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Romances

«Scribere iussit Amor».


Ovidio, Heroidas, XX, 230.                


Nota del autor

Varias consideraciones, que ya han cesado, detuvieron hasta ahora la impresión de muchos de estos romances, compuestos en los primeros años del autor. Los publicados antes se han procurado poner íntegros, o corregir con más detención que lo estaban, dándoles a todos el tono y el gusto de esta composición verdaderamente nacional y en que tanto abundamos, tan conforme con la soltura y la facilidad del habla castellana como con nuestro genio y poesía.




Dedicatoria a una señora


ArribaAbajo   Oye, señora, benigna
los inocentes cantares
que del Tormes en la vega
dicta Amor a sus zagales,
   los cantares que algún día  5
envueltos en tiernos ayes
tal vez las serranas bellas
oyeron con rostro afable.
   En la primavera alegre
de mis años con süave  10
caramillo y blandos tonos
los canté por estos valles,
   cuando el bozo delicado
aún no empezaba a apuntarme,
ni el ánimo me afligían  15
los sabios con sus verdades.
   La dulce Naturaleza,
como cariñosa madre,
despertó mi helado pecho,
y el Amor me hizo quejarme.  20
   Entonces, ¡quién unos días
volviera tan agradables!,
vi la fuerza encantadora
de unos ojos celestiales,
   el imán irresistible  25
de un halagüeño semblante,
y las delicias de un habla
toda mieles y azahares;
   y embebecido y colgado
de sus gracias y donaires,  30
recibí la ley rendido,
y temí el rigor cobarde.
   Yo adoré y gocé venturas,
o lloré agudos pesares.
¿Es acaso amar delito?  35
¡Quién no será de él culpable!
   ¡Quién en la feliz aurora
de una edad crédula y fácil,
cuando todo al gusto ríe
y el seno en júbilos arde,  40
   no cedió al plácido aliento
que bonancible a engolfarse
por el sosegado golfo
lleva su inexperta nave!
   Después los años severos,  45
sufridos ya los embates
por desconocidos rumbos
de mil fieros huracanes,
   aherrojándome imperiosos
con sus cadenas fatales,  50
en voz triste y faz ceñuda
mandaron que atrás tornase.
   ¡Ay, qué bárbaras contiendas!
¡Oh, qué encendidos combates!
¿Por qué para obedecerlos,  55
blando Amor, debí dejarte?
   Hícelo al fin, y aun ansiando
volver iluso a embarcarme,
por la paz de las cabañas
troqué los revueltos mares.  60
   Quedáronme de mis yerros
estas quejas lamentables,
que a besar tus pies dichosas
vuelan hoy al Manzanares.
   Ellas en más claros días  65
templaron mis crudos males,
y aun ahora en blando alivio
me ordena Amor que las cante.
   Óyelas, pues, y no temas,
no temas que ellas te engañen;  70
que Amor no finge en el campo
como finge en las ciudades.




