Es inevitable que
el teatro de Roberto Arlt sea emparentado con su narrativa. Porque
Arlt es, ante todo, un narrador. Un narrador que llega al teatro
impulsado por Leónidas Barletta, quien supo ver en la
narrativa arltiana la impronta dramática. Y entonces lo
teatraliza llevando a escena «El humillado», un
capítulo de «Los siete locos». Ante la
experiencia, Arlt se entusiasma y escribe para el Teatro del Pueblo
«Trescientos millones» y «Saverio, el
cruel». Dos parodias arltianas que, a su vez, parodian a la
dramaturgia universal y a la propia narrativa arltiana; algo que
muchos años después hará Witold Gombrowicz con
«Ivonne, princesa de Borgoña». Y sin llegar a
ser estrictamente un dramaturgo, Arlt (como después
Gombrowicz) suma al teatro argentino algunas formas
escénicas inesperadas para la época. La portentosa
imaginación arltiana, que ya había instalado un
discurso inclasificable dentro de la narrativa nacional, hace algo
similar en el teatro, y lo suyo no es sainete ni grotesco ni
comedia ni drama convencional como se daba entonces, es algo que
escapa a los géneros, algo que como «El gigante
amapolas» de Juan Bautista Alberdi tendrá que esperar
mucho tiempo para que se lo clasifique como vanguardia.
Óscar
Masotta, en «Sexo y traición de Roberto Arlt»,
dice que «la obra de Arlt es el estertor de una época
donde lo que se sabe de la vida se mezcla con la vida, donde el
conocimiento no se separa de la existencia, donde la
confusión y el equívoco comienzan a tener un valor de
verdad».
Y en otro pasaje,
el análisis de Masotta que data de mediados de la
década del 60, nos dice que en tiempos de Arlt, entre el 20
y el 30, tanto este autor como los surrealistas podían creer
en el poder violento de las palabras («Un cross a la
mandíbula» buscaba Arlt con su escritura), así
como en el 60 se cree en la fuerza de las ideas. Pero hoy, a fines
del siglo veinte, tal vez lo de Arlt haya recuperado su vigencia o,
por lo menos, sigue inquietando. Por eso Masotta se ve obligado a
interrogarse:
«¿Qué hay en lo que ha escrito este hombre
trabajado por problemas que hoy pretendemos dejar de lado que logra
en cambio conmovernos? ¿Cuál es el sentido de ese
algo «horroroso» con el que Arlt ha plagado sus libros
y que nos sacude al contacto más leve con cualquiera de sus
páginas? ¿Cuáles son esas pocas experiencias
fundamentales que encrespan la obra de Roberto Arlt? ¿Se
trata de experiencias meramente metafísicas sin contenido
social o en Arlt lo metafísico y lo social se sostienen y
compenetran? ¿Cuál es el origen y la estructura de lo
que sería lícito llamar el realismo metafísico
de Roberto Arlt?»
Y, más
adelante, Masotta nos dice:
«Toda obra
no es más que un movimiento vertiginoso de idas y vueltas,
una dialéctica viva entre profundidad y mundo... Y describir
esa dialéctica en Arlt es el mejor modo de acercarnos a la
comprensión de su obra».
Entonces,
aquí es dónde Masotta se pregunta sobre aquello que
nos atañe: Si hay relación entre la narrativa y el
teatro de Arlt:
«¿Pero no debiéramos en cambio separar sus
novelas de sus obras de teatro? Como no sería difícil
demostrar, existe entre unas y otras una relación de
evolución; la obra de Arlt pareciera evolucionar de la
novela al teatro, y esto, tal vez por razones no solamente internas
de la obra, sino que dependen de su relación con el lector.
Es como si Arlt hubiese sentido a medida que pasaba de «El
juguete rabioso» a «Los siete locos», para llegar
casi exhausto como novelista a «El amor brujo» -la
más débil de sus novelas- la necesidad imperiosa de
transformar al lector en espectador. Es como si Astier, Erdosain,
Balder, fueran muy poco novelísticos y como si el propio
Arlt los hubiera sentido así. A lo largo de la obra de Arlt
vemos operarse una especie de metamorfosis del personaje central y
de la atmósfera de ficción que lo rodea. A partir de
Astier hasta llegar al mantequero loco de «Saverio, el
cruel» hay una clara línea de un desarrollo regresivo
que lleva de lo serio a lo burlesco, y que culmina en una
atmósfera enrarecida donde se afianza el tema de los
trastrueques de la personalidad. La punta de burlesco y de comedia
que tiñe la seriedad de la vida de Astier se convierte en
comedia real, y la extraña y silenciosa personalidad de
Erdosain se trueca en el mantequero que hace de actor dentro de una
obra de teatro. ¿Pero no será que hay algo de
permanente en esos cambios y que no existen mayores diferencias
entre Erdosain y Saverio, y que uno y otro no son otra cosa que
modos distintos, escogidos por el autor, para expresar un mismo
grupo de significaciones como una misma melodía trasladada a
tonos diferentes, una misma estructura cuyo sentido no ha cambiado
al cambiar el sustrato, se llame éste novela, cuento o
teatro?»
Pero más
allá de estas interesantes reflexiones de Óscar
Masotta sobre el Arlt narrador y el Arlt dramaturgo, lo cierto es
que en el resto de su intenso y pequeño libro sólo
ejemplifica con las novelas y los cuentos.
Yo creo que el
teatro de Arlt no alcanza la fuerza expresiva de su narrativa. Como
creo también que sólo el dueño de semejante
lenguaje pudo internarse en el texto dramático y generar
piezas inesperadas para el teatro de su época.
Ahora, si hay que
buscar un puente entre novela y teatro arltiano, ese puente es el
cuento y de todos los cuentos, «El Jorobadito».
