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Capítulo XL

El emperador conquista a Túnez. -Suceso de la jornada de Argel. -Creciente repentina del río Eresma. -Don Antonio Ramírez de Haro, obispo de Segovia. -Segovia puebla a Sevilla la Nueva. -Primera convocación del Concilio de Trento. -Don Gaspar de Zúñiga, obispo de Segovia. -Muerte de la reina doña Juana.

     I. Barbarroja, celebrado corsario, con gruesa armada del Gran Turco, cuyo general le habían hecho su valor y fortuna, robando las costas de Italia, y molestando el mar Mediterráneo, ocupó el reino y ciudad de Túnez, quitándole a Muley-Hazén. El cual, desposeído, pidió favor al emperador Carlos quinto, que movido de los ruegos y de su inclinación, previniendo prudente, cuánto importaba desarmar aquel tirano, enemigo cruel del nombre cristiano; más atento a este provecho que a su autoridad imperial, pasó en persona a África contra un corsario por junio del año mil y quinientos y treinta y cinco. Ganó la Goleta: desbarató, y ahuyentó a Barbarroja, que valiente se presentó en campaña contra la persona y banderas imperiales, asegurando esta gloria a su valor. Huido el corsario, entró el césar en Túnez, donde sacó de mazmorras veinte mil esclavos cristianos, que libres y contentos derramó con la gloria de su fama por Europa. Quiso cercar a Argel, y el consejo, o la desdicha, estorbaron tan buena ocasión. Pasó a Sicilia; y, por Nápoles, a Roma; donde entró miércoles cinco de abril de mil y quinientos y treinta y seis años, solemnemente recibido, y festejado del papa, consistorio y corte romana. Irritado de las ingratitudes del rey Francisco de Francia, y cautelas de sus embajadores; en presencia del pontífice, consistorio y embajadores de los príncipes, habló públicamente de sus intentos, tan declarados y conocidos por sus obras: declaró lo que el mundo tenía bien murmurado de haberse retirado Francia en las guerras pasadas contra turcos. Renováronse con esto las discordias entre los dos príncipes. El emperador partió de Roma, y por Florencia, Pisa y Luca, llegó a Lombardía; cuyo estado le había dejado, por testamento, su duque Francisco María Esforcia, ya difunto; y el francés le rodeaba con ejército numeroso. Mas el césar entró cuarenta leguas en Francia, con determinación y ejército valiente; y perseguido de peste y hambre, volvió enfermo a Génova, y de allí desembarcó en Barcelona al fin del año.

     II. Este mismo año, en veinte de abril, nuestro obispo don Diego de Ribera, por comisión apostólica de Clemente séptimo, dada en Roma en diez y siete de setiembre de mil y quinientos y treinta y dos años, unió la renta del hospital del Cabildo Catredal al Hospital de los niños expósitos, que reteniendo el nombre antiguo se nombra Refitolería, porque el antiguo hospital donde el Cabildo daba de comer a los pobres, se nombraba Refitorio, obra piadosa y necesaria en república grande, y de tanta gente forastera como la nuestra. Y en veinte y dos de otubre el deán y Cabildo vendieron sus villas de Aguilafuente, Sotosalbos y Pelayos a don Pedro de Zúñiga, hijo de don Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar, en treinta y dos mil ducados.

     El emperador volvió presto a Alemania, y el año siguiente mil y quinientos y treinta y siete celebró dieta imperial en Vormacia, con deseo de reducir a Lutero y sus secuaces, que engañosos pedían concilio general; más para la dilación que para la enmienda. En el mes de mayo de mil y quinientos y treinta y ocho fueron las celebradas vistas del pontífice, emperador y rey de Francia en Niza, puerto del duque de Saboya en el mar de Génova. Efectuóse en ellas una copiosa liga del papa, emperador y venecianos contra el turco; mas, como cuerpo sin cabeza, la desbarató Barbarroja con más pérdida de reputación que de gente. Vino el emperador a España, y al fin de este año se convocaron las Cortes generales de Toledo, tan nombradas en España y advertidas en Europa, por ser las últimas de Castilla en que se juntaron los tres estados, religión, nobleza y común; concurso que se quitó por escusar la confusión, y aun el reparo.

