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- XIV -


De un convite

ArribaAbajo   Ved, amigos, cuál llega
ya delicioso el mayo,
en las plácidas alas
del Céfiro llevado.
   Grata Flora en su obsequio  5
le engalana los campos,
mil flores por doquiera
desparciendo su mano.
   Cojamos las más lindas;
y alegres emulando  10
las risas y banquetes
que libre canta Horacio,
   de hiedra coronadme,
yo en torno haré otro tanto,
y ornad copas y mesa  15
de pimpollos y ramos.
   La rosa esté en los pechos
del dulce Amor esclavos,
¿y quién de sus arpones
escapa en nuestros años?,  20
   la rosa que a Citeres
su seno purpurado,
y del hijo a los besos
su aroma debió grato.
   Llevemos todos rosas,  25
pues que todos amamos;
y quien cuidados llore
por hoy les dé de mano.
   Que yo, al ver cuál incauta
Dorila a cada paso  30
me muestra que me adora,
perdido la idolatro.
   Aun niña y simplecilla,
un día con mis labios
comuniqué a los suyos  35
el fuego en que me abraso.
   De entonces al mirarme
de un vivo sonrosado
anímase, y su seno
se eleva palpitando.  40
   Aquí, pues, a la sombra
del álamo copado,
donde mil pajaritos
cruzan de ramo en ramo
   y acarícianse tiernos  45
y gozan y a otros lazos
para nuevas delicias
escápanse voltarios,
   do entre guijas y trébol
con sus trémulos pasos  50
murmullante el arroyo
nos aduerme saltando,
   la fiesta celebremos:
del néctar perfumado
que Jerez nos regala  55
brindemos y bebamos.
   Misterioso el silencio
cubriéndonos, despacio
gocemos los manjares
que el lujo ha preparado.  60
   Paladéese el gusto,
delicioso el olfato
regálese, y los ojos
se ceben en mirarlos.
   Bebamos otra copa;  65
empiécela Menalio,
y a un tiempo clamad todos:
«¡Honor, honor a Baco!»
   A cada nueva copla,
los vivas y el aplauso  70
subiendo a las estrellas,
responda un dulce trago;
   y otro y otros en torno
tocándonos los vasos,
del viejo Valdepeñas  75
se sigan apiñados.
   Así hasta media noche
los brindis renovando,
del sabroso banquete
prolonguemos el plazo,  80
   de do medio beodos
a sumirnos corramos
del tranquilo Morfeo
en el muelle regazo.
   Que las horas escapan  85
fugaces y callando,
y en pos nos precipita
del tiempo el rudo brazo.
   Ved, si no, cuál las rosas
dan su vez al verano,  90
y al enero aterido
el otoño templado.
   Nuestro cabello de oro
de nieve harán los años,
y nuestra alegre vida  95
de duelos y quebrantos.
   Entonces ni los bailes,
ni el vino más preciado,
ni el rostro más travieso
podrán regocijarnos.  100
   Del día que nos ríe
gocemos, pues en vano
será inquirir si un otro
nos lucirá más claro.




- XV -


De mis niñeces

ArribaAbajo   Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
   de que alegres guirnaldas,  5
con gracia peregrina
para ambos coronarnos,
su mano disponía.
   Así en niñeces tales
de juegos y delicias  10
pasábamos felices
las horas y los días.
   Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia  15
saltando la malicia.
   Yo no sé; mas, al verme
Dorila se reía,
y a mí de sólo hablarla
también me daba risa.  20
   Luego al darle las flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.
   Una tarde tras esto  25
vimos dos tortolitas
que con trémulos picos
se halagaban amigas,
   y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,  30
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.
   Alentonos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados  35
nuestras dulces fatigas;
   y en un punto, cual sombra
voló de nuestra vista
la niñez, mas en torno
nos dio el Amor sus dichas.  40