¿Por qué? Porque «El Jorobadito» es un
personaje de una gran teatralidad, condensa todo el mal y todo lo
teatral. Y la historia que lo presenta está cargada de
verdaderas situaciones dramáticas: En el café y bar
donde se conocen el relator y Rigoletto, en la casa de la novia del
relator, en la cena familiar y la aparición insólita
de Rigoletto para pedir la prueba de amor para su amigo.
No por casualidad
este cuento ha sido teatralizado varias veces y la fuerza de esta
historia radica en el suceso extraordinario que está
graficado por la parábola de pedir un beso para un
contrahecho con la intención de dinamitar una
relación amorosa. Aquí parecen juntarse todas las
historias de amores contrariados que tan intensamente viven los
personajes arltianos. Y este cuento refleja el título del
libro de Masotta: «Sexo y traición en Roberto
Arlt».
El discurso
singular de Arlt se basa en un lenguaje intransferible. Aquel que
lea una de sus tantas historias se transformará
inmediatamente en cómplice de esa moral arltiana. Y esto es
lo que pasa claramente con esa pareja despareja que conforman el
relator y el corcovado: dos caras de una misma moneda: dos
marginales de esa clase media hipócrita que es el blanco
preferido de Roberto Arlt.
Volviendo a
Masotta, podemos decir con él que los personajes
protagónicos de Arlt son como personajes estáticos,
como seres condenados a ser lo que son. Y sus condimentos
principales son la humillación, el silencio y el cinismo
frente a una sociedad imperfecta. Los personajes de Arlt, dice
Masotta, conforman una contrasociedad. Y ellos permanecen casi
siempre vueltos sobre sí mismos.
Volvamos al teatro
y, muy especialmente, a «Saverio, el cruel» y a
«Trescientos millones». Saverio, el mantequero y
Sofía, la sirvienta, viven en el silencio, se sumergen en el
sueño y actúan en su mundo interior.
Con respecto a
Roberto Arlt, Masotta dice también: «Arlt es uno de
esos autores que hablan abundantemente para negarse a hablar clara
y expresamente, y es como si él mismo fuera uno de sus
personajes».
Con respecto a las
historias que Arlt nos cuenta, dice Masotta: «Se opera
así del lado del lector una de esas síntesis pasivas,
como dicen los fenomenólogos, que no prueban nada porque
están hechos de ideas contradictorias».
De allí que
toda la obra de Roberto Arlt fue tan cuestionada por la izquierda
como por la derecha del país literario y teatral. Arlt fue
un autor incómodo para todos y, con el tiempo, se
volvió un clásico obligado.
Por último,
sería bueno decir que la casualidad que hizo que Arlt
escribiera teatro, fue como una bendición para el teatro
argentino, porque después de esas obras arltianas nada fue
igual y el teatro nacional saltó de los sainetes y grotescos
a los independientes.
Escenas de «El
jorobadito»
Cuento de Roberto Arlt en
adaptación teatral de Rodolfo Aldasoro.
(Escena en el Café y Bar
entre el narrador y el jorobadito).
RIGOLETTO.- ¡Qué buen mozo es
usted! Seguramente no deben faltarle novias.
HOMBRE.- Ciertamente. Tengo una, muy hermosa.
Aunque no es muy seguro que me quiera.
RIGOLETTO.- No sé por qué se me
ocurre que usted es de la estofa con que se fabrican excelentes
cornudos... Pues yo nunca he tenido novia, créalo,
caballero.
HOMBRE.- No lo dudo.
RIGOLETTO.- De lo que me alegro, caballero,
porque no me agradaría tener un incidente con usted... Este
reloj pulsera me cuesta 25 pesos. Esta corbata es inarrugable y me
cuesta 8 pesos, caballero. ¿Ve estos botines? Treinta y dos
pesos, caballero. ¿Puede decir alguien que soy un
pelafustán? No, señor. ¿No es cierto?
HOMBRE.- Claro que sí.
RIGOLETTO.- Qué agradable es poder
confesar sus intimidades en público, ¿no le parece,
caballero? ¿Hay muchos en mi lugar que pueden sentarse
impunemente a la mesa de un Café y entablar una amable
conversación con un desconocido como lo hago yo? No.
¿Y por que no hay muchos, puede contestarme?
HOMBRE.- No sé.
RIGOLETTO.- Porque mi semblante respira la santa
honradez. Soy más bueno que el pan francés y
más arbitrario que una preñada de cinco meses. Basta
mirarme para comprender de inmediato que soy uno de aquellos
hombres que aparecen de tanto en tanto sobre el planeta como un
consuelo que Dios le ofrece a los hombres en pago de sus penurias,
y aunque no creo en la santísima virgen, la bondad fluye de
mis palabras como la miel del Himeto.... Yo podría ser
abogado ahora, pero como no he estudiado, no lo soy. En mi infancia
fui profesional del betún.
HOMBRE.- ¿Del betún?
RIGOLETTO.- Sí, lustrador de botas... lo
cual me honra, porque yo solo he escalado la posición que
ocupo; ¿o le molesta que haya sido profesional?
¿Acaso no se dice técnico del calzado el
último eremendón de zaguán y experto en
cabellos y sus derivados el rapabarbas y profesor de baile el
cafisho profesional?
HOMBRE.- ¿Y ahora qué hace
usted?
RIGOLETTO.- Levanto quinielas entre mis
favorecedores, señor. No dudo que usted será mi
cliente. Pida informes...
HOMBRE.- No hace falta.
RIGOLETTO.- ¿Quiere fumar, caballero?
HOMBRE.- ¡Cómo no!
RIGOLETTO.- Yo soy enemigo de contraer amistades
nuevas porque la gente generalmente carece de tacto y
educación, pero usted me convence, me parece una persona muy
de bien y quisiera ser su amigo.
(Escena entre el narrador y
su prometida en casa de esta última.)
ELSA.- ...Y un montón de chiquilines que
corran por la casa!