     III. Primer día de mayo del año siguiente mil y quinientos y treinta y nueve, falleció en Toledo la emperatriz doña Isabel, con sentimiento grande del emperador, corte y reino, por sus grandes virtudes. Su cuerpo fue llevado a sepultar en Granada. Al fin del año, avisado el emperador que los de Gante, su patria, se rebelaban sobre la imposición de un tributo, partió a la posta por Francia; cuyo rey le festejó en París, compitiendo en la cortesía, los que tantas veces batallaban en campaña; que en los príncipes todo es estremos. Pasó Carlos a los estados a principio del año mil y quinientos y cuarenta.

     Viernes diez de setiembre de este año, amanecieron sobre Gibraltar dos mil turcos con Dali Hamet, general de mar, y Cara Mami de tierra, por orden de Hazén Agá, virrey de Argel: y echando en tierra setecientos arcabuceros y flecheros, en cuatro horas saquearon el pueblo: y con mucha presa y cautivos (con pérdida de sesenta turcos) volvieron a su armada. Y reforzados en Vélez de la Gomera, con intento de saquear algún otro pueblo en la costa de Granada, fueron desbaratados; muertos muchos y cautivos los restantes, por don Bernardino de Mendoza, que con catorce velas de la armada de España, viniendo de Sicilia y avisado del saco de Gibraltar, los esperó junto a la isla de Arbolán, día primero de otubre. Y nos admira que los coronistas del emperador dejasen de escribir este suceso tan digno de historia: el cual dejó escrito con extensión y advertencia Pedro Barrantes Maldonado, testigo casi de vista.

     Castigado Gante, celebró el césar dieta imperial en Ratisbona por abril de mil y quinientos y cuarenta y uno, donde los decretos de la religión, intento principal de esta dieta, se remitieron al concilio general que se procuraba. De allí bajó el emperador a Italia; y en Luca se vio con el pontífice, a quien dio quejas del rey de Francia. El cual, porque no le daban a Milán, convocaba los príncipes cristianos y llamaba al Gran Turco contra el césar, que despedido del pontífice, se embarcó en Génova contra Argel, con más de veinte mil combatientes y mucho aparato de guerra en gran número de galeras y navíos. Desembarcó en la costa de Argel a ocho de noviembre. Al día tercero, aun antes de sacar la artillería y vituallas, sobrevino tal tempestad de agua y vientos, que maltrató los soldados en tierra y anegó en el mar quince galeras y más de cien navíos; con que desistiendo de la empresa pasó el ejército por tierra a Metafuz, puerto veinte leguas a levante de Argel. Allí se embarcó la armada, y derrotada de segunda tempestad perecieron muchos, y los restantes se derramaron a diversos puertos, aportando el emperador en Cartagena; y dando fin a la infausta jornada de Argel, emprendida fuera de tiempo y ocasión, con que sus enemigos la tomaron de acometerle como a derrotado. El rey de Francia, al principio del año mil y quinientos y cuarenta y dos, envió, contra Flandes, dos ejércitos; y tercero contra Italia; y cuarto contra Perpiñán, del cual era general el delfín su heredero, aunque ninguno hizo cosa señalada.

     IV. En seis de febrero del año siguiente falleció nuestro obispo don Diego de Ribera, sin que hayamos podido averiguar el lugar de su muerte ni sepultura; tan poco debemos a los antiguos en las noticias de un prelado tan digno de memoria.

     Provocado el emperador de las armas francesas, pasó a Italia con armada de ocho mil españoles, soldados viejos, la falta de dineros con los gastos y pérdida de Argel detenía los intentos. Los reinos de Castilla le sirvieron con cuatrocientos mil ducados. Don Juan, rey de Portugal, prestó gran suma sobre las Malucas, islas de la especería. El pontífice, Italia y aun Europa se alteraron de la determinación de Carlos; y no pudiendo quitarle los estados con armas, le tentaron con dinero; tentación grande en tanto aprieto. El duque de Florencia le compró dos fortalezas por docientos mil ducados. El papa, con quien se vio en Bujeto, tentó comprarle a Milán, y enfadado el césar dijo, que dar los estados por dinero era dar el árbol por un fruto. Resentido pasó a Alemania contra el duque de Cleves y Juliers. Todo amenazaba guerra; y cielo y elementos pronosticaban calamidades. Un terremoto en Toscana hundió una villa con más de tres mil personas. Otro en Sicilia maltrató ciudades y pueblos. De Hungría y Alemania bajaron a Italia y a España tan numerosas bandas de langostas bermejas y pestilentes, que volando asombraban el sol. El vulgo supersticioso agoraba por ellas, que los turcos que bajaban contra Hungría pasarían a Italia y a España. El césar con quince mil alemanes, cuatro mil italianos, y otros tantos españoles, todos infantes, y tres mil caballos, sitió a Durá en el ducado de Juliers. Entráronla los italianos y españoles con espantoso valor viernes veinte y cuatro de agosto. Los alemanes envidiosos la pusieron fuego al siguiente día con gran inhumanidad.