- I -


Rosana en los fuegos

ArribaAbajo   Del sol llevaba la lumbre
y la alegría del alba
en sus celestiales ojos
la hermosísima Rosana
   una noche que a los fuegos  5
salió la fiesta de Pascua
y a embebecer todo el valle
en sus amorosas ansias.
   La primavera florece
do gentil la huella estampa,  10
do plácida mira rinde
la libertad de mil almas.
   El céfiro la acaricia
y mansamente la halaga;
los Cupidos la rodean  15
y las Gracias la acompañan;
   y ella, cual honor del llano
descuella la altiva palma
y sus flotantes pimpollos
hasta las nubes levanta,  20
   o cual vid de fruto llena
que con el olmo se abraza
sus largos vástagos tiende
al arbitrio de las ramas,
   así entre sus compañeras  25
el nevado cuello alza,
lozana en medio brillando
cual fresca rosa entre zarzas
   o como cándida perla
que artífice diestro engasta  30
entre encendidos corales
porque más luzcan sus aguas.
   Todos los ojos se lleva
tras sí; todo lo avasalla:
de amor mata a los pastores,  35
y de envidia a las zagalas,
   tal que oyéndola corridas
tan altamente aclamada,
por no sufrirlo se alejan
Amarilis y su hermana.  40
   Ni las músicas se atienden,
ni se gozan las lumbradas,
que todos corren por verla,
y al verla todos se abrasan.
   ¡Qué de suspiros se escuchan!,  45
¡qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire,
y no enloquezca en loarla.
   Cuál absorto la contempla
y a la Aurora la compara,  50
que radiante al sol precede
y el cielo en albores baña;
   quién, al fresco y verde aliso
que al pie de corriente mansa
su pompa y móviles hojas  55
en sus cristales retrata;
   cuál, a la luna si ostenta
de luceros coronada,
venciendo las altas cumbres,
llena su esfera de plata.  60
   Otros pasmados la miran
y mudamente la alaban;
y mientras más la contemplan,
muy más hermosa la hallan,
   que es como el cielo su rostro,  65
cuando en una noche clara
con su ejército de estrellas
brilla y los ojos encanta,
   o el sol que alzándose corre
tras de la rubia mañana,  70
y de su gloria en el lleno
todos sus fuegos derrama,
   que tan fúlgido deslumbra
que sin acción deja el alma,
y más el corazón goza  75
cuanto más el labio calla.
   ¡Oh, qué de celos se encienden
y ansias y zozobras causa
en las serranas del Tormes
su perfección sobrehumana!  80
   Todas humilladas penan,
mas sin osar murmurarla,
que como el oro más puro,
no sufre una leve mancha.
   «¡Bien haya tu gentileza,  85
otra y mil veces bien haya;
y abrase la envidia al pueblo,
hermosísima aldeana!
   Toda, toda eres delicias,
toda eres donaire y gracia;  90
el Amor ríe en tus ojos,
y la gloria está en tu cara,
   en esa cara hechicera
do toda su luz cifrada
puso Venus misma, y ciego  95
en pos de sí me arrebata.
   La libertad me has robado;
favorable allá la guarda,
y mi vida y mi ser todo
que ahincados se te consagran.  100
   No el don por pobre desdeñes,
que aun las deidades más altas
a zagales cual yo humildes
un tiempo acogieron gratas;
   y mezclando sus ternezas  105
con sus rústicas palabras,
no, aunque diosas, esquivaron
sus amorosas demandas.
   Su feliz ejemplo sigue,
pues que en beldad las igualas,  110
cual yo a todos los excedo
en lo fino de mi llama.»
   Así un zagal le decía
con cláusulas mal formadas,
que salió libre a los fuegos  115
y volvió cautivo a casa.
   De entonces penado y triste
el día a sus puertas le halla;
ayer le cantó esta letra
echándole la alborada:  120

       Linda zagaleja
       de cuerpo gentil,
       muérome de amores
       desde que te vi.

   Tu talle, tu aseo,  125
tu gala y donaire
no tienen, serrana,
igual en el valle.
   Del cielo son ellos,
y tú un serafín,  130
       muérome de amores
       desde que te vi.

   De amores me muero,
sin que nada alcance
a darme la vida  135
que allá me llevaste,
   si no te condueles,
sensible, de mí,
       que muero de amores
       desde que te vi.  140




