guerra antiliberal, lucha dialéctica para la mayoría, pero en la que no faltaron casos de sacerdotes que empuñaron las armas32.

Proyección

Paradójicamente, el ejemplo más destacado pertenece al exilio de la primera guerra, y se trata del ya mencionado Domingo Ereño. Su biografía, ampliamente conocida en la Argentina33, se resume en una constante actividad política, simultaneada con la puramente eclesial.

Sacerdote vizcaíno, ex capellán del propio pretendiente Carlos V, tras la derrota se afincó en el Uruguay en 1842. Allí, al igual que el batallón «Voluntarios de Oribe», formado por vascos carlistas, se alistó con este caudillo en su lucha contra Rivera y el sitio de Montevideo. Años más tarde, en 1853, pasa nuevamente exiliado a Entre Ríos. Allí se granjea la amistad del propio Justo José de Urquiza. Párroco en Concepción del Uruguay, en Villaguay y vicario foráneo de Entre Ríos hasta 1869 en que, «siendo amigo particular de López Jodán y sintiéndose identificado con sus principios, prefirió retirarse de (Concepción del) Uruguay antes que afiliarse a la oposición del gobernante». Falleció en Buenos Aires, el 27 de marzo de 1871, por la fiebre amarilla34.

En la segunda guerra, la falta de un personaje bandera exiliado en Argentina se compensa con la llegada de un mayor número de sacerdotes anónimos. Los encontramos, una vez instalados, como párrocos o curas repartidos por la campaña bonaerense y en las iglesias de la capital; a los religiosos, en los dos colegios privados más importantes de Buenos Aires35, como son el «San José» o «de los vascos» (a pesar de que, para estas fechas, los vascos ya no suponían la mayoría ni entre el profesorado ni entre el   —11→   alumnado), o el recién incendiado «del Salvador»36.

Como mencionamos al principio, esta distribución geográfica y de actuación permite que la influencia pueda rastrearse en muy diversos niveles.

Así, tenemos casos que rayan la anécdota, como el del hermano bayonés Basilio Ripa, antiguo militar carlista navarro que, en el exilio francés, toma el hábito y es destinado a Buenos Aires. Cuando, en 1895, sea obligatoria por ley la instrucción militar en los colegios secundarios, «mesié Ripa» será uno de los preparadores37. En el uniforme que adoptan estas milicias colegiales, curiosamente, se adoptó como tocado la boina, carlista38.

En el mismo campo de la educación, sería necesario analizar el papel que se ejerció desde estos y otros colegios en la conformación de los futuros dirigentes de la política católica. Sabido es que, en estos colegios, la educación se impartía no sólo en los contenidos, sino en un modo más integral, dirigido a más ámbitos de la persona que el intelectual. El mismo hermano Ripa fue, durante años, consejero espiritual de alumnos y, cuando abandonaban el colegio, de ex alumnos.

No contamos con un estudio específico sobre el particular, pero un indicio tan evidente como la lista de ex alumnos del colegio «San José» que ocupan posteriormente cargos políticos39, muchos de ellos en posiciones cercanas a las defendidas por la Iglesia, invita a tomar en cuenta esta posibilidad.

De la misma manera, habría que contar con estudios locales que revelaran la influencia de la ideología política de los sacerdotes repartidos por la campaña, desde su atalaya privilegiada, en el devenir de las poblaciones donde se instalaron. E igualmente, también habría que estudiar detenidamente a aquellos eclesiásticos argentinos hijos de emigrantes carlistas, que viven en este ambiente, para calibrar hasta qué punto dicho ambiente se deja ver en su actuación posterior.

Tenemos un ejemplo destacado, el de monseñor Dionisio R. Napal, hijo de ex combatiente carlista, nacido en Argentina, vinculado al centro vasco-argentino «Laurak Bat» de Buenos Aires, hombre de altísima cualificación intelectual y de actuación pública destacada en los Círculos Católicos de Obreros40.