     V. Este mismo día, sábado veinte y cinco de agosto, padeció nuestra ciudad una calamidad repentina y grande. La noche anterior pasó de occidente a oriente un espantoso nublado, que asombró la ciudad con pavorosos truenos y relámpagos; descargando en las faldas y valles de Peñalara y Sietepicos con tan furiosos torbellinos, que moviendo los peñascos arrancaba los pinos de cuajo. Creció el río tan de repente y tanto, que despertando la ciudad al estruendo que traía, pensaron las gentes que se acababa el mundo. La madre es estrecha y peñascosa, llena de batanes y molinos: el río traía gran muchedumbre de árboles y peñascos, todo lo atropellaba. Arrancó la puente de Palazuelos y cuantos batanes y molinos hay hasta San Lorencio. De allí abajo al convento de los Huertos, se esplayó algo; con que los religiosos tuvieron tiempo para sacar el Santísimo Sacramento a lo alto de la huerta: subió la agua tres varas en la iglesia y casas; y no la arrancó por estar a la resaca. Arrasó los molinos y huertas y tumbó la puente Castellana, llevando muchas casas de aquel arrabal. En el molino de San Lázaro la molinera oyendo el ruido y avenida, subió por una niña que tenía en una cuna; y creciendo con brevedad increíble, arrancó molino y casa; que en el ensanche que el río hace en aquel recodo se conoce cuan copioso era el diluvio. Fue la molinera con la niña en los brazos asomada a una ventana pidiendo a voces confesión y socorro, hasta que topando en la puente se desbarató la fábrica, y se hundieron para siempre. De aquella puente llevó sólo los pretiles; señal de su buena fábrica en lo angosto y furioso del ímpetu; si bien la ampara el recodo que hace al molino. Arrasó el de los Señores; y esplayándose en lo llano de los lavaderos y el soto, amansó en aquellas llanuras. Despoblóse la ciudad al ruido y al estrago; del cual a todos alcanzaba parte, ya en los paños, ya en la harina, que tenían en batanes y molinos; y desvalidos de una lástima en otra no paraban hasta el soto, donde todos concurrían y desmayaban viendo aquel caos y muchedumbre confusa de árboles, peñas, maderaje, camas, arcas, y todo género de entre casa y vestidos, que desmembrado en piezas cubría aquellos campos; muchas cabalgaduras, lechones y aves que cogiéndoles (por ser tan de mañana) atados y encerrados no pudieron librarse. Era mucho y lastimoso el destrozo de paños, jergas y costales de harina, que en menudas piezas se veían entre aquella broza; piedras y raíces de árboles tan gruesas y grandes que competía la admiración con la lástima, y la mayor fue que de ocho a diez personas que se ahogaron, ninguna pareció para darle sepultura, con que todo era tristeza y llanto. Arrancó dos puentes, seis batanes, once molinos, y más de cuarenta casas. Averiguóse haberse perdido más de trecientos paños, los más velartes finos, que entonces se fabricaban muchos. Halláronse muchas cosas por el río a diez y a doce leguas de la ciudad. En suma se estimó el daño en más de quinientos mil ducados. Comenzaron desde entonces tantas lluvias en toda España, que los ríos llevaron sembrados y anegaron pueblos sin cesar hasta el agosto del año siguiente.

     VI. El emperador, rendido y perdonado el duque de Cleves, se encaminó con sus gentes contra Francia; cuyo rey le salió al encuentro con cincuenta mil infantes, y diez mil caballos. Llevaba Carlos cincuenta y seis mil combatientes, gente prática y vitoriosa: con que Europa atendía al último trance de estos dos monarcas, enemigos y desafiados, y que el francés lo blasonaba. Estuvieron los dos campos a media legua cuatro días en la campaña de Tachio, del obispado de Cambrai. Ya una vez el césar se dispuso a acometer; y el francés se recogió a sus trincheras, y de allí a su reino. No hay duda que desde Pavía quedó amedrentado del valor y ventura de Carlos y sus capitanes. Viendo al enemigo retirado y el invierno riguroso, se entró en Cambrai; y porque el francés se confederaba con el turco, trayendo su armada contra la cristiandad a sus puertos de Francia, trató Carlos por sus embajadores de confederarse contra Francia con el rey de Inglaterra Enrique octavo ya declarado hereje; anteponiendo ambos sus intentos y venganzas a la suma religión, si bien más culpable el primero.