- II -


En unas bodas desgraciadas

ArribaAbajo   No por mí, bella aldeana,
aunque sé bien cuánto pierdo;
por ti sola me lastima
que te cases con un necio.
   Tan discreta cortesía,  5
tan gentil aire y aseo,
quien los merezca los goce,
y alcancen más digno dueño,
   que si es la desdicha estrella
de la beldad, aunque el cielo  10
no te hiciera tan hermosa,
ganaras mucho en no serlo,
   y hoy dueña de tu albedrío,
gozaras el bien supremo
de querer y ser querida  15
por tu gusto, y no el ajeno.
   ¿Qué valen los rizos de oro
ni los alegres ojuelos,
el carmesí de los labios
ni el albo turgente seno?,  20
   ¿qué el agasajo apacible
y ese hablar tan halagüeño
que la libertad cautiva
y embebece el pensamiento,
   si tan celestiales dones  25
los ha de ajar un Fileno?
Para tan mal emplearlos,
valiera más no tenerlos,
   que mejor yace el diamante
sumido en su tosco seno  30
que no en la mano villana
que no alcanza su alto precio,
   y el clavel más bien flotando
luce en el vástago tierno
que deshojado y sin vida  35
en fino búcaro puesto,
   y más bien el jilguerillo
se goza en dulces gorjeos
volando de rama en rama,
que en dorada jaula preso.  40
   Si por ganadero rico
con él te casan tus deudos,
diles tú que no hay riquezas
donde se echa el gusto menos,
   donde en vez de un rostro afable  45
y el solícito desvelo
con que el fino amor previene
de la amada los deseos,
   te abrumarán noche y día
en un porvenir eterno  50
la dureza de las rocas,
de la noche el torvo ceño.
   De las bodas el bullicio
y sus galas y festejos
son cual la miel más süave  55
en un paladar enfermo:
   lucimiento a la riqueza,
de la ociosidad recreo,
fastidio de los velados
y de la envidia alimento.  60
   Acabarán; y tú, triste,
con el duro lazo al cuello
llorarás tarde, y en vano
sentirás del yugo el peso,
   yugo que, leve y de flores  65
cuando Amor lo echa risueño,
de bronce abruma insufrible
si interés lo anuda ciego.
   ¡Ay, zagala!, por tu vida,
no tengas tan mal empleo;  70
lástima ten de ti misma,
si yo no te la merezco.




- III -


El árbol caído

ArribaAbajo   Álamo hermoso, tu pompa,
¿dónde está?, ¿dó de tus ramas
la grata sombra, el susurro
de tus hojas plateadas?,
   ¿dónde tus vástagos bellos  5
y la brillantez lozana
de tantos frescos pimpollos
que en derredor derramabas?
   Feliz naciste a la orilla
de este arroyuelo, tu planta  10
besó humilde, y de su aljófar
rico feudo te pagaba.
   Creciendo con él, al cielo
se alzó tu corona ufana;
rey del valle, en ti las aves  15
sus blandos nidos labraran.
   Por asilo te tomaron
de su amor; y cuando el alba
abre las puertas al día
entre arreboles y nácar,  20
   aclamándola gozosas
en mil canciones, llamaban
a partir en ti sus fuegos
las inocentes zagalas,
   que en torno tu inmensa copa  25
con bulliciosa algazara
vio aun de la tarde el lucero
en juegos y alegres danzas.
   Cuando en los floridos meses
se abre al placer reanimada  30
naturaleza, y los pechos
en sus delicias inflama,
   tú fuiste el centro dichoso
do de toda la comarca
los amantes se citaron  35
a sus celestiales hablas.
   Los viste penar, los viste
gemir entre ardientes ansias;
y envolviste sus suspiros
en sombras al pudor gratas.  40
   El segador anhelante
en ti en la siesta abrasada
llamó al sueño, que en sus brazos
calmó su congoja amarga;
   y con tu vital frescura  45
tornó a herir la mies dorada
reanimado y ya teniendo
su fatiga por liviana.
   Después con tus secas hojas
al crudo enero... La llama  50
te tocó del rayo, y yaces,
triste ejemplo de su saña,
   cual con segur por el tronco
roto, la pomposa gala
de tus ramas en voluble  55
pirámide al cielo alzadas,
   el animado murmullo
de tus hojas cuando el ala
del céfiro las bullía
y el sentido enajenaba,  60
   tu ufanía, el verdor tierno
de tu corteza entallada
de mil símbolos sencillos:
todo en un punto acabara;
   y hollado, horroroso, yerto,  65
sólo eres ya en tu desgracia
blanco infeliz de la piedra
que ruda mano dispara.
   Estorbo y baldón del prado,
que cual ominosa carga  70
tu largo ramaje abruma,
el mirarte solo espanta.
   Tu encuentro el ganado evita;
sobre ti las aves pasan
azaradas; los pastores  75
huyen con medrosa planta,
   siéndoles siniestro agüero
aun ver cabe ti parada
la fugitiva cordera
que por perdida lloraban.  80
   Sólo en su orfandad doliente
la tórtola solitaria
te busca, y piadoso alivio
la suya en tu suerte halla.
   En ti llora, y en su arrullo  85
se queda como elevada;
y el eco sus ansias vuelve
de la vecina montaña,
   el eco que lastimero
por el valle las propaga,  90
do sólo orfandad y muerte
suenan las flébiles auras
   mientra, al pecho palpitante
parece que una voz clama
de tu tronco: «¿Qué es la vida,  95
si los árboles acaban?»