- XVI -


A un pintor

ArribaAbajo   En esta breve tabla,
discípulo de Apeles,
cual yo te la pintare,
retrátame mi ausente
   cual sale cuando ríe  5
la aurora por oriente,
tras sus mansas corderas
al valle a entretenerse.
   Sueltas, las trenzas de oro,
y al céfiro, que leve  10
licencioso volando
las ondea y revuelve.
   Encima una guirnalda,
cuyas rosas releven
el contraste agraciado  15
de las cándidas sienes,
   de do con aire hermoso
de sencillez alegre
la tersa frente asome,
cual plata reluciente.  20
   Mas para que la gracia
le des con que se tiende,
la fragante azucena
te prestará su nieve.
   Luego en las negras cejas  25
tu habilidad ordene
la majestad del arco
que nace cuando llueve;
   y al traidor Cupidillo
podrás también ponerme  30
que en medio esté asentado,
y a todos vivaz fleche.
   Los ojos, de paloma
que a su pichón se vuelve
rendida ya de amores  35
y un beso le promete;
   de llama las pupilas
que bullan y se alegren;
mil lindos amorcitos
jugando en torno vuelen.  40
   Y porque el fuego apague
que sus rayos encienden,
la nariz proporciona
tornátil y de nieve.
   Tras esto entre los labios  45
deshoja mil claveles,
que nunca puedes darle
la púrpura que tienen.
   Su boca... Pero aguarda:
los pequeñuelos dientes  50
haz de menudo aljófar,
que unidos no discrepen.
   Y dentro, si a ello alcanzas,
cuando la lengua mueve
dulce, un panal que afuera  55
destile hibleas mieles;
   como abejas, las Gracias,
que con susurro leve
volando en el verano
en torno van y vienen.  60
   Dos virginales rosas
las mejillas, cual suelen
brillar cuando sus perlas
la aurora en ellas vierte.
   Cargando todo aquesto  65
con proporción decente
sobre el enhiesto cuello,
que mil corales cerquen.
   Los hombros de él se aparten;
y en el hoyuelo empiece  70
el relevado pecho,
tan albo que embelese.
   Pon al sediento labio
en sus pomas turgentes
dos veneros del néctar  75
de la mansión celeste.
   La vestidura, airosa
de armiños esplendentes,
los cabos arrastrando
que el valle reflorecen.  80
   Un leonado pellico
por cima; y que le cuelguen
cien trenzas de oro y seda
que su opulencia ostenten...
   Pero, ¡ah!, cesa, profano,  85
que las gracias ofendes
de mi ausente adorable
con tus rudos pinceles.
   Y yo a sus brazos corro,
donde el Amor me ofrece  90
el premio de mis ansias
y el colmo de sus bienes.




- XVII -


Dónde hallé al Amor

ArribaAbajo   De mi donosa al lado
seguía, de amor ciego,
de sus amables ojos
el dulce movimiento,
   que ora en llamas vivaces  5
centellaban inquietos
y cual rayos agudos
traspasaban mi pecho,
   ora al paso a los míos
salían halagüeños,  10
mi espíritu inundando
de celestial contento,
   ora en giro voluble
se perdían traviesos,
de mis fieles pupilas  15
evitando el encuentro,
   ora hallarlas querían,
y ora en lánguido fuego
sobre mí se fijaban,
desmayados y tiernos.  20
   Entonces, ¡ay!, entonces
mi crédulo deseo
ver pensó deslumbrado
al niño Amor en ellos,
   y alentado del mismo,  25
atrevido, sin seso,
todo su numen quise
trasladar a mi seno.
   Empero mis amores,
donosa sonriendo,  30
«¡Ay», dijo, «no en mis ojos
está el Amor, oh necio,
   sino en mi boca!» Y blanda,
los labios entreabiertos,
de célica armonía  35
llenó su voz el viento.
   Yo al oírla, encantado,
corrí loco a su encuentro,
y hallé al fin, venturoso,
al rapaz ceguezuelo.  40
   Hallele de sus trinos
en el almo embeleso,
y en sus purpúreos labios
y aromático aliento.
   Así feliz de entonces,  45
cuando a Amor hallar quiero,
corro a su amable boca,
y allí, allí le sorprendo.




- XVIII -


De mis cantares

ArribaAbajo   Las zagalas me dicen:
«¿Cómo, siendo tan niño,
tanto, Batilo, cantas
de amores y de vino?»
   Yo voy a responderles;  5
mas luego de improviso
me vienen nuevos versos
de Baco y de Cupido,
   porque las dos deidades,
sin poder resistirlo,  10
todo mi pecho, todo,
tienen ya poseído.