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ArribaAbajo4. La Guerra Civil española de 1936-1939

Ya en el siglo XX, se produce la tercera de las guerras civiles contemporáneas en el País Vasco cuyo exilio presenta, a pesar de los evidentes paralelismos con las dos guerras anteriores41, una nota particular en su desarrollo: no existe uno, sino dos exilios (uno por cada bando) diferenciados temporalmente.

1. El primero de los exilios se produce desde la España republicana, donde se ha desatado una persecución a la Iglesia y los eclesiásticos, que son considerados una quinta columna de los insurrectos. Religiosas y religiosos vascos, destinados en Madrid, Valencia o Barcelona, fueron también objeto de dicha persecución, que se produjo con especial virulencia entre 1936 y 1938.

En Barcelona, donde se habían concentrado religiosos provenientes de Aragón, Valencia y Cataluña, la oficina de la propia delegación vasca en la ciudad, al amparo de Manuel de Irujo (entonces ministro en el gobierno republicano por el Partido Nacionalista Vasco) ofrecía a estos y otros religiosos su protección, y medios para ocultarlos y preparar su huida del país42.

En 1936, un grupo de carmelitas misioneras, entre las que se hallaban diversas vascas, logra mediante este medio ponerse a salvo en Roma; faltas de recursos, desde Argentina les proporcionarán dinero para el pasaje, y así incorporarse a las diversas casas de su congregación en Argentina y Uruguay. Llegaron al puerto de Buenos Aires a finales de ese mismo año43. Otra religiosa, navarra, que vivió aquellos momentos, relataba así las vicisitudes de su marcha, también desde Barcelona:

Mil personas, muchas religiosas de múltiples congregaciones nos dimos cita en el puerto. Pero otras eran las intenciones del enemigo. Allí nos encontramos con soldados armados que conocían nuestros nombres e identidad religiosa. No hay permiso para partir. Algunas hermanas desaparecieron. 24 horas de angustia. Sin comer ni beber, sin poder movernos para nada. Nuestro horizonte era sólo el caño de las armas.

Pero Dios una vez más, salió a nuestro encuentro. Un barco de guerra italiano enviado por el Papa Pío XI, venía en nuestra búsqueda. [...] Llegada a Roma. [...] Como no llegaba de la Argentina el dinero para el viaje -éramos pobres de verdad- aprovechamos el tiempo para visitar y conocer diversos lugares [...] Bendecidas varias veces por el Papa, al fin partimos hacia la tierra argentina... Llegamos en octubre de 1936. Éramos 10 hermanas44.



Todas ellas pudieron asistir a la recepción que ofreció el Papa, el lunes 14 de septiembre de 1936, a unos 500 religiosos   —13→   españoles prófugos45. Otros no tienen tanta suerte46.

Este exilio, por sus características, era esencialmente provisional ya que, una vez derrotada la República, o incluso en pleno proceso bélico, nada les impedía pasar a la zona franquista.

Sin embargo, el proceso de retorno se dio principalmente entre los sacerdotes, de los que se experimentó unos años de escasez en la España de la postguerra. Conocemos casos de curas vascos, simpatizantes del nuevo régimen y residentes desde hacía tiempo en Argentina, que optan por volver a España ante esta situación; un ejemplo de ellos es el vizcaíno Zacarías Vizcarra Arana, que tras haber permanecido desde 1912 en Buenos Aires, pasa en 1938 a España a dirigir las Obras Misionales Pontificias nacionales, recibiendo el título de Prelado Doméstico de Su Santidad. Las religiosas, en cambio, por lo general ya no abandonaron sus destinos en América hasta muchos años después, cuando las reformas conciliares introdujeron la práctica de los viajes de vacaciones de los religiosos a su tierra.