- IV -


La declaración

ArribaAbajo   Si tu gusto favorece,
zagaleja, mis deseos,
tú serás mi eterna llama,
y yo la envidia del pueblo.
   Ocho meses te he seguido,  5
fino amándote en secreto
por tus injustos desdenes
y con temor de tus deudos.
   Las ansias y los suspiros
que debes a mi silencio  10
sábelo Amor solamente,
o mi pecho, que es lo mesmo.
   ¡Qué de noches a tus rejas
los centellantes luceros,
y de las aves al alba  15
me encontraron los gorjeos!
   Mas nunca bien ocultarse
pueden el querer y el fuego,
pues ya todos en tu casa
saben del mal que adolezco.  20
   Necedad es la porfía
de callar más mis intentos,
que nunca ganó el cobarde
de amor en el dulce juego.
   Ayer me dijo Belarda  25
que, si la calle paseo,
tu madre misma se ríe
y aprueba mi galanteo,
   que tu padre bien me quiere
y que a tus hermanas debo  30
voluntad y compasión:
¡ay!, toma en ellas ejemplo.
   Yo, zagaleja, te adoro;
que en la noche de los fuegos
te consagré mi albedrío;  35
perdona el atrevimiento.
   Mas no, esquiva, no desdeñes
por la humildad del sujeto
un pecho tierno y sencillo,
esclavo de tus ojuelos,  40
   que en el don que ofrece el pobre
no debe mirarse al precio
si la voluntad lo ensalza
y lo hidalgo del afecto.
   Mil y mil almas te diera  45
si yo fuera de ellas dueño,
una te doy que me cupo:
no merezca tu desprecio,
   que ni más fiel ni más pura
cabe en amoroso pecho,  50
ni corazón más leal
o rendido a tus preceptos.




