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La inspiración de la Biblia y de la liturgia en la obra de Antonio Enríquez Gómez (1600-1663)

Nechama Kramer-Hellinx


CUNY, Estados Unidos



Con la publicación de la obra de Heliodoro Cordente, basada en los legajos inquisitoriales del Archivo Diocesano de Cuenca, se revelan nuevos aspectos de la historia de la familia de Antonio Enríquez Gómez1. Éstos señalan que Enríquez Gómez fue criado en el seno de una familia de identidad mosaica cuyos antecedentes fueron sujetos a procesos inquisitoriales por judaizar. Entre ellos estaba Diego de Mora, el bisabuelo paterno del autor, que era el rabino de Quintanar de la Orden, quemado en la hoguera inquisitorial por haber tratado de introducir a sus parientes y vecinos a la Ley de Moisés2.

Deseando elaborar una diatriba contra la Inquisición, Enríquez Gómez lo hace mediante su obra literaria, con un simbolismo que, en gran parte, está sacado de la Biblia3. Temiendo represalias, el autor no nombra manifiestamente a la Inquisición, sino que lo hace enigmáticamente, apodándola con alias bíblicos. En el lenguaje del autor los tiranos bíblicos tal como Hamán, Saúl, Nimrod, Antíoco, Nabucodonosor, los paganos, Dagón, los filisteos y los edomitas, todos, simbolizan la Inquisición. De tal modo, sólo nombra a un tirano y ya entendemos que habla del Santo Oficio.

Se discierne un conocimiento bien amplio de la Biblia en las obras de Enríquez Gómez. Analicemos y evaluemos unos motivos inspirados en la Biblia en tres de sus obras: Sansón Nazareno, La prudente Abigaíl y el manuscrito inédito Romance al divín mártir, Judá Creyente [don Lope de Vera y Alarcón] martirizado en Valladolid por la Inquisición.4

En Sansón Nazareno, Enríquez Gómez se inspira en varios capítulos bíblicos de Jueces (12-16) para crear una épica que sigue fielmente el texto bíblico. Elabora la historia bíblica introduciendo unos conflictos polémicos y la arriesgada alegoría del conflicto entre Sansón y los filisteos como la lucha entre el judaísmo y la Inquisición. Ya en el prólogo al libro, el autor identifica el engaño de los filisteos y de Dalila con la Inquisición a quien nombra «la ingratitud de aquel siglo». Mientras Sansón se adhiere a los mandatos de Dios, Dalila trata de desviar a Sansón de los preceptos del Todopoderoso:

Yo he cantado en este Poema las hazañas del admirable Héroe y Varón prodigioso SANSÓN NAZARENO; terror de los filisteos, y glorioso Triumfo del Pueblo de Dios. El demasiado amor que tuvo por Dalida, hermosa ingratitud de aquel siglo... fue causa que le engañó más fácilmente (Prólogo).


Repasemos el relato bíblico de Sansón, nacido de una mujer estéril. Un ángel de Dios le promete que su hijo sería nazareno a cuyo cabello nunca tocaría la navaja, y en ello yacería su poder de librar a los judíos del oprobio de los filisteos. Efectivamente, nace Sansón con una fuerza sobrenatural con la cual vence a los filisteos. Se enamora de la filistea Dalila, que manipulada por los sabios filisteos, le saca el secreto de su fuerza sobrenatural y consiguientemente le corta el cabello y lo ciega. En el templo de Dagón, Sansón se apoya en las columnas del templo, pide ayuda a Dios y declara: «muera mi alma con los filisteos» (Jueces, 16, 30.) Empuja las columnas y derrumba el templo, matando más filisteos en su muerte que en su vida.