2. El segundo exilio se produce desde el mismo País Vasco, con la entrada en el último territorio vasco leal a la República de las tropas de Franco. Entre 1937 y 1940 se vive un paso intermedio, un exilio provisional en Francia que se encargarán de deshacer la definitiva victoria «nacional» y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Es un exilio con un mayor contenido ideológico que el anterior, puesto que mientras en aquél la causa que lo provocaba era un simple anticlericalismo, en este segundo es más claramente política: la depuración del clero «nacionalista»47, «la gran vergüenza» que, como decían los vencedores, «se acabó para siempre»48.

Las claves ideológicas de este exilio religioso, que acabará destinado a Argentina, Chile y Venezuela, eran radicalmente diferentes a las de sus precedentes decimonónicos. Frente al absolutismo y tradición española del carlismo vasco, los nuevos exiliados hablaban de la democracia, la lucha por la libertad y la existencia de Euskadi como nación. Eran sacerdotes diocesanos, capuchinos y lateranenses principalmente, aunque también llegaron algunos sacramentinos, trinitarios o jesuitas (cfr. anexo n.º 2). Curiosamente, no hemos encontrado casos explícitos de religiosas entre este grupo.

Nuevamente, las claves ideológicas que motivan su exilio determinarán la acción que desarrollen estos sacerdotes. Cara a su nuevo país de adopción, la defensa de valores democráticos se convertirá en una de sus principales líneas de argumentación y   —14→   actuación. Iñaki de Azpiazu49, antifranquista, sacerdote encarcelado en España de donde finalmente logró huir, es el creador y principal mentor durante sus años argentinos de la obra católica de apostolado de las cárceles.

Y cara al país del que han debido exiliarse, nunca abandonarán una labor activa vasquista, política y culturalmente. Buena parte del renacimiento literario de la lengua (y en general, de toda la cultura) vasca de la postguerra, cuyos primeros pasos se dieron desde América, es dirigida por estos religiosos exiliados. En Argentina, el recién creado Instituto Americano de Estudios Vascos elige como primer presidente al obispo de Viedma, monseñor Nicolás Esandi (argentino hijo de navarros y vasco-parlante) y como director de su Boletín al capuchino Bonifacio de Atáun.

En 1957 y 1958, Benito Larrakoetxea, lateranense destinado en Argentina, publica en Bayona dos traducciones de Hamlet y una obra original en euskera. Desde Roma otro vasco, abad general de la orden, le dedica por este motivo en el boletín interno, entre latines, unas palabras de aliento en su lengua. Un exiliado, en su último escrito público50, alentaba a su socio in exsilio a continuar una labor, que sólo entonces comenzaba a ser ligeramente tolerada en la España a la que no podían entrar:

Nere atzerri-lagun Larrakoetxea anai maiteari biotzez txalo jo ondoren, aurrerantz gogoz jarraitzeko kemena artu dezala opa diot. Zorionak! U'tar P. / Domino Larrakoetxea confratri carissimo, olim Nobiscum in exsilio socio, dum ex corde gratulamur, ut in via litterarum valenter prosequatur optamus. Vale51.







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ArribaAnexos


Anexo 1. Algunos casos de sacerdotes y religiosos vascos cuya presencia en Argentina se relaciona con la última guerra carlista (1872-1876)

1.1. Sacerdotes diocesanos

ABASOLO ARMENDÁRIZ, José (Posible exiliado)

Vasco-español. En su expediente del Archivo Arzobispal de La Plata aparece una solicitud de incardinación en la diócesis, procedente de Buenos Aires. Desconocemos, por el momento, el tiempo de permanencia de este sacerdote en Argentina, aunque por su edad, podría haber llegado en el decenio posterior al final de la guerra.

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1003



ASPIROZ, Francisco María (Posible exiliado)

La primera mención que se tiene de él en la Argentina es que «fue capellán de San Cayetano y de San Ireneo, y cura vicario de Monte desde setiembre de 1878». Aunque no es descartable su presencia en el país antes de esa fecha, bien pudiera ser un sacerdote llegado del País Vasco en edad avanzada. De hecho, a su fallecimiento, en 1889, contaba 76 años de edad.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 236.