- V -


El niño dormido

ArribaAbajo   Bajo el álamo que hojoso
cubre con su pompa umbría
la pacífica cabaña
del enamorado Aminta,
   él y la sensible Lisi  5
en plácido sueño un día
vieron al hermoso niño
que es su gloria y sus delicias:
   la faz graciosa inclinada
del un lado, las mejillas  10
bien cual dos rosas fragantes
por el calor encendidas,
   como bañada la boca
en una grata sonrisa,
y sobre su lácteo pecho  15
dobladas las manecitas.
   Los brazos entrelazados
Aminta y Lisi, una misma
la acción, los rostros unidos,
y fija en su amor la vista,  20
   por no turbar su reposo
ni a respirar se atrevían,
embebecidos gozando
de su beldad peregrina.
   «¡Ay!», dijo la amable Lisi,  25
suspirando enternecida,
«¡cuánto en sus felices sueños
es la inocencia tranquila!
   ¡Cómo la paz la acompaña!,
¡cómo el contento la anima  30
y con su risa los cielos
benévolos la acarician!
   Goza, dulce esposo, goza
como tu Lisi querida
mirando el clavel hermoso  35
que mi fino amor te cría.
   Goza, y si es posible, el lazo
que afortunados nos liga,
contemplándolo, se estreche,
y en él crezcan nuestras dichas.  40
   ¡Ve con qué indecible gracia
aun dormido está!, ¡qué linda
su frente aparece ornada
de su cabellera riza!,
   ¡cuál entreabiertos los ojos  45
como dos luceros brillan,
y aun entre sueños parece
que cariñosos nos miran!
   El alhelí más florido,
la más fresca clavellina,  50
la más hermosa azucena,
la rosa que ámbar espira,
   nada son con nuestro amado:
mayor es su lozanía,
sus gracias más acabadas,  55
más su belleza divina.
   Su rostro es la misma gloria;
la paz, el gozo, la risa,
la candidez, la inocencia
se unen en él a porfía.  60
   ¡Oh rostro en que venturosos
todos mis gustos se cifran!
¡Oh sol!, ¡oh adorado hijo,
mi embeleso y mi alegría!
   Feliz descansa; y tu sueño  65
disfruta en calma benigna,
que solícita en tu guarda
vela la ternura mía,
   cual la cándida paloma
sus pichoncitos abriga  70
y de su seno amoroso
los sustenta y vivifica.
   Descansa, vástago tierno
que bajo la sombra amiga
de mis cuidados floreces  75
para hacer mi gloria un día;
   descansa, y que tu reposo,.
tus sueños, tu amable vida,
los ángeles tus hermanos
velando en torno bendigan.  80
   Álamo feliz, tus ramas
sobre él blandamente inclina,
y con tus sonantes hojas
oficioso le cobija.
   Trinad, oh canoras aves,  85
con más dulce melodía
para no turbar su sueño;
y a verle llegad festivas.
   Tú, agradable cefirillo,
haz a mi bien compañía,  90
y en su congojada frente
plácido el sudor mitiga.
   Cielos, una madre os ruega:
en vuestra bondad propicia
acoged mi hijo querido,  95
y honrado y dichoso viva.
   Haced, haced que en su seno
a una pululen unidas
la caridad oficiosa,
la piedad y la justicia,  100
   incesantes de él brotando,
como de una vena rica,
cuanto de noble y de grande
más la humanidad sublima.
   Y tú, idolatrado esposo,  105
ve en nuestro hechizo dormida
a la inocencia, que apenas
en su placidez respira.
   Ve al lustre de nuestros años
en su juventud florida,  110
a nuestro arrimo y consuelo
en la ancianidad tardía.
   Ve al serafín, al lucero
más radiante...» Una ramita,
súbito al soplo del viento  115
del álamo desprendida,
   cayendo en la faz del niño
nubló a los padres su dicha,
que a un tiempo, al verle despierto
y que asustadillo grita,  120
   «¡ay, hijo adorado!», exclaman;
y sobre él con mil caricias
para acallarle en sus brazos
riendo se precipitan.




- VI -


El amante crédulo

ArribaAbajo   Para las fiestas de mayo
prometió la bella Fili
sus favores a un zagal
que importuno la persigue.
   Huye a sus ruegos en tanto  5
con engañosos melindres,
y mil palabras le empeña
para ninguna cumplirle.
   Loco el zagal en sus ansias,
tan crédulo como simple,  10
las gracias de la pastora
como finezas recibe.
   Toda la aldea es donaires,
todos de Pascual se ríen,
él solo se goza ufano  15
de las burlas que le dicen.
   ¡Oh, bien haya su inocencia,
y más el despejo libre
de la sutil zagaleja,
que tan bien un amor finge!  20
   Pascual cuenta los instantes
y la tardanza maldice
de los días que se duermen
del abril en los pensiles.
   Sólo Antón, que en crudos celos  25
arde, para divertirse
a cada paso esta letra
al loco amante repite:
   «Vendrá mayo, zagal necio,
y con sus fiestas vendrá  30
tu desengaño y desprecio
y la risa del lugar.
   Los días que confiado
quieres ora adelantar,
un tiempo te ha de pesar  35
que hayan tan presto llegado.
   Déjalos, Pascual, estar;
y no te anticipes necio
tu desengaño, un desprecio,
y la risa del lugar».  40