El matrimonio de Sansón con la filistea es una metáfora de la desobediencia al mandamiento de Dios y la consecuencia negativa de la convivencia entre el judaísmo y el paganismo: «Te guardarás de hacer alianza con el morador de la tierra adonde vas, pues sería para ti la ruina... ni te prostituyas tras sus dioses... ni tomarás sus hijas para tus hijos... pues al prostituirse sus hijas tras sus dioses harán prostituir a tus hijos tras ellos» (Éxodo, 34, 14-16.) Al entregar las tablas de los diez mandamientos al pueblo de Israel, Dios le advirtió por boca de Moisés que no se mezclara con los pueblos paganos de la tierra, ya que resultaría en conflictivos matrimonios mixtos: «Tampoco emparentarás con ellos: no darás tu hija a un hijo de ellos, ni una hija de ellos tomarás para tu hijo» (Deuteronomio, 6, 3.) Enríquez Gómez igualmente comenta la consecuencia siniestra de esta amorosa integración interreligiosa, que propaga el desengaño futuro en la vida de Sansón: «Amor que sabe con divino culto, / almas ligar, violando religiones» (III, 14.) Y más tarde: «Si Dalida me escucha, ya contemplo / que fue su amor oprobio de mi fama» (16, 48.) El desenlace de la épica prueba que hay que desconfiar a los paganos.

Efectivamente, los paganos en la Biblia son gente espiritualmente ciega. Para Isaías la ceguedad espiritual del pueblo de Israel es la que no reconoce la soberanía y los mandamientos de Dios. Consecuentemente, la devoción y la creencia en la unidad de Dios es la lucidez espiritual: «Y te puesto por pacto del Pueblo; por luz de las naciones. Para abrir los ojos ciegos, para sacar a los prisioneros de la mazmorra y a los que se sientan en la oscuridad fuera de la cárcel» (Isaías, 42, 7.)5 En Sansón Nazareno se desarrollan oximorónicamente las dos ceguedades, la espiritual y la física. Mientras Dalila posee la lucidez física, su ceguera es espiritual ya que no conoce la supremacía del Único Dios verdadero: «Que mujer que a Dagón la vista entrega / mal pudiera dar vista siendo ciega» (14, 48.) Paradójicamente, la ceguedad física causada a Sansón engendra una sobriedad espiritual y reivindicación de su judaísmo.


Si estoy sin ojos, tus razones leo,
que el alma no ha perdido este sentido;
no me falta valor, que soy hebreo,
entre todos los hombres escogido.


(XIV, 35.)                


Siguiendo el castigo bíblico de «ojo por ojo» (Éxodo, 21, 24), el Sansón de Enríquez Gómez acepta la ceguedad física como un castigo de Dios por el pecado de distraerse espiritualmente por los ojos con mujeres paganas, contra el mandamiento de Dios: «Con los ojos pecó; pues quede ciego» (14, 44.) Insiste Sansón que su ceguedad física no ejerce ninguna influencia sobre la lucidez espiritual de su alma, ya que: «Los cristales del alma están adentro / y sonarán más vivos en su centro» (14, 45.) Reconoce que la mística contemplación visual de los cielos que sirve para comunicarse con el Dios cósmico requiere ojos anatómicos:


Ya sé que son los ojos una escala
por donde sube el hombre al solio puro;
[...]
pero si este rocío se me tala
otro tengo en el alma más seguro;
que aquel pasó por caños visuales
y éste por arcaduces celestiales.


(14, 46.)                