HOMBRE.- El casamiento, Elsa, es una cosa muy
seria. Yo comprendo su entusiasmo y lo comparto, pero no
negará que antes de decidirnos debemos estar muy seguros de
muchas cosas.
ELSA.- ¿Es que acaso no nos queremos?
HOMBRE.- Yo estoy seguro de mi amor.
ELSA.- Yo también del mío...
¿Acaso no estoy todo el día entero pensando en usted
y esperando con ansiedad que lleguen los martes, los jueves y los
domingos?... ¿Cómo puede dudar de mi amor?...
¿Qué es lo que quiere de
mí?...¿Cómo debo demostrarle el cariño
que siento por usted?... Dígame... Dígame...
HOMBRE.- No, no se trata de eso. Yo tengo
temores que van más allá. Soy un hombre solo.
Acostumbrado a una forma de vida. No sé si me
adaptaré. Si podré cumplir cabalmente como esposo.
Yo...
ELSA.- Pero qué tonto, qué
tontito! Todos los hombres creen lo mismo y todos al fin se adaptan
y son buenos maridos y mejores padres.
HOMBRE.- Sí pero yo soy distinto... me
cuesta ver claras las cosas. O tal vez...
ELSA.- Lo que ocurre es que usted es demasiado
honesto. De ahí el miedo al fracaso. Pero yo no lo
dejaré fracasar. Lo cuidaré, lo mimaré, hasta
transformarlo en...
HOMBRE.- ¿Hasta transformarme?
ELSA.- Sí... en un marido feliz y un
padre orgulloso.
HOMBRE.- Ahí está la cosa!
ELSA.- ¿Cómo?
HOMBRE.- Nada.
ELSA.- Todos los hombres cambian cuando se
casan. Regularizan sus vidas. Tienen otras obligaciones que los
apartan de las fantasías. ¡Si hasta cambian
físicamente! Y siempre para mejor. Siempre para mejor.
HOMBRE.- Elsa...yo quiero a mis
fantasías, no quiero perderlas.
ELSA.- ¿Y quién dice que va a
perderlas? Yo le daré plena libertad. Mientras cumpla con
sus obligaciones matrimoniales, no lo privaré de salidas,
amistades, en fin...
HOMBRE.- ¿Y del pensamiento?
ELSA.- Mientras eso no lo perturbe, no.
HOMBRE.- ¿Y tendré tiempo para
pensar?
ELSA.- Al tiempo se lo busca.
HOMBRE.- Se lo busca... ¿y puede uno
encontrarlo cuando entra en el torbellino de las obligaciones
matrimoniales, de los hijos?
ELSA.- Es que cuando llegan los hijos, todas las
demás cosas pasan a un segundo plano. Todo lo que no sean
los hijos, se transforma en insignificante y pequeño. Por
algo sólo progresan los que forman un hogar.
HOMBRE.- Claro. Pero ¿por qué?
ELSA.- Porque es normal. Porque el hombre
solitario acaba por transformarse en un bohemio, en un ser a la
deriva.
HOMBRE.- No, Elsa. Me refería a lo de las
cosas pequeñas
ELSA.- ¿Qué cosas
pequeñas?
HOMBRE.- A las demás cosas. ¿Por
qué los hijos empequeñecen a las otras cosas?
ELSA.- Ah! Porque es normal. ¿Qué
puede preocupar a un hombre más que sus hijos?
HOMBRE.- Y... la vida... la gente...
ELSA.- La gente piensa solamente en su
familia.
HOMBRE.- Los que tienen familia.
ELSA.- : ¡Claro! Nadie que deba mantener
un hogar como se debe, va a preocuparse porque a usted le falte
algo o le duela algo.
HOMBRE.- Sí ¿Y está bien
eso?
ELSA.- Es normal.
HOMBRE.- ¿Aunque a uno le duela?
ELSA.- Seguramente.
HOMBRE.- ¿Aunque a uno le falte?
ELSA.- Sí.
HOMBRE.- Sí-No.
ELSA.- ¿No qué?
HOMBRE.- No-Nada.
ELSA.- ¿Yo soy su ideal?
HOMBRE.- ¿Cómo?
ELSA.- Si soy su ideal.
HOMBRE.- Sí.
ELSA.- Eso es lo principal.
HOMBRE.- ¿De qué?
ELSA.- Tendríamos que hacer planes.
HOMBRE.- Sí.
ELSA.- Planes concretos. Dejarnos de
interrogantes.
HOMBRE.- ¿Usted no siente miedo?
ELSA.- Cuando era chiquita, de la oscuridad.
HOMBRE.- Yo siento miedo ahora.
ELSA.- ¿De la oscuridad?
HOMBRE.- No precisamente. Tal vez del
vacío.
ELSA.- ¿Del vacío vacío?
¿Del espacio, digamos?
HOMBRE.- Del vacío no lleno.
ELSA.- Ese se llena con amor, con una
familia.
HOMBRE.- Debo reconocer que soy
débil.
ELSA.- Eso también fortalece.
HOMBRE.- Y vacía.
ELSA.- ¿Cómo vacía?
HOMBRE.- Usted lo dijo antes, de otras
cosas.
ELSA.- ¡Qué manera de
complicarse!
(Otra escena en el
Café y Bar entre el narrador y el jorobadito.)
HOMBRE.- Querido amigo: Muchas veces he pensado
que ninguna mujer lo ha besado, ni lo besará. No me
interrumpa! Yo la quiero mucho a mi novia, pero dudo que me
corresponda de corazón. Y tanto la quiero que para que se
dé cuenta de mi cariño, le diré que nunca la
he besado. Ahora bien. Yo quiero que ella me dé una prueba
de amor hacia mí...Y esa prueba consistirá en que lo
bese a usted. ¿Está conforme?
RIGOLETTO.- ¿Y quién me indemniza
a mí, caballero, del mal rato que voy a pasar?
HOMBRE.- ¿Cómo mal rato?