     Jueves quince de noviembre de este año se desposó el príncipe don Felipe (gobernador entonces de Castilla y Aragón por su padre ausente) con la princesa doña María de Portugal, en Salamanca, que celebró las bodas con solemnes fiestas.

     VII. Por muerte de don Diego de Ribera fue electo obispo nuestro don Antonio Ramírez de Haro, natural de Villaescusa de Haro, en el obispado de Cuenca, patria de tantos obispos de nuestro tiempo. En su primera edad estudió con tanto cuidado que se hizo admirable en todas lenguas y profesiones, como refiere Lucio Marineo Sículo en sus claros varones, habiéndole comunicado. Fue capellán mayor de la reina doña Leonor, arcediano de Guete y abad de Arvas. Encargóle el emperador la visita y reformación de los moriscos del reino de Valencia. En premio de este trabajo le nombró obispo de Orense, Ciudad Rodrigo, Calahorra y últimamente de Segovia. Tomó posesión sábado quince de diciembre de este año.

     El emperador, celebrada en Espira dieta al imperio, que le sirvió con veinte y cuatro mil infantes y cuatro mil caballos por seis meses, aunque en la religión, intento principal y necesario, nada se trató, acometió a Francia, y en fin de junio de mil y quinientos y cuarenta y cuatro años juntó en Metz de Lorena setenta mil combatientes, y se metió por Francia; cuyo rey quiso estorbarlo con cuarenta mil infantes y seis mil caballos, lastando aquel pobre reino las imprudentes porfías de su rey, que (a más no poder) pidió paces al césar, que las otorgó como vencedor en diez y nueve de setiembre de este año.

     En el cual se pusieron las vidrieras de nuestro templo Catredal, preciosas y admirables en materia y forma: contiene su pintura la vida de Cristo nuestro redentor, con todas las figuras del testamento viejo, que significaron sus acciones y sus milagros. Los colores dados a fuego son admirables, mucho más la mano; y merece loable memoria que en diez y nueve años hubiesen nuestros ciudadanos fabricado tanto con sus limosnas.

     Los religiosos trinitarios de Cuéllar se trasladaron este año del sitio antiguo que hasta hoy nombran la Madalena, al oriente de aquella villa, al nuevo, arrimado a los muros, fundado por las señoras doña Ana y doña Francisca Bazán.

     VIII. Algunos de los pueblos que habían sido enajenados del señorío y jurisdición de nuestra ciudad en los sesmos de Casarrubios y Valdemoro (como ya dejamos escrito), no se hallando bien con el dominio particular de sus señores, deseaban el antiguo, con ejemplo de Navalcarnero, que en cuarenta y cinco años había crecido a cuatrocientos vecinos. Fabricaban algunas casas y asentaban labranzas en los alijares y baldíos de nuestra ciudad. Principalmente se agregaron algunos en un término nombrado las retuertas; entre Brunete y Navalcarnero, cuyos vecinos les molestaban para desbaratar la población. Los agregados en cuatro de febrero de mil y quinientos y cuarenta y cinco años nombraron a Pedro de Elvira, a Diego del Río y a Pedro Serrano, que en nombre de todos vinieron a pedir licencia a nuestra ciudad para hacer nueva población. Concedióla, enviando quien en su nombre, nombró por primer alcalde Juan Antonio nombrado el Sevillano, por ser natural de Sevilla, y por quien la nueva población se nombró Sevilla la nueva, que de tan menudos accidentes suelen originarse los nombres aun de cosas mayores. Nombráronse también los demás oficiales, confirmándolo el cardenal Tavera como gobernador del reino, y como arzobispo de Toledo, en cuya diócesis está: dio licencia para que se fabricase iglesia con título de San Cosme y San Damián, nombrando cura de la nueva parroquia.

     En ocho de julio de este año parió en Valladolid la princesa doña María, un hijo, que fue nombrado Carlos, en memoria de su abuelo; muriendo la madre a cuatro días del parto, con general sentimiento de Castilla y Portugal.