- XIX -


El espejo

ArribaAbajo   Toma el luciente espejo,
y en su veraz esfera
ve, Dorila, el encanto
de tu sin par belleza:
   la alba frente en contraste  5
con las hermosas cejas,
que en arco prolongadas
dos iris asemejan;
   la gracia de tus ojos,
en cuya ardiente hoguera,  10
flechando sus arpones,
Amor su trono asienta;
   su majestad afable
y esa languidez tierna
de su mirar, o cuando  15
rïentes centellean;
   tu boca y tus mejillas,
do esparce primavera
sus rosas y claveles,
derrama sus esencias;  20
   ese tu enhiesto cuello,
el seno, las dos pellas
que en él de firme nieve
elásticas se elevan
   y ondulando süaves  25
cuando plácida alientas,
animarse parecen
y su cárcel desdeñan.
   Ve el aire de tu talle,
la gracia y gentileza  30
con que flexible torna,
derecho se sustenta;
   tus perfecciones goza,
y cariñosa al verlas
mis lágrimas disculpa,  35
mis esperanzas premia.
   ¡Ay!, tú al espejo puedes
pararte, y en su escuela,
de las Gracias guiada,
formarte muy más bella,  40
   de cien vistosas flores
ornar tus blondas trenzas,
relevar con sus rizos
la frente de azucena,
   gobernar de tus ojos  45
las miradas arteras,
y fijar de sus niñas
la inocente licencia,
   adiestrar en su juego
la boca pequeñuela,  50
la sonrisa en sus labios
hacer más halagüeña,
   más donosos los quiebros
de tu linda cabeza,
tu andar, aun más picante,  55
tu talla, más esbelta.
   Yo, ¡triste!, contemplarlo
no puedo sin que sienta
doblarse mis pesares,
más grave mi tristeza.  60
   Ayer en él buscaba
tu imagen, y en vez de ella
vi abatido mi rostro,
mis ojos sin viveza,
   áridas las mejillas,  65
mi boca sin aquella
de risas y donaires
festiva competencia;
   doquier, en fin, marcadas
mil dolorosas huellas  70
de tu rigor injusto,
de mi infeliz terneza.
   Así tú, en el espejo,
consultándolo encuentras
a Venus y sus Gracias;  75
yo, un retrato de penas.




- XX -


La tortolilla

ArribaAbajo   ¡Oh dulce tortolilla!,
no más la selva muda
con tus dolientes ayes
molestes importuna.
   Deja el arrullo triste,  5
y al cielo no ya mustia
te vuelvas, ni angustiada
las otras aves huyas.
   ¿Qué valen, ¡ay!, tus quejas?
¿Acaso de la oscura  10
morada de la muerte
tu dueño las escucha?,
   ¿le adularás con ellas?,
¿o allá en la fría tumba
los míseros que duermen  15
de lágrimas se cuidan?
   ¡Ay!, no; que do la parca
los guarda con ley dura
no alcanzan los gemidos,
por más que el aire turban.  20
   En vano te querellas.
¿Dó vuelas?, ¿por qué buscas
las sombras, ¡oh infelice!,
negada a la luz pura?
   ¿Por qué sola, azorada,  25
de ti misma te asustas
y en tu arrullo te ahogas
en tu inmensa amargura?
   Vuelve, cuitada, vuelve;
y a llantos de vïuda  30
del blando amor sucedan
de nuevo las ternuras.
   Orna el hermoso cuello,
los ojos desanubla,
y aliña artificiosa  35
las descuidadas plumas.
   Verás cuál de tu pecho
su ardor benigno muda
los duelos y pesares
en risas y venturas.  40




- XXI -


A la misma

ArribaAbajo   ¿De dó tus quejas vienen,
sensible tortolilla?
¿El bien perdido lloras?,
¿o en blando amor suspiras?
   Amor, amor te inflama.  5
Tu obstinación esquiva
cedió al fin; bien tus ojos
incautos lo publican.
   ¡Cuál brillan!, ¡cuán alegres
se mueven sus pupilas!,  10
¡con qué ternura y gracia
al nuevo dueño miran!
   Parece que al volverse
le dicen: «Ya las iras
cesaron, ven y goza  15
por premio mil delicias».
   Él llega; y de cobarde
con vueltas repetidas
te rodea, y tu lado
gimiendo solicita.  20
   Rueda y rueda, y se ufana;
tú pïando le animas,
y él más y más sus vueltas
estrecha y multiplica...
   ¡Oh, tórtola dichosa!,  25
¿dó vuelas?, ¿tus caricias
le niegas?, ¿o así huyendo
su ardiente amor irritas?
   Ya paras; ya al arrullo
respondes; ya lasciva  30
le llamas, y al besarlo
ya el tierno pico inclinas.
   Tu espléndido plumaje
se encrespa y al sol brilla;
tus alas se conmueven,  35
y gimes y te agitas.
   ¡Felices tú y tu amante,
feliz la haya florida,
que en delicioso lecho
con dulce paz os brinda!  40