RIGOLETTO.- Naturalmente. ¿O usted se
cree que yo puedo prestarme, por ser jorobado, a farsas tan
innobles? Usted me va a llevar a la casa de su novia, y como quien
presenta un monstruo, le dirá: «Querida, te presento
al dromedario»
HOMBRE.- ¡Yo no la tuteo a mi novia!
RIGOLETTO.- Para el caso es lo mismo. Y yo, en
tanto, ¿qué voy a quedarme haciendo, caballero?
¿Abriendo la boca como un imbécil, mientras disputan
sus tonterías? ¡No, señor, muchas gracias por
su buena intención! Como le decía la liebre al
cazador. Además, que usted me dijo que nunca la había
besado a su novia.
HOMBRE.- ¿Y eso qué tiene que
ver?
RIGOLETTO.- Claro. ¿Ud sabe acaso si a mí me gusta que me besen?
Puede no gustarme. Y si no me gusta, ¿por qué quiere
obligarme? ¿O es que Ud se cree que porque soy corcovado no
tengo sentimientos humanos?
HOMBRE.- ¿Pero no se da cuenta de que es
usted, con su joroba y su figura desgraciada, el que me
sugirió este admirable proyecto? ¡Piense, infeliz! Si
mi novia consiente, le quedará a usted un recuerdo
espléndido. Podrá decir por todas partes que ha
conocido a la criatura más adorable de la tierra. ¿No
se da cuenta? Su primer beso habrá sido para usted.
RIGOLETTO.- ¿Y quién le dice que
ése sea el primer beso que haya dado?
HOMBRE.- Y a vos, Rigoletto, ¿qué
se te importa?
RIGOLETTO.- No me llame Rigoletto! Yo no le he
dado tanta confianza para que me ponga sobrenombres.
HOMBRE.- ¿Pero sabés que sos el
contrahecho más insolente que he conocido?
RIGOLETTO.- ¿Y si se me ultraja de
palabra o de hecho?
HOMBRE.- ¡No seas ridículo,
Rigoletto! ¿Quién te va a ultrajar? ¡Si vos sos
un bufón y un parásito! ¿Para qué
hacés la comedia de la dignidad?
RIGOLETTO.- ¡Rotundamente protesto,
caballero!
HOMBRE.- Protestá todo lo que quieras,
pero escuchame... Sos un desvergonzado parásito.
¿Creo que me expreso con suficiente claridad, no? Le
chupás la sangre a todos los clientes del Café que
tienen la imprudencia de escucharte. Indudablemente, no se
encuentra en toda la ciudad un cínico de tu estampa y
calibre. ¿Con qué derecho, entonces, pretendés
que te indemnicen si a vos te indemniza mi tontería de
llevarte a una casa donde no sos digno de barrer el zaguán?
¡Qué más indemnización querés que
el beso que ella, santamente, te dará, insensible a tu cara,
al mapa de la desvergüenza!
RIGOLETTO.- No me ultraje.
HOMBRE.- Bueno, Rigoletto,
¿aceptás o no aceptás?
RIGOLETTO.- ¿Y si ella se niega a darmelo
o quedo desairado?
HOMBRE.- Te daré veinte pesos.
RIGOLETTO.- ¿Y cuándo vamos a
ir?
HOMBRE.- Mañana. Cortate el pelo,
limpiate las uñas...
RIGOLETTO.- Bueno... présteme cinco
pesos.
HOMBRE.- Tomá diez.
Con estas breves
escenas del espléndido relato que muchas veces ha sido
adaptado al teatro nacional queda claro que hay en la literatura
arltiana un alto grado de teatralidad que ha hecho que, una y otra
vez, los equipos de trabajo del teatro argentino de las
últimas décadas llevaran a escena diversas versiones
de la narrativa de Roberto Arlt. Y entre los casos más
destacados, podemos citar la versión de «Los siete
locos» que realizara Rubens Correa en el Teatro Picadero de
Buenos Aires, la adaptación de «El Jorobadito»
de Rodolfo Aldasoro que se estrenó en la década del
setenta en Rosario y en la década del ochenta en Santa Fe y
la singularísima historia que tejió el Sportivo
Teatral de Ricardo Bartís con múltiples materiales de
la narrativa arltiana y sus resonancias actorales en «El
pecado que no se puede nombrar».
Por cierto que
Roberto Arlt es uno de los autores contemporáneos argentinos
que más se reescriben en los últimos tiempos y la
clave de esto tal vez podemos encontrarla en el diálogo que
sostienen Renzi y Marconi, dos jóvenes escritores, en un
pasaje de la novela de Ricardo Piglia «Respiración
artificial»:
Diálogo entre Renzi y
Marconi en «Respiración artificial»
Ricardo Piglia
MARCONI.- ¿Quién está
citando a Borges en este incrédulo recinto? En esta remota
provincia del litoral ¿quién está citando de
memoria a Jorge Luis Borges? Déjeme que le estreche la mano.
Mi nombre es Bartolomé Marconi. Bartolomé, por el
padre Bartolomé de las Casas y no por Mitre, patricio que,
como usted bien sabe, aquí en la Provincia de Entre
Ríos es una mala palabra. En cuanto a mi apellido es una
curiosa variación autóctona del inventor del
teléfono. ¿Del teléfono o de la radio,
Volodia?
VOLODIA.- De la radio, creo. El joven Renzi es
un joven escritor, lo que se dice una joven promesa de la joven
literatura argentina.
MARCONI.- Bien, estoy desolado y envidioso. En
Buenos Aires, aleph de la patria, por un desconsiderado privilegio
portuario, los escritores jóvenes son jóvenes incluso
después de haber cruzado la foresta infernal de los 33
años. Para decirlo todo, sangro por la herida. Porque
¿Cómo podría hacer yo, polígrafo
resentido del interior, para integrar, como un joven, a pesar de
mis ya interminables 36 años, el cuadro de los
jóvenes valores de la joven literatura argentina?