     IX. El miserable estado de la religión católica en Inglaterra y Alemania pedía instante remedio: con que a instancias del césar el pontífice Paulo tercio convocó concilio general para Trento, ciudad situada entre Italia, Francia y Alemania. Túvose la primera sesión en trece de diciembre de este año. En esta sagrada congregación asistieron por orden del emperador dos célebres teólogos segovianos; el maestro fray Domingo de Soto, dominicano, que predicó el primer sermón al concilio y le dedicó los dotísimos libros De Natura, et gratia: y otro, fray Andrés de Vega, gran teólogo franciscano, que ya llevaba escrito el célebre tratado De justificatione. Las vidas y escritos de ambos escribiremos en nuestros claros varones.

     X. Último día de marzo de mil y quinientos y cuarenta y seis años murió en París Francisco primero, rey de Francia; así lo escriben Arnoldo Ferrón, Juan Tilío, y otros a quien seguimos por más ajustados. Sus bríos y porfía fueron mayores que su ventura. Sucedióle su hijo Enrique, segundo de este nombre.

     El césar pasando a Alemania tuvo dieta imperial en Ratisbona, admitiendo disputas particulares de teólogos católicos y herejes. Los cuales avisados de la desdichada muerte de su maestro Lutero, se ausentaron publicando que no admitían el santo concilio que se celebraba en Trento, pidiendo ellos concilio nacional en Alemania. ¿Qué muestra puede haber más evidente de su engaño? Pues juzgándose vencidos de la verdad en las disputas acudieron a las armas; juntando noventa mil infantes y diez mil caballos; y por general de este gran ejército Filipo de Heten Landgrave de Essa, acompañado de Juan Federico, duque de Sajonia, y otros capitanes de nombre. Sintió Carlos el desacato contra la religión y el imperio, y con suma diligencia y trabajo juntó cuarenta mil infantes y tres mil caballos: con que salió el Danubio arriba a encontrar al enemigo, que confiado en la muchedumbre de sus gentes se puso a media legua y cañoneó el campo imperial cuatro días, con tan poco efecto, que desanimado se retiró; y el césar le siguió con instancia, hasta que lentamente le deshizo al fin del año. El sajón Juan Federico huyendo a sus estados se rehízo de gente; y levantó a Bohemia contra el emperador y su hermano el rey de Hungría. Los cuales juntos le deshicieron y prendieron junto al celebrado río Albis; donde diez españoles nadando con las espadas en la boca ganaron unas barcas llenas de arcabuceros enemigos; acción más verdadera que increíble. Con esto después el Landgrave se puso a los pies del césar que le perdonó, con asientos de vencedor, y pasó a tener dieta imperial en Augusta.

     XI. El santo concilio se trasladó año mil y quinientos y cuarenta y siete de Trento a Bolonia; y poco después, celebradas diez sesiones, se interpoló con sumo disgusto de los católicos y del césar.

     En veinte y tres de junio, víspera de San Juan Bautista de mil y quinientos y cuarenta y ocho, el príncipe don Felipe, y sus hermanas doña María y doña Juana entraron en nuestra ciudad, que los recibió y festejó con gran recibimiento, toros, cañas y máscaras, hasta que pasaron a Medina. Enviando el emperador a llamar al príncipe su hijo, envió a España a Maximiliano su sobrino, hijo mayor de Fernando, que en Valladolid se casó con doña María, su prima, en catorce de setiembre, y quedando los recién casados por gobernadores de Castilla, se embarcó el príncipe por otubre en Cataluña; y por Italia pasó a Flandes, cuyos pueblos encendieron en la grandeza de sus recibimientos y fiestas a cuantos vieron los siglos antecedentes. Sus provincias le juraron por príncipe heredero, quedando constituidas en reino hereditario con las coronas de Castilla y Aragón; unión que tantos millones de vidas y ducados ha costado por la mucha distancia y valor de ambas naciones.

     XII. Nuestro obispo don Antonio Ramírez de Raro, porque en el obispado había falta de libros ceremoniales para administrar los santos sacramentos, llamó a su costa a Juan Bocardo impresor, que por agosto de este año imprimió en nuestra ciudad un ceremonial segoviano ajustado al romano de que se usó hasta el año 1568; y llegando al obispo orden del emperador, para que fuese a visitar el real convento de las Huelgas de Burgos y sus filiaciones, partió al cumplimiento. Visitó el convento y procediendo a visitar el Hospital Real de los frailes de Calatrava, anejo a las Huelgas, le cargó una enfermedad de que murió el diez y seis de setiembre de mil y quinientos y cuarenta y nueve años. Fue sepultado en la iglesia del mismo Hospital, en cuyo sepulcro se lee el siguiente epitafio, siendo éste el primero que hasta ahora hemos podido descubrir de obispo nuestro.