AZURMENDI, Saturnino (Posible exiliado)

Es una lástima que no dispongamos de la fecha de su llegada al país, aunque es interesante el hecho de que viniera a Buenos Aires a concluir sus estudios en el seminario de Regina, siendo ordenado en la capital. En 1877 estaba de cura vicario de Exaltación de la Cruz, y más tarde de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires. Falleció en 1892 en Bellavista.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 237.



BORAO, Pedro (Exiliado)

Emigrado de España durante la guerra carlista, se radicó en Francia algún tiempo, para finalmente cruzar el Atlántico e incardinarse en la arquidiócesis de Buenos Aires, donde ocupó varias capellanías. Murió en 1891.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 240.



ECHEVERRÍA ESPINAL, Antonio (Exiliado)

En la declaración que presenta al pedir su incardinación en la diócesis de La Plata (año 1909), declara ser «español de nacimiento y ciudadano oriental». Por sus apellidos es de origen navarro.

En 1872 había sido admitido en la diócesis de Segovia, alejado   —16→   del foco insurreccional carlista del norte de España. Coincidiendo con el final de la guerra, opta por pedir permiso a su obispo para marchar a «las provincias del Plata», radicándose en Montevideo desde 1876 hasta 1909. «Falleció santamente el 19 de enero de 1918».

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1044.



IZAGUIRRE, Juan Antonio y Cristino (Hijos de exiliados)

Antes de 1870, estaba ya en la arquidiócesis bonaerense un sacerdote guipuzcoano llamado Eustaquio Izaguirre. No vino, pues, a causa de la guerra; había llegado al país siendo seminarista, y en Argentina acabó sus estudios y se desempeñó de sacristán de la Catedral hasta 1900.

Sin embargo, puede considerarse factor de atracción para la llegada de dos sobrinos suyos, que acabarían ordenándose en Buenos Aires. Uno es Cristino Izaguirre, natural de Urnieta (Guipúzcoa) en 1870, que para 1881 ya estaba radicado en la República. Inició sus estudios en el seminario Regina.

De su hermano, Juan Antonio, tenemos menos datos. Según señala Avellá, en 1904 se hallaba destinado de sacerdote en la arquidiócesis bonaerense.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 118-119.



LIZARRALDE, León M. (Posible hijo de exiliados)

Nacido en Buenos Aires en 1881 de padres vasco-españoles, pudiera ser un caso de hijo de exiliados, recién inmigrados tras el final de la guerra. Ordenado sacerdote en 1904, siempre actuó en parroquias de la capital federal, hasta su muerte en 1942.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 138.



MUÑAGORRI (GOÑI), Pedro (Hijo de exiliados)

Sus padres eran de nacionalidad española, con toda probabilidad navarros, pero él nació en San Francisco de Asís (provincia de Buenos Aires) en 1884. En La Plata se conserva el expediente de su ordenación.

Pasó posteriormente a la arquidiócesis de Buenos Aires, actuando en ésta y en la diócesis de Corrientes. En Buenos Aires fue subsecretario de la Curia Eclesiástica, capellán de la Sociedad San Pedro; en Corrientes, vicario general de la diócesis. Falleció en 1938.

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1086.

AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, p. 156.



MUNÁRRIZ (GOÑI), José Cruz (Hijo de exiliados)

Hermano del anterior, nació también en San Francisco de Asís en 1887. Ordenado en La Plata, perteneció muchos años a esta diócesis y a la arquidiócesis bonaerense. En 1950 pasó a la vicaría general del Ejército.

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1086.



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MUÑAGORRI LASQUÍBAR, José Antonio (Exiliado)

Natural de Villabona (provincia de Guipúzcoa). Ordenado en 1866 por el obispo de Vitoria, es coadjutor de los pueblos guipuzcoanos de Lizartza e Itsasondo entre 1866 y 1874. El 24 de marzo de 1876 pide permiso al obispo de su diócesis, para marchar a Argentina donde ya residían unos parientes suyos, permiso que le es concedido.