Simultáneamente reconoce el nazareno la naturaleza celestial y pura del alma, a quien no le hacen falta los ojos físicos. Aunque haya perdido los ojos, su alma es inmortal y sobrevive en su pecho hebreo: «No llora el alma así con los enojos / porque como el espíritu no es ciego» (14, 47.) A pesar de la ceguera física, Sansón y el autor reconocen la validez de la Ley de Moisés. Efectivamente, el autor en boca del nazareno declara aquí su identidad judía y discute las premisas básicas del judaísmo: la idea de la unidad de Dios, la prohibición de ídolos, y la inmutabilidad de la Ley de Moisés dada al pueblo de Israel en Sinaí. Sustenta el autor la supremacía de la Escritura sacra sobre la fabricación fabulosa pagana: «Sólo Dios y los libros sacros son perfectos» (Prólogo). Menosprecia las deidades paganas hechas a manos de seres humanos y declara su anhelo de derrumbar el paganismo: «Por mi mano, la diestra poderosa / quiere oprimir la basta idolatría» (1, 20.) Recordemos que Dios prohibió a Israel la idolatría: «No tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás esculturas ni imágenes de lo que hay arriba en el cielo y abajo en la tierra y en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni las servirás, pues Yo El Eterno, tu Dios, soy Dios celoso» (Éxodo, 20, 3-5.)

El autor mediante Sansón insiste en que hay que luchar contra el despotismo de los enemigos con todas las armas que los conversos posean. Arenga que no se debe rendir a la injusticia del paganismo ni a la de la Inquisición, sino combatirla. Vivir bajo el yugo del enemigo es vivir sin honra, lo cual es inaceptable tanto al autor converso como a Sansón:


Sacudamos el yugo poderoso,
que oprime la cerviz del pueblo hebreo,
morir sin honra, es vicio escandaloso,
vivir sin ella, detestable y feo.


(1, 23.)                


La Biblia, asimismo, alienta al pueblo escogido a lucharse para conseguir justicia y salvarse de la vergüenza: «Escuchadme, vosotros que conocéis la justicia, pueblo en cuyo corazón está Mi Ley. No temáis el vituperio de los hombres ni os acobardéis por sus ultrajes» (Isaías, 52, 7.) Para el autor, la falta de confrontación significa la pérdida de la honra: «Quien se deja afrentar, sin honra muere, / Quien vive sin honor, muriendo vive» (1, 26.)

Sansón, firme en sus creencias religiosas, representa el monoteísmo judío y va a salvar al pueblo de Israel de las cadenas del paganismo:


Varones de Israel, pueblo dichoso,
no es justo, no, que el fiero felestino,
sepulte entre la urna cananea,
de mi padre Abraham la estirpe hebrea.


(1, 18.)                


Sansón queda ferviente en su identidad judía. Es un protagonista que conoce su valor histórico y lo declara orgullosamente a los paganos:


Yo soy Sansón, cobardes filisteos,
del pueblo de Israel rayo escogido;
yo soy de mis hermanos los hebreos
caudillo, y capitán nunca vencido.


(4, 50.)                


Y más adelante:


Mi patria es Israel, timbre famoso,
con que adornan mis armas su nobleza;
[...]
Sansón me nombro, capitán hebreo.


(11, 24.)                


La soberanía de Dios se declara repetidamente en la Biblia y en la liturgia: «El Eterno es un Dios grande, y un gran Rey sobre los demás dioses» (Salmos, 95, 3.) La residencia celestial de Dios ciertamente se declara para señalar su soberanía y para desvalorizar con ello a los dioses paganos residentes de la tierra: «El Eterno vuestro Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (Josué, 2,11.) «Oh Eterno Dios de Israel, no hay Dios como tú ni arriba en el cielo, ni abajo en la tierra» (I Reyes, 8, 23.) «El eterno en los cielos está su trono» (Salmos, 11, 4.) El rezo Avinu shebashmayim del Yom Kipur repite la residencia celestial de Dios: «Nuestro Dios que en los cielos oye nuestra voz y recibe nuestra oración». El nazareno expresa asimismo:


Mi Dios está en el cielo; el tuyo vano
ni aun en la tierra está, pues no se siente;
mi Dios es Dios de Dioses soberano,
y el tuyo un puro engaño entre la gente.


(14, 36.)                