- VII -


La Gruta del Amor

ArribaAbajo   «Ésta es, adorada Clori,
la gruta donde guiados
del dulce Amor, en sus aras
eterna fe nos juramos.
   Aquí fue do derretido  5
en mil ardientes halagos,
premiando ahincado tus plantas
y tu timidez culpando,
   me inspiró el dios tal fineza
que tú al corazón mi mano  10
llevando, «Tuyo es», dijiste,
«y en vano, ¡infeliz!, lo callo».
   Súbito tus ojos bellos
en lágrimas se arrasaron,
y una fuerza irresistible  15
te precipitó en mis brazos,
   clamando: «¡En tanta ruina
mi honor sólo al tuyo encargo!»,
y de rubor contra el mío
tu ardiente rostro ocultando.  20
   Yo a mi palpitante seno
en indisoluble lazo
feliz te estreché, y más fino
torné a jurarme tu esclavo.
   ¡Qué momento aquél, oh amada!,  25
¡cómo inflexible el recato
le disputó a la ternura
aun el favor más escaso!,
   hasta que sobrecogidos
de un inexplicable encanto,  30
débiles ya a gloria tanta,
sin acuerdo y mudos ambos,
   ni tú más que anhelar tierna,
ni más yo que transportado,
gozar mi inefable dicha  35
pudimos un largo espacio.
   Suspiraste al fin diciendo:
«¡Ves cuán fina te idolatro,
zagal querido, y cuán ciega
tus dulces éxtasis parto!  40
   Todo por ti lo abandono,
y de hoy señor te declaro
de una vida ya no mía,
que a Amor y a ti la consagro.
   ¡Qué infeliz fuera tu Clori,  45
si ser pudiese que ingrato...!
No la gloria en que me anego
mengüen ya recelos vanos.
   Serás tan constante y fino,
cuan fina y constante te amo;  50
y tu fe, sencilla y pura,
pues con otra igual te pago...»
   Serelo, Clori adorada,
serelo; y si infiel te falto,
antes fálteme la vida  55
o me abrase justo un rayo.
   Serelo, pues ya dichoso
sólo un ser con tu ser hago;
y en este nudo inefable
todas mis delicias hallo.  60
   No temas, no temas, Clori;
ve el sol cuán fúlgido y claro
se encumbra y al mundo ríe,
nuestra unión solemnizando.
   Ve hervir todo cuanto existe  65
de amor en el fuego santo:
las plantas arder; heridos
gemir de su presto dardo
   brutos y aves, halagarse
rendidos, fáciles, mansos;  70
y unión, unión en mil gritos
sonar por el aire vago.
   La nuestra, pues, estrechemos
aun más, si más nos es dado;
y crezca sin fin la llama  75
en que ardes tú y yo me abraso.
   Crezca esta llama, bien mío;
no haya en tus éxtasis plazo,
ni más que un solo deseo
de gozar anime a entrambos.  80
   Todo a hacerlo nos convida:
ve allí donde solitario
me hallaste por tus desvíos
sumido en dolor y llanto;
   allá cual nuestra ventura,  85
pomposo y florido el árbol,
do a hablarnos la vez primera
nos llevó un feliz acaso;
   y aquí el venturoso césped
do entre mimos y regalos  90
a acordar nuestros amores,
blanda tú ya, nos sentamos,
   do de las fragantes rosas
que yo traje a tu regazo,
ceñí con una guirnalda  95
tu pelo blondo y dorado,
   diciéndote: «Su ámbar, Clori,
no es a la nariz tan grato,
como el que tu aliento exhala,
y aspira feliz mi labio».  100
   Mas risueña tú a mi frente
la guirnalda trasladando,
«galardón», clamaste, «sea
de un hablar tan cortesano».
   Y de un rosicler más vivo  105
tus mejillas se animaron,
nublaron el pudor tus ojos
con un lánguido desmayo
   en que tu seno turgente,
bullendo más concitado,  110
parecía en sus latidos
decirme: «En delicias ardo».
   Yo, aun tu ternura excediendo,
como en un glorioso pasmo
me entregaba a mil delirios,  115
gozándome en tu embarazo,
   a par que sus leves alas
batiendo el céfiro blando
y soltándose las aves
en el más canoro aplauso,  120
   a nuestra llama aplaudían,
y del aire el ancho espacio
se llenó de nuestra gloria
con su júbilo y sus cantos.
   ¡Ay Clori!, ¡que eterna dure!,  125
¡que jamás, jamás aciagos
ni recelos la mancillen,
ni se mengüe con los años!;
   mas de celestial fineza
inimitable dechado  130
a los amantes más fieles,
y envidia y honor seamos».
   «Sí», dijo Clori, tan tierna
como en aquel primer rapto
de su pasión; y un suspiro  135
fue a nuevas dichas presagio;
   un suspiro que, en mi pecho
dulcísimo resonando,
en él todas las delicias
trasladó de Gnido y Pafos.  140
   Las ninfas, aunque envidiosas
de deliquio y amor tanto,
Himeneo desde el bosque
con alegre voz cantaron;
   y el cielo en más grata lumbre,  145
más florecidos los campos,
las auras con más aromas,
los árboles más lozanos,
   y todo con nueva vida
se ostentó para adularnos:  150
un templo de Amor la gruta,
nuestra fe un puro holocausto.
   Así célebre de entonces,
del hecho el nombre tomando,
la Gruta de Amor se llama  155
por naturales y extraños.