- XXII -


A la esperanza

ArribaAbajo   No ha nada que las nubes,
en alas de los vientos,
bajaban desatadas
en largos aguaceros;
   que a su soplo incesante,  5
como en humo deshechos,
la noche anticipaban
la atmósfera cubriendo.
   Los campos anegados,
de horror y luto llenos,  10
al alma no ofrecían
sino tristeza y miedo;
   y el huracán furioso,
con su rápido vuelo,
robar amenazando  15
las chozas de su asiento;
   las selvas desgarraba,
redoblando los ecos
en silbidos medrosos,
el horrísono estruendo.  20
   Mudos los pajarillos,
del diluvio a cubierto,
entre el fosco ramaje
yacían sin aliento.
   El cielo, encapotado  25
de un ominoso velo,
del mundo retiraba
las luces del sol bello;
   y el reino de las sombras
y su fúnebre duelo  30
entre estrépito tanto
se anunciaban eternos.
   Cuando súbito, el muro
de las nubes rompiendo,
riquísimo en fulgores,  35
se ostenta el rubio Febo,
   corriendo de repente,
cual un raudal inmenso,
los rayos celestiales
de su alto trono al suelo.  40
   Disípanse las nubes,
y al nuevo sol opuesto
despliega sus matices
el iris a lo lejos.
   La esfera iluminada,  45
en un plácido oreo
los vientos, o no vuelan,
o vuelan en silencio.
   Y todo es ya delicias
y júbilo y sosiego,  50
cual antes era todo
desorden turbulento,
   celebrando las aves
con sus dulces gorjeos
el triunfo de las luces,  55
la paz del universo.
   Tal las lúgubres sombras
que ora abruman mi pecho
pasarán, y con ellas
mis amargos desvelos;  60
   que de rosas orlado
su flotante cabello,
corre ya la esperanza
con semblante risueño
   a colmarme amorosa  65
de inefables consuelos
y apagar mis temores
y aguijar mis deseos.
   Pues cual mayo florido
sigue al áspero invierno,  70
así en pos vuela siempre
de la pena el contento.




- XXIII -


De un hablar muy gracioso

ArribaAbajo   Dan tus labios de rosa,
si los abres, bien mío,
el más sabroso néctar
y el aroma más fino.
   Dan el almo deleite  5
que allá en el alto Olimpo
gozan los inmortales
y enajena el sentido.
   El ámbar de la rosa
al albor matutino,  10
al perfume que exhalan
no es de igualarse digno.
   La suave miel que liban
del romeral florido
las abejas, con ellos  15
causa amargor y hastío.
   El sabor delicioso
del más preciado vino
es al labio sediento
menos dulce y subido.  20
   Su acento es muy más grato
que el amoroso trino
del ruiseñor, que el vuelo
del fugaz cefirillo.
   Porque todas sus llamas,  25
donaires y cariños,
y encantos y delicias
Amor les dio benigno.




- XXIV -


Del vino y el amor

ArribaAbajo   Con una dulce copa
despierta mi cariño
si de amor en los fuegos
Dorila me ve tibio.
   Y si yo desdeñosa  5
o cobarde la miro,
al punto sus temores
adormezco entre vino,
   cuyo ardor delicioso
por los dos difundido,  10
a Dorila más tierna,
y a mí vuelve más fino.
   Y en sabrosos debates,
entre risas y mimos,
todo es brindis alegres,  15
todo blandos suspiros.
   Sabed, pues, amadores,
que Lïeo y Cupido
hermanados se prestan
sus llamas y delirios,  20
   porque el Málaga dome,
tras el ruego benigno,
a la bella que indócil
se esquivare de oíros.