Enderezándose a los filisteos Sansón menosprecia al ídolo Dagón: «Yo adoro un solo Dios, y tú profano, / Dagón adoras con pecho ardiente» (14, 36.) Este desprecio nos evoca el acontecimiento bíblico cuando Dagón se encontró arrodillándose delante del Arca del Pacto, después de ser robada por los filisteos y llevada al templo de Dagón.6

En la Biblia y la liturgia judía, al mencionar la eternidad de Dios, se invoca la alianza establecida con nuestros antepasados: Abrahán, Isaac y Jacob. Al bajar Moisés del monte Sinaí le habla Dios: «Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob» (Éxodo, 3, 6.)7 Oigamos el rezo Aneinu de Yom Kipur:


Respóndenos, Dios de Abrahán, respóndenos.
Respóndenos y pavor de Isaac, respóndenos.
Respóndenos, fuerte de Yacob, respóndenos.


El nazareno en la épica suplica el apoyo a Dios invocando a los tres padres del pueblo de Israel, Abrahán, Isaac y Jacob, en un tono que nos recuerda la liturgia judía:


Dios de mis padres, dice, autor eterno
de los tres mundos soberanos Atlante
incircunscrito, sancto, y abeterno,
Dios de Abraham, tu verdadero amante
Dios de Isaac, cuyo altísimo gobierno
en la divina Ley vive triunfante,
Dios de Jacob, de bendiciones lleno
oye a Sansón, escucha al Nazareno.


(14, 58.)                


Esta semejanza conceptual a la liturgia judía es impresionante. Parece que estos versos son una paráfrasis de la Amida: «Bendito seas tú, oh Señor, nuestro Dios, El de nuestros antepasados, El de Abrahán, El de Isaac, El de Yacob».8

El Dios hebreo descrito en la Biblia y en la liturgia es un Padre justiciero que nos juzga y apoya rectamente. Se declara en la Amida: «Bendito seas, oh Señor, el rey de la justicia quien ama la verdad en el juicio». El ídolo pagano, por otra parte, es una materia inerte sin sentimientos; es una fantasía que engaña a los ignorantes. Sansón reconoce que sólo el Dios de los hebreos merece adoración y templo. Enríquez Gómez, en boca de Sansón, afirma con fuertes resonancias al David de los Salmos:


Sólo el Dios de Israel será mi escudo
su nombre adoro, su justicia precio,
él me dará valor para vengarme
pues quiso por su amor santificarme.


(14, 52.)                


La Biblia personifica al Dios de Israel como el Dios de las Batallas que ayuda y fortalece a sus seguidores: «El Eterno es mi luz y mi salvación ¿A quién he de temer? El Eterno es la fortaleza de mi vida ¿De quién he de tener miedo?» (Salmos, 27, 1.) Sansón alaba a Dios igualmente:


Único Criador incomprensible,
Señor de los ejércitos sagrado,
Brazo de las batallas invencible,
por siglo de los siglos venerado:
causa, sí, de las causas invisible,
perfecto autor de todo lo criado.


(14, 59.)                


La vida del hebreo está en las manos de Dios. Se declara en la Biblia: «En tu mano encomiendo mi espíritu. Tú me has redimido, Oh Eterno Dios de verdad» (Salmos, 31, 6.) Diariamente en el rezo de Adon Olam confiamos nuestra alma en sus manos: «Fuerte de nuestra vida... nuestras vidas las entregadas en tu mano, y por nuestras almas las encomendadas a ti». Elohim nos animó con un alma de naturaleza y origen celestiales. Ya que el alma le pertenece, el martirio para proteger el nombre de Dios es un honor. Sansón, sostenido entre las columnas del templo de Dagón, místicamente declara que no teme a la muerte, ya que con ella uno se acerca a Dios. Él se precipita a la muerte con el nombre de Dios en su boca, pidiendo perdón con palabras llamativas al rezo del Vidui de Yom Kipur: «Pequé Señor, pequé yo me condeno. / Misericordia pide el Nazareno» (14, 59.) Ruega a Dios que le devuelva por la última vez la fuerza sobrenatural de sus cabellos, para poder vengarse de los paganos que insultan la soberanía de Dios. Para restituir el respeto del Dios hebreo, Sansón nazareno se ofrece sacrificar la vida en el martirio, yuxtaponiendo y parafraseando conceptos de la liturgia judía y versos de resonancia bíblica:



Yo muero por la Ley que tú escribiste,
por los preceptos santos que mandaste,
por el pueblo sagrado que escogiste,
y por los mandamientos que ordenaste;
yo muero por la patria que me diste
y por la gloria con que el pueblo honraste;
muero por Israel, y lo primero
por su inefable nombre verdadero.

Yo me ofrezco a la muerte porque sea
redimido mi pueblo en este día
de la dura potencia filistea,
arbitrio de la misma tiranía:
sacude el yugo la nación hebrea,
goce este triunfo con la sangre mía,
salva a Israel Señor, sea mi vida
víctima sancta y lámpara lucida


(14, 62, 61.)                


Con la destrucción del templo de Dagón y la muerte de los filisteos desaparecerá la idolatría y Enríquez Gómez pronostica la caída total de la tiranía del Santo Oficio que en el Día del Juicio Final, será derrumbado y castigado por Dios por haber causado injusticia a los Anusim.9

La insistencia de Sansón en su judaísmo es paralela a la voz de Enríquez Gómez en su Romance al divín mártir.10 Lope de Vera (1619-1644), cristiano viejo, fue encarcelado por la Inquisición por haber estudiado hebreo, y contingentemente decidió convertirse al judaísmo. Seguidamente, se circuncidó en la cárcel con un hueso y adoptó el nombre de Judá Creyente. De allí en adelante, su única comunicación con los inquisidores era la declaración: «Viva la Ley de Moisés». El 25 de julio de 1644 fue entregado a las autoridades seglares para ser quemado en la hoguera inquisitorial en un auto de fe en Valladolid. Enríquez Gómez se servía en su Romance del testamento del protagonista coetáneo Lope de Vera, el héroe víctima para expresar su propia perspectiva religiosa.11 Él desarrolla lemas polémicos tal como la Trinidad y la encarnación de Dios en un cuerpo humano versus la Unidad del Dios judía con versos bíblicos y litúrgicos que le dan al Romance su toque judaico. El Romance comienza con la descripción del convenio de Lope con Dios:


Circuncidose en la cárcel
cual otro Abraham, él mesmo
escribiendo con su sangre
el carácter más supremo.


(vv. 15-18).                


Evoca el convenio formado entre Dios y Moisés, en el monte de Sinaí: «Éste es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y entre la descendencia después de ti: circuncidad todo varón, circuncidad la carne de vuestro prepucio, y ésa será la señal de mi pacto entre mí y vosotros» (Génesis, 17, 10-11.) Lope acusa a los cristianos por haber abandonado torpemente este pacto:


Si me confiesas que Dios
a su peregrino pueblo
dio Ley, ¿para qué me dices
que la deje torpe y necio?


(vv. 55-58.)                


Y más adelante:


Si Dios y el hombre firmaron
este sacro testamento
y se nos da por escrito
¿cómo ha de haber otro nuevo?


(vv. 103-106.)                


El autor reclama que la Biblia declara que este convenio entre Dios y el pueblo de Israel es eterno e inmutable: «Tu reino es un reino para todas las épocas, y Tu dominio perdura por todas las generaciones» (Salmos, 145: 13.) Ya que Dios es eterno, su ley es eterna también, y no se debe alterar. Sin embargo, reclama Lope, el cristianismo, la religión de los edomitas, intenta cambiar este precepto sagrado:


Si Dios dio Ley a Israel
con un carácter eterno,
¿cómo habrá de quitarle
el sacrilegio idumeo?


(vv. 63-66.)                