- VIII -


La lluvia

ArribaAbajo   Bien venida, oh lluvia, seas
a refrescar nuestros valles,
y a traernos la abundancia
con tu rocío agradable;
   bien vengas a dar la vida  5
a las flores, que fragantes
para mejor recibirte
rompen ya su tierno cáliz,
   do a sus galanos colores
en primoroso contraste,  10
tus perlas del sol heridas
brillan cual ricos diamantes.
   Bien vengáis, alegres aguas,
fausto alivio del cobarde
labrador, que ya temía  15
malogrados sus afanes.
   Bajad, bajad, que la tierra
su agostado seno os abre,
do os aguardan mil semillas
para al punto fecundarse.  20
   Bajad, y del mustio prado
vuestro humor la sed apague,
y su lánguida verdura
reanimada se levante,
   tejiendo un muelle tapete  25
cuyo hermoso verde manchen
los más vistosos matices
como en agraciado esmalte.
   Bajad, bajad en las alas
del vago viento, empapadle  30
en frescura deleitosa,
y el pecho lo aspire fácil.
   Bajad; ¡oh cómo al oído
encanta el ruido suave
que entre las trémulas hojas  35
cayendo las gotas hacen!
   Las que al río undosas corren,
agitando sus cristales
en sueltos círculos, turban
de los árboles la imagen,  40
   que en su raudal retratados,
más lozano su follaje
y erguidos ven sus cogollos
y su verde más brillante.
   Saltando de rama en rama  45
regocijadas las aves,
del líquido humor se burlan
con su pomposo plumaje,
   y a las desmayadas vegas,
en bulliciosos cantares,  50
su salud faustas anuncian
y alegres las alas baten.
   El pastor el vellón mira
del corderillo escarcharse
de aljófares que al moverse  55
invisibles se deshacen,
   mientras él se goza y salta,
y con balidos amables
bendice al cielo, y ansioso
la mojada hierba pace.  60
   El viento plácido aspira;
y viendo cuán manso cae
en sus campos el rocío,
el labrador se complace,
   gozando ya de las mieses  65
su corazón anhelante,
que colmarán sus graneros.
cuando el Can al mundo abrase.
   El bosque empapado humea,
de aromas se inunda el aire,  70
y aparecen las espigas
floreciendo los frutales.
   En medio el sol de las nubes
su frente alzando radiante,
de oro y de púrpura al iris  75
pinta entre gayos celajes;
   él, tendiéndose vistoso,
sus inmensos brazos abre,
y en arco fúlgido al cielo
da un magnífico realce.  80
   La naturaleza toda
se agita, anima, renace
más gallarda, ¡oh vital lluvia!,
con tus ondas saludables.
   Ven, pues, ¡oh, ven!, y contigo  85
la fausta abundancia trae
que, de frutos coronada,
regocije a los mortales.