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1086.



MUÑAGORRI (IMAZ), Alicio José (Hijo de exiliados)

Sobrino de José Antonio Muñagorri Lasquíbar. Nació, de padres guipuzcoanos, en Arrecifes (provincia de Buenos Aires) en 1884. Fue ordenado por el obispo de La Plata en 1880.

Fuente: Archivo Arzobispal de La Plata, personal, legajo 1086.



NAPAL (SAN MIGUEL), Dionisio R. (Hijo de exiliados)

Nacido en 1887 en la localidad bonaerense de San Isidro. Como explícitamente señala el anónimo autor de su biografía (Napal. El escritor. El orador. El apóstol, Buenos Aires, sin fecha), su padre, navarro, fue un antiguo soldado carlista, huido a la Argentina tras la derrota.

Criado en un hogar profundamente cristiano, su caso es uno de los más prototípicos del proceso de transmisión de la religiosidad y de los valores culturales traídos desde la patria de sus padres, a través del entorno familiar.

Acostumbrado desde niño a un catolicismo «militante y cordial», tras sus estudios y ordenación sacerdotal en Roma, volvió a la Argentina, dejando buenas muestras de su alta categoría intelectual en su trabajo dentro de los Círculos de Obreros Católicos. En cuanto a sus orígenes, nunca perdió la vinculación con la asociación vasca de Buenos Aires, «Laurak-Bat», llegando a colaborar varias veces en su revista, La Baskonia.

Fuente: NAPAL, Dionisio R., Visiones y recuerdos del camino, Buenos Aires, Stella Maris, sin fecha.

Napal. El escritor. El orador. El apóstol, Buenos Aires, sin fecha.

AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, pp. 157-160.

MORÓN, Ernesto, Lo que vimos en casa de Monseñor Napal, Buenos Aires, 1940.



ORMAECHEA, Pedro María (Posible exiliado)

Vasco-español. La primera mención que se tiene de él en tierras argentinas es la de su nombramiento en 1874 como teniente cura de Ensenada.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo II, Buenos Aires, 1985, pp. 118-119.



PEREA SUSAETA, Julián (Exiliado)

Alavés de Treviño. Lo que sí parece claro es su vinculación activa al partido carlista. Tras un corto paso por Montevideo, se le encuentra en la arquidiócesis de Buenos Aires desde 1876, especialmente en el sur de la provincia y en el territorio de La   —18→   Pampa; muriendo en Argentina en 1893.

Fuente: AVELLÁ CHÁFER, Francisco, Diccionario Biográfico del clero secular de Buenos Aires, tomo I, Buenos Aires, 1983.

1.2. Jesuitas

MOZO, Luis (Exiliado)

Nacido el 2 de marzo de 1876 en Tolosa, provincia de Guipúzcoa. Marchó de niño a la Argentina, donde entró en la Compañía de Jesús. En 1899 se le encuentra de hermano coadjutor en Buenos Aires, donde falleció, muy joven, el 6 de diciembre de ese mismo año.

Fuente: MENDIZÁBAL, Rufo, Catalogus defunctorum in renata Societate Iesu ab anno 1814 ad anno 1970, Roma, Curia General Jesuita, 1972.

1.3. Bayoneses

MONTSERRAT, José María (Hijo de exiliado)

Nació el año 1879 en Ciboure, localidad costera del País Vasco francés, hijo de un militar carlista exiliado tras la derrota. Realizó todos sus estudios en Europa, pasando al colegio «San José» de Buenos Aires hacia 1900. Después, fue capellán en la iglesia de San Juan, de la misma capital, y pasó a Montevideo, donde falleció con 77 años. Es descrito como «hombre de talla imponente, de aspecto altivo y reservado [...]», de personalidad «casi legendaria».

Fuente: Archivo Episcopal de Bayonne (Francia), ordenaciones.