- XXV -


A mi lira

ArribaAbajo   ¿Dónde están, lira mía,
los sones delicados
con que un tiempo adurmieras
mis agudos quebrantos,
   endulzaste mis ocios,  5
y el contento en mi labio
al compás de tus trinos
me adulara más grato?
   Tú, amable compañera,
mi delicia y regalo,  10
siempre feliz pendiste
blando honor a mi lado,
   bien al reír del alba,
mirando el denso manto
plegarse de las sombras  15
fugaz ante sus pasos,
   bien si glorioso Febo
con todo su boato
descollaba de luces
sobre el fúlgido carro,  20
   o en la lóbrega noche,
cuando su horror opaco
más sublimes y graves
me inspiraba los cantos;
   y dulce a mis amigos,  25
con mimos y regalos
preciado de las bellas,
y en las naciones claro,
   por sus sones alegres
de humildes y medianos  30
cual de excelsos señores
me gozara buscado,
   con estrépito alegre
por sus fiestas vagando
los tonos que benignas  35
las Musas me enseñaron.
   Yo, embebecido en torno
con tu armónico canto,
te consagré rendido
cuanto tuve más caro:  40
   de Pluto la riqueza,
la ambición y sus mandos,
de la corte los humos,
del ocio los halagos,
   siempre en tus cuerdas de oro  45
mi solícita mano,
y sólo en pos corriendo
de la gloria y tus lauros.
   ¡Y ya ingrata me olvidas!,
¡y, pulsándote en vano,  50
no responden tus trinos
a mi ardiente entusiasmo!
   Vuelve, oh lira, y no ceses;
que a tu célico canto
desparecen las penas,  55
reflorecen los años.
   Y vosotras, deidades
del excelso Parnaso,
sostened al poeta
y alentad su desmayo;  60
   que él, constante en sus cultos,
irá en su último ocaso
hasta el Lete ominoso
vuestras glorias cantando,
   do Carón a escucharlas  65
parará el triste barco,
y el Cerbero trifauce
sus aullidos insanos.




- XXVI -


Del caer de las hojas

ArribaAbajo   ¡Oh, cuál con estas hojas
que en sosegado vuelo
de los árboles giran,
circulando en el viento,
   mil imágenes tristes  5
hierven ora en mi pecho,
que anublan su alegría
y apagan mis deseos!
   Símbolo fugitivo
del mundanal contento,  10
que si fósforo brilla,
muere en humo deshecho,
   no hace nada que el bosque
florecidas cubriendo,
la vista embelesaban  15
con su animado juego,
   cuando entre ellas vagando
el cefirillo inquieto,
sus móviles cogollos
colmó de alegres besos.  20
   Las dulces avecillas
ocultas en su seno
el ánimo hechizaron
con sus sonoros quiebros;
   y entre lascivos píos,  25
llagadas ya del fuego
del blando amor, bullían
de aquí y de allá corriendo,
   los más despiertos ojos
su júbilo y el fresco  30
de las sombras amigas
solicitando al sueño.
   Pero el Can abrasado
vino en alas del tiempo,
y a su fresca verdura  35
mancilló el lucimiento.
   Sucediole el otoño,
tras de él, árido, el cierzo
con su lánguida vida
acabó en un momento;  40
   y en lugar de sus galas
y del susurro tierno
que al más leve soplillo
vagas antes hicieron,
   hoy muertas y ateridas  45
ni aun de alfombrar el suelo
ya valen, y la planta
las huella con desprecio.
   Así, sombra, mis años
pasarán, y con ellos  50
cual las hojas fugaces
volará mi cabello;
   mi faz de ásperas rugas
surcará el crudo invierno,
de flaqueza mis pasos,  55
de dolores mi cuerpo;
   y apagado a los gustos,
miraré como un puerto
de salud en mis males
de la tumba el silencio.  60