Enríquez Gómez insiste en la eternidad del pacto. El Antiguo Testamento y la liturgia declaran que Dios reinará para siempre ya que Él existía antes de la creación y nunca dejará de existir: «Soy el Primero y soy el Último y no hay Dios más que Yo» (Isaías, 60, 6.) Leamos el Romance:


Decir Dios Ley para siempre
oíste desde los cielos;
y no guardar su palabra
era engañar a su pueblo


(vv. 143-148.)                


En la liturgia judía se declara: «Único en la Unidad, palabras no pueden describir. /.../ Él mismo, La Causa Primordial, sin principio vivía, / Eterno antes la confusión y vacío de la creación».12 Sin embargo, un hombre de carne y hueso intenta insolentemente establecer nuevos acuerdos. Dios es infinito y es la Causa Primera de la creación tal como expresa la liturgia: «Señor del universo, quien reinó... y Él era y Él es, y Él será para siempre... y Él es uno y no hay otro... sin comienzo, sin fin».13 Notemos la semejanza en el Romance:


Deidad incomunicable,
como nos declara el verso,
no tiene fin ni principio
siendo su nombre abeterno.
Lo infinito de la causa
no comunica al efecto
aquella unidad sagrada
del primero mandamiento.


(vv. 87-90.)                


Dios creó a los hombres en su propia imagen, pero eso no significa que el hombre haya ganado la inmortalidad y la divinidad de Dios. Consecuentemente, Jesús, un hombre mortal, no puede ser Deidad. La ley es la palabra de Dios dada a Moisés en el monte de Sinaí para respetarla eternamente. Ya que Dios es eterno su palabra es eterna, también:


Si la Ley es la palabra,
ésa venera su pueblo,
y, siendo infinito Dios,
a su palabra me atengo


(vv. 91-94.)                


En la Biblia Dios se personifica firmando el pacto con Moisés, con su propia mano. «Cuando hubo acabado Adonai de hablar a Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Éxodo, 31, 18.) Y «Volviose Moisés y bajó de la montaña, llevando en sus manos las dos tablas del testimonio, que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas» (Éxodo, 32, 15-16.) Enríquez Gómez emplea el mismo concepto para probar la validez del pacto. Ya que el pacto es sagrado nadie puede alterar lo que ha sido escrito por el propio dedo del Creador en las tablas en Sinaí.


Pues lo que una vez fue santo
no puede dejar de serlo
[...]
Sin variar la palabra
del mandamiento primero
[...]
que escribió Dios con su dedo.


(vv. 115-130.)                


Enríquez Gómez en boca de Lope acusa a la Trinidad de negar la Supremacía y la Unidad de Dios. Recordemos el lema del judaísmo, el Shema: «Oye, Israel, Adonai es nuestro Dios, Adonai es único» (Deuteronomio, 6, 4-9.) No se permite agregar deidades al Único. No podemos aceptar la división de Uno en dos, ni en tres. Si aceptáramos la división en tres, podríamos aceptar la división en cien, y por lo tanto volver de nuevo al seno del paganismo. Así, se verifica la negación total de la trinidad:


Y Ley dividida en dos
no tiene seguro asiento.
Quererme tú reducir
a tres distintos sujetos,
[...]
es decirme que la Causa
se iguala con los efectos,
y lo propio es para mí
dividirla en tres que en ciento.
[...]
Te opones a quien te dice:
yo, el primero, yo, el postrero.


(vv. 151-166.)                


Isaías afirma que Dios es el Creador en cuyas manos somos solamente la arcilla: «¡Oh Adonai! Tú eres nuestro padre; Nosotros somos la arcilla, y Tú el alfarero, todos somos obra de tus manos» (Isaías, 64, 7.) El cristianismo contradictoriamente nos indica que el hombre, la creación-arcilla, es igual a su Creador. Insiste Enríquez Gómez que es ridículo declarar que el Creador sea igual a su creación, tal como enuncia Isaías: «¿Se ensoberbece el hacha contra el que la maneja, la sierra contra el que la mueve? Como si la vara dirigiera al que la levanta, como si el bastón levantara al que no es madera» (10, 15.)