RENZI.- No se preocupe, Marconi, ya no existe la
literatura argentina.
MARCONI.- ¿Ya no existe? ¿Se ha
disuelto? Pérdida lamentable ¿Y desde cuándo
nos hemos quedado sin ella, Renzi?... ¿Te puedo tutear?...
Hagamos una primera aproximación metafórica al
asunto: la literatura argentina está difunta. Digamos
entonces que la literatura argentina es la Difunta Correa.
RENZI.- Sí, no está mal. Es una
correa que se cortó.
MARCONI.- ¿Y cuándo?
RENZI.- En 1942.
MARCONI.- ¿En 1942? ¿justo
ahí?
RENZI.- Con la muerte de Arlt. Ahí se
terminó la literatura moderna en la Argentina, lo que sigue
es un páramo sombrío.
MARCONI.- Con él ¿terminó
todo?... ¿Qué tal? ¿Y Borges?
RENZI.- Borges es un escritor del siglo XIX. El
mejor escritor del siglo XIX
MARCONI.- Puede ser. Sí, correcto.
RENZI.- Una especie de realización
perfecta de un escritor del 80. Un tipo de la generación del
80 que ha leído a Paul Valery. Eso por un lado. Por otro
lado su ficción sólo se puede entender como un
intento consciente de concluir con la literatura argentina del
siglo XIX. Cerrar e integrar las dos líneas básicas
que definen la escritura literaria en el XIX.
MARCONI.- ¿A ver?
RENZI.- Punto uno: el europeísmo. Lo que
se sabe, de eso hablábamos recién con
Tardewski...
VOLODIA.- Es verdad.
RENZI.- ...lo que empieza ya con la primera
página del Facundo. La primera página del Facundo:
texto fundador de la literatura argentina... ¿Qué hay
ahí? Una frase en francés: así empieza. Como
si dijéramos la literatura argentina se inicia con una frase
escrita en francés: «On ne tue point
les idées»... ¿Cómo
empieza Sarmiento el Facundo? Contando cómo en el momento de
iniciar su exilio escribe en francés una consigna. El gesto
político no está en el contenido de la frase, o no
está solamente ahí. Está, sobre todo, en el
hecho de escribirla en francés... Los bárbaros
llegan, miran esas letras extranjeras escritas por Sarmiento, no
las entienden: necesitan que venga alguien y se las traduzca.
¿Y entonces? Está claro que el corte entre
civilización y barbarie pasa por ahí. Los
bárbaros no saben leer en francés; o mejor
aún, son bárbaros porque no saben leer en
francés. Y Sarmiento se los hace notar: por eso empieza el
libro con esa anécdota. Pero resulta que esa frase escrita
por Sarmiento (Las ideas no se matan) y que ya es de él para
nosotros, no es de él, es una cita. Sarmiento escribe
entonces en francés una cita que atribuye a Fourtol, si bien
Groussac se apresura, con la amabilidad que le conocemos, a hacer
notar que Sarmiento se equivoca. La frase no es de Fourtol, es de
Volney. O sea que la literatura argentina se inicia con una frase
escrita en francés y es una cita equivocada. Sarmiento cita
mal. Y a partir de ahí, prolifera esa erudición
ostentosa y fraudulenta, esa enciclopedia falsificada y
bilingüe. Ahí está la primera de las
líneas que constituyen la ficción de Borges: textos
falsos: exhibición paródica de una cultura de segunda
mano: de eso se ríe Borges. Pero hay más.
MARCONI.- ¿Querés ginebra?
RENZI.- Dale.
MARCONI.- ¿Volodia?
VOLODIA.- Con un poco más de hielo.
RENZI.- Pero hay más, hay otra
línea: lo que podríamos llamar el nacionalismo
populista de Borges. Borges intenta en su obra la otra corriente,
la que se opone al europeísmo, la que tiene como base a la
gauchesca y como modelo al «Martín Fierro». Pero
no porque escribe «El fin» que es un final para el
Fierro, sino que a diferencia de Guiraldes que hace gauchesca en
lengua culta, Borges escribe el primer texto posterior al
«Martín Fierro» que está escrito desde un
narrador que usa las flexiones, los ritmos, el léxico de la
lengua oral: escribe «Hombre de la esquina rosada». De
modo que los dos primeros cuentos que escribe Borges («Hombre
de la esquina rosada» y «Pierre Menard, autor del
Quijote») cierran la doble tradición de la literatura
argentina del siglo XIX... No es casual, entonces, que el mejor
texto de Borges sea para Borges «El Sur», cuento donde
esas dos líneas se cruzan y se integran... De modo que
Borges es anacrónico. El que abre, el que inaugura es
Roberto Arlt. Arlt empieza de nuevo, es el único escritor
moderno de la literatura argentina del siglo XX.
MARCONI.- Una de las indudables virtudes de los
intelectuales porteños, es su nunca del todo envidiada
capacidad para decirlo todo de corrido.
RENZI.- Sí, las teorías es mejor
enunciarlas de corrido. Sobre todo si uno ha tomado suficiente
ginebra.
MARCONI.- ¿Puedo esperar ahora una
teoría de corrido sobre Roberto Arlt?
RENZI.- ¡Cómo no! Respiro un poco y
sigo.
MARCONI.- Porque digo yo, con perdón de
los presentes, ¿qué era Arlt aparte de un cronista de
«El Mundo»?
RENZI.- Era eso, justamente, un cronista del
mundo. Después de lo cual vos me dirás que
podía ser un cronista de las pelotas pero que
escribía mal.
MARCONI.- La verdad que escribía como el
culo.
RENZI.- ¿Quién? ¿Arlt?
MARCONI.- No, Joyce. Arlt, claro, Arlt. Me
merece el mayor de los respetos pero en realidad escribía
como si quisiera arruinarse la vida. Arlt escribía para
humillarse, en el sentido literal de la expresión. Tiene,
sin duda, un mérito indudable: peor no se puede escribir. En
eso es imbatible y es único.