- XXVII -


De las ciencias

ArribaAbajo   Apliqueme a las ciencias,
creyendo en sus verdades
hallar fácil alivio
para todos mis males.
   ¡Oh, qué engaño tan necio!,  5
¡oh, cuán caro me sale!
A mis versos me torno
y a mis juegos y bailes.
   Por cierto que la vida
tiene pocos afanes  10
para darle otros nuevos
y añadirle pesares.
   Aténgome a mi Baco,
que es risueño y afable;
pues los sabios, Dorila,  15
ser felices no saben.
   ¿Qué me importa que fijo
cual un bello diamante
esté el sol en el cielo,
como él nazca a alumbrarme?  20
   La luna está poblada...
Mas que tenga millares
de vivientes, pues que ellos
ningún daño me hacen.
   Quita allá las historias.  25
Que del Danubio al Ganges
furioso sus banderas
el Macedón llevase,
   ¿qué nos hará, Dorila,
si por mucho que pasten  30
sobra a nuestras corderas
la mitad de este valle?
   Pues si no a la justicia...
Venga un sorbo al instante,
que en nombrando esta diosa  35
me estremezco cobarde.
   Los que estudian padecen
mil molestias y achaques,
desvelados y tristes,
silenciosos y graves.  40
   ¿Y qué sacan? Mil dudas;
y de éstas luego nacen
otros nuevos desvelos,
que otras dudas les traen.
   Así pasan la vida  45
-¡vida cierto envidiable!-
en disputas y en odios,
sin jamás concertarse.
   Dame vino, zagala;
que como él no me falte,  50
no hayas miedo que cesen
mis alegres cantares.




- XXVIII -


De Dorila

ArribaAbajo   Al prado fue por flores
la muchacha Dorila,
alegre como el mayo,
como las Gracias linda.
   Tornó llorando a casa,  5
turbada y pensativa,
mal trenzado el cabello
y la color perdida.
   Pregúntanla qué tiene,
y ella llora afligida;  10
háblanla, no responde;
ríñenla, no replica.
   Pues, ¿qué mal será el suyo?
Las señales indican
que cuando fue por flores  15
perdió la que tenía.




- XXIX -


Mis ilusiones

ArribaAbajo   ¡Cuán grata la memoria
las horas fugitivas
renueva embelesada
de mi niñez florida!
   ¡Con qué indecible encanto  5
repaso aquellos días
de aéreas esperanzas,
de olvido y paz sencilla,
   en que todo a mis ojos
riente se ofrecía,  10
pura siempre y sin nieblas
del sol la luz benigna!
   ¡Aquéllos en que al lado
de la sin par Dorila
con la feliz llaneza  15
que la igualdad inspira,
   yo, de su amor naciente
las tímidas primicias,
y ella el mío en los trinos
gozaba de mi lira!  20
   No trocando dichoso
mi oscuridad tranquila
por cuanto los mortales
con más ardor codician,
   sin los cargos y penas  25
que hoy mi espíritu abisman,
sobrando a mis deseos
mi humilde medianía,
   yo ciego la adoraba,
y ella por mí perdida  30
con virginal ternura
más ciega me quería,
   siguiendo mis pisadas,
cual dulce tortolita
que de su fiel consorte  35
ni un punto el lado olvida.
   Amor nos dio sus fuegos,
Citeres sus delicias,
nuestra inocencia amable,
descuido y alegría.  40
   ¡Oh tiempo afortunado!,
¡oh edad de amor y risas!,
¡sabrosas ilusiones,
que aun la razón fascinan!
   Cuando alegre os recuerdo,  45
piensa el alma embebida
que la corriente sube
del río de la vida,
   y en un grato delirio
por su plácida orilla,  50
toda juegos y bailes,
toda aplausos y vivas,
   entre flores y sombras,
cual un tiempo solía,
a mí aun niño me sueño,  55
y a mi Dorila niña.
   Y bebo y canto y río,
y en nueva lozanía
los años desparecen
que mi verdor marchitan.  60
   El aire embalsamado
y la delicia misma
respira alegre el seno
que respirar solía,
   y los dulces transportes  65
y encantos y alegrías
que entonces me embriagaron
la mente se imagina.
   ¡Feliz yo, cuántas veces
me ofrece compasiva  70
las sombras mi memoria
de mis pasadas dichas!




