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Luque Moreno, Jesús, «La versificación de Prudencio». Universidad de Granada, 1978, 122 pp.

Sebastián Mariner Bigorra


LUQUE MORENO, JESÚS. La versificación de Prudencio. Universidad de Granada, 1978, 112 pp.



El título completo del opúsculo es, más bien, El acento de palabra en la versificación de Prudencio, según se desprende de la declaración expresa del propio autor en la p. 11 de la Introducción: «Como se puede deducir por el propio título que hemos dado a nuestro trabajo, es al acento de palabra hacia donde van a ir dirigidas sobre todo nuestras observaciones», y según reza -con una mínima alteración- el filete superior de las páginas pares a lo largo de toda la obra. Y su contenido, en efecto, corresponde exactamente al propósito así manifestado: las cuestiones no directamente acentuales o bien se relacionan indirectamente con éstas (así, abundantemente, las cesuras, la tipología, etc.), o bien -prácticamente, en un único caso, el excursus dedicado a los homoteleutos en el dístico elegíaco en pp. 78-79- aparecen más bien como esbozo sugestivo que como estudio exhaustivo y detallado, en claro contraste con la minuciosa atención y penetrante profundidad con que se tratan las fundamentales del trabajo. Atención y profundidad que, a su vez y también en correspondencia al propósito expuesto, se ven acompañadas de una extensión responsable: por un lado, y para poder llegar a unas Conclusiones generales, figuran extractados (pp. 101-103) los datos sobre la cuestión en los versos eólicos, según se desprende de una obra anteriormente publicada dedicada a todos ellos, en lo que toca a Prudencio; por otro, se atiende también -aunque no sea más que con «breves observaciones»- a las cuestiones acentuales de las cláusulas del hexámetro y pentámetro dactílicos prudencianos, partiendo atinadamente del supuesto de que sólo estas partes merecen en tales versos ponerse en parangón con los demás estudiados en lo que a la distribución acentual respecta. (Lo que no debe inducir a infravalorar estos pasajes del estudio: para acreditar que han sido elaborados con profundidad y atención parangonable a los demás, puede bastar la incisiva observación de la n. 1 de p. 103, a propósito de la posibilidad que L. detecta de una regularidad en la cesura del v. 6 del Prefacio del Cathemerinon a base de admitir que Prudencio se habría dejado llevar de la pronunciación de i protética en spatio: la importancia de la sospecha en autor tan refinado no necesita encarecerse, al tratarse de un vulgarismo que, registrado gráficamente ya desde más de dos siglos antes de Prudencio, no fue atendido por los gramáticos hasta otros dos después, en la obra de S. Isidoro).

Continúa, pues, siendo núcleo fundamental del presente trabajo el que ya lo había sido del comienzo de los estudios métricos del autor, según él mismo anuncia (p. 9), pero quantum mutatus ab illo! Idéntico aprovechamiento en los puntos de arranque de las investigaciones de Norberg sobre la versificación acentuativa medieval; incluso reiteradas -como no podía ser menos- la mayor parte de estadísticas y porcentajes. Pero de ningún modo cabría tener al presente libro como una publicación tardía de aquella Memoria, que había quedado inédita, ni siquiera como una ampliación, a base de atención a otros ritmos y comparación con otros autores (Horacio y Séneca sobre todo, mediante muestreos significativos: sólo Prudencio es tratado exhaustivamente). Lo que destaca por su importancia en el trabajo actual, es el coronamiento de un método, que se revela altamente eficaz con bastantes de los versos a que se aplica; así, pp. 33-34, acerca de hasta qué punto pudo ser intencionada, por parte de Prudencio, la tendencia a la homodinia en los de ritmo yámbico. Con exageración, pero no desadecuadamente, cabría llamarlo «experimental», pues consiste en someter, en efecto, los versos o hemistiquios cuestionados a todas las modificaciones posibles, y calibrar así el grado de casualidad o de voluntariedad que pudo ocurrir en que Prudencio los escribiera tal como lo hizo. Método, por lo demás, aplicado sin obsesión, esto es, reconociendo sinceramente sus limitaciones, e incluso su inoperancia en determinados ritmos (así, pp. 67 y 69). Los años transcurridos, y los estudios efectuados por el autor entre tanto, se revelan también óptimamente aprovechados en la superación de la polarización «homodinia/heterodinia», a base de la admisión del concepto denominado «regularidad» para aquellos versos «que se ajustan al esquema acentual que se fijaría luego en la versificación posterior, o simplemente [...] esquema acentual predominante» (pp. 108-109).