RENZI.- ¿Terminaste Morriconi?
MARCONI.- Marconi, viejo, no te hagas el
distraído.
VOLODIA.- Tranquilidad. Pacem in terris.
MARCONI.- No hay como el latín para
calmar los ánimos. Entonces, quedamos en que Arlt
escribía mal.
RENZI.- Exacto, escribía mal: pero en el
sentido moral de la palabra. La suya es una «mala»
escritura, una escritura perversa. El estilo de Arlt es el Pibe
Cabeza de la literatura argentina. Es un estilo criminal. Destruye
todo lo que era escribir bien en esta descolorida
república.
MARCONI.- Cita de Borges: descolorida
república.
RENZI.- Cualquier maestra puede corregir una
página de Arlt, pero nadie puede escribirla.
MARCONI.- Y no, eso seguro que no, nadie puede
escribirla salvo él. Pero ya no te interrumpo más. En
serio te escucho. ¿Ginebra?
RENZI.- Sí
MARCONI.- ¿Volodia?
VOLODIA.- ¡Bueno! ¡A la salud de
Arlt, de Borges y de ustedes!
RENZI.- El estilo de Arlt es lo reprimido de la
literatura argentina. Todos están de acuerdo en decir que
escribía mal. Conciliación conmovedora, que no
hubiera alegrado al difunto... La idea de estilo en la literatura
argentina aparece cuando la literatura se independiza de la
política. A Sarmiento o a Hernández jamás se
les hubiese ocurrido decir que escribían «bien».
La autonomía de la literatura nace con el impacto de la
inmigración. Para las clases dominantes la
inmigración viene a destruir nuestra identidad nacional y a
corromper la lengua nacional. Entonces el escritor pasa a ser el
custodio de la pureza del lenguaje y el que viene a encarnar ese
rol es Leopoldo Lugones. Para nosotros, decía Borges, vos te
acordás Marconi, para nosotros, se arrepiente ahora Borges,
escribir bien quería decir escribir como Lugones. El estilo
de Lugones se construye arduamente y con el diccionario, ha dicho
también Borges. Porque ese buen estilo le tiene horror a la
mezcla. Arlt, está claro, trabaja en un sentido
absolutamente opuesto. No entiende el lenguaje como una unidad,
sino como un conglomerado, una marea de jergas y de voces. Y ese es
el material sobre el cual construye su estilo
MARCONI.- ¿Oíste Volodia?
¡Su estilo!
VOLODIA.- Oí, oí, está
hablando del estilo de Arlt.
RENZI.- Eso por un lado. Por otro lado, Arlt
zafa del bilingüismo, lee traducciones. De allí que el
modelo del estilo literario ¿dónde lo encuentra? En
el estilo de las pésimas traducciones españolas, en
las ediciones baratas de Editorial Tor. Pero hay más y ya
termino. Ese estilo de Arlt casi alquímico, perverso,
marginal, no es otra cosa que la transposición verbal,
estilística, del tema de sus novelas. El estilo de Arlt es
su ficción. Estilo y ficción, no hay una cosa sin la
otra. Por eso me dan risa los tipos que dicen que Arlt es un gran
escritor a pesar de su estilo... La literatura de Arlt es una
máquina que funciona toda ella con el mismo combustible...
En fin, para explicar qué significa Arlt en la literatura
argentina habría que hablar una semana.
MARCONI.- Estoy decepcionado, Renzi.
Habíamos empezado tan bien. Por supuesto si uno lee a Arlt
como vos lo leés no puede leer a Borges.
RENZI.- O puede leerlo de otro modo; leerlo, por
ejemplo, desde Arlt.
MARCONI.- Mejor sí, mejor leer a Borges
desde Arlt, porque si uno lee a Arlt desde Borges no queda nada.
Aparte que la idea de imaginarme a Borges leyendo una página
de Arlt me produce honda tristeza. No creo, por lo demás,
que Borges se haya tomado jamás el trabajo de leerlo.
RENZI.- ¿De leer Arlt? No creas.
Mirá vos te debés acordar de ese cuento de Borges que
se llama «El indigno», es una transposición
típicamente borgeana de «El juguete rabioso».
Ahora bien, el policía a quien el protagonista del cuento de
Arlt va a ver para delatar a su amigo se llama ALT. Sabés
mejor que yo, sin duda, el significado que tienen los nombres en
los textos de Borges, de modo que nadie me hará creer que
ese apellido, con esa R que falta, letra inicial, diría, de
otro nombre, con esa R justamente que falta, está puesto
ahí por azar. Ingenuos no; para ingenuos alcanza con Arlt
que, como todo el mundo dice, era un escritor naif.
¿Quién es entonces «El indigno» sino
Roberto Arlt? El gran indigno de la literatura argentina. ¿Y
qué es ese cuento si no un homenaje de Borges al
único escritor contemporáneo que siente a su par?
Sabés mejor que yo...
MARCONI.- Parala viejo con eso de decidir
cuáles son las cosas que yo sé. Escucho con
atención y paciencia lo que vos decís que
sabés, sobre lo que yo sé dejame opinar a
mí.
RENZI.- ¿Qué querés ahora
que nos agarremos a bollos?
MARCONI.- Bollos, copia del habla. Digamos
trompis. Pero no, yo soy un tipo pacífico; desde que lo
liquidaron a López Jordán los entrerrianos somos
pacíficos y nuestros conflictos con los porteños son
cosas del pasado. Sencillamente no me gusta esa retórica
canchera que te hace empezar las frases con tus opiniones sobre lo
que yo debo saber.
VOLODIA.- ¿Y? ¿Cómo sigue
el asunto?
RENZI.- Si uno quiere saber a qué
escritores valora Borges no hay que escuchar lo que dice sino sobre
quién ha escrito.
VOLODIA.- ¿A qué escritores
argentinos usa para sus relatos?