SARTHOU, B., Historia Centenaria del Colegio San José de Buenos Aires, Buenos Aires, Padres Bayoneses, 1960, p. 371.



RIPA, Basilio (Exiliado)

Militar navarro (nacido en 1853), que obtuvo diversos ascensos en la guerra, optó por emigrar con su familia a Buenos Aires al acabar aquélla. Fue empleado del Ferrocarril del Sur, hasta que, en Montevideo, escuchar un sermón en lengua vasca le llevó a ingresar en la congregación como hermano coadjutor. Residió casi toda su vida en el colegio «San José» de Buenos Aires, hasta su fallecimiento en 1936.

Fuente: SARTHOU, B., Historia Centenaria del Colegio San José de Buenos Aires, Buenos Aires, 1960, pp. 398-399.



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Anexo 2. Sacerdotes diocesanos y religiosos capuchinos y jesuitas vascos exiliados tras la Guerra Civil española (1936-1939) y llegados a Argentina

2.1. Capuchinos
Llegados desde el País Vasco en 1936
Emiliano Erausquin Azpiazu (en religión, Emiliano María de Andoain) Navarro
Santos Fernández de Landa Jaúregui (Rufino de Mendíjur) Navarro
Cástor Inza Arbeo (Jorge de Riezu) Navarro
Julián Larráinzar Ezcurra (Jacinto de Azpeitia52) Guipuzcoano
Isidoro Demetrio Larraya Salinas (Elías de Labiano) Navarro
Dámaso Maisterrena Elizalde (Dámaso María de Elizondo) Navarro
Tomás Maritorena Aramendía (Tomás María de Larráinzar) Navarro
Miguel Munárriz Macazaga (Pascual de Pamplona) Navarro
José Rodríguez Prados (Leandro de Sesma) Navarro
Jesús Santamaría Vizcar (Basilio de Iturgoyen) Navarro
1937
Teófilo Gurbindo Villanueva (Serapio de Iragui) Navarro
Juan Oar Oar-Arteta (Evangelista de Murueta) Vizcaíno
Miguel Ignacio Otaegui Aróztegui (Vicente de Vidania) Guipuzcoano
Martín Zabala Uriona (Martín María de Mendata) Vizcaíno
1938
Gregorio Andueza Zanguitu (Juan de Zumárraga) Guipuzcoano
Manuel María Apalategui Zurutuza (Bonifacio de Atáun) Guipuzcoano
Víctor Aramburu Sarasola (Gil de Usúrbil) Guipuzcoano
Atanasio Azpilicueta Huarte (Elceario de Lezáun) Navarro
Juan Ochoa Barberena (Fermín de Pamplona) Navarro
1939
José Ciriza Lander (Gerardo de Eugui) Navarro
Pedro Jaúregui Ondarra (Bienvenido de Arbizu) Navarro
1940
Aniceto Olano Galarraga (Miguel de Alzo) Guipuzcoano
2.2. Jesuitas
José Antonio Laburu Gojenola53 (1942) Vizcaíno
2.3. Clero diocesano
1937
Eusebio Sánchez Pérez de Gamarra54 Alavés
1938
Laureano Acha Aldama55 Vizcaíno
Marcos Acha Aldama Vizcaíno
Tiburcio de Ispizua Menika56 Vizcaíno
1939
Ruperto Arronátegui Urresti Vizcaíno
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Enrique Arteta Orbe57 Vizcaíno
1940
Gervasio Achúcarro Zubillaga Guipuzcoano
Iñaki de Azpiazu Olaizola Guipuzcoano
Marino Ayerra Redín58 Navarro
Eduardo Escarzaga Solaun59 Vizcaíno
Domingo Jacacortejarena Garmendia60 Vizcaíno
Félix Marquiegui Olazábal61 Guipuzcoano
Tomás Yoldi Mina62 Navarro
1941
Emilio Aguirrezábal Aguirresarobe63 Guipuzcoano
Miguel Cañizal del Arco64 Vizcaíno




 
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