Ahí es, probablemente, donde se hace más sensible que la obra siga pareciéndose a su formulación inicial: en el no haber roto, por fin, lanzas frente a las posturas opuestas y seguir con sólo la mención de la bibliografía fundamental «favorable». Que a un cuarto de siglo de haber demostrado Seel, Pohlmann, Norberg y el propio Luque que los descendientes acentuativos de los versos cuantitativos no tienen siempre el esquema de modo que los acentos correspondan a los antiguos ictus, sino a veces a los antiguos acentos de palabra colocados fuera de ellos con máxima «regularidad», se siga disputando sobre si la lectura de los versos latinos comportaba ictus vocálico o no, sin tener en cuenta tales diferencias, es, sin duda, lamentable. Pero también lo resulta que los descubridores de las mismas -o los convencidos por ellos- sigan escribiendo sin defenderse del silencio de quienes no les atienden. Y más cuando, como en el presente caso, podrán animarles sus mismas nuevas investigaciones, nada descorazonadoras, sino altamente corroborativas: el acento no es todavía elemento fundamental, sino sólo redundante en la versificación de Prudencio; pero admitido a conciencia como tal y quizá buscado voluntariamente el ritmo que así se procura, influencia de la prosodia de la lengua viva pese al mantenimiento de la tradición cuantitativa (p. 110); Prudencio se halla a mitad de camino entre Horacio-Séneca y Boecio-Fortunato (p. 30). Y todavía más cuando tales afirmaciones no son producto de apreciaciones subjetivas, antes se basan en múltiples páginas de apretadas estadísticas y porcentajes (25-29, 42-44, etc.), cada una de las cuales supone docenas de horas de trabajo, generalmente bien llevado.

Pocas son, en efecto y poco significativas las objeciones que, en cuanto al detalle, cabe oponer: p. 17 -como ya reconocerá L. en p. 59-, mejor se avenía con el esquema prudenciano la denominación «tetrámetro cataléctico» que «septenario»; p. 18, se han omitido los adónicos; p. 23, la líquida no pertenece a esa sílaba constituida por «oclusiva-vocal-líquida», sino a la siguiente; no hay «consonantización» en mansuescit ni en persuasionis, dado que la u es consonante ya de entrada; p. 49, la equipación de Peristephanon X 345 y su inversión no es válida en el primer pie; p. 65, por peligrosa al afectar a cifras solamente, merece señalarse la errata en el % de ictus coincidentes en el 2.º hemistiquio de Cathemerinon IX, a leer 89,04; p. 75, en mala hora se ha basado en la impugnabilísima clasificación de Nougaret la distinción entre finales de hexámetro normales y anormales, con lo que se desemboca en tener que reconocer para Prudencio algunas anormalidades como más usuales que algunas normalidades; especialmente interesante resulta el incremento de finales 5 y 1 + 4 para una obra como la comentada, que debía haber resaltado cómo, pese a su -en este caso, acertada- excepcionalidad, pueden haberse hecho ya más tolerables para Prudencio por su relativa homodinia; pp. 81-92, se hace difícil admitir como motivo conductor del estudio del tetrámetro dactílico cataléctico unas supuestas cesuras, cuyos % no rebasan, en el mejor de los casos, el 37 %, con lo que no es extraño que el propio autor ya advierta honradamente: «toda esta distinción entre cesuras no puede en muchos casos dejar de ser puramente convencional. Muchos versos, por lo que se refiere a los lugares de fin de palabra, pueden ser encuadrados en más de uno de los grupos que estamos estableciendo»; era mejor, pues, haber procedido ya de entrada como al final se acaba procediendo: prescindir de supuestas cesuras y agrupar los tipos de verso sólo según la secuencia de acentos; p. 88, debió observarse que en redeunt, el acento que coincide con el ictus no es el principal, sino el secundario de la sílaba final.

No sería justo terminar sin destacar, también en este terreno detallístico, tres observaciones ocasionales que deponen, sin embargo, muy válidamente, en favor de las conclusiones generales del autor: p. 45, en el trímetro yámbico aumenta Prudencio los primeros pies anapésticos en detrimento de los dactílicos y tríbracos, dado que aquéllos producen homodinia; p. 53, la variante cataléctica del propio verso tiene el primer pie más como el endecasílabo sáfico en Perist. XII, en que va combinado con otro verso lírico que como en el Epílogo, donde se combina con el dímetro troc. cataléctico; en tanto que (p. 54) la homodinia en ése es mayor que en aquél, por ir combinado con el último, de ritmo binario también.





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