RENZI.- Claro, ha escrito ficciones sobre
Hernández, Sarmiento, Groussac, Lugones y Arlt.
¿Y
entonces, Marconi? ¿No estás de acuerdo? ¿O
todavía te sigue la mufa?
MARCONI.- No, soy un hombre de odios y pasiones
pasajeras.
VOLODIA.- ¿Pero estás de acuerdo o
no estás de acuerdo con Renzi?
MARCONI.- No, claro que no. Demasiado
sofisticado para mi gusto. Pero en fin, para seguir cumpliendo mi
papel de anfitrión amable, suponete que nos ponemos de
acuerdo en dejar de lado a Borges, que es más o menos lo
mismo que ponernos de acuerdo en dejar de lado el río y nos
decidimos a cruzar al Uruguay de a pie, como si no hubiera agua...
lo ponemos a un costado a Borges... y ¿entonces?... pregunta
retórica destinada a obtener una respuesta del joven
escritor capitalino que nos visita, ¿y entonces?
RENZI.- Entonces partimos de ese supuesto,
Borges es un escritor del siglo XIX, cierra, clausura. Arlt, por su
lado, murió en 1942. ¿Quién será el
escritor que podríamos considerar para decidir que la
literatura argentina no ha muerto?
MARCONI.- Hay muchos.
RENZI.- ¿Por ejemplo?
VOLODIA.- Eso! ¿Por ejemplo?
MARCONI.- Qué sé yo! Mujica
Lainez.
RENZI.- ¿Mujica Lainez?
VOLODIA.- ¿Mujica Lainez?
RENZI.- Es una cruza, una mezcla tilinga de Hugo
Wast con Enrique Larreta. Es evidente que hay más estilo en
una página de Arlt que en toda la obra de Mujica Lainez.
VOLODIA.- Sí, es evidente.
MARCONI.- ¿Terminaste?
RENZI.- Terminé.
VOLODIA.- Terminó.
MARCONI.- ¿Alguna otra de esas evidencias
por el estilo?
VOLODIA.- ¿Alguna?
RENZI.- Por el momento, no.
MARCONI.- Bien; no estoy de acuerdo.
VOLODIA.- No está de acuerdo.
RENZI.- Lo siento en el alma.
VOLODIA.- Lo siente.
MARCONI.- Tus evidencias lo dejan chiquito a
Santo Tomás. ¿Era Santo Tomás o San
Agustín, Volodia?
VOLODIA.- ¿El de las evidencias?
MARCONI.- Sí.
VOLODIA.- Santo Tomás.
MARCONI.- Bueno, al lado de Renzi, Santo
Tomás era un poroto. De todos modos, pedante y todo, se ve
que sos un tipo simpático. ¿Cuándo te vas?
RENZI.- No sé todavía.
VOLODIA.- Está esperando al profesor.
MARCONI.- ¿Al profesor? Me lo
crucé hace un rato en la Plaza.
RENZI.- ¿A Marcelo?
MARCONI.- Casi seguro que era él. No es
lo que se dice una evidencia, más bien una impresión
en medio de la oscuridad... Porque si no te vas, podemos armar una
mesa redonda y mover el avispero.
VOLODIA.- Si se queda no hay problemas.
RENZI.- Eso iba a decir.
MARCONI.- Yo me voy. Se me hizo
tardísimo. Tengo que escribir 36 líneas sobre la
última novela de Nabokov.
RENZI.- ¿Trabajás en el
Diario?
VOLODIA.- Trabajar es un decir.
RENZI.- ¿Pero aparte qué
hacés?
MARCONI.- Leo a Borges y escribo sonetos... Che,
¿en Buenos Aires siguen jodiendo con la
lingüística?
RENZI.- No, ahora la onda es el
psicoanálisis.
MARCONI.- Tengo que viajar más seguido a
la capital, acá me desactualizo... Si te cuento lo que me
contó Antuñano, Volodia, Renzi se va dar cuenta de la
receptividad del interior.
VOLODIA.- ¿Y qué te contó?
¿Una de gauchos?... Porque Antuñano es uno de los 250
gauchos que tenemos por esta zona donde persiste la gauchesca.
MARCONI.- Transcribo: Una tarde varios gauchos
en la pulpería conversan sobre temas de escritura y
fonética. El santiagueño Albarracín no sabe
leer ni escribir, pero supone que Cabrera ignora su analfabetismo y
entonces afirma que la palabra «trara» no puede
escribirse. Crisanto Cabrera, también analfabeto, sostiene
que todo lo que se habla puede ser escrito. Pago la copa para
todos, le dice el santiagueño, si escribe
«trara». Cabrera saca el cuchillo y con la punta traza
unos garabatos en el piso de tierra. De atrás se asoma el
viejo Alvares, mira el suelo y sentencia: Clarito,
«trara».
RENZI.- Buenísimo. Es buenísimo.
¿Por qué no te dejás de joder con los sonetos
y te dedicás a pintar tu aldea?
En esta
magnífica novela y en otros relatos, Ricardo Piglia vuelve a
valorar a la escritura de Roberto Arlt por su originalidad dentro
de la historia literaria argentina.
La dramaturgia de
Arlt, más allá de «Trescientos millones»
y de «Saverio, el cruel», dos textos muy representados
por los independientes, cuenta con otras buenas historias como
«La isla desierta», «La prueba de amor» y
«La fiesta del hierro».
Los independientes
A partir de la
década del 30 en Buenos Aires y de las décadas del 40
o del 50 en otras ciudades del país, se produce un
movimiento teatral que hereda el espíritu vocacional de los
filodramáticos y el espíritu contestatario de las
agrupaciones anarquistas. Este movimiento se denominó
Independiente porque no dependía ni de lo comercial
ni de lo institucional, era absolutamente libre en su
organización y repertorio. Es más, como bien dice
Roberto Cossa en su charla con los alumnos de Lito Cruz: «En
el teatro independiente la máxima era hacer teatro de arte y
por amor al arte». Era pecado cobrar y hasta era pecado
figurar en los programas y notas y críticas
periodísticas, eran artistas anónimos con un fuerte
espíritu de equipo, eran grupos de jóvenes que
tenían una fuerte formación universitaria, eran un
teatro que venía del mundo de la enseñanza y que
tenía una impronta pedagógica para con su
público; y van a ser ellos los que incorporan al teatro
argentino la constante de un permanente aprendizaje en el
oficio».