     Aquí yaze el Ilustrisimo Señor Don Antonio Ramirez de Raro Obispo de Segovia: falleció visitando esta Real casa en diez y seis de Setiembre de 1549.

     Fundó en aquel hospital dos capellanías, y mandóle un terno de terciopelo carmesí. En su patria, Villaescusa, fundó un monasterio que nombró Santa María de Jesús, de monjas de la orden de San Pedro y regla de San Laurencio Justiniano. A su iglesia de Segovia dio un rico dosel de brocado carmesí, y mandó que más de dos mil fanegas de trigo de la parte de renta de aquel año, que había estado ausente de su obispado, se repartiesen en iglesias que señaló en ciudad y obispado, donde estuviesen en depósito para socorrer pobres.

     Este año se hundió un pedazo de la cárcel pública, que es la esquina que hoy se muestra de sillería cárdena sobre la puerta; hirió y maltrató muchos presos. Pidió la ciudad a don Diego de Barros sus casas que nombraban Torrecarchena, incluidas hoy en el colegio de la Compañía; donde estuvieron los presos dos años, en tanto que se reparó la cárcel.

     Tuvo el emperador aviso en Alemania de la muerte de nuestro obispo don Antonio Ramírez; y presentó para obispo a nuestro gran segoviano fray Domingo de Soto, que interpolado el santo concilio, fue llamado del césar para su confesor. Supo el maestro el nombramiento, y que algunos ministros demasiado estadistas lo habían negociado, porque el confesor más atento a la conciencia que a la razón de estado no conformaba con sus intentos. No acetó, y llamado del césar dijo: que entendía de su imperial majestad le había presentado para el obispado por hacerle favor, mas él, que se conocía a sí mesmo mejor que nadie, sabía que era en daño evidente de su alma: inclinado a la soledad de su celda y a la comunicación de sus libros y discípulos: y siguiendo esta inclinación podía esperar la salvación de su alma con menos escrúpulo, que encargándose de tantas quien para la suya no era bastante: y así suplicaba a su majestad cesárea comutase el favor de la mitra en darle licencia para volverse a las escuelas de Salamanca, pues el santo concilio no volvía a congregarse. Admiró la humildad y constancia al emperador: y con razón, que aunque semejantes desprecios se publican de muchos, los príncipes ven pocos. Si bien éste es tan notorio que nadie le ignora. Mandóle el emperador que, pues escusaba su persona, nombrase otra a satisfacción suya; y después de largas escusas, dijo: que en Salamanca había conocido y estaba presente don Gaspar de Zúñiga y Avellaneda, que siendo hijo de los ilustres condes de Miranda, su virtud y estudios le tenían en la Universidad; le parecía que su majestad cumpliría con su conciencia presentándole al obispado, y él habría cumplido con la obligación de hijo agradecido; con haber propuesto tal obispo para su patria. Hizo con esto el emperador la presentación en don Gaspar de Zúñiga, hijo de don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, tercero conde de Miranda, y doña María Enríquez de Cárdenas, su mujer. El cual, miércoles veinte y cuatro de setiembre de mil y quinientos y cincuenta años, entró en nuestra ciudad con solemne recibimiento, y a la puerta de la iglesia de Santa Clara, que salía a la plaza Mayor, juró los estatutos en manos de Diego de Aguilar, canónigo y vicedeán, asistiendo el Cabildo y siendo testigos don Antonio y don Gonzalo de la Lama, y Francisco Meléndez de la Lama y otros muchos caballeros, como consta del instrumento original de este acto, que permanece en el archivo Catredal.

     XIII. En doce de julio del año siguiente mil y quinientos y cincuenta y uno desembarcó el príncipe don Felipe en Barcelona, volviendo de Alemania, donde dejaba al emperador su padre solo; y que a pocos días los príncipes alemanes sentidos de que tuviese en prisión al landgrave y alentados de Enrique, rey de Francia, llegaron a tenerle apretado. El príncipe pasó a Navarra que le juró heredero; y a pocos días volvió a Monzón a celebrar Cortes al reino de Aragón.