- XXX -


De las Navidades


A Jovino

ArribaAbajo   Pues vienen Navidades,
cuidados abandona
y toma por un rato
la cítara sonora.
   Cantaremos, Jovino,  5
mientras que el Euro sopla,
con voces acordadas
de Anacreón las odas,
   o a par del dulce fuego
las fugitivas horas  10
engañaremos juntos
en pláticas sabrosas.
   Ellas van, y no vuelven
de las nocturnas sombras:
¿por qué, pues, con desvelos  15
hacerlas aún más cortas?
   Yo vi en mi primavera
mi barba vergonzosa,
cual el dorado vello
que el albérchigo brota,  20
   y en mis cándidas sienes
el oro en hebras rojas,
que ya los años tristes
oscuras me las tornan.
   Yo vi al abril florido  25
que el valle alegre borda,
y al abrasado julio
vi marchitar su alfombra.
   Vino el opimo octubre,
las uvas se sazonan;  30
mas el diciembre helado
le arrebató su pompa.
   Los días y los meses
escapan como sombra,
y a los meses los años  35
suceden por la posta.
   Así, a la triste vida
quitemos las zozobras
con el dorado vino
que bulle ya en la copa.  40
   ¿Quién los cuidados tristes
con él no desaloja
y al padre Baco canta
y a Venus Ciprïota?
   Ciñámonos las sienes  45
de hiedra vividora;
brindemos; y aunque el Euro
combata con el Bóreas,
   ¿qué a nosotros su silbo,
si el pecho alegre goza  50
de Baco y sus ardores,
de Venus y sus glorias?
   Acuérdome una tarde,
cuando Febo en las ondas
bañaba despeñado  55
su fúlgida carroza,
   que yo al hogar cantaba
de mi inocente choza,
mientras bailaban juntos
zagales y pastoras,  60
   de nuestro amor sencillo
la suerte venturosa,
riquísimo tesoro
que en ti mi pecho goza.
   Y haciendo por tu vida,  65
que tanto a España importa,
mil súplicas al cielo
con voces fervorosas,
   cogí en la diestra mano,
cogí la brindadora  70
taza y con sed amiga
por ti la apuré toda.
   Quedaron admirados
zagales que blasonan
de báquicos furores  75
al ver mi audacia loca;
   mas yo tornando al punto
con sed aun más beoda
segunda vez librela
del néctar que la colma,  80
   cantando enardecido
con lira sonorosa
tu nombre y las amables
virtudes que le adornan.




- XXXI -


A las abejas

ArribaAbajo   Solícitas abejas,
no en los tendidos valles
mas revoléis inquietas
por vuestra miel süave.
   No apuréis de la rosa,  5
cuando el rubio sol nace,
las perlas de que el alba
llenó su tierno cáliz,
   ni su albor puro sienta
la azucena fragante  10
por vosotras ajado,
si buscáis azahares;
   y el clavel oloroso
para las bellas guarde
su pompa, y con la nieve  15
de sus pechos contraste.
   Mas los labios floridos
asaltad susurrantes
de mi amada, y el néctar
que destilan robadle.  20
   Allí nardo y aromas
y dulzor inefable
y líquido rocío
hallaréis abundante.
   Pero dad a los míos  25
del feliz robo parte
sin que a herirlos se atreva
vuestro dardo punzante;
   que es su boca divina
venero inagotable  30
de miel süave y pura,
de gracias celestiales.




- XXXII -


Del vivir de las flores

ArribaAbajo   ¡Oh, cómo, gayas flores,
en un momento os veo,
rotos ya los capullos,
flotar libres al viento!
   Anoche de su cárcel  5
en el círculo estrecho,
sin belleza las hojas,
sin ámbares el seno;
   y hoy erguidas y ufanas
a los ojos riendo,  10
embriagáis de delicias
la nariz y el deseo,
   esmaltando vistosas
de colores diversos
en un grato desorden  15
la frescura del suelo,
   ya en alfombra galana,
ya por grupos espesos,
o entre el verde más lindas
de aquí y de allá saliendo.  20
   Cien insectos alados
van y vienen a un tiempo
y os adulan y mecen
en sus plácidos juegos.
   Aquí la mariposa  25
cesa alegre su vuelo
para ornaros brillante
cuando os liba sus besos.
   Las melifluas abejas,
labrando allí en silencio,  30
el almíbar os roban
con solícito anhelo;
   y allá el blando favonio,
derramado y travieso,
si al pasar os inclina,  35
os levanta volviendo,
   a par que de las hojas
benévolo el sol bello,
los matices anima
con sus vivos reflejos,  40
   y vosotras, alzando
más lozanas el cuello,
en un feudo de aromas
le pagáis de sus fuegos.
   ¡Ah!, ¿por qué, amables flores,  45
brilláis sólo un momento,
de las dichas imagen,
y a las bellas ejemplo?
   O naced más temprano,
o no acabéis tan luego;  50
y dejadle a mis glorias
el pasar como un sueño.

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