Critica el autor la adoración de imágenes. La verdadera fe no requiere objetos fugaces para interceder con Dios. La creencia en el Omnipresente es una cuestión espiritual percibida por la intuición, sin hacer falta la intervención de una cruz de madera para castigar, perdonar ni reconciliar a un alma. A Dios no le hace falta la mediación de objetos materiales para ocuparse de las almas creadas por Él. La Ley de Dios dada a Moisés en Sinaí prohíbe la adoración de imágenes:


Un solo Dios verdadero
no tiene necesidad
de materiales sujetos.
[...]
¿Qué padrino es el madero
para conciliar una alma
con su Criador en el cielo?


(vv. 179-198.)                


Efectivamente, el autor escarnece la absolución ejecutada por el confesor que al oír la confesión, suministra el perdón, atreviéndose a interceder en la autoridad del Todopoderoso. Sólo el Supremo tiene la autoridad de dispensar perdones o castigar al hombre:


Fe que aplica los oídos,
a perdonar con defectos
por la autoridad de un hombre,
fe puede ser de los necios


(vv. 211-214.)                


Lope declara que lleva la Ley de Moisés puesta en su corazón: «Últimamente la Ley / que tengo dentro de mi pecho / es de Dios» (vv. 263-265.) Evoca las palabras del Shema: «Y estas palabras, que te ordeno hoy día, estarán en tu corazón». No teme Lope la hoguera y defiende el nombre de Dios en cuyas manos confía su alma:


Salgo a morir en el fuego
por el Nombre del Señor,
a quien mi alma encomiendo


(vv. 268-270.)                


A pesar de la prohibición de declararse seguidor de la Ley de Moisés, Enríquez Gómez por la boca de Lope anuncia a los lectores su creencia en el Dios de Israel:


¡Judío soy, castellanos!
la Ley de Mosseh confieso
dada en el monte de Sinaí
por el autor de los cielos


(vv. 295-298.)                


Antes de ser echado a las llamas, Lope de Vera declara parafraseando la Amida su fe en el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob:


Divino Señor, que asistes
en el Trono en el excelso
tribunal que vio Isaías
de los serafines bellos;
Dios de Abraham, Dios de Isaac,
Dios de Jacob, Rey eterno,
cuyo nombre incircunscrito
sólo consta de sí mismo,
causa de todas las causas,
criador de Tierra y cielo,
sin principio y sin fin,
y un solo Dios verdadero;
esta vida que me distes
por sacrificio te ofrezco,
como nos dice David,
es sacrificio perfecto.
[...]
Amante soy de tu Ley
y de tal suerte la celo,
que muero por adorarla:
¡mira Señor, si la quiero!


(vv. 319-344.)                


Enríquez Gómez emplea la comedia bíblica La prudente Abigaíl con el motivo de atacar la Inquisición y alabar la virtud encarnada en Abigaíl. Resumamos el argumento bíblico. Hay dos reyes ungidos por Dios en Israel, Saúl, un rey ineficaz y malicioso y el noble David, que se esconde de la rabia de Saúl en el desierto de Engadí. David pide provisiones de víveres para alimentar a los soldados al mezquino hacendado rico Naval, esposo de Abigaíl. Al negárselos Naval, Abigaíl prudentemente trata de remediar los conflictos.

Enríquez Gómez describe la belleza física, intelectual y espiritual de esta mujer mencionada brevemente en la Biblia como la reencarnación de la mujer hábil.

La mujer fuerte, ¿quién la hallará?/Vale mucho más que las perlas... Ella se procura lana y vino/ y hacen las labores con agrado sus manos. / Es como nave de mercader, / que desde lejos trae su pan. /...Se reviste de fortaleza y dignidad... /Con sabiduría abre su boca, / y en su lengua está la ley de la bondad. / Vigila la marcha de su casa/ y no come su pan de balde... Muchas hijas han hecho proezas, / pero tú a todas sobrepasas.