- IX -


La mañana de San Juan

ArribaAbajo   Mañanita de San Juan
por el prado de la aldea
a celebrarla se salen
pastores y zagalejas.
   Bailándolas ellos vienen  5
con mil mudanzas y vueltas,
y cantando mil tonadas
del dulce amor vienen ellas.
   Unos el suyo encarecen
en bien sentidas ternezas,  10
y otros con agudas chanzas
bulliciosos las alegran.
   Los que son más entendidos,
cortesanos les presentan
la mano para apoyarse  15
con delicada fineza.
   No hay corazón que esté triste
ni voluntad que esté exenta:
todo es amores el valle,
los zagales, todo fiesta.  20
   Cuál saltando se adelanta,
cuál burlando atrás se queda,
y cuál en medio de todas
repica la pandereta.
   El crótalo y tamborino  25
con la alegre flauta alternan,
y el regocijo y las vivas
suben hasta las estrellas.
   Unos de trébol y flores
y misteriosa verbena  30
sus cándidas sienes ciñen,
matizan sus rubias trenzas;
   otros por detrás sus ojos
con un lienzo arteros vendan,
y del juego alegres ríen  35
si con el engaño aciertan;
   y otros, de menuda juncia
tejiendo blandas cadenas,
hacen como que las prenden
y en sus lazos más se enredan.  40
   Aquél deshojando rosas
en el seno se las echa,
y aquél en el suyo guarda
las que a su nariz acercan.
   Cuáles alzando los ramos  45
en triunfo de amor las llevan,
y cuáles porque los pisen
de ellos el camino siembran.
   Así llegan a la fuente
que el gran álamo hermosea  50
con su pomposo ramaje,
do en alegre paz se asientan.
   El gusto y júbilo crecen;
la risa y el placer vuelan
de boca en boca, y más vivos  55
canto y danzas se renuevan.
   La Aurora, de su albo seno
rosas derramando y perlas,
cede el cielo al sol que asoma
y se para y las contempla;  60
   y en medio su trono de oro
por las lucientes esferas
ostentando de sus llamas
la inagotable riqueza,
   este día más hermoso  65
parece que da a la tierra
más rica luz, y a las flores
alegría y vida nueva.
   Con la fiesta y el bullicio
las avecillas despiertan,  70
pueblan y animan los aires,
y la nueva luz celebran.
   Todo, en fin, se goza y ríe:
fuentes, árboles, praderas,
selváticos brutos, hombres,  75
el júbilo en todos reina.
   Libre en tanto el Amor vaga,
nadie sus tiros recela.
El campo, el día, la hora,
toda la ilusión aumenta.  80
   Todo encanta los sentidos:
por una llanada inmensa
vaga la vista; las aves
con sus trinos embelesan;
   entre el grato cefirillo  85
el labio aromas alienta,
el tacto en delicias nada,
y el pecho inflamado anhela,
   gratamente así corriendo
por las agitadas venas  90
del placer la suave llama,
que a todos arrastra y ciega.
   La ocasión brinda al deseo,
las miradas son más tiernas,
los requiebros más ardientes,  95
más picante la agudeza.
   Nadie desairado llora,
ni enojar amando tiembla;
el baile mismo autoriza
mil cariñosas licencias.  100
   Quién rendido se declara,
quién tierno la mano premia
de su amada, y quién le roba
un beso al dar una vuelta,
   beso de que no se ofende  105
la zagala más severa,
pues fueran culpa este día
el rigor o la tibieza.
   Todos arden y suspiran,
todo se aplaude y festeja;  110
la timidez es osada,
menos cauta la modestia.
   Y entre tantos regocijos,
un pastor a quien las nuevas
de su dulce bien faltaban  115
cantó angustiado esta letra:

    Ya no hay, zagales, amor,
que lo acabara el olvido.
Nada de Fili he sabido
y tiemblo su disfavor;  120
ausente estoy, fui querido:
¡Ved si es justo mi dolor!

   También yo un tiempo dichoso
cual ora os gozáis me vi,
y en mi embeleso amoroso  125
alegre canté y reí
a par de mi dueño hermoso.
   Después que dejé su lado
perdí la dicha y el gusto;
y hoy con más grave cuidado,  130
al ver su silencio injusto,
sólo exclamo desolado:

    Ya no hay, zagales, amor,
que lo acabara el olvido.
Nada de Fili he sabido  135
y tiemblo su disfavor;
ausente estoy, fui querido:
¡Ved si es justo mi dolor!

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