     El Pontífice Julio tercero, a instancia del emperador, deseoso de remediar los grandes daños que padecía la religión cristiana, había hecho segunda convocación del santo concilio a Trento; donde continuando las diez sesiones de Paulo tercero se había celebrado la sesión once, día primero de mayo de este año de cincuenta y uno con asistencia de muchos prelados italianos, alemanes y españoles; aunque con nueva de que el francés con gran ejército se acercaba, y el duque Mauricio alemán acometía al emperador que en Ispurc estaba solo, se deshizo la junta esparciéndose los padres. Mas reparado el peligro, recurrieron a la sesión doce en primero de setiembre. Mandaron el emperador y el príncipe que los prelados de sus reinos acudiesen al concilio. Nuestro don Gaspar de Zúñiga (nómbrale Sandoval don Gaspar de Acuña, y dice que el maestro Soto acudió a esta segunda congregación del concilio, sin haber hecho memoria de la primera; descuidos indignos de tan grave historia); nuestro obispo, pues, dispuesto el gobierno de su obispado, partió acompañando en el viaje a los príncipes Maximiliano y María hasta Génova; y pasando a Trento asistió en la sesión quince, celebrada en veinte y cinco de enero del año siguiente mil y quinientos y cincuenta y dos.

     XIV. Las monjas agustinas de la Humildad que Francisca Daza fundó dejando para el convento sus casas en la plaza que entonces nombraban de San Miguel, como escribimos año mil y quinientos y treinta y uno; juzgando inconveniente a religiosas vivir en bullicio de plaza, compraron a la ciudad las casas que nombraban del Sol, en el Espolón, junto a donde hoy es matadero; y primero día de abril de este año con solemne procesión se pasaron veinte y ocho religiosas a ellas, donde vivieron hasta que se pasaron y unieron al convento de la Encarnación, como diremos año 1592. Nuestro obispo, habiendo asistido en las sesiones quince y diez y seis del concilio tridentino, segunda vez interpolado por las guerras, volvió a nuestra ciudad en veinte de diciembre de este año.

     Todas las provincias de Europa, esceta España, ardían en guerras. Enrique, rey de Francia, heredero del brío y pasión de su padre, inquietaba el mundo trayendo las armas turquescas a la cristiandad, contra el poder de Carlos V, que embarazado de la gota y de las guerras estaba en Alemania. El príncipe don Felipe en Valladolid por agosto de mil y quinientos y cincuenta y tres años, mandó juntar teólogos y juristas dotos para consultar la venta de vasallos, de iglesias y obispos que nombraban Abadengos. Salió entonces la consulta negativa por todos derechos y razones, pero no para siempre; pues en fin adelante se hizo con poco provecho presente y mucho daño futuro.

     XV. Nuestro obispo muy celoso de su dignidad y jurisdición, tuvo el año siguiente, mil y quinientos y cincuenta y cuatro, pesadas desavenencias con su Cabildo sobre no admitir jueces adjuntos y otras cosas. Estuvieron presos en el alcázar el deán y cuatro canónigos; y con provisión del Consejo fueron entregados al obispo, que los llevó a su cárcel. Huyeron los demás prebendados, y algunos días celebró el obispo los oficios convocando a los curas. Ganó provisiones del Consejo para que los presos pagasen cuatrocientos ducados cada uno, en que los había condenado, o fuesen privados de las temporalidades. Llevóse en fin el pleito a Roma, donde se compuso.

     El príncipe don Felipe concertado de casar con la reina María de Inglaterra, su tía segunda (prima hermana del emperador), dejando por gobernadora de estos reinos a su hermana la princesa doña Juana, viuda del príncipe don Juan de Portugal, se embarcó en La Coruña a trece de julio, acompañándole lo mejor de España; y en veinte y cinco del mismo mes, fiesta de Santiago, se casó en Winchestre, con que aquel reino se redujo por entonces a la Iglesia católica.

     En once de abril, Jueves Santo del año siguiente mil y quinientos y cincuenta y cinco murió en Tordesillas la reina doña Juana, en edad de setenta y cinco años, cinco meses y cinco días; diez y siete años doncella, diez casada y lo demás de tanta edad viuda, retirada y sin juicio; reina sólo en el nombre. Domingo y lunes, veinte y nueve del mismo mes, celebró nuestra ciudad sus funerales con mucho aparato y pompa.

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