(Proverbios, 31, 10-31.)                


En la comedia Saúl representa la Inquisición española, mientras David, con quien se identifica el autor exiliado, representa a los conversos. Desde el inicio presenciamos la avaricia de Naval quien niega el bienestar a sus campesinos. Tanto como en la Biblia se alaba la caridad manifestada por Abigaíl y se abomina la malicia representada por Naval. La Biblia yuxtapone la inocencia como antípoda de la saña: «La rectitud de sincero enderezará su camino, mas el inicuo caerá por su propia iniquidad» (Proverbios, 11, 5.) «El justo es librado de penurias, y el inicuo viene en su lugar» (Proverbios, 11, 8.) «Los que son perversos de corazón son abominación para el Eterno, pero los que son de caminos rectos son Su deleite» (Proverbios, 11, 20.) La yuxtaposición de Abigaíl con Naval es muy llamativa de estos versos. Abigaíl es la que les permite amenidades a los campesinos sin que su marido lo supiera, siguiendo los mandados de la Biblia que requiere compasión hacia los siervos.14

Al ser rechazada su súplica por Naval, David busca venganza, pero rápida y discretamente, Abigaíl junta provisiones y marcha al campo militar de David. Se dirige a David astutamente recordándole la prohibición bíblica de derramar sangre y efectivamente impide el ataque contra su marido. Oigamos los versos del Génesis: «El que vertiere sangre de hombre, por el hombre verá su sangre vertida, porque Dios hizo al hombre a su imagen» (9, 6). Abigaíl lo expresa así:


Quien derrama sangre
por liviana causa,
fama dura adquiere,
y sepulcros labra.
Quien así se vence,
tiene conquistada,
para Dios y el mundo,
la mayor hazaña


(p. 208.)                


Abigaíl cita dichos sobre prudentes y necios que nos recuerdan el proverbio: «No contestes a un necio conforme a su necedad, no sea que vuelvas como él» (Proverbios, 26, 4.) Oigamos a Abigaíl:


La noble prudencia
siempre está templada,
[...]
los hombres prudentes,
con astucia sabia,
nunca de los necios,
discretos se agravian


(p. 208.)                


Recuerda a David que el pueblo mira con reverencia a su monarca y que ella lo espera comportarse de un modo propio de un rey: «De cuya cabaña, / espera Israel / valor, honra y fama» (p. 207.) Declara que a pesar de que su marido sea «de duras entrañas», ella le pide a David que como noble dome la ira y el deseo de venganza. Naval, como su nombre indica en hebreo, es un canalla con el corazón de piedra. No vale la pena que David, el rey ungido por Dios, pierda su renombre, bajando al nivel de Naval. Debe controlar la ira y reinar sobre el pueblo de Israel como un monarca noble y caritativo.


Detén, como noble,
la sangrienta espada,
de razón teñida,
no de agravio armada.
[...]
No dudo que seas
con mano gallarda,
patrón de Sión;
que premia y no agravia


(pp. 207-208.)                


David no necesita mucho para ser convencido de la validez de los argumentos de Abigaíl. Respetando la prudencia y la nobleza física y espiritual de ésta, David cancela el ataque a Naval y se despide de ella mandándola a su casa:


Vuélvete en paz a tu patria,
y diga el mundo, que fue
una mujer tan gallarda
que sujetó de David,
el albedrío y las armas


(p. 210.)                


Naval se salva de la venganza de David, pero no se salva de la mezquindad de su alma. El cuento bíblico sigue narrando que Abigaíl le informa de la entrega de provisiones a las tropas de David, su avaricia le causa un derrame cerebral y muere. En el desenlace bíblico, David se casa con la viuda Abigaíl, de modo que la nobleza se asimila con la prudencia en un matrimonio sagrado.






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