Desde entonces,
los nombres de ciertos teóricos del teatro
contemporáneo (Constantín Stanislavsky,
Antonín Artaud, Bertold Brecht, Peter Brook y Jerzy
Grotowski) se transformaron en moneda corriente de público,
crítica y grupos del movimiento independiente.
Los independientes
pasaron a ser, entonces, una verdadera bisagra del teatro
argentino. Porque hasta entonces, el teatro se dividía entre
profesionales y vocacionales; y, desde entonces, se dividió
en teatro de arte o teatro comercial. Teatro vivo y teatro muerto,
al decir de Peter Brook.
Por supuesto que,
a través de las diversas décadas del siglo XX, las
conductas de los que aún pueden ser denominados
independientes fue variando y se fueron adaptando a los tiempos
pero, de todos modos, hay algo que se mantuvo siempre vigente: el
criterio estético por sobre todas las cosas.
El independiente
es aquel que sostiene la apuesta creativa (ética y
estética) por sobre todos los otros avatares del oficio. Y
esto ha dado en la Argentina un teatro valioso que es admirado en
todas partes: Leónidas Barletta y su Teatro del Pueblo,
Pedro Asquini y Alejandra Boero y el Nuevo Teatro, Heddy Crilla y
el Teatro La Máscara, Óscar Ferrigno y el Fray Mocho,
Onofre Lovero y los Independientes, el Grupo Lobo en el Instituto
Di Tella, Jaime Kogan y el Teatro Payró, más los
grupos independientes del interior del país, van marcando un
derrotero que se basa en el buen teatro de equipo, el teatro que no
está en las salas comerciales ni en las salas oficiales, un
teatro que se atreverá a producir hechos artísticos
que no dependen ni de la taquilla, ni de la crítica, ni de
los apoyos gubernamentales, un teatro que se sostiene en el tiempo
y que pasa de mano en mano como la joya más preciada de una
experiencia colectiva de creación artística.
América
Latina y España han calcado con suma seriedad las pautas de
este movimiento independiente, de este movimiento genuino que
nació sin padrinos, a fuerza de imaginación y
coraje.
Nosotros, los
argentinos, a través de los independientes, hemos generado
un teatro que alcanza las alturas de las grandes escuelas
internacionales. Y algunos de sus hacedores se han destacado
vivamente en diversas capitales del espectáculo. Un ejemplo
es la fuerte presencia de los argentinos en París: Jorge
Lavelli, Víctor García, Marilú Marini, Copi.
Otro ejemplo son los argentinos que han iniciado movimientos en
otros países latinoamericanos como Carlos Jiménez,
Juan Carlos Gené y Juan Carlos De Petre en Caracas, Fanny
Mickey en Bogotá, Arístides Vargas y María
Escudero en Quito, Rubén Pagura y Alfredo Catania en San
José de Costa Rica o César Brié en
Bolivia.
Aún hoy, y
a pesar de todas las crisis, la gente de teatro de cualquier lugar
del mundo sigue asombrándose de nuestro teatro.
Los
neoindependientes
En la
década del 70 o del 80, se cambia de denominación y
los independientes pasan a ser neos. ¿Qué significa
este cambio? ¿Por qué lo vocacional empieza a ser
ganado por lo profesional (especialmente en Buenos Aires)? Creo que
por una necesidad de vivir del teatro y de acrecentar los logros
estéticos. Estos neos serán más
estéticos que éticos. Y son los neos los que
destierran a la cosa dogmática e imponen una búsqueda
artística más intensa.
Los autores de los
neos son Tito Cossa, Ricardo Monti, Griselda Gámbaro, Tato
Pavslovski, Mauricio Kartún y otros.
Lo que sí
desaparece es el equipo, el grupo independiente y aparecen las
cooperativas y los elencos profesionales.
Esta época
es teatralmente mucho más rica que la anterior, los montajes
son más valiosos, los actores son más completos y los
equipos más profesionales.
De ellos
heredaremos la vanguardia que crea nuevos espacios y nuevas formas
de la escritura teatral. Aparecen las creaciones colectivas y los
espacios no convencionales.
Las nuevas
tendencias
Toda
generación mata a sus padres. Las nuevas tendencias de
Buenos Aires salieron de los talleres de maestros como Ricardo
Monti, Mauricio Kartún, Jaime Kogan, Alberto Ure, Laura
Yusem. Ricardo Bartís y otros. Las nuevas tendencias
pivotean entre el teatro de la imagen y las nuevas formas del texto
dramático. Cuentan pero de un modo nuevo. Cuentan de manera
oscura, indescifrable. En unos años, tal vez, se tornen
claros, demasiado claros y, entonces, vendrán otros a ocupar
sus lugares rebeldes. En estos años, fueron surgiendo los
autores de la nueva tendencia: Federico León, Daniel
Veronese, Rafael Spregelburg, Javier Daulte y otros.
Se puede destacar
de las nuevas tendencias el surgimiento de un grupo de dramaturgos,
el Grupo Caraja-ji del Centro Cultural Ricardo Rojas de la
UBA y muchos otros
que como Daniel Veronese, Rafael Spregelburg y Federico León
conforman sus propios equipos de trabajo (Periférico de
Objetos, Patrón Vázquez, etc.). Y, poco a poco, esta nueva
generación autoral se apropia de los espacios no
convencionales del teatro en Buenos Aires y en algunos centros
importantes del resto del país.